|
|
![]() |
| DÍA 3 DE OCTUBRE
|
| . | Véase más abajo la Celebración del Tránsito de San Francisco.
* * * Santa Cándida. Mártir en Roma, en el cementerio de Ponciano, en la Vía Portuense, en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana. San Cipriano de Toulon. Fue discípulo de san Cesáreo de Arlés, quien lo dirigió en la vida cristiana y lo formó en la sana teología. En torno al año 515 fue elegido obispo de Toulon (Francia). Se sumó a la lucha de la Iglesia por hacer valer la verdadera doctrina acerca de la gracia de Dios, frente al pelagianismo y semipelagianismo. Asistió a numerosos concilios, sínodos y reuniones de obispos defendiendo siempre la doctrina católica. Escribió la Vida de san Cesáreo de Arlés. Murió en Toulon hacia el año 546. San Dionisio Areopagita. El libro de los Hechos de los Apóstoles dice que Dionisio fue uno de los pocos que abrazaron la fe cristiana después del discurso del apóstol san Pablo en el Areópago de Atenas: «Algunos hombres se adhirieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros con ellos» (Hch 17,34). Según la tradición, fue luego el primer obispo de Atenas. Santos Ewaldo el Negro y Ewaldo el Blanco. Son dos sacerdotes ingleses, llamados ambos Ewaldo, a los que se les distinguía con los sobrenombres de «el Negro» y «el Blanco», por el color de sus cabellos. Fueron discípulos de san Wilibrordo, colaboradores suyos y de sus compañeros en la evangelización de los frisones. San Wilibrordo los envió a predicar a los sajones, pero apenas empezaron su apostolado fueron martirizados por los nativos que eran paganos. A Ewaldo el Blando lo mataron a espada en el acto. A Ewaldo el Negro lo torturaron con crueldad largo tiempo antes de acabar con su vida. Esto sucedió el año 695, en territorio de Sajonia, cerca de Dormunt (Alemania). Son los patronos de Westfalia. Santos Fausto, Cayo, Pedro, Pablo, Eusebio, Queremón, Lucio y otros dos. Según narra san Dionisio, obispo de Alejandría en Egipto, aquella Iglesia sufrió en los siglos III/IV lo indecible en tiempo de los emperadores Decio y después Valeriano. Cristianos de todas las clases y condiciones fueron sometidos a tormentos crueles. El Martirologio Romano conmemora hoy a algunos de ellos, de los cuales sólo a Fausto lo califica de mártir, siendo los otros confesores de la fe. San Gerardo de Brogne. Nació en la región de Namur a finales del siglo IX en el seno de una familia noble. Hombre de gran piedad, se ordenó de sacerdote y más tarde, el año 919, edificó una abadía en sus posesiones de Brogne (Bélgica). Su comunidad lo eligió abad y, después de ejercer un tiempo su cargo, se retiró a la vida eremítica. Otros monasterios de Flandes y de Lotaringia lo llamaron para que reformara en ellos la vida y disciplina, lo que él llevó a cabo implantando la Regla de San Benito. Murió en Brogne el año 959. San Hesiquio. Monje en Mayuma, junto a la ciudad de Gaza, en Palestina, en el siglo IV, fue discípulo de san Hilarión y compañero suyo de peregrinación. San Maximiano de Bagai. Lo que sabemos de su vida es lo que nos dice san Agustín. Era obispo de Bagai en Numidia (en la actual Argelia) y pertenecía a la secta donatista. Se convenció de que la fe que profesaba no era la verdadera, y se reconcilió con la Iglesia católica. Los donatistas trataron de hacerle la vida imposible, lo torturaron y llegaron a arrojarlo desde una torre. Lo dejaron por muerto, pero unos católicos lo recogieron maltrecho y sobrevivió. Continuó su apostolado y viajó a Roma, donde se presentó al emperador Honorio, quien dictó medidas firmes contra los donatistas. Murió el año 410. Beato Adalgoto. Fue primero monje cisterciense, discípulo de san Bernardo, y después, en 1151, obispo de Chur o Coira en Suiza. Murió en torno al año 1160. Beato Ambrosio Francisco Ferro y compañeros mártires. Estos mártires forman el segundo grupo de católicos que fueron asesinados en Brasil el año 1645 por unos fanáticos calvinistas holandeses. El grupo primero lo formaban el beato Andrés de Soveral y sus compañeros (cf. 16 de julio). Ante la persecución que se había desatado en Río Grande del Norte, muchos católicos de Natal buscaron refugio a orillas del río Uruaçu (Natal). El 3 de octubre de 1645 se produjo allí una matanza feroz de católicos, de los que 28 