DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 2 DE OCTUBRE

 

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SANTOS ÁNGELES CUSTODIOS. La tradición bíblica nos presenta a los ángeles como ministros o funcionarios de Dios, mensajeros de su voluntad y ejecutores de sus órdenes, que por designio divino son los custodios, guardianes o protectores de los hombres. San Francisco de Asís, según nos cuenta su biógrafo Tomás de Celano, «tenía en muchísima veneración y amor a los ángeles, que están con nosotros en la lucha y van con nosotros entre las sombras de la muerte. Decía que a tales compañeros había que venerarlos en todo lugar; que había que invocar, cuando menos, a los que son nuestros custodios. Enseñaba a no ofender la vista de ellos y a no osar hacer en su presencia lo que no se haría delante de los hombres. Y porque en el coro o capilla se salmodia en presencia de los ángeles, quería que todos cuantos hermanos pudieran se reunieran en el coro y salmodiaran allí con devoción» (2 Cel 197).- Oración : Oh Dios, que en tu providencia amorosa te has dignado enviar para nuestra custodia a tus santos ángeles, concédenos, atento a nuestras súplicas, vernos siempre defendidos por su protección y gozar eternamente de su compañía. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

BEATO ANTONIO CHEVRIER. Nació en Lyon el año 1826. Recibió la ordenación sacerdotal en 1850 y ejerció el ministerio pastoral en barriadas obreras de su ciudad natal. En las inundaciones de 1856 compartió la situación de los desheredados. Alquiló un salón de baile en el que estableció la «Providencia del Prado», alojamiento para niños y adolescentes pobres. Exonerado de las tareas parroquiales en 1871, se ocupó de la formación de sacerdotes pobres, que se dedicaran a evangelizar a los pobres. Murió en Prado (Lyon) el 2 de octubre de 1879. La espiritualidad del P. Chevrier, que perteneció a la Tercera Orden Franciscana y fundó el Instituto del Prado, es muy afín a la de san Francisco de Asís en el amor a la pobreza, la fraternidad y la minoridad, el servicio a los más pobres y desamparados de la sociedad. Se le llama el «San Francisco de la era industrial». En su beatificación, Juan Pablo II lo comparaba con San Francisco y con el Cura de Ars.

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San Beregiso. Fundó un monasterio de canónigos regulares en Andage, en las Ardenas (Bélgica), del que fue abad diligente. Murió el año 725.

San Eleuterio. Fue martirizado en Nicomedia de Bitinia (en la actual Turquía), en el siglo III/IV.

Santa Juana Emilia de Villeneuve. Nació en Toulouse (Francia) el año 1811, hija de los condes de Villeneuve, y se crió en su castillo de Hauterive, cerca de Castres. A los 25 años fundó la Congregación de la Inmaculada Concepción, y sus religiosas fueron conocidas enseguida como las «Hermanas azules». La fundadora deseaba estar al lado de los pobres, los enfermos, los prisioneros, las prostitutas, y demostrarles que Dios los ama. Y quería tener con todos ellos una relación de cercanía, de igual a igual, para restituirles su dignidad de personas. La primera comunidad se estableció en Castres, pero la Congregación se extendió pronto incluso en las misiones. Murió contagiada de cólera en Castres el año 1854. Canonizada el 17-V-2015.

San Leodegario. Nació en Alsacia de familia aristocrática hacia el año 615. Se crió en Poitiers y allí se ordenó de sacerdote y abrazó la vida monástica. Fue consejero de la reina santa Bathild y tutor de sus hijos. El año 663 fue elegido obispo de Autun. Luchó contra el maniqueísmo, reformó el clero, afianzó la disciplina de las casas religiosas, edificó iglesias, promovió la administración de los sacramentos, en particular el bautismo, organizó el socorro a los pobres. Por las intrigas entre las altas autoridades fue torturado y desterrado, hasta que Ebroino, mayordomo del rey Teodorico, lo mandó asesinar en territorio de Arrás el año 679. Con él se venera la memoria de su hermano san Gerino, mártir.

San Saturio. Nació en Soria (España) hacia el año 493. En su juventud eligió la vida eremítica en una montaña elevada contigua al río Duero, donde levantó un oratorio y llevó una vida consagrada a la contemplación y la penitencia. Admitió como discípulo a san Prudencio, futuro obispo de Tarazona, y lo dirigió en la vida eremítica. Cuando murió el año 568, Saturio estuvo acompañado de Prudencio, que le dio cristiana sepultura.

