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| DÍA 24 DE AGOSTO
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* * * San Audoeno. Nació en Sancy, junto a Soissons (Francia), en torno al año 600. De joven entró en la corte real y fue canciller de los reyes Dagoberto I y Clodoveo II. Fundó el monasterio de Rabais, se ordenó de sacerdote y el año 641 fue elegido obispo de Rouen. Dio grandes ejemplos de humildad, austeridad, generosidad con los pobres y celo apostólico. Fundó iglesias, favoreció la construcción de monasterios, fomentó los estudios, persiguió la simonía, impulsó la evangelización de las zonas todavía paganas. Murió en Clichy, en territorio de París, el 24 de agosto del 684, cuando regresaba de una misión en Colonia. Santa Emilia de Vialar. Nació en Gaillac (Francia) el año 1797 en el seno de una familia aristocrática. Se educó en un colegio para señoritas de la clase alta. A los 18 años, a raíz de una misión popular, decidió servir al Evangelio dedicándose a los pobres y a la evangelización en regiones lejanas. Fundó la Congregación de San José de la Aparición, de carácter netamente apostólico y misionero. Fundó un hospital en Argel, pero tuvo que dejarlo por no entenderse con el arzobispo. Viajó a Malta, Chipre, Líbano, Birmania, Australia. Después se estableció en Marsella, donde contó con el apoyo del obispo Eugenio Mazenod, notable por su sensibilidad e interés por las tierras de misión. Murió en Marsella el 24 de agosto de 1856. San Jorge Limniota. Tenía 95 años cuando lo martirizaron. Era monje en el Monte Olimpo de Bitinia (en la actual Turquía). Durante la persecución iconoclasta de León III el Isáurico, compareció ante el emperador y le echó en cara su ingerencia en los asuntos eclesiásticos prohibiendo las sagradas imágenes y torturando cruelmente a los que las veneraban. De inmediato le cortaron las manos, le mutilaron la nariz y le quemaron la cabeza, a resultas de lo cual murió. Era el año 730. Santa Juana Antida Thouret. Nació el año 1765 en Sancey-le-Long (Besançon, Francia). De joven ingresó en las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, y entre ellas permaneció hasta que la sociedad fue suprimida en 1793 por la Revolución Francesa. Siguió atendiendo a sacerdotes proscritos, curando a enfermos, visitando a presos. En 1799 fundó en Besançon la Congregación de las Hermanas de la Caridad para proveer a la educación cristiana y cívica de la juventud, y atender a los niños abandonados, a los pobres y a los enfermos. Pasó sus últimos años en Nápoles, donde fundó un gran hospital y sufrió la división de su Instituto. Murió el 24 de agosto de 1826. San Tación. Sufrió el martirio en Claudiópolis de Honoriade (en la actual Turquía), en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana. Beato Andrés Fardeau. Nació en Soucelles (Francia) el año 1761. Se ordenó de sacerdote en la diócesis de Angers y ejerció el sagrado ministerio en su pueblo natal como vicario de la parroquia. En la Revolución Francesa, se negó a prestar el juramento de fidelidad a la constitución civil del clero y al de libertad-igualdad, por lo que fue detenido, encarcelado y condenado a muerte como traidor. Perseveró en la comunión con la Iglesia hasta que lo guillotinaron en Angers el 24 de agosto de 1794. Beatos Ceslao Jozwiak, Eduardo Kazmierski, Francisco Kesy, Eduardo Klinik y Jarogniew Wojciechowski. Estos cinco jóvenes polacos, beatificados por Juan Pablo II en Varsovia el 13 de junio de 1999, eran miembros del Oratorio Salesiano de Poznam y fueron guillotinados el 24 de agosto de 1942 en la cárcel de Dresde (Alemania). «Los cinco de Poznam», como se les ha llamado, eran jóvenes de poco más de veinte años, compartían ideales y actividades en el Oratorio Salesiano, y juntos fueron inmolados por su fe. Los arrestaron con falsos pretextos en septiembre de 1940, y los nazis trataron de que su muerte sirviera de dura lección al pueblo polaco. Para su ejecución escogieron la guillotina, en desuso desde hacía tiempo, y la colocaron en el centro del patio de la cárcel, a la vista de todos los prisioneros y condenados. Una hora antes de la ejecución se