DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 27 DE DICIEMBRE

 

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SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA SAN JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA. Nació en Betsaida, junto al lago de Tiberíades. Fue primero discípulo de Juan Bautista, quien orientó a él y a Andrés hacia Jesús. Era hijo de Zebedeo y hermano del apóstol Santiago el Mayor. Pasando junto al lago de Galilea, Jesús vio a los dos hermanos, que estaban repasando las redes, y los llamó a su seguimiento. Fue el discípulo predilecto de Jesús y, junto con su hermano y con Pedro, uno de los tres apóstoles más cercanos a Jesús, que le acompañaron en la transfiguración y en la agonía de Getsemaní. Durante la última Cena, reclinó su cabeza sobre el pecho del Señor. Estando con María al pie de la cruz, oyó que Jesús les decía: «Ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre». Según la tradición vivió mucho tiempo en Éfeso. Escribió el cuarto Evangelio, el Apocalipsis y tres cartas. Siendo ya mayor, fue deportado a Patmos, y murió de edad avanzada a finales del siglo I.- Oración: Dios y Señor nuestro, que nos has revelado por medio del apóstol san Juan el misterio de tu Palabra hecha carne, concédenos, te rogamos, llegar a comprender y a amar de corazón lo que tu apóstol nos dio a conocer. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

BEATO AMBROSIO DE SANTIBÁÑEZBEATO AMBROSIO DE SANTIBÁÑEZ. Nació en Santibáñez de la Isla (León, España) en 1888. Ingresó en la Orden capuchina, e hizo su profesión temporal en 1906. Recibió la ordenación sacerdotal en 1915. Estuvo destinado en varios conventos, en los que desarrolló un amplio apostolado en el púlpito, el confesonario y las misiones populares. En la gripe de 1918 se volcó en el cuidado de los enfermos. Marchó a las misiones de Venezuela en 1926. Al regresar a España lo nombraron vicario y luego guardián del convento de Santander. Allí le sorprendieron los acontecimientos de julio de 1936. A causa de la persecución, se refugió en una casa particular. El 29 de septiembre lo detuvieron y lo encarcelaron en el barco prisión “Alfonso Pérez”, fondeado en la bahía de Santander, y, en tan difíciles circunstancias, celebraba la misa, confesaba, creó grupos para rezar el rosario o leer la Biblia..., hasta que, el 27 de diciembre de 1936, fue violentamente asesinado. Beatificado el 13-X-2013. [Más información]

BEATO ODOARDO FOCHERINIBEATO ODOARDO FOCHERINI. Nació en Carpi (Emilia-Romaña, Italia) en 1907. Desde joven fue miembro activo de la Acción Católica. Contrajo matrimonio en 1930 y tuvo siete hijos. Era periodista del diario L’Avvenire d’Italia. Durante la II Guera Mundial salvó de la deportación a más de cien judíos. En 1943 organizó, junto con el P. Dante Sala, una red para facilitar el paso secreto de judíos de Italia a Suiza. En marzo de 1944 fue detenido por los nazis en un hospital, mientras atendía a un judío enfermo. Pasó por varias cárceles hasta llegar al subcampo de concentración de Hersbruck (Alemania), donde lo sometieron a trabajos forzados inhumanos. Desde allí escribió muchas cartas a su esposa y a sus hijos, que rezuman paz y conformidad con el Señor. Y allí murió de septicemia, a consecuencia de una herida no curada, el 27 de diciembre de 1944. El Instituto Yad Vashem de Jerusalén lo proclamó en 1969 “Justo entre las Naciones”. Fue beatificado como mártir el 15-VI-2013.

BEATO FRANCISCO SPOTO BEATO FRANCISCO SPOTO. Nació en Raffadali (Sicilia) el año 1924. Muy joven entró, en Palermo, en el seminario de la Congregación de los Misioneros Siervos de los Pobres. Se ordenó de sacerdote en 1951 y en 1959 lo eligieron superior general de su Congregación. En agosto de 1964 marchó a Biringi, en la actual República Democrática de Congo, a la misión que su Congregación había abierto tres años antes, para visitar y confortar a sus hermanos que afrontaban una situación política difícil, y allí lo sorprendió la revolución de los «Simba». El 3 de diciembre consiguió escapar del ataque de los revolucionarios y estuvo vagando por el bosque con los pies descalzos, sediento y hambriento. El día 11 lo atacaron dos guerrilleros, y los palos que recibió lo dejaron paralítico. Luego sus hermanos lo estuvieron cambiando de lugar para no caer en manos de los Simba. Murió en Erira el 27 de diciembre de 1964, después de recibir la santa unción, y lo enterraron cerca de la cabaña en que se refugiaban. Fue beatificado el año 2007.

