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DÍA 3 DE NOVIEMBRE
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* * * San Berardo de los Marsos. Hijo de los condes de los Marsos, nació en Pescina (Abruzzo, Italia) el año 1079. Estuvo varios años en el monasterio benedictino de Montecasino, hasta que, el año 1102, el papa Pascual II lo llamó a Roma. En 1109 fue consagrado obispo de los Marsos, y su programa pastoral se inspiró en los ideales de Gregorio VII: combatió la simonía y el concubinato de los clérigos, dio ejemplo de vida pura y austera, de celo apostólico y de caridad con los pobres, defendió la libertad de la Iglesia y redimió cautivos. Murió en Pescina el año 1130. San Ermengol (o Armengol). Fue uno de los obispos preclaros que trataron de restablecer la Iglesia en las tierras de la diócesis de Urgel (España) rescatadas del yugo de los sarracenos. Puso en marcha la construcción de la catedral e introdujo la vida regular de los canónigos. Para bien de sus fieles emprendió la construcción de un puente sobre el río Segre, y cuando trabajaba él mismo en la obra, resbaló de lo alto y se fracturó el cráneo contra las piedras, por lo que murió. Era el año 1035. Santos Germán, Teófilo y Cirilo. Sufrieron el martirio en Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía, en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana. San Guenael. Abad del monasterio de Landévennec (Bretaña, Francia). Murió el año 550. Santa Ida. Monja reclusa que vivió junto al monasterio de Fischingen, en Suiza, y murió el año 1226. San Juanicio. Nació en Maricata de Bitinia (Turquía) el año 754. De joven se dedicó al pastoreo y después se alistó en el ejército imperial, en el que permaneció más de veinte años. Durante algún tiempo aceptó la herejía iconoclasta, de la que luego se apartó. Tenía ya cuarenta años cuando se consagró a la vida solitaria en distintos monasterios del Monte Olimpo. Solía terminar la oración con estas palabras: «Dios es mi esperanza, Cristo mi refugio, el Espíritu Santo mi protector». Murió en el monasterio de Antidion (Bitinia) el año 846. San Libertino. Obispo y mártir de Agrigento (Sicilia) a finales del siglo III o comienzos del siglo IV. Santa Odrada. Fue una virgen del siglo XI, cuya memoria se celebra en Alem (Holanda). San Pápulo. Fue misionero y mártir en la región de Lauragais (Francia) a finales del siglo III o principios del siglo IV. San Pedro Francisco Néron. Nació en Bornay, en el Jura (Francia), el año 1820. A los 18 años comenzó los estudios de la carrera sacerdotal y, en 1846, ingresó en el Seminario de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París. Ordenado de sacerdote en 1848, lo destinaron a las misiones del Tonkín, donde se entregó al apostolado y a la formación de los seminaristas. Lo detuvieron en agosto de 1860. Lo tuvieron encerrado tres meses en una jaula y lo maltrataron con crueldad, hizo un largo ayuno y finalmente lo decapitaron el 3 de noviembre de 1860 en la fortaleza Xa Doai (Vietnam), en tiempo del emperador Tu Duc. San Pirmino. Obispo y abad benedictino de Reichenau o Augia Dives, que evangelizó a los alamanes y a los bávaros, fundó muchos monasterios y escribió un libro para sus discípulos sobre la manera de catequizar a los incultos. Murió el año 753 en el monasterio de Hornbach, junto a Estrasburgo. Santa Silvia, madre del papa san Gregorio Magno, que la recuerda en sus escritos como una mujer que alcanzó la cima de la oración y de la penitencia, y que fue un magnífico ejemplo para los demás. Murió en Roma poco después del año 592. Santos Valentín e Hilario. El primero era sacerdote y el segundo diácono, y los dos fueron martirizados en Viterbo (Italia) en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana. Beata Alpaide. Nació en Cudot, región de Sens (Francia), y desde pequeña fue maltratada y luego abandonada por sus padres. Después vivió recluida en una pequeña celda hasta que, ya anciana, murió el año 1211. Beato Ángel Hipólito Pablos. Nació en El Burgo Ranero (León) en 1903. Tomó el hábito marista en 1918 y emitió los primeros votos el año siguiente. Tuvo varios destinos hasta llegar en agosto de 1933 al colegio San José de la calle Fuencarral de Madrid. Allí siguió cursos de ciencias naturales en la Universidad a la vez que daba clases en el colegio. El 15-VIII-1936 lo detuvieron junto al Hno. Julián y otro marista, y los llevaron a la cárcel de Ventas, en la que soportó en silencio y con entereza muchas calamidades. El 3 de noviembre de 1936 lo asesinaron, junto a otros presos, en el cementerio de Aravaca (Madrid), mientras gritaba: “¡Viva Cristo Rey!”