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| DÍA 13 DE NOVIEMBRE
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* * * San Abbón de Fleury. Nació cerca de Orleans (Francia) en torno al año 948. Se educó en la abadía benedictina de Fleury, en la que profesó como monje. Destacó por su conocimiento de las Sagradas Escrituras y de las ciencias humanas. Fue elegido abad el año 988 e introdujo la reforma cluniacense, defendió la disciplina monástica y fomentó denodadamente la paz tanto en el ámbito monacal y eclesiástico como en el político. El año 1004 hizo un viaje al monasterio de La Réole (Gascuña, Francia), cuya reforma apoyaba, y en una reyerta entre francos y gascones recibió una lanzada a consecuencia de la cual murió. Santa Agustina (Livia) Pietrantoni. Religiosa de la Congregación de las Hermanas de la Caridad. Nació el año 1864 en Pozzaglia, cerca de Tívoli (Italia), de padres agricultores. Ayudaba a su madre y trabajaba en el campo. Abrazó la vida religiosa en 1886, y pronto la enviaron al hospital romano «Espíritu Santo», donde vivió la caridad hasta el heroísmo, en el ambiente de entonces hostil a la religión. El 13 de noviembre de 1894 murió acuchillada por un enajenado al que había atendido con especial solicitud. Fue canonizada en 1999. Santos Antonino, Nicéforo, Zebina, Germán y Mánatas. Fueron martirizados en Cesarea de Palestina el año 308. Mánatas, virgen consagrada a Dios, en tiempo del emperador Galerio Maximino fue acusada de creer en Cristo, ella confesó su fe y por eso, después de haberla apaleado, la quemaron viva. Al mismo tribunal llegaron aquel día los otros mártires. Cuando el gobernador romano se disponía a ofrecer un sacrificio a los dioses, el sacerdote Antonino y los otros cristianos lo increparon diciendo que aquello era una impiedad, por lo que fueron condenados a muerte y decapitados. Santos Arcadio, Pascasio, Probo y Eutiquiano. Los cuatro eran españoles, oficiales del ejército en África. Ante los arrianos confesaron con firmeza su fe en la divinidad de Jesucristo y se negaron a abrazar el arrianismo, a pesar de las amenazas. Por orden de Genserico, rey de los vándalos, fueron desterrados, luego sometidos a torturas atroces y finalmente asesinados de diversas maneras. En aquellas mismas circunstancias el niño Pablito, hermano de Pascasio y Eutiquiano, brilló por su constancia en mantenerse fiel a fe católica, por lo que fue largamente apaleado y condenado a la más vil esclavitud. Era el año 437 ó 473. San Bricio. Nació en Tours (Francia), se educó con san Martín, ingresó en el monasterio de Marmoutier y el año 397 sucedió como obispo a san Martín. Antes y después de ser obispo, fue una persona de mal carácter y de conducta poco ejemplar. Hizo sufrir mucho a san Martín, y sus diocesanos se cansaron de soportarlo. Marchó a Roma, donde permaneció varios años. Allí se arrepintió de su mala vida pasada, hizo penitencia y se convirtió de veras al Señor. Volvió a su diócesis y demostró con sus obras la verdad de su conversión. Murió el año 444 y el pueblo lo tuvo en seguida por santo. San Dalmacio. Fue obispo de Rodez en Aquitania (Francia) y murió el año 580. San Gregorio de Tours alabó su caridad para con los pobres. San Eugenio de Toledo. Lo eligieron metropolitano de Toledo (España) el año 646. Fue un santo pastor de su diócesis, que dio ejemplo de piedad, sabiduría y santidad de vida. Lo consideraron un gran poeta y puso particular empeño en renovar la sagrada liturgia. Murió el año 657. San Florencio y san Amancio. Florencio era obispo de Città di Castello, en Umbría (Italia), cuya recta doctrina y santidad de vida son atestiguadas por el papa san Gregorio Magno. Amancio, presbítero de Florencio, fue un hombre rebosante de caridad para con los enfermos y estuvo adornado de todas las demás virtudes. Vivieron en el siglo VI. San Himerio. Después de pasar unos años como ermitaño, peregrinó a Tierra Santa, y a su regreso se estableció en el valle de Suze, región del Jura en Suiza, donde llevó vida eremítica a la vez que evangelizaba al pueblo. Murió en torno al año 612. San Leoniano. Este santo abad era originario de Panonia, y los enemigos de la fe lo llevaron preso a la región de Vienne (Francia). Durante más de cuarenta años fue guía de monjes y monjas primero en Autún y después en Vienne, donde