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DÍA 12 DE NOVIEMBRE
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* * * Santos Benito, Juan, Mateo, Isaac y Cristián. El 12 de noviembre del año 1003, unos forajidos asaltaron el pequeño monasterio de los camaldulenses en Kasimierz (Polonia), situado junto al río Warta. Seguramente les había llegado el rumor de que el príncipe Boleslao había dado pingües dones a los monjes para su monasterio y para el Papa. Los ladrones degollaron de noche a los cuatro monjes evangelizadores de Polonia: Benito, Juan, Mateo e Isaac, y ahorcaron a su cocinero Cristián en el recinto de la iglesia. En seguida se les tuvo por santos mártires. San Cuniberto. Nació hacia el año 595 en el seno de una noble familia franca. Se educó en Metz en la corte del rey Clotardo II. Estudió en la escuela catedralicia de Tréveris y fue luego arcediano de su catedral. El año 623 fue consagrado obispo de Colonia. Era una persona inteligente y de óptimas costumbres, y pronto se acreditó por su ciencia y su celo pastoral. Después de las invasiones de los bárbaros, construyó iglesias y monasterios, renovó en la ciudad y en todos los pueblos la vida de la Iglesia y la piedad de los fieles. Ejerció un gran influjo sobre el episcopado de su tiempo. Murió en Colonia el año 663. San Hesiquio. Pertenecía a una familia senatorial de la Galia, estuvo casado y tuvo dos hijos que fueron santos obispos: san Apolinar, obispo de Valence, y san Avito, obispo de Vienne, sede en la que sucedió a su padre. Hesiquio fue obispo de Vienne (Borgoña, Francia) del año 480 al 490, año en que murió. San Livino (o Lebuino). Monje y sacerdote oriundo de Inglaterra, que se consagró a anunciar la paz y la salvación de Cristo a los habitantes de Frisia (Holanda). Murió en Deventer (Holanda) hacia el año 775. San Macario (o Machar o Mochumma). Obispo de la isla de Mull, en la Hébridas Interiores (Escocia), a quien se considera discípulo de san Columbano y fundador de la Iglesia de aquel lugar en el siglo VI. San Margarito Flores García. Nació en Taxto, provincia de Guerrero en México, el año 1899, de familia pobre y cristiana. A los 14 años ingresó en el seminario de Chilapa y en 1924 recibió la ordenación sacerdotal. Trabajó en el seminario y en el ministerio parroquial con gran celo y provecho. Cuando llegaron a su zona las fuerzas federales, perseguidoras de los cristianos, se trasladó a la capital y pudo ejercer su ministerio en la clandestinidad. Lo detuvieron y encarcelaron, pero salió libre por influencia de unos amigos. Volvió a su tierra y lo destinaron a la parroquia de Atenango del Río. En seguida lo arrestaron y maltrataron, y el 12 de noviembre de 1927 lo fusilaron en la pared de la iglesia de Tulimán. San Nilo el Sinaíta. Fue discípulo de san Juan Crisóstomo, y después entró en un monasterio de Ancira en Galacia (Turquía), del que llegó a ser abad mucho tiempo y desde el que difundió con sus escritos la doctrina ascética. Murió el año 430. Beato José Mendes Ferri. Nació en Algemesí (Valencia, España) el año 1885. Ya en su juventud se distinguió por su excelente conducta moral y religiosa. Contrajo matrimonio y no tuvo hijos. Era agricultor de profesión, y perteneció a varias asociaciones piadosas. Cuando en España se produjo el cierre de conventos, acogió en su casa a dos hermanos suyos carmelitas y a una hermana cisterciense con los que compartió la oración y las devociones. El día antes de su muerte, fue detenido por orden del Comité del Frente Popular y encarcelado. El 12 de noviembre de 1936, en Alcudia de Carlet (Valencia), lo asesinaron a tiros en la nuca. Sus últimas palabras fueron «¡Viva Cristo Rey!», «¡Viva el Corazón de Jesús!». Beata María Natividad Medes Ferrís. Monja Cisterciense de la Estricta Observancia y de San Bernardo. Nació en Algemesí (Valencia) en 1880. Hizo la profesión temporal en 1916 y la solemne en 1919, en el monasterio de La Zaydía de Valencia, del que salió para la fundación del monasterio de Fons Salutis de Algemesí en 1927. Cuando estalló la persecución religiosa en julio de 1936, marchó a casa de su hermano el beato José, laico y casado, quien también acogió a otros dos hermanos suyos, Ernesto y Vicente, carmelitas. Los cuatro fueron detenidos por los revolucionarios, tres por ser religiosos y José por haberlos acogido. Los asesinaron en L'Alcudia (Valencia) el 12 de noviembre de 1936. Beatificada el 3-X-2015. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: «Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica. Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí» (Salmo 85,5-6 y 15-16). Pensamiento franciscano: «La piedad de san Francisco se llenaba de una mayor terneza cuando consideraba el primer y común origen de todos los seres, y llamaba a las criaturas todas -por más pequeñas que fueran- con los nombres de hermano o hermana, pues sabía que todas ellas tenían con él un mismo principio» (LM 8,6). Orar con la Iglesia: Oremos a Dios Padre, en el nombre de Jesús, el Buen Pastor, de quien procede toda reconciliación con Dios y con nuestros hermanos. -Para que la Iglesia sea siempre instrumento de reconciliación y lugar de acogida de todos, incluidos los descarriados. -Para que los sacerdotes, compartiendo los sentimientos de Jesús, ejerzan con bondad y delicadeza el ministerio sacramental del perdón. -Para que los cristianos, en el ambiente en que nos desenvolvemos, hagamos presente a Cristo, manso y humilde de corazón. -Para que los cristianos festejemos y celebremos con gozo el retorno a la casa paterna, de cuantos la habían abandonado o se habían extraviado. Oración: Escúchanos, Padre de bondad, y enséñanos a compartir con los demás el perdón y la misericordia que sin medida recibimos de ti. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * EN LAS TEMPESTADES DE LA
VIDA Queridos hermanos y hermanas: En el Evangelio de este domingo (XIX del TO-A) encontramos a Jesús que, retirándose al monte, ora durante toda la noche. El Señor, alejándose tanto de la gente como de los discípulos, manifiesta su intimidad con el Padre y la necesidad de orar a solas, apartado de los tumultos del mundo. Ahora bien, este alejarse no se debe entender como desinterés respecto de las personas o como abandonar a los Apóstoles. Más aún, como narra san Mateo, hizo que los discípulos subieran a la barca «para que se adelantaran a la otra orilla» (Mt 14,22), a fin de encontrarse de nuevo con ellos. Mientras tanto, la barca «iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario» (v. 24), y he aquí que «a la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar» (v. 25); los discípulos se asustaron y, creyendo que era un fantasma, «gritaron de miedo» (v. 26), no lo reconocieron, no comprendieron que se trataba del Señor. Pero Jesús los tranquiliza: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» (v. 27). Es un episodio, en el que los Padres de la Iglesia descubrieron una gran riqueza de significado. El mar simboliza la vida presente y la inestabilidad del mundo visible; la tempestad indica toda clase de tribulaciones y dificultades que oprimen al hombre. La barca, en cambio, representa a la Iglesia edificada sobre Cristo y guiada por los Apóstoles. Jesús quiere educar a sus discípulos a soportar con valentía las adversidades de la vida, confiando en Dios, en Aquel que se reveló al profeta Elías en el monte Horeb en el «susurro de una brisa suave» (1 R 19,12). El pasaje continúa con el gesto del apóstol Pedro, el cual, movido por un impulso de amor al Maestro, le pidió que le hiciera salir a su encuentro, caminando sobre las aguas. «Pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: "¡Señor, sálvame!"» (Mt 14,30). San Agustín, imaginando que se dirige al apóstol, comenta: el Señor «se inclinó y te tomó de la mano. Sólo con tus fuerzas no puedes levantarte. Aprieta la mano de Aquel que desciende hasta ti», y esto no lo dice sólo a Pedro, sino también a nosotros. Pedro camina sobre las aguas no por su propia fuerza, sino por la gracia divina, en la que cree; y cuando lo asalta la duda, cuando no fija su mirada en Jesús, sino que tiene miedo del viento, cuando no se fía plenamente de la palabra del Maestro, quiere decir que se está alejando interiormente de él y entonces corre el riesgo de hundirse en el mar de la vida. Lo mismo nos sucede a nosotros: si sólo nos miramos a nosotros mismos, dependeremos de los vientos y no podremos ya pasar por las tempestades, por las aguas de la vida. El gran pensador Romano Guardini escribe que el Señor «siempre está cerca, pues se encuentra en la razón de nuestro ser. Sin embargo, debemos experimentar nuestra relación con Dios entre los polos de la lejanía y de la cercanía. La cercanía nos fortifica, la lejanía nos pone a prueba». Queridos amigos, la experiencia del profeta Elías, que oyó el paso de Dios, y las