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| DÍA 22 DE SEPTIEMBRE
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* * * Santa Basila. Sufrió el martirio en Roma bajo Diocleciano y Maximiano el año 304 y fue sepultada en la Vía Salaria Antigua. Santa Emérita. En una fecha desconocida de los primeros siglos cristianos, fue martirizada en Roma, y se la conmemora en el cementerio de Commodilla de la Vía Ostiense. San Emmeranno. Fue obispo de Ratisbona (Baviera, Alemania), adonde llegó el año 645. Fue asesinado por su fe cuando se dirigía a Roma el año 690. San Florencio. Sacerdote que vivió en el Monte Glonna, a orillas del río Loira, junto a Poitiers (Francia). Su vida se sitúa en el siglo VI. San Lautón (o Laudo). Fue obispo de Coutances (Baja Normandía, Francia), y murió poco después del año 549. San Mauricio y compañeros de la Legión Tebea. Son los famosos mártires de la Legión Tebea del ejército romano. Mauricio, Exuperio, Cándido, todos ellos militares en activo, los soldados de la Legión y el veterano Víctor, se negaron a participar en un sacrificio a los dioses y se retiraron a la antigua Agaunum, hoy Saint-Maurice d'Agaune, en el cantón de Valais (Suiza). Por ello la Legión fue diezmada varias veces y por último sacrificada del todo el 22 de septiembre del año 302, en tiempo del emperador Maximiano. San Euquerio de Lyon es quien nos dejó el relato del martirio. Santos Pablo Chong Ha-sang y Agustín Yu Chin-gil. Son dos mártires, nacidos en Corea, seglares, catequistas y colaboradores de los misioneros, que a causa de su fe fueron primero torturados y luego decapitados en Seúl el 22 de septiembre de 1839. Pablo nació el año 1795. Sus padres fueron mártires y su madre, Cecilia Yu, fue canonizada con él. Se entregó a la causa de la religión cristiana y dirigió durante 20 años la comunidad cristiana en tiempo de persecución. Preparaba a los catecúmenos y los llevaba a Pekín para que fueran bautizados. Desde allí pedía a Roma el envío de misioneros a Corea y, cuando llegaron, los ayudó. Comenzó los estudios para ser sacerdote, pero la persecución no le dejó llegar a la meta. Agustín nació el año 1791. Hizo estudios y era intérprete de la lengua china. Conocía bien las religiones de su país, y, al interesarse por la católica, se puso en contacto con san Pablo Chong. Se bautizó en Pekín y escribió al Papa pidiéndole misioneros para su patria. Fue catequista y colaboró con los misioneros cuando llegaron. Contrajo matrimonio y también fue mártir un hijo suyo, san Pedro Yu. Santa Salaberga. Fue abadesa de un monasterio de Laon (Francia), en la región de Picardía (Francia). Según la tradición, san Columbano le curó su ceguera y la encauzó al servicio de Dios. Murió el año 664. San Silvano. Ermitaño que vivió en Levroux, cerca de Bourges (Francia), en el siglo V. Beatos Antonio Gil y Félix Adriano mártires, Hermanos de las Escuelas Cristianas. Al comienzo de las vacaciones de verano de 1936 fueron juntos a su pueblo natal, Mosqueruela (Teruel), para ver a su familia y para ejercer apostolado vocacional. Cuando estalló la persecución religiosa, el comité revolucionario asesinó a los cuatro sacerdotes de la parroquia, incendió la iglesia, destruyó los archivos y cuanto tenía significado religioso. Cuando conoció la presencia de los religiosos, les exigió dinero para circular libremente. Después los encarcelaron, y el 22 de septiembre de 1936 los fusilaron. Antonio Gil nació en 1903 y profesó en 1921. Al poco de ejercer su apostolado se le declaró una sordera que le impedía dar clase, por lo que se dedicó a otros trabajos en Cambrils. Era inteligente y hábil. Félix Adriano nació en 1903 y profesó en 1921. Ejerció el apostolado en varios centros. Hizo el servicio militar viviendo en Cuba. Después lo destinaron a Tarragona.