DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 10 DE NOVIEMBRE

 

.

SAN LEÓN I MAGNO, papa del año 440 al año 461 y doctor de la Iglesia. Nacido en Toscana (Italia), pero romano de mentalidad y educación, desempeñó importantes misiones en la Iglesia al servicio de los papas, y el año 440 fue elevado a la cátedra de San Pedro. Ejerció su ministerio como un verdadero pastor y padre de las almas, trabajó incansablemente por la integridad de la fe, defendiendo con ardor la unidad de la Iglesia, hizo lo posible por evitar o mitigar las incursiones de los bárbaros del Norte, cuyo respeto y amistad logró ganarse. El año 451 convocó el Concilio de Calcedonia, en el que se definió la doble naturaleza, humana y divina, en la única persona de Cristo. Dejó numerosos escritos que destacan por la claridad y profundidad de su doctrina y por sus preciosas homilías, siguiendo el año litúrgico. Por todo ello ha pasado a la historia con el apelativo de Magno. Murió en Roma el 10 de noviembre del año 461.- Oración: Oh Dios, tú que no permites que el poder del infierno derrote a tu Iglesia, fundada sobre la firmeza de la roca apostólica, concédele, por los ruegos del papa san León Magno, permanecer siempre firme en la verdad, para que goce de una paz duradera. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

SAN ANDRÉS AVELINO. Nació en Castronuovo, provincia de Potenza en Italia. Cursados los estudios eclesiásticos, se ordenó de sacerdote en 1545, y dos años después marchó a Nápoles para estudiar derecho en su Universidad. Trabajó como abogado en la curia arzobispal napolitana, que le encomendó además la difícil tarea de reformar algunos monasterios. Incidentes de su trabajo le provocaron una crisis espiritual, y en 1556 ingresó en la Orden de los Clérigos Regulares (Teatinos), en la que profesó dos años después. En su Orden ejerció distintos cargos de responsabilidad y autoridad, además de ser varios años maestro de novicios. Fue director espiritual del seminario de Milán y amigo de san Carlos Borromeo. En todas partes y en todos sus trabajos sobresalió por su competencia, celo apostólico, espíritu de caridad y eximias virtudes. Murió de una apoplejía en Nápoles cuando se disponía a celebrar la misa el 10 de noviembre de 1608.

Beatas Manuela del Sagrado Corazón Arriola y 22 compañeras mártires, Adoratrices. Desde la primavera de 1936, ante la virulencia que iba tomando la persecución religiosa en España, las Adoratrices buscaron pisos en los que acomodarse las hermanas. Un grupo de 23 -17 Adoratrices profesas y 6 "Hijas de Casa", como así se llamaban las ayudantes laicas de la Congregación consagradas a Dios con votos privados- se instaló en un piso de la C/ Costanilla de los Ángeles nº 15 de Madrid. Allí llevaban su vida religiosa, tenían la Eucaristía, la Adoración al Santísimo, la comunión. El 9-XI-1936, un grupo de milicianos las arrestaron y las llevaron a la checa de la próxima calle Fomento. En la madrugada del 10-XI-1936, fueron fusiladas las 23 hermanas junto a las tapias del cementerio de la Almudena, en el límite entre Madrid y Vicálvaro.- Indicamos los nombres, con el lugar y año de nacimiento. Adoratrices profesas: Manuela del Sagrado Corazón Arriola, Ondárroa (Vizcaya) 1891, Secretaria general de la Congregación y responsable del piso de Costanilla de los Ángeles. Blasa de María Pérez de Labeaga, Desojo (Navarra) 1864; estuvo antes en la cárcel de Almería. Lucila María de Jesús González, San Esteban del Valle (Ávila) 1908, contemplativa. Rosaura de María López, Madrid 1876; en el piso, encargada de guardar en los momentos de peligro las hostias consagradas. Casta de Jesús Vives, Arenys del Mar (Gerona) 1866; ocupó cargos de responsabilidad. Borja de Jesús Aranzábal, Elgueta (Guipúzcoa) 1878; no quiso apartarse de las hermanas para refugiarse en su familia. Luisa de la Eucaristía Pérez, Castellón de la Plana 1897; estuvo bastantes años enferma. María de la Presentación García, Villalba (Lugo) 1896; encarcelada antes en Almería. Sulpicia del Buen Pastor Rodríguez de Anta, Cerecinos de Campos (Zamora) 1890; realizó tareas domésticas. Belarmina de Jesús Pérez, Villarejo de Órbigo (León) 1899; realizó trabajos domésticos. María Dolores de la Santísima Trinidad Hernández, Bilbao 1911; emitió sus primeros votos el 8-III-1936. María Dolores de Jesús Crucificado Monzón, Oviedo 1907; emitió sus primeros votos en marzo de 1936. Máxima de San José Echeverría, Dicastillo (Navarra) 1881; rehusó, como otras hermanas, irse con sus familiares. María Prima de Jesús Ipiña, Valle de Orozco (Vizcaya) 1888; destacó por su fidelidad en la práctica de las virtudes. Sinforosa de la Sagrada Familia Díaz, Novales (Cantabria) 1892; siempre fue muy humilde y respetuosa. Purificación de María Martínez, Añavieja (Soria) 1910; hizo su profesión religiosa el 7-V-1933. Josefa de Jesús Boix, Anglés (Gerona) 1893; se distinguió por su espíritu de trabajo en tareas domésticas y de enfermería.- Hijas de Casa (ayudantes laicas ): Herlinda (Aurea) González, San Andrés (Cantabria) 1904. Ángeles (Mercedes) Tuní, Gerona 1888. Ruperta (Concepción) Vázquez, Bóveda (Lugo) 1871. Felipa Gutiérrez, Zaragoza 1861. Cecilia (Concepción) Iglesias del Campo, se perdieron sus datos en la guerra civil. Magdalena Pérez, se perdieron sus datos en la guerra civil.

