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DÍA 30 DE DICIEMBRE
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* * * San Anisio de Tesalónica. Fue obispo de Tesalónica, hoy Salónica (Grecia), en tiempo del emperador Teodosio. El año 391 presidió el Concilio de Capua, en el que se condenó al obispo Bonoso de Naisso que negaba la divinidad de Jesucristo y la perpetua virginidad de María. El papa Inocencio I lo hizo vicario suyo en el antiguo Ilírico. Apoyó a san Juan Crisóstomo en sus tribulaciones. San Ambrosio lo colmó de alabanzas. Murió hacia el año 406. San Egwino. Fue obispo de Evesham, en Worcestershire (Inglaterra), donde fundó un monasterio. Murió el año 717. San Félix I, papa del año 269 al año 274. Gobernó la Iglesia en tiempo del emperador Aureliano. Ordenó que la misa se celebrara sobre la tumba de los mártires cristianos. Fue sepultado en el cementerio de Calixto en la Vía Apia de Roma. San Geremaro (o Gemer). Abad del monasterio de Flay, en la región de Beauvais (Francia), por él fundado y en el que murió el año 658. San Hermes. Exorcista que fue martirizado por su fe cristiana en Vidin de Mesia (en la actual Bulgaria) hacia el año 300. San Jocundo. Tercer obispo de la diócesis de Aosta. Murió hacia el año 502. San Lorenzo de Frazzanó. Es uno de los grandes exponentes del monacato basiliano en Sicilia. Nació hacia el año 1116 en Frazzanó (Sicilia). Abrazó la vida monástica que seguía la Regla de San Basilio, y se distinguió por la austeridad de su vida y por la constante predicación. Murió en su pueblo natal hacia el año 1162. San Perpetuo de Tours. Nació en el seno de una familia senatorial y el año 471 fue elegido obispo de Tours (Francia). Dos fueron sus mayores ideales: atender a los pobres y necesitados y fomentar en la comunidad cristiana el deseo de santidad. Distribuyó a los indigentes con generosidad sus bienes y los de la Iglesia, y su pastoral estuvo dirigida a la elevación religiosa y espiritual de sus fieles. Restableció en su Iglesia la práctica de los ayunos y vigilias. Edificó una basílica en honor de san Martín. Su predicación estaba fundada en el conocimiento de la Escritura y de los Padres. Murió el año 491. San Rainiero. Obispo de la antigua diócesis de Furconium, integrada luego en la de L'Aquila (Abruzzo, Italia). El papa Alejandro II le escribió felicitándolo por su celo en defender los derechos de la Iglesia, en garantizar el buen uso de sus bienes y en administrar la diócesis de forma excelente. Murió el año 1077. San Rogerio de Canne. Fue obispo de la antigua ciudad de Canne, cerca de Bari (Apulia, Italia). Vivió pobre y compartió la suerte de sus feligreses, postrados por la miseria y el hambre, después que el normando Roberto Guiscardo asolase el territorio. Los papas de su tiempo lo tuvieron en gran consideración y le encomendaron misiones de paz. Murió en su ciudad natal, Canne, el año 1129. Beato Juan María Boccardo. Nació en Moncalieri, cerca de Turín (Italia), el año 1848. Estudió en el Seminario diocesano y se ordenó de sacerdote en 1871. Trabajó en los seminarios de Chieri y Turín hasta que, en 1882, lo nombraron párroco del pueblo de Pancalieri, donde pasó el resto de su vida. Se distinguió por su caridad con los ancianos, pobres y enfermos, y por su empeño en la educación de los niños. Fundó la Congregación de Hermanas de los Pobres Hijas de San Cayetano, de las que llegó a fundar 35 casas. Fue un párroco cercano al pueblo, con el que compartía las preocupaciones y las alegrías, y muy devoto de la Virgen. Dejó muchos escritos de carácter espiritual y pastoral. Murió el año 1913. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: En aquel tiempo fue Jesús a su ciudad, Nazaret, y se puso a enseñar en la sinagoga. La gente decía admirada: -¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso? Y desconfiaban de él (Mt 13,54-56). Pensamiento franciscano: San Buenaventura dice de san Francisco: -Amaba con indecible afecto a la Madre del Señor Jesús, por ser ella la que ha convertido en hermano nuestro al Señor de la majestad y por haber nosotros alcanzado misericordia mediante ella. Después de Cristo, depositaba principalmente en la misma su confianza; por eso la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos (LM 9,3). Orar con la Iglesia: Oremos al Señor, nuestro Dios, Padre de la gran familia humana. -Por la Iglesia, la familia de los hijos de Dios, para que sepa acoger y cuidar a todos. -Por los hogares, para que, contemplando el ejemplo de Nazaret, sepan discernir los valores permanentes, que es preciso salvaguardar. -Por los padres y las madres, para que sepan educar a sus hijos en el amor, la libertad, la responsabilidad. -Por los gobernantes y por cuantos tienen responsabilidades en la vida pública, para que procuren con tenacidad la solución de los graves problemas que afectan a la familia. -Por las familias desunidas, por los esposos que sufren, para que reciban ayuda y consuelo, fruto de la solidaridad cristiana. Oración: Escucha, Señor, la oración que te dirigimos confiados en tu amor y con la mirada puesta en el hogar de Nazaret. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * SANTIFICACIÓN DE LA