les permitió a las víctimas escribir a sus familias, y estas cartas revelan que se preparaban al martirio como a una consagración sacerdotal. Ceslao y los dos Eduardo nacieron en 1919; Francisco en 1920; y Jarogniew en 1922. Beato Félix González Tejedor. Nació en Ledesma, provincia de Salamanca (España), el año 1888. Ingresó en los Salesianos, hizo la profesión en 1907 y recibió la ordenación sacerdotal en 1915. Era un religioso sencillo, humilde, observante, de gran celo sacerdotal y de gran caridad con los pobres y enfermos. Apenas estalló la guerra civil, lo encarcelaron con toda la comunidad de Carabanchel Alto (Madrid). Lo liberaron y continuó ejerciendo su ministerio desde diversos refugios. El 24 de agosto de 1936 fue denunciado como sacerdote, los milicianos lo arrestaron y lo martirizaron la noche de aquel día en Madrid. Fue beatificado el año 2007. Beato Fortunato Velasco. Nació en Tardajos (Burgos) en 1906. Profesó en los Paúles en 1925 y fue ordenado sacerdote en 1931. Completó estudios en Londres y de nuevo en España lo destinaron a Murguía (Álava), Teruel y Alcorisa (Teruel), donde le sorprendió la persecución religiosa. Lo encarcelaron, lo dejaron en libertad vigilada y lo volvieron a encarcelar. Desde la prisión escribió que se había ofrecido a Dios para que se hiciera su santa voluntad. Estaba bien dispuesto para el martirio. El 24 de agosto de 1936, camino del cementerio, oró por sus asesinos, los perdonó y mientras gritaba "¡Viva Cristo Rey!" lo fusilaron. Beatificado el 13-X-2013. Beato Isidro Torres. Nació en Blancafort (Tarragona) en 1874. Estudió en el seminario de Tarragona y fue ordenado sacerdote en 1898. Ejerció su ministerio en Vallespinosa, La Riba y Alcover. Eras un santo sacerdote, muy devoto de la Eucaristía, que pasaba muchas horas ante el sagrario. Al estallar la persecución religiosa lo amenazaron de muerte, y el 22-VII-1936 tuvo que salir del pueblo. Se refugió en los montes y donde pudo hasta llegar a Blancafort, donde el 24 de agosto de 1936 los milicianos lo detuvieron y lo asesinaron en el término municipal de Montblanc (Tarragona). Beatificado el 13-X-2013. Beato Jorge Luis Lizasoáin. Nació en Irañeta (Navarra) en 1886. Profesó en los Maristas el año 1903. Tuvo varios destinos y ejerció diversos oficios. Era de carácter alegre, abierto, amable; se honraba con la amistad de la gente sencilla, de los pobres, de alumnos y padres. Ponía sus buenas cualidades a disposición de su misión educadora y catequista. Estaba en Toledo cuando llegó la persecución religiosa de 1936, y corrió la misma suerte que los hermanos de su comunidad, el Hno. Cipriano José y compañeros: a estos los martirizaron el día 23, y a él el 24 de agosto de 1936. Beatificado el 13-X-2013. Beato José Polo Benito. Nació en Salamanca el año 1879. Ingresó en el seminario de Salamanca, y recibió la ordenación sacerdotal en 1904. Fue catedrático de la Universidad Pontificia salmanticense y capellán de las religiosas franciscanas de la ciudad, secretario de cámara del obispado, canónigo y examinador sinodal. En 1911 marchó a Plasencia, en cuya diócesis ocupó altos cargos de gobierno. En 1923 fue nombrado deán de la catedral de Toledo, y en Toledo continuó su intensa actividad pastoral y científica, hasta que, el 24-VIII-1936, en plena persecución religiosa, recibió la corona del martirio. Beato Manuel Fernández Ferro. Nació en Paradiñas de Torneiro (Orense) en 1898, hizo la profesión en los Salesianos en 1920, fue ordenado sacerdote en 1928 y ejerció el sagrado ministerio en Córdoba y en Málaga, plenamente compenetrado con su misión de sacerdote educador. Estaba en Málaga cuando estalló la persecución religiosa en España y compartió la suerte de su comunidad, siendo arrestado y liberado en un primer momento. Buscó refugio en una pensión. El 24-VIII-1936 lo sacaron de la pensión, junto con otros sacerdotes y religiosos, y lo fusilaron inmediatamente. Beata María de la Encarnación Rosal. Nació en Quezaltenango (Guatemala) el año 1820. Su vida estuvo muy ligada a la obra de san Pedro de Betancur. En 1838 entró en el beaterio de las Betlemitas. Pasó luego a las monjas de Santa