han sido los beatificados. El animador de éstos era el P. Ambrosio Francisco, sacerdote de la diócesis de Natal, portugués nacido en las Azores. Con él fueron martirizados 27 seglares de diversas condiciones: hombres y mujeres, casados y solteros, familias enteras con sus hijos e hijas. La gran mayoría eran brasileños, pero había también, aparte el sacerdote, un español y un francés. Beato Eufrosino María Raga Nadal. Nació en Ulldecona (Tarragona) en 1913. Desde pequeño ayudó a su padre en las faenas del campo. Profesó en la Orden del Carmen en 1931; se ordenó de subdiácono el 6 de junio de 1936. Al iniciarse la persecución religiosa, marchó de Olot a Barcelona, donde lo detuvieron al llegar; días después lo soltaron. Marchó luego a su pueblo natal, pero un mes después volvió a Barcelona, trató de cruzar la frontera sin conseguirlo y el 3-X-1936 lo detuvo una patrulla de la FAI. Aquella misma noche lo mataron en algún cementerio clandestino. Beato Isidro Íñiguez de Ciriano. Nació en Legarda (Álava) en 1901. Profesó en la Congregación de los Sagrados Corazones en 1919, y fue ordenado sacerdote en 1925. Era doctor en Derecho Canónico y fue profesor en el seminario mayor de su Congregación en El Escorial. Era austero a la vez que afable y caritativo con todos. Convertido el seminario en hospital de sangre al estallar la guerra civil, el P. Isidro permaneció allí como enfermero, hasta que lo llevaron a la Dirección General de Seguridad de Madrid. Puesto en libertad, se refugió en una pensión, en la que lo detuvieron unos milicianos. El 3 de octubre de 1936 apareció fusilado en una carretera de Madrid. Beatificado el 13-X-2013. Beato José María Poyatos. Nació en Vilches (Jaén) en 1914. Fue un joven trabajador y piadoso, generoso con los pobres, de sanas costumbres, católico practicante y apóstol entre los jóvenes. En Úbeda (Jaén) entró a trabajar en una fábrica de extracción de aceites de orujo. Nunca disimuló sus convicciones y prácticas religiosas. En 1936 empezó a sentir una soterrada persecución por parte de algunos compañeros de trabajo, y acabó siendo despedido del trabajo. El 3 de octubre de 1936 lo sacaron de su domicilio en Úbeda, lo llevaron a declarar al ayuntamiento, y lo asesinaron en el cementerio; tenía 21 años. Beatificado el 13-X-2013. Beato Szilárd Bogdánffy. Nació el año 1911 en Feketetó, entonces parte del Imperio Austrohúngaro. De joven ingresó en el seminario de la diócesis de rito latino de Oradea (Rumania), y recibió la ordenación sacerdotal en 1934. Durante la II Guerra Mundial fue seguido por los servicios secretos por esconder a judíos. En 1949, cuando tenía 38 años, fue consagrado en la clandestinidad obispo de Oradea, y dos meses después fue arrestado por el régimen comunista con la acusación de conspiración. Se le ofreció que dirigiera una iglesia independiente rumana. Después de cuatro años de sufrimientos y humillaciones, murió en la cárcel de Auid (Rumania) el 3-X-1953. Beatificado en 2010. Beato Utón. Nació en Milán a mediados del siglo VIII. Se ordenó de sacerdote y en el año 802 tomó posesión de la parroquia de Michaelsbruch (Baviera). Después de ocuparse unos años de la pastoral de sus feligreses, optó por la vida eremítica y marchó a una selva, a orillas del Danubio. Allí pudo estar dedicado años a la oración y la penitencia. La fama de su santidad comenzó a difundirse. Cuando se edificó el monasterio de Metten en Baviera (Alemania), él fue su primer abad. Murió allí el año 829. San Virila. Fue abad del monasterio de San Salvador de Leyre en Navarra (España) en el siglo X. Destacó como uno de los más importantes promotores de la reforma monástica en su tiempo
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Dijo Jesús: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados» (Mt 5,3-6). Pensamiento franciscano: Canta Francisco: Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar. ¡Ay de aquellos que mueran en pecado mortal! Bienaventurados aquellos a quienes encuentre en tu santísima voluntad, porque la muerte segunda no les hará mal (Cánt 12-13). Orar con la Iglesia: Oremos al Señor Jesús que nos mandó orar por nuestros enemigos y perdonarlos, como hizo Él en la cruz. - Para que la Iglesia sea siempre instrumento y testimonio de perdón y reconciliación. - Para que el Espíritu cree en nosotros un corazón bueno, semejante al de Cristo, pronto a perdonar aunque nos cueste. - Para que los gobernantes busquen siempre caminos de reconciliación para el bien de todos. - Para que aquellos que nos han causado sufrimientos se conviertan al Señor y gocen en la reconciliación. - Para que el amor de Cristo nos haga capaces de perdonar y de devolver bien por mal. Oración: Acoge, Señor, nuestras peticiones y danos un corazón grande, semejante al tuyo, lento a la ira y rico en piedad y perdón. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * CONVERSIÓN DE SAN