dudas de fe del apóstol Pedro nos hacen comprender que el Señor, antes aún de que lo busquemos y lo invoquemos, él mismo sale a nuestro encuentro, baja el cielo para tendernos la mano y llevarnos a su altura; sólo espera que nos fiemos totalmente de él, que tomemos realmente su mano. Invoquemos a la Virgen María, modelo de abandono total en Dios, para que, en medio de tantas preocupaciones, problemas y dificultades que agitan el mar de nuestra vida, resuene en el corazón la palabra tranquilizadora de Jesús, que nos dice también a nosotros: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!», y aumente nuestra fe en él. [Después del Ángelus] Sabemos bien que en nuestra vida debemos afrontar múltiples problemas, que pueden parecer tempestades. A veces nos resulta difícil ver que Dios está presente en la barca zarandeada de nuestra vida. En esos momentos delicados, o de duda, como Pedro gritemos a Dios: «¡Señor, sálvame!». ¡Dios está allí! No nos abandona jamás. No olvidemos orar cada día. Reservemos siempre un tiempo para la oración, que nos lleva a pasar del miedo al amor. Nos hace ver el rostro luminoso de Dios, como se manifestó en Jesús durante la Transfiguración. Esta mirada nos hará ver con caridad a nuestros hermanos. En el Evangelio de este domingo, el Señor, caminando sobre las aguas, sale al encuentro de los discípulos que se hallan en peligro y les dice: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». También nosotros, aunque a veces se haga de noche o el viento sea contrario en nuestras vidas, estamos llamados a descubrir la presencia amorosa de Dios, que nunca nos abandona. * * * DERRAMÓ SU SANGRE
POR LA UNIDAD DE LA IGLESIA Sabemos que la Iglesia de Dios, constituida por su admirable designio para ser en la plenitud de los tiempos como una inmensa familia que abarque a todo el género humano, es notable, por institución divina, tanto por su unidad ecuménica, como por otras notas que la caracterizan. En efecto, Cristo el Señor no sólo encomendó a solos los apóstoles la misión que él había recibido del Padre, cuando les dijo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, sino que quiso también que el colegio apostólico tuviera la máxima unidad, unido por un doble y estrecho vínculo, a saber: intrínsecamente, por una misma fe y por el amor que ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo; extrínsecamente, por el gobierno de uno solo sobre todos, ya que confirió a Pedro la primacía sobre los demás apóstoles, como principio perpetuo y fundamento visible de unidad. Y, para que esta unidad y acuerdo se mantuviera a perpetuidad, Dios providentísimo la consagró en cierto modo con el signo de la santidad y del martirio. Este honor tan grande obtuvo aquel arzobispo de Pólotzk, llamado Josafat, de rito eslavo oriental, al que, con razón, consideramos como el hombre más eminente y destacado entre los eslavos de rito oriental, ya que difícilmente encontraríamos a otro que haya contribuido a la gloria y provecho de la Iglesia más que éste, su pastor y apóstol, principalmente cuando derramó su sangre por la unidad de la santa Iglesia. Además, sintiéndose movido por un impulso celestial, comprendió que podría contribuir en gran manera al restablecimiento de la santa unidad universal de la Iglesia el hecho de conservar en ella el rito oriental eslavo y la institución de la vida monástica según el espíritu de san Basilio. Pero entretanto, preocupado principalmente por la unión de sus conciudadanos con la cátedra de Pedro, buscaba por doquier toda clase de argumentos que pudieran contribuir a promover y confirmar esta unidad, sobre todo estudiando atentamente los libros litúrgicos que, según las prescripciones de los santos Padres, usaban los mismos orientales separados. Con esta preparación tan diligente, comenzó a dedicarse a la restauración de la unidad, con tanta fuerza y tanta suavidad a la vez y con tanto fruto que sus mismos adversarios lo llamaban «ladrón de almas». * * * SAN FRANCISCO DE