Catalina, pero volvió a la Betlemitas con el ánimo de reformarlas, y en 1861 abrió un noviciado totalmente dirigido a la causa de una profunda renovación de la vida religiosa Betlemita. El nuevo Instituto de las Hermanas Betlemitas, orientado sobre todo a reivindicar la dignidad de la mujer y a formar cristianamente a las muchachas, se consolidó y expandió, pero en 1873 fueron expulsadas de Guatemala; pasaron a Costa Rica y en 1885 tuvieron que exiliarse a Colombia. Cuando iba a una nueva fundación, murió en Tulcán (Ecuador) el 24 de agosto de 1886. Beato Maximiano Binkiewicz. Nació en Zarnowiec (Polonia) el año 1908. Estudió en el seminario de la diócesis de Czestochowa en Cracovia y luego en la Universidad Jagellónica. Se ordenó de sacerdote en 1931 y seguidamente fue profesor y prefecto del seminario de su diócesis; luego trabajó con los jóvenes y en el Círculo de Intelectuales Católicos. En la persecución nazi se hizo cargo de una parroquia, pero en octubre de 1941 lo detuvieron junto con otros sacerdotes. Lo encerraron en el campo de concentración de Konstantynow, del que lo pasaron al de Dachau (Alemania), en el que murió el 24 de agosto de 1942, a consecuencia de las torturas y suplicios que le propinaron el día anterior. Beato Miroslav Bulesic. Nació en Zabroni, península de Istria (Croacia), en 1920, y en casa recibió una buena educación cristiana. Aún niño ingresó en el seminario, después estudió en Roma y fue ordenado sacerdote en su tierra el año 1943. Ejerció el ministerio parroquial y fue profesor y vicerrector del seminario de Pazin. Durante la II Guerra Mundial se volcó en la ayuda a los necesitados y atendió como sacerdote a todos sin excluir a nadie. El 24-VIII-1947 los comunistas asaltaron la casa parroquial de Lanisce y lo asesinaron acuchillándolo por la garganta. Beatificado el 28-IX-2013. Beato Rigoberto Aquilino de Anta y de Barrio. Nació en Sax (Alicante) en 1894. Muy joven ingresó en el seminario de Murcia. Ordenado sacerdote, fue párroco de Alcadozo en 1920 y cura ecónomo de El Pozuelo en 1926. Cuando empezó la persecución religiosa en España, se encontraba de párroco en Peñas de San Pedro (Albacete). Detenido a principios de agosto por ser sacerdote, fue martirizado con seis seglares y el coadjutor el 24-VIII-1936. En el momento supremo dio la absolución a todos sus compañeros y, cuando le tocó el turno a él, dijo en voz alta: "Perdónalos, Señor, como yo les perdono". * * *
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día». Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará» (Lc 9,22-24). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco en su Regla: -Aconsejo de veras, amonesto y exhorto a mis hermanos en el Señor Jesucristo que, cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan con palabras, ni juzguen a los otros; sino sean apacibles, pacíficos y moderados, mansos y humildes, hablando a todos honestamente, como conviene. En cualquier casa en que entren, primero digan: Paz a esta casa (2 R 3,10-13). Orar con la Iglesia: Pidamos a Dios Padre que escuche nuestra oración al celebrar la fiesta del apóstol san Bartolomé. -Por la santa Iglesia de Dios: para que, sólidamente establecida sobre el fundamento de los apóstoles, viva con plenitud y predique con fidelidad el Evangelio. -Por el papa y por los obispos: para que, llenos del Espíritu Santo, trasmitan con toda fidelidad la palabra apostólica. -Por los gobernantes y los que tienen responsabilidades en la vida pública: para que trabajen por la justicia y la paz de todos los pueblos. -Por los cristianos perseguidos: para que sean confortados por el ejemplo de los apóstoles y se alegren de poder sufrir por el nombre de Jesús. -Por los cristianos: para que, fieles a la doctrina apostólica, anunciemos el Evangelio y trabajemos por el bien de nuestros hermanos. Oración: Escucha, Señor, nuestra oración y, por la intercesión del apóstol san Bartolomé, concédenos tu protección en las cosas temporales y eternas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * SAN BARTOLOMÉ,