San Teófilo. Fue un monje de Constantinopla que, por defender el culto de las sagradas imágenes, fue encarcelado, cruelmente torturado y por último desterrado por el emperador León el Isáurico. Murió en el destierro el año 795.

San Ursicino. Se educó en el monasterio de San Lucio de Chur (Suiza). Fue obispo de Chur y murió el año 760 en el monasterio de Disentis, que él había fundado.

Beato Bartolomé Blanco Márquez, laico, cooperador salesiano. Nació en Pozoblanco, provincia de Córdoba (España), el año 1914. Frecuentó el colegio salesiano de su pueblo. Terminado el curso de especialización en el Instituto Social Obrero, se dedicó de lleno a la propaganda social católica. En la persecución religiosa española, fue arrestado en Pozoblanco como dirigente católico. Lo trasladaron a la cárcel de Jaén, y lo fusilaron el 2 de octubre de 1936 mientras gritaba con valentía: «¡Viva Cristo Rey!». Tenía 21 años. Fue beatificado en el 2007.

Beatos Elías y Juan Bautista Carbonell Mollá. Los hermanos Elías y Juan Bautista, sacerdotes seculares de la diócesis de Valencia (España), nacieron en Cocentaina (Alicante) y recibieron la palma del martirio en Sax (Alicante) el 2 de octubre de 1936. Elías nació en 1869, ingresó en el seminario de Valencia, se doctoró en teología y se ordenó de sacerdote en 1893. Ejerció el ministerio parroquial en su pueblo y sobresalió como orador sagrado. Juan nació en 1874, ingresó en el seminario de Orihuela, del que pasó al de Valencia, y recibió la ordenación sacerdotal en 1898. También ejerció el ministerio sacerdotal en Cocentaina. Era un buen organista. A los dos hermanos los detuvieron el 1 de octubre de 1936, y los fusilaron al día siguiente en la carretera, en el término de Sax, sin más motivo para su ejecución que su condición de sacerdotes.

Beato Enrique Sáiz Aparicio. Nació en Ubierna (Burgos) el año 1889. En 1909 hizo su profesión religiosa en los salesianos y en 1918 se ordenó de sacerdote. Su campo de apostolado fueron los colegios salesianos. Se distinguió por su piedad, celo y entrega sacerdotal. Fue un superior prudente y comprensivo a la vez que exigente. La persecución religiosa española le sorprendió en Carabanchel Alto (Madrid). El 20 de julio de 1936 los milicianos asaltaron su convento y detuvieron a los religiosos. Luego los soltaron y el P. Enrique se interesó por la suerte de todos. El 2 de octubre de 1936 los milicianos lo detuvieron y, sabiendo que era sacerdote, lo fusilaron en Carabanchel Alto. Fue beatificado el año 2007.

Beato Felipe González de Heredia. Nació en San Asensio (La Rioja) en 1889. Profesó en los Claretianos como hermano coadjutor el año 1909. Era humilde, servicial, amable, sacrificado, muy devoto del Corazón de María. Estaba en Ciudad Real cuando se desató la persecución religiosa en España. Se refugió en casa de su hermano, mientras sus compañeros eran detenidos y expulsados (cf. 28-VII). El 30-IX-1936 lo detuvieron y encerraron en la checa del seminario, y el 2 de octubre de 1936 los milicianos, tras un traslado cruel con pesadas torturas físicas y morales, lo asesinaron en el cementerio de Fernán Caballero (Ciudad Real). Beatificado el 13-X-2013.

Beatos Francisco Carceller Galindo e Isidoro Bover Oliver. Estos dos sacerdotes, el primero de la Orden de los Clérigos Regulares de las Escuelas Pías y el segundo de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos, durante la persecución religiosa del 36 en España, en odio al sacerdocio, fueron fusilados por los milicianos junto al muro del cementerio de Castellón de la Plana el 2 de octubre de 1936. Francisco nació en Forcall, provincia de Castellón, el año 1901 y de joven ingresó en los escolapios. Ordenado de sacerdote en 1925, se dedicó a la educación de la juventud en colegios de su Orden. Llegada la revolución, lo detuvieron en su pueblo. Isidoro nació en Vinaroz (Castellón) el año 1890, entró en la Hermandad de Operarios Diocesanos y se ordenó de sacerdote en 1912. Seguidamente estuvo dos años en México. De regreso en España lo destinaron a Tortosa, donde permaneció como prefecto y director espiritual hasta su muerte.

