DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 25 DE DICIEMBRE

 

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NATIVIDAD DEL SEÑOR. «A Cristo, que por nosotros ha nacido, venid, adorémosle». El Evangelio según san Lucas nos cuenta así lo sucedido: «En aquellos días salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero, y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad. También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se llama Belén, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada. En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó y les dijo: "No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre". De pronto apareció una legión del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: "Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama". Cuando los ángeles los dejaron, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón».- Oración A los que celebramos con alegría cristiana el nacimiento de tu Hijo, concédenos, Señor, penetrar con fe profunda en este misterio y amarlo cada vez con amor más entrañable. Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

SAN ALBERTO (ADÁN) CHMIELOWSKI. Fundador de los Siervos y de las Siervas de los pobres, de la Tercera Orden de San Francisco, llamados también Albertinos y Albertinas. Nació cerca de Cracovia (Polonia) en 1845. Creció en un clima de ideales patrióticos. Tomó parte en la insurrección de Polonia en 1863. Cayó prisionero y luego huyó al extranjero; estudió pintura en París y en Munich. En 1874 regresó a Polonia, donde experimentó una profunda trasformación espiritual que le llevó a Cristo y a los pobres. En 1887 vistió el sayal franciscano e inició las congregaciones por él fundadas. Organizó asilos para pobres, casas para mutilados e incurables, envió a las hermanas a trabajar en hospitales militares y lazaretos, fundó comedores públicos para pobres, y asilos y orfanatos para niños y jóvenes sin techo. Murió el día de Navidad de 1916 en Cracovia. Considerado el San Francisco polaco del siglo XX, fue beatificado y canonizado por Juan Pablo II.

BEATO BENTIVOGLIO DE BONIS. Nació de familia acomodada hacia 1188 en San Severino (Marcas, Italia), donde murió la noche de Navidad de 1232. Después de escuchar a san Francisco y atraído por su vida evangélica, lo dejó todo y vistió el hábito franciscano en Asís. Ordenado de sacerdote, ejerció con fervor la predicación y atendió con asiduidad el confesonario, a la vez que se entregaba a la vida contemplativa, adornada con carismas extraordinarios. Fray Maseo de San Severino, que era párroco, al verlo un día en éxtasis, decidió abrazar la vida franciscana. Destacó también por el cuidado que tenía de los pobres y enfermos, y en particular de los leprosos. Cuando una vez lo trasladaron de convento, se llevó a cuestas, de modo milagroso, al leproso cuyo cuidado le habían confiado. Las Florecillas, en su cap. 42, refieren algunos hechos de su vida.

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Santa Anastasia. Al parecer fue quemada viva, a causa de su fe cristiana, en Sirmio de Panonia (en la actual Croacia), hacia el año 304, durante la persecución del emperador Diocleciano. Su culto llegó a Constantinopla, de donde pasó a Roma, y aquí se le dedicó una basílica en el Foro, en la cual se celebraba su fiesta el 25 de diciembre, y por ello se fijó en esta iglesia en el siglo VI la misa de la Natividad llamada de la aurora. Su nombre figura en el canon romano de la misa.

Santa Eugenia de Roma. Mártir romana del siglo III/IV, que fue sepultada en el cementerio de Aproniano, en la Vía Latina de Roma.

Santos Jovino y Basileo. Sufrieron el martirio en Roma, en una fecha desconocida del siglo III/IV, y fueron sepultados en la Vía Latina.

Beata Antonia María Verna. Nació en Pasquaro, barrio de Rivarolo Canavese, provincia de Turín, de una familia campesina pobre; desde muy joven colaboró en la catequesis parroquial y en las obras de caridad con los más pobres. Se trasladó a Rivarolo y, con un pequeño grupo de mujeres que compartían su ideal, fundó la congregación de las Hermanas de la Caridad de la Inmaculada Concepción de Ivrea, para dar enseñanza a los niños, catequesis, y asistencia domiciliaria a los enfermos. Tuvo que afrontar múltiples dificultades, y en esta dolorosa experiencia brilló la espléndida humildad y la firme fortaleza de Antonia. Murió en Rivarolo el 25-XII-1838. Beatificada en 2011.

