DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 8 DE NOVIEMBRE

 

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BEATO JUAN DUNS ESCOTO. Nació en Escocia el año 1265, e ingresó de joven en la Orden Franciscana. Fue ordenado de sacerdote en 1291 y se graduó luego en la Universidad de París. Posteriormente desempeñó el cargo de maestro en las Universidades de Cambridge, Oxford, París y Colonia. Investigó con gran sutileza la revelación divina y escribió obras importantes de teología y filosofa. Se le suele llamar «Doctor sutil y mariano», y es considerado uno de los grandes maestros de la teología cristiana. Fue un ferviente heraldo del misterio de la Encarnación del Verbo, un incansable paladín de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y un defensor de la suma autoridad del Romano Pontífice. Rehusó firmar el libelo de Felipe IV, rey de Francia, contra el papa Bonifacio VIII, y por ese motivo fue expulsado de París. Más tarde fue enviado como maestro a Colonia, donde murió el 8 de noviembre de 1308. Juan Pablo II confirmó en 1991 y 1993 su culto público definiéndolo como «cantor del Verbo encarnado y defensor de la Inmaculada Concepción de María».- Oración: Oh Padre, fuente de toda sabiduría, que en el beato Juan Duns Escoto, defensor de la Virgen Inmaculada, nos has dado un maestro de vida y de enseñanza: haz que, iluminados por su ejemplo y alimentados por su doctrina, permanezcamos unidos fielmente a Cristo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

BEATA MARÍA CROCIFISSA SATELLICO. Nació en Venecia el año 1706. A los 19 años vistió el hábito de las clarisas en el monasterio de Ostra Vetere (Ancona), y desde entonces su empeño fue conformarse a Jesús crucificado, viviendo una intensa vida contemplativa y afrontando pacientemente las graves tentaciones y enfermedades que la afligieron. Sus grandes amores fueron Jesús crucificado, la Eucaristía y María Inmaculada. Gozó de extraordinarios dones sobrenaturales y auténticos fenómenos místicos. Elegida abadesa del monasterio, ejerció la autoridad como servicio de amor a la comunidad, con bondad y firmeza, convenciendo con el ejemplo. Dicha función le permitió también el ejercicio de la caridad hacia el prójimo, especialmente hacia los pobres que acudían a la puerta del monasterio. Murió el 8 de noviembre de 1745. La beatificó Juan Pablo II en 1993.

BEATO JOSÉ ALFONSO SERRANOBEATO JOSÉ ALFONSO SERRANO. Nació en San Adrián de Juarros (Burgos) en 1887. Profesó en los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1904. En 1911, cuando estalló la guerra de Marruecos, se alistó en el ejército sin los debidos permisos. Tres años después, de vuelta de la guerra, pidió ser readmitido, y tuvo que repetir el noviciado. En 1922, por un malentendido con un superior se desalentó y llegó a pedir la dispensa de votos, pero superó la crisis. Era decidido y tenaz, y tenía un carácter fuerte y un temperamento ardiente. Infatigable en su actividad, ejerció con entrega y competencia diversos cargos de docencia y de administración. Cuando estalló la persecución religiosa, pertenecía a la comunidad de la escuela de San Rafael, en Madrid. Tuvo que dejar el convento y buscar refugio. El 4-IX-1936 lo milicianos lo detuvieron y lo llevaron a la checa de Fomento, de la que lo trasladaron a la Jefatura de Policía y finalmente a la Cárcel Modelo. El 8 de noviembre de 1936 lo fusilaron en Torrejón de Ardoz (Madrid). Beatificado el 13-X-2013.

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San Claro. Nació en Tours (Francia). Atraído por la imagen de san Martín ingresó en el monasterio de Marmouter, donde recibió la ordenación sacerdotal y vivió bajo la obediencia del santo obispo. Encargado de la formación de los jóvenes monjes, puso de manifiesto el don de discernimiento que le había concedido el Señor y seleccionó y formó con sabiduría los candidatos a la vida religiosa. Se construyó una pequeña celda junto al monasterio y llevó vida eremítica. Murió el año 396.

