DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 7 DE NOVIEMBRE

 

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SANTOS JACINTO CASTAÑEDA Y VICENTE LE QUANG LIEM. Jacinto nació en Játiva (Valencia) el año 1743, y muy joven entró en la Orden de Predicadores. Pidió y obtuvo ser enviado a las misiones de Asia. Embarcó en Cádiz en 1761, descansó algún tiempo en México y llegó a las islas Filipinas en 1762; allí completó los estudios y recibió la ordenación sacerdotal. Predicó el Evangelio en China hasta que, apresado y expulsado, tuvo que regresar a Macao, de donde pasó, en 1770, a Vietnam. Le encomendaron la atención de unos 14.000 cristianos en unas sesenta iglesias; desarrollaba su apostolado sobre todo por la noche. Lo detuvieron cuando fue a atender a un enfermo. Vicente era vietnamita y nació en 1731; estudió con los dominicos españoles en Manila para prepararse al sacerdocio, y acabó ingresando en la Orden de Predicadores. Fue enviado a evangelizar a sus compatriotas. Cuando cumplía su misión, lo apresaron y en la cárcel se encontró con el P. Castañeda que había sido detenido antes. Después de sufrir diversos tormentos, fueron condenados a muerte y decapitados en Hanoi (Vietnam) el 7 de noviembre de 1773.- Oración: Dios todopoderoso, que confirmaste con el triunfo del martirio la vida consagrada de tus siervos Jacinto y Vicente; te rogamos que, por su intercesión, aumente nuestro compromiso de anunciar el Evangelio, y gocemos, con tus santos, de la felicidad eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

BEATO ELOY DE ORIHUELABEATO ELOY DE ORIHUELA. Nació en Orihuela (Alicante) en 1876. Ingresó primero en el seminario de Orihuela y luego pasó a la Orden capuchina, en la que hizo la primera profesión en 1892. Recibió la ordenación sacerdotal en 1899. Fue profesor de filosofía, colaborador de las revistas de su provincia, y desempeñó muchos cargos de importancia: superior regular de la Custodia de Bogotá y de la misión de Guajira, secretario y colaborador de su tío el obispo de Santa Marta (Colombia), superior de casi todos los conventos de su provincia. Estuvo en Orihuela hasta que en julio de 1936 los milicianos cerraron el convento y los religiosos se dispersaron. El P. Eloy se retiró a la casa de su hermano José. El 7 de noviembre de 1936, los milicianos lo detuvieron y le hicieron subir a un coche con el pretexto de llevarle a Alicante, pero llegados al barranco Amorós, término municipal de Crevillente (Alicante), le hicieron bajar y lo martirizaron cruelmente. Beatificado el 13-X-2013. [Más información]

Beatos Alfredo Fanjul Acebal y 4 compañeros mártires, Dominicos. Detenidos en diferentes momentos y lugares, fueron a parar a la cárcel Modelo de Madrid muchos sacerdotes, religiosos y seglares a causa de su fe. Entre ellos se encontraban estos cinco mártires. El 7-XI-1936 los llevaron en una saca masiva a Paracuellos de Jarama (Madrid) y los fusilaron. Alfredo Fanjul nació en Oviedo el año 1867, profesó en 1883 y fue ordenado sacerdote en 1890. Maestro en teología, preparaba bien las clases. Ocupó cargos de gobierno. Lo detuvieron siendo prior del convento madrileño del Olivar. En la cárcel ejerció el ministerio de la confesión entre los reclusos, que se confortaban mutuamente en la oración compartida. Juan Mendibelzúa nació en Bilbao el año 1878, profesó en 1894 y recibió la ordenación sacerdotal en 1902. Tenía dotes especiales para la música y el canto, era organista y compositor. Buen religioso, bondadoso y apacible, de buen humor y servicial. Celebraba alguna vez la misa en el oratorio particular del presidente de la República, Alcalá Zamora. Residía en el convento del Olivar. Vicente Rodríguez nació en Bárcena, Navelgas (Asturias) en 1897, profesó en 1915 y fue ordenado sacerdote en 1922. Muy pronto partió para México; cuando la persecución religiosa de P. E. Calles lo expulsó del país, marchó a Estados Unidos. Era voluntarioso y caritativo, buen predicador, amante de la pobreza. Estaba destinado en la comunidad del Olivar. Isabelino Carmona nació en Pajares de la Laguna (Salamanca) en 1908, profesó en 1925 y fue ordenado sacerdote en 1932. Su único destino fue el convento de Atocha en Madrid. Fue director de la juventud de Acción Católica y puso gran empeño en su formación espiritual y litúrgica. Fue un religioso íntegro, callado, respetuoso, de muy buenas cualidades intelectuales. José Delgado nació en Becerril de Campos (Palencia) en 1917. Tomó el hábito y comenzó el noviciado en Almagro (Ciudad Real) el 8-IX-1935, pero se lo interrumpió el cierre del convento. Lo detuvieron allí y lo trasladaron a la cárcel Modelo de Madrid. Era alegre, estudioso, muy dotado intelectualmente, piadoso.

