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DÍA 9 DE NOVIEMBRE
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* * * San Agripino. Obispo de Nápoles en el siglo III. En documentos antiguos se le tiene por uno de los primeros defensores de la ciudad. Santas Eustolia y Sópatra. Vírgenes y monjas de Constantinopla en el siglo VII. San Jorge. Obispo de Lodève (Francia). Murió el año 870. San Ursino. Primer obispo de Bourges (Francia) en el siglo III. Evangelizó al pueblo y, para uso de los creyentes, pobres en su mayoría, convirtió en iglesia la casa del senador Leocadio que aún era pagano. San Vitón. Obispo de Verdún (Francia). Murió hacia el año 530. Beato Enrique Hlebowicz. Nació en Grodno el año 1904. Su familia estuvo un tiempo deportada en Rusia. Ya en su tierra, entró el año 1921 en el seminario de Vilna y se ordenó de sacerdote en 1927. Estudió filosofía en el Angelicum de Roma y a su regreso a Vilna trabajó en el seminario, a la vez que ejercía una buena labor en los ambientes académicos. A partir de 1939 trató de contrarrestar la propaganda atea entre los jóvenes. Al estallar la guerra en 1941, su zona quedó bajo ocupación alemana, y siguió trabajando en medio de muchas dificultades hasta que lo detuvieron. Fue fusilado por la Gestapo cerca de Borysów (Polonia) en 1941. Beato Francisco José Martín López de Arroyave. Nació en Vitoria (España) el año 1910. Profesó como hermano coadjutor en los salesianos el 12 de octubre de 1933. Pasó a trabajar en el colegio salesiano de Madrid. Fue detenido junto con otros hermanos de religión el 19 julio de 1936. En los meses de cárcel continuó con sus prácticas de piedad, recibió varias veces el sacramento de la penitencia y consoló y animó a los compañeros de prisión decaídos. Lo fusilaron en Paracuellos de Jarama (Madrid) en 1936. Fue beatificado el año 2007. Beato Gracia (o Graciano) de Cattaro. Nació en Mulla, pequeña aldea de la bahía de Cattaro (ahora en Montenegro), el año 1438. En su juventud fue marinero, pero a los treinta años, estando en Venecia, el sermón de un agustino dio un nuevo rumbo a su vida. Ingresó en la Orden de San Agustín como hermano lego en el convento de Monte Ortone, junto a Padua, convento reformado y de estricta observancia. Lo destinaron a cuidar el jardín y dio ejemplo de laboriosidad, pobreza evangélica, caridad fervorosa. Más tarde lo destinaron al convento de San Cristóbal de Venecia, en la isla de Murano, y allí murió en 1508. Beato Jorge Napper. Nació en Holywell (Inglaterra) el año 1550. Estuvo estudiando en Oxford y cuando le exigieron jurar la supremacía religiosa de la Corona lo dejó. Lo detuvieron por no asistir a los servicios religiosos protestantes. Tras nueve años de cárcel, agobiado por los sufrimientos, se avino a prestar el juramento, y lo dejaron libre. Pronto se arrepintió y decidió hacerse sacerdote. Estudió en Douai (Francia) y recibió la ordenación sacerdotal en Amberes en 1596. Volvió a su pueblo en 1603 y pudo trabajar apostólicamente siete años con relativa tranquilidad. Lo detuvieron y lo condenaron como traidor por ser sacerdote ordenado en el extranjero. Fue ahorcado, destripado y descuartizado en Oxford el año 1610. Beato Luis Morbioli. Nació en Bolonia el año 1433. De joven llevó una vida de libertinaje y desenfreno. Contrajo matrimonio, pero abandonó a su esposa y se fue a vivir a Venecia. Allí contrajo una grave enfermedad. La perspectiva de la muerte y la asistencia amorosa de los Canónigos Regulares de San Salvador lo llevaron a un cambio radical de su vida. Decidió hacer penitencia, volvió a Bolonia, pidió perdón a su esposa y con su permiso, vestido de sayal, hablaba a todos por la calle de la misericordia de Dios y de la necesidad de hacer su voluntad. Murió en su ciudad natal el año 1485. Beata María Micaela Baldoví Trull. Nació en Algemesí (Valencia) en 1869. Monja de la Orden Cisterciense de la Estricta Observancia y de San Bernardo. Ingresó en el monasterio de La Zaidía de Valencia en 1893, y ejerció los oficios de tornera, ropera, mayordoma y abadesa. De carácter maternal y bondadoso. En 1927 fue la fundadora y primera abadesa del monasterio de Fons Salutis de Algemesí, cuya comunidad fue expulsada por las autoridades en 1936. Las religiosas acudieron a refugiarse en casa de sus familiares. Micaela fue detenida con una hermana suya y ambas murieron a tiros (y al parecer las decapitaron) el 9 de noviembre de 1936 en el termino de Benifayó. Beatificada el 3-X-2015. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: De la primera carta de san Pablo a los Corintios: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros» (1 Cor 3,16-17). Pensamiento franciscano: «Francisco salía de vez en cuando a visitar las aldeas y las iglesias de los alrededores de Asís. Llevaba consigo una escoba para barrer las iglesias, pues sufría mucho cuando, al entrar en ellas, las encontraba sucias. Por eso, cuando terminaba de predicar al pueblo, reunía a todos los sacerdotes que se encontraban allí en un local apartado para no ser oído por los seglares. Les hablaba de la salvación de las almas, y, sobre todo, les recomendaba mucho el cuidado y diligencia que debían poner para que estuvieran limpias las iglesias, los altares y todo lo que sirve para la celebración de los divinos misterios» (LP 60). Orar con la Iglesia: Celebremos la bondad de Dios, que por Cristo se reveló como Padre nuestro, y digámosle de todo corazón: Acuérdate, Señor, de que somos hijos tuyos. -Concédenos vivir con plenitud el misterio de la Iglesia, a fin de que todos encontremos en ella un sacramento de eficaz salvación. -Padre, que amas a todos los hombres, haz que cooperemos al progreso de la comunidad humana, y que edifiquemos tu reino con nuestro esfuerzo. -Haz que tengamos hambre y sed de justicia y acudamos a nuestra fuente, que es Cristo, el cual entregó su vida para que fuéramos saciados. -Perdona, Señor, todos nuestros pecados y dirige nuestra vida por el camino de la sencillez y de la bondad aprendida de ti. Oración: Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a ti, como a su fin. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * LA BASÍLICA DE SAN
JUAN DE LETRÁN Queridos hermanos y hermanas: La liturgia nos invita a celebrar hoy la Dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, llamada «madre y cabeza de todas las Iglesias de la urbe y del orbe». En efecto, esta basílica fue la primera en ser construida después del edicto del emperador Constantino, el cual, en el año 313, concedió a los cristianos la libertad de practicar su religión. Ese mismo emperador donó al Papa Melquíades la antigua propiedad de la familia de los Laterani, y allí hizo construir la basílica, el baptisterio y patriarquio, es decir, la residencia del Obispo de Roma, donde habitaron los Papas hasta el período aviñonés. El Papa Silvestre celebró la dedicación de la basílica hacia el año 324, y el templo fue consagrado al Santísimo Salvador; sólo después del siglo VI se le añadieron los nombres de san Juan Bautista y san Juan Evangelista, de donde deriva su denominación más conocida. Esta fiesta al inicio sólo se celebraba en la ciudad de Roma; después, a partir de 1565, se extendió a todas las Iglesias de rito romano. De este modo, honrando el edificio sagrado, se quiere expresar amor y veneración a la Iglesia romana que, como afirma san Ignacio de Antioquía, «preside en la caridad» a toda la comunión católica. (Carta a los Romanos, 1,1). En esta solemnidad, la Palabra de Dios recuerda una verdad esencial: el templo de ladrillos es símbolo de la Iglesia viva, la comunidad cristiana, que ya los apóstoles san Pedro y san Pablo, en sus cartas, consideraban como «edificio espiritual», construido por Dios con las «piedras vivas» que son los cristianos, sobre el único fundamento que es Jesucristo, comparado a su vez con la «piedra angular». «Hermanos: sois edificio de Dios», escribe san Pablo, y añade: «El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros» (1 Cor 3,9.17). La belleza y la armonía de las iglesias, destinadas a dar gloria a Dios, nos invitan también a nosotros, seres humanos limitados y pecadores, a convertirnos para formar un «cosmos», una construcción bien ordenada, en estrecha comunión con Jesús, que es el verdadero Santo de los Santos. Esto sucede de modo culminante en la liturgia eucarística, en la que la ecclesia, es decir, la comunidad de los bautizados se reúne para escuchar la Palabra de Dios y alimentarse del Cuerpo y la Sangre de Cristo. En torno a esta doble mesa la Iglesia de piedras vivas se edifica en la verdad y en la caridad, y es plasmada interiormente por el Espíritu Santo, transformándose en lo que recibe, conformándose cada vez más a su Señor Jesucristo. Ella misma, si vive en la unidad sincera y fraterna, se convierte así en sacrificio espiritual agradable a Dios. Queridos amigos, la fiesta de hoy celebra un misterio siempre actual: Dios quiere edificarse en el mundo un templo espiritual, una comunidad que lo adore en espíritu y en verdad. Pero esta celebración también nos recuerda la importancia de los edificios materiales, en los que las comunidades