DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 9 DE NOVIEMBRE

 

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LA DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN. Según una tradición que arranca del siglo XII, se celebra hoy el aniversario de la consagración de la basílica romana construida por el emperador Constantino hacia el año 324 en el Laterano. Esta celebración fue primero una fiesta de la ciudad de Roma; más tarde se extendió a toda la Iglesia de rito romano, con el fin de honrar aquella basílica, que es llamada «madre y cabeza de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe», en señal de amor y de unidad para con la cátedra de Pedro que, como escribió san Ignacio de Antioquía, «preside a todos los congregados en la caridad». La basílica de San Juan de Letrán es la catedral de Roma y está dedicada al mismo Cristo, el Salvador. En ella tiene su sede el Papa, como obispo de la Iglesia romana, Iglesia madre de la cristiandad occidental.- Oración: Señor, tú que edificas el templo de tu gloria con piedras vivas y elegidas, multiplica en tu Iglesia los dones del Espíritu Santo, a fin de que tu pueblo crezca siempre para edificación de la Jerusalén celeste. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.- O bien: Señor, Dios nuestro, que has querido que tu pueblo se llamara Iglesia, haz que, reunida en tu nombre, te venere, te ame, te siga y, guiada por ti, alcance el reino que le has prometido. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

BEATA JUANA DE SIGNA. Nació hacia el año 1244, de familia humilde, en Signa, cerca de Florencia, y vivió y murió en su pueblo natal. Desde muy joven se dedicó al pastoreo, llevando una vida de inocencia y de piedad. A la edad de 30 años vistió el sayal de penitente y se recluyó voluntariamente en una celdilla próxima al río Arno. Los frailes franciscanos de Carmignano la admitieron en la Tercera Orden de San Francisco, y ella se consagró definitivamente a llevar por muchos años una vida de extrema austeridad y alta contemplación. Su fama de santidad se extendió por los alrededores, y Dios repartió con largueza sus dones a cuantos acudían a ella: enfermos, tristes y afligidos, desorientados y pecadores, pobres. Murió en el lugar de su retiro el 9 de noviembre de 1307.

BEATO GABRIEL FERRETTI. Hijo de los condes de Ferretti, nació en Ancona (Marcas, Italia) hacia 1385. Recibió una educación cristiana muy esmerada y, a los 18 años, vistió el hábito franciscano en el convento eremitorio observante de su ciudad natal. Ordenado de sacerdote, se dedicó a la predicación por toda la región de las Marcas, con gran provecho de las almas. Al mismo tiempo se entregó al cuidado de los más abandonados, niños, ancianos y enfermos, incluidos los apestados. Profesó una profunda devoción a la Virgen. Ejerció cargos de gobierno en su Provincia religiosa, en la que fundó varios conventos. Los habitantes de Ancona consiguieron del Papa que no se marchara a Bosnia como misionero. Mantuvo una profunda amistad con san Jaime de la Marca, quien le atendió en los últimos días de su vida. Murió en Ancona el 9 de noviembre de 1456.

BEATA CARMEN DEL NIÑO JESÚS. Nació en Antequera (Málaga, España) en 1834. Desde niña destacó por su bondad y simpatía, inteligencia y viveza de carácter, y eran ya notables su devoción a la Virgen y a la Eucaristía y su amor a los pobres. A los 22 años, contra el parecer de su padre, contrajo matrimonio con un hombre dado al juego, que la hizo sufrir mucho, hasta que, con su bondad paciente, consiguió que cambiara de vida. Viuda a los 47 años y sin hijos, buscó servir a Dios en el cuidado y educación de los niños pobres. Abrió en su casa una escuela, y con algunas jóvenes que colaboraban con ella inició lo que a partir de 1884 es el instituto de las Hermanas Franciscanas de los Sagrados Corazones, dedicado a la enseñanza, a la atención de ancianos y enfermos y a otras obras sociales. Mucho tuvo que sufrir de propios y extraños, pero la Pasión de Cristo y el amparo de la Virgen del Socorro dieron firmeza a su fe y a su ánimo. Murió en Antequera el 9 de noviembre de 1899. Fue beatificada el año 2007.