Beato Jorge Edmondo René. Nació en Vezelay (Francia) el año 1748. Se ordenó de sacerdote y fue canónigo en su ciudad. En la Revolución Francesa lo detuvieron y por negarse a prestar el juramento constitucional, le confiscaron los bienes y lo condenaron a la deportación. Lo encerraron en un pontón anclado frente a Rochefort. Murió agotado por la miseria y la enfermedad allí contraída el año 1794.

Beato Juan Beyzym. Nació en Polonia el año 1850. Ingresó en la Compañía de Jesús, se ordenó de sacerdote y estuvo varios años dedicado a la formación de la juventud en colegios jesuitas. En 1898 marchó a Madagascar y ejerció en toda la isla una intensa y fervorosa actividad en favor de los leprosos, a los que sirvió en el cuerpo y en el espíritu con gran celo y caridad. Construyó con las limosnas por él allegadas un hospital para 140 leprosos en Marana, cerca de Fianarantsoa, donde murió en 1912.

Beatos Luis, Lucía, Andrés y Francisco Yakichi. Eran una familia japonesa cristiana, Luis y Lucía esposos, Andrés y Francisco hijos suyos, el primero de ocho años y el segundo de cuatro. Luis era dueño de una barca y con ella quiso alejar al beato Luis Flores, que acababa de escapar de la cárcel. Los alcanzaron en su huida. Quisieron que Luis delatara a los instigadores de su acción, y no lo consiguieron aunque lo sometieron a crueles torturas. Condenaron a toda la familia, que permaneció firme en la fe. A la madre y a los dos hijos los decapitaron en presencia del padre, a quien seguidamente quemaron vivo. Esto sucedía en Nagasaki el año 1622.

Beata María Antonina Kratochwil. Nació en Moravia el año 1881. Estudió magisterio y trabajó como maestra tres años. Luego ingresó en la Congregación de Hermanas Escolásticas de Nuestra Señora, en la que profesó en 1910. Trabajó en distintos colegios. Cuando estalló la II Guerra Mundial estaba en Lvov, que quedó en la zona sometida a Rusia. Tuvieron que soportar muchas restricciones. En 1941 llegó la ocupación nazi. La detuvo la Gestapo y la llevó a la cárcel de Stanislawow en Polonia. Las duras condiciones de la prisión, los malos tratos y la enfermedad del tifus que contrajo la llevaron a un estado lamentable. La ingresaron en el hospital de la ciudad, pero murió una semana después, el 2 de octubre de 1942.

Beata María Guadalupe Ricart Olmos. Nació en Albal, cerca de Valencia (España), el año 1881. En su juventud ayudó a su madre viuda, llevó vida de piedad e hizo apostolado. A los quince años ingresó en el monasterio de las Siervas de María, en Valencia, en el que desempeñó diversos cargos, entre ellos el de priora y el de maestra de novicias. En 1936 las monjas tuvieron que dejar el monasterio y María Guadalupe marchó a su pueblo, a casa de una hermana suya. El 2 de octubre de 1936, muy de madrugada, se la llevaron los milicianos que la vejaron y la asesinaron con saña en el término municipal de Silla (Valencia).

Beatos Pedro Artolozaga Mellique y Manuel Borrajo Míguez, Salesianos. Son dos jóvenes salesianos, profesos, aspirantes al sacerdocio, que vieron interrumpida su carrera por la persecución religiosa desatada en España en julio de 1936. Primero fueron arrestados y luego liberados con la comunidad de Carabanchel Alto (Madrid), pero el 1 de octubre de 1936 fueron detenidos los dos, conducidos a la checa de Fomento, y al día siguiente martirizados en un descampado en la carretera de Andalucía-Madrid. Pedro Artolozaga nació en Erandio (Vizcaya) en 1913, profesó en 1931, y, cuando iba a empezar el estudio de la teología, lo fusilaron por ser religioso. Manuel Borrajo nació en Rudicio (Orense) en 1915, emitió la profesión en 1932, terminado el estudio de la filosofía lo destinaron a Salamanca para hacer el trienio de prácticas, que la persecución religiosa le impidió acabar.

