DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 22 DE AGOSTO

 

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SANTA MARÍA, REINA . Celebramos hoy a María, la madre de Jesucristo y madre nuestra, glorificada por el Padre como Reina junto a su Hijo. Aunque el título de Reina se atribuye a María desde antiguo -recuérdese la Salve Regina, el Regina coeli o las letanías lauretanas- su fiesta fue instituida por Pío XII en 1954. Desde el año siguiente, la Iglesia la celebraba el 31 de mayo, como coronación del mes mariano, mientras la Familia franciscana, por especial concesión pontificia, la celebraba, con misa y oficio propios y bajo el título de «María Virgen, Reina de la Orden de los Menores», el 15 de diciembre, octava de la Inmaculada. En la última reforma litúrgica, la celebración se ha trasladado al 22 de agosto, octava de la Asunción, para subrayar el vínculo de la realeza de María con su participación especial en la obra de la redención y en el misterio de la Asunción. Dice el Concilio Vaticano II en su Constitución dogmática: «María fue asunta a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemeje de forma más plena a su Hijo».- Oración: Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y como Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

SAN JUAN WALL. [La Familia Franciscana celebra su memoria el 12 de julio, asociada a la de san Juan Jones]. Nació en Chingle Hall (Inglaterra) el año 1620. A los trece años ingresó en el seminario de Douai (Francia), en 1641 marchó a Roma y allí recibió la ordenación sacerdotal en 1645. En 1651 vistió el hábito franciscano en Douai. Tras unos años de vida tranquila conventual, lo enviaron a Inglaterra y se estableció en el condado de Worcester, donde estuvo misionando en privado más de veinte años; era un campo árido para el apostolado, pero entonces tranquilo en cuanto a política. Reavivada la persecución contra los católicos, lo descubrieron por casualidad y, al negarse a prestar el juramento de supremacía religiosa del Rey, fue recluido y aislado. Condenado por su condición de sacerdote, por su fe y su fidelidad al Papa y a la Iglesia católica, el 22 de agosto de 1679, en Worcester, fue ahorcado y luego descuartizado.- Oración: Padre todopoderoso, que has distinguido en la defensa de la fe católica a los mártires san Juan Jones y san Juan Wall, concédenos, por su intercesión, que todos los que nos llamamos cristianos lleguemos a la unidad de la fe verdadera. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

BEATO TIMOTEO DE MONTICCHIO . Religioso franciscano observante, silencioso y contemplativo. Nació de familia campesina y pobre en Monticchio, cerca de L'Aquila (Italia), el año 1444, año en que murió en esa misma ciudad san Bernardino de Siena. Siendo aún muy joven vistió el hábito de san Francisco en L'Aquila y, terminados los estudios eclesiásticos, recibió la ordenación sacerdotal. Fue maestro de novicios y en su vida menudearon los fenómenos místicos. Era buen predicador y asiduo confesor. Se adhirió fielmente al espíritu de los santos que en aquel tiempo promovieron la Observancia franciscana: Bernardino de Siena, Juan de Capistrano, Jaime de la Marca, etc. Destacó por la austeridad de vida y por su fervor en la oración, pasó muchas horas en la contemplación del Crucificado, y cultivó una tierna devoción a la Virgen María, de la que meditaba con preferencia los dolores que sufrió al pie de la cruz de su Hijo. Murió en el convento de Ocre (Las Marcas) el 22 de agosto de 1504.

BEATO BERNARDO DE OFFIDA . Hermano profeso capuchino, admirable ejemplo de caridad evangélica y de atrayente simplicidad, inocencia de vida y sencillez de corazón, gran devoto de la Virgen, célebre por sus milagros. Domingo Peroni, que ese era su nombre de pila, nació cerca de Offida (Marca de Ancona, Italia) en 1604 en el seno de una familia campesina, de la que recibió una excelente educación religiosa. Ya de joven, cuando trabajaba en el campo y pastoreaba, era notable su espíritu de oración y de penitencia. En 1626 entró en los Capuchinos, hizo el noviciado en Camerino como hermano laico y después de profesar ejerció diversos oficios en los conventos a que lo destinaron, Fermo y Offida: cocinero, enfermero, limosnero, portero..., en los que realizó a la vez un eficaz apostolado popular con el ejemplo y la palabra, por la bondad y espiritual unción que lo animaban. Murió en Offida el 22 de agosto de 1694.