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San Amaranto. Sufrió el martirio en Albi (Francia) en el siglo III.

San Atenodoro. Nació en Neocesarea del Ponto (Turquía) a principios del siglo III en el seno de una familia que no era cristiana. Era hermano de san Gregorio Taumaturgo, y los dos hermanos abrazaron la fe de Cristo hacia el año 227. Estudiaron en Beyrut y luego en Cesarea de Palestina, donde fueron discípulos de Orígenes. El año 238, terminada la persecución de Maximino, volvieron al Ponto. La comunidad cristiana, viendo su excelente preparación como predicadores de las Sagradas Escrituras, los eligieron obispos a pesar de su juventud. Atenodoro murió en su ciudad natal el año 304.

San Baldo. Fue obispo de Tours (Francia), y distribuyó en limosnas a los pobres el dinero que le había dejado su predecesor. Murió hacia el año 552.

San Cungaro. De origen bretón, llevó vida eremítica en la región de Somerset (Inglaterra) y fundó un monasterio, en el lugar que luego se llamó Congresbury, del que fue abad. Su vida se desarrolló en el siglo VI.

San Engelberto. Era hijo del conde de Berg y nació en Alemania hacia 1185. Pronto se le fueron acumulando los oficios y beneficios tanto en el ámbito eclesiástico como en el civil. En 1216 fue elegido arzobispo de Colonia. Aunque tuvo que participar activamente en la política, fue un pastor digno y bueno, que vivía austeramente, protegía a los débiles, corregía los vicios y abusos, hacía justicia y era misericordioso. Heredó el condado de Berg y fue regente del Imperio y tutor del príncipe Enrique, al que después coronó. En 1225, cuando iba a consagrar una iglesia, lo asaltaron los sicarios de un noble a quien había corregido, lo malhirieron y murió. El pueblo lo tuvo por santo y mártir.

San Florencio. En Estrasburgo (Francia), conmemoración de san Florencio, obispo, sucesor de san Arbogasto. Murió hacia el año 693.

San Herculano. Vivió en el siglo VI, tiempo de luchas entre güelfos y gibelinos. Según refiere san Gregorio Magno en sus «Diálogos», Herculano llevaba vida monástica en el monasterio de los Canónigos Regulares de San Agustín, cuando fue elegido obispo de Perusa (Italia). Junto con su pueblo se opuso a la invasión de los godos. Después de tres años de asedio, hacia el 547, las tropas del rey Totila penetraron en la ciudad, capturaron a Herculano, lo desollaron y después lo decapitaron. Enseguida los cristianos lo tuvieron por santo y mártir.

Santos Hierón y compañeros. El año 300 fueron martirizados en Melitene de Armenia san Hierón y otros muchos cristianos.

San Lázaro. Nació en Magnesia el año 968. En su juventud ingresó en un monasterio de Atalía. Después peregrinó a Tierra Santa y se incorporó a la laura de San Sabas, en la que recibió la ordenación sacerdotal. Más tarde volvió a su país y optó por la vida de estilita en el monte Galesio, cercano a Éfeso (Turquía). Vivió muchos años en diversos lugares sobre una columna, cargado además de hierros y cadenas, y contento con sólo pan y agua, y con esta forma de vida tan austera, atrajo a muchos fieles. Murió el año 1054.