BEATA ISABEL DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD. Nació en el campo militar de Avor, junto a Bourges (Francia), el año 1880. Su familia se trasladó a Dijon y en 1887 murió su padre. Pronto quiso ingresar en las carmelitas descalzas, pero su madre no se lo permitió hasta que cumplió los 21 años, y así en 1901 entró en el Carmelo de Dijon, en el que hizo la profesión en 1903. El Señor la probó y purificó en su ascenso hacia Dios con sufrimientos espirituales y corporales. En julio de 1903 tuvo los primeros síntomas de la enfermedad de Addison, que la llevó a la muerte el 9 de noviembre de 1906. Vivió con intensidad la vida religiosa, se abandonó a la voluntad de Dios, se entregó a la contemplación sobre todo del misterio de la Santísima Trinidad, el Señor le concedió carismas extraordinarios y una intensa vivencia del misterio de la inhabitación de la Trinidad en el alma del justo. Dejó escritos sus pensamientos y experiencias, que tanto bien espiritual siguen haciendo a sus lectores.- O bien: Oh Dios, rico en misericordia, que descubriste a la beata Isabel de la Trinidad el misterio de tu presencia secreta en el alma del justo e hiciste de ella una adoradora en espíritu y verdad, concédenos, por su intercesión, que también nosotros, permaneciendo en el amor de Cristo, merezcamos ser transformados en templos del Espíritu Santo de amor, para alabanza de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

Beatos Luis Beltrame Quatrocchi y María Corsini, esposos. Luis nació en Catania (Sicilia) el año 1880. Estudió derecho en Roma, llegó a ser abogado del Estado y desempeñó cargos de verdadero prestigio. María nació en Florencia el año 1884 en el seno de una familia acomodada y recibió una excelente educación cultural y religiosa. Contrajeron matrimonio el 25 de noviembre de 1905 y tuvieron cuatro hijos, que abrazaron la vida religiosa en su momento. En el matrimonio vivieron una profunda y gozosa comunión de fe, de vida y de amor, que proyectaron hacia el prójimo. Formaron una familia cristiana ejemplar en el ámbito del hogar, en la vida social y en las actividades apostólicas. Él perteneció al movimiento «Rinascita Cristiana» y al «Fronte della Famiglia», y murió en Roma el 9 de noviembre de 1951. Ella, además de ocuparse de su marido y de sus hijos, realizó diversos apostolados, difundió la devoción al Corazón de Jesús, colaboró en la catequesis de los niños, acompañó a enfermos a Lourdes y prestó servicios en hospitales civiles y militares; además ejerció el apostolado de la pluma; perteneció a la Acción Católica y a los mismos movimientos que su esposo. Murió en Serravalle di Bibbiena el 26 de agosto de 1965. Juan Pablo II beatificó a los dos juntos el año 2001, y estableció que se memoria se celebre el 25 de noviembre, aniversario de su boda.

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San Agripino. Obispo de Nápoles en el siglo III. En documentos antiguos se le tiene por uno de los primeros defensores de la ciudad.

Santas Eustolia y Sópatra. Vírgenes y monjas de Constantinopla en el siglo VII.

San Jorge. Obispo de Lodève (Francia). Murió el año 870.

San Ursino. Primer obispo de Bourges (Francia) en el siglo III. Evangelizó al pueblo y, para uso de los creyentes, pobres en su mayoría, convirtió en iglesia la casa del senador Leocadio que aún era pagano.

San Vitón. Obispo de Verdún (Francia). Murió hacia el año 530.

Beato Enrique Hlebowicz. Nació en Grodno el año 1904. Su familia estuvo un tiempo deportada en Rusia. Ya en su tierra, entró el año 1921 en el seminario de Vilna y se ordenó de sacerdote en 1927. Estudió filosofía en el Angelicum de Roma y a su regreso a Vilna trabajó en el seminario, a la vez que ejercía una buena labor en los ambientes académicos. A partir de 1939 trató de contrarrestar la propaganda atea entre los jóvenes. Al estallar la guerra en 1941, su zona quedó bajo ocupación alemana, y siguió trabajando en medio de muchas dificultades hasta que lo detuvieron. Fue fusilado por la Gestapo cerca de Borysów (Polonia) en 1941.

