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| DÍA 23 DE AGOSTO
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* * * Santos Abundio e Ireneo. Martirizados en Roma en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana, y enterrados en el cementerio de San Lorenzo de la Vía Tiburtina. San Antonio de Gerace. Ermitaño del siglo X que vivió en el monasterio de San Felipe Argiró, cerca de Locri, en la Calabria Inferior (Italia). Santos Ciríaco y Arquelao. Martirizados en Ostia Tiberina, en el Lacio, en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana. Santos Claudio, Asterio y Neón. Eran hermanos y, según la tradición, su madrastra los acusó de ser cristianos, por lo que fueron decapitados en Ayas de Cilicia (en la actual Turquía) el año 303, siendo emperador Diocleciano y prefecto Lisias. San Eugenio de Ardstraw. Era irlandés, se dedicó primeramente a la evangelización de Inglaterra, y luego a la del Continente europeo. Más tarde regresó a su patria y fue elegido primer obispo de Ardstraw (Irlanda). Su vida se sitúa en el siglo VI, y murió en Londonderry o Derry. San Flaviano. Fue obispo de Autún (Francia) y brilló en tiempo del rey Clodoveo, en el siglo V/VI. San Lupo. Era esclavo cristiano y sufrió el martirio en Sistov (en la actual Bulgaria) en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana. San Zaqueo. Obispo de Jerusalén que, según la tradición, fue el cuarto sucesor del apóstol Santiago el Menor en el gobierno de aquella Iglesia. Murió en el siglo II. Beatos Cipriano José Iglesias y 9 compañeros mártires, Maristas. Pertenecían al convento de Toledo, del que el Hno. Cipriano José era el superior, cuando estalló la guerra civil en España. Al principio continuaron con sus ocupaciones habituales y no se refugiaron en el Alcázar como les aconsejaron. Los milicianos, cuando llegaron, no tardaron en detenerlos. En la prisión sufrieron indecibles privaciones y torturas físicas y psíquicas. El 23 de agosto de 1936, fueron ametrallados en la “Puerta del Cambrón” de Toledo. Indicamos sus nombres, con el lugar y año de su nacimiento. Cipriano José Iglesias, Los Valcárceres (Burgos) 1893; inteligente, prudente y piadoso. Abdón Iglesias, Los Valcárceres, 1895; era hermano del Hno. Cipriano José; serio, reflexivo, hábil para los menesteres de la comunidad y del colegio. Anacleto Luis Busto, Quintanilla de San García (Burgos) 1913; su experiencia como educador fue corta; pronto se resintió su salud. Bruno José Ayape, Cáseda (Navarra) 1915; apenas pudo ejercer su misión educativa; era de inteligencia despierta, que conjugaba con su carácter firme. Eduardo María Alonso, Valtierra de Albacastro (Burgos) 1915; tampoco tuvo tiempo de ejercer la enseñanza, para la que se había preparado. Evencio Pérez, Acedillo (Burgos) 1899; se dedicó a la enseñanza y fue prefecto de internos en varios colegios. Félix Amancio Noriega, Aguilar de Campoo (Palencia) 1912; realizó estudios pedagógicos y en 1930 comenzó su misión educativa; era alegre y servicial. Javier Benito Alonso, Villorejo (Burgos) 1912; era inteligente, amable y trabajador, muy aceptado por todos como profesor. Juan María Gombert, Trets (Bocas del Ródano, Francia) 1873; se formó como marista en Francia; en 1891 se trasladó a España y fue profesor en muchos colegios; era especialista en ciencias físico-naturales. Julio Fermín Músquiz, Aldaba (Navarra) 1899; trabajó en distintos colegios; era alegre y servicial.