FAMILIA Queridos hermanos y hermanas: Celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Siguiendo los evangelios de san Mateo y san Lucas, fijamos hoy nuestra mirada en Jesús, María y José, y adoramos el misterio de un Dios que quiso nacer de una mujer, la Virgen santísima, y entrar en este mundo por el camino común a todos los hombres. Al hacerlo así, santificó la realidad de la familia, colmándola de la gracia divina y revelando plenamente su vocación y misión. A la familia dedicó gran atención el concilio Vaticano II. Los cónyuges -afirma- «son testigos, el uno para el otro y ambos para sus hijos, de la fe y del amor de Cristo» (LG 35). Así la familia cristiana participa de la vocación profética de la Iglesia: con su estilo de vida «proclama en voz alta tanto los valores del reino de Dios ya presentes como la esperanza en la vida eterna» (ib.). Como repitió incansablemente mi venerado predecesor Juan Pablo II, el bien de la persona y de la sociedad está íntimamente vinculado a la "buena salud" de la familia (cf. GS 47). Por eso, la Iglesia está comprometida en defender y promover «la dignidad natural y el eximio valor» -son palabras del Concilio- del matrimonio y de la familia (ib.). Con esta finalidad se está llevando a cabo, precisamente hoy, una importante iniciativa en Madrid, a cuyos participantes me dirigiré ahora en lengua española. Saludo a los participantes en el encuentro de las familias que se está llevando a cabo en este domingo en Madrid, así como a los señores cardenales, obispos y sacerdotes que los acompañan. Al contemplar el misterio del Hijo de Dios que vino al mundo rodeado del afecto de María y de José, invito a las familias cristianas a experimentar la presencia amorosa del Señor en sus vidas. Asimismo, les aliento a que, inspirándose en el amor de Cristo por los hombres, den testimonio ante el mundo de la belleza del amor humano, del matrimonio y la familia. Ésta, fundada en la unión indisoluble entre un hombre y una mujer, constituye el ámbito privilegiado en el que la vida humana es acogida y protegida, desde su inicio hasta su fin natural. Por eso, los padres tienen el derecho y la obligación fundamental de educar a sus hijos en la fe y en los valores que dignifican la existencia humana. Vale la pena trabajar por la familia y el matrimonio porque vale la pena trabajar por el ser humano, el ser más precioso creado por Dios. Me dirijo de modo especial a los niños, para que quieran y recen por sus padres y hermanos; a los jóvenes, para que estimulados por el amor de sus padres, sigan con generosidad su propia vocación matrimonial, sacerdotal o religiosa; a los ancianos y enfermos, para que encuentren la ayuda y comprensión necesarias. Y vosotros, queridos esposos, contad siempre con la gracia de Dios, para que vuestro amor sea cada vez más fecundo y fiel. En las manos de María, «que con su "sí" abrió la puerta de nuestro mundo a Dios» (Spe salvi 49), pongo los frutos de esta celebración. Nos dirigimos ahora a la Virgen santísima, pidiendo por el bien de la familia y por todas las familias del mundo. En esta fiesta de la Sagrada Familia, invito a todos a imitar la entrañable convivencia, llena de amor y respeto, que caracteriza el hogar de Nazaret donde creció Jesús, y que es fuente de gozo, esperanza y paz para toda la humanidad. * * * EL EJEMPLO DE
NAZARET Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida. Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de lo que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido. Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de una disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo. ¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina! Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret. Su primera lección es el silencio. Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve. Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social. Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble. Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor. * * * MARÍA, ELEGIDA Y