* * *

San Baudolino. Llevó vida eremítica en Villa del Foro, cerca de Alessandria en el Piamonte italiano. Murió en torno al año 740.

San Demetriano. Obispo de Antioquía, exiliado a Persia por el rey Sapor I. Murió en torno al año 260.

San Justo de Canterbury. Era monje romano y el papa san Gregorio Magno lo envió a Inglaterra junto con otros monjes el año 601 para ayudar a san Agustín en la tarea evangelizadora de aquellas tierras. Viendo sus buenas cualidades, san Agustín lo nombró y consagró obispo de Rochester el año 604. Ejerció una gran labor pastoral hasta que, muerto el rey san Etelberto, subió al trono su hijo, que no era muy amigo de los cristianos. Justo tuvo que marchar a Francia en el 618, y pudo volver a su sede cuando el rey se convirtió al cristianismo. El año 624 pasó a la sede de Canterbury, donde murió el 627, después de favorecer mucho la evangelización de Northumbria.

Santos Narsés y José. Narsés era obispo, ya anciano, y José era un joven discípulo suyo. Ambos fueron decapitados en Persia el año 343, durante la persecución anticristiana del rey Sapor II, porque se negaron a apostatar de Cristo y a adorar al sol.

San Orestes. Fue martirizado en Tiana de Capadocia (Turquía) en el siglo III/IV.

San Probo. Obispo de Ravena en el siglo III/IV. A él se dedicó una famosa basílica en Classe, que ya no existe.

Beato Acisclo Piña Piazuelo. Nació en Caspe (Zaragoza) el año 1878. Ingresó en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios en 1915. Su vida religiosa se desenvolvió entre los enfermos mentales de los sanatorios de Ciempozuelos (Madrid), Sant Boi de Llobregat (Barcelona), Pamplona, y finalmente en el de niños de Barcelona. Al estallar la guerra civil española y la persecución religiosa, se refugió en Barcelona, en casa de los familiares de un religioso, y vivió casi cuatro meses sin mayores sobresaltos. El 5 de noviembre de 1936 fue detenido por los milicianos. Lo encarcelaron en la tristemente célebre checa de San Elías. La noche del 10 al 11 de noviembre lo asesinaron, sin que se sepa el lugar ni se conserven sus restos.

Beatos Johannes Prassek, Eduard Müller y Hermann Lange. Estos tres sacerdotes fueron guillotinados por los nazis el 10-XI-1943 en Hamburgo. Johannes nació en Hamburgo el año 1911. Entró en el seminario mayor de Osnabrück, y en 1937 recibió la ordenación sacerdotal. Trabajó primero, como capellán, en Wittenberg, y luego, desde 1939, en la parroquia del Sagrado Corazón de Lübeck. Era de carácter fuerte y valiente. Se dedicó al cuidado de los más necesitados, incluidos los trabajadores forzados polacos, y no ocultó su oposición al régimen nazi. Lo arrestó la Gestapo el 18-V-1942 junto con los otros dos sacerdotes, y sufrieron dura e inhumana cárcel. Eduard nació en 1911, en el seno de una familia humilde. Estudió en la escuela de Neumünster. Tuvo una juventud difícil. El 1940 recibió la ordenación sacerdotal en Osnabrück, y lo destinaron a la parroquia del Sagrado Corazón de Lübeck, donde se identificó con la clase trabajadora. Hermann nació el año 1912 en Frisia Oriental. Fue un joven culto y activo, seguidor de Romano Guardini. Ingresó en el seminario mayor de Osnabrück y se ordenó sacerdote en 1938. Al año siguiente lo destinaron a la parroquia del Sagrado Corazón de Lübeck. Destacó por su gran sensibilidad, humanidad y preparación teológica. Beatificados en 2011.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