Beata María de los Apóstoles von Wüllenweber. Nació en el castillo de Myllendonk (Renania, Alemania) el año 1833, en el seno de una familia noble y muy religiosa. Estuvo algún tiempo con las religiosas de la Visitación, pero volvió a su casa y se dedicó a obras de caridad. Se hizo Terciaria Franciscana. En colaboración con el padre Francisco de la Cruz Jordán, fundó el Instituto Misionero de Santa Bárbara que poco después se fusionó con la Sociedad del Divino Salvador, creándose el Instituto de las Hermanas del Divino Salvador, en la que profesó. Luego se dedicó a la consolidación y expansión del Instituto, del que fundó casas en Italia y América. Con humildad y fortaleza superó las dificultades, y murió en Roma con fama de santidad el año 1907.

Beato Miguel Nakashima. Nació en Machai (Japón) el año 1583. Convertido al cristianismo a los once años, se tomó muy en serio la vida cristiana y el apostolado. En 1614 se estableció en Nagasaki y durante doce años estuvo escondiendo en su casa a los misioneros. El P. Mateo de Couros lo admitió en la Compañía de Jesús en 1627 como hermano coadjutor. Lo arrestaron y comenzó para él una larga y terrible serie de suplicios para que apostatara, pero en vano. Por último lo llevaron a Unzen donde lo estuvieron metiendo varias veces al día en aguas hirvientes y sulfurosas, de suerte que su cuerpo quedó hecho una pura llaga. Murió el 25 de diciembre de 1628.

Beato Pedro el Venerable. Nació en la región de Auvernia (Francia) hacia el año 1092. De joven estuvo en prioratos dependientes de Cluny, y en 1122 fue elegido abad Cluny. Allí demostró tener cualidades extraordinarias para el régimen del monasterio y de la larga red de filiales. Unió la prudencia y la sabiduría evangélica. Reordenó la administración y la disciplina según los preceptos de la primitiva observancia. Logró desarrollar y dinamizar la larga cadena de monasterios que componían la familia monástica de Cluny. Escribió varios tratados apologéticos. Murió en su monasterio el año 1156.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

Había en la misma comarca en que nació Jesús unos pastores que velaban su rebaño. Un ángel del Señor se les apareció y les dijo: «No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis una señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». De pronto, en torno al ángel apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor». Los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre (cf. Lc 2,8-16).

Pensamiento franciscano:

Dice la Leyenda de Perusa: -Francisco celebraba la fiesta de Navidad con mayor reverencia que cualquier otra fiesta del Señor, porque, si bien en las otras solemnidades el Señor ha obrado nuestra salvación, sin embargo, como él decía, comenzamos a ser salvos desde el día en que nació el Señor. Por eso quería que en ese día todo cristiano se alegrase en el Señor y que, por amor de Aquel que se nos dio a sí mismo, todo hombre fuese alegremente dadivoso no sólo con los pobres, sino también con los animales y las aves (LP 14).

Orar con la Iglesia:

Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres. Oremos confiadamente al Padre:

-Por la Iglesia universal, para que sepa llevar a todas las gentes la Buena Noticia de la salvación.

-Por todos los pueblos, razas y naciones, para busquen y encuentren la paz, y cesen las guerras, la segregación y la marginación, la opresión y la violencia.

-Por las autoridades y los que tienen responsabilidades en la vida pública, para que sus decisiones sirvan al bien de todos, sin egoísmos ni partidismos.

-Por los que llevan en su carne la señal de Cristo pobre y paciente, para se sientan amados de Dios que les dé consuelo y gozo.

-Por nuestras comunidades, para que, acogiéndonos con amor y paciencia, vivamos la alegría de la Navidad.

Oración: Te lo pedimos, Padre, por Jesucristo, tu Hijo, manifestado hoy al mundo en la humildad de nuestra carne. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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S. S. Juan Pablo II
POBREZA EVANGÉLICA,
AMOR FRATERNO Y PAZ UNIVERSAL

Mensaje de Navidad (25-XII-86)

[En la mañana del día de Navidad de 1986, desde el balcón central de la basílica de San Pedro, el papa Juan Pablo II dirigió «Urbi et Orbi», a la Urbe y al Orbe, es decir, a Roma, a la Iglesia y al mundo, el siguiente Mensaje navideño, eco armonioso de lo que había sido la Jornada mundial de oración por la paz, celebrada en Asís el 27 de octubre del mismo año.]

1. «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz..., que dice a Sión: Ya reina tu Dios!» (Is 52,7).