Beato Francisco José Martín López de Arroyave. Nació en Vitoria (España) el año 1910. Profesó como hermano coadjutor en los salesianos el 12 de octubre de 1933. Pasó a trabajar en el colegio salesiano de Madrid. Fue detenido junto con otros hermanos de religión el 19 julio de 1936. En los meses de cárcel continuó con sus prácticas de piedad, recibió varias veces el sacramento de la penitencia y consoló y animó a los compañeros de prisión decaídos. Lo fusilaron en Paracuellos de Jarama (Madrid) en 1936. Fue beatificado el año 2007.

Beato Gracia (o Graciano) de Cattaro. Nació en Mulla, pequeña aldea de la bahía de Cattaro (ahora en Montenegro), el año 1438. En su juventud fue marinero, pero a los treinta años, estando en Venecia, el sermón de un agustino dio un nuevo rumbo a su vida. Ingresó en la Orden de San Agustín como hermano lego en el convento de Monte Ortone, junto a Padua, convento reformado y de estricta observancia. Lo destinaron a cuidar el jardín y dio ejemplo de laboriosidad, pobreza evangélica, caridad fervorosa. Más tarde lo destinaron al convento de San Cristóbal de Venecia, en la isla de Murano, y allí murió en 1508.

Beato Jorge Napper. Nació en Holywell (Inglaterra) el año 1550. Estuvo estudiando en Oxford y cuando le exigieron jurar la supremacía religiosa de la Corona lo dejó. Lo detuvieron por no asistir a los servicios religiosos protestantes. Tras nueve años de cárcel, agobiado por los sufrimientos, se avino a prestar el juramento, y lo dejaron libre. Pronto se arrepintió y decidió hacerse sacerdote. Estudió en Douai (Francia) y recibió la ordenación sacerdotal en Amberes en 1596. Volvió a su pueblo en 1603 y pudo trabajar apostólicamente siete años con relativa tranquilidad. Lo detuvieron y lo condenaron como traidor por ser sacerdote ordenado en el extranjero. Fue ahorcado, destripado y descuartizado en Oxford el año 1610.

Beato Luis Morbioli. Nació en Bolonia el año 1433. De joven llevó una vida de libertinaje y desenfreno. Contrajo matrimonio, pero abandonó a su esposa y se fue a vivir a Venecia. Allí contrajo una grave enfermedad. La perspectiva de la muerte y la asistencia amorosa de los Canónigos Regulares de San Salvador lo llevaron a un cambio radical de su vida. Decidió hacer penitencia, volvió a Bolonia, pidió perdón a su esposa y con su permiso, vestido de sayal, hablaba a todos por la calle de la misericordia de Dios y de la necesidad de hacer su voluntad. Murió en su ciudad natal el año 1485.

Beata María Micaela Baldoví Trull. Nació en Algemesí (Valencia) en 1869. Monja de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia y de San Bernardo. Ingresó en el monasterio de La Zaidía de Valencia en 1893, y ejerció los oficios de tornera, ropera, mayordoma y abadesa. De carácter maternal y bondadoso. En 1927 fue la fundadora y primera abadesa del monasterio de Fons Salutis de Algemesí, cuya comunidad fue expulsada por las autoridades en 1936. Las religiosas acudieron a refugiarse en casa de sus familiares. Micaela fue detenida con una hermana suya y ambas murieron a tiros (y al parecer las decapitaron) el 9 de noviembre de 1936 en el termino de Benifayó. Beatificada el 3-X-2015.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

De la primera carta de san Pablo a los Corintios: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros» (1 Cor 3,16-17).

Pensamiento franciscano:

«Francisco salía de vez en cuando a visitar las aldeas y las iglesias de los alrededores de Asís. Llevaba consigo una escoba para barrer las iglesias, pues sufría mucho cuando, al entrar en ellas, las encontraba sucias. Por eso, cuando terminaba de predicar al pueblo, reunía a todos los sacerdotes que se encontraban allí en un local apartado para no ser oído por los seglares. Les hablaba de la salvación de las almas, y, sobre todo, les recomendaba mucho el cuidado y diligencia que debían poner para que estuvieran limpias las iglesias, los altares y todo lo que sirve para la celebración de los divinos misterios» (LP 60).

