DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 2 DE ENERO

 

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SAN BASILIO MAGNO. Obispo y Doctor de la Iglesia. Nació en Cesarea de Capadocia, hoy Turquía, el año 330, de familia cristiana; hombre de gran cultura y virtud, estuvo viviendo en Palestina y Egipto. Se retiró al desierto con san Gregorio Nacianceno, a quien había conocido de estudiante en Atenas, para llevar vida eremítica, y allí escribió la regla para sus monjes. El año 370 fue elevado a la sede episcopal de su ciudad natal, en la que sucedió a Eusebio de Cesarea. Combatió a los arrianos; escribió excelentes obras teológicas, en particular sobre el Espíritu Santo, y reglas monásticas que rigen aún hoy en muchos monasterios sobre todo del Oriente. Fue gran bienhechor de los pobres. Murió el día 1 de enero del año 379.

SAN GREGORIO NACIANCENO. Obispo y Doctor de la Iglesia. Nació el año 330 junto a Nacianzo (Capadocia), y se desplazó a diversos lugares por razones de estudio: Cesarea de Palestina, Alejandría y Atenas. Siguió a su amigo Basilio en la vida solitaria, pero fue luego ordenado de sacerdote. El año 381 fue elegido obispo de Constantinopla, pero, debido a las divisiones existentes en aquella iglesia, se retiró a Nacianzo donde murió el 25 de enero de 389 ó 390. Fue llamado el teólogo, por la profundidad de su doctrina y el encanto de su elocuencia.- Oración: Señor Dios, que te dignaste instruir a tu Iglesia con la vida y doctrina de san Basilio Magno y san Gregorio Nacianceno, haz que busquemos humildemente tu verdad y la vivamos fielmente en el amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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San Adalardo. Abad del monasterio de Corbie en territorio de Amiens (Francia), que dispuso las cosas de manera que todos tuvieran lo suficiente, nadie tuviera en exceso y que nada se perdiera, sino que todo se diera por amor de Dio y en alabanza suya. Murió el año 826.

San Airaldo. Monje cartujo y luego obispo de Saint-Jean-de-Maurienne (Saboya). Se distinguió por su prudencia pastoral y su austeridad. Murió el año 1146.

Santos Argeo, Narciso y Marcelino. Martirizados en territorio de Cori, a 30 millas de Roma, en el siglo IV.

San Bladulfo. Presbítero y monje, discípulo de san Columbano. Murió en Bobbio, región de Emilia, el año 630.

San Juan el Bueno. Obispo que devolvió a Milán la sede episcopal que había sido trasladada a Génova a causa de los lombardos. Destacó por su vida ejemplar y su actividad caritativa. Murió hacia el año 660.

San Mainchino (o Munchin). Obispo de Limerick (Irlanda) en el siglo VII.

San Silvestre. Abad de la Orden de san Basilio en Troina (Sicilia). Siglo XII.

San Telesforo. De origen griego, nacido en Calabria, anacoreta en Egipto y Palestina. Papa de 125 a 136, siendo el séptimo sucesor de san Pedro. Introdujo la celebración de la misa de la noche de Navidad. Sufrió el martirio en Roma el año 136.

San Teodoro. Obispo de Marsella que, por defender la disciplina eclesiástica, fue desterrado tres veces por la autoridad real. Murió en su sede el año 594.

San Vicenciano. Ermitaño en territorio de Tulle, región de Aquitania (Francia). Murió el año 672.

Beata Estefanía Quinzani. Virgen, terciaria dominica, que se dedicó a la contemplación de la Pasión del Señor y a la educación de las jóvenes en Soncino (Lombardía). Murió el año 1530.

Beatos Guillermo Repin y Lorenzo Bâtard. Sacerdotes, guillotinados por la Revolución francesa en Angers el año 1794.

Beato Marcolino Amanni. Sacerdote dominico, humilde y sencillo, amante de la soledad, de los pobres y de los niños. Murió en Forli (Italia) el año 1397.