San Diosdado I, papa del año 615 al año 618. Nació en Roma, hijo de un subdiácono, se educó en el monasterio dedicado a san Erasmo y perteneció al clero romano. Sucedió al papa Bonifacio IV. Mostró un gran amor a los sacerdotes diocesanos, a los que confió muchos puestos que los papas anteriores habían confiado a los monjes. En la oleada de peste y el terremoto que asolaron la Urbe, mostró una gran caridad para con los apestados y damnificados. Destacó por su sencillez y sabiduría.

San Godofredo. Nació cerca de Soissons (Francia) hacia 1065 y se crió en el monasterio de St. Quintin-le-Perone. Ordenado de sacerdote, se le encomendó la restauración de la disciplina monástica en un monasterio, lo que hizo con notable éxito. El año 1104 fue elegido obispo de Amiens. Fue un buen pastor y un celoso reformador: combatió la simonía y el concubinato del clero, moralizó las costumbres del pueblo, recompuso la paz entre los señores y los ciudadanos. Las contrariedades que esto le acarreó le llevaron a retirarse algún tiempo a la Gran Cartuja. Volvió a su diócesis y, en el curso de un viaje, murió en el monasterio de San Crispín de Soissons el año 1115.

Santos José Nguyen Dinh Nghi y compañeros mártires. En Nam Dinh (Vietnam), el año 1840, en tiempo del emperador Thieu Tri, después de haber sido en vano sometidos a terribles torturas para que apostataran, fueron decapitados por su fe cristiana cinco vietnamitas: José Nguyen Dình Nghi, Pablo Nguyen Ngan, Martín Ta Duc Thinh, sacerdotes seculares, y Martín Tho y Juan Bautista Con, seglares.

Santos Simproniano, Claudio, Nicóstrato, Cástor y Simplicio. Eran escultores marmolistas que trabajaban en Sirmio de Panonia (Croacia) y por negarse, en fidelidad al nombre de Jesucristo, a esculpir la imagen del dios Esculapio, fueron arrojados al río por orden del emperador Diocleciano y coronados por Dios con la gracia del martirio. Su culto floreció en Roma desde la antigüedad en la basílica del monte Celio llamada de los Cuatro Santos Coronados. El martirio tuvo lugar el año 306.

San Wilehado. Nació en Gran Bretaña en torno al año 740 y fue amigo de Alcuino. Ordenado de sacerdote, pasó al Continente para evangelizar a frisones y sajones, continuando la obra emprendida por san Bonifacio, en medio de grandes dificultades y hasta persecuciones. Fue elegido y consagrado obispo el año 787 y estableció su sede episcopal en Bremen (Sajonia, Alemania). Se dedicó por entero a la labor pastoral, construyó la catedral, visitó los pueblos de su diócesis. Murió el año 789.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

«Cristo es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque en él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él y para él quiso reconciliar consigo todas las cosas: las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,15-20)

Pensamiento franciscano:

Dice san Francisco en su Carta a toda la Orden: «Os ruego a todos vosotros, hermanos, besándoos los pies y con la caridad que puedo, que manifestéis toda reverencia y todo honor, tanto cuanto podáis, al santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, en el cual las cosas que hay en los cielos y en la tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente» (CtaO 12-13).

Orar con la Iglesia:

Oremos a Cristo que, nacido de María virgen e inmaculada, con su resurrección destruyó la muerte y nos dio nueva vida.

-Salvador del mundo, que, con la eficacia de tu redención, preservaste a tu Madre de toda mancha de pecado: líbranos a nosotros de toda culpa.

-Tú que eres la piedra desechada por los arquitectos, pero convertida en piedra angular: conviértenos en piedras vivas de tu Iglesia.

-Tú que eres el testigo fiel y veraz, el primogénito de toda criatura: haz que la Iglesia dé siempre testimonio de ti ante el mundo.

-Tú que eres el único esposo de la Iglesia, nacida de tu costado: haz que todos nosotros seamos testigos vivos de este misterio nupcial.

-Tú que eres el primero y el último, que estabas muerto y ahora estás vivo por siempre: concédenos a todos los bautizados perseverar fieles hasta la muerte a la gracia recibida.