FRANCISCO DE ASÍS Queridos hermanos y hermanas: Hoy aquí todo habla de conversión. Hablar de conversión significa penetrar en el núcleo del mensaje cristiano y a la vez en las raíces de la existencia humana. La palabra de Dios que se acaba de proclamar nos ilumina, poniéndonos ante los ojos tres figuras de convertidos. La primera es la de David (cf. Sam 12,7-10.13)... Hoy es san Francisco quien nos invita a seguir este camino de conversión, como David. Por lo que narran sus biógrafos, en sus años juveniles nada permite pensar en caídas tan graves como la del antiguo rey de Israel. Pero el mismo Francisco, en el Testamento redactado en los últimos meses de su vida, considera sus primeros veinticinco años como un tiempo en que «vivía en pecados» (cf. Test 1). Más allá de las expresiones concretas, consideraba pecado concebir su vida y organizarla totalmente centrada en él mismo, siguiendo vanos sueños de gloria terrena. Cuando era el «rey de las fiestas» entre los jóvenes de Asís (cf. 2 Cel 7), no le faltaba una natural generosidad de espíritu. Pero esa generosidad estaba muy lejos del amor cristiano que se entrega sin reservas a los demás. Como él mismo recuerda, le resultaba amargo ver a los leprosos. El pecado le impedía vencer la repugnancia física para reconocer en ellos a hermanos que era preciso amar. La conversión lo llevó a practicar la misericordia y a la vez le alcanzó misericordia. Servir a los leprosos, llegando incluso a besarlos, no sólo fue un gesto de filantropía, una conversión -por decirlo así- «social», sino una auténtica experiencia religiosa, nacida de la iniciativa de la gracia y del amor de Dios: «El Señor -dice- me llevó hasta ellos» (Test 2). Fue entonces cuando la amargura se transformó en «dulzura de alma y de cuerpo» (Test 3). Sí, mis queridos hermanos y hermanas, convertirnos al amor es pasar de la amargura a la «dulzura», de la tristeza a la alegría verdadera. El hombre es realmente él mismo, y se realiza plenamente, en la medida en que vive con Dios y de Dios, reconociéndolo y amándolo en sus hermanos. En el pasaje de la carta a los Gálatas destaca (Ga 2,16.19-21) otro aspecto del camino de conversión. Nos lo explica otro gran convertido, el apóstol san Pablo... Queridos amigos, san Francisco de Asís nos repite hoy todas estas palabras de san Pablo con la fuerza de su testimonio. Desde que el rostro de los leprosos, amados por amor a Dios, le hizo intuir de algún modo el misterio de la «kénosis» (cf. Flp 2,7), el abajamiento de Dios en la carne del Hijo del hombre, y desde que la voz del Crucifijo de San Damián le puso en su corazón el programa de su vida: «Ve, Francisco, y repara mi casa» (2 Cel 10), su camino no fue más que el esfuerzo diario de configurarse con Cristo. Se enamoró de Cristo. Las llagas del Crucificado hirieron su corazón, antes de marcar su cuerpo en la Verna. Por eso pudo decir con san Pablo: «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). Llegamos ahora al corazón evangélico de la palabra de Dios de hoy. Jesús mismo, en el pasaje del evangelio de san Lucas que se acaba de leer, nos explica el dinamismo de la auténtica conversión, señalándonos como modelo a la mujer pecadora rescatada por el amor (Lc 7,36-8,3)... Queridos hermanos y hermanas, ¿qué fue la vida de Francisco convertido sino un gran acto de amor? Lo manifiestan sus fervientes oraciones, llenas de contemplación y de alabanza, su tierno abrazo al Niño divino en Greccio, su contemplación de la pasión en la Verna, su «vivir según la forma del santo Evangelio» (Test 14), su elección de la pobreza y su búsqueda de Cristo en el rostro de los pobres. Esta es su conversión a Cristo, hasta el deseo