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| DÍA 1 DE OCTUBRE
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* * * San Bavón de Gante. Nació en Brabante el año 589 en el seno de una familia acomodada. Contrajo matrimonio con la hija del conde Adilión, de la que tuvo una hija. Llevó vida disoluta hasta que, a raíz del fallecimiento de su esposa, se sumergió en una profunda crisis religiosa. Preguntó a san Amando, misionero de aquellas tierras, sobre la orientación de su vida, y el santo le contestó que se consagrara a Dios. Se desprendió de sus bienes e ingresó en el monasterio que san Amando había fundado en Gante. Durante algún tiempo acompañó al santo en sus correrías apostólicas, pero luego se retiró a la vida enteramente contemplativa. Murió el año 654 en Gante (Bélgica). San Nicecio de Tréveris. Nació en Limoges (Francia), donde abrazó la vida monástica, llegando a ser abad. Fue elegido obispo de Tréveris (Alemania) hacia el año 525. Según san Gregorio de Tours, fue «fuerte en la predicación, terrible en la argumentación, constante en la enseñanza». Hizo una amplia labor pastoral, reglamentando la vida del clero, impulsando el monacato y reconstruyendo numerosas iglesias. Fue firme ante los príncipes y reyes, y no dudó en excomulgar a Clotario I, rey de los francos, que en venganza lo desterró. De regreso en Tréveris, murió hacia el año 566. San Piatón. Fue un sacerdote evangelizador del territorio de Tournai y que murió mártir en Seclin (Francia) en el siglo III/IV. San Román el Meloda. Nació a finales del silo V en Emesa, la actual Homs (Siria). Era de raza y religión judía, y se convirtió al cristianismo. Estudió en el Líbano y se ordenó de diácono. Luego pasó a Constantinopla y muy pronto tuvo fama de excelente compositor de himnos litúrgicos, muchos de los cuales aún se conservan. Entre éstos está el famoso Akátistos dedicado a la Virgen. Murió en Constantinopla algo después del año 550. Santos Verísimo, Máxima y Julia. Eran hermanos y sufrieron cárcel y tormentos antes de ser decapitados en Lisboa (Portugal), probablemente en la persecución del emperador Diocleciano, siglo III/IV. San Wasnulfo. Monje de origen escocés que murió en Condé-sur-l'Escaut (Bélgica) en el siglo VII. Beato Adolfo Mariano Anel Andreu. Nació en Josa (Teruel) en 1910. Vistió el hábito de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1927. En 1933 lo destinaron al Colegio Bonanova de Barcelona. Cuando el 19 de julio de 1936 el Colegio fue asaltado por los milicianos, él pudo escapar y refugiarse en casa de un primo suyo. Alguien le aconsejó que se afiliara a las milicias. Y así lo hizo, como voluntario. Unos 15 días después dijo a su familia: "¡Creo que sospechan de mí y me mandan al frente!". Lo asesinaron en la primera quincena de octubre de 1936. Beato Álvaro Sanjuán Canet. Nació en Alcocer de Planes, provincia de Alicante (España), el año 1908. De niño entró en el seminario de los salesianos, en los que profesó en 1925. Estudió en Turín (Italia) y se ordenó de sacerdote en Barcelona en 1934. Lo destinaron al colegio salesiano de Alcoy, y allí ejerció su apostolado hasta la llegada de la guerra civil española. Entonces se refugió en Cocentaina con sus padres, pero pronto lo detuvieron los milicianos. El 1 de octubre de 1936, por ser sacerdote y religioso, lo acribillaron a balazos en una cuneta, en el término municipal de Villena (Alicante). Beato Carmelo Juan Pérez Rodríguez. Nació en Vimianzo (La Coruña, España) el año 1908. Ingresó en los salesianos, e hizo la profesión religiosa en 1927. Estudió en Turín (Italia) la teología. Cuando estalló la persecución religiosa de 1936, se encontraba de paso en Madrid, adonde había ido de vacaciones después de ordenarse de subdiácono; lo encarcelaron, lo dejaron en libertad, y el 1 de octubre de 1936 los milicianos lo reconocieron como religioso y por ello lo fusilaron. Fue beatificado el 2007. Beatos Eduardo Campion (o Geraldo Edwards) y compañeros mártires. El 1 de octubre de 1588, en tiempo de Isabel I, fueron ahorcados, destripados y descuartizados en Canterbury (Inglaterra) estos cuatro mártires: Eduardo Campion (también conocido como Geraldo Edwards), Roberto Wilcox, Cristóbal Buxton y Roberto Widmerpool, por su firmeza en la fe católica y en su fidelidad al Papa y a la Iglesia. Eduardo nació en Ludlow el año 1552 de una familia