Beata María Ana Sureau Blondin. Virgen. Fundó la congregación de las Hermanas de Santa Ana para la educación de los hijos de los campesinos. Murió en Lachine (Quebec, Canadá) el año 1890.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico :

Hermanos: Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios (Ga 4,6-7).

Pensamiento franciscano :

Ama totalmente -escribe santa Clara a santa Inés- a Aquel que por tu amor se entregó todo entero... A Aquel, el Hijo del Altísimo, a quien la Virgen dio a luz, y después de cuyo parto permaneció Virgen. Adhiérete a su Madre dulcísima, que engendró tal Hijo, a quien los cielos no podían contener, y ella, sin embargo, lo acogió en el pequeño claustro de su sagrado útero y lo llevó en su seno de doncella... Por consiguiente, así como la gloriosa Virgen de las vírgenes lo llevó materialmente, así también tú, siguiendo sus huellas, ante todo las de la humildad y pobreza, puedes llevarlo espiritualmente en tu cuerpo casto y virginal, conteniendo a Aquel que os contiene a ti y a todas las cosas (3CtaCl 15-26).

Orar con la Iglesia :

Demos gracias a Cristo, el buen Pastor, que no cesa de enviar a su Iglesia pastores santos y eximios:

- Por el papa y los obispos: para que, como María, acojan íntegramente la palabra de Dios y nos la trasmitan con fidelidad.

- Por cuantos han sido llamados a prestar cualquier servicio en la Iglesia: para que no olviden las palabras del Maestro "no he venido a ser servido sino a servir".

- Por nosotros y por nuestros pueblos: para que reconozcamos al Hijo de Dios, nacido de María, como la verdadera paz y nuestro camino único de salvación.

- Por cuantos hemos recibido el don de la fe: para que la palabra evangélica fructifique en nosotros como la palabra divina fructificó en el seno de María.

Oración: Acoge, Señor, la súplica que se eleva a ti de todos los corazones sedientos de verdad y de justicia; y, por intercesión de tu madre María, reina de la paz, bendice a tu Iglesia y a toda la familia humana. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA
De la Catequesis de Benedicto XVI el 2-I-08

Ayer celebramos la solemne fiesta de María, Madre de Dios. «Madre de Dios», Theotokos, es el título que se atribuyó oficialmente a María en el siglo V, exactamente en el concilio de Éfeso, del año 431, pero que ya se había consolidado en la devoción del pueblo cristiano desde el siglo III, en el contexto de las fuertes disputas de ese período sobre la persona de Cristo. Con ese título se subrayaba que Cristo es Dios y que realmente nació como hombre de María. (...)

El título de Madre de Dios, tan profundamente vinculado a las festividades navideñas, es, por consiguiente, el apelativo fundamental con que la comunidad de los creyentes honra, podríamos decir, desde siempre a la Virgen santísima. Expresa muy bien la misión de María en la historia de la salvación. Todos los demás títulos atribuidos a la Virgen se fundamentan en su vocación de Madre del Redentor, la criatura humana elegida por Dios para realizar el plan de la salvación, centrado en el gran misterio de la encarnación del Verbo divino.

En estos días de fiesta nos hemos detenido a contemplar en el belén la representación del Nacimiento. En el centro de esta escena encontramos a la Virgen Madre que ofrece al Niño Jesús a la contemplación de quienes acuden a adorar al Salvador: los pastores, la gente pobre de Belén, los Magos llegados de Oriente. Más tarde, en la fiesta de la «Presentación del Señor», que celebraremos el 2 de febrero, serán el anciano Simeón y la profetisa Ana quienes recibirán de las manos de la Madre al pequeño Niño y lo adorarán. La devoción del pueblo cristiano siempre ha considerado el nacimiento de Jesús y la maternidad divina de María como dos aspectos del mismo misterio de la encarnación del Verbo divino. Por eso, nunca ha considerado la Navidad como algo del pasado. Somos «contemporáneos» de los pastores, de los Magos, de Simeón y Ana, y mientras vamos con ellos nos sentimos llenos de alegría, porque Dios ha querido ser Dios con nosotros y tiene una madre, que es nuestra madre.