de «transformarse» en él, llegando a ser su imagen acabada, que explica su manera típica de vivir, en virtud de la cual se nos presenta tan actual, incluso respecto de los grandes temas de nuestro tiempo, como la búsqueda de la paz, la salvaguardia de la naturaleza y la promoción del diálogo entre todos los hombres. San Francisco es un auténtico maestro en estas cosas. Pero lo es a partir de Cristo, pues Cristo es «nuestra paz» (cf. Ef 2,14). Cristo es el principio mismo del cosmos, porque en él todo ha sido hecho (cf. Jn 1,3). Cristo es la verdad divina, el «Logos» eterno, en el que todo «dia-logos» en el tiempo tiene su último fundamento. San Francisco encarna profundamente esta verdad «cristológica» que está en la raíz de la existencia humana, del cosmos y de la historia. * * * SÓLO SON GRANDES
ANTE DIOS La duquesa está mejor, Dios loado, y se encomienda en las oraciones de vuestra reverencia. Suplique, padre, al Señor que no reciba yo su gracia en vano. Porque hallo que, según dice el salmista, mi alma ha sido liberada de todos sus peligros. Y, especialmente de pocos días acá, yo estaba tan frío y tan desconfiado de hacer fruto, que no le hallaba casi por ninguna parte; lo cual, a los principios, solía sentir al revés. Bendito sea el Señor por sus maravillas, ya que todos estos nublados se han pasado. En lo demás, diga ese «grande» y los otros lo que mandaren; que bien sé que no son grandes sino los que se conocen por pequeños; ni son ricos los que tienen, sino los que no desean tener; ni son honrados, sino los que trabajan para que Dios sea honrado y glorificado. Y tras esto, venga la muerte o dure la vida, que de ese tal se puede decir que su corazón está preparado para esperar y confiar en el Señor. Plega a su bondad, que así nos haga conocer nuestra vileza, que merezcamos ver su infinita grandeza; y a vuestra reverencia tenga siempre en su amor y gracia, para que le sirva y alabe hasta la muerte y después le alabe por toda la eternidad. * * * EL SEGUIMIENTO DE CRISTO
HASTA LA CRUZ, II. Contemplación de Cristo paciente Tomás de Celano y san Buenaventura dan muy claramente la impresión de que la visión de Cristo paciente era primordial para Francisco, que ella estuvo en el centro de su vida. ¿Pero hay derecho a disociar su visión de la Pasión de su visión global de Cristo, e incluso de su visión de Dios? Se ha dicho con frecuencia que Francisco era cristocéntrico. Es verdad, pero no de una manera absoluta. Esta afirmación exige matices. Francisco no mira a Cristo en sí mismo, aisladamente; lo ve como mediador, es decir, en relación por una parte con el Padre y, por otra, con los hombres. Su espiritualidad -se olvida a veces- tiene su punto de arranque en el Espíritu Santo y se orienta hacia el Padre por Cristo. Considera la obra de Dios en su conjunto y en ella distingue tres tiempos: la creación, la redención (por la cruz) y la salvación. Los dos primeros tiempos han pasado, el tercero se realiza hoy y mañana. Ahí está la obra del Dios Trino y eso explica la imprecisión aparente del vocabulario de Francisco: para él, la obra de la creación se atribuye a Dios, peno también a Cristo; Dios es llamado tres veces redentor, mientras que Cristo lo es una sola vez; a Dios se le dice salvador seis veces, y a Cristo una sola vez. Sin embargo, en esta obra divina, la intervención de Cristo es capital. Esta intervención está influenciada manifiestamente por la manera como Francisco ha descubierto a Cristo paciente: Cristo es semejante al caballero que se sacrifica por su rey, que hace la voluntad de su soberano, por mucho que cueste realizarla; Cristo combatió hasta el fin, como los valientes caballeros, no con la espada, sino con la Cruz, y fue vencedor. Resulta característico el que Francisco termine el ciclo de sus salmos sobre la Pasión con las palabras Dominus regnavit a ligno, «el Señor reinó desde el madero» (OfP 7,9). Resulta de ello que, al considerar la obra divina, Francisco apenas se detiene en los detalles concretos de la Pasión: flagelación, clavos, llagas sangrantes... Ve sobre todo a Cristo que realiza la obra que le ha sido confiada por el Padre. Acosado por todas partes, abandonado de todos, pone su voluntad en la del Padre y realiza así su misión de salvación. Los detalles descriptivos