Oración: Dios todopoderoso y eterno, que has dado a tu Iglesia el gozo de la resurrección de Jesucristo, concede al débil rebaño de tu Hijo la fuerza del Espíritu para que llegue a compartir la victoria de su Pastor. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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BEATO JUAN DUNS ESCOTO
De la catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del miércoles 7 de julio de 2010

Ante todo, meditó sobre el misterio de la encarnación y, a diferencia de muchos pensadores cristianos de su tiempo, sostuvo que el Hijo de Dios se habría hecho hombre aunque la humanidad no hubiese pecado. Afirma en la «Reportata Parisiensia»: «¡Pensar que Dios habría renunciado a esa obra si Adán no hubiera pecado sería completamente irrazonable! Por tanto, digo que la caída no fue la causa de la predestinación de Cristo, y que -aunque nadie hubiese caído, ni el ángel ni el hombre- en esta hipótesis Cristo habría estado de todos modos predestinado de la misma manera».

Este pensamiento, quizá algo sorprendente, nace porque para Duns Escoto la encarnación del Hijo de Dios, proyectada desde la eternidad por Dios Padre en su designio de amor, es el cumplimiento de la creación, y hace posible a toda criatura, en Cristo y por medio de él, ser colmada de gracia, y alabar y dar gloria a Dios en la eternidad. Duns Escoto, aun consciente de que, en realidad, a causa del pecado original, Cristo nos redimió con su pasión, muerte y resurrección, confirma que la encarnación es la obra mayor y más bella de toda la historia de la salvación, y que no está condicionada por ningún hecho contingente, sino que es la idea original de Dios de unir finalmente toda la creación consigo mismo en la persona y en la carne del Hijo.

Fiel discípulo de san Francisco, a Duns Escoto le gustaba contemplar y predicar el misterio de la pasión salvífica de Cristo, expresión del amor inmenso de Dios, el cual comunica con grandísima generosidad fuera de sí los rayos de su bondad y de su amor. Y este amor no se revela sólo en el Calvario, sino también en la santísima Eucaristía, de la que Duns Escoto era devotísimo, y a la que contemplaba como el sacramento de la presencia real de Jesús y de la unidad y la comunión que impulsa a amarnos los unos a los otros y a amar a Dios como el Sumo Bien común.

Queridos hermanos y hermanas, esta visión teológica, fuertemente «cristocéntrica», nos abre a la contemplación, al estupor y a la gratitud: Cristo es el centro de la historia y del cosmos, es quien que da sentido, dignidad y valor a nuestra vida.

No sólo el papel de Cristo en la historia de la salvación, sino también el de María es objeto de la reflexión del Doctor sutil. En los tiempos de Duns Escoto la mayoría de los teólogos oponía una objeción, que parecía insuperable, a la doctrina según la cual María santísima estuvo exenta del pecado original desde el primer instante de su concepción: de hecho la universalidad de la redención que realiza Cristo, a primera vista, podía parecer comprometida por una afirmación semejante, como si María no hubiera necesitado a Cristo y su redención. Por esto, los teólogos se oponían a esta tesis.

Duns Escoto, para que se comprendiera esta preservación del pecado original, desarrolló un argumento que más tarde adoptará también el beato papa Pío IX en 1854, cuando definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de María. Y este argumento es el de la «redención preventiva», según el cual la Inmaculada Concepción representa la obra maestra de la redención realizada por Cristo, porque precisamente el poder de su amor y de su mediación obtuvo que la Madre fuera preservada del pecado original. Por tanto, María es totalmente redimida por Cristo, pero ya antes de la concepción. Los franciscanos, sus hermanos, acogieron y difundieron con entusiasmo esta doctrina, y otros teólogos -a menudo con juramento solemne- se comprometieron a defenderla y a perfeccionarla.

Al respecto, quiero poner de relieve un dato que me parece importante. Teólogos de valía, como Duns Escoto acerca de la doctrina sobre la Inmaculada Concepción, han enriquecido con su específica contribución de pensamiento lo que el pueblo de Dios ya creía espontáneamente sobre la Virgen santísima, y manifestaba en los actos de piedad, en las expresiones del arte y, en general, en la vida cristiana. Así, la fe, tanto en la Inmaculada Concepción como en la Asunción corporal de la Virgen, ya estaban presentes en el pueblo de Dios, mientras que la teología todavía no había encontrado la clave para interpretarla en la totalidad de la doctrina de la fe. Por tanto, el pueblo de Dios precede a los teólogos y todo esto gracias a ese sobrenatural sensus fidei, es decir, a la capacidad infusa del Espíritu Santo, que habilita para abrazar la realidad de la fe, con la humildad del corazón y de la mente. En este sentido, el pueblo de Dios es «magisterio que precede», y que después la teología debe profundizar y acoger intelectualmente.