Del título de «Madre de Dios» derivan luego todos los demás títulos con los que la Iglesia honra a la Virgen, pero este es el fundamental. Pensemos en el privilegio de la «Inmaculada Concepción»... Lo mismo vale con respecto a la «Asunción»... Y todos sabemos que estos privilegios no fueron concedidos a María para alejarla de nosotros, sino, al contrario, para que estuviera más cerca. En efecto, al estar totalmente con Dios, esta Mujer se encuentra muy cerca de nosotros y nos ayuda como madre y como hermana. También el puesto único e irrepetible que María ocupa en la comunidad de los creyentes deriva de esta vocación suya fundamental a ser la Madre del Redentor. Precisamente en cuanto tal, María es también la Madre del Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia. Así pues, justamente, durante el concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964, Pablo VI atribuyó solemnemente a María el título de «Madre de la Iglesia».

Precisamente por ser Madre de la Iglesia, la Virgen es también Madre de cada uno de nosotros, que somos miembros del Cuerpo místico de Cristo. Desde la cruz Jesús encomendó a su Madre a cada uno de sus discípulos y, al mismo tiempo, encomendó a cada uno de sus discípulos al amor de su Madre. El evangelista san Juan concluye el breve y sugestivo relato con las palabras: «Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,27). Así es la traducción española del texto griego: eis ta ídia; la acogió en su propia realidad, en su propio ser. Así forma parte de su vida y las dos vidas se compenetran. Este aceptarla en la propia vida (eis ta ídia) es el testamento del Señor. Por tanto, en el momento supremo del cumplimiento de la misión mesiánica, Jesús deja a cada uno de sus discípulos, como herencia preciosa, a su misma Madre, la Virgen María.

Queridos hermanos y hermanas, en estos primeros días del año se nos invita a considerar atentamente la importancia de la presencia de María en la vida de la Iglesia y en nuestra existencia personal. Encomendémonos a ella, para que guíe nuestros pasos en este nuevo período de tiempo que el Señor nos concede vivir, y nos ayude a ser auténticos amigos de su Hijo, y así también valientes artífices de su reino en el mundo, reino de luz y de verdad.

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EL DOBLE PRECEPTO DE LA CARIDAD
De los tratados de S. Agustín sobre el evangelio de S. Juan

Vino el Señor mismo, como doctor en caridad, rebosante de ella, compendiando, como de él se predijo, la palabra sobre la tierra, y puso de manifiesto que tanto la ley como los profetas radican en los dos preceptos de la caridad.

Recordad conmigo, hermanos, aquellos dos preceptos. Pues, en efecto, tienen que seros en extremo familiares, y no sólo veniros a la memoria cuando ahora os los recordamos, sino que deben permanecer siempre grabados en vuestros corazones. Nunca olvidéis que hay que amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser; y al prójimo como a sí mismo.

He aquí lo que hay que pensar y meditar, lo que hay que mantener vivo en el pensamiento y en la acción, lo que hay que llevar hasta el fin. El amor de Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor del prójimo es el primero en el rango de la acción. Pues el que te impuso este amor en dos preceptos no había de proponer primero al prójimo y luego a Dios, sino al revés, a Dios primero y al prójimo después.

Pero tú, que todavía no ves a Dios, amando al prójimo haces méritos para verlo; con el amor al prójimo aclaras tu pupila para mirar a Dios, como sin lugar a dudas dice Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.

Que no es más que una manera de decirte: Ama a Dios. Y si me dices: «Señálame a quién he de amar», ¿qué otra cosa he de responderte sino lo que dice el mismo Juan: A Dios nadie lo ha visto jamás? Y para que no se te ocurra creerte totalmente ajeno a la visión de Dios: Dios -dice- es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios. Ama por tanto al prójimo, y trata de averiguar dentro de ti el origen de ese amor; en él verás, tal y como ahora te es posible, al mismo Dios.