murió hacia el año 518. Santa Maxelenda. Esta virgen y mártir nació y vivió en la región de Cambrai (Francia). Según la tradición, ella se consagró a Dios y eligió a Cristo como su esposo, por lo que se negó a seguir al hombre a quien había sido prometida por sus padres. El pretendiente, indignado, la mató con su espada. Sucedió el año 670. San Mitria. Esclavo griego, cristiano, que sufrió el martirio en Aix-en-Provence (Francia) el año 314. San Nicolás I, papa del año 858 al año 867. Nació en Roma hacia el año 820. Adquirió una buena cultura, ingresó en la corte pontificia y estuvo al servicio de varios papas. Puso todo su empeño apostólico en reforzar la autoridad del Romano Pontífice en toda la Iglesia, frente a las pretensiones autonomistas de diversas iglesias nacionales y provinciales, y del Emperador y de la Iglesia griega. San Quinciano. Fue primero obispo de Rodez y después, cuando lo expulsaron los godos, fue nombrado obispo de Clermont-Ferrand (Francia). Murió hacia el año 527. Beato Juan Gonga Martínez. Nació en Carcagente (Valencia, España) el año 1912. Estudió en el colegio de los franciscanos. No pudo seguir la vocación sacerdotal por falta de salud. Decidió entonces ser un militante cristiano. Trabajó en la Acción Católica y en otras asociaciones. Se preparaba para el matrimonio, al que no llegó por el martirio. Cuando empezó la persecución religiosa, asistía a las misas clandestinas. El 13 de noviembre de 1936, cuando volvió de Játiva a su pueblo, lo arrestaron, lo llevaron a la carretera de Tavernes de Valldigna y lo fusilaron en el lugar llamado «El Portichol». Antes de morir, con un pequeño crucifijo en las manos, perdonó a sus asesinos. Beata María Patrocinio de San Juan Giner Gomis. Nació en Tortosa (Tarragona, España) el año 1874. Se educó en el colegio de María Inmaculada de Carcagente (Valencia) y a los 18 años ingresó en el noviciado de las Misioneras Claretianas. Hecha la profesión, la destinaron a diferentes casas y le confiaron varios oficios. Al estallar la persecución religiosa en España, tuvo que dejar el convento y buscar refugio en casas particulares. El 13 de noviembre de 1936 los milicianos la detuvieron y la fusilaron en la carretera que va de Carcagente a Tavernes de Valldigna, en el lugar llamado «El Portichol». Beata María de Jesús Scrilli. Nació en Montevarchi (Arezzo, Italia) el año 1825. Tenía poca salud y cuando ingresó en las carmelitas tuvo que dejar pronto el convento. Abrió en su casa una escuela para niñas. Se le unieron compañeras y con ellas fundó la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora del Carmen. La congregación pasó por momentos difíciles, incluso la supresión, debido sobre todo a las vicisitudes de la unidad de Italia, y se reconstituyó en Florencia el año 1878. Ella siempre se dedicó a la educación de las niñas de las clases menos acomodadas. Murió en Florencia en 1889 y fue beatificada el año 2006. Beatos Pedro Vicev, Pablo (José) Dzidzov y Josafat (Roberto Mateo) Siskov. Los tres eran presbíteros de la Congregación de los Agustinos de la Asunción, y el régimen comunista de Bulgaria los acusó falsamente de traición como espías al servicio de Francia y del Vaticano. Fueron condenados a muerte el 3 de octubre de 1952, y fusilados en la noche entre el 11 y el 12 de noviembre de aquel mismo año en Sofía, juntamente con el obispo Mons. Eugenio Bossilkov, también beato. Juan Pablo II los beatificó el año 2002. Beato Roberto Montserrat. Nació en Reus (Tarragona) en 1911. Hizo su primera profesión en los Hijos de la Sagrada Familia en 1927. Se ordenó sacerdote el 7 de marzo de 1936. Era entusiasta de su vocación religioso-sacerdotal, liturgista, buen músico. Llegada la guerra civil, se alojó en una pensión de Barcelona y estuvo trabajando como profesor de música. El 13 de noviembre de 1936 fue detenido y aquel mismo día asesinado en el cementerio de Montcada i Reixac (Barcelona). El 18 de agosto lo habían sido también su padre y su hermano en Alcover, por ser católicos y tener un sacerdote en la familia. Beatificado el 13-X-2013. Beato Varmundo Arborio. Nació en Vercelli hacia el año 930. Estudió en Pavía, donde ejerció la profesión de abogado. El emperador Otón I lo propuso para obispo de Ivrea (Piamonte, Italia). Pronto se enfrentó con el marqués Arduino de Ivrea, con el que llegó a una situación conflictiva. Destacó por su fe viva, su piedad y su humildad; reivindicó la libertad de la Iglesia frente a las pretensiones de los poderosos, construyó la catedral, fomentó la vida monástica e instituyó una escuela episcopal. Murió entre 1010 y 1014.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: San Pablo escribió a los Corintios: «Yo mismo, hermanos, cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado» (1 Cor 2,1-2). Pensamiento franciscano: «Altísimo, omnipotente, buen