San Pedro Wu Guosheng. Nació en Zunyi, provincia de Guizhou en China, y regentaba una posada. Entró en contacto con la misión católica, hizo el catecumenado y se bautizó. Los misioneros, viendo su fervor y el interés que había puesto en su formación, le propusieron que se hiciera catequista. Aceptó, dejó su oficio y se dedicó por completo a la enseñanza del catecismo y a la evangelización; preparó a muchos para el bautismo. Lo acusaron de ser cristiano, él confesó su fe y se negó a apostatar desoyendo amenazas y promesas. Lo condenaron y fue estrangulado en su pueblo el año 1814.

San Prosdócimo. Es considerado como el primer obispo de Padua y como evangelizador de la región de Venecia (Italia). Su vida se sitúa en los primeros siglos cristianos.

San Vicente Grossi. Nació en Pizzighettone (Italia) el año 1845. Estudió en el seminario de Cremona y en 1869 se ordenó de sacerdote. Desde el principio se dedicó a la pastoral parroquial, desarrollando un amplio y fecundo apostolado. Jovial y con sentido del humor, fue para todos un ejemplo de pobreza evangélica, de vida austera, de obediencia al Papa y al Obispo. En 1885 fundó el Instituto de las Hijas del Oratorio, impregnado del espíritu de san Felipe Neri, para la colaboración en la tarea pastoral. Murió en Cremona el año 1917. Canonizado el 18-X-2015.

San Wilibrordo. Nació en el territorio de Northumbria (Inglaterra) el año 658. Se formó en el monasterio de Ripon y a los veinte años pasó a Irlanda, donde se ordenó de sacerdote. En el 690 marchó con otros compañeros a Frisia en los Países Bajos, y de allí a Roma, donde el Papa aprobó su proyecto de misión. El año 695, después de un intenso apostolado, volvió a Roma y el papa Sergio I lo nombró arzobispo de Utrecht y lo consagró. Evangelizó los pueblos de Holanda y Dinamarca, fundó sedes episcopales y monasterios, organizó su diócesis, vivió en comunidad con su clero. Anciano y enfermo, se retiró al monasterio que había fundado en Echternach (Luxemburgo), y allí murió el año 739.

Beato Antonio Baldinucci. Nació en Florencia el año 1665. En 1681 entró en el noviciado romano de los jesuitas. Hecha la profesión y ordenado de sacerdote, él deseaba que lo enviaran a las misiones extrajeras, pero los superiores lo dedicaron a la predicación popular por los pueblos de la campiña romana y de la diócesis de Frascati. Fue un apóstol incansable que, con su palabra y el ejemplo de su vida, edificó a todos y convirtió a muchos. Se dedicó asiduamente a oír confesiones. También mostró tener una gran capacidad como hombre de paz y de reconciliación. Para dar continuidad a sus misiones estableció en muchos lugares las congregaciones marianas e inculcó la devoción a la Virgen. Murió en Pofi (Lazio, Italia) el año 1717.

Beato Francisco Esteban Lacal y 22 compañeros mártires. El 17 de diciembre de 2011 fueron beatificados en Madrid 23 mártires de la persecución religiosa de 1936 en España. De ellos, 22 eran Misioneros Oblatos de María Inmaculada y pertenecían a la comunidad de Pozuelo de Alarcón (Madrid), en la que abundaban los jóvenes estudiantes; a ellos se unió en el martirio el seglar Cándido Castán San José, casado y padre de familia, muy conocido en el pueblo de Pozuelo por su claro testimonio católico. El grupo está encabezado por el P. Francisco Esteban Lacal, que era el superior provincial. Todos fueron detenidos y asesinados sin proceso ni pruebas ni posibilidad de defenderse, por causa de su fe, y murieron perdonando. Fueron fusilados por grupos en tres fechas: 8 en Pozuelo el 24 de julio, 2 en Paracuellos y Soto de Aldovea el 7 de noviembre, y 13 el 28 de noviembre en Paracuellos. Estos son los 2 martirizados el 7 de noviembre de 1936: José Vega Riaño, nacido el año 1904 en Siero de la Reina (León), asesinado en Paracuellos de Jarama, y Serviliano Riaño Herrero, nacido el año 1916 en Prioro (León), asesinado en Soto de Aldovea.

