DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día

Décima Estación
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

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Vía crucis de Juan Pablo II

(Viernes Santo de 2000)

«Llegados al Calvario, le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero Jesús, después de probarlo, no quiso beberlo» (Mt 27,33-34). No quiso calmantes, que le habrían nublado la conciencia durante la agonía. Quería agonizar en la cruz conscientemente, cumpliendo la misión recibida del Padre.

Esto era contrario a los métodos usados por los soldados encargados de la ejecución. Debiendo clavar en la cruz al condenado, trataban de amortiguar su sensibilidad y conciencia. En el caso de Cristo no podía ser así. Jesús sabe que su muerte en la cruz debe ser un sacrificio de expiación. Por eso quiere mantener despierta la conciencia hasta el final. Sin ésta no podría aceptar, de un modo completamente libre, la plena medida del sufrimiento.

Él debe subir a la cruz para ofrecer el sacrificio de la Nueva Alianza. Es sacerdote. Debe entrar mediante su propia sangre en la morada eterna, después de haber realizado la redención del mundo (cf. Hb 9,12).

Conciencia y libertad: son los requisitos imprescindibles del actuar plenamente humano. ¡El mundo conoce tantos medios para debilitar la voluntad y ofuscar la conciencia! Es necesario defenderlas celosamente de todas las violencias. Incluso el esfuerzo legítimo por atenuar el dolor debe realizarse siempre respetando la dignidad humana.

Hay que comprender profundamente el sacrificio de Cristo, es necesario unirse a él para no rendirse, para no permitir que la vida y la muerte pierdan su valor.

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesús, que con total entrega has aceptado la muerte de cruz por nuestra salvación, haznos a nosotros y a todos los hombres del mundo partícipes de tu sacrificio en la cruz, para que nuestro existir y nuestro obrar tengan la forma de una participación libre y consciente en tu obra de salvación.

A ti, Jesús, sacerdote y víctima, honor y gloria por los siglos. Amén.

Vía crucis de Gerardo Diego

Ya desnudan al que viste
a las rosas y a los lirios.
Martirio entre los martirios
y entre las tristezas triste.
Qué sonrojo te reviste,
cómo tu rostro demudas
ante aquellas manos crudas
que te arrancan los vestidos
de sangre y sudor teñidos
sobre tus carnes desnudas.

Bella lección de pudores
la que en este trance dictas,
tus candideces invictas
coloridas de rubores.
Tú, que has teñido las flores
de tintas tan sonrosadas,
que en las castas alboradas
las nubes vistes de oro,
ay, devuélveme el tesoro
de mis flores marchitadas.

Vuelve el autor a la propuesta general compositiva, desde la estrofa inicial motivadora, con la escena, ahora ya estática, del despojo de las vestiduras con que se cubre Jesús, de lo que destaca el poeta el sonrojo consiguiente y la paradoja de que se llegue a desnudar a quien viste las flores.

Esta condición creadora del Hijo de Dios es la que le autoriza al escritor el consiguiente desarrollo, a nivel de aplicación personal, de la segunda décima, con el ruego simbólico de serle devuelto el "tesoro de las propias flores marchitadas".- [Fr. Ángel Martín, ofm]

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