DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 15 DE OCTUBRE

 

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SANTA TERESA DE JESÚS. Nació en Ávila (España) el año 1515. Mujer de excepcionales dotes de mente y de corazón, a los 18 años entró en el Carmelo. A los 45, para responder a las gracias extraordinarias del Señor, emprendió una vida cuya divisa sería: «O sufrir o morir», y en la que encontró el eficaz apoyo de san Pedro de Alcántara. Entonces fundó el convento de San José de Ávila, primero de los 15 Carmelos que establecería en España. Con san Juan de la Cruz, introdujo la gran reforma carmelitana. Sus escritos son un modelo seguro en los caminos de la plegaria y de la perfección. Supo conciliar el don de gentes con el trato íntimo con Cristo, el espíritu emprendedor con la oración contemplativa, la actividad incesante con la unión mística con Dios, que ella nos describe con el lenguaje llano del pueblo. Contribuyó a la renovación de la entera comunidad eclesial. Murió en Alba de Tormes (Salamanca) el año 1582, la noche del 4 de octubre, convertida en 15 de octubre por la reforma gregoriana del calendario. Pablo VI la declaró en 1970 Doctora de la Iglesia.- Oración: Señor, Dios nuestro, que por tu Espíritu has suscitado a santa Teresa de Jesús, para mostrar a tu Iglesia el camino de la perfección, concédenos vivir de su doctrina y enciende en nosotros el deseo de la verdadera santidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

SANTA EDUVIGIS. [Murió el 15 de octubre, y su memoria se celebra el 16 del mismo mes]. Nació de noble familia en Baviera hacia el año 1174. Era hermana de santa Gertrudis, la madre de santa Isabel de Hungría. Se educó en las benedictinas de Kitzingen y se casó con el príncipe Enrique I de Silesia y de Polonia, futuro duque, del que tuvo siete hijos. Llevó una vida ejemplar de piedad y se dedicó a socorrer a pobres y enfermos, fundando para ellos lugares de asilo. Vio morir a todos sus hijos, excepto una hija, y afrontó tanta tribulación con serenidad y paciencia. Al morir su esposo en 1238, ingresó en el monasterio cisterciense de Trebnitz (Polonia), donde murió el 15 de octubre de 1243. Así resplandeció por su santidad como esposa fiel y solícita, como madre educadora de sus hijos, como duquesa entregada al servicio de los indigentes y, en los últimos años de su vida, como religiosa de vida contemplativa.- Oración: Señor, por intercesión de santa Eduvigis, cuya vida fue para todos un admirable ejemplo de humildad, concédenos siempre los auxilios de tu gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

BEATA JOSEFA MARTÍNEZ PÉREZBEATA JOSEFA MARTÍNEZ PÉREZ, Hija de la Caridad. Nació en Alberic (Valencia) en 1898. Se educó cristianamente en casa y en las Hijas de la Caridad, que atendían el hospital municipal y las escuelas. Tenía 27 años cuando empezó el postulantado en el Hospital Provincial de Valencia, y allí, hecho el noviciado en Madrid, pasó el resto de su vida. Primero la destinaron al pabellón de acogida de niños sin familia; a la vez sacó el título de enfermera en la Facultad de Medicina. De 1932 a 1936 cuidó de las mujeres infecciosas con abnegación y cariño. Era bondadosa, servicial, observante, piadosa. Llegada la persecución, marchó a su pueblo; un cuñado suyo le ofreció cobijo, que aceptó, y por eso lo fusilaron el 24-IX-1936, dejando tres hijos y la esposa embarazada del cuarto. Estuvo ayudando a su hermana y dando clase hasta que la detuvieron, y el 15 de octubre de 1936 la fusilaron en Llosa de Ranes, después de intentar violarla sin conseguirlo por su firme resistencia. Beatificada el 13-X-2013.

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San Barses (o Barsen). Fue primero monje en Mesopotamia. Después, el año 361, lo eligieron obispo de Edesa, ciudad de Siria. Defendió con firmeza la fe católica frente al arrianismo y por ello el emperador Valente, que era arriano, lo desterró el año 373 a la isla de Arado, frente a Fenicia, donde el santo se dedicó a confirmar en la fe católica a sacerdotes, monjes y fieles. Después el emperador lo envió a Egipto y más tarde a una localidad junto a Libia, donde murió el año 379. San Basilio le escribió a su destierro dándole ánimos.