Orar con la Iglesia:

Celebremos la bondad de Dios, que por Cristo se reveló como Padre nuestro, y digámosle de todo corazón: Acuérdate, Señor, de que somos hijos tuyos.

-Concédenos vivir con plenitud el misterio de la Iglesia, a fin de que todos encontremos en ella un sacramento de eficaz salvación.

-Padre, que amas a todos los hombres, haz que cooperemos al progreso de la comunidad humana, y que edifiquemos tu reino con nuestro esfuerzo.

-Haz que tengamos hambre y sed de justicia y acudamos a nuestra fuente, que es Cristo, el cual entregó su vida para que fuéramos saciados.

-Perdona, Señor, todos nuestros pecados y dirige nuestra vida por el camino de la sencillez y de la bondad aprendida de ti.

Oración: Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a ti, como a su fin. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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LA BASÍLICA DE SAN JUAN DE LETRÁN
Benedicto XVI, Ángelus del día 9 de noviembre de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

La liturgia nos invita a celebrar hoy la Dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, llamada «madre y cabeza de todas las Iglesias de la urbe y del orbe». En efecto, esta basílica fue la primera en ser construida después del edicto del emperador Constantino, el cual, en el año 313, concedió a los cristianos la libertad de practicar su religión. Ese mismo emperador donó al Papa Melquíades la antigua propiedad de la familia de los Laterani, y allí hizo construir la basílica, el baptisterio y patriarquio, es decir, la residencia del Obispo de Roma, donde habitaron los Papas hasta el período aviñonés. El Papa Silvestre celebró la dedicación de la basílica hacia el año 324, y el templo fue consagrado al Santísimo Salvador; sólo después del siglo VI se le añadieron los nombres de san Juan Bautista y san Juan Evangelista, de donde deriva su denominación más conocida. Esta fiesta al inicio sólo se celebraba en la ciudad de Roma; después, a partir de 1565, se extendió a todas las Iglesias de rito romano. De este modo, honrando el edificio sagrado, se quiere expresar amor y veneración a la Iglesia romana que, como afirma san Ignacio de Antioquía, «preside en la caridad» a toda la comunión católica. (Carta a los Romanos, 1,1).

En esta solemnidad, la Palabra de Dios recuerda una verdad esencial: el templo de ladrillos es símbolo de la Iglesia viva, la comunidad cristiana, que ya los apóstoles san Pedro y san Pablo, en sus cartas, consideraban como «edificio espiritual», construido por Dios con las «piedras vivas» que son los cristianos, sobre el único fundamento que es Jesucristo, comparado a su vez con la «piedra angular». «Hermanos: sois edificio de Dios», escribe san Pablo, y añade: «El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros» (1 Cor 3,9.17). La belleza y la armonía de las iglesias, destinadas a dar gloria a Dios, nos invitan también a nosotros, seres humanos limitados y pecadores, a convertirnos para formar un «cosmos», una construcción bien ordenada, en estrecha comunión con Jesús, que es el verdadero Santo de los Santos.

Esto sucede de modo culminante en la liturgia eucarística, en la que la ecclesia, es decir, la comunidad de los bautizados se reúne para escuchar la Palabra de Dios y alimentarse del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En torno a esta doble mesa la Iglesia de piedras vivas se edifica en la verdad y en la caridad, y es plasmada interiormente por el Espíritu Santo, transformándose en lo que recibe, conformándose cada vez más a su Señor Jesucristo. Ella misma, si vive en la unidad sincera y fraterna, se convierte así en sacrificio espiritual agradable a Dios.

Queridos amigos, la fiesta de hoy celebra un misterio siempre actual: Dios quiere edificarse en el mundo un templo espiritual, una comunidad que lo adore en espíritu y en verdad. Pero esta celebración también nos recuerda la importancia de los edificios materiales, en los que las comunidades se reúnen para alabar al Señor. Por tanto, toda comunidad tiene el deber de conservar con esmero sus edificios sagrados, que constituyen un valioso patrimonio religioso e histórico. Por eso, invoquemos la intercesión de María santísima, para que nos ayude a convertirnos, como ella, en «casa de Dios», templo vivo de su amor.