Dijo Jesús a Pedro en la Última Cena: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos». Él le dijo: «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte». Pero él le dijo: «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme» (Lc 22,31-34).

Pensamiento franciscano:

Dice san Francisco en su Carta a la Orden: «El Señor del universo, Dios e Hijo de Dios, de tal manera se humilla, que por nuestra salvación se esconde bajo una pequeña forma de pan. Ved, hermanos, la humildad de Dios y derramad ante él vuestros corazones (Sal 61,9); humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por Él. Por consiguiente, nada de vosotros retengáis para vosotros mismos, a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero» (CtaO 27-29).

Orar con la Iglesia:

Jesucristo resucitado, el sumo sacerdote de la nueva Alianza, presenta al Padre nuestras peticiones. A él nos unimos con toda confianza.

-Por la Iglesia: para que no le falten nunca santos sacerdotes y personas consagradas, que anuncien el Evangelio y atiendan con celo y caridad a las necesidades de los hermanos.

-Por los sacerdotes: para que, a ejemplo del Buen Pastor, sepan servir con humildad y cariño a todos y buscar su verdadero bien.

-Por los gobernantes y cuantos ejercen el servicio de la autoridad: para que busquen el bien común, la solidaridad y la paz.

-Por todos los creyentes cristianos: para que colaboremos con nuestros pastores en el anuncio del Evangelio y en el servicio de la caridad.

Oración: Escúchanos, Señor, Dios de bondad, y haz que nosotros, tus hijos, gocemos en plenitud de los bienes que nos ofrece el sumo Sacerdote, Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén.

* * *

SAN LEÓN MAGNO
De la catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del miércoles 5 de marzo de 2008

Fue consagrado papa el 29 de septiembre del año 440. Así inició su pontificado, que duró más de 21 años y que ha sido sin duda uno de los más importantes en la historia de la Iglesia.

El papa san León vivió en tiempos sumamente difíciles: las repetidas invasiones bárbaras, el progresivo debilitamiento de la autoridad imperial en Occidente y una larga crisis social habían obligado al Obispo de Roma -como sucedería con mayor evidencia aún un siglo y medio después, durante el pontificado de san Gregorio Magno- a asumir un papel destacado incluso en las vicisitudes civiles y políticas. Esto no impidió que aumentara la importancia y el prestigio de la Sede romana.

Es famoso un episodio de la vida de san León. Se remonta al año 452, cuando el papa en Mantua, junto a una delegación romana, salió al encuentro de Atila, el jefe de los hunos, y lo convenció de que no continuara la guerra de invasión con la que ya había devastado las regiones del nordeste de Italia. De este modo salvó al resto de la península. Este importante acontecimiento pronto se hizo memorable y permanece como un signo emblemático de la acción de paz llevada a cabo por el pontífice.

No fue tan positivo, por desgracia, tres años después, el resultado de otra iniciativa del papa, que de todos modos manifestó una valentía que todavía hoy nos sorprende: en la primavera del año 455, san León no logró impedir que los vándalos de Genserico, tras llegar a las puertas de Roma, invadieran la ciudad indefensa, que fue saqueada durante dos semanas. Sin embargo, el gesto del papa que, inerme y rodeado de su clero, salió al encuentro del invasor para pedirle que se detuviera, impidió al menos que Roma fuera incendiada y logró que no fueran saqueadas las basílicas de San Pedro, San Pablo y San Juan, en las que se refugió parte de la población aterrorizada.

Conocemos bien la acción del papa san León gracias a sus hermosísimos sermones y a sus cartas. En estos textos, el pontífice se muestra en toda su grandeza, dedicado al servicio de la verdad en la caridad, a través de un ejercicio asiduo de la palabra, que lo muestra a la vez como teólogo y pastor. San León Magno, constantemente solícito por sus fieles y por el pueblo de Roma, así como por la comunión entre las diferentes Iglesias y por sus necesidades, apoyó y promovió incansablemente el primado romano, presentándose como auténtico heredero del apóstol san Pedro: los numerosos obispos, en gran parte orientales, reunidos en el concilio de Calcedonia, fueron plenamente conscientes de esto.