Santa Magdalena de Nagasaki. Nació cerca de Nagasaki (Japón) el año 1611 en una familia de mártires. Se la describe como una joven grácil, delicada y bella, que consagró su virginidad al Señor. Tuvo como guías espirituales a santos agustinos recoletos, que la admitieron como terciaria agustina. Cuando en 1629 arreció la persecución contra los cristianos, se escondió en las montañas. Allí ayudaba a los perseguidas, visitaba a los enfermos, bautizaba a los niños. En 1634, cuando su director espiritual san Jordán de Ansalone fue apresado, se presentó a los jueces y se proclamó cristiana, y no la apartaron de su fe los tormentos ni las promesas. La condenaron a la pena de la horca y la hoya, y murió en Nagasaki el 15 de octubre de 1634.

San Severo de Tréveris. Fue discípulo de san Lupo de Troyes, viajó a Inglaterra con san Germán de Auxerre para luchar contra la herejía pelagiana, fue misionero y evangelizador en la zona de Maguncia. Hacia el año 447 fue elegido obispo de Tréveris (Alemania) y dejó una clara estela de santidad en el régimen de su diócesis. Murió hacia el año 455.

Santa Tecla de Kitzingen. Era monja en el monasterio de Wimborne (Essex, Inglaterra), y su abadesa la envió a Alemania para que ayudara a san Bonifacio en su tarea misionera. Estuvo en el monasterio de Bischofeim, luego san Bonifacio la puso de abadesa en el de Ochsenfurt, y después la trasladó con el mismo cargo al de Kitzingen (Baviera). Su fama de santidad, por su humildad, caridad y demás virtudes, creció entre las monjas y en el pueblo. Murió hacia el año 790.

Beato Cipriano Alguacil Torredenaida. Nació en Ajofrín (Toledo) en 1884. En la juventud ayudó a sus padres en los trabajos del campo. Profesó como hermano cooperador en 1909. Desempeñó cargos de sacristán, cocinero, portero y otros, en varios conventos. Era buen religioso, devoto, pulcro y trabajador. Cuando se desató la persecución religiosa estaba en Madrid. Se ocultó en casa de una hermana que vivía allí. Iba a la misa que celebraban en una casa particular de manera clandestina. Fue detenido el 15-X-1936: él se presentó a sus verdugos con el rosario en la mano y diciendo que era dominico. Lo mataron aquel día en Barajas (Madrid).

Beato Gonzalo de Lagos. Nació en Lagos, en el Algarve (Portugal), el año 1360. Siendo joven ingresó en Lisboa en la Orden de Ermitaños de San Agustín. Era buen teólogo, pero rehusó los títulos académicos. Ordenado de sacerdote, se entregó al ministerio y a la predicación. Tenía preferencia por enseñar el catecismo a los niños, a los trabajadores y a las personas sin estudios. Fue prior de los conventos más importantes de Portugal, sirviendo a sus hermanos con amor y ayudándolos en las tareas más humildes. Era buen calígrafo y miniaturista y trabajó en la confección de libros corales. Murió en Torres Vedras (Lisboa) el año 1422.

Beato Narciso Basté Basté. Nació en San Andrés de Palomar, provincia de Barcelona (España), el año 1866, estudió derecho en la Universidad de Barcelona, ingresó en la Compañía de Jesús en 1890 y en 1899 se ordenó de sacerdote. A partir de 1902 se hizo cargo del Patronato de la Juventud Obrera en Valencia, que hacía un enorme bien a los jóvenes trabajadores. También se dedicó a servir a los jóvenes pobres. Cuando se desató la persecución religiosa, varias veces lo libraron de la cárcel personal del Patronato. El 15 de octubre de 1936 aún celebró misa en la casa de los amigos que lo hospedaban. Al anochecer, unos milicianos se lo llevaron y lo mataron en Valencia aquella misma noche.