protestante. Estudió en Oxford y pasó al servicio del lord G. E. Drake. Por el contacto con católicos se hizo católico, y en 1587 se ordenó de sacerdote en Francia. Volvió a Inglaterra y enseguida fue apresado. Confesó que se había convertido al catolicismo y que había recibido la ordenación sacerdotal, y lo condenaron. Roberto Wilcox nació en Chester el año 1558 y se ordenó de sacerdote en Reims el año 1585. Regresó a su patria, y pronto lo apresaron y condenaron. Cristóbal nació en Derbyshire el año 1562, se convirtió al catolicismo, y se ordenó de sacerdote en 1586. De regreso en su país, sólo pudo ejercer el apostolado dos meses, pues lo arrestaron y condenaron. Roberto Widmerpool nació en Widmerpool en 1560. Era seglar y lo condenaron por haber ayudado a sacerdotes y haberlos hospedado. Beata Florencia Caerols Martínez. Nació en Caudete (Albacete, España) el año 1890, pero su vida se desarrolló en Alcoy (Alicante). Era de condición modesta y trabajaba en la industria textil. Fue un apóstol tanto en lo religioso como en lo social, con intensa vida espiritual y decidida entrega al prójimo. Perteneció a varias instituciones religiosas y fue presidenta del Sindicato Católico Femenino. Al llegar la revolución española de 1936, la encarcelaron y, después de soportar muchos suplicios, la fusilaron en Rotglá y Corbera (Valencia) el 1 de octubre de 1936. Beatos Gaspar Hikojiro y Andrés Yoshida. Eran dos seglares japoneses, cristianos fervientes, catequistas, que ayudaban y acompañaban a los misioneros y los hospedaban en sus casas. Por eso los detuvieron y los encarcelaron en Nagasaki. En la cárcel recibieron el consuelo de los misioneros que consiguieron entrar en ella y que los animaron, los confortaron y los confesaron. Fueron decapitados en 1617. Beatos Juan de Mata Díez e Higinio de Mata Díez, postulantes salesianos. Eran hermanos carnales, nacidos en Ubierna (Burgos) en 1903 y 1909 respectivamente; en su casa vivieron un ambiente muy religioso. Los dos hermanos, junto con el beato Carmelo Juan Pérez, fueron arrestados el 1-X-1936 y llevados por sus verdugos a un lugar desconocido donde los fusilaron. Juan, a impulsos de la vida de piedad en que había crecido, quiso alejarse del mundo y vivir como simple colaborador en una casa salesiana. La persecución religiosa de julio de 1936 le sorprendió en el colegio salesiano de Madrid-Atocha. Higinio permaneció con su familia hasta los 25 años. El beato Enrique Sáiz (2 de octubre), conociendo su piedad y seriedad de vida, lo llevó consigo a Carabanchel Alto (Madrid) para encaminarlo al estado religioso; era postulante cuando lo detuvieron y martirizaron. Beato Juan Robinson. Nació en Ferrensbyre (Inglaterra) el año 1530. En su juventud contrajo matrimonio y creó una familia. Ya mayor, cuando quedó viudo, decidió abrazar la vida sacerdotal, y fue ordenado de sacerdote en Reims (Francia) el año 1585. Embarcó hacia su patria, pero fue arrestado a bordo en el puerto de Suffolk. Aunque lo condenaron a muerte, estuvo en la cárcel hasta que, con motivo de la llegada de la Armada Invencible, el gobierno inglés decidió ejecutar a los sacerdotes católicos que estuvieran encarcelados. Lo horcaron, destriparon y descuartizaron en Ipswich de Suffolk el 1 de octubre de 1588. Beato Luis María Monti. Nació en Bovisio, provincia de Milán, el año 1825. De joven fue un animador de la vida cristiana en su pueblo. Él era carpintero de profesión. En 1846 se consagró a Dios con votos privados. Estuvo seis años en los Hijos de María Inmaculada, fundados por el beato Ludovico Pavoni. Luego trabajó en Roma como enfermero en el hospital del Santo Spirito. Se le unieron algunos compañeros y con ellos fundó la Congregación de los Hijos de la Inmaculada Concepción para atender a los pobres y asistir a enfermos y a huérfanos, y cuidar la formación de los jóvenes. Murió en Saronno (Lombardía) el año 1900. Fue beatificado en el 2003. Beato Mateo Garolera Masferrer, coadjutor salesiano. Nació en San Miguel de Oladella (Girona, España) el año 1888. Ingresó en la Sociedad Salesiana de Don Bosco y en ella hizo su profesión religiosa en 1916. Fue piadoso, humilde, fiel a sus deberes. Cuando los milicianos ocuparon su colegio de Madrid en julio de 1936, fue arrestado con toda la comunidad, y luego liberado. El 1 de octubre de aquel mismo año fue detenido de nuevo y fusilado en