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Santa Fabiola. Era una matrona romana, de la noble familia de los Fabios, que, según san Jerónimo, después de quedar viuda y pedir perdón de sus pecados ante el papa, el clero y el pueblo de Roma en la Vigilia de Pascua, hizo penitencia pública, se entregó a la vida de piedad y buenas obras, atendió con mucha generosidad a los pobres y fundó un asilo para los mendigos. El año 394 fue en peregrinación a Tierra Santa y se hospedó junto a san Jerónimo, quien la introdujo en el estudio de Sagrada Escritura. Volvió a Roma, vivió con austeridad y modestia, y murió el año 400. Es la protagonista de la novela Fabiola, o sea la Iglesia de las catacumbas, del cardenal Wiseman, nacido en Sevilla.

San Teodoro Grapto. Nació en la Moabítide (Palestina), se educó en Jerusalén y entró con su hermano Teófanes en la Laura de San Sabas, cerca de Jerusalén, en la que progresaron en la vida monástica y fueron ordenados de sacerdote. El año 814 emprendieron un viaje a Roma, pero al llegar a Constantinopla se vieron envueltos en la persecución iconoclasta del emperador León el Armenio. Fueron encarcelados y torturados por defender el culto a las imágenes sagradas, y desterrados de un lugar para otro. Les grabaron en la frente con fuego unos versos iconoclastas, lo que les valió el apelativo de Graptoi (marcados). Teodoro murió en una cárcel de Bitinia (Turquía) el año 842. Su hermano le sobrevivió.

Beato Alfredo Parte Saiz. Nació en Cilleruelo de Bricia (Burgos, España) el año 1899. En 1915 inició su noviciado en la Orden de las Escuelas Pías. Ordenado de sacerdote en 1928, ejercitó su magisterio escolapio hasta 1936 en Villacarriedo (Cantabria); era un experto en la enseñanza de la taquigrafía y mecanografía. Iniciada la persecución religiosa del 36 en España, lo detuvieron los milicianos en La Concha y, después de pasar por varias cárceles, fue a parar al buque-prisión «Alfonso Pérez», anclado en la costa de Santander. El 27 de diciembre de 1936, lo juzgaron y, después de confesar él que era sacerdote y escolapio, lo condenaron y lo mataron de un tiro en la nuca.

Beato José María Corbín Ferrer. Nació en Valencia (España) el año 1914. Cursó brillantemente la carrera de Ciencias Químicas y consiguió una pensión para estudiar en la Universidad Internacional de Santander. Es de destacar su militancia en la Acción Católica y en la Federación de Estudiantes Católicos. En agosto de 1936 fue detenido y pasó quince días en una checa instalada en el Ayuntamiento de Santander. Luego lo trasladaron al buque-prisión «Alfonso Pérez», anclado frente a la ciudad. Allí confortó a los compañeros de cárcel, dirigió el rezo del Rosario y su comportamiento hizo creer que era sacerdote. El 27 de diciembre de 1936, a los 22 años de edad, lo fusilaron, después de gritar él: «¡Viva España!, ¡Viva Cristo Rey!».

Beata Sara Salkahazi. Nació el año 1899 en Kassa, ahora Kosice, entonces territorio húngaro y hoy eslovaco, en el seno de una familia acomodada. Ejerció diversos oficios: enseñanza, encuadernación, periodismo. En 1929 ingresó en el Instituto de las Hermanas del Servicio Social. Luego dio conferencias, dirigió el periódico La Mujer Católica, organizó centros para la juventud católica obrera, fue directora nacional del movimiento católico de jóvenes trabajadoras, y no dudó en acoger a los judíos perseguidos por el nacionalsocialismo. La detuvieron los soldados en Budapest (Hungría) y la fusilaron el 27 de diciembre de 1944. Fue beatificada el año 2006.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

El niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Cuando lo encontraron, le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres (cf. Lc 41-52).

Pensamiento franciscano:

Dice san Francisco en su Carta a la Orden: -¡El Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan! Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por Él. Por consiguiente, nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero (CtaO 27-29).