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San Felipe Benicio. Nació en Florencia (Italia) el año 1233. Estudió filosofía y medicina en París y Padua, y ejerció de médico en su ciudad. En 1254 ingresó en la Orden de los Siervos de María (Servitas), recién fundada. Siguiendo la voluntad de los superiores se ordenó de sacerdote, aunque él quería ser hermano lego. Pronto destacó en la predicación. En 1267 fue elegido superior general. Procuró recoger los recuerdos de los inicios y de los fundadores de su Orden, a la que dio un gran impulso y extendió por Italia y Alemania. Promovió la paz entre güelfos y gibelinos. Era un hombre de gran humildad y consideraba a Cristo crucificado como su único libro. Murió en Todi el 23 de agosto de 1285.

San Juan Kemble. Nació en Rhydycar (Inglaterra) el año 1599. A los doce años marchó al seminario inglés de Douai (Francia) y se ordenó de sacerdote en 1625. Volvió luego a su tierra y durante más de 50 años pudo ejercer su ministerio, aunque entre dificultades y con mucha discreción. Fue arrestado ya octogenario tras la acusación de Titus Oates, que inventó una conjuración papista. Pasó meses en la cárcel y, condenado por ser sacerdote católico, lo ahorcaron y descuartizaron en Hereford el 22 de agosto de 1679, durante el reinado de Carlos II.

San Sinforiano de Autún. Según refieren san Gregorio de Tours y la tradición, era un joven de Autún (Francia) que había recibido una educación cristiana y no ocultaba su fe ante sus conciudadanos, en su mayoría paganos. Por no compartir el culto a la diosa Cibeles, lo detuvieron y lo llevaron ante el juez. No accedió a apostatar, sino que se ratificó en su fe, y lo condenaron a muerte. Cuando lo llevaban al suplicio, su madre, desde la muralla de la ciudad, lo confortaba diciéndole: «Hijo mío, hijo mío Sinforiano, ten en la mente al Dios vivo. Hoy no se te quita la vida, sino que se te cambia por otra mejor». Sucedió en el siglo III o IV.

San Timoteo de Roma. Sufrió el martirio en Roma el año 303, y fue sepultado en el cementerio que lleva su nombre en la Vía Ostiense.

Beato Elías Leymarie de Laroche. Nació en Annese (Francia) hacia 1758, hijo del señor de La Roche. Estudió en el seminario de San Sulpicio de París, se ordenó de sacerdote y le asignaron el priorato de Saint-Jean de Coutras, Gironde. Parte de sus rentas las destinaba a los pobres de la parroquia. En la Revolución Francesa se negó a jurar la constitución y a prestar el nuevo juramento que la misma imponía. Por ello fue arrestado, declarado apto para la deportación y embarcado en la nave Les Deux Associés, anclada frente a Rochefort, en la que murió a consecuencia de los malos tratos y la enfermedad en 1794. Era un sacerdote de trato amable y complaciente, que se hizo querer de sus compañeros de prisión.

