DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 11 DE NOVIEMBRE

 

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SAN MARTÍN DE TOURS. Nació en Panonia (Hungría) alrededor del año 316 de padres paganos. Siguiendo la profesión de su padre, se enroló en las tropas imperiales que combatieron en las Galias. Siendo catecúmeno, entregó la mitad de su capa a un pobre, desnudo y que temblaba a causa del frío, en la puerta de Amiens. Después de recibir el bautismo y abandonadas las armas, fundó un monasterio en Ligugé (Francia), donde llevó vida monástica bajo la dirección de San Hilario. Posteriormente se ordenó sacerdote y fue elegido obispo de Tours. Con la ayuda de sus monjes evangelizó extensas comarcas de Francia en las que dominaba todavía el paganismo. Fue un modelo de buen pastor hasta el final, fundó diversos monasterios, formó al clero y evangelizó a los pobres. Murió en Candes, cerca de Tours, el 8 de noviembre del año 397.- Oración: Oh Dios, que fuiste glorificado con la vida y la muerte de tu obispo san Martín de Tours, renueva en nuestros corazones las maravillas de tu gracia, para que ni la vida ni la muerte puedan apartarnos de tu amor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

BEATA VICENTA MARÍA POLONI. Nació en Verona (Italia) el año 1802, en un hogar religioso y solidario con los pobres. Desde joven tuvo que ayudar a su madre en las tareas de casa y colaborar en la educación de sus numerosos sobrinos; al fallecer su padre, cuidó la administración del negocio familiar. Al mismo tiempo atendía a ancianos y enfermos crónicos en el asilo de la ciudad. En 1840, bajo la dirección del beato Carlos Steeb, su director espiritual, inició la fundación del Instituto de Hermanas de la Misericordia de Verona, para servir con humildad y entrega a los ancianos, enfermos, indigentes y huérfanos abandonados. Cultivó la oración, el amor a la Eucaristía, la devoción a la Virgen de los Dolores, a los Sagrados Corazones de Jesús y de María; profesó una particular devoción a san Vicente de Paúl. La caridad fue el lema de su vida. Murió en Verona el 11-XI-1855. Beatificada en 2008.

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Bartolomé el Joven. Nació en Rossano (Calabria, Italia) hacia el año 980 en el seno de una familia noble y piadosa, y se educó en el monasterio de San Juan Calibita. Siendo joven ingresó en el monasterio de Vallelucio, cerca de Montecasino, donde estaba san Nilo, del que ya no se separó y cuya vida escribió más tarde. Lo acompañó a Serpei (Gaeta) y después a Roma, y colaboró con él en la fundación del monasterio de Grottaferrata, cerca de Roma, organizado según la disciplina ascética de los Padres orientales. El año 1004, al morir san Nilo, le sucedió en el gobierno de la abadía, a la que dio un gran prestigio e influencia en la Iglesia. Fundó una famosa escuela monacal de letras y artes y él mismo fue un gran compositor de himnos. Murió el año 1065.

San Bertuino. Abad del monasterio de Malonne (Namur, Bélgica) y obispo itinerante. Murió el año 698.

San Juan el Limosnero. Nació en Chipre hacia el año 560. Estudió, ejerció cargos públicos, contrajo matrimonio y tuvo dos hijos, que murieron pronto al igual que la esposa. Pasó a vivir a Alejandría y, siendo aún seglar, lo eligieron patriarca de la ciudad. Se distinguió por su compasión para con los pobres y los enfermos, a quienes iban a parar los bienes que llegaban a sus manos. Hizo construir iglesias, hospitales, casas de acogida y orfanatos para aliviar las necesidades de la ciudad, aportando para ello los bienes de la Iglesia y exhortando continuamente a los ricos al ejercicio de la beneficencia. Acogió a los refugiados que huían de la toma de Jerusalén por los persas. Cuando la invasión persa llegó a Egipto, volvió a Chipre donde murió en torno al año 620.

Santa Marina de Omura. Nació en Omura (Japón) a finales del siglo XVI. En su juventud se hizo terciaria dominica con votos religiosos privados. Se dedicó a obras de religión y de caridad, y acogía en su casa a los misioneros, mostrando en todo ello una gran fortaleza espiritual frente a los graves peligros que la amenazaban. Acusada de colaborar con los misioneros occidentales, la apresaron en 1634. Ella confesó con firmeza su fe ante el tribunal, que la condenó. Para ludibrio de su castidad la pasearon desnuda por las calles, y finalmente la quemaron viva en la santa colina de Nagasaki el 11 de noviembre de 1634.