Beato Manuel Martín Pérez. Nació en Encinasola de los Comendadores (Salamanca) en 1904, ingresó en los Salesianos y emitió los votos temporales como candidato al sacerdocio el año 1923. Después de los cursos de filosofía, fue destinado a Astudillo y Madrid para el trienio de prácticas. Se distinguió por su bondad y su espíritu de sacrificio. Al llegar la persecución religiosa, vivió escondido hasta que, a mediados de octubre, fue arrestado y encarcelado en Madrid. Fue martirizado entre el 6 y el 8 de noviembre de 1936 en Paracuellos de Jarama (Madrid).

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada» (Lc 10,28-42).

Pensamiento franciscano:

Dice san Francisco en su Regla: «Todos los hermanos aplíquense a sudar en la realización de buenas obras, porque está escrito: Haz siempre algo bueno, para que el diablo te encuentre ocupado. Y de nuevo: La ociosidad es enemiga del alma. Por eso, los siervos de Dios deben perseverar siempre en la oración o en alguna obra buena» (1 R 7,10-12).

Orar con la Iglesia:

Oremos confiadamente al Dios de la salvación, que siempre nos acoge como hijos y nos ayuda a cumplir su voluntad.

-Por la Iglesia, que ha recibido la Palabra y, como María, la misión de dar a luz a Cristo; para que sepa hacerlo crecer en el corazón y en la vida de los creyentes.

-Por los pobres, los enfermos, los marginados, los desatendidos; para que encuentren en los demás solidaridad, amor, compresión y ayuda.

-Por los que tenemos la dicha de celebrar los misterios de Cristo con paz y alegría; para que llenemos las fiestas de sentido cristiano y de convivencia fraterna.

-Por los que invocamos a María como Madre de Cristo y madre nuestra; para que mostremos su rostro de amor y ternura a los que no creen.

Oración: Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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«LECTIO DIVINA» O «LECTURA ESPIRITUAL»
DE LA SAGRADA ESCRITURA

Benedicto XVI, Ángelus del día 6 de noviembre de 2005

Queridos hermanos y hermanas:

El 18 de noviembre de 1965 el concilio ecuménico Vaticano II aprobó la Constitución dogmática Dei Verbum, sobre la divina revelación, que constituye uno de los pilares de todo el edificio conciliar. Este documento trata de la Revelación y de su transmisión, de la inspiración y de la interpretación de la sagrada Escritura y de su importancia fundamental para la vida de la Iglesia.

Recogiendo los frutos de la renovación teológica precedente, el Vaticano II pone en el centro a Cristo, presentándolo como «mediador y plenitud de toda la Revelación» (n. 2). En efecto, el Señor Jesús, Verbo hecho carne, muerto y resucitado, realizó la obra de salvación, por medio de gestos y palabras, y manifestó plenamente el rostro y la voluntad de Dios, de modo que hasta su vuelta gloriosa no se debe esperar ninguna nueva revelación pública (cf. n. 3).

Los Apóstoles y sus sucesores, los obispos, son los depositarios del mensaje que Cristo encomendó a su Iglesia, para que se transmitiera íntegro a todas las generaciones. La sagrada Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento y la sagrada Tradición contienen este mensaje, cuya comprensión progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo. Esta misma Tradición permite conocer el canon íntegro de los Libros sagrados y hace que se comprendan correctamente y sean operantes; así, Dios, que habló a los patriarcas y a los profetas, no cesa de hablar a la Iglesia y, por medio de ella, al mundo (cf. n. 8).

La Iglesia no vive de sí misma, sino del Evangelio; y en su camino se orienta siempre según el Evangelio. La Constitución conciliar Dei Verbum ha dado un fuerte impulso a la valoración de la palabra de Dios; de allí ha derivado una profunda renovación de la vida de la comunidad eclesial, sobre todo en la predicación, en la catequesis, en la teología, en la espiritualidad y en las relaciones ecuménicas. En efecto, la palabra de Dios, por la acción del Espíritu Santo, guía a los creyentes hacia la plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13).