Beatos Juan Farriol, Dalmacio Llebaría y José Roselló. Estos tres sacerdotes seculares de la diócesis de Tarragona ejercían su ministerio en Montblanc cuando estalló la persecución religiosa de julio de 1936. Pronto fueron detenidos y encerrados en la cárcel del pueblo. El 22 de agosto de 1936 los trasladaban a Tarragona, pero unos 10 km antes de llegar a la capital los fusilaron en la carretera. Juan Farriol nació en Montblanc el año 1868. En 1936 era beneficiado de Montblanc. Tenía un carácter serio y austero. En la cárcel se caracterizó por su espíritu sacerdotal. Dalmacio Llebaría nació en Falset (Tarragona) en 1877. En 1936 era párroco de Montblanc. Destacaba por su predicación fervorosa; era extremadamente caritativo, sencillo y discreto. Encarcelado, animó a los presos con palabras y ejemplos. José Roselló nació en Montblanc el año 1883. Los superiores lo destinaron pronto a Montblanc, donde en 1936 era beneficiado-sochantre. Era prudente, sencillo y muy caritativo. Intensificó en la parroquia el esplendor del culto.- Beatificados el 13-X-2013.

Beatos Guillermo Lacey y Ricardo Kirkman. Estos dos sacerdotes católicos ingleses fueron ahorcados y descuartizados en York el 22 de agosto de 1582, en tiempo de la reina Isabel I, por ser tales, haberse ordenado en el extranjero y haber vuelto a Inglaterra. Guillermo nació en Horton, estudió derecho, fue un abogado prestigioso, contrajo matrimonio y tuvo hijos; enviudó y contrajo segundas nupcias, y de nuevo quedó viudo. Era protestante, pero acogía en su casa a los sacerdotes católicos. Al fin se convirtió al catolicismo y, viudo y de edad avanzada, optó por la vida sacerdotal; estudió en el Continente y recibió la ordenación en Roma el año 1581. Volvió a Inglaterra y ejerció un apostolado fecundo hasta que lo detuvieron en julio de 1582. Ricardo nació en Addingham el año 1550. Pronto decidió hacerse sacerdote, estudió en Douai y Reims (Francia) y se ordenó en 1579. De regreso en su patria, ejerció el apostolado en varios condados, hasta que lo arrestaron el 8 de agosto de 1582. Compartió celda con Guillermo Lacey cuatro días, luego lo tuvieron encerrado, hasta la ejecución, en un calabozo sin luz, sin cama y sin comida.

Beatos Narciso de Estenaga y Echevarría, y Julio Melgar Salgado, el obispo de Ciudad Real y su secretario. Cuando en julio de 1936 arreció la persecución contra la Iglesia, algunos amigos les ofrecieron ponerse a salvo fuera de su diócesis, lo que no aceptaron. El 5-VIII-1936 un grupo de milicianos asaltó el obispado e hizo un registro meticuloso. El día 12 los echaron fuera del obispado; los acogió una familia amiga. El 22-VIII-1936 los milicianos detuvieron al obispo y a su secretario, los condujeron por el camino de Peralvillo Bajo y los asesinaron a tiros. Narciso de Estenaga nació en Logroño en 1882. Muy niño todavía quedó huérfano de padre y madre; fue acogido en un colegio de Toledo para niños huérfanos o pobres. Bajo la dirección del Rdo. Joaquín Lamadrid, mártir también, estudió en el seminario de Toledo y se ordenó sacerdote en 1907. Pronto fue nombrado canónigo de la catedral, y el 20-XI-1922 fue elegido obispo de Ciudad Real. Julio Melgar nació en Bercero (Valladolid) en 1900. Estudió en el seminario de Valladolid y en 1924 lo ordenó sacerdote Mons. Narciso de Estenaga, que lo nombró secretario suyo.

Beato Santiago Bianconi de Bevagna. Nació en Bevagna, cerca de Asís (Perusa, Italia), el año 1220 y en 1236 ingresó en la Orden de Predicadores, en la que recibió la ordenación sacerdotal. Fue un predicador elocuente y de sólida formación teológica, que combatió con eficacia la herejía de los nicolaítas, de los que ya habla el Apocalipsis, que había resurgido entonces. Murió en Bevagna, en el convento que él mismo había fundado, el año 1301.