- Beatificados el 13-X-2013. Beato Carlos Navarro Miquel. Nació en Torrent, provincia de Valencia en España, en 1911. Estudió unos años en el seminario diocesano de Valencia, pero después pasó a los Escolapios. Completados los tiempos de formación y los estudios, se ordenó de sacerdote el 4 de agosto de 1935 en Albacete y allí trabajó durante el curso siguiente. Al estallar en julio de 1936 la guerra civil, su comunidad se dispersó. Marchó a casa de sus padres y el 12 de septiembre lo detuvieron. Permaneció en la cárcel diez días, y el 22 de septiembre de 1936 lo fusilaron en el término municipal de Montserrat, provincia de Valencia. Beatos Esteban y Federico Cobo Sanz. Eran hermanos carnales, jóvenes, miembros de la Familia Salesiana. Cuando se desató la persecución religiosa en España, se refugiaron en casa de una hermana suya en Madrid, pero el 22 de septiembre de 1936 fueron denunciados como religiosos; los detuvieron los milicianos y aquel mismo día los martirizaron. Esteban nació en Rábano (Valladolid) el año 1905. Profesó en los Salesianos en 1925, estudió filosofía y se quedó en Madrid para el trienio de prácticas. Había terminado la teología y se preparaba a la ordenación sacerdotal cuando lo apresaron. Federico nació en Rábano el año 1919. Siguiendo a su hermano, clérigo salesiano, ingresó en el colegio de Carabanchel Alto (Madrid). Había terminado apenas el tercer año de gimnasio y, con 16 años, fue inmolado a causa de su fe cristiana. Fueron beatificados el año 2007. Beato Germán Gozalvo Andreu. Nació en Torrent (Valencia, España) en 1913. Estudió en el Colegio de San José de Valencia y en el Real Colegio-Seminario del Corpus Christi. Recibió la ordenación sacerdotal el 16 de julio de 1936, y no tuvo tiempo para desempeñar tareas parroquiales. Celebraba de madrugada la misa en su casa, y luego salía a prestar algún servicio religioso o administrar sacramentos. El 29 de agosto lo detuvieron los milicianos. En la cárcel recibió malos tratos y vejaciones morales. El 22 de septiembre de 1936, le dieron una terrible paliza y luego lo fusilaron en el término de Montserrat (Valencia), junto con el escolapio Carlos Navarro. Beato José Marchandon. Nació en Bénévent, región de Lemosín en Francia, el año 1745, de una familia en la que había numerosos eclesiásticos. Después de ordenarse de sacerdote, se adhirió por algún tiempo a la Compañía de San Sulpicio, pero pronto pasó al clero parroquial, entre el que dio muestras de ser un sacerdote muy responsable y celoso. Llegada la Revolución Francesa, se negó a prestar los juramentos que se exigieron al clero. Por ello perdió la parroquia, fue arrestado y condenado a la deportación, y encerrado por último en una nave-prisión anclada frente a Rochefort, donde murió consumido por el hambre y la enfermedad el 22 de septiembre de 1794. Beata María de la Purificación Vidal Pastor. Nació en Alcira, provincia de Valencia en España, en 1892. Hizo la carrera de magisterio, dio clases en la Escuela de Obreras y pronunció conferencias de propaganda católica. Fue miembro activo de la Acción Católica y de otras asociaciones religiosas. Profesó una gran devoción a la Eucaristía y a la Iglesia. Llegada la persecución religiosa, la detuvieron junto con dos hermanas suyas por su notoria condición de cristianas, y las fusilaron el 22 de septiembre de 1936 en la carretera de Corbera, pero en el término municipal de Alcira, mientras gritaban: «¡Viva Cristo Rey!». Beato Otón de Freising. Nació en Neuburgo, cerca de Viena, el año 1112. Era hijo de san Leopoldo de Austria y estaba emparentado con familias reales. Estudió en París y en 1132 ingresó en el monasterio cisterciense de Morimond (Borgoña, Francia), del que fue abad. Su hermano Conrado III lo nombró obispo de Freising (Baviera, Alemania), y en su gobierno procuró establecer la reforma gregoriana. Invitado por san Bernardo, participó en la II Cruzada. Acompañó como consejero al emperador Federico Barbarroja a Italia, y trató siempre de mediar entre el emperador y el papa. De viaje a Cîteaux para participar en el capítulo general de su Orden, murió en Morimond el 22 de septiembre de 1158. Beatos Vicente Pelufo Corts y Josefa Moscardó Montalvá. Vicente era sacerdote secular y Josefa era una católica, seglar, soltera. Los dos habían nacido en Alcira, provincia de Valencia en España, y los dos, junto con otros muchos cristianos, fueron martirizados en Alcira el 22 de septiembre de 1936. Vicente nació el año 1868, estudió en el seminario de Orihuela (Alicante) y se ordenó de sacerdote en 1894. Ejerció su ministerio en varias parroquias de la diócesis de Orihuela y, en 1904, se trasladó a su ciudad natal como capellán del Santo Hospital. Además, destacó por su apostolado en el campo social y