DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 12 DE OCTUBRE

 

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NUESTRA SEÑORA DEL PILAR. Según una piadosa y venerable tradición, la Virgen María, que aún vivía en carne mortal, se apareció, rodeada de ángeles y asentada sobre un pilar de mármol, al apóstol Santiago el Mayor que se hallaba predicando la fe cristiana a orillas del río Ebro en Zaragoza. Desde antiguo los cristianos levantaron allí una ermita en honor de la Madre de Dios, que con el correr de los siglos se ha convertido en una grandiosa basílica qua acoge a innumerables fieles de todo el mundo. La advocación de la Virgen del Pilar ha sido y es objeto de un especial culto por parte de los aragoneses y de todos los españoles, y tiene una gran repercusión en América, descubierta por Colón el 12 de octubre de 1492. En la celebración de esta fiesta de la Virgen predomina la idea de su presencia materna en la Iglesia y de la firmeza que su intercesión y devoción procura al pueblo de Dios.- Oración: Dios todopoderoso y eterno, que en la gloriosa Madre de tu Hijo has concedido un amparo celestial a cuantos la invocan con la secular advocación del Pilar, concédenos, por su intercesión, fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

SAN SERAFÍN DE MONTEGRANARO . Nació el año 1540 en Montegranaro (Las Marcas, Italia), de familia muy pobre. Desde niño fue pastor asalariado y luego peón de albañil. A los dieciocho años entró como hermano lego en los capuchinos, y la obediencia lo fue cambiando de un convento a otro, pues en todos se convencían de su ineptitud para los oficios más humildes que se le confiaban: cocinero, portero, hortelano, limosnero, etc., lo que le valió no pocas reprimendas y humillaciones. Al mismo tiempo destacó por su humildad y simplicidad, su laboriosidad y profunda piedad, envuelto todo ello en una constante alegría espiritual. Su fama de santidad fue creciendo y a él acudía multitud de gente. Tenía preferencia por los pobres y acogía con gran caridad y comprensión a los pecadores. Era analfabeto, pero progresó mucho contemplando la pasión de Cristo y a la Virgen Dolorosa. Murió en Áscoli Piceno el 12 de octubre de 1604.- Oración Padre de bondad, que en el bienaventurado Serafín, lleno de los dones del Espíritu, nos dejaste un testimonio admirable de las riquezas del corazón de Cristo, concédenos la gracia de su sabiduría y vivir en plenitud el Evangelio que nos anunció tu Hijo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

BEATO TOMÁS BULLAKER . Nació en Chichester (Sussex, Inglaterra) en torno al año 1603-1604. Decidido a seguir la vocación sacerdotal, para cursar los estudios correspondientes se trasladó a Valladolid (España), donde ingresó en la Orden franciscana, en el convento del Abrojo, perteneciente a la Provincia de la Concepción. Ordenado de sacerdote, pidió ir como misionero a las Indias, pero los superiores consideraron preferible que regresara a Inglaterra. Así lo hizo, pero pronto fue detenido y encarcelado en Exeter. Liberado por influencias, se dedicó a su ministerio. Cuando se preparaba para volver a España, vio que arreciaba la persecución en su patria, por lo que decidió quedarse allí. En 1640 lo nombraron superior del convento de Oxford, luego marchó a Londres a trabajar apostólicamente y pronto lo detuvieron. En el proceso declaró con entereza y alegría que era católico y sacerdote. Fue ahorcado y luego descuartizado en la plaza de Tyburn (Londres) el 12 de octubre de 1642.