Madrid. Beatificado el año 2007. Beatos Rodolfo Crockett y Eduardo James. Son dos sacerdotes ingleses que, por su condición sacerdotal y por haber querido ejercer su ministerio en Inglaterra, fueron ahorcados, destripados y descuartizados en Chichester el 1 de octubre de 1588. Rodolfo nació en Barton Hill el año 1552, estudió en Cambridge y Oxford, y estuvo ejerciendo la docencia. Convertido al catolicismo, ingresó en el colegio inglés de Reims (Francia) y se ordenó de sacerdote en 1585. Al año siguiente regresó a su patria, fue detenido y pasó en la cárcel más de dos años. Eduardo nació en Beston hacia 1559. Estudió algunos años en Oxford y tras el encuentro con un católico en Londres, abrazó el catolicismo. También estudió en Reims y recibió la ordenación sacerdotal en 1583. Volvió a Inglaterra en 1586.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Dijo Jesús: -Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el Reino de los cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el Reino de los cielos. Y el que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí. Pero al que escandalice a uno de estos pequeños, más le vale que le cuelguen al cuello una piedra de molino y lo hundan en lo profundo del mar (Mt 18,3-6). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco en su Regla: -Devolvamos todos los bienes al Señor Dios altísimo y sumo, y reconozcamos que todos los bienes son de él, y démosle gracias por todos a él, de quien proceden todos los bienes (1 R 17,17). Orar con la Iglesia: Confortados por la presencia de Cristo Jesús entre nosotros, oremos por las necesidades de la Iglesia y del mundo. - Para que toda la Iglesia asuma con entusiasmo la misión de anunciar el Evangelio al mundo entero. - Para que los creyentes seamos en nuestro ambiente sal de la tierra y luz del mundo. - Para que el amor de Cristo nos convierta en levadura evangélica de esperanza y renovación. - Para que las familias cristianas sean testigos de los valores evangélicos ante sus hijos. - Para que siempre haya jóvenes dispuestos a entregarse al servicio de Dios y de los hombres Oración: Que la intercesión de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, avive en nosotros, Señor, el amor con que tú amaste a todos los hombres. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * MENSAJE DE SAN FRANCISCO A
LOS JÓVENES (I) Queridos jóvenes: Nos acoge aquí, con san Francisco, el corazón de la Madre, la «Virgen hecha Iglesia», como él solía invocarla (cf. SalVM 1). San Francisco sentía un cariño especial por la iglesita de la Porciúncula, que se conserva en esta basílica de Santa María de los Ángeles. Fue una de las iglesias que él se encargó de reparar en los primeros años de su conversión y donde escuchó y meditó el Evangelio de la misión (cf. 1 Cel 22). Después de los primeros pasos de Rivotorto, puso aquí el «cuartel general» de la Orden, donde los frailes pudieran resguardarse casi como en el seno materno, para renovarse y volver a partir llenos de impulso apostólico. Aquí obtuvo para todos un manantial de misericordia en la experiencia del «gran perdón», que todos necesitamos. Por último, aquí vivió su encuentro con la «hermana muerte». San Francisco habla a todos, pero sé que para vosotros, los jóvenes, tiene un atractivo especial. Me lo confirma vuestra presencia tan numerosa, así como las preguntas que habéis formulado. Su conversión sucedió cuando estaba en la plenitud de su vitalidad, de sus experiencias, de sus sueños. Había pasado veinticinco años sin encontrar el sentido de su vida. Pocos meses antes de morir recordará ese período como el tiempo en que «vivía en pecados» (cf. Test 1). ¿En qué pensaba san Francisco al hablar de «pecados»? Con los datos que nos dan las biografías, todas ellas con matices diferentes, no es fácil determinarlo. Un buen retrato de su estilo de vida se encuentra en la Leyenda de los tres compañeros, donde se lee: «Francisco era muy alegre y generoso, dedicado a los juegos y a los cantos; vagaba por la ciudad de Asís día y noche con amigos de su mismo estilo; era tan generoso en los gastos, que en comidas y otras cosas dilapidaba todo lo que podía tener o ganar» (TC 2). ¿De cuántos muchachos de nuestro tiempo no se podría decir algo semejante? ¿Cómo negar que son muchos los jóvenes, y no jóvenes, que sienten la tentación de seguir de cerca la vida