Entre los múltiples frutos de esta primavera bíblica me complace mencionar la difusión de la antigua práctica de la lectio divina, o «lectura espiritual» de la sagrada Escritura. Consiste en reflexionar largo tiempo sobre un texto bíblico, leyéndolo y releyéndolo, casi «rumiándolo», como dicen los Padres, y exprimiendo, por decirlo así, todo su «jugo», para que alimente la meditación y la contemplación y llegue a regar como linfa la vida concreta. Para la lectio divina es necesario que la mente y el corazón estén iluminados por el Espíritu Santo, es decir, por el mismo que inspiró las Escrituras; por eso, es preciso ponerse en actitud de «escucha devota».

Esta es la actitud típica de María santísima, como lo muestra emblemáticamente el icono de la Anunciación: la Virgen acoge al Mensajero celestial mientras medita en las sagradas Escrituras, representadas generalmente por un libro que María tiene en sus manos, en su regazo o sobre un atril. Esta es también la imagen de la Iglesia que ofrece el mismo Concilio en la constitución Dei Verbum: «Escucha con devoción la palabra de Dios...» (n. 1). Oremos para que, como María, la Iglesia sea dócil esclava de la Palabra divina y la proclame siempre con firme confianza, de modo que «todo el mundo, (...) oyendo crea, creyendo espere y esperando ame» (ib.).

[Después del Ángelus] Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española... Al conmemorar el cuarenta aniversario de la Constitución dogmática Dei Verbum, del concilio Vaticano II, sobre la divina revelación, os exhorto a escuchar devotamente la palabra de Dios y a proclamarla con valentía, para que todo el mundo crea, creyendo espere y esperando ame.

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NO SABEMOS PEDIR LO QUE NOS CONVIENE
De la carta de san Agustín a Proba (130,14,25-26)

Quizá me preguntes aún por qué razón dijo el Apóstol que no sabemos pedir lo que nos conviene, siendo así que podemos pensar que tanto el mismo Pablo como aquellos a quienes él se dirigía conocían la oración dominical.

Porque el Apóstol experimentó seguramente su incapacidad de orar como conviene, por eso quiso manifestarnos su ignorancia; en efecto, cuando, en medio de la sublimidad de sus revelaciones, le fue dado el aguijón de su carne, el ángel de Satanás que lo apaleaba, desconociendo la manera conveniente de orar, Pablo pidió tres veces al Señor que lo librara de esta aflicción. Y oyó la respuesta de Dios y el porqué no se realizaba ni era conveniente que se realizase lo que pedía un hombre tan santo: Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad.

Ciertamente, en aquellas tribulaciones que pueden ocasionarnos provecho o daño no sabemos cómo debemos orar; pues como dichas tribulaciones nos resultan duras y molestas y van contra nuestra débil naturaleza, todos coincidimos naturalmente en pedir que se alejen de nosotros. Pero, por el amor que nuestro Dios y Señor nos tiene, no debemos pensar que si no aparta de nosotros aquellos contratiempos es porque nos olvida; sino más bien, por la paciente tolerancia de estos males, esperemos obtener bienes mayores, y así la fuerza se realiza en la debilidad. Esto, en efecto, fue escrito para que nadie se enorgullezca si, cuando pide con impaciencia, es escuchado en aquello que no le conviene, y para que nadie decaiga ni desespere de la misericordia divina si su oración no es escuchada en aquello que pidió y que, posiblemente, o bien le sería causa de un mal mayor o bien ocasión de que, engreído por la prosperidad, corriera el riesgo de perderse. En tales casos, ciertamente, no sabemos pedir lo que nos conviene.