Comienza, pues, por amar al prójimo. Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne.

¿Qué será lo que consigas si haces esto? Entonces romperá tu luz como la aurora. Tu luz, que es tu Dios, tu aurora, que vendrá hacia ti tras la noche de este mundo; pues Dios ni surge ni se pone, sino que siempre permanece.

Al amar a tu prójimo y cuidarte de él, vas haciendo tu camino. ¿Y hacia dónde caminas sino hacia el Señor Dios, el mismo a quien tenemos que amar con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser? Es verdad que no hemos llegado todavía hasta nuestro Señor, pero sí que tenemos con nosotros al prójimo. Ayuda, por tanto, a aquel con quien caminas, para que llegues hasta aquel con quien deseas quedarte para siempre.

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FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS
CONTEMPLAN EL MISTERIO DE MARÍA
por Michel Hubaut, o.f.m.

Francisco expresa lo esencial de su piedad mariana en dos textos admirables por su concisión y densidad espiritual. El primero es la antífona de su Oficio de la Pasión. El segundo es el Saludo a la bienaventurada Virgen María:

«¡Salve, Señora, santa Reina, santa Madre de Dios, María, que eres virgen hecha Iglesia... ¡Salve, palacio de Dios! ¡Salve, tabernáculo de Dios! ¡Salve, casa de Dios! ¡Salve, vestidura de Dios! ¡Salve, esclava de Dios! ¡Salve, Madre de Dios!».

La alabanza de Francisco, como su contemplación, se centra en la función materna de María. ¡Ella es el palacio, el tabernáculo, la casa, la vestidura de Dios! Francisco no se cansa de saludar cortésmente a esta santa Señora que tuvo la gracia inaudita de acoger en su seno al Dios tres veces santo, a Aquel que es todo Bien. En el Saludo a la bienaventurada Virgen María oímos como un eco del Saludo a las virtudes:

«¡Salve, reina sabiduría, el Señor te salve con tu hermana la santa sencillez! ¡Señora santa pobreza, el Señor te salve con tu hermana la santa humildad! ¡Señora santa caridad, el Señor te salve con tu hermana la santa obediencia! ¡Santísimas virtudes, a todas os salve el Señor, de quien venís y procedéis! Nadie hay absolutamente en el mundo entero que pueda poseer a una de vosotras si antes no muere. Quien posee una y no ofende a las otras, las posee todas...» (SalVir 1-6).

Para Francisco, hombre concreto y visual, las virtudes evangélicas no son simples conceptos o ejercicios morales, sino dones del Espíritu Santo, dinámicos y llenos de vida. A sus ojos, la Virgen María es el espejo y ejemplo perfecto de todas las virtudes. En María, Francisco y Clara contemplan todas las virtudes de la vida cristiana. El paralelismo entre ambos Saludos se manifiesta incluso en la elección del vocabulario. María es Señora, como la pobreza, la humildad, la caridad y la obediencia. Es Reina, como la sabiduría y su hermana la pura sencillez. María es la personificación suma de todas las cualidades evangélicas. Una vez más, Francisco se aproxima a la gran tradición ortodoxa, que ve en la Virgen María a «Santa Sofía», la Sabiduría encarnada.

La Virgen María, pura, disponible, simplificada y unificada por el amor, es la morada de «Aquel que es todo Bien», de «Aquel a quien los cielos no pueden contener». A los ojos asombrados de Francisco y de Clara, María realiza lo que ellos pretendieron, buscaron y anhelaron durante toda su vida: ser ese corazón puro convertido en pura casa de adoración donde el Espíritu ora en espíritu y en verdad. Contemplan en esta mujer a la Virgen en el sentido profundo del término: la criatura virgen de todo repliegue sobre sí misma, de cualquier pecado de apropiación de los dones de Dios. Su deseo es puro impulso, puro retorno al Creador. Ella es la tierra virgen fecundada por la semilla de la Palabra de Dios, a la que, excepcionalmente, le dio carne, consistencia humana.

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