Sí, Sión, tu Dios reina. Tu Dios admirable, he aquí que yace en el pesebre destinado a los animales. ¡Y así comienza a reinar tu Dios, oh Sión!

Tu Dios incomprensible: «Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos» (cf. Is 55,8).

Ha comenzado a reinar, pues, bajo el signo de la máxima pobreza: «Siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza» (cf. 2 Cor 8,9).

2. Qué hermosos son los pies de aquel mensajero de alegres noticias cuyo nombre es Francisco, el Pobrecillo de Asís, de Greccio y de la Verna. Francisco, amante de todas las criaturas; Francisco, conquistado por el amor del Niño divino, nacido en la noche de Belén; Francisco, en cuyo corazón Cristo comenzó a reinar para que, también por medio de la pobreza del discípulo, nosotros comprendiéramos mejor la pobreza del Maestro y fuéramos inducidos hacia pensamientos de amor y de paz.

Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad -paz a los hombres que Él ama- (cf. Lc 2,14). Gloria a Dios...

3. El Obispo de Roma, el día de Navidad, da las gracias, una vez más, a cuantos han escuchado el mensaje de Francisco, amante del Creador y de todas las criaturas; el mensaje de Francisco, heraldo de la gloria de aquel Dios que «en las alturas» es Amor; el mensaje de Francisco, promotor de la paz en la tierra.

El Obispo de Roma da las gracias a todos los que vinieron a Asís, de buena gana, para estar juntos, para recogerse y meditar ante el «último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos» (Nostra aetate, 1), y vinieron a rezar también por la paz en la tierra.

4. El Obispo de Roma da las gracias, una vez más, a todos: a los hermanos de las Iglesias cristianas y de las Comunidades eclesiales, así como a los hermanos de las Religiones no cristianas. Da las gracias a todos y a cada uno por aquella Jornada singular en la que hemos decidido, frente a todas las potencias de la tierra que devoran en armamentos riquezas incalculables, disipan recursos preciosos en cosas superfluas y hacen temer destrucciones apocalípticas, frente a todas esas potencias amenazadoras, hemos decidido ser pobres: pobres como Cristo, Hijo de Dios y Salvador del mundo, pobres como Francisco, elocuente imagen de Cristo, pobres como tantas almas grandes que han iluminado el camino de la humanidad.

Lo hemos decidido teniendo a nuestra disposición sólo este medio, el de la pobreza, y únicamente este poder, el poder de la debilidad: sólo la oración y solamente el ayuno.

5. ¿Acaso no es menester que el mundo escuche esta voz? ¿No es necesario que escuche el testimonio de la noche de Belén? ¿Que escuche a Dios nacido en la pobreza? ¿Que escuche a Francisco, heraldo de las ocho bienaventuranzas? ¿No es preciso que calle el estrépito del odio y el estruendo de las detonaciones mortíferas en tantos lugares de la tierra? ¿No es menester que Dios pueda escuchar finalmente la voz de nuestro silencio? ¿Y que, a través del silencio, llegue a Él la oración y el grito de todos los hombres de buena voluntad? ¿El grito de tantos corazones atormentados, así como la voz de tantos millones de seres humanos que no tienen voz?

6. Escuchad y comprended todos: Dios que abraza todas las cosas, Dios en el que «vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28), ha elegido la tierra como morada suya; ha nacido en Belén; ha hecho de los corazones humanos el espacio de su Reino.

¿Podemos ignorar o deformar todo esto? ¿Es lícito destruir la morada de Dios entre los hombres? ¿No es menester, por el contrario, cambiar de raíz los planes del dominio humano en la tierra?

7. Hermanos y hermanas de todos los lugares de la tierra: Si Dios nos ha amado tanto que se ha hecho hombre por nosotros, ¿no podremos nosotros amarnos mutuamente, hasta compartir con los demás lo que se ha otorgado a cada uno para el gozo de todos? Únicamente el amor que se convierte en don puede transformar la faz de nuestro planeta, dirigiendo las mentes y los corazones hacia pensamientos de fraternidad y de paz.

Hombres y mujeres del mundo: Cristo nos pide que nos amemos unos a otros. Éste es el mensaje de Navidad, éste es el deseo que dirijo a todos desde lo más profundo de mi corazón.