Orar con la Iglesia:

Al Señor Jesús, en quien el apóstol y evangelista Juan contempló la Palabra de Dios hecha carne, presentemos nuestras oraciones.

-Para que el mundo entero, por intercesión del discípulo amado, pueda conocer y amar a Cristo.

-Para que la Iglesia, por intercesión del discípulo que reclinó la cabeza en el pecho de Cristo, viva en intimidad con Dios y en servicio al hombre.

-Para que todos los que sufren, por intercesión del discípulo que nos reveló los secretos del corazón de Cristo, puedan experimentar el consuelo y la ternura del Señor que los ama.

-Para que, por intercesión del discípulo a quien Cristo confió a su Madre, nosotros la tengamos muy presente en nuestra vida.

Oración: Padre de bondad, tu Hijo, que quiso acampar entre nosotros, te presente hoy las súplicas de tu Iglesia. Acógelas benigno en tu misericordia. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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LA SANTA FAMILIA DE NAZARET
Benedicto XVI, Ángelus del 27 de diciembre de 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Se celebra hoy el domingo de la Sagrada Familia. Podemos seguir identificándonos con los pastores de Belén que, en cuanto recibieron el anuncio del ángel, acudieron a toda prisa, y encontraron «a María y a José, y al niño acostado en el pesebre» (Lc 2,16). Detengámonos también nosotros a contemplar esta escena, y reflexionemos en su significado. Los primeros testigos del nacimiento de Cristo, los pastores, no sólo encontraron al Niño Jesús, sino también a una pequeña familia: madre, padre e hijo recién nacido. Dios quiso revelarse naciendo en una familia humana y, por eso, la familia humana se ha convertido en icono de Dios. Dios es Trinidad, es comunión de amor, y la familia es, con toda la diferencia que existe entre el Misterio de Dios y su criatura humana, una expresión que refleja el Misterio insondable del Dios amor. El hombre y la mujer, creados a imagen de Dios, en el matrimonio llegan a ser en «na sola carne» (Gn 2,24), es decir, una comunión de amor que engendra nueva vida. En cierto sentido, la familia humana es icono de la Trinidad por el amor interpersonal y por la fecundidad del amor.

La liturgia de hoy propone el célebre episodio evangélico de Jesús, que a los doce años se queda en el templo, en Jerusalén, sin saberlo sus padres, quienes, sorprendidos y preocupados, lo encuentran después de tres días discutiendo con los doctores. A su madre, que le pide explicaciones, Jesús le responde que debe «estar en la propiedad», en la casa de su Padre, es decir, de Dios (cf. Lc 2,49). En este episodio el adolescente Jesús se nos presenta lleno de celo por Dios y por el templo.

Preguntémonos: ¿de quién había aprendido Jesús el amor a las "cosas" de su Padre? Ciertamente, como hijo tenía un conocimiento íntimo de su Padre, de Dios, una profunda relación personal y permanente con él, pero, en su cultura concreta, seguro que aprendió de sus padres las oraciones, el amor al templo y a las instituciones de Israel. Así pues, podemos afirmar que la decisión de Jesús de quedarse en el templo era fruto sobre todo de su íntima relación con el Padre, pero también de la educación recibida de María y de José. Aquí podemos vislumbrar el sentido auténtico de la educación cristiana: es el fruto de una colaboración que siempre se ha de buscar entre los educadores y Dios. La familia cristiana es consciente de que los hijos son don y proyecto de Dios. Por lo tanto, no pueden considerarse como una posesión propia, sino que, sirviendo en ellos al plan de Dios, está llamada a educarlos en la mayor libertad, que es precisamente la de decir "sí" a Dios para hacer su voluntad. La Virgen María es el ejemplo perfecto de este "sí". A ella le encomendamos todas las familias, rezando en particular por su preciosa misión educativa.

Y ahora me dirijo, en lengua española, a quienes participan en la fiesta de la Sagrada Familia en Madrid. Saludo cordialmente a los pastores y fieles congregados en Madrid para celebrar con gozo la Sagrada Familia de Nazaret.

¿Cómo no recordar el verdadero significado de esta fiesta? Dios, habiendo venido al mundo en el seno de una familia, manifiesta que esta institución es camino seguro para encontrarlo y conocerlo, así como un llamamiento permanente a trabajar por la unidad de todos en torno al amor. De ahí que uno de los mayores servicios que los cristianos podemos prestar a nuestros semejantes es ofrecerles nuestro testimonio sereno y firme de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, salvaguardándola y promoviéndola, pues ella es de suma importancia para el presente y el futuro de la humanidad. En efecto, la familia es la mejor escuela donde se aprende a vivir aquellos valores que dignifican a la persona y hacen grandes a los pueblos. También en ella se comparten las penas y las alegrías, sintiéndose todos arropados por el cariño que reina en casa por el mero hecho de ser miembros de la misma familia.