BEATO PACÍFICO DE VALENCIA (de pila, Pedro Salcedo Puchades). Nació en Castellar-Valencia el 24 de febrero de 1874, y fue fusilado en Monteolivete-Valencia el 12 de octubre de 1936. Profesó en la Orden Capuchina como hermano laico el 21 de junio de 1900. Durante toda su vida religiosa fue limosnero para el convento de Massamagrell, en el que estaba el Seminario Seráfico de su Provincia, edificando a todos con su ejemplo de bondad y sencillez. Cuando se cerró el convento por la persecución religiosa, se refugió en casa de un hermano suyo. Allí llegaron los milicianos la noche del 12 de octubre de 1936, y ante los requerimientos de los verdugos se presentó fray Pacífico diciendo: «Soy yo». Se lo llevaron a empujones y culatazos de fusil, mientras él rezaba el Rosario, y en la orilla del río Turia lo fusilaron. Es uno de los mártires valencianos beatificados por Juan Pablo II en 2001.

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Santa Domnina. El año 304, en Anazarbe o Ainvarza de Cilicia, en la actual Turquía, bajo el emperador Diocleciano y el prefecto Licias, después de haber sufrido muchos tormentos, entregó en la cárcel su espíritu a Dios.

San Félix IV, papa del año 526 al año 530. Era oriundo de Benevento y el rey Teodorico influyó en su elección para sucesor de San Pedro. A petición de san Cesáreo de Arlés, intervino contra los pelagianos que habían suscitado de nuevo la controversia sobre la gracia; en su escrito es patente la influencia de san Agustín. Convirtió dos templos paganos del Foro romano en la basílica dedicada a los santos Cosme y Damián. Murió en Roma y fue sepultado en San Pedro.

San Hedisto. Sufrió el martirio en la Vía Laurentina de Roma, en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana.

Santos Mártires de África. Conmemoración de los 4966 santos mártires y confesores de la fe, que el año 486 murieron en la persecución desencadenada por los vándalos en África, donde, por mandato del rey arriano Hunerico, obispos, presbíteros y diáconos de la Iglesia de Dios, junto con una muchedumbre de fieles, en odio a la fe católica fueron confinados en un horrible desierto, mientras algunos otros consumaban su martirio en medio de variados tormentos, como los obispos Cipriano y Félix, invictos sacerdotes del Señor.

San Maximiliano. Fue obispo de Lorch (Alemania) y murió en Cilli, territorio de Estiria, el año 684.

San Opilión. Diácono de Piacenza, en la región de Emilia-Romaña (Italia), en el siglo V.

San Rotobaldo. Elegido obispo de Pavía (Italia) el año 1230, desarrolló una gran actividad apostólica y caritativa. Llamó a su diócesis a franciscanos y dominicos. Junto al papa Gregorio IX predicó la cruzada contra Federico II, lo que le valió la cárcel. Se entregó después a reconciliar al emperador con Inocencio IV. Murió en Pavía el año 1254.

Beato Eufrasio del Niño Jesús Barredo Fernández. Nació en Cancienes, provincia de Asturias en España, el año 1897. Hizo la profesión religiosa en los Carmelitas Descalzos en 1916 y se ordenó de sacerdote en 1922. Estuvo en Cracovia (Polonia) de 1926 a 1928. Después lo destinaron a Burgos como director de unas revistas y 1929 llegó a Oviedo como profesor de teología. El 5 de octubre de 1934 estalló la revolución en Asturias. Él trató de huir por la alta tapia de la huerta, pero cayó y se luxó una cadera, lo que le obligó a ir al hospital. Los milicianos lo arrancaron de la cama y lo condujeron al Mercado Viejo de Oviedo, donde lo fusilaron el 12 de octubre de 1934. Antes, él perdonó a los asesinos y gritó: «¡Viva Cristo Rey!».

Beato José González Huguet. Nació en Alacuás, provincia de Valencia en España, el año 1874. Estudió en el seminario de Valencia y se ordenó de sacerdote en 1898. Prestó servicio en varias parroquias y finalmente lo nombraron párroco de Cheste, donde permaneció 25 años. Cuando se desató la persecución religiosa, tuvo que dejar la parroquia y buscó refugio en su pueblo. Pero, amenazada la familia que lo había ocultado, él mismo se presentó a las autoridades republicanas. Lo encarcelaron. Para forzarlo a que les dijera cosas que sabía por confesión, lo sometieron a cruel y prolongado martirio, lleno de torturas y vejaciones. Por último lo acribillaron a balazos en el término de Ribarroja del Turia (Valencia). Era el año 1936.