Beato Simeón Lukac. Nació en Starunya (Ucrania) el año 1893 en el seno de una familia greco-católica. Siguió la carrera sacerdotal y se ordenó en 1919. Hasta 1945 estuvo trabajando en el seminario de Stanislaviv. Cuando los comunistas iban a arrestar a todos los obispos, la Santa Sede decidió que lo ordenaran de obispo en secreto, y estuvo haciendo apostolado en la clandestinidad hasta 1949, en que lo condenaron a diez años de detención en un campo de concentración de Siberia. Después volvió a su trabajo apostólico, pero de nuevo fue detenido en 1962 y condenado a cinco años de trabajos forzados. Llegó a tal estado de postración, que lo dejaron libre ya para morir en su ciudad natal en 1964. Fue beatificado como mártir el año 2001.

Beato Tomás Percy. Nació en Northumberland (Inglaterra) el año 1528, fue conde de Northumbría, casado y padre de familia. Participó en la llamada «peregrinación de gracia» (1536). Después de muchas peripecias de carácter religioso y civil, fue apresado y condenado a muerte como traidor, pero a la vez se le ofreció la vida y la libertad si se hacía protestante, a lo que Tomás se negó rotundamente. Fue decapitado en York el 22 de agosto de 1572, en tiempo de la reina Isabel I.


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PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

En la Visitación, Isabel dijo a María: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!» Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (cf. Lc 1,42-50).

Pensamiento franciscano:

Dice santa Clara en su Bendición: -Yo, Clara, sierva de Cristo, plantita de nuestro muy bienaventurado padre san Francisco, ruego a nuestro Señor Jesucristo, por su misericordia y por la intercesión de su santísima Madre santa María, que el Padre celestial os dé y os confirme ésta su santísima bendición en el cielo y en la tierra: en la tierra, multiplicándoos en su gracia y en sus virtudes entre sus siervos y siervas en su Iglesia militante; y en el cielo, exaltándoos y glorificándoos en la Iglesia triunfante entre sus santos y santas (cf. BenCla 6-10).

Orar con la Iglesia:

Proclamemos las grandezas de Dios Padre todopoderoso, que quiso que todas las generaciones felicitaran a María, la Madre de su Hijo.

-Oh Dios, admirable en todas tus obras, que has querido que la inmaculada Virgen María participara en cuerpo y alma de la gloria de Jesucristo, mira a la llena de gracia y escúchanos.

-Oh Cristo, tú que nos diste a María por madre, concédenos, por su mediación, la salud, el consuelo, la paz y el amor que sus hijos necesitamos.

-Señor, tú que hiciste de María la llena de gracia, concede la abundancia de tus dones a todos los hombres.

-Haz, Señor, que tu Iglesia tenga un solo corazón y una sola alma por el amor, y que todos perseveremos unánimes en la oración con María a la espera del Espíritu.

-Tú que coronaste a María como reina del cielo, haz que todos sus hijos podamos alcanzar la felicidad de tu reino.

Oración: Te pedimos, Señor, que, por la intercesión de santa María, la Virgen y Reina, nos libres de las tristezas de este mundo y nos concedas las alegrías del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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MARÍA, REINA DEL UNIVERSO
Catequesis de S. S. Juan Pablo II
en la audiencia general del 23 de julio de 1997

1. La devoción popular invoca a María como Reina. El Concilio, después de recordar la asunción de la Virgen «en cuerpo y alma a la gloria del cielo», explica que fue «elevada (...) por el Señor como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores, y vencedor del pecado y de la muerte» (LG 59).

En efecto, a partir del siglo V, casi en el mismo período en que el concilio de Éfeso la proclama «Madre de Dios», se empieza a atribuir a María el título de Reina. El pueblo cristiano, con este reconocimiento ulterior de su excelsa dignidad, quiere ponerla por encima de todas las criaturas, exaltando su función y su importancia en la vida de cada persona y de todo el mundo.