Este concilio, que tuvo lugar en el año 451, con 350 obispos participantes, fue la asamblea más importante celebrada hasta entonces en la historia de la Iglesia. Calcedonia representa la meta segura de la cristología de los tres concilios ecuménicos anteriores: el de Nicea, del año 325; el de Constantinopla, del año 381; y el de Éfeso, del año 431. Ya en el siglo VI estos cuatro concilios, que resumen la fe de la Iglesia antigua, fueron comparados a los cuatro Evangelios: lo afirma san Gregorio Magno en una famosa carta (I, 24), en la que declara que «acoge y venera los cuatro concilios como los cuatro libros del santo Evangelio», porque sobre ellos -sigue explicando san Gregorio- «se eleva la estructura de la santa fe, como sobre una piedra cuadrada». El concilio de Calcedonia, al rechazar la herejía de Eutiques, que negaba la verdadera naturaleza humana del Hijo de Dios, afirmó la unión en su única Persona, sin confusión ni separación, de las dos naturalezas humana y divina.

Consciente del momento histórico en el que vivía y de la transición que estaba produciéndose de la Roma pagana a la cristiana -en un período de profunda crisis-, san León Magno supo estar cerca del pueblo y de los fieles con la acción pastoral y la predicación. Impulsó la caridad en una Roma afectada por las carestías, por la llegada de refugiados, por las injusticias y por la pobreza. Se enfrentó a las supersticiones paganas y a la acción de los grupos maniqueos. Vinculó la liturgia a la vida diaria de los cristianos: por ejemplo, uniendo la práctica del ayuno con la caridad y la limosna, sobre todo con motivo de las Cuatro témporas, que marcan en el transcurso del año el cambio de las estaciones.

En particular, san León Magno enseñó a sus fieles -y sus palabras siguen siendo válidas para nosotros- que la liturgia cristiana no es el recuerdo de acontecimientos pasados, sino la actualización de realidades invisibles que actúan en la vida de cada uno. Lo subraya en un sermón (64, 1-2) a propósito de la Pascua, que debe celebrarse en todo tiempo del año, «no como algo del pasado, sino más bien como un acontecimiento del presente».

* * *

EL ESPECIAL SERVICIO DE NUESTRO MINISTERIO
San León Magno, Sermón 4 (1-2)

Aunque toda la Iglesia está organizada en distintos grados, de manera que la integridad del sagrado cuerpo consta de una diversidad de miembros, sin embargo, como dice el Apóstol, todos somos uno en Cristo Jesús; y esta diversidad de funciones no es en modo alguno causa de división entre los miembros, ya que todos, por humilde que sea su función, están unidos a la cabeza. En efecto, nuestra unidad de fe y de bautismo hace de todos nosotros una sociedad indiscriminada, en la que todos gozan de la misma dignidad, según aquellas palabras de san Pedro, tan dignas de consideración: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo; y más adelante: Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios.

La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos deben saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón?

Aunque esto, por gracia de Dios, es común a todos, sin embargo, es también digno y laudable que os alegréis del día de nuestra promoción como de un honor que os atañe también a vosotros, para que sea celebrado así en todo el cuerpo de la Iglesia el único sacramento del pontificado, cuya unción consagratoria se derrama ciertamente con más profusión en la parte superior, pero desciende también con abundancia a las partes inferiores.

Así pues, amadísimos hermanos, aunque todos tenemos razón para gozarnos de nuestra común participación en este oficio, nuestro motivo de alegría será más auténtico y elevado si no detenéis vuestra atención en nuestra humilde persona, ya que es mucho más provechoso y adecuado elevar nuestra mente a la contemplación de la gloria del bienaventurado Pedro y celebrar este día solemne con la veneración de aquel que fue inundado tan copiosamente por la misma fuente de todos los carismas, de modo que, habiendo sido el único que recibió en su persona tanta abundancia de dones, nada pasa a los demás si no es a través de él. Así, el Verbo hecho carne habitaba ya entre nosotros, y Cristo se había entregado totalmente a la salvación del género humano.