- Beatificados el 13-X-2013. Beatos Constantino Carbonell Sempere, Pedro Gelabert Amer y Raimundo Grimaltos Monllor. Estos tres jesuitas, el primero sacerdote y los otros dos hermanos profesos, miembros de la comunidad de Gandía (Valencia), fueron fusilados en Tavernes de Valldigna (Valencia) el 23 de agosto de 1936, durante la persecución religiosa desatada en España. Constantino nació en Alcoy (Alicante) el año 1866, y, cuando llevaba dos años estudiando en el colegio del Patriarca de Valencia, ingresó en la Compañía de Jesús. Se ordenó de sacerdote en 1901. Estuvo destinado en diversas casas. Era muy apreciado como confesor y director espiritual por su paciencia y bondad. Pedro nació en Manacor (Mallorca) el año 1887. Trabajó con sus padres en las tareas del campo y también como albañil, y en 1907 ingresó en la Compañía. Desempeñó diversos oficios, como mecánico electricista, carpintero, en las casas a que lo destinaron. Raimundo nació en La Pobla Llarga (Valencia) el año 1861. Trabajó con su padre en el campo y comenzó el noviciado jesuita en 1890. Desde 1918 estuvo en Gandía, encargado de la huerta y de las compras de casa. Era humilde, sufrido, trabajador. Beatos Eliseo Vicente Alberich Lluch y Valeriano Luis Alberich Lluch. Ambos eran Hermanos de las Escuelas Cristianos, y eran también hermanos carnales. Cuando estalló la persecución religiosa, fueron a casa de sus padres en Benicarló (Castellón) y se refugiaron en lugares apartados. Ante las amenazas de los milicianos a sus familiares si no los entregaban, huyeron a pie hacia Teruel, esperando poder pasar al otro lado del frente. Pero cerca de Valderrobres (Teruel) unos milicianos se dieron cuenta de que eran religiosos, los arrestaron y al día siguiente, 23-VIII-1936, los fusilaron. Eliseo Vicente nació en Benicarló el año 1906 y tomó el hábito religioso 1927; al principio se dedicó a trabajos manuales y más tarde a la docencia. Valeriano Luis nació el año 1898 en Benicarló y tomó el hábito religioso en 1914. Ejerció su ministerio en varios colegios. De 1922 a 1925 estuvo en Marruecos, en la campaña militar. Beato Estanislao Sans. Nació en Maspujols (Tarragona) en 1887. Ordenado sacerdote en 1912, ejerció el ministerio en varias parroquias antes de llegar a la de Clará, barrio marítimo de Torredembarra. Tenía un carácter abierto, era muy caritativo con los menesterosos. Cuando estalló la persecución religiosa, marchó a su pueblo; por la noche estaba en casa y salía de madrugada con rumbo desconocido para esconderse o trabajar con familiares en el campo. El 23 de agosto de 1936, domingo, se quedó en casa. Allí lo detuvieron unos milicianos que se lo llevaron de malas maneras y lo mataron a tiros en el término de Montbrió del Camp (Tarragona). Beatificado el 13-X-2013. Beato Francisco Dachtera. Nació en Salno (Polonia) el año 1910. Estudió en el seminario de Gniezno-Poznan y se ordenó de sacerdote en 1933. Ejerció el ministerio parroquial hasta que, al estallar la II Guerra Mundial, lo llamaron a prestar el servicio de capellán militar. En septiembre de 1939 cayó prisionero de los alemanes, que lo encerraron en sucesivos campos de concentración hasta acabar en el de Dachau, cerca de Munich (Alemania), en 1942. También con él hicieron experimentos médicos salvajes de resultas de los cuales murió el 23 de agosto de 1943. Había tratado de animar y aliviar a sus compañeros de prisión, lleno de verdadera caridad cristiana. Beato Juan María de la Cruz García Méndez (de pila, Mariano). Nació en San Esteban de los Patos, provincia de Ávila (España), el año 1891. En 1903 ingresó en el seminario de Ávila y se ordenó de sacerdote en 1916. Ejerció su ministerio sacerdotal en la diócesis hasta que, en 1925, ingresó en la Congregación de los Padres Reparadores o Sacerdotes del Sagrado Corazón (Dehonianos). Por su frágil salud fracasaron sus anteriores intentos de profesor en los Dominicos y en los Carmelitas Descalzos. Era inteligente, afable, pobre entre los pobres, buen catequista, devoto del Corazón de Jesús y de la Virgen Milagrosa. En la persecución religiosa, lo detuvieron en Valencia y lo fusilaron en Silla (Valencia) el 23 de agosto de 1936. * * *