Señor, Orar con la Iglesia: Invoquemos a Dios nuestro Padre, que hizo de María Virgen la fuerza y defensa de la fe del pueblo cristiano. -Por la Iglesia: para que, confiando humildemente en María, se entregue cada día al cuidado de sus hijos, que viven rodeados de tantos peligros. -Por todos los ministros de la Iglesia: para que, sostenidos por el ejemplo de María en el calvario, puedan guiar al pueblo cristiano por los caminos del Señor. -Por los pecadores: para que la solicitud de María madre y el ejemplo de los hermanos los encamine a la conversión. -Por los creyentes: para que pidamos intensamente la conversión de los pecadores y expiemos con amor los pecados del mundo. -Por los niños: para que crezcan en edad, sabiduría y gracia en un ambiente familiar en el que reinen el amor y el sentido cristiano de la vida. Oración: Dios, Padre nuestro, que a la Madre de tu Hijo la hiciste también madre nuestra, concédenos que, perseverando en la penitencia y la plegaria por la salvación del mundo, promovamos cada día con mayor eficacia el reino de Cristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. * * * DIOS HABLA EN EL
SILENCIO Queridos hermanos y hermanas: En cada época, hombres y mujeres que consagraron su vida a Dios en la oración -como los monjes y las monjas- establecieron sus comunidades en lugares particularmente bellos, en el campo, sobre las colinas, en los valles de las montañas, a la orilla de lagos o del mar, o incluso en pequeñas islas. Estos lugares unen dos elementos muy importantes para la vida contemplativa: la belleza de la creación, que remite a la belleza del Creador, y el silencio, garantizado por la lejanía respecto a las ciudades y a las grandes vías de comunicación. El silencio es la condición ambiental que mejor favorece el recogimiento, la escucha de Dios y la meditación. Ya el hecho mismo de gustar el silencio, de dejarse, por decirlo así, «llenar» del silencio, nos predispone a la oración. El gran profeta Elías, sobre el monte Horeb -es decir, el Sinaí- presencia un huracán, luego un terremoto, y, por último, relámpagos de fuego, pero no reconoce en ellos la voz de Dios; la reconoce, en cambio, en una brisa suave (cf. 1 Re 19,11-13). Dios habla en el silencio, pero es necesario saberlo escuchar. Por eso los monasterios son oasis en los que Dios habla a la humanidad; y en ellos se encuentra el claustro, lugar simbólico, porque es un espacio cerrado, pero abierto hacia el cielo. Mañana, queridos amigos, haremos memoria de santa Clara de Asís. Por ello me complace recordar uno de estos «oasis» del espíritu apreciado de manera especial por la familia franciscana y por todos los cristianos: el pequeño convento de San Damián, situado un poco más abajo de la ciudad de Asís, en medio de los olivos que descienden hacia Santa María de los Ángeles. Junto a esta pequeña iglesia, que san Francisco restauró después de su conversión, Clara y las primeras compañeras establecieron su comunidad, viviendo de la oración y de pequeños trabajos. Se llamaban las «Hermanas pobres», y su «forma de vida» era la misma que llevaban los Frailes Menores: «Observar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo» (RCl 1,1), conservando la unión de la caridad recíproca (cf. RCl 10,7) y observando en particular la pobreza y la humildad vividas por Jesús y por su santísima Madre (cf. RCl 12,13). El silencio y la belleza del lugar donde vive la comunidad monástica -belleza sencilla y austera- constituyen como un reflejo de la armonía espiritual que la comunidad misma intenta realizar. El mundo está lleno de estos oasis del espíritu, algunos muy antiguos, sobre todo en Europa, otros recientes, otros restaurados por nuevas comunidades. Mirando las cosas desde una perspectiva espiritual, estos lugares del espíritu son la estructura