como consiliario del «Círculo Católico de Obreros». Desarrolló también una importante labor cultural en el Archivo de Alcira. Al estallar la revolución, era capellán del Asilo de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Josefa nació el año 1880. Vivió entregada al servicio de la Iglesia y al apostolado. Era de carácter sencillo y amable, y siempre estaba dispuesta a hacer el bien. Perteneció a varias asociaciones religiosas, de las que fue activa colaboradora. Beato Vicente Sicluna Hernández. Nació en Valencia (España) en 1859. Estudió en el Seminario Conciliar e hizo la carrera de magisterio. Ordenado de sacerdote en 1884, tuvo dos parroquias, Cortes de Pallás y, a partir de 1902, Navarrés. Era de buen carácter y fiel cumplidor de sus deberes, hombre de profunda vida espiritual y asiduo del Sagrario, buen director de almas y atento a las necesidades sus feligreses. Muchos sacerdotes buscaban su consejo. Trabajó también mucho en el ámbito social. En la persecución religiosa, tuvo que acomodarse en un piso y ejercer su ministerio con discreción. El 22 de septiembre de 1936 lo detuvieron los milicianos y lo mataron de un tiro en la nuca en el término de Bolbaite (Valencia).
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: San Pablo, después de recordar a los Corintios la institución de la Eucaristía, les dice: «Cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. De modo que quien coma del pan y beba del cáliz del Señor indignamente, es reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Así, pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba del cáliz. Porque quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su condenación» (1 Cor 11,26-29). Pensamiento franciscano: San Francisco escribió a los fieles: «Todos los que aman al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente, con todas las fuerzas, y aman a sus prójimos como a sí mismos, y odian a sus cuerpos con sus vicios y pecados, y reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y hacen frutos dignos de penitencia: ¡Oh cuán bienaventurados y benditos son ellos y ellas, mientras hacen tales cosas y en tales cosas perseveran!, porque descansará sobre ellos el Espíritu del Señor y hará en ellos habitación y morada» (1CtaF 1-6). Orar con la Iglesia: Oremos a Dios Padre, que entregó a Jesucristo, su Hijo, el poder, el honor y el reino. -Por la Iglesia: para que sea testigo de la verdad de Cristo y conciencia de la humanidad que camina hacia la plenitud del reino de Dios. -Por todos los pueblos: para que no caigan en la tentación del endiosamiento, de la exclusión de los demás y de la prepotencia. -Por los gobernantes de todas las naciones: para que, trabajando por la paz, fruto de la justicia, colaboren en la realización del reino de Dios. -Por nosotros, que confesamos a Cristo, Señor: para que realicemos la verdad de Cristo en el amor fraterno. Oración: Escucha, Señor, las súplicas que te dirigimos confiados en la mediación de Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. * * * EL SACERDOTE Y LA
EUCARISTÍA Queridos hermanos y hermanas: Mientras está a punto de terminar el Año de la Eucaristía, quisiera retomar un tema particularmente importante, que interesaba mucho también a mi venerado predecesor Juan Pablo II: la relación entre la santidad, senda y meta del camino de la Iglesia y de todo cristiano, y la Eucaristía. En particular, mi pensamiento va hoy a los sacerdotes, para subrayar que precisamente en la Eucaristía radica el secreto de su santificación. En virtud de la ordenación sagrada, el sacerdote recibe el don y el compromiso de repetir sacramentalmente los gestos y las palabras con las que Jesús, en la última Cena, instituyó el memorial de su Pascua. Entre sus manos se renueva este gran milagro de amor, del que él está llamado a ser testigo y anunciador cada vez más fiel. Por eso, el presbítero ante todo debe adorar y contemplar la Eucaristía, desde el momento mismo en que la celebra. Sabemos bien que la validez del sacramento no depende de la santidad del celebrante, pero su eficacia será tanto mayor, para él mismo y para los demás, cuanto más lo viva con fe profunda, amor ardiente y ferviente espíritu de oración. Durante el año, la liturgia nos presenta como ejemplos a santos