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: San Pablo escribió a los Filipenses: -Seguid mi ejemplo, hermanos, y fijaos en los que andan según el modelo que tenéis en nosotros. Porque hay muchos que andan como enemigos de la cruz de Cristo: su paradero es la perdición; su Dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a cosas terrenas. Nosotros, por el contrario, somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso (Flp 3,17-21). Pensamiento franciscano: De la segunda carta de santa Clara a santa Inés: -Mira a Cristo pobre hecho despreciable por ti y síguelo, hecha tú despreciable por Él en este mundo. Reina nobilísima, mira atentamente, considera, contempla, deseando imitarlo, a tu Esposo, el más hermoso de los hijos de los hombres, que, por tu salvación, se ha hecho el más vil de los hombres, despreciado, golpeado y flagelado de múltiples formas en todo su cuerpo, muriendo en medio de las mismas angustias de la cruz (2CtaCl 19-20). Orar con la Iglesia: Glorifiquemos a Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo, y supliquémosle que escuche a su pueblo. -Padre todopoderoso, haz que florezca en la tierra la justicia y que tu pueblo se alegre en la paz. -Que todos los pueblos entren a formar parte de tu reino, y obtengan así la salvación. -Que los esposos cumplan tu voluntad, vivan en concordia y sean siempre fieles a su amor mutuo. -Acoge con amor a los que viven y mueren víctimas del odio, de la violencia o de la guerra. Oración: Escucha, Padre, la oración que, movidos por el Espíritu Santo, te hemos dirigido. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * SANTA ROSA DE
LIMA Isabel Flores y de Oliva, llamada Rosa por el frescor de su rostro, desde la adolescencia optó por seguir a Jesús con pasión ardiente, entrando a formar parte de la Tercera Orden dominicana y teniendo como modelo y guía espiritual a santa Catalina de Siena. Entregada al cuidado de los pobres y a los trabajos ordinarios que una chica desempeña cotidianamente en la casa, se impuso un régimen de vida austero marcado por una extraordinaria penitencia. A los veintitrés años se encerró en una celda de apenas dos metros cuadrados, que mandó a su hermano construir en el jardín de su casa y de la que sólo salía para ir a las funciones religiosas. Y es precisamente en esta estrecha prisión voluntaria donde transcurrió la mayor parte de sus días en contemplación, en intimidad con su Señor. Como a santa Catalina de Siena, también a ella se le concedió la gracia mística de participar físicamente en la pasión de Jesús, al que eligió como su Esposo, y durante 15 años tuvo que atravesar la dura experiencia interior de la ausencia de Dios, ese sufrimiento del espíritu que san Juan de la Cruz, el reformador del Carmelo, llama la «noche oscura». La de Rosa fue, pues, una vida escondida y atormentada que, dócil al Espíritu Santo, alcanzó las más altas cumbres de la santidad. El mensaje que sigue comunicando a los devotos que la invocan como protectora está bien expresado en uno de los misteriosos mensajes que recibió del Señor. «Que sepan todos -le confió Jesús- que la gracia sigue a la tribulación; entiendan que sin el peso de las aflicciones no se llega a la cumbre de la gracia; comprendan que en la medida en que crece la intensidad de los dolores, aumenta la de los carismas. Ninguno se equivoque ni se engañe; ésta es la única y verdadera escalera hacia el paraíso y, fuera de la cruz, no hay otra vía por la que se pueda subir al cielo». Son palabras que hacen pensar enseguida en las condiciones exigentes que Jesús mismo pone a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga... ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla?» (Mt 16,24.26). Aquí está precisamente la paradoja evangélica, la verdadera sabiduría de la cruz, el escándalo de la cruz. «El mensaje de la cruz, en efecto -escribe san Pablo a los Corintios- es necedad para los que están en vías de perdición, pero para los que están en vías de salvación, para nosotros, es fuerza de Dios» (1 Co 1,18). Que santa Rosa nos ayude a abrazar la cruz con confianza como lo hizo ella, incluso cuando esto comporte sufrimientos y fracasos aparentes. En uno de sus escritos leemos: «Nadie se quejaría de la cruz y de los dolores que le tocan en suerte si conociera con qué balanzas son pesados al distribuirse entre los hombres». Su breve existencia -murió con sólo 32 años- estuvo marcada por innumerables pruebas y sufrimientos, pero al mismo tiempo estuvo totalmente impregnada por el amor a Cristo y por una gran serenidad. Se puede decir perfectamente que en santa Rosa se manifestó la potencia de la gracia divina: cuanto más débil es el hombre y confía en Dios, tanto más encuentra en él su consuelo y experimenta la fuerza renovadora de su Espíritu. Santa Rosa nos recuerda que Dios es bueno y misericordioso, nunca abandona a sus hijos en la hora de la prueba y de la necesidad; nos invita a tener siempre confianza en él y a ser sencillos y humildes. La sencillez y la humildad son virtudes que hemos de aprender a practicar si queremos seguir a Jesús. Él repite a sus amigos: «Vengan a mí todos los que estén cansados y agobiados, y yo les aliviaré. Carguen con mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29). Santa Rosa respondió a esta invitación con conciencia plena y disponible; se dejó abrazar por Dios, segura de estar en las manos de un Padre, sostenida por una intensa piedad eucarística y mariana. * * * COMPRENDAMOS LO QUE
TRASCIENDE El divino Salvador, con inmensa majestad, dijo: «Que todos sepan que la tribulación va seguida de la gracia; que todos se convenzan que sin el peso de la aflicción no se puede llegar a la cima de la gracia; que todos comprendan que la medida de los carismas aumenta en proporción con el incremento de las fatigas. Guárdense los hombres de pecar y de equivocarse: ésta es la única escala del paraíso, y sin la cruz no se encuentra el camino de subir al cielo». Apenas escuché estas palabras, experimenté un fuerte impulso de ir en medio de las plazas, a gritar muy fuerte a toda persona de cualquier edad, sexo o condición: «Escuchad, pueblos, escuchad todos. Por mandato del Señor, con las mismas palabras de su boca, os exhorto: No podemos alcanzar la gracia, si no soportamos la aflicción; es necesario unir trabajos y fatigas para alcanzar la íntima participación en la naturaleza divina, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta felicidad del espíritu». El mismo ímpetu me transportaba a predicar la hermosura de la gracia divina; me sentía oprimir por la ansiedad y tenía que llorar y sollozar. Pensaba que mi alma ya no podría contenerse en la cárcel del cuerpo, y más bien, rotas sus ataduras, libre y sola y con mayor agilidad, recorrer el mundo, diciendo: «¡Ojalá todos los mortales conocieran el gran valor de la divina gracia, su belleza, su nobleza, su infinito precio, lo inmenso de los tesoros que alberga, cuántas riquezas, gozos y deleites! Sin duda alguna, se entregarían, con suma diligencia, a la búsqueda de las penas y aflicciones. Por doquiera en el mundo, antepondrían a la fortuna las molestias, las enfermedades y los padecimientos, incomparable tesoro de la gracia. Tal es la retribución y el fruto final de la paciencia. Nadie se quejaría de sus cruces y sufrimientos, si conociera cuál es la balanza con que los hombres han de ser medidos». * * * MANSEDUMBRE Y
