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DÍA 4 DE NOVIEMBRE
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* * * San Amancio. Primer obispo de Rodez (Aquitania, Francia), en el siglo V. San Emerico (o Enrique). Era hijo de san Esteban, rey de Hungría, y de Gisela, hermana del emperador san Enrique II. Nació a principios del siglo XI y sus padres confiaron su educación al abad y obispo san Gerardo Sagredo. Perdió la vida cerca de Alba Real (Székesfehérvár, Hungría) el año 1031, a consecuencia de un accidente sufrido en una cacería. San Félix de Valois. Llevó durante mucho tiempo vida solitaria en Cerfroid, territorio de Meaux, en Francia. Se le considera compañero de san Juan de Mata en la fundación de la Orden de la Santísima Trinidad, para la redención de los cautivos. Al parecer se dedicó a la formación de los religiosos y murió en Cerfroid el año 1212. Santa Modesta. Fue la primera abadesa del monasterio benedictino de Santa María «ad Horreum» (Öhren) de Tréveris (Alemania). Desde pequeña había sido consagrada a Dios y estuvo espiritualmente muy unida a santa Gertrudis de Nivelles. Murió en la segunda mitad del siglo VII. Santos Nicandro y Hermes. El primero era obispo y el segundo sacerdote, y los dos fueron martirizados en Mira de Licia (Turquía), en el siglo IV. San Perpetuo. Fue obispo de Maastrich, junto al río Mosa, en Brabante (hoy Holanda), y murió el año 620. San Pierio. Sacerdote de Alejandría (Egipto), insigne filósofo y comentador de la Sagrada Escritura. Estuvo al frente de la escuela alejandrina y escribió varios tratados. Destacó por la integridad de vida y por su pobreza voluntaria. Se dedicó a instruir al pueblo fiel con sus comentarios bíblicos y sus explicaciones catequéticas. Confesó abiertamente su fe durante la persecución de Diocleciano y, llegada la paz, se trasladó a Roma donde murió a principios del siglo IV. Santos Vidal y Agrícola. Los dos fueron martirizados en Bolonia el año 304. Según refiere san Ambrosio, Vidal era esclavo de Agrícola y fue el primero en ser procesado por su condición de cristiano. Lo torturaron hasta no dejar parte ilesa en su cuerpo, pero no consiguieron que apostatara, y murió invocando a Cristo Salvador. Agrícola presenció el martirio de su esclavo, fue torturado como él y como él se mantuvo firme en la fe. Para humillarlo más, lo crucificaron. Beata Francisca de Amboise. Nació en Francia en 1427 y a los 15 años contrajo matrimonio con Pedro II, duque de Bretaña. En 1457 murió su esposo, sin que hubieran tenido hijos. De casada dio un alto ejemplo de virtud y religiosidad en la corte, y se distinguió por su piedad y caridad. De viuda llevó vida retirada y se sintió llamada a la vida monástica. En 1463 fundó un Carmelo femenino en Bondon bajo la guía del beato Juan Soreth, general de los carmelitas, en el que ingresó y profesó. En 1477 pasó al monasterio de Nantes, que también había fundado ella y del que fue priora, en el que murió el año 1485. Es considerada como fundadora de las Carmelitas en Francia. Beato Lorenzo Moreno. Nació en Lorca (Murcia) en 1899. Profesó en la Orden de la Merced el año 1920 y se ordenó sacerdote en 1926. Dedicó buena parte de su vida a la educación cristiana de niños y jóvenes y a la reinserción social de menores delincuentes. Era angelical, amigo de sus educandos, a los que comprendía y le comprendían. En 1935 marchó a Lorca, con los debidos permisos, para atender a su anciana madre, y allí le sorprendió la persecución religiosa. No hizo nada para ocultarse. En la madrugada del 4 de noviembre de 1936 los milicianos lo torturaron con saña en el “Coto minero” y aún vivo lo arrojaron a un pozo de azufre. Beatificado el 13-X-2013. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Del libro de la Sabiduría: «Tú, Señor, te compadeces de todos, porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste; pues, si odiaras algo, no la habrías creado. Tú eres indulgente con todas las cosas, porque son tuyas, Señor, amigo de la vida. Por eso corriges poco a poco a los que caen, los reprendes y les recuerdas su pecado, para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor» (cf. Sab 11,23-12,2). Pensamiento franciscano: Así oraba san Francisco en sus Alabanzas del Dios altísimo: «Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, tú eres grande, tú eres altísimo, tú eres rey omnipotente, tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra. Tú eres trino y uno, Señor Dios de dioses, tú eres el bien, todo el bien, el sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero» (AlD 1-3). Orar con la Iglesia: Invoquemos a Cristo que con su resurrección ha reanimado la esperanza de su pueblo y