APÓSTOL Queridos hermanos y hermanas: De Bartolomé no tenemos noticias relevantes; en efecto, su nombre aparece siempre y solamente dentro de las listas de los Doce y, por tanto, no se encuentra jamás en el centro de ninguna narración. Pero tradicionalmente se lo identifica con Natanael. A este Natanael, Felipe le comunicó que había encontrado a «ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas: Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45). Como sabemos, Natanael le manifestó un prejuicio más bien fuerte: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46). Esta especie de contestación es, en cierto modo, importante para nosotros. En efecto, nos permite ver que, según las expectativas judías, el Mesías no podía provenir de una aldea tan oscura como era precisamente Nazaret. Pero, al mismo tiempo, pone de relieve la libertad de Dios, que sorprende nuestras expectativas manifestándose precisamente allí donde no nos lo esperaríamos. Por otra parte, sabemos que en realidad Jesús no era exclusivamente «de Nazaret», sino que había nacido en Belén y que, en último término, venía del cielo, del Padre que está en los cielos. La historia de Natanael nos sugiere otra reflexión: en nuestra relación con Jesús no debemos contentarnos sólo con palabras. Felipe, en su réplica, dirige a Natanael una invitación significativa: «Ven y lo verás» (Jn 1,46). Nuestro conocimiento de Jesús necesita sobre todo una experiencia viva: el testimonio de los demás ciertamente es importante, puesto que por lo general toda nuestra vida cristiana comienza con el anuncio que nos llega a través de uno o más testigos. Pero después nosotros mismos debemos implicarnos personalmente en una relación íntima y profunda con Jesús. De modo análogo los samaritanos, después de haber oído el testimonio de su conciudadana, a la que Jesús había encontrado junto al pozo de Jacob, quisieron hablar directamente con él y, después de ese coloquio, dijeron a la mujer: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo» (Jn 4,42). Volviendo a la escena de vocación, el evangelista nos refiere que, cuando Jesús ve a Natanael acercarse, exclama: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Se trata de un elogio que recuerda el texto de un salmo: «Dichoso el hombre... en cuyo espíritu no hay fraude» (Sal 32,2), pero que suscita la curiosidad de Natanael, que replica asombrado: «¿De qué me conoces?». La respuesta de Jesús no es inmediatamente comprensible. Le dice: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,47-48). No sabemos qué había sucedido bajo esa higuera. Es evidente que se trata de un momento decisivo en la vida de Natanael. Él se siente tocado en el corazón por estas palabras de Jesús, se siente comprendido y llega a la conclusión: este hombre sabe todo sobre mí, sabe y conoce el camino de la vida, de este hombre puedo fiarme realmente. Y así responde con una confesión de fe límpida y hermosa, diciendo: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel» (Jn 1,49). En ella se da un primer e importante paso en el itinerario de adhesión a Jesús. Las palabras de Natanael presentan un doble aspecto complementario de la identidad de Jesús: es reconocido tanto en su relación especial con Dios Padre, de quien es Hijo unigénito, como en su relación con el pueblo de Israel, del que es declarado rey, calificación propia del Mesías esperado. No debemos perder de vista jamás ninguno de estos dos componentes, ya que si proclamamos solamente la dimensión celestial de Jesús, corremos el riesgo de transformarlo en un ser etéreo y evanescente; y si, por el contrario, reconocemos solamente su puesto concreto en la historia, terminamos por descuidar la dimensión divina que propiamente lo distingue. Sobre la sucesiva actividad apostólica de Bartolomé-Natanael no tenemos noticias precisas. Según una información referida por el historiador Eusebio, en el siglo IV, un tal Panteno habría encontrado incluso en la India signos de la presencia de Bartolomé. En la tradición posterior, a partir de la Edad Media, se impuso la narración de su muerte desollado, que llegó a ser muy popular. Pensemos en la conocidísima escena del Juicio final en la capilla Sixtina, en la que Miguel Ángel pintó a san Bartolomé sosteniendo en la mano izquierda su propia piel, en la cual el artista dejó su autorretrato. Concluyendo, podemos decir que la figura de san Bartolomé, a pesar de la escasez de informaciones sobre él, de todos modos sigue estando ante nosotros para decirnos que la adhesión a Jesús puede vivirse y testimoniarse también sin la realización de obras sensacionales. Extraordinario es, y seguirá siéndolo, Jesús mismo, al que cada uno de nosotros está llamado a consagrarle su vida y su muerte. * * * LO DÉBIL DE DIOS ES