CORTESÍA, Desde lo alto de los muros ferrugientos, las cárceles de Perusa miraban a Asís, pálidas, en las faldas del Subasio. El año 1202 encontrábanse allí, prisioneros de guerra, los vencidos en la batalla de Collestrada, quienes recibían del sol naciente a las espaldas de su ciudad el primer saludo del día. Entre los prisioneros, Francisco de Pedro Bernardone era el único que gastaba siempre buen humor; no se rebelaba contra la suerte, la aceptaba con intrépida alegría, como si se tratara de una aventura, preludio de otras mayores. Querido de todos por su optimismo y cordialidad, se valió de la simpatía que despertaba su persona para ayudar a un compañero de cautiverio, que era el polo opuesto a él: soberbio, molesto, lleno de sí mismo, alejado de los demás. Francisco, no obstante, se le acercó sin impacientarse, «soportó a aquel inaguantable», lo amansó con su cortés mansedumbre, lo reintegró al grupo (cf. 2 Cel 4; TC 4). Este episodio de juventud prefigura el curriculum vitae del Santo, que fue valiente y manso, austeramente pobre y señorialmente cortés. Antes de la conversión, por su índole alegre y su magnífica generosidad, se presentó al mundo como flor de los jóvenes y rey de las fiestas; después, adoptó una doble actitud: la del pecador, la del pobre, la del hombrecillo inmerso en su nada, y la del caballero de un excelso señor, la del heraldo del gran Rey. Impetuoso por naturaleza, pero de aquel ímpetu generoso que acomete las cimas, Francisco rompió violentamente los puentes con el mundo y dio al padre guerra (Dante: Paraíso XI, 58-59); mas bien pronto comprendió que para alcanzar las alturas insignes de su Señor necesitaría ser paciente y manso, descender al abismo de la humildad hasta llegar a tal y tanto conocimiento de sí mismo que no quisiese juzgar ni condenar a los demás, aun cuando fueran a todas luces culpables, que no depreciase a nadie, que «no se airase ni conturbase por el pecado de ninguno, porque la ira y la turbación impiden la caridad» (2 R 7,3). La indignación a causa de la maldad humana, el santo enojo, no encajaban en su estilo: prefería acusarse a sí mismo y satisfacer por los otros, antes que tomarla con el prójimo. Mas ¡cuánto padecimiento secreto en la mansedumbre de Francisco! Su exquisita delicadeza debió sufrir de continuo golpes y heridas. Quizás estuvo a punto de estallar cuando aquel rudo labriego entró alborotando con su asno en el tugurio de Rivotorto, molestando con ello a todos «los hermanos que estaban en silencio, dedicados a la oración». De hecho, «se incomodó un tanto contra él, sobre todo, porque había armado gran alboroto con su jumento». Pero la reacción del Santo consistió en abandonar aquel lugar para trasladarse a donde había ya estado al principio: a Santa María de la Porciúncula (cf. 1 Cel 44; TC 55). Tal vez le sentó mal el descortés cumplido que le dirigió el Obispo de Terni: -«¡Vaya cómo habla este pobrecito ignorante (pauperculus et dispectus, simplex et illitteratus); viéndolo, no se daría por él un centavo! Alabemos a Dios que se sirve de tales instrumentos para la gloria de su Iglesia». Pero Francisco, ante semejante saludo, reaccionó enseguida arrojándose a los pies del Obispo y dándole gracias: -«¡Tú me has dado íntegramente lo que es mío... Has separado lo precioso de lo vil, rindiendo a Dios la alabanza y a mí la miseria mía!» (cf. 2 Cel 141; LP 10; EP 45). Manso, pero no débil. La prepotencia, si se ensañaba contra su vocación o la de otros, la de Clara e Inés por ejemplo, hacía arder de nuevo su espíritu caballeresco. Así, cuando el Obispo de Imola, un tal Mainardino Aldighieri, receloso de aquellos predicadores vagabundos, andrajosos, semejantes a los patarinos y a los herejes de la pobreza, le negó el permiso de hablar en público diciendo: -«¡Me basto yo, hermano, para predicar a mi pueblo!», él, Francisco, bajó humildemente la cabeza y salió; pero regresó poco después. El otro, entre sorprendido y airado, le dijo: -«Pero, ¿qué quieres, hermano? ¿Qué es lo que pides todavía?» La mansedumbre de Francisco descubrió en aquella oposición el hilo de una relación filial, y halló las palabras justas para entrar derecho en el corazón del obispo Aldighieri: -«Señor, si el padre expulsa a su hijo por una puerta, éste debe volver a él por otra» (2 Cel 147; cf. LM 6,8).
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