Por tanto, si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la nuestra. De ello nos dio ejemplo aquel divino Mediador, el cual dijo en su pasión: Padre, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz, pero, con perfecta abnegación de la voluntad humana que recibió al hacerse hombre, añadió inmediatamente: Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Por lo cual, entendemos perfectamente que por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

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CONTEMPLACIÓN Y ACCIÓN:
¿BINOMIO DISYUNTIVO O CONJUNTIVO?

por Lázaro Iriarte, OFMCap

El problema de unir la quietud enriquecedora del espíritu con el dinamismo apostólico o simplemente con las atenciones exteriores, ha existido siempre en la historia de la espiritualidad, pero se ha agudizado en nuestro tiempo debido a la cultura de la acción y del efectismo y, también, a la multiplicidad de los frentes apostólicos y de los medios técnicos de evangelización. Hasta hubo quien dio la alarma, a principios del siglo XX, sobre la «herejía de la caridad».

Tan irracional sería cerrarse a la caridad apostólica, con el pretexto de que entra en juego el ejercicio de la oración, como sacrificar ésta para responder a las exigencias de aquélla. Cuando la oración es auténtica, es decir, experiencia de fe y diálogo amoroso con Dios, no hay peligro de que degenere en aislamiento egoísta; se integra en la realidad, se encarna, y ella misma ayuda a discernir la medida y el modo de conciliar el retiro con la actividad. Asimismo, cuando la acción externa es verdadero apostolado, o sea urgencia del amor de Cristo (cf. 2 Cor 5,14), impulso a compartir con los demás la riqueza del don experimentado y genuino celo de hacer el bien, sabe hacer frente a la tentación del activismo para tonificar el espíritu.

Hemos meditado cómo armonizó Jesús sus campañas de anuncio de la palabra y de curaciones con los largos paréntesis de desierto en coloquio con el Padre. San Pablo, que sentía pesar sobre él la urgencia de llenar el mundo con su mensaje y la responsabilidad de las iglesias (cf. 2 Cor 11,28), fue un contemplativo de grandes experiencias místicas.

San Francisco no era activo por temperamento. Gustosamente hubiera empleado su vida, como la hermana Clara, en la soledad entregado a la contemplación del sumo Bien. Hasta llegó a pasar una verdadera crisis que superó recurriendo a santa Clara y al hermano Silvestre para que le ayudaran a discernir, con luz superior, cuál era la voluntad de Dios; y fueron ellos, dos contemplativos, quienes le dieron la respuesta: «Es voluntad de Dios que sigas yendo por el mundo predicando, ya que él no te ha elegido para ti solo, sino también para la salvación de otros» (Flor 16; LM 12,2).

Francisco estaba persuadido de que los dones de Dios son diferentes y respetaba la «gracia» que poseía cada hermano: uno tenía la gracia del silencio, otro la del servicio a los hermanos, otro la del trabajo... A los que, como Silvestre, demostraban poseer la gracia de la contemplación daba rienda libre para que vivieran retirados habitualmente; pero sabía que otros no la tenían en tanto grado, como fray Rufino, el primo de santa Clara, que «hacía del trabajo oración» (EP 85). En su Regla decía Francisco: «Los hermanos a quienes el Señor ha dado la gracia de trabajar, trabajen fiel y devotamente, de tal suerte que, desechando la ociosidad, enemiga del alma, no apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, al cual las demás cosas temporales deben servir» (2 R 5,1-2).

Para lograr el justo equilibrio entre la tendencia a la soledad fecunda y la vocación de «ir por el mundo» con el mensaje de conversión y de paz, Francisco inventó el eremitorio. No se trata de huir del consorcio humano en busca de la paz del anacoreta, sino de un retiro temporal, en lugares agrestes pero amenos, donde el susurro de la naturaleza haga más amable el silencio, con el fin de refocilar el espíritu, conceder distensión al hermano cuerpo y experimentar la intimidad fraterna en clima de fe. Más tarde, las sucesivas reformas franciscanas recobrarían el eremitorio para redescubrir, en el retiro, los valores fundamentales de la propia vocación.

Y hoy se lo busca de nuevo con la esperanza de restablecer la difícil armonía entre las exigencias del espíritu y los apremios de la acción. La dificultad está en saber liberarse para esos «tiempos fuertes» de interioridad y de plenitud, haciéndolos entrar en el proyecto comunitario y personal.

[L. Iriarte, Ejercicios espirituales, Valencia 1998, pp. 101-103]

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