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DÍA 26 DE DICIEMBRE
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* * * San Dionisio, papa del año 259 al año 268. Pertenecía al clero romano y pronto se hizo notar por su cultura y grandes cualidades. Sucedió en la cátedra de Pedro a Sixto II, y le sucedió Félix I. Después de la persecución del emperador Valeriano, muerto el año 260, alivió y consoló al pueblo cristiano afligido, rescató a cautivos, enseñó los fundamentos de la fe a quienes los ignoraban, organizó la iglesia constituyendo diócesis y parroquias, prodigó su caridad con los pobres y necesitados. Fue sepultado en el cementerio de Calixto, en la Vía Apia de Roma. San Eutimio de Sardes. Nació en Ouzara (Licaonia, Turquía) hacia el año 750. Estudió en Alejandría y cuando regresó a su patria ingresó en un monasterio, en el que recibió la ordenación sacerdotal. El año 787 fue elegido obispo de Sardes (Turquía) y ya participó en el II Concilio de Nicea que condenó la herejía iconoclasta. Por tres veces fue desterrado por su rectitud moral y por defender el culto de las sagradas imágenes. Por último, fue flagelado cruelmente hasta morir. Era el año 824. San Zenón de Mayuma. Nació en Palestina a comienzos del siglo IV y en su juventud abrazó la vida monástica. Durante la persecución de Juliano el Apóstata permaneció escondido. Después lo eligieron obispo de Mayuma, cerca de Gaza (Palestina). Hasta el final de su larga vida participó a diario en el rezo del oficio divino en la iglesia y trabajó como tejedor para ganarse el sustento y ayudar a los pobres. Levantó en las afueras de Gaza una iglesia en honor de sus santos parientes Eusebio, Nestabio y Zenón, que habían sufrido el martirio en la persecución de Juliano el Apóstata. Murió hacia el año 399. San Zósimo, papa del 18 de marzo del año 417 al 26 de diciembre del 418. Le precedió en la cátedra de Pedro Inocencio I y le sucedió Bonifacio I. Era griego de nacimiento. En su breve pontificado tuvo serios conflictos con los obispos de las Iglesias de Galia y de África. Fue sepultado en la basílica romana de San Lorenzo en la Vía Tiburtina. Beatas Inés Phila y compañeras mártires. Tailandia vivió de 1938 a 1944 una dictadura que persiguió a los extranjeros y a todo lo que supiera a extranjero. A los cristianos nativos se les planteó la disyuntiva de apostatar o morir. Víctimas de aquella persecución fueron seis mujeres tailandesas, que vivían en Songk-Khon (Tailandia) y que fueron fusiladas en el cementerio de aquel pueblo pequeño el 26 de diciembre de 1940. Estas son las mártires: Inés Phila y Lucía Khambang eran religiosas de la Congregación de las Hermanas de la Cruz. Las otras cuatro eran seglares: Ágata Phutta, de 37 años, cocinera del convento de las Hermanas; Cecilia Butsi, Bibiana Hampai y María Phon, jovencísimas catequistas de 16, 15 y 14 años respectivamente. Beato Lamberto Carlos Mases Boncompte. Nació en Agramunt (Lérida) en 1894. En 1910 hizo el noviciado en los Hermanos de las Escuelas Cristianas. Trabajó en varios colegios; en 1935 pasó a Bonanova (Barcelona). Aquí lo sorprendió la persecución religiosa. Cuando los milicianos asediaron el colegio, logró escapar. Tras el asesinato del beato Crisóstomo (3-XI), él asumió el peligroso papel de conectar con los hermanos desperdigados por Barcelona y pasarles los recursos necesarios. Se disfrazó de cargador del puerto, pero fue encarcelado el 19 de diciembre. No se supo más de él hasta terminada la guerra, en que una miliciana confesó ante un tribunal que ella misma lo había quemado vivo el 26-XII-1936. Beato Segundo Pollo. Nació en Caresanablot (Piamonte, Italia) el año 1908. Ingresó en el seminario diocesano de Vercelli en 1919, se doctoró en filosofía y teología en Roma y se ordenó de sacerdote en 1931. Ejerció su apostolado en los seminarios, con la juventud de Acción Católica y en otros ministerios. Cuando llegó la II Guerra Mundial lo nombraron capellán castrense. El 26 de diciembre de 1941, en Dragali (Montenegro), en plena batalla, escuchó a un joven soldado que se quejaba de sus heridas y corrió hacia él para confortarlo y ofrecerle los sacramentos. Una bala acabó con su vida. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho (Lc 2,16-20). Pensamiento franciscano: San Francisco rezaba con mucha frecuencia: -El santísimo Padre del cielo, Rey nuestro antes de los siglos, envió a su amado Hijo de lo alto, y nació de la bienaventurada Virgen santa María (OfP 15,3). Orar con la Iglesia: Oremos a Dios Padre que ha proclamado por sus ángeles la gloria en el cielo, la paz en la tierra y la renovación en todo el universo: -Por la santa Iglesia de Dios: para que al celebrar las fiestas de Navidad, todos sus fieles renazcan a una vida de justicia, de libertad, de amor y de paz. -Por todas las naciones del mundo: para que reine en ellas la paz, la solidaridad y la hermandad que Cristo nos ha traído en su nacimiento. -Por los pobres, los enfermos, los ancianos y por cuantos sufren: para que en estos días de Navidad sientan más, en quienes los rodean, la cercanía del Recién Nacido. -Por todos los creyentes: para que san Esteban, que derramó su sangre por Cristo, perdonando a los que lo lapidaban, nos conceda fortaleza en la fe y capacidad para perdonarnos mutuamente. Oración: Escucha, Padre, nuestras súplicas para que, consolados con la presencia de tu Hijo, no tengamos que temer ningún mal. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * LA NAVIDAD Y SAN
ESTEBAN Queridos hermanos y hermanas: Con el corazón aún lleno de asombro e inundado de la luz que proviene de la gruta de Belén, donde con María, José y los pastores, hemos adorado a nuestro Salvador, hoy recordamos al diácono san Esteban, el primer mártir cristiano. Su ejemplo nos ayuda a penetrar más en el misterio de la Navidad y nos testimonia la maravillosa grandeza del nacimiento de aquel Niño, en el que se manifiesta la gracia de Dios, que trae la salvación a los hombres (cf. Tt 2,11). De hecho, el niño que da vagidos en el pesebre es el Hijo de Dios hecho hombre, que nos pide que testimoniemos con valentía su Evangelio, como lo hizo san Esteban, quien, lleno de Espíritu Santo, no dudó en dar la vida por amor a su Señor. Como su Maestro, muere perdonando a sus perseguidores y nos ayuda a comprender que la llegada del Hijo de Dios al mundo da origen a una nueva civilización, la civilización del amor, que no se rinde ante el mal y la violencia, y derriba las barreras entre los hombres, haciéndolos hermanos en la gran familia de los hijos de Dios. San Esteban es también el primer diácono de la Iglesia, que haciéndose servidor de los pobres por amor a Cristo, entra progresivamente en plena sintonía con él y lo sigue hasta el don supremo de sí. El testimonio de san Esteban, como el de los mártires cristianos, indica a nuestros contemporáneos, a menudo distraídos y desorientados, en quién deben poner su confianza para dar sentido a la vida. De hecho, el mártir es quien muere con la certeza de saberse amado por Dios y, sin anteponer nada al amor de Cristo, sabe que ha elegido la mejor parte. Configurándose plenamente a la muerte de Cristo, es consciente de que es germen fecundo de vida y abre en el mundo senderos de paz y de esperanza. Hoy, presentándonos al diácono san Esteban como modelo, la Iglesia nos indica asimismo que la acogida y el amor a los pobres es uno de los caminos privilegiados para vivir el Evangelio y testimoniar a los hombres de modo creíble el reino de Dios que viene. La fiesta de san Esteban nos recuerda igualmente a los numerosos creyentes que en varias partes del mundo se ven sometidos a pruebas y sufrimientos a causa de su fe. Encomendándolos a su celestial protección, comprometámonos a sostenerlos con la oración y a realizar sin cesar nuestra vocación