MÁS FUERTE QUE LOS HOMBRES El mensaje de la cruz, anunciado por unos hombres sin cultura, tuvo una virtud persuasiva que alcanzó a todo el orbe de la tierra; y se trataba de un mensaje que no se refería a cosas sin importancia, sino a Dios y a la verdadera religión, a una vida conforme al Evangelio y al futuro juicio, un mensaje que convirtió en sabios a unos hombres rudos e ignorantes. Ello nos demuestra que lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. ¿En qué sentido es más fuerte? En cuanto que invadió el orbe entero y sometió a todos los hombres, produciendo un efecto contrario al que pretendían todos aquellos que se esforzaban en extinguir el nombre del Crucificado, ya que hizo, en efecto, que este nombre obtuviera un mayor lustre y difusión. Ellos, por el contrario, desaparecieron y, aun durante el tiempo en que estuvieron vivos, nada pudieron contra un muerto. Por esto, cuando un pagano dice de mí que estoy muerto, es cuando muestra su gran necedad; cuando él me considera un necio, es cuando mi sabiduría se muestra superior a la suya; cuando me considera débil, es cuando él se muestra más débil que yo. Porque ni los filósofos, ni los maestros, ni mente humana alguna hubiera podido siquiera imaginar todo lo que eran capaces de hacer unos simples publicanos y pescadores. Pensando en esto, decía Pablo: Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Esta fuerza de la predicación divina la demuestran los hechos siguientes. ¿De dónde les vino a aquellos doce hombres, ignorantes, que vivían junto a lagos, ríos y desiertos, el acometer una obra de tan grandes proporciones y el enfrentarse con todo el mundo, ellos, que seguramente no habían ido nunca a la ciudad ni se habían presentado en público? Y más, si tenemos en cuenta que eran miedosos y apocados, como sabemos por la descripción que de ellos nos hace el evangelista, que no quiso disimular sus defectos, lo cual constituye la mayor garantía de su veracidad. ¿Qué nos dice de ellos? Que cuando Cristo fue apresado, unos huyeron y otro, el primero entre ellos, lo negó, a pesar de todos los milagros que habían presenciado. ¿Cómo se explica, pues, que aquellos que, mientras Cristo vivía, sucumbieron al ataque de los judíos, después, una vez muerto y sepultado, se enfrentaran contra el mundo entero, si no es por el hecho de su resurrección, que algunos niegan, y porque les habló y les infundió ánimos? De lo contrario, se hubieran dicho: «¿Qué es esto? No pudo salvarse a sí mismo, y ¿nos va a proteger a nosotros? Cuando estaba vivo, no se ayudó a sí mismo, y ¿ahora, que está muerto, nos tenderá una mano? Él, mientras vivía, no convenció a nadie, y ¿nosotros, con sólo pronunciar su nombre, persuadiremos a todo el mundo? No sólo hacer, sino pensar algo semejante sería una cosa irracional». Todo lo cual es prueba evidente de que, si no lo hubieran visto resucitado y no hubieran tenido pruebas bien claras de su poder, no se hubieran lanzado a una aventura tan arriesgada. * * * MANSEDUMBRE Y
CORTESÍA, Donde más resplandece la mansedumbre de san Francisco es en el comportamiento con sus hermanos, quienes le hicieron sufrir, y no tanto por una relajación culpable, cuanto por la imposibilidad humana de seguir su excepcional ejemplo. Respetuoso en extremo de la libertad ajena, no procedía autoritariamente contra los que rehusaban las reglas como «pesadas e insoportables»; manifestaba su voluntad inspirada por el Señor, mas «no quería entablar polémicas con ellos; se adaptaba a su voluntad, aun contra la suya propia. Después, ante el Señor, pedía perdón por ello» (LP 101). En compensación, él observaba con el máximo