y los desahogos afectivos no le interesan a Francisco; Francisco revive en su oración los estados de alma de Cristo y los repite o los canta al estilo de los trovadores. El P. Laurent Gallant ha probado que el Oficio de la Pasión y las obras poéticas de Francisco están compuestos, al estilo de los trovadores, de estrofas de cuatro versículos cada una. Como los «recitadores» o los «cantores» de la Edad Media, Francisco, en su Oficio de la Pasión, hace hablar a los personajes. En él se ve a Cristo que, como un valiente caballero, se dirige a su Padre y le da cuenta de su combate, de su sufrimiento y de sus lágrimas; pero, como un estribillo, se repite la voluntad de continuar la lucha hasta el fin, de cumplir la voluntad del Padre que lo sostiene y en quien pone toda su confianza. Cristo se dirige también a los hombres y los llama, los invita a unirse a Él, en un mismo combate. Por su parte, Francisco quiere ser como Él: Cristo es el Siervo del Gran Rey; Francisco también lo será, a su lado, con Él, como Él. Francisco incluye su oración en la de Cristo, combate con Él y consigue la victoria con Él. Es su manera de seguir las huellas de Cristo (Adm 6,2), y esta manera será aceptada por Dios en ese mes de septiembre de 1224 en que los estigmas del Salvador se marcarán en sus miembros y significarán el reconocimiento de su combate y de su vida. La manera particular de considerar a Cristo paciente, y su coronación en la estigmatización harán decir de Francisco que es otro Cristo. Es verdad, es otro Cristo; pero no por una imitación exterior de los hechos y ademanes del Cristo terrestre. Él no imita a Jesús, no imita su pobreza, no imita su pasión, al menos exteriormente; si hay imitación, es ante todo una imitación interior. Francisco imita por una unión única con Cristo, por una unión completamente interior, de una tal intensidad que debía desembocar casi normalmente en la estigmatización. Pero antes de llegar ahí, Francisco tuvo que participar en los estados de alma de Cristo, en su combate por Dios; y este combate no es literatura, sino el anuncio de la salvación, la búsqueda del martirio, la solicitud por los pobres y más particularmente por los leprosos, el sufrimiento en su cuerpo y en su alma; es, en una palabra, su caminar en seguimiento de Cristo hasta la Cruz. Sus oraciones, sus cantos de alabanza, sus exhortaciones y admoniciones son los testigos de ello. El que quiera verdaderamente comprender a Francisco y su espiritualidad no tiene que hacer sino leer lentamente, cada día, su Oficio de la Pasión, y dejar penetrar en sí mismo, gota a gota, un poco de la savia ardiente que animaba la vida de Francisco. Entonces, como decía Paul Sabatier, no habrá ya «fórmulas, sino sentimientos, emociones, gérmenes de actividad y de vida». (Continúa)
CELEBRACIÓN DEL TRÁNSITO DE SAN FRANCISCO «Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal». Caía la tarde del día 3 de octubre de 1226. Era sábado. Francisco moribundo se esfuerza en unir su voz a la de sus hermanos. Había entonado el salmo 141. La dulce hermana muerte vino a su hora. Era la voz de Dios y llamaba a la recompensa. Los franciscanos de todas las épocas recuerdan ese momento en la celebración del «Tránsito». La liturgia franciscana celebra el
Tránsito de san Francisco en las primeras Vísperas de la
solemnidad de san Francisco, el día 3 de octubre. RITOS INICIALES Se inicia la celebración con un canto apropiado, al que puede seguir la siguiente monición: Vamos a recordar con gozo la «hora en que nuestro Padre san Francisco voló al Cielo», su tránsito. Esta celebración conserva su pleno sentido, cualquiera que sea la hora o el momento en que se haga, para seguir renovando en nosotros los valores evangélicos y hasta humanos de aquella muerte, preciosa realmente a los ojos de Dios y de los hombres. Después continúa el Presidente: En el nombre del Padre... Amén. Hermanos: que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. Oremos: LECTURAS Monición: Lectura del santo evangelio según san Juan 13,1-5.12-17.33-35. Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos, y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y, tomando una toalla se la ciñó. Luego echó agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido. Después que les lavó los pies y tomó su manto, volvió a la mesa y les dijo: - ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que lo envía. Sabiendo esto, seréis dichosos si lo cumplís. Hijos míos, os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros. Palabra del Señor. Monición: Lectura de la vida de san Francisco, por Tomás de Celano (1 Cel 109-112) Habían transcurrido ya veinte años desde su conversión. Quedaba así cumplido lo que por voluntad de Dios le había sido manifestado. Había descansado unos pocos días en aquel lugar, para él tan querido; conociendo que la muerte estaba muy cercana, llamó a dos hermanos e hijos suyos preferidos, y les mandó que, espiritualmente gozosos, cantaran en alta voz las alabanzas del Señor por la muerte que se avecinaba, o más bien, por la Vida que era tan inminente. Y él entonó con la fuerza que pudo aquel salmo de David: «A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor». Entre los presentes había un hermano a quien el Santo amaba con un afecto muy distinguido; era él muy solícito de todos los hermanos; viendo este hecho y sabedor del próximo desenlace de la vida del santo, le dijo: «¡Padre bondadoso, mira que los hijos quedan ya sin padre y se ven privados de la verdadera luz de sus ojos! Acuérdate de los huérfanos que abandonas y, perdonadas todas tus culpas, alegra con tu santa bendición tanto a los presentes cuanto a los ausentes». «Hijo mío -respondió el santo-, Dios me llama. A mis hermanos, tanto a los ausentes como a los presentes, les perdono todas las ofensas y culpas y, en cuanto yo puedo, los absuelvo; cuando les comuniques estas cosas, bendícelos a todos en mi nombre». Mandó luego que le trajesen el códice de los evangelios, y pidió que se le leyera el Evangelio de san Juan desde aquellas palabras: «Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre...». Ordenó luego que le pusieran un cilicio y que esparcieran ceniza sobre él, ya que dentro de poco sería tierra y ceniza. Estando reunidos muchos hermanos, de los que él era padre y guía, y aguardando todos reverentes el feliz desenlace y la consumación dichosa de la vida del santo, se durmió en el Señor. Conocido esto, se congregó una gran muchedumbre que bendecía a Dios diciendo: «¡Loado y bendito seas tú, Señor Dios nuestro! ¡Gloria y alabanza a ti, Trinidad inefable!». En alabanza de Cristo y de su siervo Francisco. Amén. A continuación el Presidente tiene la homilía EVOCACIÓN DE LA MUERTE DE SAN FRANCISCO Monición: Antífona. Oh alma santísima, en cuyo tránsito salen a tu encuentro los ciudadanos del cielo, se regocija el coro de los ángeles y la Trinidad gloriosa te invita diciendo: Quédate con nosotros para siempre. Salmo 141 A voz en grito clamo al Señor, Pero tú conoces mis senderos, Mira a la derecha, fíjate: A ti grito, Señor; Atiende a mis clamores, Sácame de la prisión, Gloria. Antífona. Oh alma santísima, en cuyo tránsito salen a tu encuentro los ciudadanos del cielo, se regocija el coro de los ángeles y la Trinidad gloriosa te invita diciendo: Quédate con nosotros para siempre. Monición: Todos: Lector: Todos: PRECES Presidente: Seguros de contar en el cielo con la valiosa intercesión del glorioso padre san Francisco, elevamos al Padre, con filial confianza, nuestra oración: R/.Tú eres nuestra vida eterna, ¡omnipotente y misericordioso Salvador! 1. Por cada uno de nuestros Hermanos y Hermanas que sufren enfermedad: para que «por todo den gracias al Creador». 2. Por todos nosotros, seguidores de Francisco: para que sepamos «gozarnos de convivir con gente de baja condición y despreciada». 3.Por todos los que nos causan tribulaciones y angustias, e incluso martirio y muerte: para que a imitación de Jesús, los amemos de verdad. 4. Para que busquemos por encima de todo «el Reino de Dios y su justicia» y nos renovemos en los valores auténticamente franciscanos. 5. Para que, aceptando la muerte como hermana, podamos contarnos un día entre los bienaventurados que gozan de tu presencia. Presidente: La celebración puede concluir con un canto apropiado, seguido de la bendición de san Francisco: Bendición solemne El Señor os bendiga y os guarde. Haga brillar su rostro sobre vosotros y os
conceda su favor. Vuelva su mirada a vosotros y os conceda la
paz. Y la bendición de Dios
todopoderoso,
|
. |