DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 13 DE OCTUBRE

 

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BEATA ALEJANDRINA MARÍA DA COSTA. Nació en Balasar (Oporto, Portugal) el año 1904. Estaba dotada de un temperamento feliz y comunicativo. En 1918, para salvar su pureza amenazada por un hombre, no dudó en tirarse por la ventana desde una altura de cuatro metros, lastimándose la columna vertebral. Su parálisis fue progresando hasta que, en 1925, quedó postrada en cama. Hasta 1928 no dejó de pedirle al Señor, por intercesión de la Virgen, la gracia de la curación, pero luego comprendió que el sufrimiento era su vocación y la abrazó con prontitud. Se remontan a este período los primeros fenómenos místicos extraordinarios, cuando Alejandrina inició una vida de grande unión con Jesús en los Sagrarios, por medio de María Santísima. Llegaron los éxtasis relativos a la Pasión del Señor. Desde 1942 Alejandrina dejó de alimentarse, viviendo sólo de la Eucaristía. En medio de sus sufrimientos se interesaba por los pobres y por sus parroquianos. Murió en Balasar el 13 de octubre de 1955, aniversario de la última aparición de la Virgen de Fátima, de la que era muy devota. Fue beatificada el año 2004.

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Santa Celidonia (o Quelidonia). Virgen que durante cincuenta y dos años llevó vida solitaria y austera, dedicada únicamente a Dios, en los montes cercanos a Subiaco, en el Lazio (Italia). Murió el año 1152.

San Comgán. Era hijo del príncipe Kelly, gobernador de la provincia de Leinster en Irlanda. Sucedió a su padre y tuvo que defenderse de algunos príncipes enemigos. Perdió la batalla y quedó herido. Huyó a Escocia con algunos compañeros y familiares. Se decidió entonces por la vida religiosa y levantó un monasterio en Lochals en el que ingresaron él y sus compañeros y del que fue abad. Dio a todos ejemplo de vida austera y penitente. Cuando murió, en una fecha desconocida del siglo VII, lo enterraron en la isla de Iona (Escocia), donde se levantó una iglesia en su memoria.

Santos Fausto, Jenaro y Marcial. El poeta cristiano Prudencio se refiere a ellos como a tres coronas que adornan la ciudad de Córdoba (España), en la que primero fueron torturados y luego, al no conseguir que renegaran del cristianismo, fueron quemados vivos. Probablemente fue durante la persecución del emperador Diocleciano, en el siglo III o IV.

San Florencio. En Tesalónica, ciudad de Macedonia (en la actual Grecia), después de someterlo a varios tormentos lo quemaron vivo a causa de su fe cristiana, en el siglo III.

San Geraldo de Aurillac. Nació en el condado de Aurillac (Auvernia, Francia) hacia el año 855. Recibió una educación acorde con su nobleza, pero la falta de salud no le permitió empuñar las armas. Desde joven destacó por su piedad y su caridad para con los pobres. Sucedió a su padre en el gobierno del condado y ejerció la autoridad con un gran sentido de la justicia. Vivía como monje, aunque con hábito secular. Al regreso de una peregrinación a Roma, fundó un monasterio, en el que le habría gustado profesar, pero la misma autoridad de la Iglesia le dijo que su sitio estaba en el mundo. Quedó ciego en el 902, y murió en Saint-Cierges el año 909.

San Leobono. Vivió como ermitaño en Salagnac, territorio de Limoges (Francia), en el siglo VI/VII.

San Lubencio. Es un sacerdote que vivió en Kobern, junto al río Mosela, en el territorio de Tréveris (Alemania), en el siglo IV.

San Rómulo. Fue obispo de Génova en el siglo V. Se distinguió por su amor a los pobres, y murió en San Remo (Liguria, Italia), mientras lleno de celo apostólico giraba visita pastoral a las parroquias rurales.

San Simberto. Fue abad del monasterio de Murbach en Alsacia (Francia), y obispo de Augsburgo en Baviera (Alemania), donde murió el año 807.