ministros del altar, que han sacado la fuerza para imitar a Cristo de la intimidad diaria con él en la celebración y en la adoración eucarística. Hace algunos días celebramos la memoria de san Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla a finales del siglo IV. Fue definido «boca de oro» por su extraordinaria elocuencia; pero también fue llamado «doctor eucarístico», por la amplitud y profundidad de su doctrina sobre el santísimo Sacramento. La «divina liturgia» que más se celebra en las Iglesias orientales lleva su nombre, y su lema: «basta un hombre lleno de celo para transformar un pueblo», muestra cuán eficaz es la acción de Cristo a través de sus ministros. En nuestra época, sobresale la figura de san Pío de Pietrelcina, al que recordaremos el viernes próximo [23 de septiembre]. Cuando celebraba la santa misa, revivía con tal fervor el misterio del Calvario, que edificaba la fe y la devoción de todos. También los estigmas, que Dios le donó, eran expresión de su íntima configuración con Jesús crucificado. Además, al pensar en los sacerdotes enamorados de la Eucaristía, no se puede olvidar a san Juan María Vianney, humilde párroco de Ars en tiempos de la Revolución francesa. Con la santidad de su vida y su celo pastoral, logró convertir aquella aldea en un modelo de comunidad cristiana animada por la palabra de Dios y los sacramentos. Nos dirigimos ahora a María, orando en especial por los sacerdotes de todo el mundo, para que saquen como fruto de este Año de la Eucaristía un amor renovado al Sacramento que celebran. Que por intercesión de la Virgen Madre de Dios vivan y testimonien siempre el misterio puesto en sus manos para la salvación del mundo. * * * MI CORAZÓN SE ALEGRA
EN EL SEÑOR Anda, come tu pan con alegría y
bebe contento tu vino, Si queremos explicar estas palabras en su sentido obvio e inmediato, diremos, con razón, que nos parece justa la exhortación del Eclesiastés, de que, llevando un género de vida sencillo y adhiriéndonos a las enseñanzas de una fe recta para con Dios, comamos nuestro pan con alegría y bebamos contentos nuestro vino, evitando toda maldad en nuestras palabras y toda sinuosidad en nuestra conducta, procurando, por el contrario, hacer objeto de nuestros pensamientos todo aquello que es recto, y procurando, en cuanto nos sea posible, socorrer a los necesitados con misericordia y liberalidad; es decir, entregándonos a aquellos afanes y obras en que Dios se complace. Pero la interpretación mística nos eleva a consideraciones más altas y nos hace pensar en aquel pan celestial y místico, que baja del cielo y da la vida al mundo; y nos enseña asimismo a beber contentos el vino espiritual, aquel que manó del costado del que es la vid verdadera, en el tiempo de su pasión salvadora. Acerca de los cuales dice el Evangelio de nuestra salvación: Jesús tomó pan, dio gracias, y dijo a sus santos discípulos y apóstoles: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros para el perdón de los pecados». Del mismo modo, tomó el cáliz, y dijo: «Bebed todos de él, éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados». En efecto, los que comen de este pan y beben de este vino se llenan verdaderamente de alegría y de gozo y pueden exclamar: Has puesto la alegría en nuestro corazón. Además, la Sabiduría divina en persona, Cristo, nuestro salvador, se refiere también, creo yo, a este pan y este vino, cuando dice en el libro de los Proverbios: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado, indicando la participación sacramental del que es la Palabra. Los que son dignos de esta participación tienen en toda sazón sus ropas, es decir, las obras de la luz, blancas como la luz, tal como dice el Señor en el Evangelio: Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo. Y tampoco faltará nunca sobre su cabeza el ungüento rebosante, es decir, el Espíritu de la verdad, que los protegerá y los preservará de todo pecado. * * * LA VÍA DE LA