Beato Román Sitko. Nació en Polonia el año 1880, estudió en el seminario diocesano de Tarnów y, ordenado de sacerdote, estuvo trabajando en el ministerio parroquial hasta que el obispo le confió el cargo de rector del seminario. Había sido un buen pastor, y fue un excelente formador. Cuando los nazis cerraron el seminario, él siguió desarrollando su trabajo en la clandestinidad. Detenido por la policía nazi en 1941, lo condenaron al internamiento en el campo de concentración de Oswiecim-Auschwitz, cerca de Cracovia (Polonia), donde murió el 12 de octubre de 1942.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

«Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial. Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: " ¡Abbá, Padre!". Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios» (Gál 4,4-7).

Pensamiento franciscano:

San Francisco decía y repetía a sus hermanos: «Tanto sabe el hombre cuanto obra; y tanto sabe obrar un religioso, cuanto practica». Como si dijera: Al buen árbol no se le conoce sino por sus frutos (LP 105).

Orar con la Iglesia:

Invoquemos la misericordia del Señor, confiados hoy especialmente en la intercesión de Nuestra Señora del Pilar, y ofrezcámosle nuestras obras y propósitos.

-Tú, Dios Padre, que elegiste a la Virgen María como santa morada para tu Hijo, haz de nosotros templos del Espíritu Santo.

-Padre de sabiduría, a ejemplo de María que guardaba en su corazón los gestos y palabras de Jesús, concédenos saber guardar tu palabra en un corazón puro y acogedor.

-Rey de reyes y dueño del mundo, que has glorificado a María en su cuerpo y en su alma, inclina nuestros deseos hacia las realidades eternas.

-Tú, Jesús, nos has dado en la Virgen María una madre, haz que, de palabra y de obra, vivamos como verdaderos hijos suyos.

Oración: Dios, Padre de las misericordias, que fundaste tu pueblo bajo el singular patrocinio de la Madre de tu Hijo, concede a todos los que la invocan con el nombre de Virgen del Pilar, que busquen y procuren el bien de sus hermanos con sencillez y amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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EFICACIA PASTORAL
DEL CULTO TRIBUTADO A LA VIRGEN

De la exhortación apostólica "Marialis cultus" de S. S. Pablo VI

56. La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano. La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar -desde el saludo y bendición de Isabel hasta las expresiones de alabanza y súplica de nuestro tiempo- constituye un sólido testimonio de su norma de oración, lex orandi, y una invitación a reavivar en las conciencias su norma de fe, lex credendi. Viceversa: la lex credendi de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana su lex orandi en relación con la Madre de Cristo. Este culto a la Virgen tiene raíces profundas en la palabra revelada a la vez que sólidos fundamentos dogmáticos:

La singular dignidad de María «Madre del Hijo de Dios y, por lo mismo, Hija predilecta del Padre y templo del Espíritu Santo; por tal don de gracia especial aventaja con mucho a todas las demás criaturas, celestiales y terrestres»; su cooperación en momentos decisivos de la obra de la salvación llevada a cabo por el Hijo; su santidad, ya plena en el momento de la Concepción Inmaculada y no obstante creciente a medida que se adhería a la voluntad del Padre y recorría la vía de sufrimiento, progresando constantemente en la fe, la esperanza y la caridad; su misión y condición única en el Pueblo de Dios, del que es al mismo tiempo miembro eminentísimo, ejemplar acabadísimo y Madre amantísima; su incesante y eficaz intercesión mediante la cual, aun habiendo sido asunta al cielo, sigue cercanísima a los fieles que le suplican, aun a aquellos que ignoran que son hijos suyos; su gloria que ennoblece a todo el género humano, como lo expreso maravillosamente el poeta Dante: «Tú eres aquella que ennobleció tanto la naturaleza humana, que su hacedor no desdeñó convertirse en hechura tuya». María, en efecto, es de nuestra estirpe, verdadera hija de Eva, aunque ajena a la mancha de esta madre, y verdadera hermana nuestra, que ha compartido en todo, como mujer humilde y pobre, nuestra condición.