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RECONOCE, CRISTIANO, TU DIGNIDAD
San León Magno, Sermón 1 en la Natividad del Señor

Hoy, queridos hermanos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad, y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.

Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. Alégrese el santo, puesto que se acerca a la victoria; regocíjese el pecador, puesto que se le invita al perdón; anímese el gentil, ya que se le llama a la vida.

Pues el Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos, establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido.

Por eso, al nacer el Señor, los ángeles cantan llenos de gozo: Gloria a Dios en el cielo, y proclaman: y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Ellos ven, en efecto, que la Jerusalén celestial se va edificando por medio de todas las naciones del orbe. ¿Cómo, pues, no habría de alegrarse la pequeñez humana ante esta obra inenarrable de la misericordia divina, cuando incluso los coros sublimes de los ángeles encontraban en ella un gozo tan intenso?

Demos, por tanto, queridos hermanos, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, en el Espíritu Santo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva creatura, una nueva creación.

Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras y, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo, renunciemos a las obras de la carne.

Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.

Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo.

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GRECCIO: ¡VAYAMOS A BELÉN!
Fr. José Rodríguez Carballo,
Ministro General de la OFM (Greccio 25-12-2009)

A cuantos habéis llegado desde lejos o desde cerca a este lugar bendito de Greccio, para celebrar este día de alegría y de exaltación de la Navidad del Señor: el Niño de Belén, nacido de las entrañas virginales de María Virgen, os haga rebosar de gozo y experimentar la singular consolación que experimentó el hermano Francisco de pie ante el pesebre (cf. 1 Cel 85).

Greccio, lugar escogido por la Providencia para que el Seráfico Padre san Francisco hiciese memoria del nacimiento de Jesús en Belén (cf. 1 Cel 84), de una forma tan inusual en aquel tiempo que «para que dicha celebración no pudiera ser tachada de extraña novedad, afirma san Buenaventura, pidió antes licencia al sumo pontífice» (LM 10,7).

Greccio, nueva Belén, donde, al igual que en la primera Navidad de la historia, la simplicidad recibe honor, la pobreza es ensalzada, y se valora la humildad (1 Cel 85). Greccio, lugar consagrado a la memoria de Francisco y al que, desde aquella noche memorable del 1223, acuden peregrinos de todas partes para recordar a este enamorado del misterio de la Encarnación que en este lugar quiso contemplar con sus propios ojos las modalidades elegidas por el Hijo de Dios para su ingreso en la historia de la humanidad. En efecto, fue aquí, en Greccio, donde tres años antes de su muerte, el Poverello quiso, de alguna manera, ver con sus propios ojos lo que el Niño de Belén sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en un pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno, para lo cual mandó prepararlo todo (1 Cel 84).

Esta es la razón de la reproducción viviente del nacimiento de Jesús en Belén: ver con los ojos de la carne, pero más aún con los ojos del corazón, a Jesús que siendo rico se hace pobre, siendo Señor se hace siervo, siendo el primero se hace último. Se trata de un ver que va más allá de la mirada física. La mirada de Francisco es una mirada amorosa, la mirada de un enamorado a la persona amada. Nos lo hace ver Celano cuando dice que Francisco está de pie ante el pesebre, desbordándose de suspiros, traspasado de piedad, derretido de inefable gozo (1 Cel 85), lo mismo que san Buenaventura cuando afirma que el Poverello transido de ternura y amor predica sobre el nacimiento del Rey pobre (LM 10,7).

Es esa mirada la que le abre al conocimiento y a la penetración profunda en el misterio de la Encarnación. No un conocimiento intelectual, sino un conocimiento que, como en la Biblia, es relación amorosa, y que manifiesta una cierta complicidad entre el amante (Dios que ama al hombre y envía a su Hijo) y el amado (Francisco que dejándose amar, se transforma en el amado). Y es esa presencia del amado la que le lleva a Francisco a derretirse en inefable gozo. Ya no hay motivo para tener miedo. A Francisco, como a todos los pobres de corazón, le ha sido revelada la gran noticia: Ha nacido el Salvador (Lc 2,11). Ya no hay situación, por desesperada que parezca, que pueda arrebatar esa alegría que sólo Dios puede dar. Finalmente nuestro Dios ya no se manifiesta en el fuego o en la nube, ya no se deja oír entre truenos, como hacía en el Antiguo Testamento; nuestro Dios deja la altura para abajarse y abrazar, con todas sus consecuencias, nuestra naturaleza herida. Nuestro Dios ya no es un Dios lejano: se ha hecho hombre, y se llama Emmanuel, Dios-con-nosotros.