CONVERSIÓN La conversión, en sentido teológico, puede entenderse como el triunfo de la acción salvífica de Dios, que logra la respuesta del hombre en un grado tal de disponibilidad que éste experimenta «el arrancarse del pecado y ser introducido en el misterio del amor del Creador, de quien se siente llamado a iniciar una comunicación con Él en Cristo. El nuevo convertido, en efecto, por la acción de la gracia divina, emprende un camino espiritual por el que, participando ya por la fe del misterio de la muerte y de la resurrección, pasa del hombre viejo al nuevo hombre perfecto en Cristo» (Vaticano II: Ad gentes 13). Francisco tuvo conciencia clara de este cambio total de postura que se produjo en su vida por obra de la gracia. Quedaba atrás un pasado de pecados -no importa cuántos ni cuales- y daba comienzo una vida nueva, iluminada plenamente por el misterio del amor del Padre celestial y por la presencia de Cristo en su camino. Esa experiencia, reflejada un poco en todos sus escritos, hállase plasmada en términos inequívocos al comienzo del Testamento: El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: porque, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y practiqué la misericordia con ellos. Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y después me detuve un poco, y salí del siglo (Test 1-3). No se ve claro si la locución «al apartarme de los mismos» se refiere a los leprosos o a los pecados. En el contexto parece más probable lo segundo, es decir: Francisco ve en la transformación experimentada -lo amargo en dulce- un efecto de la liberación de los pecados, que antes le impedían una apreciación recta y un gusto cabal de las cosas. Es lo que había expresado ya en su Carta a todos los fieles: «Todos aquellos que no viven en penitencia, y no reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y se dedican a vicios y pecados; y los que andan tras la mala concupiscencia y los malos deseos... están ciegos, porque no ven la verdadera luz, nuestro Señor Jesucristo. No tienen la sabiduría espiritual... Ved, ciegos, que al cuerpo le es dulce hacer el pecado y amargo servir a Dios» (2CtaF 63-69). Los biógrafos modernos no han dejado de notar la importancia de la aproximación progresiva del joven Francisco a los pobres en el proceso de su conversión; pero ninguno, que yo sepa, ha puesto de relieve el papel de esos hechos en cuanto respuesta a una revelación cada vez más clara, cada vez más apremiante del Salvador, y en cuanto descubrimiento del ideal de la «pobreza y humildad de nuestro Señor Jesucristo», que llegaría a ser el centro de su vida según el Evangelio. En san Pablo el «Yo soy Jesús a quien tú persigues» fue un rompiente de luz insospechada que vivificaría toda su visión teológica del misterio de Cristo presente en sus miembros los fieles; así también para Francisco el hecho de haber llegado al encuentro con Cristo a través del pobre, sobre todo a través del leproso, iluminaría su concepción total de la Encarnación y del seguimiento del «Cristo pobre y crucificado». La trayectoria seguida por la gracia en el caso del hijo de Pedro Bernardone no es una excepción, sino estilo muy normal en la economía de la salvación. «La elección de Israel y su historia muestran que Dios se revela en la pobreza», ha escrito el padre Congar. Es, sobre todo, vía auténtica de conversión: «Día tras día me buscan y quieren saber mis caminos, como si fueran un pueblo que ama la justicia... ¿Sabéis qué ayuno quiero yo? Dice el Señor: romper las ataduras inicuas, dejar ir libres a los oprimidos..., partir el pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no volver tu rostro ante tu hermano. Entonces brillará tu luz como la aurora, y se dejará ver pronto tu salud... Entonces llamarás y Dios te oirá; le invocarás, y Él dirá: Aquí me tienes...» (Is 58,2-9). Lo que era pauta de aproximación a Dios para el pueblo escogido lo es mucho más, en la doctrina del Nuevo Testamento, para la entrada de cada redimido en la comunión con Dios. «El que no ama al prójimo a quien ve, ¿cómo amará a Dios a quien no ve?» (1 Jn 4,20). Ir al hermano, al hermano pobre en el más amplio sentido de la palabra, es ir a Dios. El camino para ir al Padre es Cristo, el «hijo del hombre», y el camino para encontrar a Cristo es el pobre, como Él mismo lo ha afirmado (Mt 25,31-46). El pobre es el «sacramento» de la presencia de Cristo en medio de nosotros, en medio de la Iglesia mientras dura su peregrinación en el tiempo. [Cf. el texto completo en http://www.franciscanos.org/selfran11/iriarte.html]
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