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DÍA 28 DE DICIEMBRE
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* * * San Antonio de Lerins. Hombre ilustre por su amabilidad, cortesía y preparación, llevó primero vida de ermitaño en las riberas del Danubio. Ya anciano se retiró al monasterio de Lerins (Francia), donde vivó y murió piadosamente el año 520. San Gaspar del Búfalo. Nació en Roma el año 1786. Estudió en el Colegio Romano, y se ordenó de sacerdote en 1808. Se dedicó al apostolado entre las clases más pobres de Roma. En 1810 se negó a prestar el juramento de fidelidad a Napoleón, por lo que fue desterrado y luego encarcelado durante cuatro años. Vuelto a Roma, se dedicó a las misiones populares y, para enfervorizar a los fieles, les inculcó la devoción a la Preciosísima Sangre de Cristo. En 1815 fundó la Congregación de Misioneros de la Preciosísima Sangre, y en 1834 el Instituto de Adoratrices de la Preciosísima Sangre. Murió en Roma el año 1837. San Teonás de Alejandría. Obispo de Alejandría en Egipto, fue el maestro de su sucesor san Pedro mártir. Murió el año 300. Beato Gregorio Khomysyn. Nació en Ucrania el año 1867. Estudió en el seminario de Lvov, y se ordenó de sacerdote en 1893. Empezó su ministerio en el apostolado parroquial, lo nombraron rector del seminario en 1902 y fue consagrado obispo de la eparquía de Stanislaviv, hoy Ivano-Frankivsk, en 1904. Se consagró por completo a la atención de la Iglesia greco-católica en medio de muchas dificultades. En 1939 lo arrestaron por primera vez las autoridades comunistas, lo torturaron y lo sometieron al lavado de cerebro. Lo soltaron a los dos años y en 1945 lo arrestaron de nuevo, lo interrogaron y torturaron. Perseveró firme en su fe y murió agotado en una cárcel de Kiev el año 1945. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Los Magos de Oriente, después de adorar al niño, volvieron a su tierra por otro camino. Entonces, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto... porque Herodes va a buscar al niño para matarlo». Herodes, al verse burlado por los Magos, montó en cólera y mandó matar a todos los niños de Belén y de sus alrededores, de dos años para abajo, por lo que había averiguado de los Magos (cf. Mt 2,11-16). Pensamiento franciscano: San Francisco quería que, en la Navidad del Señor, «por reverencia al Hijo de Dios, a quien esa noche la Santísima Virgen María acostó en un pesebre entre el buey y el asno, todos aquellos que tuvieran alguno de estos animales les dieran esa noche abundante y buen pienso; igualmente, que todos los ricos dieran en ese día sabrosa y abundante comida a los pobres». Y quería que en este día todo cristiano saltara de gozo en el Señor y que, por amor de quien se nos entregó a nosotros, todos agasajaran con largueza no sólo a los pobres, sino a los animales y a las aves (cf. EP 114). Orar con la Iglesia: Al Señor Jesús, a quien los santos Inocentes de Belén confesaron dando por él su vida, dirijamos nuestras oraciones. -Para que Cristo ayude a la Iglesia a perseverar en la lucha contra el mal. -Para que Jesús, que invita a los niños a que se acerquen a él, los proteja de toda maldad de los mayores. -Para que Cristo, que sufrió en su infancia el destierro en Egipto, custodie y alivie a los niños víctimas del hambre, de la guerra, de las injusticias de los adultos. -Para que el Señor Jesús, que padeció la persecución de Herodes, interceda ante el Padre para que cese toda injusta opresión de los pobres e indefensos. Oración: Padre de bondad, protege a los niños y concédenos confesar con nuestra vida la fe que profesamos de palabra. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * NAVIDAD, FIESTA DE LA
FAMILIA Queridos hermanos y hermanas: En el domingo que sigue al Nacimiento del Señor, celebramos con alegría a la Sagrada Familia de Nazaret. El contexto es el más adecuado, porque la Navidad es por excelencia la fiesta de la familia. Lo demuestran numerosas tradiciones y costumbres sociales, especialmente la de reunirse todos, precisamente en familia, para las comidas festivas y para intercambiarse felicitaciones y regalos. Y ¡cómo no notar que en estas circunstancias, el malestar y el dolor causados por ciertas heridas familiares se amplifican! Jesús quiso nacer y crecer en una familia humana; tuvo a la Virgen María como madre; y san José le hizo de padre. Ellos lo criaron y educaron con inmenso amor. La familia de Jesús merece de verdad el título de "santa", porque su mayor anhelo era cumplir la voluntad de Dios, encarnada en la adorable presencia de Jesús. Por una parte, es una familia como todas las demás y, en cuanto tal, es modelo de amor conyugal, de colaboración, de sacrificio, de ponerse en manos de la divina Providencia, de laboriosidad y de solidaridad; es decir, de todos los valores que la familia conserva y promueve, contribuyendo de modo primario a formar el entramado de toda sociedad. Sin embargo, al mismo tiempo, la Familia de Nazaret es única, diversa de todas las demás, por su singular vocación vinculada a la misión del Hijo de Dios. Precisamente con esta unicidad señala a toda familia, y en primer