Queridos hermanos y hermanas, el beato Duns Escoto nos enseña que lo esencial en nuestra vida es creer que Dios está cerca de nosotros y nos ama en Jesucristo y, por tanto, cultivar un profundo amor a él y a su Iglesia. De este amor nosotros somos testigos en esta tierra. Que María santísima nos ayude a recibir este infinito amor de Dios del que gozaremos plenamente, por la eternidad, en el cielo, cuando finalmente nuestra alma se unirá para siempre a Dios, en la comunión de los santos.

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ESENCIA Y UNICIDAD DE LA CARIDAD
De la «Ordinatio», del beato Juan Duns Escoto

La caridad es la virtud por la que amamos a Dios. Puede amarse a Dios con un amor exclusivo y sin querer tener ningún co-amante (a la manera que un hombre celoso y enamorado de su mujer no quiere que ésta sea amada por otros). Pero tal actitud no sería ni ordenada ni perfecta.

Ciertamente no sería ordenada, porque Dios, que es un bien común, no quiere ser un bien exclusivo de nadie; ni conforme a la recta razón, nadie debe apropiarse de este bien común. Por eso, el amor que tienda a este común bien como si fuera un bien propio en exclusiva, que no debe ser amado y poseído simultáneamente por otros, sería un amor desordenado.

Sería, además, una actitud imperfecta, pues quien ama con perfección quiere que aquel a quien ama sea amado por los otros. Por eso, al infundir Dios esta virtud, por la cual el alma tiende a Él de manera ordenada y perfecta, infunde la virtud de amarle como bien común y, al mismo tiempo, como objeto de amor por parte de otros. Así pues, la virtud de la caridad, que proviene de Dios, induce también a desear que Dios sea amado y querido por otros.

Y del mismo modo que la virtud de la caridad induce a la persona a amar a Dios en sí mismo de manera ordenada y perfecta, así también le induce a querer que Dios sea amado tanto por ella misma cuanto por cualquier otra persona cuya amistad le sea grata.

De ello resulta evidente en qué sentido la virtud de la caridad es una única virtud, porque no tiende en primer término a varios objetos, sino que considera a solo Dios como objeto primario en sí mismo; y, secundariamente, la caridad quiere que todos amen a Dios y, por el amor, Él sea poseído por quienquiera, tal como es en sí, pues en esto consiste el amor perfecto y ordenado. Y, al querer esto así, me amo a mí mismo y amo al prójimo por caridad, al desear que tanto yo como mi prójimo amemos y poseamos por medio de la caridad a Dios en sí mismo.

Por tanto, es evidente que por la virtud de la caridad amo a Dios y quiero que tú ames a Dios. Y esto lo quiero por caridad, pues de acuerdo con esto quiero para ti un bien que te corresponde en justicia.

Y en consecuencia de esto, no se designa al prójimo como segundo objeto de la caridad, sino como objeto totalmente accidental, en cuanto que es alguien que puede amar junto conmigo al Amado, de manera perfecta y ordenada; y lo amo precisamente para que él ame a Dios junto conmigo. Al actuar así, lo amo como accidentalmente, no por él mismo, sino en razón del objeto que quiero que sea co-amado por él. Y queriendo que Dios sea amado por él, le estoy deseando implícitamente el bien: un bien que le corresponde por justicia.

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BEATO JUAN DUNS ESCOTO,
MAESTRO Y GUÍA DE LA ESCUELA FRANCISCANA

De la Carta Apostólica de S. S. Benedicto XVI
con ocasión del VII centenario de su muerte (28-X-2008)

Duns Escoto, uniendo la piedad y la investigación científica, de acuerdo con su invocación: «Que el primer Principio de los seres me conceda creer, gustar y expresar todo lo que sea grato a su majestad y que eleve nuestra mente a su contemplación», con su fino ingenio penetró tan profundamente en los secretos de la verdad natural y revelada, y formuló una doctrina tan elevada, que fue llamado «Doctor de la Orden», «Doctor sutil» y «Doctor mariano», llegando a ser maestro y guía de la escuela franciscana, luz y ejemplo para todo el pueblo cristiano.

