DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día

Novena Estación
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

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Vía crucis de Juan Pablo II

(Viernes Santo de 2000)

Cristo se desploma de nuevo a tierra bajo el peso de la cruz. La muchedumbre que observa está curiosa por saber si aún tendrá fuerza para levantarse.

San Pablo escribe: «Siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,6-8).

La tercera caída parece manifestar precisamente esto: El despojo, la kénosis del Hijo de Dios, la humillación bajo la cruz. Jesús había dicho a los discípulos que no había venido para ser servido, sino para servir (cf. Mt 20,28).

En el Cenáculo, inclinándose hasta el suelo y lavándoles los pies, parece como si hubiera querido habituarlos a esta humillación suya. Cayendo a tierra por tercera vez en el camino de la cruz, de nuevo proclama a gritos su misterio. ¡Escuchemos su voz! Este condenado, en tierra, bajo el peso de la cruz, ya en las cercanías del lugar del suplicio, nos dice: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6). «El que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Que no nos asuste la vista de un condenado que cae a tierra extenuado bajo la cruz. Esta manifestación externa de la muerte, que ya se acerca, esconde en sí misma la luz de la vida.

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesucristo, que por tu humillación bajo la cruz has revelado al mundo el precio de su redención, concede a los hombres del tercer milenio la luz de la fe, para que reconociendo en ti al Siervo sufriente de Dios y del hombre, tengamos la valentía de seguir el mismo camino, que, a través de la cruz y el despojo, lleva a la vida que no tendrá fin.

A ti, Jesús, apoyo en nuestra debilidad, honor y gloria por los siglos. Amén.

Vía crucis de Gerardo Diego

Ya caíste una, dos veces.
La rota túnica pisas
y aún entre mofas y risas
tendido a mis pies te ofreces.
Yo no sé a quién me pareces,
a quién me aludes así.
No sé qué haces junto a mí,
derribado con tu leño.
Yo no sé si ha sido un sueño
o si es verdad que te vi.

Y yo caigo una, dos, tres,
y otra vez más, y otra, y tantas.
Siempre tus espaldas santas
me sirvieron de pavés.
Ahora siento bien cuál es
la razón de tus caídas.
Sí. Porque nuestras vencidas
almas no te tengan miedo
caes, oh humilde remedo,
y a abrazarte las convidas.

Se rompe en esta estación el habitual ajuste a las dos décimas de motivo y comentario, recabando el autor, desde el principio, el uso de la primera persona, e involucrando ambos ejes compositivos en un mismo desarrollo.

El sujeto lírico se imagina a Cristo en el instante en que vuelve a caer bajo el travesaño que le agobia: "caído a mis pies te ofreces"; y ante tal espectáculo llega a dudar de lo que sus ojos ven. La caída sugiere la que el sujeto cristiano soporta reincidente, cargando así de culpas la espalda sufriente de Cristo, "que le sirve de pavés". Las caídas de Jesús tienen un último motivo entonces: cae para inducirnos a abrazarnos a él sin miedo.- [Fr. Ángel Martín, ofm]

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