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Vía crucis de Juan
Pablo II
(Viernes Santo de 2000)
«Padre, perdónalos porque no
saben lo que hacen» (Lc 23,34). En el culmen de la Pasión, Cristo
no olvida al hombre, no olvida en especial a los que son la causa de su
sufrimiento. Él sabe que el hombre, más que de cualquier otra
cosa, tiene necesidad de amor; tiene necesidad de la misericordia que en este
momento se derrama en el mundo.
«Yo te aseguro: hoy estarás
conmigo en el paraíso» (Lc 23,43). Así responde Jesús
a la petición del malhechor que estaba a su derecha: «Jesús,
acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (Lc 23,42).
La promesa de una nueva vida. Éste es el primer fruto de la
pasión y de la inminente muerte de Cristo. Una palabra de esperanza para
el hombre.
A los pies de la cruz estaba su Madre, y a
su lado el discípulo Juan evangelista. «Jesús dice a su
madre: "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego dice al
discípulo: "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella
hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,26-27). Es el
testamento para las personas que más amaba. El testamento para la
Iglesia. Jesús al morir quiere que el amor maternal de María
abrace a todos aquellos por los que Él da la vida, a toda la
humanidad.
Poco después, Jesús exclama:
«Tengo sed» (Jn 19,28). Palabra que deja ver la sed ardiente que
quema todo su cuerpo. Es la única palabra que manifiesta directamente su
sufrimiento físico.
Después Jesús añade:
«¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has
abandonado?» (Mt 27,46; cf. Sal 21,2); son las palabras del Salmo con el
que Jesús ora. La frase, no obstante la apariencia, manifiesta su
unión profunda con el Padre. En los últimos instantes de su vida
terrena, Jesús dirige su pensamiento al Padre. El diálogo se
desarrollará ya sólo entre el Hijo que muere y el Padre que
acepta su sacrificio de amor.
Cuando llega la hora de nona, Jesús
grita: «¡Todo está cumplido!» (Jn 19,30). Ha llevado a
cumplimiento la obra de la redención. La misión, para la que vino
a la tierra, ha alcanzado su objetivo. Lo demás pertenece al Padre:
«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46). Dicho
esto, expiró. «El velo del templo se rasgó en dos...»
(Mt 27,51). El «santo de los santos» en el templo de Jerusalén
se abre en el momento en que entra el Sacerdote de la nueva y eterna
Alianza.
Pausa de
silencio
Oremos: Señor
Jesucristo, Tú que en el momento de la agonía no has permanecido
indiferente a la suerte del hombre y con tu último respiro has confiado
con amor a la misericordia del Padre a los hombres y mujeres de todos los
tiempos con sus debilidades y pecados, llénanos a nosotros y a las
generaciones futuras de tu Espíritu de amor, para que nuestra
indiferencia no haga vanos en nosotros los frutos de tu muerte.
A ti, Jesús crucificado,
sabiduría y poder de Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
Stabat Mater
dolorosa
(Jacopone de Todi, franciscano)
Stabat Mater dolorosa,
juxta crucem lacrymosa,
dum pendebat Filius.
Cujus ánimam gementem,
constristatam et dolentem,
pertransivit gladius.
O quam tristis et afflicta
fuit illa benedicta
Mater Unigéniti!
Quae maerebat et dolebat,
pía Mater, dum videbat
Nati poenas íncliti.
Quis est homo, qui non fleret,
Matrem Christi si videret
in tanto supplicio?
Quis non posset contristari,
Christi Matrem contemplari
dolentem cum Filio?
Pro peccatis suae gentis
vidit Jesum in tormentis,
et flagellis súbditum.
Vidit suum dulcem Natum
moriendo desolatum,
dum emisit spíritum.
Eja Mater, fons amoris,
me sentire vim doloris
fac, ut tecum lúgeam.
Fac ut árdeat cor meum
in amando Christum Deum,
ut sibi complaceam.
Sancta Mater, istud agas,
Crucifixi fige plagas
cordi meo válide.
Tui Nati vulnerati,
tam dignati pro me pati,
poenas mecum dívide.
Fac me tecum pie flere,
Crucifixo condolere,
donec ego víxero.
Juxta Crucem tecum stare,
et me tibi sociare
in planctu desídero.
Virgo vírginum praeclara,
mihi jam non sis amara,
fac me tecum plángere.
Fac ut portem Christi mortem,
passionis fac consortem,
et plagas recólere.
Fac me plagis vulnerari,
fac me Cruce inebriari,
et cruore Filii.
Flammis ne urar succensus,
per te, Virgo, sim defensus
in die judicii.
Christe, cum sit hinc exire,
da per Matrem me venire
ad palman victoriae.
Quando corpus morietur,
fac ut ánimae donetur
Paradisi gloria. Amen.
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La Madre piadosa
estaba
(Lope de Vega)
La Madre piadosa estaba
junto a la cruz y lloraba
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma, triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.
¡Oh, cuán triste y cuán aflicta
se vio la Madre bendita,
de tantos tormentos llena!
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba
del Hijo amado la pena.
Y ¿cuál hombre no llorara,
si a la Madre contemplara
de Cristo, en tanto dolor?
Y ¿quién no se entristeciera,
Madre piadosa, si os viera
sujeta a tanto rigor?
Por los pecados del mundo,
vio a Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre.
Vio morir al Hijo amado,
que rindió desamparado
el espíritu a su Padre.
¡Oh dulce fuente de amor!,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que, por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.
Y, porque a amarle me anime,
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.
Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo.
Porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu corazón compasivo.
¡Virgen de vírgenes santas!,
llore ya con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea.
Porque su pasión y muerte
tenga en mi alma, de suerte
que siempre sus penas vea.
Haz que su cruz me enamore
y que en ella viva y more
de mi fe y amor indicio.
Porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda
en el día del juicio.
Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
Porque, cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.
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Vía crucis de
Gerardo Diego
Al pie de la cruz
María
llora con la Magdalena,
y aquel a quien en la Cena
sobre todos prefería.
Ya palmo a palmo se enfría
el dócil torso entreabierto.
Ya pende el cadáver yerto
como de la rama el fruto.
Cúbrete, cielo, de luto
porque ya la Vida ha muerto.
Profundo misterio.
El Hijo
del Hombre, el que era la Luz
y la Vida muere en cruz,
en una cruz crucifijo.
Ya desde ahora te elijo
mi modelo en el estrecho
tránsito. Baja a mi lecho
el día que yo me muera,
y que mis manos de cera
te estrechen sobre mi pecho.
Cristo muere en la Cruz. Tiene un
trío de ases a sus pies: su Madre, la Magdalena y Juan. En torno se hace
el silencio y la Luz se oscurece crucificada. El poeta, consecuente, insta al
cielo a cubrirse de luto, "porque la Vida ha muerto", misterio que
sume en admiración al anonadado cristiano que es aquí el sujeto
lírico.
Que Cristo se convierta en el modelo final
de su propia muerte, es el deseo final, ceñido a su pecho, que expresa
como conclusión el poeta. (Deseo que se cumplió a la muerte
cristianamente ejemplar del mismo).- [Fr. Ángel Martín,
ofm]
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