CONSAGRADA POR LA TRINIDAD En la época de Francisco de Asís el culto y la devoción a la Madre de Dios había alcanzado una grande expansión y había hallado una noble manifestación en la poesía religiosa de los trovadores, de la cual hará suyas el Santo algunas expresiones de loor a santa María. Efectivamente, después de su conversión «entonaba loores al Señor y a la gloriosa Virgen su Madre» (1 Cel 24). El motivo por el cual escogió para restaurar la iglesia de la Porciúncula fue, como dice el biógrafo, «por la grande devoción que profesaba a la Madre de toda bondad» (1 Cel 21). Más tarde se sentirá feliz de poder fijar junto a Santa María de los Ángeles el centro de encuentro de su fraternidad. Y fue aquí, «en la iglesia de la Virgen Madre de Dios -observa san Buenaventura- donde él suplicaba insistentemente, con gemidos continuados, a aquella que concibió al Verbo lleno de gracia y de verdad, que se dignara ser su abogada. Y la Madre de la misericordia obtuvo con sus méritos que él mismo concibiera y diera a luz el espíritu de la verdad evangélica» (LM 3, 1). Allí, ante el altar de la misma iglesita, bajo la mirada de la imagen de María, la joven Clara, aquella noche de su fuga de la casa paterna, prometió obediencia a Francisco y se comprometió en el seguimiento del Señor crucificado. Francisco considera a la Virgen como el instrumento privilegiado del don central de la Encarnación. La contempla formando parte del designio salvífico de la Trinidad: «Te damos gracias, Padre, porque, así como nos creaste por medio de tu Hijo, así también, por el santo amor tuyo con que nos amaste, hiciste nacer a ese mismo verdadero Dios y verdadero hombre de la gloriosa siempre Virgen la beatísima santa María» (1 R 23,3). De la meditación del evangelio de la Anunciación toma Francisco los conceptos que después él asimila y expresa en formas diversas. Así cuando habla a los cristianos de ese mismo gran don del Padre, su Palabra, Jesucristo: «Esta Palabra del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, la anunció el altísimo Padre desde el cielo por medio de su arcángel san Gabriel a la santa y gloriosa Virgen María, de cuyo seno recibió la verdadera carne de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4-5). En los salmos natalicios del Oficio de la Pasión canta a este don del Hijo que el Padre nos ha mandado, haciéndolo «nacer de la bienaventurada Virgen María» (OfP 15,3). Y es precisamente esta excelsa maternidad el título por el cual María debe ser honrada (CtaO 21). En cierto sentido Francisco halla el origen de la hermandad de la familia de Dios en la misma maternidad de María: «Rodeaba de amor indecible a la Madre de Jesús, por haber hecho hermano nuestro al Señor de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le multiplicaba oraciones, le ofrecía afectos, tantos y tales como no puede expresar lengua humana» (2 Cel 198). De esas alabanzas o loores -laudas trovadorescas- han sido conservadas dos de profundo contenido teológico: el Saludo a la Virgen María y la Antífona que Francisco recitaba al final de cada hora del Oficio de la Pasión. En ambas cabe destacar la relación singular de María con las tres personas de la santísima Trinidad, tipo y modelo de la relación que Dios quiere establecer con cada uno de los creyentes. La santa Virgen, en efecto, es proclamada: elegida por el santísimo Padre del cielo y por él, con su santísimo amado Hijo y con el Espíritu Santo, consagrada (SalVM 2). Conceptos que derivan de la contemplación del diálogo de Gabriel con María. De la misma contemplación evangélica ha extraído el sentido, tan fecundo para él, de las expresiones del otro texto, si bien no han sido inventadas por él: Hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial; Madre de nuestro santísimo Señor Jesucristo; Esposa del Espíritu Santo (OfP Ant). Parece que Francisco haya sido el primero, entre los escritores, en dar a la Virgen María el título de Esposa del Espíritu Santo, hoy normal en la teología mariana. No sólo en María, sino aun en la unión mística de cada cristiano con Dios, la relación nupcial se realiza, según un concepto repetidamente expresado por él, por obra del Espíritu Santo. Es interesante, a este respecto, el paralelismo con la Forma de vida dada a Clara y a las hermanas pobres: «Por inspiración divina os habéis hecho hijas y esclavas del altísimo sumo Rey el Padre celestial y os habéis desposado con el Espíritu Santo» (FVCl 1). La elección divina de una mujer consagrada es vista por Francisco según el tipo ideal de la Virgen María. Más aún, parece directamente inspirada en la misma Forma de vida la hermosa carta de Gregorio IX de 1228 a Clara y a las hermanas, que comienza: «Dios Padre, al cual os habéis ofrecido como esclavas, os ha adoptado en su misericordia como hijas, y os ha desposado, por obra y gracia del Espíritu Santo, con su Hijo unigénito Jesucristo...». [L. Iriarte, Vocación Franciscana, Valencia 1989, pp. 107-110]. |
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