Beatos Raimundo Joaquín Castaño y José María González. Estos dos sacerdotes dominicos fueron arrestados por los milicianos el 25 de agosto de 1936 en el convento de monjas dominicas de Quejana (Álava). Trasladados a Bilbao, fueron a parar al barco-prisión “Cabo Quilates”, fondeado en la ría de Bilbao, que convirtieron en campo de fecundo apostolado. Los sometieron con saña a malos tratos, humillaciones y burlas, y pretendieron, sin conseguirlo, que renegaran de su fe y que blasfemaran. El 2 de octubre de 1936 los fusilaron en la cubierta del barco. Raimundo J. Castaño nació en Mieres (Asturias) en 1865. Ejerció la enseñanza, para la que estaba bien dotado, y se dedicó a la predicación bajo todas sus formas. Hombre de oración y devoto de la Eucaristía. Escritor y traductor de obras importantes. Le confiaron oficios de responsabilidad. José M. González nació en Santibáñez de Murias (Asturias) en 1877. Se dedicó muchos años a la enseñanza, en especial del área de las matemáticas. Ejerció importantes cargos. Desde 1926, elegido ecónomo provincial, residió en Madrid.- Beatificados el 13-X-2013.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

Dijo Jesús a sus discípulos: -Cuidado con menospreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial (Mt 18,10).

Pensamiento franciscano:

Dice san Francisco en su Regla: -Cuando veamos u oigamos decir o hacer el mal o blasfemar contra Dios, nosotros bendigamos y hagamos el bien y alabemos a Dios, que es bendito por los siglos (1 R 17,19).

Orar con la Iglesia:

Oremos a Dios nuestro Padre que nos guía y protege mediante sus santos ángeles.

- Para que los ángeles sugieran a los pueblos y a sus gobernantes proyectos de paz y de justicia.

- Para que protejan a los que están de viaje o afrontan situaciones arriesgadas.

- Para que guarden a sus encomendados en los caminos de la vida y los conduzcan a la casa del Padre.

- Para que den consuelo y esperanza a los enfermos y a cuantos sufren.

Oración: Suba nuestra oración, Señor, hasta ti, como el aroma de los perfumes, por mano de tus santos ángeles. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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MENSAJE DE SAN FRANCISCO A LOS JÓVENES (II)
Benedicto XVI, Discurso, Santa María de los Ángeles, 17-VI-07

Queridos jóvenes:

Esta mañana, al pasar por Rivotorto, contemplé el lugar en donde, según la tradición, se hallaban segregados los leprosos -los últimos, los marginados-, con respecto a los cuales Francisco sentía una repugnancia irresistible. Tocado por la gracia, les abrió su corazón. Y no sólo lo hizo con un gesto piadoso de limosna, pues hubiera sido demasiado poco, sino también besándolos y sirviéndolos. Él mismo confiesa que lo que antes le resultaba amargo, se transformó para él en «dulzura de alma y de cuerpo» (Test 3).

Así pues, la gracia comienza a modelar a Francisco. Se fue haciendo cada vez más capaz de fijar su mirada en el rostro de Cristo y de escuchar su voz. Fue entonces cuando el Crucifijo de San Damián le dirigió la palabra, invitándolo a una valiente misión: «Ve, Francisco, repara mi casa, que, como ves, está totalmente en ruinas» (2 Cel 10).

Al visitar esta mañana San Damián, y luego la basílica de Santa Clara, donde se conserva el Crucifijo original que habló a san Francisco, también yo fijé mi mirada en los ojos de Cristo. Es la imagen de Cristo crucificado y resucitado, vida de la Iglesia, que, si estamos atentos, nos habla también a nosotros, como habló hace dos mil años a sus Apóstoles y hace ochocientos años a san Francisco. La Iglesia vive continuamente de este encuentro.

A Asís se viene para aprender de san Francisco el secreto para reconocer a Jesucristo y hacer experiencia de él. Según lo que narra su primer biógrafo, esto es lo que sentía Francisco por Jesús: «Siempre llevaba a Jesús en el corazón. Llevaba a Jesús en los labios, llevaba a Jesús en los oídos, llevaba a Jesús en las manos, llevaba a Jesús en todos los demás miembros...» (1 Cel 115).