rigor la Regla, o sea, el Evangelio. A un hermano que le preguntó cómo podía soportar, sin corregirlas, muchas «novedades», le confesó que al darse cuenta de que sus hermanos, al crecer en número, habían tomado el camino ancho, renunció al gobierno de la Orden, aduciendo justos motivos de salud, pero que en realidad era debido a que la conducta de sus hermanos le afligía por encima de sus fuerzas. «Mi cargo es espiritual: estar sobre los hermanos para contener los vicios y corregirlos. Y, si no puedo reprimirlos y enmendarlos con mis exhortaciones y mi ejemplo, no quiero convertirme en verdugo que castigue y flagele, como hacen los poderes de este mundo» (LP 106). A los superiores de la naciente Orden les prescribía esta su misma línea de conducta. A los Ministros provinciales «los quería amables con los súbditos y llenos de tanta bondad y afecto que los culpables no tuvieran miedo de acudir confiadamente a ellos; los quería moderados en el mandar, misericordiosos ante las faltas, más dispuestos a soportar ofensas que a devolverlas» (2 Cel 187). En aquella época de autoridad férrea, san Francisco era tal vez el único en intuir, con una mentalidad que se adelantaba a su tiempo, la tensión del estar debajo, la rebelión inmanente en la obediencia, la soberbia y envidia que, inadvertidas, corroen al inferior, aun cuando se haya consagrado al sacrificio; y esperaba arrollar este fango en la ola ardiente de un amor paterno... «El Ministro general (y así también los otros Ministros), después de la oración, se pondrá a disposición de todos, pronto a ser importunado por todos (ab omnibus depilandum), a responder a todos, a proveer con dulzura a todos» (2 Cel 185). Es estremecedor ese ab omnibus depilandum, pero al mismo tiempo hace pensar en la situación de ciertos docentes y dirigentes que hoy no aciertan a mandar, porque están faltos de una visión, no digo trascendente, sino evangélica del propio deber. San Francisco sí que la poseía, y por eso exhortaba a su Ministro: «Para plegar los insolentes a la mansedumbre, abájese él; y, a fin de ganar las almas para Cristo, ceda algún tanto de su derecho» (2 Cel 185). Jamás el arma del desdén contra los desertores de la Orden. A estas ovejuelas descarriadas «no les cierre las entrañas de su misericordia; piense que debieron ser muy violentas las tentaciones que provocaron semejante caída» (2 Cel 185). Después de la oración y el ejemplo, la mansedumbre es para Francisco el medio más eficaz para la conquista espiritual; la mansedumbre que tiene su origen en la profunda paz del alma unida a Dios: «La paz que anunciáis con la boca, tenedla en más alto grado en vuestros corazones. No seáis para nadie motivo de ira ni de escándalo, sino que vuestra mansedumbre impulse a todos hacia la paz, la benignidad y la concordia» (TC 58). La mansedumbre de san Francisco tiene una amplitud sin límites: aceptar el hoy tal como se presente, alabando a Dios «por el nublado y el sereno y por todo tiempo» (Cánt); abrazar las contrariedades, viéndolas en el plan de la divina Providencia; obedecer a los superiores, buscando en ellos la voluntad del Señor; someterse también a los inferiores; descender a los animales y plantas con inteligente simpatía. Así era de total y sencilla la mansedumbre de san Francisco; no de cuello torcido ni de víctima; tenía, al contrario, algo de regio, porque en su hacerse pequeño (Dante: Paraíso XI, 110-111) él experimentaba la pertenencia al gran Rey. Y cuando llegó la hora de pedir a Roma la aprobación de la Regla, Francisco «regiamente presentó a Inocencio su dura intención» (Dante: Paraíso XI, 91-92). Dante tuvo una visión cabal, aunque algunos comentadores desaprueben el «regiamente»; vio la dignidad principesca de aquel hombrecillo que se presentaba ante un Papa como Inocencio III con una parábola, en la que su obra asumía el rostro de una bellísima amante del Rey de reyes, abandonada en el desierto (cf. LM 3,10). Así, la fantasía del Francisco poeta se evadía de la cotidiana realidad mortificante, remontándose al mundo de las leyendas caballerescas, al reino de la cortesía.
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