se reúnen para alabar al Señor. Por tanto, toda comunidad tiene el deber de conservar con esmero sus edificios sagrados, que constituyen un valioso patrimonio religioso e histórico. Por eso, invoquemos la intercesión de María santísima, para que nos ayude a convertirnos, como ella, en «casa de Dios», templo vivo de su amor. [Después del Ángelus] Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española... En la fiesta de la Dedicación de la basílica de San Juan de Letrán, os invito a incrementar vuestro amor a la Iglesia, sintiendo el gozo de ser miembros vivos de ella y colaborando con generosidad en la misión evangelizadora que Jesucristo le confió. * * * ES LA FIESTA DE LA CASA DEL
SEÑOR También hoy, hermanos, celebramos una solemnidad, una espléndida solemnidad. Y si queréis saber cuál, es la fiesta de la casa del Señor, del templo de Dios, de la ciudad del Rey eterno, de la esposa de Cristo. Y ¿quién puede lícitamente dudar de que la casa de Dios sea santa? De ella leemos: La santidad es el adorno de tu casa. Así también es santo su templo, admirable por su justicia. Y Juan atestigua que vio también la ciudad santa: Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Ahora, deteniéndonos un momento en esta especie de atalaya, busquemos la casa de Dios, busquemos el templo, busquemos la ciudad, y busquemos también la esposa. Pues ciertamente no lo he olvidado, pero sí que lo digo con temor y respeto: Somos nosotros. Insisto, somos nosotros, pero en el corazón de Dios; somos nosotros, pero por dignación suya, no por dignidad nuestra. Que no usurpe el hombre lo que es de Dios y cese de gloriarse de su poder; de otra suerte, reduciéndolo a su propio ser, Dios humillará al que se enaltece. Y recuerda que el Señor define su casa como casa de oración, lo cual parece cuadrar admirablemente con el testimonio del profeta, el cual afirma que seremos acogidos por Dios -por supuesto, en la oración-, para ser alimentados con el pan de las lágrimas y para darnos a beber lágrimas a tragos. Por lo demás, como dice el mismo profeta, la santidad es el adorno de esta casa, de suerte que las lágrimas de penitencia han de ir siempre acompañadas de la pureza de la continencia, y así, la que ya era casa, se convierta seguidamente en templo de Dios. Seréis santos -dice-, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. Y el Apóstol: ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros. Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Pero, ¿es que bastará ya la misma santidad? Es asimismo necesaria la paz, como lo asegura el Apóstol cuando dice: Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual ninguno verá a Dios. Esta paz es la que, a los de un mismo talante, los hace vivir unidos como hermanos, construyendo para nuestro Rey, el verdadero Rey de la paz, una ciudad ciertamente nueva, llamada también Jerusalén, es decir, visión de paz. Por tanto, hermanos míos, si la casa de un gran padre de familia se reconoce por la abundancia de los manjares, el templo de Dios por la santidad, la ciudad del gran Rey por la recíproca comunión de vida, la esposa del Esposo inmortal por el amor, pienso que no hay ya motivo de enrojecer al afirmar que ésta es nuestra solemnidad. Ni debéis maravillaros de que esta solemnidad se celebre en la tierra, pues que se celebra igualmente en los cielos. En efecto, si -como dice la Verdad (y no puede por menos de ser verdadero)- hay alegría en el cielo, incluso para los ángeles de Dios, por un solo pecador que se convierta, no cabe duda de que la alegría será multiplicada por la conversión de tan gran número de pecadores. Unámonos, pues, a la alegría de los ángeles de Dios, unámonos al gozo de Dios y celebremos esta solemnidad con rendidas acciones de gracias, porque cuanto más íntima nos es, con mayor devoción hemos de celebrarla. * * * SAN FRANCISCO DE
ASÍS Y LAS CRIATURAS (I) La caballerosidad de san Francisco en su orientación hacia Dios, y por causa de Dios en Cristo, con María Santísima y en la Iglesia, tuvo un complemento singularmente bello y simpático en su actitud para con las obras de Dios, que son el Reino de Cristo y de María Santísima y los instrumentos de que usa la Iglesia: las criaturas que llenan el universo. Esta actitud de san Francisco es coherente con toda su espiritualidad. Difícilmente se podrá encontrar una secuencia más lógica y una fidelidad más estricta a la línea de los principios, de lo que precisamente se encuentra en este aspecto del pensamiento del Santo Seráfico. Encontró de esta suerte para sí mismo una solución maravillosamente