En definitiva, san Francisco era un auténtico enamorado de Jesús. Lo encontraba en la palabra de Dios, en los hermanos, en la naturaleza, pero sobre todo en su presencia eucarística. A este propósito, escribe en su Testamento: «Del mismo altísimo Hijo de Dios no veo corporalmente nada más que su santísimo Cuerpo y su santísima Sangre» (Test 10). La Navidad de Greccio manifiesta la necesidad de contemplarlo en su tierna humanidad de niño (cf. 1 Cel 85-86). La experiencia de la Verna, donde recibió los estigmas, muestra hasta qué grado de intimidad había llegado en su relación con Cristo crucificado. Realmente pudo decir con san Pablo: «Para mí vivir es Cristo» (Flp 1,21). Si se desprende de todo y elige la pobreza, el motivo de todo esto es Cristo, y sólo Cristo. Jesús es su todo, y le basta.

Precisamente porque es de Cristo, san Francisco es también hombre de Iglesia. El Crucifijo de San Damián le había pedido que reparara la casa de Cristo, es decir, la Iglesia. Entre Cristo y la Iglesia existe una relación íntima e indisoluble. Ciertamente, en la misión de Francisco, ser llamado a repararla implicaba algo propio y original.

Al mismo tiempo, en el fondo, esa tarea no era más que la responsabilidad que Cristo atribuye a todo bautizado. También a cada uno de nosotros nos dice: «Ve y repara mi casa». Todos estamos llamados a reparar, en cada generación, la casa de Cristo, la Iglesia. Y sólo actuando así, la Iglesia vive y se embellece. Como sabemos, hay muchas maneras de reparar, de edificar, de construir la casa de Dios, la Iglesia. Se edifica con las diferentes vocaciones, desde la laical y familiar hasta la vida de especial consagración y la vocación sacerdotal.

En este punto, quiero decir algo precisamente sobre esta última vocación. San Francisco, que fue diácono, no sacerdote (cf. 1 Cel 86), sentía gran veneración por los sacerdotes. Aun sabiendo que incluso en los ministros de Dios hay mucha pobreza y fragilidad, los veía como ministros del Cuerpo de Cristo, y eso le bastaba para despertar en sí mismo un sentido de amor, de reverencia y de obediencia (cf. Test 6-10). Su amor a los sacerdotes es una invitación a redescubrir la belleza de esta vocación, vital para el pueblo de Dios.

Queridos jóvenes, rodead de amor y gratitud a vuestros sacerdotes. Si el Señor llamara a alguno de vosotros a este gran ministerio, o a alguna forma de vida consagrada, no dudéis en decirle «sí». No es fácil, pero es hermoso ser ministros del Señor, es hermoso gastar la vida por él.

El joven Francisco sintió un afecto realmente filial hacia su obispo, y en sus manos, despojándose de todo, hizo la profesión de una vida ya totalmente consagrada al Señor (cf. 1 Cel 15). Sintió de modo especial la misión del Vicario de Cristo, al que sometió su Regla y encomendó su Orden. En cierto sentido, el gran afecto que los Papas han manifestado a Asís a lo largo de la historia es una respuesta al afecto que san Francisco sintió por el Papa.

Como en círculos concéntricos, el amor de san Francisco a Jesús no sólo se extiende a la Iglesia sino también a todas las cosas, vistas en Cristo y por Cristo. De aquí nace el Cántico de las criaturas, en el que los ojos descansan en el esplendor de la creación: desde el hermano sol hasta la hermana luna, desde la hermana agua hasta el hermano fuego. Su mirada interior se hizo tan pura y penetrante, que descubrió la belleza del Creador en la hermosura de las criaturas. El Cántico del hermano sol, antes de ser una altísima página de poesía y una invitación implícita a respetar la creación, es una oración, una alabanza dirigida al Señor, al Creador de todo.

Queridos jóvenes, vuestra presencia aquí en tan gran número demuestra que la figura de san Francisco habla a vuestro corazón. De buen grado os vuelvo a presentar su mensaje, pero sobre todo su vida y su testimonio. Es tiempo de jóvenes que, como Francisco, se lo tomen en serio y sepan entrar en una relación personal con Jesús. Es tiempo de mirar a la historia de este tercer milenio, recién comenzado, como a una historia que necesita más que nunca ser fermentada por el Evangelio.