lugar a las familias cristianas, el horizonte de Dios, el primado dulce y exigente de su voluntad y la perspectiva del cielo al que estamos destinados. Por todo esto hoy damos gracias a Dios, pero también a la Virgen María y a san José, que con tanta fe y disponibilidad cooperaron al plan de salvación del Señor. Para expresar la belleza y el valor de la familia, hoy se han dado cita en Madrid miles de personas. A ellas quiero dirigirme ahora en lengua española. Dirijo ahora un cordial saludo a los participantes que se encuentran reunidos en Madrid en esta entrañable fiesta para orar por la familia y comprometerse a trabajar en favor de ella con fortaleza y esperanza. La familia es ciertamente una gracia de Dios, que deja traslucir lo que él mismo es: Amor. Un amor enteramente gratuito, que sustenta la fidelidad sin límites, aun en los momentos de dificultad o abatimiento. Estas cualidades se encarnan de manera eminente en la Sagrada Familia, en la que Jesús vino al mundo y fue creciendo y llenándose de sabiduría, con los cuidados primorosos de María y la tutela fiel de san José. Queridas familias, no dejéis que el amor, la apertura a la vida y los lazos incomparables que unen vuestro hogar se desvirtúen. Pedídselo constantemente al Señor, orad juntos, para que vuestros propósitos sean iluminados por la fe y ensalzados por la gracia divina en el camino hacia la santidad. De este modo, con el gozo de vuestro compartir todo en el amor, daréis al mundo un hermoso testimonio de lo importante que es la familia para el ser humano y la sociedad. El Papa está a vuestro lado, pidiendo especialmente al Señor por quienes en cada familia tienen mayor necesidad de salud, trabajo, consuelo y compañía. En esta oración del Ángelus, os encomiendo a todos a nuestra Madre del cielo, la Santísima Virgen María. * * * MARÍA EN EL
NACIMIENTO DE JESÚS 1. En la narración del nacimiento de Jesús, el evangelista Lucas refiere algunos datos que ayudan a comprender mejor el significado de ese acontecimiento. Ante todo, recuerda el censo ordenado por César Augusto, que obliga a José, «de la casa y familia de David», y a María, su esposa, a dirigirse «a la ciudad de David, que se llama Belén» (Lc 2,4). Al informarnos acerca de las circunstancias en que se realizan el viaje y el parto, el evangelista nos presenta una situación de austeridad y de pobreza, que permite vislumbrar algunas características fundamentales del reino mesiánico: un reino sin honores ni poderes terrenos, que pertenece a Aquel que, en su vida pública, dirá de sí mismo: «El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Lc 9,58). 2. El relato de san Lucas presenta algunas anotaciones, aparentemente poco importantes, con el fin de estimular al lector a una mayor comprensión del misterio de la Navidad y de los sentimientos de la Virgen al engendrar al Hijo de Dios. La descripción del acontecimiento del parto, narrado de forma sencilla, presenta a María participando intensamente en lo que se realiza en ella: «Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre» (Lc 2,7). La acción de la Virgen es el resultado de su plena disponibilidad a cooperar en el plan de Dios, manifestada ya en la Anunciación con su «Hágase en mi según tu voluntad» (Lc 1,38). María vive la experiencia del parto en una situación de suma pobreza: no puede dar al Hijo de Dios ni siquiera lo que suelen ofrecer las madres a un recién nacido; por el contrario, debe acostarlo «en un pesebre», una cuna improvisada que contrasta con la dignidad del «Hijo del Altísimo». 3. El evangelio explica que «no había sitio para ellos en el alojamiento» (Lc 2,7). Se trata de una afirmación que, recordando el texto del prólogo de san Juan: «Los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11), casi anticipa los numerosos rechazos que Jesús sufrirá en su vida terrena. La expresión «para ellos» indica un rechazo tanto para el Hijo como para su Madre, y muestra que María ya estaba asociada al destino de sufrimiento de su Hijo y era partícipe de su misión redentora. Jesús, rechazado por los «suyos», es acogido por los pastores, hombres rudos y no muy bien considerados, pero elegidos por Dios para ser los primeros destinatarios de la buena nueva del nacimiento del Salvador. El mensaje que el ángel les dirige es una invitación a la alegría: «Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo» (Lc 2,10), acompañada por una exhortación a vencer todo miedo: «No temáis». En efecto, la noticia del nacimiento de Jesús representa para ellos, como para María en el momento de la Anunciación, el gran signo de la benevolencia divina hacia los hombres. En el divino Redentor, contemplado en la pobreza de la cueva de Belén, se puede descubrir una invitación a acercarse con confianza a Aquel que es la esperanza de la humanidad. El cántico de los ángeles: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace», que se puede traducir también por «los hombres de la benevolencia» (Lc 2,14), revela a los pastores lo que María había expresado en su Magníficat: el nacimiento de Jesús es el signo del amor misericordioso de Dios, que se manifiesta especialmente hacia los humildes y los pobres. 