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DÍA 3 DE ENERO
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SANTA GENOVEVA. Virgen, patrona de París. Nació en Nanterre hacia el año 420. Muy jovencita fue consagrada virgen por el obispo San Germán de Auxerre. Con su oración y milagros protegió contra los ataques de los bárbaros a la ciudad de París y más tarde ayudó a sus habitantes a superar el pánico del hambre. Fue providencial su presencia en la transición de la Galia romana a la Galia franca, y sirvió de lazo santo entre romanos y bárbaros, a cuya cristianización contribuyó. Después de una vida rica en las más eminentes virtudes, murió en París el 3 de enero de 512. * * * San Antero. Papa y mártir. Griego de nacimiento, sucedió a San Ponciano en la Sede de San Pedro el 21 de noviembre del año 235; murió el 3 de enero del 236, durante la persecución de Maximino, y fue enterrado en las catacumbas de San Calixto. San Ciriaco Elías Chavara. Nació en Kerala en 1805, y recibió la ordenación sacerdotal en 1829. Fundador de la congregación de los Hermanos Carmelitas de María Inmaculada. Colaboró en la fundación de la correspondiente rama femenina. Defensor de la unidad de la Iglesia contra el cisma de Rocco. Trabajó en la renovación de la Iglesia siro-malabar. Murió en Konammavu (Kerala, India) el año 1871. Canonizado el 23-XI-2014. San Daniel. Diácono que sufrió el martirio en Padua el año 304, durante la persecución de Diocleciano. San Florencio. Obispo de Vienne (Lyón), que murió después de 377. San Gordio. Centurión, que murió mártir en Cesarea de Capadocia, durante la persecución de Diocleciano, el año 304. San Luciano de Lentini. Obispo, que murió en Sicilia en fecha desconocida. San Teógenes. En Helesponto (Turquía) fue encarcelado, torturado y arrojado al mar en el estrecho de Dardanelos a causa de su fe, el año 320. Santos Teopempto y Teonás. Sufrieron el martirio cerca de Nicomedia, en Bitinia (hoy Turquía), el año 204. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Cristo... se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Flp 2,6-11). Pensamiento franciscano: A todos los reverendos y muy amados hermanos..., el hermano Francisco, hombre vil y caduco, vuestro pequeñuelo siervo, os desea salud en Aquel que nos redimió y nos lavó en su preciosísima sangre; al oír su nombre, adoradlo con temor y reverencia, rostro en tierra; su nombre es Señor Jesucristo, Hijo del Altísimo, que es bendito por los siglos (CtaO 2-4). Orar con la Iglesia: Señor Jesús, manso y humilde de corazón, descanso de nuestras almas, ten misericordia de nosotros. Señor Jesús, en quien habita la plenitud de la divinidad, concédenos sentir y vivir nuestra participación en tu naturaleza divina. Señor Jesús, en quien el Padre halló sus complacencias, concédenos llegar a Él con la fe puesta en el amor que nos da como a hijos. Señor Jesús, fuente de vida y santidad, haznos santos e inmaculados en tu amor. Señor Jesús, que nos amas con amor eterno y nos atraes hacia ti, no te canses de renovar tu alianza con nosotros. Señor Jesús, vida y resurrección nuestra, refugio de los atribulados y descanso del alma, acógenos a los que nos sabemos los pecadores. Señor Jesús, hecho obediente hasta la muerte, danos valor para hacer tu voluntad, manifestación del amor que nos tienes. Oración: Señor Jesús, hijo de María, escucha las plegarias que te dirigimos confiados en la intercesión de la madre que tú mismo nos diste. Amén. * * * JESUCRISTO, PRÍNCIPE
DE LA PAZ Queridos hermanos y hermanas: Hemos comenzado un nuevo año y deseo que sea para todos sereno y fecundo. Lo encomiendo a la protección celestial de la Virgen, a la que la liturgia nos invita a invocar hoy con su título más antiguo y más importante, el de Madre de Dios. Con su «sí» al ángel, el día de la Anunciación, la Virgen concibió en su seno, por obra del Espíritu Santo, al Verbo eterno, y en la noche de Navidad lo dio a luz. En la plenitud de los tiempos, en Belén Jesús nació de María: el Hijo de Dios se hizo hombre por nuestra salvación y la Virgen se convirtió en verdadera Madre de Dios. Este don inmenso que recibió María no está reservado sólo a ella; es para todos nosotros. En efecto, en su virginidad fecunda Dios entregó «a los hombres los bienes de la salvación eterna..., pues por medio de ella hemos recibido al autor de la vida» (cf. oración colecta). Por tanto, María, después de haber dado una carne mortal al unigénito Hijo de Dios, se convirtió en madre de los creyentes y de toda la humanidad. Precisamente en el nombre de María, Madre de Dios y de los hombres, desde hace 40 años se celebra, el primer día del año, la Jornada mundial de la paz. El tema que escogí para esta ocasión es: «Familia humana, comunidad de paz». El mismo amor que edifica y mantiene unida a la familia, célula vital de la sociedad, hace que se establezcan entre los pueblos de la tierra las relaciones de solidaridad y colaboración que convienen a los miembros de la única familia humana. Lo recuerda el concilio Vaticano II cuando afirma que «todos los pueblos forman una única comunidad y tienen un mismo origen...; tienen también un único fin último, Dios» (Decl. Nostra aetate, 1). Por tanto, existe una íntima relación entre familia, sociedad y paz. «Quien obstaculiza la institución familiar, aunque sea inconscientemente -afirmo en el Mensaje para esta Jornada de la paz-, hace que la paz de toda la comunidad, nacional e internacional, sea frágil, porque