Hago mía, una vez más, la invitación que mi amado predecesor Juan Pablo II solía dirigir, especialmente a los jóvenes: «Abrid las puertas a Cristo». Abridlas como hizo san Francisco, sin miedo, sin cálculos, sin medida.

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QUE TE GUARDEN EN TUS CAMINOS
De un sermón de san Bernardo de Claraval

A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Den gracias y digan entre los gentiles: «El Señor ha estado grande con ellos». Señor, ¿qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él? Porque te ocupas ciertamente de él, demuestras tu solicitud y tu interés para con él. Llegas hasta enviarle tu Hijo único, le infundes tu Espíritu, incluso le prometes la visión de tu rostro. Y, para que ninguno de los seres celestiales deje de tomar parte en esta solicitud por nosotros, envías a los espíritus bienaventurados para que nos sirvan y nos ayuden, los constituyes nuestros guardianes, mandas que sean nuestros ayos.

A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia, deben infundirte una gran devoción y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia de los ángeles, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia. Porque ellos están presentes junto a ti, y lo están para tu bien. Están presentes para protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y, aunque lo están porque Dios les ha dado esta orden, no por ello debemos dejar de estarles agradecidos, pues que cumplen con tanto amor esta orden y nos ayudan en nuestras necesidades, que son tan grandes.

Seamos, pues, devotos y agradecidos a unos guardianes tan eximios; correspondamos a su amor, honrémoslos cuanto podamos y según debemos. Sin embargo, no olvidemos que todo nuestro amor y honor ha de tener por objeto a aquel de quien procede todo, tanto para ellos como para nosotros, gracias al cual podemos amar y honrar, ser amados y honrados.

En él, hermanos, amemos con verdadero afecto a sus ángeles, pensando que un día hemos de participar con ellos de la misma herencia y que, mientras llega este día, el Padre los ha puesto junto a nosotros, a manera de tutores y administradores. En efecto, ahora somos ya hijos de Dios, aunque ello no es aún visible, ya que, por ser todavía menores de edad, estamos bajo tutores y administradores, como si en nada nos distinguiéramos de los esclavos.

Por lo demás, aunque somos menores de edad y aunque nos queda por recorrer un camino tan largo y tan peligroso, nada debemos temer bajo la custodia de unos guardianes tan eximios. Ellos, los que nos guardan en nuestros caminos, no pueden ser vencidos ni engañados, y menos aún pueden engañarnos. Son fieles, son prudentes, son poderosos: ¿por qué espantarnos? Basta con que los sigamos, con que estemos unidos a ellos, y viviremos así a la sombra del Omnipotente.

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EL SEGUIMIENTO DE CRISTO HASTA LA CRUZ,
SEGÚN SAN FRANCISCO DE ASÍS

por Jean de Schampheleer, o. f. m.

I. Descubrimiento progresivo de Cristo paciente

El joven Francisco no sólo es un colaborador de su padre en el comercio de telas; vive en una época concreta, marcada por conflictos sociales y políticos, a los que no permanece ajeno y en los que participa. Es también el tiempo de las Cruzadas: por todas partes hay caballeros que se preparan y se marchan a defender la causa de Cristo y de la Iglesia.

Durante sus viajes a las ferias de Champagne, Francisco ha oído hablar de los famosos condes de Brienne, cuyo castillo se encuentra cerca de Troyes, entonces capital de la Champagne: el conde Erardo, que había muerto en combate frente a San Juan de Acre en 1198; su hijo menor, Juan, cruzado igualmente, que continuaba la lucha en Oriente; su hijo mayor, Gualterio, que guerreaba por el Papa en el sur de Italia. A los ojos de Francisco, Gualterio era el prototipo del caballero: generoso, valiente, el escudo marcado con la cruz de Cristo.

El espíritu de Francisco estaba henchido de las grandes gestas de los caballeros, contadas o cantadas por los trovadores. También él soñaba con llegar a ser caballero, tal vez incluso barón o príncipe. Sueña en ello durante la noche y ve armas resplandecientes y escudos, todos marcados con la cruz.