digámosle: Señor Jesús, tú que siempre vives para interceder por nosotros, escúchanos. -Señor Jesús, de cuyo costado traspasado salió sangre y agua, haz de la Iglesia tu Esposa inmaculada. -Pastor supremo de la Iglesia, que después de tu resurrección encomendaste a Pedro, que te profesó su amor, el cuidado de tus ovejas, concede a nuestro Papa un amor ardiente y un encendido celo apostólico. -Tú que concediste a los discípulos que pescaban en el mar de Galilea una pesca abundante, envía operarios que continúen su trabajo apostólico. -Tú que preparaste a la orilla del mar pan y pescado para tus discípulos, no permitas que ningún hermano nuestro pase hambre por culpa nuestra. Oración: Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * EL ENCUENTRO DE
JESÚS CON ZAQUEO Queridos hermanos y hermanas: Hoy la liturgia [Domingo XXXI-C] presenta a nuestra meditación el conocido episodio evangélico del encuentro de Jesús con Zaqueo en la ciudad de Jericó. ¿Quién era Zaqueo? Un hombre rico, que ejercía el oficio de «publicano», es decir, de recaudador de impuestos por cuenta de la autoridad romana, y precisamente por eso era considerado un pecador público. Al saber que Jesús pasaría por Jericó, aquel hombre sintió un gran deseo de verlo, pero, como era bajo de estatura, se subió a un árbol. Jesús se detuvo precisamente bajo ese árbol y se dirigió a él llamándolo por su nombre: «Zaqueo, baja enseguida, porque hoy debo alojarme en tu casa» (Lc 19,5). ¡Qué mensaje en esta sencilla frase! «Zaqueo»: Jesús llama por su nombre a un hombre despreciado por todos. «Hoy»: sí, precisamente ahora ha llegado para él el momento de la salvación. «Debo alojarme»: ¿por qué «debo»? Porque el Padre, rico en misericordia, quiere que Jesús vaya a «buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10). La gracia de aquel encuentro imprevisible fue tal que cambió completamente la vida de Zaqueo: «Mira -le dijo a Jesús-, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más» (Lc 19,8). Una vez más el Evangelio nos dice que el amor, partiendo del corazón de Dios y actuando a través del corazón del hombre, es la fuerza que renueva el mundo. Esta verdad resplandece de modo singular en el testimonio del santo cuya memoria se celebra hoy: san Carlos Borromeo, arzobispo de Milán. Su figura destaca en el siglo XVI como modelo de pastor ejemplar por su caridad, por su doctrina, por su celo apostólico y, sobre todo, por su oración: «Las almas -decía- se conquistan de rodillas». Consagrado obispo con tan sólo 25 años, puso en práctica las indicaciones del concilio de Trento, que imponía a los pastores residir en sus respectivas diócesis, y se dedicó totalmente a la Iglesia ambrosiana: la visitó en su totalidad tres veces; convocó seis sínodos provinciales y once diocesanos; fundó seminarios para formar una nueva generación de sacerdotes; construyó hospitales y destinó las riquezas de su familia al servicio de los pobres; defendió los derechos de la Iglesia contra los poderosos; renovó la vida religiosa e instituyó una nueva congregación de sacerdotes seculares: los Oblatos. En 1576, cuando en Milán se propagó la peste, visitó, confortó y gastó todos sus bienes por los enfermos. Su lema consistía en una sola palabra: «Humilitas». La humildad lo impulsó, como al Señor Jesús, a renunciar a sí mismo para convertirse en servidor de todos. Recordando a mi venerado predecesor Juan Pablo II, que llevaba con devoción su nombre -hoy es su onomástico-, encomendamos a la intercesión de san Carlos a todos los obispos del mundo, sobre los cuales invocamos como siempre la protección celestial de María santísima, Madre de la Iglesia. [Después del Ángelus] Saludo cordialmente a los peregrinos y visitantes de lengua española... El Evangelio de hoy nos presenta a Zaqueo que quiere ver a Jesús y lo hospeda en su casa. Este encuentro con el Señor transforma y purifica su vida pasada. Igual quiere hacer él con nosotros cuando le abrimos totalmente nuestro corazón. * * * NO SEAS DE LOS QUE Todos somos débiles, lo admito, pero el Señor ha puesto en nuestras manos los medios con que poder ayudar fácilmente, si queremos, esta debilidad. Algún sacerdote querría tener aquella integridad de vida que sabe que se le demanda, querría ser continente y vivir una vida angélica, como exige su condición, pero no piensa en emplear los medios requeridos para ello: ayunar, orar, evitar el trato con los malos y las familiaridades dañinas y peligrosas. Algún otro se queja de que, cuando va a salmodiar o a celebrar la misa, al momento le acuden a la mente mil cosas que lo distraen de Dios; pero éste, antes de ir al coro o a celebrar la misa, ¿qué ha hecho en la sacristía, cómo