. Beatificado el 13-X-2013. Beato Cirilo Pedro Manrique Arnáiz. Nació en Monasterio de Rodilla (Burgos) el año 1909. En 1925 ingresó en el noviciado de Fortianell, de los Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle). Ejerció su ministerio en Benicarló, Cambrils y Barcelona. En 1933 lo destinaron a su Procuraduría con el H. Crisóstomo, con el que mantuvo contactó durante la dispersión por la persecución religiosa. El 3 de noviembre de 1936 fue detenido por milicianos que lo fusilaron aquel mismo día en Vallvidriera (Barcelona). Beatos Crisóstomo Llorach Bretó, Cándido Alberto Ruiz de la Torre y Leónides Colóm González. Tres Hermanos de las Escuelas Cristianas (La Salle). Al comenzar la persecución religiosa, tuvieron que dispersarse, pero mantenían encuentros esporádicos. El 2 de noviembre de 1936 los detuvieron junto con dos colaboradores seglares. Se llevaron a los cinco y ya no se supo nada de ellos hasta el día 6, en que los cuerpos fueron reconocidos en el depósito de cadáveres, con una nota que decía: "Cadáveres encontrados en Vallvidriera" (Barcelona). Crisóstomo nació en Benicarló (Castellón) en 1881. A los 17 años dejó el seminario de Tortosa para ingresar en el noviciado de los Hermanos. Trabajó en distintos colegios de Cataluña y ocupó cargos de responsabilidad. Cándido Alberto nació en Fresno de Rodilla (Burgos) en 1906. Terminado el noviciado y el escolasticado, ejerció su actividad apostólica en Barcelona y Tarragona. En 1935 lo enviaron a su Procuraduría, junto al H. Crisóstomo. Leónides nació en Santa Magdalena de Pulpis (Castellón) en 1887. Tomó el hábito en 1903. Desarrolló su ministerio en varios colegios catalanes. En 1933 pasó como director a Santa Coloma de Farnés, y allí lo sorprendió la persecución. Beato Simón Balacchi. Nació en Santarcangelo, junto a Rímini (Italia), el año 1240, de familia noble. Desde joven se enroló en la vida militar, pero a los 27 años cambió el rumbo de su vida e ingresó en los dominicos de Rímini como hermano lego. Ejerció humildes tareas domésticas y se dedicó sobre todo al cuidado del huerto. Fue un religioso observante y penitente, tanto que los superiores tuvieron que moderar sus excesos. Ayudaba a los demás hermanos y daba a todos ejemplo de humildad y laboriosidad. Tenía una vida interior muy intensa y el Señor lo recreó con éxtasis y apariciones. Murió en Rímini el año 1319. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Decía san Pablo a los Corintios: «El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta» (1 Cor 13,4-7). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco en su Regla: «Todos mis hermanos pueden anunciar esta exhortación y alabanza, entre cualesquiera hombres, con la bendición de Dios: "Temed y honrad, alabad y bendecid, dad gracias y adorad al Señor Dios omnipotente en Trinidad y Unidad, Padre e Hijo y Espíritu Santo, creador de todas las cosas"» (1 R 21,1-2). Orar con la Iglesia: Oremos a Dios Padre que bendiga en toda circunstancia a su pueblo santo, edificado sobre el cimiento de los apóstoles. -Padre santo, tu Hijo resucitado se apareció a los apóstoles para hacerlos sus testigos, haz que también nosotros demos testimonio de Cristo. -Padre santo, que enviaste a tu Hijo al mundo para dar la Buena Noticia a los pobres, haz que sepamos proclamar el Evangelio a toda criatura, en especial a los más pobres y necesitados. -Tú que enviaste a tu Hijo a sembrar la semilla de tu palabra, haz de nosotros la tierra buena que la acoja y dé mucho fruto. -Tú que enviaste a tu Hijo para que reconciliara el mundo contigo, haz que nosotros cooperemos a la reconciliación de los hombres. Oración: Señor, Dios nuestro, concédenos participar en la muerte y resurrección de tu Hijo, para que merezcamos llegar a contemplarle en el esplendor de tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * LA VIDA