* * *

SAN FRANCISCO DE ASÍS Y LAS CRIATURAS (II)
por Constantino Koser, OFM

Hijos del padre san Francisco, comprometidos a seguir sus pasos con fidelidad y con pujante amor del ideal, caballerosamente, sin débiles ni detestables minimalismos, corresponde a los franciscanos contemplar muchas veces la actitud y modo de obrar de su fundador, para que, trajinando por el mismo camino, lleguen también ellos al término de coordinar todas las criaturas en la finalidad sobrenatural, haciendo de todas ellas otros tantos escalones que lleven a Dios.

El punto en que san Francisco comenzó su carrera se levantaba ya mucho por encima de lo común. Fue realmente uno de los hijos predilectos del Padre celestial, quien torrencialmente derramó sus dones sobre él. Dotes de inteligencia y corazón, pureza sin mancha y corrección caballerosa en los sentimientos y emociones, mucho de todo esto parece que san Francisco lo recibió a una con la existencia. Comienzo maravilloso y feliz, prometedor como pocos. Sin embargo, la riquísima dote nupcial que el Espíritu Santo dio a esta alma privilegiada fue apenas un comienzo. Era el talento de la parábola evangélica que debía ser trabajado. Lo que se sabe de la vida de san Francisco muestra que la dote no se quedó como un tesoro escondido, sino que fue aprovechada para que diera lucro. Fue un grano de trigo en tierra fértil, que creció y maduró frutos el ciento por uno. Con usura atentísima, al menos después de su conversión, san Francisco trabajó para aprovechar el tesoro inmensamente grande que Dios le había deparado.

Leyendo el Cántico de las Criaturas del seráfico padre y viendo cómo acariciaba las obras de su Señor, a «la hermana agua, la cual es muy útil y humilde y preciosa y casta», etc., fácilmente se cree que él comenzó así desde un principio: abrazando con amor y ternura a todas las criaturas. Pero se engaña por completo quien piensa así. El camino cruzado por él es el mismo de todos los santos, de todos aquellos que realmente quieren seguir a Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Lc 9,23).

Pocas vidas hay como la de san Francisco que tan clara y nítidamente expliquen una actitud correcta respecto de las criaturas. Es preciso, ante todo, renunciar a todo. Palabra negativa de contenido positivo. Significa que se debe conquistar el perfecto dominio de sí mismo y con él poner en orden los deseos y sentimientos, la ternura y el amor. En primer lugar y por encima de todo y con todas las energías, es preciso dedicarse al Dios Uno y Trino, y lo que al principio parece un empobrecimiento, constituye en verdad una riqueza infinita. Para ir más allá de la observancia del mandamiento que sostiene toda la Ley y los Profetas, Jesús mismo empleó esta palabra: «todo», la cual tiene de hecho sentido absoluto: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente» (Mt 22,37). Por esto es preciso dejar de corazón todas las cosas, para que sea todo y sólo de Dios. En segundo lugar, es preciso comprender que con la riqueza de Dios todo se recibe a su vez, pero con libertad, con señorío, con dominio, con fruición ordenada, perenne e intensa. No es preciso atender a esto de manera especial; esta plenitud viene por sí misma con el amor de Dios y en la misma medida en que este amor es «celoso» y absorbente.

Este fue el camino por el cual anduvo san Francisco. Muchas posesiones tenía, riquezas bastante grandes para aquella época, y sus ojos se henchían de la belleza de las cosas, sin que en su corazón hubiese penetrado la maldad, pero sin que tampoco las dominara al nivel de la verdadera espiritualidad, y sin poseer a Dios en el amor y las cosas en el amor de Dios. En su conversión comenzó por vaciarse de todo, arrancarse a sí mismo del abrazo con las criaturas, reconquistar la santa libertad de los hijos de Dios que se había perdido con el pecado de Adán en el paraíso. Quería disponer de hecho de todo su corazón, de toda su fuerza, de toda su alma para Dios.

Por esto se despojó de todos los bienes; por esto se vistió con los trajes de un mendigo a la puerta de la basílica en Roma; por esto abandonó la casa paterna y, como un mendigo ultrajado y expuesto a la burla, se arrastró por las calles de su ciudad natal; por esto en el palacio episcopal afrontó valerosamente el inmenso sacrificio de despojarse adolorido, inmensamente herido, de un padre para él amadísimo, recibiendo en pago las maldiciones de su progenitor. Él también tenía entrañas y esto le dolió tanto que pidió en trueque las bendiciones de un mendigo (TC 23). Despojóse así de todos los apegos del mundo, por más correctos que fuesen. Todo, todo lo dio en pago del amor de Dios.

[C. Koser, El pensamiento franciscano, Madrid, Ed. Marova, 1972, 117-130]

.