San Teófilo de Antioquía. Nació en Mesopotamia, en el seno de una familia pagana, hacia el año 120. Adquirió una magnífica cultura y, ya adulto, la lectura de las Sagradas Escrituras lo llevó a la fe cristiana. El año 169 fue elegido obispo de Antioquía de Siria. Gobernó con prudencia y sabiduría su iglesia, y escribió varias obras llenas de sabiduría y erudición, de las que ha llegado hasta nosotros la que se titula Los tres libros a Autólico. Combatió enérgicamente la herejía de Marción. Murió hacia el año 185.

San Venancio de Tours. Contrajo matrimonio en su juventud. Al visitar la basílica de san Martín, quedó impresionado por la vida de los monjes y, con el permiso de su esposa, se unió a ellos para vivir sólo para Cristo. Murió en Tours (Francia) en el siglo V.

Beato Florencio Miguel García Arce. Nació en Carcedo de Bureba (Burgos) en 1908. Ingresó en el noviciado de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1924. En 1933 lo destinaron a Berga (Barcelona), donde le sorprendió la persecución religiosa. Pudo alojarse en una casa de campo, propiedad de un ex alumno; pero ante las amenazas que hicieron al dueño, optó por marchar a Barcelona. El 13 de octubre de 1936, al ir a tomar el tren para Valencia, los milicianos lo detuvieron; lo habían estado siguiendo. Después de interrogarle, lo fusilaron en Barcelona aquel mismo día.

Beatos Ludovico María Ayet Canós y Ángel María Presta Batlle, religiosos Carmelitas. El 21-VII-1936, al principio de la persecución religiosa, los detuvieron en Tarrasa (Barcelona); el 13 de agosto los trasladaron con otros presos a la cárcel Modelo de Barcelona, y el 13-X-1936 los fusilaron en el cementerio clandestino de Tarrasa. Ludovico nació en Villarreal (Castellón) en 1886, estudió en los franciscanos, de joven ayudó a su padre en las labores del campo, colaboró en la catequesis y, a los 19 años, ingresó en la Orden del Carmen como hermano laico. Estuvo destinado en Puerto Rico y Venezuela. En julio de 1936 estaba en el convento de Barcelona y fue a Tarrasa a preparar la fiesta del Carmen. Ángel nació en Olot (Gerona) en 1915. Vistió el hábito de la Orden del Carmen en 1930, y al año siguiente comenzó el primer curso de filosofía, pero, antes de finalizarlo, por su dificultad en los estudios, pidió seguir en la Orden como hermano laico, y repitió el noviciado. El 22-VII-1935 lo enviaron a Tarrasa con el oficio de cocinero.

Beata Magdalena Panatieri. Nació en Trino (Piamonte, Italia) el año 1443. Desde joven destacó por sus obras de misericordia, pero fue sobre todo una maestra de espiritualidad. Ingresó en la Tercera Orden de Santo Domingo, cuyo hábito vistió, y siguió un camino intenso de oración y penitencia. Llevó vida en comunidad con algunas compañeras que se le unieron. Sus instrucciones y su orientación espiritual atraían incluso a clérigos y a religiosos. Socorría generosamente a pobres y enfermos, privándose ella aun de lo necesario. Murió en su pueblo natal el año 1503.

Beato Pierre-Adrien Toulorge. Nació en Muneville-le-Bingard (Francia) el año 1757 de padres campesinos. Estudió en el seminario de Coutances y recibió la ordenación sacerdotal en 1781. Entró en el monasterio premostratense de Blanchelande el año 1786. En la persecución religiosa desatada con la Revolución Francesa, emigró a la isla inglesa de Jersey, pero pronto regresó a Francia, donde siguió ejerciendo el apostolado clandestinamente. Lo detuvieron en 1793 y, por ser sacerdote y como emigrante que había vuelto a su patria, realidad que no quiso negar, lo guillotinaron en Coutances el 13-X-1793. Beatificado en 2012.