San Menas de Egipto. De este santo nos han llegado varias leyendas y muy pocas noticias seguras. Sufrió el martirio en Egipto en torno al año 295.

San Menas de Sannio. Las noticias suyas que nos han llegado proceden de san Gregorio Magno, contemporáneo suyo, que ensalzó sus virtudes. Nació en Vitulano (Benevento, Italia) de familia noble. Fue ermitaño o «solitario» en los montes de la región de Sannio (Molise). Llevó una vida extremadamente pobre, dedicada a la penitencia y la oración, habitando en una gruta. Murió en torno al año 583.

San Teodoro Estudita. Nació en Constantinopla el año 759. En el 781 ingresó en el monasterio de Sacudion en Bitinia y se ordenó de sacerdote el 788. Por oponerse al divorcio y nuevo matrimonio del emperador Constantino VI, fue exiliado a Tesalónica. Cuando regresó, marchó al monasterio Studion de Constantinopla, del que fue abad y del que hizo una escuela de sabios, de santos y de mártires, víctimas de las persecuciones promovidas por los iconoclastas, a los que se opuso con firmeza. Fue desterrado tres veces, tuvo en gran honor las tradiciones de los Padres de la Iglesia y escribió algunas obras célebres para exponer la fe católica. Al final de su vida estuvo peregrinando por algunos monasterios de Bitinia y murió en el de Calkite el año 826.

San Verano. Era hijo de san Euquerio, obispo de Lyon. Se educó en el monasterio de Lérins. El año 451 era obispo de Vence en Provenza (Francia). Se opuso firmemente a los herejes monofisitas y escribió al papa san León Magno agradeciéndole la profesión de fe en la encarnación del Verbo que había hecho en su Epístola dogmática dirigida a Flaviano. Murió en la segunda mitad del siglo V.

Beata Alicia Kotowska. Nació en Varsovia (Polonia) el año 1899. Mientras estudiaba medicina fue madurando su vocación religiosa y acabó ingresando en la Congregación de las Hermanas de la Resurrección, en la que profesó en 1924. Estudió luego ciencias y la destinaron al Instituto de Wejherovo. Tras la ocupación de Polonia por los alemanes, al comienzo de la II Guerra Mundial, fue arrestada y junto con otros presos la fusilaron en el bosque de Laski Piasnica, cerca de Wejherowo, el 11 de noviembre de 1939.

Beatos José M.ª Bru Ralduá y 13 compañeros mártires. Al comienzo de la persecución religiosa de 1936 en España, muchos sacerdotes, religiosos y laicos fueron detenidos por los milicianos y encerrados en el barco-prisión "Río Segre", anclado en el puerto de Tarragona. El 11 de noviembre de 1936, sacaron del barco a un grupo numeroso de presos y los asesinaron con fuego de ametralladora en el cementerio de Torredembarra (Tarragona). Estos son los mártires beatificados el 13-X-2013. José M.ª Bru Ralduá, sacerdote diocesano, nació en Tarragona en 1870. Fue canónigo de la catedral de Tarragona, juez metropolitano, canciller y secretario del Card. Vidal i Barraquer, profesor y confesor del seminario. Juan Roca, sacerdote diocesano, nació en Gurb (Barcelona) en 1905. Fue vicario parroquial y después chantre de la catedral de Tarragona. Miguel Saludes, sacerdote diocesano, nació en Alforja (Tarragona) en 1867. La última parroquia en que ejerció su ministerio fue la de Borjas del Campo. Damián de la Santísima Trinidad, hermano profeso Carmelita descalzo, nació en El Pedroso de la Armuña (Salamanca) en 1896. Elipio de Santa Teresa, sacerdote Carmelita descalzo, nació en Arroyo de Valdivielso (Burgos) en 1878. José Cecilio de Jesús María, hermano profeso Carmelita descalzo, nació en Benicarló (Castellón) en 1865. Pedro de San Elías, sacerdote Carmelita descalzo, nació en Barajuén (Álava) en 1867. Federico Vila, sacerdote Claretiano, nació en El Brull (Barcelona) en 1884. Profesor y catedrático de Ciencias Naturales, de moral y de Sagrada Escritura, autor de muchas obras. Gilberto de Jesús Boschdemont, Hermano de las Escuelas Cristianas, nació en Cassá de la Selva (Gerona) en 1880. Jenaro Navarro, Hermano de las Escuelas Cristianas, nació en Tortajada (Teruel) en 1903. Julio Alameda, Hermano Terciario Carmelita de la Enseñanza, nació en Castroceniza (Burgos) en 1911. Luis Domingo Oliva, Hermano Terciario Carmelita de la Enseñanza, nació en Reus (Tarragona) en 1892. Isidro Tarsá, Hermano Terciario Carmelita de la Enseñanza, nació en Fontanet (Lérida) en 1866. Buenaventura Toldrá, Hermano Terciario Carmelita de la Enseñanza, nació en Pla de Cabra, en la actualidad Pla de Santa María (Tarragona) en 1896.