De este modo el proceso de fe que inició con el ver, lleva a Francisco a encontrarse con el Verbo hecho carne, revelación de un Dios amor, y de este modo le lleva a creer. Y de nuevo hemos de decir que su fe no es una simple adhesión intelectual, sino que es transformación profunda de su ser, lo que le lleva al seguimiento. De este modo podemos decir que Francisco, reproduciendo de un modo plástico en Greccio el nacimiento de Jesús en el portal de Belén, quiere ver para conocer, y conocer para creer, y creer para seguirlo.

Francisco, que ha visto con sus propios ojos el nacimiento de un Rey pobre, nacido en una ciudad pequeña, en un establo, de una madre pobrecilla, quiere ahora, imitando sus huellas, seguirlo en la pobreza más radical, -sine proprio, sin nada de propio-, y en minoridad y humildad. Si el Verbo eterno del Padre eligió ese camino para hacerse hombre, Francisco elegirá ese mismo camino para seguir a Cristo. De este modo su misma vida será un icono del misterio de la Encarnación, y su existencia un evangelio viviente.

Queridos hermanos: llevados de la mano de las lecturas de estas celebraciones navideñas, también nosotros somos invitados a ir a Belén, para ver y contemplar, con José y con María su madre, al recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc 2,12). Como los pastores vayamos con presteza, corriendo (cf. Lc 2,16), allí nos aguarda algo maravilloso, jamás sospechado: el que desde un principio estaba junto a Dios, porque era Dios mismo, aquel por el cual todo fue hecho, y en quien estaba la vida, al cumplirse la plenitud de los tiempos, se hace hombre y planta su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,1ss; Gal 4,4), y entonces nuestros ojos podrán ver el retorno del Señor (cf. Is 52,8) y contemplar la bondad de Dios y su amor por la humanidad (cf. Tt 3,4).

Vayamos a Belén y al igual que los pastores, una vez visto y contemplado este prodigio del amor de Dios por la humanidad, volvamos a nuestras casas, a nuestro trabajo, y allí, en la cotidianidad de nuestra vida contemos lo que hemos visto y oído de ese Niño, el Dios-con-nosotros. De este modo Navidad se transformará en la fiesta del testimonio, de la misión. Y nosotros, como los ángeles en la noche santa de Navidad, como los pastores que corrieron a ver al recién nacido, como Francisco que aquí en Greccio hizo memoria viviente del misterio de la Encarnación, nos convertiremos en evangelistas, pregoneros y misioneros de la Buena Noticia que es para todo el pueblo: En la ciudad de David ha nacido el Salvador (cf. Lc 2,10-11).

Sí, hermanos: Nuestra Navidad no puede reducirse a una fiesta cualquiera. No basta con adornar nuestras casas y ciudades, no basta ni siquiera con colocar en ellas hermosos belenes. Jesús viene y pide posada en nuestros corazones, en nuestras vidas. Quiere nacer en ellos. Juan afirma: Vino a los suyos y los suyos no le recibieron (Jn 1,11). Los "suyos" estaban demasiado distraídos o tenían otros intereses. Tal vez el corazón de muchos estaba embotado. ¿Haremos nosotros lo mismo?

Necesitamos de la Navidad. Necesitamos de ese Niño indefenso que trae la salvación de nuestro Dios (cf. Is 52,10). Necesitamos de ese Niño envuelto en pañales, que trae la paz y es fuente de la verdadera alegría. Pero nuestro mundo también necesita de hombres y mujeres que anuncien y testimonien con su palabra y con sus vidas la presencia en medio de nosotros del Emmanuel, del Dios-con-nosotros. ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncian la buena noticia! (Is 52,7), afirma el profeta. Esa es nuestra misión: ser mensajeros de aquel que nos da la posibilidad de ser hijos de Dios (Jn 1,12). Ser hijos en el Hijo: esa es la vocación a la que hemos sido llamados. Y entonces, como en aquella Navidad de Greccio, en el 1223, Cristo resucitará en el corazón y en la vida de aquellos que lo habían olvidado (1 Cel 86). Y la alegría reinará en todos, porque para todos será Navidad.

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