Beatos Tomás Pallarés y Salustiano González, mártires, Paúles. Durante la revolución de octubre de 1934 en Asturias (España), el seminario diocesano de Oviedo fue asaltado por los revolucionarios, que encerraron en una cárcel improvisada a muchos sacerdotes y religiosos, y los torturaron. El 13 de octubre de 1934 los comunistas volaron la cárcel llena de presos con dinamita, y en la hecatombe murieron nuestros dos mártires. Tomás Pallarés nació en La Iglesuela del Cid (Teruel) en 1890. Profesó en 1908 y fue ordenado sacerdote en 1915. Su primer y principal ministerio fueron las misiones populares. Ocupó cargos de autoridad. En 1930 lo enviaron al seminario diocesano de Oviedo, confiado a los paúles, primero como mayordomo y después como director espiritual y vicerrector. Salustiano González nació en Tapia de la Ribera (León) en 1871. Profesó como hermano coadjutor en 1896. Se dedicó a servicios auxiliares. Estuvo muchos años en Canarias. Su último destino fue el seminario diocesano de Oviedo como cocinero y portero. Era un hombre sencillo y bondadoso, muy querido de los seminaristas y de los pobres.- Beatificados el 13-X-2013.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

San Pablo escribió a los Corintios: «El mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden; pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, frustraré la sagacidad de los sagaces. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el docto? ¿Dónde está el sofista de este tiempo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?» (1 Cor 1,18-20).

Pensamiento franciscano:

Dice san Francisco en su Carta a toda la Orden: «Inclinad el oído de vuestro corazón y obedeced a la voz del Hijo de Dios. Guardad en todo vuestro corazón sus mandamientos y cumplid perfectamente sus consejos. Confesadlo, porque es bueno, y ensalzadlo en vuestras obras; porque por esa razón os ha enviado al mundo entero, para que de palabra y de obra deis testimonio de su voz y hagáis saber a todos que no hay omnipotente sino él» (CtaO 5-9).

Orar con la Iglesia:

Oremos a Cristo, el Señor, que murió y resucitó por nosotros.

-Oh Cristo, luz y salvación de todos los pueblos, derrama el fuego de tu Espíritu sobre los cristianos, llamados a ser testigos de tu resurrección.

-Que el pueblo de Israel te reconozca como el Mesías de su esperanza, y toda la tierra se llene del conocimiento de tu gloria.

-Consérvanos, Señor Jesús, en la unidad y comunión de tu Iglesia para que el mundo crea que el Padre te ha enviado.

-Tú, que has vencido la muerte, destruye en nosotros el poder del mal, y sana las heridas que el enemigo o nosotros mismos nos hemos causado.

Oración: Señor Jesucristo, que has manifestado tu gloria a todas las naciones, vela solícito por la obra de tu amor, para que la Iglesia persevere en la confesión de tu nombre. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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LA VERDADERA SABIDURÍA
Benedicto XVI, Ángelus del 20 de septiembre de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy, para la acostumbrada reflexión dominical, tomo como punto de partida el pasaje de la carta de Santiago (3,16-4,3) que nos presenta la liturgia del día (Domingo XXV-B), y me detengo, en particular, en una expresión que impresiona por su belleza y su actualidad. Se trata de la descripción de la verdadera sabiduría, que el Apóstol contrapone a la falsa. Mientras esta última es «terrena, material, demoníaca», y se reconoce por el hecho de que provoca envidias, rencillas, desorden y toda clase de maldad, en cambio, «la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía». Una lista de siete cualidades, según el uso bíblico, en la que destacan la perfección de la auténtica sabiduría y los efectos positivos que produce.

Como primera y principal cualidad, presentada casi como una premisa de las demás, Santiago cita la «pureza», es decir, la santidad, el reflejo trasparente, por decir así, de Dios en el alma humana. Y, como Dios de quien procede, la sabiduría no necesita imponerse con la fuerza, pues tiene el vigor invencible de la verdad y del amor, que se afirma por sí mismo. Por eso es pacífica, dócil, complaciente; no es parcial y no recurre a mentiras; es indulgente y generosa; se reconoce por los buenos frutos que suscita en abundancia.