Añadiremos que el culto a la bienaventurada Virgen María tiene su razón última en el designio insondable y libre de Dios, el cual siendo caridad eterna y divina, lleva a cabo todo según un designio de amor: la amó y obró en ella maravillas; la amó por sí mismo y la amó también por nosotros; se la dio a sí mismo y nos la dio a nosotros.

57. La misión maternal de la Virgen empuja al Pueblo de Dios a dirigirse con filial confianza a Aquella que está siempre dispuesta a acogerlo con afecto de madre y con eficaz ayuda de auxiliadora; por eso el Pueblo de Dios la invoca como «Consoladora de los afligidos, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores», para obtener consuelo en la tribulación, alivio en la enfermedad, fuerza liberadora en el pecado; porque ella, la libre de todo pecado, conduce a sus hijos a vencer con enérgica determinación el pecado. Y, hay que afirmarlo nuevamente, dicha liberación del pecado es la condición necesaria para toda renovación de las costumbres cristianas.

La santidad ejemplar de la Virgen mueve a los fieles a levantar los ojos a María, «que brilla como modelo de virtud ante toda la comunidad de los elegidos». Se trata de virtudes sólidas, evangélicas: la fe y la dócil aceptación de la palabra de Dios; la obediencia generosa; la humildad sencilla; la caridad solícita; la sabiduría reflexiva; la piedad hacia Dios, pronta al cumplimiento de los deberes religiosos, agradecida por los bienes recibidos, que ofrece en el templo, que ora en la comunidad apostólica; la fortaleza en el destierro, en el sufrimiento; la pobreza llevada con dignidad y confianza en el Señor; el vigilante cuidado hacia el Hijo desde la humildad de la cuna hasta la ignominia de la cruz; la delicadeza previsora; la pureza virginal; el fuerte y casto amor esponsal.

De estas virtudes de la Madre se adornarán los hijos que con tenaz propósito contemplan sus ejemplos para reproducirlos en la propia vida. Y tal progreso en la virtud aparecerá como consecuencia y fruto maduro de aquella fuerza pastoral que brota del culto tributado a la Virgen.

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EL PILAR, LUGAR PRIVILEGIADO
DE ORACIÓN Y ACCIÓN DE GRACIAS

Elogio de nuestra Señora del Pilar

Según una piadosa y antigua tradición, ya desde los albores de su conversión, los primitivos cristianos levantaron una ermita en honor de la Virgen María a las orillas del Ebro, en la ciudad de Zaragoza. La primitiva y pequeña capilla, con el correr de los siglos, se ha convertido hoy en una basílica grandiosa que acoge, como centro vivo y permanente de peregrinaciones, a innumerables fieles que, desde todas las partes del mundo, vienen a rezar a la Virgen y a venerar su Pilar.

La advocación de nuestra Señora del Pilar ha sido objeto de un especial culto por parte de los españoles: difícilmente podrá encontrarse en el amplio territorio patrio un pueblo que no guarde con amor la pequeña imagen sobre la santa columna. Muchas instituciones la veneran también como patrona.

Muy por encima de milagros espectaculares, de manifestaciones clamorosas y de organizaciones masivas, la Virgen del Pilar es invocada como refugio de pecadores, consoladora de los afligidos, madre de España. Su quehacer es, sobre todo, espiritual. Y su basílica, en Zaragoza, es un lugar privilegiado de oración, donde sopla con fuerza el Espíritu.