del joven Francisco antes de su conversión? En ese estilo de vida se esconde el deseo de felicidad que existe en el corazón humano. Pero, esa vida ¿podía dar la alegría verdadera? Ciertamente, Francisco no la encontró. Vosotros mismos, queridos jóvenes, podéis comprobarlo por propia experiencia. La verdad es que las cosas finitas pueden dar briznas de alegría, pero sólo lo Infinito puede llenar el corazón. Lo dijo otro gran convertido, san Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones I, 1). El mismo texto biográfico nos refiere que Francisco era más bien vanidoso. Le gustaba vestir con elegancia y buscaba la originalidad (cf. TC 2). En cierto modo, todos nos sentimos atraídos hacia la vanidad, hacia la búsqueda de originalidad. Hoy se suele hablar de «cuidar la imagen» o de «tratar de dar buena imagen». Para poder tener éxito, aunque sea mínimo, necesitamos ganar crédito a los ojos de los demás con algo inédito, original. En cierto aspecto, esto puede poner de manifiesto un inocente deseo de ser bien acogidos. Pero a menudo se infiltra el orgullo, la búsqueda desmesurada de nosotros mismos, el egoísmo y el afán de dominio. En realidad, centrar la vida en nosotros mismos es una trampa mortal: sólo podemos ser nosotros mismos si nos abrimos en el amor, amando a Dios y a nuestros hermanos. Un aspecto que impresionaba a los contemporáneos de Francisco era también su ambición, su sed de gloria y de aventura. Esto fue lo que lo llevó al campo de batalla, acabando prisionero durante un año en Perusa. Una vez libre, esa misma sed de gloria lo habría llevado a Pulla, en una nueva expedición militar, pero precisamente en esa circunstancia, en Espoleto, el Señor se hizo presente en su corazón, lo indujo a volver sobre sus pasos, y a ponerse seriamente a la escucha de su Palabra. Es interesante observar cómo el Señor conquistó a Francisco cogiéndole las vueltas, su deseo de afirmación, para señalarle el camino de una santa ambición, proyectada hacia el infinito: «¿Quién puede serte más útil, el señor o el siervo?» (TC 6), fue la pregunta que sintió resonar en su corazón. Equivale a decir: ¿por qué contentarse con depender de los hombres, cuando hay un Dios dispuesto a acogerte en su casa, a su servicio regio? * * * EN EL CORAZÓN DE LA
IGLESIA, YO SERÉ EL AMOR Teniendo un deseo inmenso del martirio, acudí a las cartas de san Pablo, para tratar de hallar una respuesta. Mis ojos dieron casualmente con los capítulos doce y trece de la primera carta a los Corintios, y en el primero de ellos leí que no todos pueden ser al mismo tiempo apóstoles, profetas y doctores, que la Iglesia consta de diversos miembros y que el ojo no puede ser al mismo tiempo mano. Una respuesta bien clara, ciertamente, pero no suficiente para satisfacer mis deseos y darme la paz. Continué leyendo sin desanimarme, y encontré esta consoladora exhortación: Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino excepcional. El Apóstol, en efecto, hace notar cómo los mayores dones sin la caridad no son nada y cómo esta misma caridad es el mejor camino para llegar a Dios de un modo seguro. Por fin había hallado la tranquilidad. Al contemplar el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido a mí misma en ninguno de los miembros que san Pablo enumera, sino que lo que yo deseaba era más bien verme en todos ellos. En la caridad descubrí el quicio de mi vocación. Entendí que la Iglesia tiene un cuerpo resultante de la unión de varios miembros, pero que en este cuerpo no falta el más necesario y noble de ellos: entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón está ardiendo en amor. Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y que, si faltase este amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es eterno. Entonces, llena de una alegría desbordante, exclamé: «Oh Jesús, amor mío, por fin he encontrado mi vocación: mi vocación es el amor. Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia, y este lugar es el que tú me has señalado, Dios mío. En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; de este modo lo seré todo, y mi deseo se verá colmado». * * * EL SEGUIMIENTO DE CRISTO