¿Por qué no detenerse a contemplar de vez en cuando la belleza de esta sabiduría? ¿Por qué no sacar del manantial incontaminado del amor de Dios la sabiduría del corazón, que nos desintoxica de las escorias de la mentira y el egoísmo? Esto vale para todos, pero en primer lugar para quien está llamado a ser promotor y «tejedor» de paz en las comunidades religiosas y civiles, en las relaciones sociales y políticas, y en las relaciones internacionales. En nuestros días, quizá en parte a causa de ciertas dinámicas propias de las sociedades de masa, se constata con frecuencia una falta de respeto por la verdad y la palabra dada, junto a una generalizada tendencia a la agresividad, al odio y a la venganza.

«El fruto de la justicia -escribe Santiago- se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz». Pero para realizar obras de paz hay que ser hombres de paz, entrando en la escuela de la «sabiduría que desciende de lo alto» para asimilar sus cualidades y producir sus efectos. Si cada quien, en su propio ambiente, lograra rechazar la mentira y la violencia en las intenciones, en las palabras y en las acciones, cultivando con esmero sentimientos de respeto, de comprensión y de estima por los demás, quizá no resolvería todos los problemas de la vida cotidiana, pero podría afrontarlos con más serenidad y eficacia.

Queridos amigos, una vez más la sagrada Escritura nos ha llevado a reflexionar sobre aspectos morales de la existencia humana, pero a partir de una realidad que precede a la moral misma, es decir, la verdadera sabiduría. Pidamos a Dios con confianza la sabiduría del corazón por intercesión de Aquella que acogió en su seno y engendró a la Sabiduría encarnada, Jesucristo, nuestro Señor. ¡María, Sede de la Sabiduría, ruega por nosotros!

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LA HUMILDAD ES EL FUNDAMENTO
DE TODAS LAS VIRTUDES

San Basilio Magno, Homilía sobre la perfección espiritual

El alma es imagen del cielo, en donde habita Dios; el cuerpo está formado de la tierra, en la que moran los hombres y los animales. Las apetencias de nuestro cuerpo deben someterse a las exigencias del espíritu de oración, y sobreponerse a las primeras, para hallarse liberados y entregarse con mayor facilidad al ejercicio de las buenas obras.

Entra a orar en el secreto de tu alma, que en la soledad habla Dios, el cual se encarga después de premiar con largueza estos silencios. Utilísima sabiduría es hacer acopio para los tiempos de escasez. Las ardientes exhortaciones que pronuncies mientras te dedicas a las obras de apostolado, que se complementen con el trabajo manual y corporal; con ello, la sal de tus sudores confirmará el amor que demuestras en tu servicio a los demás y les convencerás más fácilmente.

No permitas que hagan los demás lo que cumple que hagas tú; de otro modo, ellos se llevarán el honor y la recompensa que estaban destinados para ti.

Tiene suma importancia servir a los demás: así se conquista el reino de los cielos. Este servicio desinteresado sirve de alimento de las restantes virtudes, y Cristo lo recomendó constantemente a sus discípulos. La primera virtud que proviene del servicio a los demás es la humildad, que se convierte en fundamento y fuente abundante donde se alimentan las demás virtudes. Las palabras de Jesús vienen espontáneas a la mente: Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; forastero, enfermo y preso, me visitasteis.

Debe resaltar principalmente la humildad cuando prestas tus favores en cargos públicos, en donde toda apariencia de altanería, desenfado o autosuficiencia causan graves molestias. Busca la compañía de los mejores e imítalos, conservando en tu corazón sus palabras y buenos ejemplos; incorpórate al grupo de las minorías, porque el bien abunda poco y porque son pocos los que arrebatan el reino. Muchos empiezan el camino de la santidad; pocos, sin embargo, perseveran en alcanzarla. Los que se hacen violencia por el reino, lo conquistan, y son palabras del Evangelio. Al decir hacer violencia, me refiero a los que hacen penitencia, buscan seguir las huellas de Cristo, se olvidan de sus gustos y del descanso para cumplir los mandatos de Jesús.