Beato Vincente Eugenio Bossilkov. Nació en Belene (Bulgaria) el año 1900 en el seno de una familia que pertenecía a la minoría católica de rito latino en la diócesis de Nicópoli. En su juventud ingresó en la Congregación Pasionista y recibió la ordenación sacerdotal en 1925. Estudió en Bélgica, Holanda y en Roma, y en su tierra ejerció oficios diocesanos y parroquiales. El año 1947 fue nombrado obispo de Nicópoli. Cuando empezó la persecución religiosa, para permanecer fiel a la comunión católica, se negó a prestar el juramento de acatamiento de la ley de culto. Lo arrestaron acusado de ser contrario al comunismo, lo torturaron, lo condenaron a muerte y lo fusilaron la noche del 11 al 12 de noviembre de 1952 en una cárcel de Sofía. Fue beatificado el año 2002.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

De la parábola del juicio final: -El rey dirá a los de su derecha: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis...». Ellos le contestarán: ¿Cuándo lo hicimos? Y el rey les dirá: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (cf. Mt 25,34-40).

Pensamiento franciscano:

«En una obra cualquiera -escribe Celano- canta Francisco al Artífice de todas; cuanto descubre en las hechuras, lo refiere al Hacedor. Se goza en todas las obras de las manos del Señor, y a través de tantos espectáculos de encanto intuye la razón y la causa que les da vida. En las hermosas reconoce al Hermosísimo; cuanto hay de bueno le grita: "El que nos ha hecho es el mejor". Por las huellas impresas en las cosas sigue dondequiera al Amado, hace con todas una escala por la que sube hasta el trono. Abraza todas las cosas con indecible afectuosa devoción y les habla del Señor y las exhorta a alabarlo» (2 Cel 165).

Orar con la Iglesia:

Oremos llenos de confianza a Dios nuestro Padre. Él sabe que tenemos necesidad de muchas cosas.

-Para que la Iglesia busque e impulse siempre el reino de Dios y su justicia en este mundo.

-Para que los gobernantes sepan arbitrar medidas eficaces para solucionar los graves problemas que afectan sobre todo a los pobres y desamparados.

-Para que los países ricos ayuden a los países pobres, distribuyendo mejor la riqueza y facilitándoles los medios para alcanzarla.

-Para que los cristianos no caigamos en la tentación fácil de absolutizar el dinero ni de acumular codiciosamente.

Oración: Dios, Padre nuestro, venga a nosotros tu reino; venga a nosotros tu justicia y que tu amor promueva y regule las relaciones humanas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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SAN MARTÍN DE TOURS
Benedicto XVI, Ángelus del 11 de noviembre de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

La Iglesia recuerda hoy, 11 de noviembre, a san Martín, obispo de Tours, uno de los santos más célebres y venerados de Europa. Nacido de padres paganos en Panonia, en la actualidad Hungría, en torno al año 316, fue orientado por su padre a la carrera militar. Todavía adolescente, san Martín conoció el cristianismo y, superando muchas dificultades, se inscribió entre los catecúmenos para prepararse al bautismo. Recibió el sacramento en torno a los 20 años, pero debió permanecer aún mucho tiempo en el ejército, donde dio testimonio de su nuevo estilo de vida: respetuoso y comprensivo con todos, trataba a su sirviente como a un hermano, y evitaba las diversiones vulgares.

Cumplido el servicio militar, se fue a Poitiers, en Francia, junto al santo obispo Hilario, que lo ordenó diácono y presbítero. Eligió la vida monástica y fundó, con algunos discípulos, el más antiguo monasterio conocido de Europa, en Ligugé. Alrededor de diez años después, los cristianos de Tours, que se habían quedado sin pastor, lo aclamaron como su obispo. Desde entonces san Martín se dedicó con ardiente celo a la evangelización de las zonas rurales y a la formación del clero.