fundamental del mundo. Y no es casualidad que muchas personas, especialmente en los períodos de descanso, visiten estos lugares y se detengan en ellos durante algunos días: ¡también el alma, gracias a Dios, tiene sus exigencias! Recordemos, por tanto, a santa Clara. Pero recordemos también a otras figuras de santos que nos hablan de la importancia de dirigir la mirada a las «cosas del cielo», como santa Edith Stein, Teresa Benedicta de la Cruz, carmelita, copatrona de Europa, que celebramos ayer. Y hoy, 10 de agosto, no podemos olvidar a san Lorenzo, diácono y mártir, con una felicitación especial a los romanos, que desde siempre lo veneran como uno de sus patronos. Por último, dirijamos nuestra mirada a la santísima Virgen María, para que nos enseñe a amar el silencio y la oración. [Saludos] Invito a todos en este tiempo a descubrir y contemplar la belleza de la creación, que a su vez revela al Creador, y a cultivar también el silencio interior, que dispone al recogimiento, a la meditación y a la oración, para favorecer el progreso espiritual mediante la escucha de la voz divina en lo profundo del alma. Mañana se celebra la memoria de santa Clara. Nuestro pensamiento se dirige a Asís, a la iglesia de San Damián, cuna de las monjas Clarisas, oasis del silencio, de la belleza de la naturaleza, de la oración. Os deseo a todos que las sendas de vuestra peregrinación os lleven a muchos lugares, descubiertos ya por los santos, donde podáis experimentar la cercanía de Dios. * * * HA ESCOGIDO DIOS MÁS
BIEN LO NECIO DEL MUNDO, Cristo, Rey de reyes desde el principio, se hizo hombre al llegar la plenitud de los tiempos, tomando la condición de siervo para salvar a toda criatura, y constituyó su Iglesia, la amó entrañablemente y la conquistó para sí con su sangre preciosa, fundándola sobre el bienaventurado Pedro, príncipe de los apóstoles, piedra firme, fundamento inconmovible, que desde los orígenes del cristianismo hasta la consumación de los siglos continuará en auge, pero encarnada en los mismos avatares de la historia humana. Ni lo necio del mundo ni la prudencia humana podrán comprender esta obra consumada de la sabiduría de Dios, y ante ella la sagacidad y la soberbia del maligno se estrellarán siempre; porque se escogió para gobernarla a hombres ignorantes, sin renombre ni brillantez, carentes de poderío humano y de influencia, es decir, contó con las piedras que desecharon los constructores; y, sin embargo, tanta es su belleza, tan dilatada su misión, tan sólido su fundamento y tan encumbrado el edificio, que las puertas del infierno se estremecen y tiemblan ante su consistencia y solidez. Los designios de Dios no son los de los hombres, ni tampoco su trayectoria. Dice Pablo: No hay en vuestra asamblea muchos sabios en lo humano, ni muchos poderosos, ni muchos aristócratas; todo lo contrario, Dios ha escogido la gente baja del mundo, lo que no cuenta, para anular a lo que cuenta, de modo que nadie pueda gloriarse en presencia del Señor. Así, Dios todopoderoso, mediante el escándalo de la cruz y la necedad de la predicación, salvó a los que creen; así también, desde los principios de la Iglesia, con la sobria elocuencia de los apóstoles, con la valerosa insuficiencia de los mártires, confundió la sabiduría griega, hundió el poderío de los gentiles y los humilló; así, finalmente, con el poder de su brazo derriba del trono a los poderosos y enaltece a sus santos. Un ejemplo vivo es el humilde siervo de Dios Diego de Alcalá, hijo de la gran familia de los Frailes Menores de nuestro Padre san Francisco, nacido el siglo pasado en España, y cuyo recuerdo aún se conserva fresco en la memoria de nuestros progenitores. Este varón santo despreció toda sabiduría humana, como lo hicieron los primeros maestros y príncipes de la Iglesia, y se desprendió de toda riqueza perecedera, escogiendo libremente la necedad del mundo y profesando en su Orden de hermano lego, para demostrar la abundancia de la gracia de Dios; por su vida admirable de santidad y con su ejemplo condujo a muchos por el camino seguro de la salvación, y despertó las conciencias de quienes vivían el sueño de este decrépito y aletargado mundo, pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Por ello, Dios, Padre de bondad, el único que hace maravillas, quiso ensalzar la humildad y pequeñez de su siervo Diego de Alcalá, colmándole de gracias y virtudes, encendiendo en su alma el fuego ardiente del Espíritu; y por su intercesión, multiplicó los prodigios, los signos, los milagros, y el poder sobre el dolor y la enfermedad, tanto durante su vida como después de muerto, extendiendo su nombre glorioso más allá de los confines de la patria que le vio nacer. * * * SAN FRANCISCO DE