Si quieres alcanzar el reino de Dios, hazte violencia y somete tu voluntad al suave yugo de Cristo.

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ACCIÓN Y CONTEMPLACIÓN
SEGÚN LOS ESCRITOS DE SAN FRANCISCO

por Martin Steiner, OFM

1) Espiritualidad de la acción (I)

Pongámonos primeramente a la escucha de Francisco que nos inculca la necesidad, si no la prioridad, de la acción.

La Admonición 6 nos prueba cuán profundamente Francisco mismo vivió la problemática de su tiempo: de un lado, la santidad de la Iglesia primitiva en la que se caminó tras las huellas del Buen Pastor en medio de persecuciones y de pruebas de toda clase; de otro lado, la Iglesia de su tiempo en la que se contentaban con explotar las acciones del pasado en un espíritu triunfalista, sin la menor preocupación por imitarlas. Pero Francisco no lanza ninguna diatriba contra su Iglesia; prefiere acusarse a sí mismo con sus hermanos: «Por eso es grandemente vergonzoso para nosotros los siervos de Dios que los santos hicieron las obras, y nosotros, con narrarlas, queremos recibir gloria y honor» (Adm 6,3).

Con una insistencia incansable Francisco vuelve sobre esta necesidad de la acción. No conoce otra Regla de Vida para él y para sus hermanos que la de «seguir la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo» (1 R 1,2), «seguir la vida y pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo» (UltVol), «guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (2 R 1,1). Pero él sabe que en materia de vida evangélica fácilmente se relame uno con las palabras. De ahí que no cese de recordar que la vida evangélica y el seguimiento de Cristo, tal como él los presenta en la Regla y en los otros Escritos, no existen fuera de una acción evangélica: «Y suplico a Dios que Él mismo, que es omnipotente, trino y uno, bendiga a todos los que enseñan, aprenden, tienen, recuerdan y practican estas cosas, cuantas veces repiten y hacen las cosas que aquí están escritas para la salud de nuestra alma» (1 R 24,2). Enseñar, repetir, aprender... todo está ordenado a este fin: la acción. ¡Se trata de realizar, de hacer!

También al final del Testamento, hecho con miras a una observancia «más católica» de la Regla, «médula» del Evangelio, Francisco prohíbe las glosas edulcorantes y añade: «Así como me dio el Señor decir y escribir sencilla y puramente la Regla y estas palabras, del mismo modo las entendáis sencillamente y sin glosas, y las guardéis con obras santas hasta el fin» (Test 39).

A los fieles, a quienes también invita a seguir a Cristo, Francisco les dirige la misma exhortación de no limitarse a hermosos pensamientos, sino de pasar a la acción: con toda la humildad y todo el amor de que es capaz, en términos que sólo emplea cuando se ventilan asuntos de capital importancia, les suplica a todos que se sientan «obligados a acoger, a poner por obra y guardar, con humildad y amor, estas palabras y las demás de nuestro Señor Jesucristo». Una variante del texto añade: «...guardarlas con santas obras (apud se retineant cum sancta operatione), porque son espíritu y vida» (2CtaF 87). Auténtica o no, esta variante expresa un pensamiento caro a Francisco: la puesta en práctica es el único medio de guardar auténticamente las palabras de Cristo, si no, su mismo sentido acaba por hacérsenos obscuro y escapársenos.

La forma de vida evangélica y el seguimiento tras las huellas de Cristo suponen una decisión, la que el Nuevo Testamento llama «metánoia», conversión, penitencia. Para inculcar su necesidad a todos, Francisco recuerda por dos veces el texto evangélico que mejor recuerda que esa decisión debe traducirse en obras: «Haced frutos dignos de penitencia», por tanto: testimoniad con vuestras obras la seriedad de vuestra conversión (1 R 21,3; 2CtaF 25).

[Cf. el texto completo en Selecciones de Franciscanismo, núm. 22 (1979) 117-131]

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