bella y profunda del dificilísimo problema de la relación del alma con las criaturas. Y no únicamente una solución teórica, sino práctica: una solución más vívida, como que era formulada en continuos empeños y en el contacto permanente con las criaturas. Solución tan ideal, que mal puede ser superada en este valle de lágrimas. También en esto el Serafín de Asís se parece a su modelo inaccesible, Cristo Jesús, en su vida sobre la tierra. La relación de san Francisco con las criaturas es de una ternura y candidez, de una espontaneidad y suavidad, de un tal caballeroso respeto, que causa admiración no solamente en épocas trascendentalistas como la Edad Media, sino aún entre los hombres de hoy, que se glorían de estar llevando a su culminación el descubrimiento de la existencia y del sentido de la naturaleza visible. Los románticos, con el nuevo despertar del sentimiento por la naturaleza, venerarán en san Francisco su ideal. Ciertamente, el ideal romántico en su más alta pureza y corrección, tiene algo de san Francisco. Pero, sin embargo, el modo como estos u otros modernos interpretan la actitud del Poverello para con las criaturas está lejos, muy lejos de la verdad del «Cántico de las Criaturas». Hombres muchas veces completamente absortos en las cosas de este mundo, sin un pensamiento en el más allá y en lo sobrenatural, de sentimientos inmortificados, de emotividad descontrolada, de pasiones revueltas, como fueron muchos de estos «franciscanizantes» que a sí mismos se consideran mundanos, secularizados, naturalistas, jamás podrán comprender lo que fue el amor de san Francisco por las flores y los animales del campo, lo que fue la ternura del santo para con las avecillas y los corderillos. Hablan de una adoración de la naturaleza, siendo así que era santidad, mística de la más alta y consumada, amor de Dios puro y límpido. La actitud seráfica frente a la naturaleza no viene «de abajo», de los instintos y de las tendencias naturales desordenadas, como suele acontecer con los hombres; no, sino que tiene su origen en el amor caballeresco y coherente de Dios. Viene de la fuente más sublime, más cristalina y pura que pueda imaginarse; desciende de alturas espirituales a las que poquísimos son los que llegan en esta vida. Y por eso es de una candidez inmaculada y segura, de una santidad intensa y despreocupada, de una santa libertad verdaderamente desconcertante para los hombres amenazados por el pecado y llenos de acechanzas peligrosas, que a cada contacto con las cosas deben temer la irrupción del volcán interior mal contenido. San Francisco amó a las criaturas de Dios como un serafín que no piensa siquiera en su posesión en el sentido de propiedad, porque tal cosa le parece una profanación; que no desea disfrutar de ellas, porque una tal fruición no le produciría gozo; que no se deja conquistar por ellas, porque ya ha sido conquistado por Dios; pero que saca de ellas estímulos siempre nuevos para honrar la fuerte y sutil omnipotencia de su Dios, para loar su sabiduría suave y su providencia generosa, para exaltar la voluntad santísima que hizo todo bien, para amar al amor generoso que cuida de todo para el bien de sus hijos. Más aún: enriquecía el sentimiento caballerosamente noble y delicado con la más profunda gratitud para con la generosidad divina, que de manera tan sobreabundante provee a todo, incluso a los hombres, y principalmente a los hombres. Y en realidad, quien acompañe a san Francisco llevado de la mano por sus antiguos biógrafos y por sus dichos y gestos a través del palacio encantado que son las criaturas de Dios, y le sorprenda con la sonrisa contenta y amiga con que saludaba todas las cosas, el amor con que veía todo, la ternura con que se compadecía de las criaturas pequeñas, flacas y pobres, el respeto con que las trataba, la caballerosa cortesía para con todas las cosas, podrá pensar que para este hombre no existía el pecado original. Su santidad excelsa y singular restablecería, tal es la impresión, la armonía primitiva entre el hombre y la creación. Por esto sus invitaciones del Benedicite, «Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor» (Dan 3,57), repercuten entre las criaturas: escuchan y atienden y no permanecen insensibles y mudas, como cuando otros pronuncian estas mismas palabras. Y hasta parece como si los peligros de las cosas y las cosas peligrosas volvieran a ser lo que fueron en el Paraíso: amigas de los hombres. [C. Koser, El pensamiento franciscano, Madrid, Ed. Marova, 1972, 117-130] |
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