[Después del Ángelus] Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española... En la fiesta de la Dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, os invito a incrementar vuestro amor a la Iglesia, sintiendo el gozo de ser miembros vivos de ella y colaborando con generosidad en la misión evangelizadora que Jesucristo le confió.

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ES LA FIESTA DE LA CASA DEL SEÑOR
San Bernardo, Sermón 5 (1.8-10)

También hoy, hermanos, celebramos una solemnidad, una espléndida solemnidad. Y si queréis saber cuál, es la fiesta de la casa del Señor, del templo de Dios, de la ciudad del Rey eterno, de la esposa de Cristo. Y ¿quién puede lícitamente dudar de que la casa de Dios sea santa? De ella leemos: La santidad es el adorno de tu casa. Así también es santo su templo, admirable por su justicia. Y Juan atestigua que vio también la ciudad santa: Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo.

Ahora, deteniéndonos un momento en esta especie de atalaya, busquemos la casa de Dios, busquemos el templo, busquemos la ciudad, y busquemos también la esposa. Pues ciertamente no lo he olvidado, pero sí que lo digo con temor y respeto: Somos nosotros. Insisto, somos nosotros, pero en el corazón de Dios; somos nosotros, pero por dignación suya, no por dignidad nuestra. Que no usurpe el hombre lo que es de Dios y cese de gloriarse de su poder; de otra suerte, reduciéndolo a su propio ser, Dios humillará al que se enaltece.

Y recuerda que el Señor define su casa como casa de oración, lo cual parece cuadrar admirablemente con el testimonio del profeta, el cual afirma que seremos acogidos por Dios -por supuesto, en la oración-, para ser alimentados con el pan de las lágrimas y para darnos a beber lágrimas a tragos. Por lo demás, como dice el mismo profeta, la santidad es el adorno de esta casa, de suerte que las lágrimas de penitencia han de ir siempre acompañadas de la pureza de la continencia, y así, la que ya era casa, se convierta seguidamente en templo de Dios. Seréis santos -dice-, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. Y el Apóstol: ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros. Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él.

Pero, ¿es que bastará ya la misma santidad? Es asimismo necesaria la paz, como lo asegura el Apóstol cuando dice: Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual ninguno verá a Dios. Esta paz es la que, a los de un mismo talante, los hace vivir unidos como hermanos, construyendo para nuestro Rey, el verdadero Rey de la paz, una ciudad ciertamente nueva, llamada también Jerusalén, es decir, visión de paz.

Por tanto, hermanos míos, si la casa de un gran padre de familia se reconoce por la abundancia de los manjares, el templo de Dios por la santidad, la ciudad del gran Rey por la recíproca comunión de vida, la esposa del Esposo inmortal por el amor, pienso que no hay ya motivo de enrojecer al afirmar que ésta es nuestra solemnidad. Ni debéis maravillaros de que esta solemnidad se celebre en la tierra, pues que se celebra igualmente en los cielos. En efecto, si -como dice la Verdad (y no puede por menos de ser verdadero)- hay alegría en el cielo, incluso para los ángeles de Dios, por un solo pecador que se convierta, no cabe duda de que la alegría será multiplicada por la conversión de tan gran número de pecadores.

Unámonos, pues, a la alegría de los ángeles de Dios, unámonos al gozo de Dios y celebremos esta solemnidad con rendidas acciones de gracias, porque cuanto más íntima nos es, con mayor devoción hemos de celebrarla.

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SAN FRANCISCO DE ASÍS Y LAS CRIATURAS (I)
por Constantino Koser, OFM

La caballerosidad de san Francisco en su orientación hacia Dios, y por causa de Dios en Cristo, con María Santísima y en la Iglesia, tuvo un complemento singularmente bello y simpático en su actitud para con las obras de Dios, que son el Reino de Cristo y de María Santísima y los instrumentos de que usa la Iglesia: las criaturas que llenan el universo.

Esta actitud de san Francisco es coherente con toda su espiritualidad. Difícilmente se podrá encontrar una secuencia más lógica y una fidelidad más estricta a la línea de los principios, de lo que precisamente se encuentra en este aspecto del pensamiento del Santo Seráfico. Encontró de esta suerte para sí mismo una solución maravillosamente bella y profunda del dificilísimo problema de la relación del alma con las criaturas. Y no únicamente una solución teórica, sino práctica: una solución más vívida, como que era formulada en continuos empeños y en el contacto permanente con las criaturas. Solución tan ideal, que mal puede ser superada en este valle de lágrimas. También en esto el Serafín de Asís se parece a su modelo inaccesible, Cristo Jesús, en su vida sobre la tierra.