Pido a Dios que en vuestros hogares se respire siempre ese amor de total entrega y fidelidad que Jesús trajo al mundo con su nacimiento, alimentándolo y fortaleciéndolo con la oración cotidiana, la práctica constante de las virtudes, la recíproca comprensión y el respeto mutuo. Os animo, pues, a que, confiando en la materna intercesión de María santísima, Reina de las familias, y en la poderosa protección de san José, su esposo, os dediquéis sin descanso a esta hermosa misión que el Señor ha puesto en vuestras manos. Contad además con mi cercanía y afecto, y os ruego que llevéis un saludo muy especial del Papa a vuestros seres queridos más necesitados o que pasan dificultades. Os bendigo a todos de corazón.

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LA MISMA VIDA SE HA MANIFESTADO EN LA CARNE
De los tratados de san Agustín
sobre la primera carta de san Juan

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida. ¿Quién es el que puede tocar con sus manos a la Palabra, si no es porque la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros?

Esta Palabra, que se hizo carne, para que pudiera ser tocada con las manos, comenzó siendo carne cuando se encarnó en el seno de la Virgen María; pero no en ese momento comenzó a existir la Palabra, porque el mismo san Juan dice que existía desde el principio. Ved cómo concuerdan su carta y su evangelio, en el que hace poco oísteis: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios.

Quizá alguno entienda la expresión «la Palabra de la vida» como referida a la persona de Cristo y no al mismo cuerpo de Cristo, que fue tocado con las manos. Fijaos en lo que sigue: Pues la vida se hizo visible. Así, pues, Cristo es la Palabra de la vida.

¿Y cómo se hizo visible? Existía desde el principio, pero no se había manifestado a los hombres, pero sí a los ángeles, que la contemplaban y se alimentaban de ella, como de su pan. Pero, ¿qué dice la Escritura? El hombre comió pan de ángeles.

Así, pues, la Vida misma se ha manifestado en la carne, para que, en esta manifestación, aquello que sólo podía ser visto con el corazón fuera también visto con los ojos, y de esta forma sanase los corazones. Pues la Palabra se ve sólo con el corazón, pero la carne se ve también con los ojos corporales. Éramos capaces de ver la carne, pero no lo éramos de ver la Palabra. La Palabra se hizo carne, a la cual podemos ver, para sanar en nosotros aquello que nos hace capaces de ver la Palabra.

Os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó, es decir, se ha manifestado entre nosotros, y, para decirlo aún más claramente, se manifestó en nosotros.

Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos. Que vuestra caridad preste atención: Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos. Ellos vieron al mismo Señor presente en la carne, oyeron las palabras de su boca y lo han anunciado a nosotros. Por tanto, nosotros hemos oído, pero no hemos visto.

Y por ello, ¿somos menos afortunados que aquellos que vieron y oyeron? ¿Y cómo es que añade: Para que estéis unidos con nosotros? Aquéllos vieron, nosotros no; y, sin embargo, estamos en comunión, pues poseemos una misma fe.

En esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa. La alegría completa es la que se encuentra en la misma comunión, la misma caridad, la misma unidad.

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«Y EL VERBO SE HIZO CARNE»
Fr. José Rodríguez Carballo,
Ministro General de la OFM (Carta de Navidad 2008)

Queridos hermanos y hermanas:

Es Navidad: la fiesta de las fiestas para el padre san Francisco (2 Cel 199). Es Navidad: finalmente Dios ha plantado su tienda entre nosotros, desposándose para siempre con la humanidad. Es Navidad: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos», la omnipotencia y soberanía de Dios se ha revelado en un niño. «Alegrémonos y gocémonos» en el Señor.

Hagamos fiesta: la Palabra se hace carne. Con razón es Noche Buena. En este día, hecho por el Señor, brote del corazón y de los labios de cada hermano y hermana un canto de gozo, pues el Poderoso, cuyo nombre es santo, ha hecho cosas grandes por nosotros, y la gloria del Señor habita nuestra tierra.