ASÍS Y LAS CRIATURAS (IV) El corazón de Francisco, corazón bien nacido, iluminado por la fe, perfeccionado en sus sentimientos por la abnegación de todo sentimiento imperfecto, sublimado en la constante contemplación de su Dios, veía en todas las cosas otros tantos regalos, presentes, cortesías y gestos de amor de quien las había creado: criaturas creadas para utilidad natural y sobrenatural de los hijos del Padre celestial. Esto hacía que viviese con júbilo e interminable gratitud. El júbilo de su alma y el ímpetu de dar gracias no le deban descanso y lo impelían a las más heroicas empresas. Se sentía impelido a todos los actos de amor para tener qué dar a Dios, para mostrar cuánto apreciaba el amor divino, cuánto veía y conocía sus beneficios y los ricos presentes de las dadivosas manos divinas. Incansable era el santo en este menester, y así las criaturas, todas ellas, pequeñas y grandes, inclusive la propia muerte, todo se transformaba en un impulso ascendente, que lo levantaba más y más hacia las alturas consumadas de la santidad. En san Francisco las criaturas volvían a ser de esta suerte lo que debían ser en la intención divina y lo que para el hombre -sólo para el hombre, y no objetivamente en sí mismas- habían dejado de ser por el pecado. Volvían a ser otros tantos medios que conducen al amor de Dios. Escala para el cielo, escala fácil de subir, porque es una escala amena, agradable y bella. Escala para el conocimiento de Dios, ya que todas ellas no son sino el libro escrito por el Omnipotente para revelar su grandeza e infinita perfección, generosidad y bondad para revelar que Él es amor. El reencuentro o reconocimiento conquistado por el santo en la más total abnegación le daba la clarividencia necesaria y siempre creciente para leer con facilidad este libro de Dios, el libro de la revelación natural. Y era escala para el amor de Dios, pues el conocimiento no tiene sino esta razón de ser: llevar al amor. San Francisco se inflamaba cada vez más en el amor y en la generosa decisión de fidelidad caballeresca. Conocimiento de Dios, amor de Dios, grada por grada, era lo que a san Francisco le proporcionaban las criaturas. Contemplaba, además, el ejemplo de generosidad, de bondad, de amor de Dios que se manifestaba en la creación, de donde sacaba estímulos poderosos para volverse semejante a su Señor. Quien comprenda los fundamentos de la actitud de san Francisco para con las criaturas, comprenderá el amor que dedicaba a las obras de su Señor, la familiaridad con que hablaba con estas obras, la amistad que les tenía. Este amor es más fácil de ser imitado. Él hizo del Poverello el santo más simpático de la Iglesia. Llamaba a todas las criaturas sus hermanos y hermanas, las acariciaba en sus manos benditas, se detenía en la contemplación de sus bellezas y en estas bellezas se extasiaba siempre de nuevo. En su corazón nunca admitió por lo mismo el deseo de poseerlas, porque no quería robárselas a Dios y temía el peligro de esclavizarse a ellas. Cómo consideraba a las criaturas está magistralmente resumido en su predicación a las aves: «Mis hermanas aves: mucho debéis alabar a vuestro Creador y amarle de continuo, ya que os dio plumas para vestiros, alas para volar y todo cuanto necesitáis. Os ha hecho nobles entre sus criaturas y os ha dado por morada la pureza del aire. No sembráis ni recogéis, y, con todo, Él mismo os protege y gobierna, sin preocupación alguna de vuestra parte» (1 Cel 58). El tema es siempre este: engrandecimiento del Creador, del Altísimo Señor del cielo y la tierra. De todas las criaturas san Francisco quisiera hacer subir al altísimo cielo un suave y jubiloso canto de honra, de loor, de gloria, de ternísima gratitud, de sujeción filial y más que todo de intenso amor. Sabía muy bien que las criaturas irracionales no eran capaces de esto por sí mismas, sino que los hombres, para los cuales fueron hechas, debían alabar al Creador con grande alegría a causa de ellas. La familiaridad de san Francisco con las criaturas fue superada aún por el poder que Dios le concedía sobre ellas: llegó hasta el punto de dar órdenes a las irracionales y de ser realmente obedecido. Ordenó a la «hermana cigarra» que cantase en honor de Dios (cf. 2 Cel 165-171). En otra ocasión mandó a las aves que cantasen, y, cuando impedían la oración a los hermanos, les ordenó callarse por algún tiempo, y fue obedecido (cf. LM 8,6-11). Con su benignidad amansó al lobo de Gubbio (Flor 21). Fue tan admirable y tan amable el modo como san Francisco intimaba con las criaturas de su Señor, tan sinceramente las trataba como hermanos y hermanas, que el encanto y la poesía de sus gestos, descritos por sus primeros biógrafos, aún hoy encienden y embriagan a las almas. [C. Koser, El pensamiento franciscano, Madrid, Ed. Marova, 1972, 117-130] |
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