ETERNA Queridos hermanos y hermanas: Hoy, 1 de noviembre, celebramos la solemnidad de Todos los Santos y mañana conmemoraremos a los fieles difuntos. Estas dos fiestas litúrgicas, muy arraigadas, nos brindan una singular oportunidad de meditar sobre la vida eterna. El hombre moderno, ¿espera aún esta vida eterna, o considera que pertenece a una mitología ya superada? En nuestro tiempo, más que en el pasado, las personas están tan absorbidas por las cosas terrenas, que a veces les resulta difícil pensar en Dios como protagonista de la historia y de nuestra vida misma. Pero la existencia humana, por su naturaleza, tiende a algo más grande, que la trascienda; es irrefrenable en el ser humano el anhelo de justicia, de verdad, de felicidad plena. Ante el enigma de la muerte muchos sienten un ardiente deseo y la esperanza de volver a encontrarse en el más allá con sus seres queridos. También es fuerte la convicción de un juicio final que restablezca la justicia, la espera de una confrontación definitiva en la que a cada uno se le dé lo que le es debido. Pero para nosotros, los cristianos, «vida eterna» no indica sólo una vida que dura para siempre, sino más bien una nueva calidad de existencia, plenamente inmersa en el amor de Dios, que libra del mal y de la muerte, y nos pone en comunión sin fin con todos los hermanos y las hermanas que participan del mismo Amor. Por tanto, la eternidad ya puede estar presente en el centro de la vida terrena y temporal, cuando el alma, mediante la gracia, está unida a Dios, su fundamento último. Todo pasa, sólo Dios permanece. Dice un salmo: «Se consumen mi corazón y mi carne; pero Dios es la Roca de mi corazón y mi lote perpetuo» (Salmo 73,26). Todos los cristianos, llamados a la santidad, son hombres y mujeres que viven firmemente anclados en esta «Roca»; tienen los pies en la tierra, pero el corazón ya está en el cielo, morada definitiva de los amigos de Dios. Queridos hermanos y hermanas, meditemos en estas realidades con el corazón orientado hacia nuestro último y definitivo destino, que da sentido a las situaciones diarias. Reavivemos el gozoso sentimiento de la comunión de los santos y dejémonos atraer por ellos hacia la meta de nuestra existencia: el encuentro cara a cara con Dios. Pidamos que esta sea la herencia de todos los fieles difuntos, no sólo de nuestros seres queridos, sino también de todas las almas, especialmente de las más olvidadas y necesitadas de la misericordia divina. Que la Virgen María, Reina de Todos los Santos, nos guíe para elegir en todo momento la vida eterna, «la vida del mundo futuro», como decimos en el Credo; un mundo ya inaugurado por la resurrección de Cristo, y cuya venida podemos apresurar con nuestra conversión sincera y con las obras de caridad. [Después del Ángelus] Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. Queridos hermanos, hoy celebramos la belleza de la santidad de Dios, que brilla de modo especial en sus santos. Que la intercesión de la Virgen María nos ayude a vivir en plenitud nuestra vocación de hijos de Dios, identificándonos cada vez más con nuestro Señor Jesucristo. * * * SAN MARTÍN DE
PORRES, «MARTÍN DE LA CARIDAD» Martín nos demuestra, con el ejemplo de su vida, que podemos llegar a la salvación y a la santidad por el camino que nos enseñó Cristo Jesús: a saber, si, en primer lugar, amamos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser; y si, en segundo lugar, amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Él sabía que Cristo Jesús padeció por nosotros y, cargado con nuestros pecados, subió al leño, y por esto tuvo un amor especial a Jesús crucificado, de tal modo que al contemplar sus atroces sufrimientos, no podía evitar el derramar abundantes lágrimas. Tuvo también una singular devoción al santísimo sacramento de la Eucaristía, al que dedicaba con frecuencia largas horas de oculta adoración ante el sagrario, deseando nutrirse de él con la máxima frecuencia que