La devoción al Pilar tiene una gran repercusión en Iberoamérica, cuyas naciones celebran la fiesta del descubrimiento de su continente el día doce de octubre, es decir, el mismo día del Pilar. Como prueba de su devoción a la Virgen, los numerosos mantos que cubren la sagrada imagen y las banderas que hacen guardia de honor a la Señora ante su santa capilla testimonian la vinculación fraterna que Iberoamérica tiene, por el Pilar, con la patria española.

Abierta la basílica durante todo el día, jamás faltan fieles que llegan al Pilar en busca de reconciliación, gracia y diálogo con Dios.

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ACCIÓN Y CONTEMPLACIÓN
SEGÚN LOS ESCRITOS DE SAN FRANCISCO

por Martin Steiner, OFM

Experimentamos una necesidad profunda de unidad en nuestra vida. Queremos evitar una vida dividida en compartimentos. Por un lado, tiempos de oración explícita -oración litúrgica y oración personal-; por otro, la acción al servicio de los hombres en la Iglesia y para el mundo: he ahí una concepción que rechazamos. Por otra parte, ciertas maneras de concebir la unidad entre estos dos componentes de nuestra vida no nos satisfacen. Así, el adagio: «¡Trabajar es también orar!», es verdadero, sin duda, bajo ciertas condiciones; hemos experimentado, con todo, que no es fácil vivirlo y que con demasiada frecuencia se convierte en un eslogan vacío de sentido. Asimismo, considerar la oración común o silenciosa como la ocasión de llenarnos interiormente para estar en condiciones de entregarnos enseguida a la acción, para luego tomar de nuevo fuerzas junto a los recursos ilimitados de la vida divina mediante el retorno a un tiempo de oración: he ahí otra manera de ver las cosas que no nos satisface.

La revelación de Jesús a la Samaritana nos parece mucho más profunda: «El que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial de agua viva que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,13). El manantial no conoce un ritmo de don y de recuperación. El manantial sólo es tal en su continuo brotar. La imagen evoca una vida que se realimenta en el don mismo, en la acción misma. Entiéndasenos bien. No se trata de negar la importancia irreemplazable de los tiempos de oración explícita. Pero, sin duda, ciertas actitudes nos permitirían vivir de manera más satisfactoria la tensión inevitable entre acción y contemplación. Las que Francisco nos revela y nos recomienda en sus escritos parecen particularmente fecundas.

Se impone una primera constatación: para Francisco, una actitud sólo era auténtica si se traducía en actos, una convicción sólo era profunda si se manifestaba en una acción apropiada, una enseñanza sólo podía acreditarle si primero se había dado con el ejemplo. De este modo, Francisco aparece sorprendentemente actual. ¿No estamos comprobando que los hombres de hoy, sobre todo los jóvenes, son mucho menos sensibles a una simple «ortodoxia» que a una «ortopraxis»? Al fin de cuentas, la precisión del pensamiento les importa menos que la autenticidad de la acción. O, por lo menos, para ellos, sólo la segunda puede dar peso a la primera.

Francisco vivió en un mundo de exigencias muy semejantes. Eran muchos, en particular, los que se planteaban la cuestión: ¿dónde está la Iglesia verdadera? ¿Es la antigua Iglesia que invoca la sucesión apostólica, garantizada por una transmisión de poderes mediante un rito de ordenación, pero cuyos miembros aliaban con mucha frecuencia a su preocupación por la ortodoxia un estilo de vida mundano? ¿No conviene más bien buscarla en grupos marginados, condenados tal vez por la Iglesia en nombre de la ortodoxia, pero que han vuelto al estilo de vida de la Iglesia apostólica? La actitud de Francisco quizás no se inspira en una voluntad explícita de dar una respuesta a esta cuestión acongojarte de su tiempo. Y, sin embargo, su ortopraxis, vivida en el seno de la Iglesia, constituyó por sí misma la mejor respuesta a ese interrogante de tantos de sus contemporáneos.

[Cf. el texto completo en Selecciones de Franciscanismo, núm. 22 (1979) 117-131]

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