debilita lo que, de hecho, es la principal "agencia" de paz» (n. 5). Y, también, «no vivimos unos al lado de otros por casualidad; todos estamos recorriendo un mismo camino como hombres y, por tanto, como hermanos y hermanas» (n. 6). Por tanto, es muy importante que cada uno asuma su responsabilidad ante Dios y reconozca en él el manantial originario de su existencia y de la de los demás. De esta conciencia brota un compromiso de convertir a la humanidad en una auténtica comunidad de paz, gobernada por una «ley común, que ayude a la libertad a ser realmente lo que debe ser, (...) y que proteja al débil del abuso del más fuerte» (n. 11). Que María, Madre del Príncipe de la paz, sostenga a la Iglesia en su compromiso incansable al servicio de la paz, y ayude a la comunidad de los pueblos, que en el año 2008 celebra el sexagésimo aniversario de la Declaración universal de derechos humanos, a emprender un camino de auténtica solidaridad y de paz estable. * * * EL NOMBRE DE JESÚS
Fundamento de la fe es el nombre de
Jesús, Éste es aquel santísimo nombre anhelado por los patriarcas, esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con suspiros, requerido con lágrimas, y donado al llegar la plenitud de la gracia. No pienses en un nombre de poder, menos en uno de venganza, sino de salvación. Su nombre es misericordia, es perdón. Que el nombre de Jesús resuene en mis oídos, porque su voz es dulce y su rostro bello. No dudes, el nombre de Jesús es fundamento de la fe, mediante el cual somos constituidos hijos de Dios. La fe de la religión católica consiste en el conocimiento de Cristo Jesús y de su persona, que es luz del alma, franquicia de la vida, piedra de salvación eterna. Quien no llegó a conocerle o le abandonó camina por la vida en tinieblas, y va a ciegas con inminente riesgo de caer en el precipicio, y cuanto más se apoye en la humana inteligencia, tanto más se servirá de un lazarillo también ciego, al pretender escalar los recónditos secretos celestiales con sólo la sabiduría del propio entendimiento, y no será difícil que le acontezca, por descuidar los materiales sólidos, construir la casa en vano, y, por olvidar la puerta de entrada, pretenda luego entrar a ella por el tejado. No hay otro fundamento fuera de Jesús, luz y puerta, guía de los descarriados, lumbrera de fe para todos los hombres, único medio para encontrar de nuevo al Dios indulgente, y, una vez encontrado, fiarse de él; y poseído, disfrutarle. Esta base sostiene la Iglesia, fundamentada en el nombre de Jesús. El nombre de Jesús es el brillo de los predicadores, porque de él les viene la claridad luminosa, la validez de su mensaje y la aceptación de su palabra por los demás. ¿De dónde piensas que procede tanto esplendor y que tan rápidamente se haya propagado la fe por todo el mundo, sino por haber predicado a Jesús? ¿Acaso no por la luz y dulzura de este nombre, por el que Dios nos llamó y condujo a su gloria? Con razón el Apóstol, a los elegidos y predestinados por este nombre luminoso, les dice: En otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz. ¡Oh nombre glorioso, nombre regalado, nombre amoroso y santo! Por ti las culpas se borran, los enemigos huyen vencidos, los enfermos sanan, los atribulados y tentados se robustecen, y se sienten gozosos todos. Tú eres la honra de los creyentes, tú el maestro de los predicadores, tú la fuerza de los que trabajan, tú el valor de los flacos. Con el fuego de tu ardor y de tu celo se enardecen los ánimos, crecen los deseos, se obtienen los favores, las almas contemplativas se extasían; por ti, en definitiva, todos los bienaventurados del cielo son glorificados. Haz, dulcísimo Jesús, que también nosotros reinemos con ellos por la fuerza de tu santísimo nombre. * * * LAS ALAS DEL SERAFÍN
Todo esto lo observó a perfección el beatísimo padre Francisco, quien tuvo imagen y forma de serafín, y, perseverando en la cruz, mereció volar a la altura de los espíritus más sublimes. Siempre permaneció en la cruz, no esquivando trabajo ni dolor alguno con tal de que se realizara en sí la voluntad del Señor. Bien lo saben cuantos hermanos convivieron con él: qué a diario, qué de continuo traía en sus labios la conversación sobre Jesús; qué dulce y suave era su diálogo; qué coloquio más tierno y amoroso mantenía. De la abundancia del corazón hablaba su boca, y la fuente de amor iluminado que llenaba todas sus entrañas, bullendo saltaba fuera. ¡Qué intimidades las suyas con Jesús! Jesús en el corazón, Jesús en los labios, Jesús en los oídos, Jesús en los ojos, Jesús en las manos, Jesús presente siempre en todos sus miembros. ¡Oh, cuántas veces, estando a la mesa, olvidaba la comida corporal al oír el nombre de Jesús, al mencionarlo o al pensar en él! Y como se lee de un santo: «Viendo, no veía; oyendo, no oía». Es más: si, estando de viaje, cantaba a Jesús o meditaba en Él, muchas veces olvidaba que estaba de camino y se ponía a invitar a todas las criaturas a loar a Jesús. Porque con ardoroso amor llevaba y conservaba siempre en su corazón a Jesucristo, y éste crucificado, fue señalado gloriosísimamente sobre todos con el sello de Cristo; con mirada extática le contemplaba sentado, en gloria indecible e incomprensible, a la derecha del Padre, con el cual, Él, coaltísimo Hijo del Altísimo, en la unidad del Espíritu Santo, vive y reina, vence e impera, Dios eternamente glorioso por todos los siglos de los siglos. Amén. |
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