Sin embargo, bajo la influencia del Espíritu, renunciará a las glorias de la caballería, pero conservará el alma de la misma: estará al servicio del «Gran Rey». Por otra parte, la palabra « miles» (caballero) tiene fundamentalmente el sentido de «servidor»: alguien cuyo servicio especializado era la acción militar; ¿no hablamos aún hoy de la «milicia» refiriéndonos a quienes prestan el «servicio» militar? Para Francisco, el caballero por excelencia no será ya Gualterio de Brienne, sino Cristo mismo, que está al servicio del Padre, del que cumple la voluntad.

Durante el largo período de reflexión y oración de su conversión, Francisco mirará cada vez más a Cristo como el servidor perfecto, que manifiesta su amor profundo y total al Padre -quien quiere la salvación de todos- aceptando vivir la vida de los hombres, soportando el hambre, la sed, el sufrimiento y finalmente la muerte en una cruz, para salvar a los hombres amados del Padre, para salvar a este joven de Asís llamado Francisco, a quien Dios ama. Esta revelación trastorna a Francisco, que querrá vivir como ese Servidor perfecto. También él se volverá hacia los pobres hombres, comenzando por los mendigos, luego los leprosos.

Una tradición que se remonta a los Padres de la Iglesia aplicaba a Cristo el texto de Isaías 53,4, según la Vulgata: «Nosotros le tuvimos por un leproso». Francisco conocía este texto, usado con frecuencia en la iconografía y en la piedad de la Edad Media, pero le cambió por completo la perspectiva. El monje Ruperto de Deutz ( 1128) interpretaba este texto diciendo que Jesús había sido crucificado « fuera de la ciudad», al igual que se mantenía a los leprosos en lugar apartado, fuera de los muros de toda ciudad. Francisco, en lugar de considerar a Cristo como un leproso, vio a Cristo en el leproso. Él, pues, fue a los leprosos, les lavó las llagas, los amó y los reverenció, porque todo aquello era Cristo; al igual que retiraba con delicadeza los gusanos del camino, porque su Señor se abajó hasta no ser más que un gusano y no un hombre (Salmo 21,7).

Otro elemento importante en el descubrimiento de Cristo paciente fue la «Tau» y su simbolismo. En la primavera de 1210, durante su estancia en Roma, Francisco residió en los Hospitalarios de san Antonio Ermitaño, cerca de Letrán. Estos religiosos llevaban una gran Tau en su hábito. No hay duda que este detalle atrajo la atención de Francisco e influenció, tal vez, su deseo de cortar las túnicas franciscanas en forma de cruz. En 1215, en el Concilio de Letrán, el papa Inocencio III hablará largamente de la Tau y de su significado comentando el capítulo 9 de Ezequiel, y proclamará muy alto: «¡Sed los campeones de la Tau y de la Cruz!». Francisco no será sordo a esta llamada.

Citamos aquí algunas líneas del hermoso librito que el P. Damien Vorreux dedicó al simbolismo de la Tau: «La Tau es para él (Francisco) certeza de salvación (a causa de la victoria de Cristo sobre el mal)... La Tau es para él la universalidad de la salvación. Por tu santa Cruz redimiste al mundo: tal es el final de la oración que sus hermanos y él recitaban cada vez que divisaban una cruz (1 Cel 45; Test 5). La Tau es para él el símbolo de conversión permanente y de desapropiación total... La Tau es para él exigencia de misión y de servicio a los demás, porque el Señor se hizo siervo nuestro hasta la muerte. Francisco será también, por lo mismo, siervo de Dios y siervo de sus hermanos... La Tau, finalmente, es para él signo de la bondad y del amor de Dios...».

Hombre de su tiempo, Francisco está influenciado por el clima de Cruzada, por el simbolismo de la Tau, por la idea de caballería difundida por las canciones de gesta y los romances, por el sentido del «servicio» y del combate en pro del bien, de los pobres -hasta los leprosos-, del Papa y de la Iglesia. En este contexto es donde Francisco descubre a Cristo-Siervo, que combate hasta la muerte, como un verdadero caballero, por los hombres pecadores y cobardes, por él, Francisco, por los paganos. Descubre así al Cristo que ama a su Padre hasta morir. Este descubrimiento se precisará, se purificará y, sobre todo, será vivido cotidianamente de manera maravillosa, hasta el fin.

(Continúa)

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