Pero ya en un fragmento de una homilía, atribuido a Orígenes, aparece este comentario a las palabras pronunciadas por Isabel en la Visitación: «Soy yo quien debería haber ido a ti, puesto que eres bendita por encima de todas las mujeres, tú, la madre de mi Señor, tú, mi Señora». En este texto, se pasa espontáneamente de la expresión «la madre de mi Señor» al apelativo «mi Señora», anticipando lo que declarará más tarde san Juan Damasceno, que atribuye a María el título de «Soberana»: «Cuando se convirtió en madre del Creador, llegó a ser verdaderamente la soberana de todas las criaturas».

2. Mi venerado predecesor Pío XII, en la encíclica Ad coeli Reginam, a la que se refiere el texto de la constitución Lumen gentium, indica como fundamento de la realeza de María, además de su maternidad, su cooperación en la obra de la redención. La encíclica recuerda el texto litúrgico: «Santa María, Reina del cielo y Soberana del mundo, sufría junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo». Establece, además, una analogía entre María y Cristo, que nos ayuda a comprender el significado de la realeza de la Virgen. Cristo es rey no sólo porque es Hijo de Dios, sino también porque es Redentor. María es reina no sólo porque es Madre de Dios, sino también porque, asociada como nueva Eva al nuevo Adán, cooperó en la obra de la redención del género humano.

En el evangelio según san Marcos leemos que el día de la Ascensión el Señor Jesús «fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16,19). En el lenguaje bíblico, «sentarse a la diestra de Dios» significa compartir su poder soberano. Sentándose «a la diestra del Padre», él instaura su reino, el reino de Dios. Elevada al cielo, María es asociada al poder de su Hijo y se dedica a la extensión del Reino, participando en la difusión de la gracia divina en el mundo.

Observando la analogía entre la Ascensión de Cristo y la Asunción de María, podemos concluir que, subordinada a Cristo, María es la reina que posee y ejerce sobre el universo una soberanía que le fue otorgada por su Hijo mismo.

3. El título de Reina no sustituye, ciertamente, el de Madre: su realeza es un corolario de su peculiar misión materna, y expresa simplemente el poder que le fue conferido para cumplir dicha misión.

Citando la bula Ineffabilis Deus, de Pío IX, el Sumo Pontífice Pío XII pone de relieve esta dimensión materna de la realeza de la Virgen: «Teniendo hacia nosotros un afecto materno e interesándose por nuestra salvación, ella extiende a todo el género humano su solicitud. Establecida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra, elevada por encima de todos los coros de los ángeles y de toda la jerarquía celestial de los santos, sentada a la diestra de su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, obtiene con gran certeza lo que pide con sus súplicas maternas; lo que busca, lo encuentra, y no le puede faltar».

4. Así pues, los cristianos miran con confianza a María Reina, y esto no sólo no disminuye, sino que, por el contrario, exalta su abandono filial en aquella que es madre en el orden de la gracia.

Más aún, la solicitud de María Reina por los hombres puede ser plenamente eficaz precisamente en virtud del estado glorioso posterior a la Asunción. Esto lo destaca muy bien san Germán de Constantinopla, que piensa que ese estado asegura la íntima relación de María con su Hijo, y hace posible su intercesión en nuestro favor. Dirigiéndose a María, añade: Cristo quiso «tener, por decirlo así, la cercanía de tus labios y de tu corazón; de este modo, cumple todos los deseos que le expresas, cuando sufres por tus hijos, y él hace, con su poder divino, todo lo que le pides».

5. Se puede concluir que la Asunción no sólo favorece la plena comunión de María con Cristo, sino también con cada uno de nosotros: está junto a nosotros, porque su estado glorioso le permite seguirnos en nuestro itinerario terreno diario. También leemos en san Germán: «Tú moras espiritualmente con nosotros, y la grandeza de tu desvelo por nosotros manifiesta tu comunión de vida con nosotros».

Por tanto, en vez de crear distancia entre nosotros y ella, el estado glorioso de María suscita una cercanía continua y solícita. Ella conoce todo lo que sucede en nuestra existencia, y nos sostiene con amor materno en las pruebas de la vida. Elevada a la gloria celestial, María se dedica totalmente a la obra de la salvación, para comunicar a todo hombre la felicidad que le fue concedida. Es una Reina que da todo lo que posee, compartiendo, sobre todo, la vida y el amor de Cristo.

