DIRECTORIO FRANCISCANO
La Oración de cada día

Octava Estación
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

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Vía crucis de Juan Pablo II

(Viernes Santo de 2000)

«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron! Entonces se pondrán a decir a los montes: ¡Caed sobre nosotros! Y a las colinas: ¡Cubridnos! Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco, ¿qué se hará?" (Lc 23,28-31). Son las palabras de Jesús a las mujeres de Jerusalén que lloraban mostrando compasión por el Condenado.

«No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos». Entonces era verdaderamente difícil entender el sentido de estas palabras. Contenían una profecía que pronto habría de cumplirse. Poco antes, Jesús había llorado por Jerusalén, anunciando la horrenda suerte que le iba a tocar. Ahora, Él parece remitirse a esa predicción: «Llorad por vuestros hijos...». Llorad, porque ellos, precisamente ellos, serán testigos y partícipes de la destrucción de Jerusalén, de esa Jerusalén que «no ha sabido reconocer el tiempo de la visita» (Lc 19,44).

Si, mientras seguimos a Cristo en el camino de la cruz, se despierta en nuestros corazones la compasión por su sufrimiento, no podemos olvidar esta advertencia. «Si en el leño verde hacen esto, en el seco, ¿qué se hará?». Para nuestra generación, que deja atrás un milenio, más que de llorar por Cristo martirizado, es la hora de «reconocer el tiempo de la visita». Ya resplandece la aurora de la resurrección. «Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación" (2 Cor 6,2).

Cristo nos dirige a cada uno de nosotros estas palabras del Apocalipsis: «Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono» (Ap 3,20-21).

Pausa de silencio

Oremos: Cristo, que has venido a este mundo para visitar a todos los que esperan la salvación, haz que nuestra generación reconozca el tiempo de tu visita y tenga parte en los frutos de tu redención. No permitas que por nosotros y por los hombres del nuevo siglo se tenga que llorar porque hayamos rechazado la mano del Padre misericordioso.

A ti, Jesús, nacido de la Virgen, Hija de Sión, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Vía crucis de Gerardo Diego

Qué vivo dolor aflige
a estas mujeres piadosas,
madres, hermanas, esposas,
sin culpa del «crucifige».
Jesús a ellas se dirige.
Sus palabras, oídlas bien.
-Hijas de Jerusalén.
Llorad vuestro llanto, sí,
por vosotras, no por mí.
Por vuestros hijos también.

Por nosotros mismos, cierto.
Pero ¿quién por ti no llora?
Haz que llore hora tras hora
por mí tibio y por ti yerto.
Riégame este estéril huerto.
Quiébrame esta torva frente.
Ábreme una vena ardiente
de dulce y amargo llanto,
y espanta de mí este espanto
de hallar cegada mi fuente.

Nos pinta esta estación la composición del encuentro con la piadosas mujeres, único momento de la vía dolorosa en que Jesús responde atento a tan valientes interlocutoras, invitándolas a verter tan compasivo llanto, en momento el más relevante, sobre ellas mismas y sus propios hijos.

"Pero, ¿quién por ti no llora?" El poeta, para sumarse con bien al lamento de la común compasión, pide al Maestro de todos los dolores que no le falte don de lágrimas con que llorar "dulce y amargo llanto", por Cristo y por sí mismo, en desigual proporción: "por mí tibio y por ti yerto".- [Fr. Ángel Martín, ofm]

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