HASTA LA CRUZ, ¡Qué dicha tener un tal hermano! San Francisco de Asís, al lanzar esta exclamación de alegría, piensa en Cristo, que dio su vida por sus ovejas. Para él, el hecho de que Jesús diera su vida por nosotros es algo «santo y amado, agradable, humilde, pacífico, dulce y amable y más que todas las cosas deseable» (2CtaF 56). Esta afirmación, sin embargo, parece estar en desacuerdo con una cierta tradición que representa a Francisco lamentándose y derramando lágrimas de compasión sobre los sufrimientos de Cristo. Escribe Tomás de Celano: «No puede contener en adelante el llanto; gime lastimeramente la pasión de Cristo, que casi siempre tiene ante los ojos. Al recuerdo de las llagas de Cristo, llena de lamentos los caminos, no admite consuelo» (2 Cel 11). Esta contradicción pide una explicación. Sabemos que en septiembre de 1224 Francisco recibió en el monte Alverna los estigmas de la Pasión de Cristo; éstos, sin embargo, permanecieron ocultos para la inmensa mayoría de personas. Sólo dos años más tarde, el día de la muerte del Santo, fue cuando «más de cincuenta hermanos, además de incontables seglares», pudieron venerarlos (3 Cel 5). A los ojos de todos, escribirá igualmente Celano, parecía «cual si todavía recientemente hubiera sido bajado de la cruz» (1 Cel 112). En Francisco muerto, se creyó estar contemplando a Cristo muerto. Desde entonces, la vida de Francisco fue mirada a través de este fenómeno extraordinario, y sus biógrafos, unas veces con moderación, otras con exceso, se esforzaron por relacionar los acontecimientos de su vida con la Pasión de Cristo. Un ejemplo que muestra esa tendencia: la palabra crux (cruz) se encuentra 4 veces en el Anónimo de Perusa, 10 en la Leyenda de los tres compañeros, 25 en la Vida I de Celano, 24 en la Vida II de Celano, 28 en el Tratado de los milagros y 90 en la Leyenda mayor de san Buenaventura, mientras que el Santo la utiliza sólo 9 veces en sus Escritos. Los biógrafos creyeron discernir signos evidentes de que Francisco estaba destinado a la estigmatización desde el comienzo de su conversión. Así es como el Crucifijo de San Damián fue considerado como el punto de partida de la devoción de Francisco a la Pasión de Cristo. Ahora bien, este Crucifijo, de tipo oriental, no representa en absoluto a un Jesús torturado y sangrante; aunque su costado esté atravesado, Cristo está vivo, con los ojos abiertos, la mirada amigable, la cabeza aureolada; en una palabra, no es un Cristo sufriente sino triunfante. Por otra parte, el objeto de la petición de Francisco no tiene relación alguna con la Pasión. La oración (auténtica) de Francisco expresa únicamente su preocupación del momento: «¡Sumo, glorioso Dios!, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y verdadero mandamiento» (OrSD). Y la respuesta del Crucifijo va en el sentido de la búsqueda de Francisco: «Repara mi casa que amenaza ruina» (TC 13; 2 Cel 10). Y, sin embargo, Celano no duda en afirmar que «desde entonces se le clava en el alma santa la compasión por el Crucificado» (2 Cel 10). San Buenaventura describirá más sistemáticamente aún la andadura espiritual de Francisco en relación con los estigmas que, desde el comienzo de su conversión, Francisco llevaba ya en su corazón (LM 1,6; cf. 2 Cel 10); hablará incluso de siete visiones de la cruz. Pero la mayoría de los críticos ven en ello una exageración. Además, podrían citarse otros ejemplos de deformación, tanto en Tomás de Celano como en Buenaventura. Sea de ello lo que fuere, la corriente se había puesto en marcha y los hermanos la aceptaron sin discusión; por otra parte, no eran ajenos a las escenificaciones de la vida y muerte de Cristo en la Edad Media; incluso influenciaron en la liturgia oficial de la Iglesia y fueron causa y origen de muchos Oficios votivos en honor de las Cinco Llagas, de la Corona de espinas, etc. De ello se sigue que no siempre es fácil descubrir cuál fue la verdadera actitud de Francisco con respecto a la Pasión de Jesús, puesto que todas las biografías, escritas después de la muerte del Santo, han estado más o menos influenciadas por una cierta tradición, llamada franciscana. Es satisfactorio que los trabajos de estos últimos años sobre las fuentes franciscanas hayan permitido ver en ello más claro y destruir un cierto número de prejuicios considerados como postulados. La Pasión está realmente presente en el espíritu y corazón de Francisco, pero menos como acontecimiento exterior que bajo sus aspectos interiores y como testimonio de amor. (Continúa)
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