4. A la invitación del ángel los pastores responden con entusiasmo y prontitud: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado» (Lc 2,15). Su búsqueda tiene éxito: «Encontraron a María y a José, y al niño» (Lc 2,16). Como nos recuerda el Concilio, «la Madre de Dios muestra con alegría a los pastores (...) a su Hijo primogénito» (LG 57). Es el acontecimiento decisivo para su vida. El deseo espontáneo de los pastores de referir «lo que les habían dicho acerca de aquel niño» (Lc 2,17), después de la admirable experiencia del encuentro con la Madre y su Hijo, sugiere a los evangelizadores de todos los tiempos la importancia, más aún, la necesidad de una profunda relación espiritual con María, que permita conocer mejor a Jesús y convertirse en heraldos jubilosos de su Evangelio de salvación. Frente a estos acontecimientos extraordinarios, san Lucas nos dice que María «guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19). Mientras los pastores pasan del miedo a la admiración y a la alabanza, la Virgen, gracias a su fe, mantiene vivo el recuerdo de los acontecimientos relativos a su Hijo y los profundiza con el método de la meditación en su corazón, o sea, en el núcleo más íntimo de su persona. De ese modo, ella sugiere a otra madre, la Iglesia, que privilegie el don y el compromiso de la contemplación y de la reflexión teológica, para poder acoger el misterio de la salvación, comprenderlo más y anunciarlo con mayor impulso a los hombres de todos los tiempos. * * * «OS TRAIGO UNA BUENA
NUEVA, UNA GRAN ALEGRÍA, Los relatos evangélicos destacan la alegría y el gozo que trae consigo la encarnación del Señor. Fue María la primera en recibir con alegría el anuncio del ángel Gabriel, y su Magníficat presagia el gozo de todos los anawim, los pobres. Juan Bautista salta de gozo en su presencia cuando aún está en el seno de su madre. La encarnación es motivo de gozo para todo el pueblo. También Francisco «celebraba con inefable alegría el nacimiento del niño Dios» (2 Cel 199). «Quería que en este día todo cristiano saltara de gozo en el Señor» (EP 114). «Éste es el día que hizo el Señor alegrémonos y gocemos en él» (OfP 25). La Navidad era, pues, día de alegría para Francisco. Pero la alegría de la Navidad, la alegría cristiana, no es como la del mundo, que pretende encontrarla en la acumulación de disfrute, en la diversión, en los regalos, en el consumo... El gozo de la Navidad surge de la admiración y el agradecimiento por el abajamiento del Hijo de Dios, por haber tomado la fragilidad y humildad de nuestra carne, por haber escogido la pobreza de este mundo, junto con la bienaventurada Virgen, su madre (cf. 2CtaF 4-5). Por este motivo, para Francisco la verdadera alegría se alcanza recorriendo, como Jesús, el camino del desprendimiento y de la donación total. Porque la pobreza es el camino salvador y redentor que condujo a Jesús a nosotros, por eso la celebración de la Navidad produce un gozo distinto: el gozo de la pobreza. He ahí la fuente de la verdadera alegría navideña: el sentirnos tan pobres que necesitamos de alguien que nos salve, y haga que nuestra esterilidad sea fecunda, como fecunda fue la esterilidad de Alcaná y Ana (cf. 1 Sm 1,1-20). Sólo así seremos también nosotros, como lo fueron Isaac, Sansón y Samuel, hijos de la gracia de Dios, hijos de Dios. Este modo de entender y de vivir Francisco la Navidad nos ha de llevar a una revisión profunda de cómo vivimos este importante tiempo litúrgico, pues puede que nuestra celebración de la Navidad sea un tanto ambigua. Y así, junto a valores como el fomento de los encuentros familiares, la mayor predisposición a compartir y a reconciliarse, el reavivar los sentimientos de fraternidad universal, las hermosas celebraciones litúrgicas y la transmisión a los niños de aspectos importantes de la fe por medio del Belén, nos encontramos con un consumismo y derroche desmesurados que ignoran a gran parte de la humanidad que vive con lo imprescindible o con menos que eso, y que igualmente ignora el deterioro ecológico que ese consumismo produce. Quizás está ahí el vicio de fondo de nuestra fiesta: celebramos nuestra Navidad, y no la suya. Quizás hemos deformado la Navidad. Si esto fuera así, hemos de recuperar el modo franciscano de celebrarla. Navidad es movimiento, ganas de abandonar los cómodos parajes. Vivimos la Navidad sólo si aceptamos dejarnos desinstalar, si vamos donde él está. El Emmanuel, el Dios-con-nosotros, es el Dios que se hace buscar, y se deja encontrar sólo por los que saben que son pobres. Permitidme una pregunta que me la hago a mí mismo: ¿Y si alguien nos pidiese que le contáramos nuestra Navidad, dejando a parte los regalos, el menú, las tarjetas...? Quitada toda esa mercancía, ¿nos quedaría algo nuevo que contar? También Navidad puede ser un tiempo propicio para escuchar la advertencia de san Pablo de no acomodarnos a los criterios de este mundo (cf. Rm 12,2), y vivir esta fiesta de tal modo que resulte un «patente testimonio profético contra los "falsos valores" de nuestro tiempo» (CC. GG. 67). |
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