cristiana, poniendo siempre en el centro de nuestra vida a Jesucristo, a quien en estos días contemplamos en la sencillez y en la humildad del pesebre. Por eso, invoquemos la intercesión de María, Madre del Redentor y Reina de los mártires, con la oración del Ángelus. [Después del Ángelus] En esta fiesta de san Esteban, que no vaciló en derramar su sangre para confesar su fe y amor a Cristo Jesús, nacido en Belén, supliquemos fervientemente en nuestra oración que nunca falten en la Iglesia hombres y mujeres sabios, audaces y sencillos, que den testimonio del Evangelio de la salvación allá donde se encuentren, para que, con la fuerza de la caridad y la luz de la verdad, se construya una sociedad cada vez más fraterna, justa y en paz. Santa y feliz Navidad a todos. * * * LAS ARMAS DE LA
CARIDAD Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno; hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado. Ayer nuestro Rey, revestido con el manto de nuestra carne y saliendo del recinto del seno virginal, se dignó visitar el mundo; hoy el soldado, saliendo del tabernáculo de su cuerpo, triunfador, ha emigrado al cielo. Nuestro Rey, siendo la excelsitud misma, se humilló por nosotros; su venida no ha sido en vano, pues ha aportado grandes dones a sus soldados, a los que no sólo ha enriquecido abundantemente, sino que también los ha fortalecido para luchar invenciblemente. Ha traído el don de la caridad, por la que los hombres se hacen partícipes de la naturaleza divina. Ha repartido el don que nos ha traído, pero no por esto él se ha empobrecido, sino que, de una forma admirable, ha enriquecido la pobreza de sus fieles, mientras él conserva sin mengua la plenitud de sus propios tesoros. Así, pues, la misma caridad que Cristo trajo del cielo a la tierra ha levantado a Esteban de la tierra al cielo. La caridad, que precedió en el Rey, ha brillado a continuación en el soldado. Esteban, para merecer la corona que significa su nombre, tenía la caridad como arma, y por ella triunfaba en todas partes. Por la caridad de Dios, no cedió ante los judíos que lo atacaban; por la caridad hacia el prójimo, rogaba por los que lo lapidaban. Por la caridad, argüía contra los que estaban equivocados, para que se corrigieran; por la caridad, oraba por los que lo lapidaban, para que no fueran castigados. Confiado en la fuerza de la caridad, venció la acerba crueldad de Saulo, y mereció tener en el cielo como compañero a quien conoció en la tierra como perseguidor. La santa e inquebrantable caridad de Esteban deseaba conquistar orando a aquellos que no pudo convertir amonestando. Y ahora Pablo se alegra con Esteban, y con Esteban goza de la caridad de Cristo, triunfa con Esteban, reina con Esteban; pues allí donde precedió Esteban, martirizado por las piedras de Pablo, lo ha seguido éste, ayudado por las oraciones de Esteban. ¡Oh vida verdadera, hermanos míos, en la que Pablo no queda confundido de la muerte de Esteban, en la que Esteban se alegra de la compañía de Pablo, porque ambos participan de la misma caridad! La caridad en Esteban triunfó de la crueldad de los judíos, y en Pablo cubrió la multitud de sus pecados, pues en ambos fue la caridad respectiva la que los hizo dignos de poseer el reino de los cielos. La caridad es la fuente y el origen de todos los bienes, egregia protección, camino que conduce al cielo. Quien camina en la caridad no puede temer ni errar; ella dirige, protege, encamina. Por todo ello, hermanos, ya que Cristo construyó una escala de caridad, por la que todo cristiano puede ascender al cielo, guardad fielmente la pura caridad, ejercitadla mutuamente unos con otros y, progresando en ella, alcanzad la perfección. * * * LA CELEBRACIÓN