se ha preparado, qué medios ha puesto en práctica para mantener la atención? ¿Quieres que te enseñe cómo irás progresando en la virtud y, si ya estuviste atento en el coro, cómo la próxima vez lo estarás más aún y tu culto será más agradable a Dios? Oye lo que voy a decirte. Si ya arde en ti el fuego del amor divino, por pequeño que éste sea, no lo saques fuera enseguida, no lo expongas al viento, mantén el fogón protegido para que no se enfríe y pierda el calor; esto es, aparta cuanto puedas las distracciones, conserva el recogimiento, evita las conversaciones inútiles. ¿Estás dedicado a la predicación y la enseñanza? Estudia y ocúpate en todo lo necesario para el recto ejercicio de este cargo; procura antes que todo predicar con tu vida y costumbres, no sea que, al ver que una cosa es lo que dices y otra lo que haces, se burlen de tus palabras meneando la cabeza. ¿Ejerces la cura de almas? No por ello olvides la cura de ti mismo, ni te entregues tan pródigamente a los demás que no quede para ti nada de ti mismo; porque es necesario, ciertamente, que te acuerdes de las almas a cuyo frente estás, pero no de manera que te olvides de ti. Sabedlo, hermanos, nada es tan necesario para los clérigos como la oración mental; ella debe preceder, acompañar y seguir nuestras acciones: Salmodiaré -dice el salmista- y entenderé. Si administras los sacramentos, hermano, medita lo que haces; si celebras la misa, medita lo que ofreces; si salmodias en el coro, medita a quién hablas y qué es lo que hablas; si diriges las almas, medita con qué sangre han sido lavadas, y así, todo lo que hagáis, que sea con amor; así venceremos fácilmente las innumerables dificultades que inevitablemente experimentamos cada día (ya que esto forma parte de nuestra condición); así tendremos fuerzas para dar a luz a Cristo en nosotros y en los demás. * * * EL PADRENUESTRO, Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. La paz con Dios no supone sólo ausencia de enemistad o de temor, sino también comunión de amor. Después del pecado Dios ama perdonando. Tenemos siempre necesidad de ser perdonados: Si decimos que estamos sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos... Pero tenemos nuestro abogado ante el Padre: Jesucristo, el justo, que es propiciación por nuestros pecados (1 Jn 1,8-2,1s). Francisco vivió el gozo y la paz de sentirse perdonado por Dios; por eso ruega confiado:
De igual modo, la convivencia pacífica en la comunidad humana no es posible sin la dinámica evangélica del perdón mutuo. No podemos pretender el perdón divino si nosotros no perdonamos; sería como atar las manos al Padre de las misericordias. Lo ha repetido Jesús de muchos modos. Siempre será mucho más lo que Dios me perdona a mí que lo que yo tenga que perdonar a mi hermano; léase la parábola del siervo despiadado (Mt 18,34). Pero puede haber casos en que sea necesaria gracia especial de Dios para poder perdonar. Francisco sabe de esa resistencia del corazón humano a olvidar y a devolver bien por mal; por eso suplica en tono minorítico:
No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal. El hombre se halla en el centro de la lucha entre la luz y las tinieblas, las tendencias egoístas (carne) y el impulso a la superación (espíritu), entre el bien y el mal. Y es en esa lucha cotidiana donde le viene ofrecida la salvación y la victoria que viene de Dios. No siempre es fácil mantener la libertad de opción en ese continuo bregar, especialmente cuando sobreviene la tentación, «oculta o manifiesta, súbita o importuna», como se expresa Francisco. Pero sería demasiado cómodo ir a buscar fuera de nosotros la causa de nuestras dificultades o de nuestros fallos. Muy atinadamente advierte el mismo Francisco en la Admonición 10: «Hay muchos que, cuando pecan o reciben una injuria, con frecuencia acusan al enemigo o al prójimo. Pero no es así, porque cada uno tiene en su poder al enemigo, que es él mismo, su cuerpo, por medio del cual peca. Por eso, bienaventurado aquel siervo que tiene siempre cautivo a tal enemigo entregado en su poder, y se guarda sabiamente de él; porque, mientras haga esto, ningún otro enemigo, visible o invisible, podrá dañarle». Es más sano y más evangélico, en efecto, asumir la propia responsabilidad ante Dios y afrontar, con la ayuda de la gracia, el dominio de las propias inclinaciones viciosas en un esfuerzo animoso de purificación progresiva. Pero sin presumir de nuestros propios recursos porque en definitiva sólo Dios es quien nos libra de todo mal, «pasado, presente y futuro», como ruega Francisco. [L. Iriarte, Ejercicios espirituales, Valencia 1998, pp. 93-94] |
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