ASÍS Y LAS CRIATURAS (y V) Ante la vida de san Francisco es más que evidente y causa asombro el que haya habido tantos que se han equivocado sobre su actitud: él no adoraba la naturaleza, como lo hacen los románticos y los naturalistas. Distinguía muy bien entre las criaturas y el Creador, entre la familiaridad y alegría con que trataba a las criaturas, y la familiaridad respetuosa que tenía al Creador Altísimo. El amor dedicado a la creación no era sino el amor del Creador extendido a sus obras. Este amor no lo cegaba respecto de los defectos. Adolorido, observaba la crueldad y codicia existente entre los animales. Si vio esto y no hizo virtudes de lo que es defecto, fue simplemente porque en su amor a la creación se guiaba por el amor de Dios. No apreciaba a las hormigas porque almacenaban, inquietas y preocupadas, manifestando a su vista una profunda desconfianza de la providencia divina. No le gustaban las moscas porque las consideraba holgazanas. Al lobo de Gubbio le dijo verdades muy fuertes: «Hermano lobo, tú estás haciendo daño en esta comarca, has causado grandísimos males, maltratando y matando las criaturas de Dios sin su permiso; y no te has contentado con matar y devorar las bestias, sino que has tenido el atrevimiento de dar muerte y causar daño a los hombres, hechos a imagen de Dios. Por todo ello has merecido la horca como ladrón y homicida malvado» (Flor 21). San Francisco en su amor a las criaturas no fue ni romántico ni tonto, pues las amaba en Dios y para Dios. A este motivo obedecían también sus preferencias: amaba tanto más una criatura cuanto más le representaba las perfecciones de Dios o le recordaba a Cristo. Y más que todo amaba a las que representaban ante su vista los atributos de la bondad y la misericordia. Amaba con particular afecto los corderillos, porque le traían a la memoria al Cordero de Dios, Jesucristo. Amaba las cigarras, porque le recordaban la alabanza y la gloria que todas las criaturas deben siempre a Dios. Amaba tiernamente a las criaturas que él veía que eran castas, mansas y buenas. El amor por las criaturas nunca llevó al Penitente de Asís a abandonar sus rigurosos principios de abstinencia y de despego, resumidos todos en una palabra: pobreza. No negaba el derecho de poseer, no era fanático despreciador de los que poseen, no era alumbrado y cátaro que considerase impuros y condenados a los que tenían apegos honestos a alguna criatura. No hacía un mandamiento de su modo de imitar a Jesucristo. Solamente aquellos que libre y espontáneamente se habían comprometido a seguir por este camino, ellos solamente no debían volverse atrás y estaban estrictamente obligados a una más excelsa pobreza. De este modo amaba tiernamente toda la creación, pero, sin embargo, no echaba mano de ella para poseerla. Era algo así como el hijo menor en la casa paterna, el cual usa de las riquezas de su padre y se alegra con ellas, sin pedirlas en propiedad. Así únicamente puede alegrarse cándidamente con las criaturas con toda esa casta libertad que le es tan propia. No podía andar triste quien en todas las criaturas veía a Aquel a quien amaba, a Dios, el Dios-Amor, el Dios-Bondad, el Dios-Misericordia, el Dios-Bienaventuranza. ¡Qué rica e inagotable fuente de alegría ofrece la naturaleza a quien la ve con los ojos de san Francisco! Todos los hijos de san Francisco deberían participar de esta sobrenatural alegría de su seráfico Padre, alegría que lo hizo tan sereno, tan amable, tan simpático, tan santo, tan perfecto en todo. San Francisco supo expresar esta riquísima complejidad de pensamientos y actitudes ante la creación en versos admirables, el Cántico del Hermano Sol, que lograron sobrevivir a través de siglos con toda la frescura de la primera hora y con todo el sabor del alma santa que los compuso. [C. Koser, El pensamiento franciscano, Madrid, Ed. Marova, 1972, 117-130]
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