NAVIDEÑA EN GRECCIO Volvamos ahora a Greccio, el lugar vinculado por antonomasia con la Navidad franciscana. Para ello, resumiremos los amplios y detallados relatos de los biógrafos, destacando algunas líneas básicas que completan el cuadro trazado por el Salmo Navideño (OfP 15). Greccio nos muestra sobre todo el aspecto experiencial. ¿Cómo celebró Francisco la fiesta del nacimiento del Salvador? En la Vida primera, escrita por Tomás de Celano en 1228, el primer biógrafo de san Francisco describe con todo entusiasmo cómo celebró nuestro Padre la Navidad del año 1223 en el pueblecito de Greccio (1 Cel 84-86). San Buenaventura se basará en este relato para narrarnos, aunque de forma más breve, el mismo acontecimiento en su Leyenda Mayor, escrita en 1262 (LM 10,7). Ambos relatos nos informan sobre la famosa celebración navideña: el Pobrecillo quiso reproducir, con la máxima fidelidad posible, un segundo Belén, con el buey y el asno, sirviéndose de una hendidura natural en la roca como cuna para el Niño Jesús, en plena naturaleza y en el corazón de la noche. Pero no sólo quiso reproducir visiblemente el acontecimiento de Belén; Francisco quería también que los asistentes participaran de lo que allí se celebraba y que la celebración les impulsara a una fe más profunda y a una devoción más ardiente. Así pues, invitó a todos los hermanos de los eremitorios cercanos, al igual que a la gente de Greccio y de sus alrededores. Acudió con todos ellos, en solemne procesión, llevando velas y antorchas, al lugar previamente preparado y, una vez allí, empezó la sagrada representación del misterio del nacimiento del Hijo de Dios. Debe subrayarse que una parte de esta celebración nocturna y a cielo abierto consistió precisamente en la celebración de la misa. Francisco participó en ella en su calidad de diácono. Cantó con voz emocionada el evangelio del nacimiento de Cristo, y luego predicó. Pero su predicación no fue una exposición doctrinal, sino más bien una representación mímica. Predicó con el corazón y con las manos, con el rostro y con los gestos, con palabras y con todo su ser. Su cuerpo entero expresaba la plenitud de sus experiencias íntimas. Como dice Celano, cuando pronunciaba las palabras «Je-sús» o «Beth-le-em» parecía un niño tartamudo o una oveja que bala. Tras tan singular e inimitable predicación, que reproducía con gestos más que con palabras el misterio del nacimiento del Hijo de Dios, el hermano sacerdote se acercó junto con Francisco al altar preparado sobre la roca y prosiguió la eucaristía. El misterio de la encarnación de Dios desemboca en el misterio de la redención y en el de la nueva presencia de Cristo glorioso en la eucaristía. Si Francisco proclamó y visualizó mímicamente el nacimiento de Cristo con tanta emoción y expresividad, podemos imaginarnos el fervor con que saludaría después al Redentor que se hacía presente sobre el altar, cómo lo adoraría y con cuánta fe lo recibiría. La celebración navideña de Greccio fue mucho más que la representación de un misterio. Por su vinculación con la misa, fue una celebración litúrgica cuasi-dramática, cuyo punto esencial consistió, no en la representación de una historia, sino en la actualización y vivencia de un misterio de fe. De hecho, según afirma Celano, la fe, apagada en los corazones de muchos, se despertó a una nueva vida (1 Cel 86b). La liturgia navideña de Greccio no queda anclada en el acontecimiento de Belén, sino que sigue a Jesús hasta el Gólgota y lo reconoce como el Redentor y el Glorificado que desciende nuevamente hoy hasta nosotros y se nos da en la comunión. Así pues, Belén, la cruz y el altar quedan ensamblados en una misma celebración de fe. No es, por tanto, difícil descubrir en todo ello una vinculación con el Salmo Navideño, cuyo rasgo distintivo, como antes vimos, radica en la visión unificada de la cuna y la cruz. En la celebración de Greccio el arco se amplía todavía más, llegando hasta la eucaristía, donde Dios continúa entregándosenos cada día. [En Selecciones de Franciscanismo, n. 59 (1991) 261-262]. |
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