le era posible. Además, san Martín, obedeciendo el mandato del divino Maestro, se ejercitaba intensamente en la caridad para con sus hermanos, caridad que era fruto de su fe íntegra y de su humildad. Amaba a sus prójimos, porque los consideraba verdaderos hijos de Dios y hermanos suyos; y los amaba aun más que a sí mismo, ya que, por su humildad, los tenía a todos por más justos y perfectos que él. Disculpaba los errores de los demás; perdonaba las más graves injurias, pues estaba convencido de que era mucho más lo que merecía por sus pecados; ponía todo su empeño en retornar al buen camino a los pecadores; socorría con amor a los enfermos; procuraba comida, vestido y medicinas a los pobres; en la medida que le era posible, ayudaba a los agricultores y a los negros y mulatos, que, por aquel tiempo, eran tratados como esclavos de la más baja condición, lo que le valió, por parte del pueblo, el apelativo de «Martín de la caridad». Este santo varón, que con sus palabras, ejemplos y virtudes impulsó a sus prójimos a una vida de piedad, también ahora goza de un poder admirable para elevar nuestras mentes a las cosas celestiales. No todos, por desgracia, son capaces de comprender estos bienes sobrenaturales, no todos los aprecian como es debido, al contrario, son muchos los que, enredados en sus vicios, los menosprecian, los desdeñan o los olvidan completamente. Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos la dulzura y felicidad que se encuentra en el seguimiento de Jesucristo y en la sumisión a sus divinos mandatos. * * * EL PADRENUESTRO, Venga a nosotros tu reino. En la perspectiva de Jesús, que es la del Padre, los intereses de Dios se centran en el establecimiento de su Reino. El pueblo de Israel venía esperando desde siglos el advenimiento del reino de Dios, meta de las esperanzas mesiánicas. La misión de Jesús es anunciar la llegada de ese reino, abrir las puertas del mismo a los hombres, un reino por cierto muy diferente del que esperaba el pueblo. Este reino está ya presente: es una levadura destinada a hacer fermentar toda la masa, un grano de mostaza que se ha de transformar en un árbol; ese reino inicial es acogido por una pequeña grey de elegidos (Lc 12,32). Se manifiesta, ante todo, en la misma persona de Cristo y se manifestará después por medio de su Iglesia, cuya misión es anunciarlo e instaurarlo en todos los pueblos. Tendrá su consumación en la Jerusalén del cielo. Jesús nos enseña que pidamos la aceleración de la venida de ese reino, en cada uno mediante la santidad de vida, y en el mundo entero como fermento de conversión y de apertura al amor. Francisco lo contempla hecho consoladora realidad en cada alma en gracia y objeto de esperanza en la posesión eterna del sumo Bien:
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. El reino del Padre en realidad se identifica con el designio del Padre, con el éxito del Padre. Jesús proclamará que él ha venido para cumplir la voluntad del Padre y para que, aquí en la tierra, esa santa voluntad se realice como se realiza en el cielo. El querer del Padre es su alimento (Jn 4,34). En la contemplación de Francisco la voluntad de Dios se centra en el máximo precepto del amor a Dios y al prójimo; en efecto, como enseña san Pablo, la plenitud de la ley es el amor (Rom 13,10):
Danos hoy nuestro pan de cada día. En la segunda parte del Padrenuestro Jesús nos ha enseñado a pedir la ayuda divina en las tres necesidades más vitales de toda persona humana: los medios de subsistencia, la paz con Dios y con los demás y la lucha contra el mal. Con el pan pedimos todo cuanto se requiere para una vida digna: alimento, vestido, casa, trabajo, salud, desarrollo personal... Francisco, pobre voluntario que ha dejado en manos del amor providente del Padre el cuidado corporal, piensa más bien en el Pan de vida: la persona de Jesús, su doctrina, su pasión, el alimento eucarístico:
Es la intención que la liturgia insinúa al dar comienzo al rito de la comunión en la misa con la recitación del Padrenuestro. [L. Iriarte, Ejercicios espirituales, Valencia 1998, pp. 91-93] |
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