En este tiempo de gracia miremos, hermanos y hermanas, al Poverello para aprender de él a acoger y celebrar el misterio de la encarnación y del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.

«Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1,14). El Hijo de Dios se hizo carne, asumió nuestra naturaleza humana en su debilidad y fragilidad. Finalmente el proyecto divino se ha realizado en un hombre, es visible, accesible, palpable. El Verbo encarnado no es un mito, es una persona, que se insertó totalmente en la historia humana, asumiendo nuestra misma carne. La vieja Tienda del encuentro, morada de Dios entre los israelitas durante su peregrinación por el desierto, ha sido sustituida definitivamente. Desde ahora la tienda de Dios, el lugar donde él habita en medio de los hombres, es una persona, una «carne», y se llama «Emmanuel [...], Dios con nosotros» (Mt 1,23).

Los profetas habían anunciado días de ira, de juicio, de venganza y de castigo. Se podría decir que Dios había perdido la paciencia, y al hombre pareciera que no le quedaba otra salida que hundirse en el polvo. Y cuando parece que todo había terminado, Dios toma la iniciativa: «Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5), es el «Hijo del Altísimo», cuyo nombre es Jesús, el Salvador (cf. Lc 1,31-32). Esta es la gran sorpresa de la Navidad: el día que teníamos que rendir cuentas, «se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres» (Tt 3,4). Y aquí está también la «noticia, motivo de alegría» de la Navidad: «Con amor eterno te he amado» (Jer 31,3), ¡tú has vuelto a ser alguien porque alguien te ama!

A un cierto momento de su vida, Francisco descubre el significado profundo de la encarnación del Verbo: el Padre ama tanto a la humanidad que envía al Hijo. Desde entonces ese misterio de amor será para él motivo de contemplación constante, porque no deja de asombrarle y, al mismo tiempo, de entusiasmarle: la «Palabra del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, fue anunciada por el mismo altísimo Padre desde el cielo, por medio del santo ángel Gabriel, y vino al seno de la santa y gloriosa Virgen María en el que recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad. Y, siendo sobremanera rico, quiso escoger la pobreza en este mundo, junto con la bienaventurada Virgen, su madre» (2CtaF 4-5). Misterio de amor, de pobreza extrema y de humana fragilidad, eso es la encarnación, el misterio que celebramos en estos días de Navidad.

Por la encarnación, el Hijo de Dios, sin dejar de serlo, asume todas nuestras debilidades, excepto el pecado, y el que era sobremanera rico, se hace pobre y siervo por nosotros, para redimirnos por su pasión y muerte: «Y te damos gracias porque así como nos creaste por tu Hijo, así también por el santo amor con que nos amaste, hiciste que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María, y quisiste que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz y sangre y muerte» (1 R 23,3). Aquí está la razón más profunda por la que Francisco amaba la Navidad más que las demás fiestas. Aquí está la única razón que justifica el que celebremos la Navidad: El Padre ha querido salvarnos y redimirnos, por eso nos envía al Hijo.

Pero Francisco no se queda en la admiración, sino que la contemplación de este misterio de abajamiento y humillación es determinante en su modo de seguir a Jesús: «La suprema aspiración de Francisco, su más vivo deseo y su más elevado propósito, era observar en todo y siempre el santo Evangelio y seguir la doctrina de nuestro Señor Jesucristo y sus pasos con suma atención, con todo cuidado, con todo el anhelo de su mente, con todo el fervor de su corazón. En asidua meditación recordaba sus palabras y con agudísima consideración repasaba sus obras. Tenía tan presente en su memoria la humildad de la encarnación y la caridad de la pasión, que difícilmente quería pensar en otra cosa» (1 Cel 84).

Para comunicarse a los hombres, la Palabra ha escogido la kénosis, el anonadamiento, el vacío, el despojo. El camino que trae Dios a los hombres empieza en Belén y termina en el Calvario, comienza en el pesebre y acaba en la cruz. Esto lo entendió muy bien Francisco. Desde entonces ya no hay otro camino para que el hombre se pueda comunicar con Dios, ya no hay otra manera de celebrar cristiana y franciscanamente la Navidad que no sea vaciándonos de nosotros mismos, asumiendo la minoridad como la forma concreta que califique todos nuestros ministerios, y la lógica del don, como capacidad de salir de nosotros mismos para ir al encuentro del otro, del distinto, como entrega gratuita a los otros, similar al constante entregarse de Dios a nosotros.

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