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REINA DEL MUNDO Y DE LA PAZ
De la Homilía 7 de san Amadeo de Lausana

Observa cuán adecuadamente brilló por toda la tierra, ya antes de la Asunción, el admirable nombre de María y se difundió por todas partes su ilustre fama, antes de que fuera ensalzada su majestad sobre los cielos. Convenía, en efecto, que la Madre virgen, por el honor debido a su Hijo, reinase primero en la tierra y, así, penetrara luego gloriosa en el cielo; convenía que fuera engrandecida aquí abajo, para penetrar luego, llena de santidad, en las mansiones celestiales, yendo de virtud en virtud y de gloria en gloria por obra del Espíritu del Señor.

Así pues, durante su vida mortal, gustaba anticipadamente las primicias del reino futuro, ya sea elevándose hasta Dios con inefable sublimidad, como también descendiendo hacia sus prójimos con indescriptible caridad. Los ángeles la servían, los hombres le tributaban su veneración. Gabriel y los ángeles la asistían con sus servicios; también los apóstoles cuidaban de ella, especialmente san Juan, gozoso de que el Señor, en la cruz, le hubiese encomendado su Madre virgen, a él, también virgen. Aquéllos se alegraban de contemplar a su Reina, éstos a su Señora, y unos y otros se esforzaban en complacerla con sentimientos de piedad y devoción.

Y ella, situada en la altísima cumbre de sus virtudes, inundada como estaba por el mar inagotable de los carismas divinos, derramaba en abundancia sobre el pueblo creyente y sediento el abismo de sus gracias, que superaban a las de cualquiera otra criatura. Daba la salud a los cuerpos y el remedio para las almas, dotada como estaba del poder de resucitar de la muerte corporal y espiritual. Nadie se apartó jamás triste o deprimido de su lado, o ignorante de los misterios celestiales. Todos volvían contentos a sus casas, habiendo alcanzado por la Madre del Señor lo que deseaban.

Plena hasta rebosar de tan grandes bienes, la Esposa, Madre del Esposo único, suave y agradable, llena de delicias, como una fuente de los jardines espirituales, como un pozo de agua viva y vivificante, que mana con fuerza del Líbano divino, desde el monte de Sión hasta las naciones extranjeras, hacía derivar ríos de paz y torrentes de gracia celestial. Por esto, cuando la Virgen de las vírgenes fue llevada al cielo por el que era su Dios y su Hijo, el Rey de reyes, en medio de la alegría y exultación de los ángeles y arcángeles y de la aclamación de todos los bienaventurados, entonces se cumplió la profecía del Salmista, que decía al Señor: De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir.

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LA ORDEN FRANCISCANA BAJO LA DIRECCIÓN
DEL ESPÍRITU SANTO Y DE MARÍA

por Optato van Asseldonk, ofmcap

1) Francisco, el Espíritu Santo y María

Se sabe que Francisco quería que el Espíritu Santo fuese el ministro general de su Orden. Quiso dejarlo expresado en la Regla, pero lo pensó demasiado tarde, porque el papa la había ya aprobado. Por otra parte, de la primera Regla, la de 1221, se deduce que los capítulos tenían que celebrarse en la Porciúncula, en Santa María de los Angeles, la cuna, la casa madre de la Orden, bajo la protección de la Patrona de la Orden (Advocata), por Pentecostés. En otras palabras, la dirección suprema de la Orden descansa en el Espíritu Santo y en María; y los capítulos generales, el órgano directivo principal, tienen lugar en Pentecostés, junto a María, la Patrona.

El sello más antiguo que se conoce de la Orden, y que ya existía en 1254, representa el Cenáculo en Pentecostés, con el Espíritu Santo y María rodeada por los apóstoles, y, debajo, la figurita de un hermano menor (¿el ministro general?) arrodillado.