La relación de san Francisco con las criaturas es de una ternura y candidez, de una espontaneidad y suavidad, de un tal caballeroso respeto, que causa admiración no solamente en épocas trascendentalistas como la Edad Media, sino aún entre los hombres de hoy, que se glorían de estar llevando a su culminación el descubrimiento de la existencia y del sentido de la naturaleza visible.

Los románticos, con el nuevo despertar del sentimiento por la naturaleza, venerarán en san Francisco su ideal. Ciertamente, el ideal romántico en su más alta pureza y corrección, tiene algo de san Francisco. Pero, sin embargo, el modo como estos u otros modernos interpretan la actitud del Poverello para con las criaturas está lejos, muy lejos de la verdad del «Cántico de las Criaturas». Hombres muchas veces completamente absortos en las cosas de este mundo, sin un pensamiento en el más allá y en lo sobrenatural, de sentimientos inmortificados, de emotividad descontrolada, de pasiones revueltas, como fueron muchos de estos «franciscanizantes» que a sí mismos se consideran mundanos, secularizados, naturalistas, jamás podrán comprender lo que fue el amor de san Francisco por las flores y los animales del campo, lo que fue la ternura del santo para con las avecillas y los corderillos. Hablan de una adoración de la naturaleza, siendo así que era santidad, mística de la más alta y consumada, amor de Dios puro y límpido.

La actitud seráfica frente a la naturaleza no viene «de abajo», de los instintos y de las tendencias naturales desordenadas, como suele acontecer con los hombres; no, sino que tiene su origen en el amor caballeresco y coherente de Dios. Viene de la fuente más sublime, más cristalina y pura que pueda imaginarse; desciende de alturas espirituales a las que poquísimos son los que llegan en esta vida. Y por eso es de una candidez inmaculada y segura, de una santidad intensa y despreocupada, de una santa libertad verdaderamente desconcertante para los hombres amenazados por el pecado y llenos de acechanzas peligrosas, que a cada contacto con las cosas deben temer la irrupción del volcán interior mal contenido.

San Francisco amó a las criaturas de Dios como un serafín que no piensa siquiera en su posesión en el sentido de propiedad, porque tal cosa le parece una profanación; que no desea disfrutar de ellas, porque una tal fruición no le produciría gozo; que no se deja conquistar por ellas, porque ya ha sido conquistado por Dios; pero que saca de ellas estímulos siempre nuevos para honrar la fuerte y sutil omnipotencia de su Dios, para loar su sabiduría suave y su providencia generosa, para exaltar la voluntad santísima que hizo todo bien, para amar al amor generoso que cuida de todo para el bien de sus hijos. Más aún: enriquecía el sentimiento caballerosamente noble y delicado con la más profunda gratitud para con la generosidad divina, que de manera tan sobreabundante provee a todo, incluso a los hombres, y principalmente a los hombres.

Y en realidad, quien acompañe a san Francisco llevado de la mano por sus antiguos biógrafos y por sus dichos y gestos a través del palacio encantado que son las criaturas de Dios, y le sorprenda con la sonrisa contenta y amiga con que saludaba todas las cosas, el amor con que veía todo, la ternura con que se compadecía de las criaturas pequeñas, flacas y pobres, el respeto con que las trataba, la caballerosa cortesía para con todas las cosas, podrá pensar que para este hombre no existía el pecado original. Su santidad excelsa y singular restablecería, tal es la impresión, la armonía primitiva entre el hombre y la creación. Por esto sus invitaciones del Benedicite, «Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor» (Dan 3,57), repercuten entre las criaturas: escuchan y atienden y no permanecen insensibles y mudas, como cuando otros pronuncian estas mismas palabras. Y hasta parece como si los peligros de las cosas y las cosas peligrosas volvieran a ser lo que fueron en el Paraíso: amigas de los hombres.

[C. Koser, El pensamiento franciscano, Madrid, Ed. Marova, 1972, 117-130]

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