Aunque se le atribuyen muchos milagros, san Martín es famoso sobre todo por un acto de caridad fraterna. Siendo aún un joven soldado, encontró en su camino a un pobre aterido y temblando de frío. Tomó entonces su capa y, cortándola en dos con la espada, le dio la mitad a aquel hombre. Durante la noche se le apareció en sueños Jesús, sonriente, envuelto en aquella misma capa.

Queridos hermanos y hermanas, el gesto caritativo de san Martín se inscribe en la misma lógica que impulsó a Jesús a multiplicar los panes para las multitudes hambrientas y, sobre todo, a entregarse él mismo como alimento para la humanidad en la Eucaristía, signo supremo del amor de Dios, Sacramentum caritatis. Es la lógica de la comunión, con la que se expresa de modo auténtico el amor al prójimo.

Que san Martín nos ayude a comprender que solamente a través de un compromiso común de solidaridad es posible responder al gran desafío de nuestro tiempo: construir un mundo de paz y de justicia, en el que todos los hombres puedan vivir con dignidad. Esto puede suceder si prevalece un modelo mundial de auténtica solidaridad, que permita garantizar a todos los habitantes del planeta el alimento, el agua, la asistencia médica necesaria, pero también el trabajo y los recursos energéticos, así como los bienes culturales, el saber científico y tecnológico.

Nos dirigimos ahora a la Virgen María, para que ayude a todos los cristianos a ser, como san Martín, testigos generosos del evangelio de la caridad y constructores incansables de comunión solidaria.

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MARTÍN, POBRE Y HUMILDE
Sulpicio Severo, Carta 3 (6.9-10.11.14-17.21)

Martín conoció con mucha antelación su muerte y anunció a sus hermanos la proximidad de la disolución de su cuerpo. Entretanto, por una determinada circunstancia, tuvo que visitar la diócesis de Candes. Existía en aquella Iglesia una desavenencia entre los clérigos, y, deseando él poner paz entre ellos, aunque sabía que se acercaba su fin, no dudó en ponerse en camino, movido por este deseo, pensando que si lograba pacificar la Iglesia sería éste un buen colofón a su vida.

Permaneció por un tiempo en aquella población o comunidad, donde había establecido su morada. Una vez restablecida la paz entre los clérigos, cuando ya pensaba regresar a su monasterio, de repente empezaron a faltarle las fuerzas; llamó entonces a los hermanos y les indicó que se acercaba el momento de su muerte. Ellos, todos a una, empezaron a entristecerse y a decirle entre lágrimas:

«¿Por qué nos dejas, padre? ¿A quién nos encomiendas en nuestra desolación? Invadirán tu grey lobos rapaces; ¿quién nos defenderá de sus mordeduras, si nos falta el pastor? Sabemos que deseas estar con Cristo, pero una dilación no hará que se pierda ni disminuya tu premio; compadécete más bien de nosotros, a quienes dejas».

Entonces él, conmovido por este llanto, lleno como estaba siempre de entrañas de misericordia en el Señor, se cuenta que lloró también; y, vuelto al Señor, dijo tan sólo estas palabras en respuesta al llanto de sus hermanos:

«Señor, si aún soy necesario a tu pueblo, no rehuyo el trabajo; hágase tu voluntad».

¡Oh varón digno de toda alabanza, nunca derrotado por las fatigas ni vencido por la tumba, igualmente dispuesto a lo uno y a lo otro, que no tembló ante la muerte ni rechazó la vida! Con los ojos y las manos continuamente levantados al cielo, no cejaba en la oración; y como los presbíteros que por entonces habían acudido a él le rogasen que aliviara un poco su cuerpo cambiando de posición, les dijo:

«Dejad, hermanos, dejad que mire al cielo y no a la tierra, y que mi espíritu, a punto ya de emprender su camino, se dirija al Señor».

Dicho esto, vio al demonio cerca de él, y le dijo:

«¿Por qué estas aquí, bestia feroz? Nada hallarás en mí, malvado; el seno de Abrahán está a punto de acogerme».

Con estas palabras entregó su espíritu al cielo. Martín, lleno de alegría, fue recibido en el seno de Abrahán; Martín, pobre y humilde, entró en el cielo, cargado de riquezas.

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SAN FRANCISCO DE ASÍS Y LAS CRIATURAS (III)
por Constantino Koser, OFM

En la medida en que Francisco iba descubriendo el contenido de su rico corazón, en esta misma medida, aunque insensiblemente y a oscuras en un principio, Dios lo iba colmando: Dios de Dios, el Infinito, la Riqueza misma con la Riqueza.