Por tanto, deseo invitar a los estudiosos y a todos, creyentes y no creyentes, a seguir el itinerario y el método que Escoto recorrió para establecer la armonía entre fe y razón, al definir de tal manera la naturaleza de la teología que exaltaba constantemente la acción, el influjo, la práctica, el amor, más que la pura especulación. Al llevar a cabo este trabajo, se dejó guiar por el Magisterio de la Iglesia y por un sano sentido crítico con respecto al crecimiento en el conocimiento de la verdad, y estaba convencido de que la ciencia tiene valor en la medida en que se lleve a la práctica.

Muy firme en la fe católica, se esforzó por comprender, explicar y defender la verdad de la fe a la luz de la razón humana. Por eso, lo único que pretendió fue demostrar la armonía de todas las verdades, naturales y sobrenaturales, que brotan de una única fuente.

Al lado de la Sagrada Escritura, divinamente inspirada, se sitúa la autoridad de la Iglesia. Duns Escoto parece seguir el dicho de san Agustín: «No creería en el Evangelio, si antes no creyera en la Iglesia». En efecto, nuestro doctor a menudo pone de relieve la autoridad suprema del Sucesor de Pedro. Decía: «Aunque el Papa no pueda dispensar del derecho natural y divino, pues su poder es inferior a ambos, al ser el Sucesor de Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, tiene la misma autoridad que tuvo Pedro».

Por consiguiente, la Iglesia católica, que tiene como cabeza invisible a Cristo mismo, el cual dejó como vicarios a san Pedro y sus sucesores, guiada por el Espíritu de verdad, es custodia auténtica del depósito revelado y regla de la fe. La Iglesia es criterio firme y estable de la canonicidad de la Sagrada Escritura pues «es ella la que estableció de forma autorizada cuáles son los libros que forman el canon de la Biblia».

En otro lugar afirma que «las Escrituras han sido expuestas con el mismo Espíritu con el que fueron escritas, y así se debe considerar que la Iglesia católica las presentó con el mismo Espíritu con que se ha transmitido la fe, es decir, instruida por el Espíritu de verdad».

Después de probar con diversos argumentos, tomados de la razón teológica, el hecho mismo de que la santísima Virgen María fue preservada del pecado original, estaba completamente dispuesto a renunciar incluso a esta convicción, si no estuviera en sintonía con la autoridad de la Iglesia, diciendo: «Si no se opone a la autoridad de la Iglesia o a la autoridad de la Escritura, parece probable que se debe atribuir a María lo que es más excelente».

El primado de la voluntad pone de manifiesto que Dios es ante todo caridad. Duns Escoto tiene presente esta caridad, este amor, cuando quiere reconducir la teología a una sola expresión, es decir, a la teología práctica. Según su pensamiento, al ser Dios «formalmente amor y formalmente caridad», irradia con grandísima generosidad fuera de sí los rayos de su bondad y de su amor. Y, en realidad, por amor Dios «nos ha elegido antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor, predestinándonos para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo» (Ef 1,4-5).

El beato Juan, fiel discípulo de san Francisco de Asís, contempló y predicó asiduamente la encarnación y la pasión salvífica del Hijo de Dios. Pero la caridad o el amor de Cristo no sólo se manifiesta de modo especial en el Calvario, sino también en el santísimo sacramento de la Eucaristía, sin el cual «desaparecería toda piedad en la Iglesia, y no se podría tributar a Dios el culto de latría, salvo por la veneración del mismo sacramento». Además, la Eucaristía es sacramento de unidad y de amor; nos impulsa a amarnos mutuamente y a amar a Dios como bien común, que debe ser amado también por los demás.

Y del mismo modo que este amor, esta caridad, fue el inicio de todo, así también sólo en el amor y en la caridad estará nuestra felicidad: «El querer, o la voluntad amorosa, es simplemente la vida eterna, feliz y perfecta».

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