El mismo Francisco compuso dos oraciones en loor de María y con toda probabilidad en y para Santa María de los Angeles. El texto de las oraciones ensalza a María en un contexto trinitario, como hija del Padre, madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo. En este punto, Francisco es lo que se dice un auténtico pionero. Pero prestemos atención, primero, al mismo texto: «Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres virgen hecha iglesia y elegida por el santísimo Padre del cielo; a la cual consagró Él con su santísimo amado Hijo y el Espíritu Santo Paráclito; en la cual estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien. Salve, palacio suyo; salve, tabernáculo suyo; salve, casa suya. Salve, vestidura suya; salve, esclava suya; salve, Madre suya y todas vosotras, santas virtudes, que sois infundidas por la gracia e iluminación del Espíritu Santo en los corazones de los fieles, para que de infieles hagáis fieles a Dios» (SalVM).

La segunda oración forma parte de su Oficio de la Pasión: «Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo ninguna semejante a ti entre las mujeres, hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo: ruega por nosotros con san Miguel arcángel y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro».

Esta oración servía de antífona, capítulo, himno, versículo y oración, en el Oficio, para cada una de las siete horas. Francisco la rezaba todos los días, y al parecer también santa Clara, hasta siete veces.

En tiempo de Francisco no se invocaba ni veneraba a María como hija, madre y esposa, todo a la par. Él abrió, así, nuevos caminos.

2) María, esposa del Espíritu Santo

Esta invocación, la de María como Esposa del Espíritu Santo, no se halla, en cuanto tal, en tiempos anteriores a Francisco. Al respecto, pues, hay que considerarlo como un renovador. Por lo demás, este lazo intrínseco entre María y el Espíritu Santo dejó, al parecer, profunda huella en su piedad. Así lo deduzco, ante todo, por la actitud de santa Clara con sus hermanas, que vive de manera asombrosa su condición de virgen, esposa y madre espiritual en la Iglesia, a la par que la de sierva. El mismo Francisco le dio como regla: «Ya que por divina inspiración os habéis hecho hijas y siervas del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, y os habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio, quiero y prometo tener siempre, por mí mismo y por mis hermanos, un cuidado amoroso y una solicitud especial de vosotras como de ellos» (RCl 6,3-4).

No me cabe la menor duda de que existe en Francisco un vínculo profundamente interior entre su experiencia del Espíritu Santo, de María, de la vocación materna de la Orden y de la mujer. ¿Será casualidad que sus afirmaciones más sólidas sobre el anhelo del Espíritu del Señor y de su santa operación, se dirijan especialmente a los hermanos laicos? Así como reconoce a los no sacerdotes, a los hermanos laicos, que oran y hacen penitencia, la fecundidad materna en el Reino de Dios, a los sacerdotes predicadores, por los que sentía veneración extraordinaria, ¿no los considera sin hijos, estériles, en la medida en que busquen su vanagloria, llevados por el afán de la actividad, en desestima de la oración? Pienso que Francisco, que conscientemente no quiso llegar a sacerdote, vivió una piedad (laica) general, excelente, por decisión personal, que a nadie excluía, sino que interpelaba a todo el mundo. Esta piedad, tan profunda y fundamental, era válida para todos cuantos estaban en la Iglesia (y fuera de ella).

Me gustaría ahora referirme a unas palabras de Thomas Merton sobre Francisco. Establece Merton que Francisco no tenía más vocación que la de convertirse en otro Cristo en virtud de su Espíritu. Todas las demás vocaciones, comparadas con ésa, resultan secundarias. De ahí que todos los hombres hallen en Francisco su vocación: la del Evangelio. «Con que uno conozca a san Francisco, ya entiende el Evangelio, y si se le sigue, en la verdad y la pureza de su espíritu, se vive aquél en su plenitud... San Francisco fue, como todos los santos tienen que ser, simples y otros Cristos».

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