Reconcentrado así en Dios, atento a Dios, san Francisco se habituó a percibir los encuentros con Dios que se dan a toda hora: sus ojos se acostumbraron a descubrir en las cosas las más leves señales de Dios, las más insignificantes alusiones a Dios. Su concentración sobre Dios llegaba al máximum y por esto su recogimiento era imperturbable. Conquista sin duda difícil, conquista que en este tiempo de prueba solamente era posible mediante la más austera, más radical, más perseverante y más dolorosa abnegación: por la Cruz de Cristo. San Francisco siguió por este camino y llegó realmente a ser reino exclusivo de Dios y de su Cristo. Nada había en su alma que no perteneciese totalmente al Bien Amado.

Con esto se habituó de tal manera a pensar en Dios, y conocía tan bien los modos como Dios se comporta con los hombres, los discernía con tanta facilidad, que en todas partes lo encontraba y en vano hubiera intentado huir de estos encuentros. Dios está en todas partes. Esta verdad enseñada en el catecismo, y cuyas consecuencias se urgen a los niños para ser luego olvidadas por los adultos, fue para el santo seráfico uno de los grandes dogmas de acción continua sobre su vida consciente, siempre y en todas partes. Y como suele acontecer, con los ojos de su alma, de su inteligencia, san Francisco veía realmente a Dios en todas partes y en todas las cosas, y lo amaba presente y percibido de esta suerte. Dios a su vez lo buscaba en todas partes y lo tomaba exclusivamente para sí: nada quedaba de san Francisco que pudiera pertenecer a una criatura, todo pertenecía a Dios y Dios estaba en todo.

Esta conciencia esclarecida y formada del santo constituyó su mayor felicidad y alegría y fue al mismo tiempo su mayor amargura en esta vida: allí contemplaba con claridad meridiana su inteligencia espiritual, la pobreza que no debería tener, su desnudez, los defectos que tenía, las deficiencias de su celo, la falta de proporción entre la consagración a Dios y la que él mismo, san Francisco, daba y podía dar como respuesta. Lloraba amargamente su infidelidad, considerándose sinceramente como el máximo de todos los pecadores, el más indigno de aproximarse a Dios. Pero de esta contemplación de Dios siempre sacaba también nuevos estímulos de progreso ulterior.

Con ojos tan penetrantes y agudos no podía suceder que no viese de un modo nuevo y más profundo, desconcertantemente bello, todas las criaturas de su Señor y Dios. El amor de Dios, concentrado y purificado, como llega a ser mediante la abnegación que el serafín de Asís practicó, restituyó las criaturas al hombre, nuevas y más bellas, más preciosas y más amables. Pero en Dios. Ya no son criaturas que amenazan llevar al abismo, ya no amenazan echar mano del corazón robándoselo al Señor. Son criaturas hechas por este Dios altísimo, obedientes y castas, que se presentan ante el alma como preciosos mimos del Señor. Así las veía san Francisco con una intensidad y exclusividad que se juzgaría imposible, si no constase de ello con certeza irrecusable.

De esta suerte reconquistó, embebido en el amor de Dios, todo el universo. Lo había dado todo por amor de Dios, estaba enteramente absorto en Dios, y en Dios encontraba de nuevo a todas las criaturas. Ahora las poseía sin que él fuese poseído por ellas. Usaba de las criaturas, sin ser ocupado por ellas. Las buscaba y las amaba, sin dejar en ellas su corazón. Las trataba a todas con indecible intimidad, pero al mismo tiempo con soberana libertad y perfección. Cada una, por pequeña e insignificante que fuese, se transformaba ante sus ojos en aquello que de hecho es en la intención divina: un motivo para llegar más cerca de Dios, y, por lo mismo, un motivo de alegría y de felicidad. En su corazón retumbaba incesante el Aleluia de la creación, la alabanza y la honra del Altísimo. Cantaba con alma jubilosa y con maravillosos acentos los loores de su Dios, traduciendo al lenguaje de su corazón las palabras que el Espíritu Santo dictara a los tres jóvenes en el horno: Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor (Dan 3,57). Todo servía al santo como motivo de loor, honra y gloria del Altísimo. En todo glorificaba a Dios con esta gloria, con este reconocimiento, con esta admiración cándida y pujante de los corazones libres, castos en la integridad de su oblación a Dios, servidos por una inteligencia tan extraordinaria, adornada en naturaleza y gracia, como lo estaba san Francisco.

[C. Koser, El pensamiento franciscano, Madrid, Ed. Marova, 1972, 117-130]

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