Beato Pedro Verdaguer. Nació en Manlleu (Barcelona) en 1908. Hizo la primera profesión en los Hijos de la Sagrada Familia en 1924. Fue ordenado sacerdote en 1932. Se dedicó a la docencia en centros de su Instituto. Tenía gran ascendiente y capacidad para la educación de los jóvenes. Llegada la persecución religiosa, tuvo que refugiarse en sucesivos lugares. Trató de arreglar sus papeles para trasladarse a Argentina. Fue detenido en Barcelona, encarcelado en el convento-prisión de San Elías y asesinado en Montcada i Reixac (Barcelona) el 15 de octubre de 1936. Beatificado el 13-X-2013.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

Escribe el apóstol Santiago: «¿Quién de vosotros es sabio y experto? Que muestre sus obras como fruto de una buena conducta, con la delicadeza propia de la sabiduría. Pero si en vuestro corazón tenéis envidia amarga y rivalidad, no presumáis, mintiendo contra la verdad. Esa no es la sabiduría que baja de lo alto, sino la terrena, animal y diabólica. Pues donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencia y todo tipo de malas acciones» (Sant 3,13-16).

Pensamiento franciscano:

Decía san Francisco a sus hermanos: «Ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios, que es pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien, que es el solo bueno, piadoso, manso, suave y dulce, que es el solo santo, justo, verdadero y recto, que es el solo benigno, inocente, puro, de quien y por quien y en quien es todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria» (1 R 23,9).

Orar con la Iglesia:

Cuando celebramos la memoria de santa Teresa de Jesús, que hizo de su vida una entrega generosa a Dios y a la Iglesia, invoquemos la ayuda divina.

-Para que la Iglesia sea fiel al Evangelio, como signo de amor a Dios y a los hombres.

-Para que el Espíritu Santo ilumine y sostenga a los ministros de la Iglesia y a cuantos anuncian el Evangelio en situaciones de particular dificultad.

-Para que los responsables de la convivencia cívica de los pueblos, busquen el bien y el progreso de todos, en especial de los más débiles.

-Para que surjan en todas las comunidades cristianas jóvenes y adultos decididos a consagrar sus vidas a Dios y al anuncio del Evangelio.

Oración: Te pedimos, Padre, que derrames sobre nosotros tu gracia salvadora, para que podamos servirte con la entrega incansable a nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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SANTA TERESA DE JESÚS
De la catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del miércoles 2 de febrero de 2011

Nace en Ávila, España, en 1515. Aunque en la adolescencia la lectura de libros profanos la había llevado a las distracciones de una vida mundana, la experiencia como alumna de las religiosas agustinas de Santa María de las Gracias de Ávila y la lectura de libros espirituales, sobre todo clásicos de la espiritualidad franciscana, le enseñan el recogimiento y la oración. A la edad de 20 años, entra en el monasterio carmelita de la Encarnación, en Ávila. En la Cuaresma de 1554, a los 39 años, Teresa alcanza la cima de la lucha contra sus debilidades.

Paralelamente a la maduración de su interioridad, la santa comienza a desarrollar concretamente el ideal de reforma de la Orden carmelita: en 1562 funda en Ávila el primer Carmelo reformado. Es fundamental el encuentro con san Juan de la Cruz, con quien, en 1568, constituye en Duruelo, cerca de Ávila, el primer convento de Carmelitas Descalzos.

Teresa de Jesús no tenía una formación académica, pero siempre sacó provecho de las enseñanzas de teólogos, literatos y maestros espirituales. Como escritora, siempre se atuvo a lo que personalmente había vivido o había visto en la experiencia de otros, es decir, a la experiencia. Entre sus principales obras hay que recordar ante todo la autobiografía, titulada Libro de la vida, que ella llama Libro de las misericordias del Señor. En 1566 escribe el Camino de perfección, que ella llama Avisos y consejos que da Teresa de Jesús a sus hermanas. La obra mística más famosa de santa Teresa es el Castillo interior, escrito en 1577, en plena madurez. A su actividad de fundadora de los Carmelos reformados Teresa dedica el Libro de las fundaciones.

No es fácil resumir en pocas palabras la profunda y articulada espiritualidad teresiana. Quiero mencionar algunos puntos esenciales. En primer lugar, santa Teresa propone las virtudes evangélicas como base de toda la vida cristiana y humana: en particular, el desapego de los bienes o pobreza evangélica, y esto nos atañe a todos; el amor mutuo como elemento esencial de la vida comunitaria y social; la humildad como amor a la verdad; la determinación como fruto de la audacia cristiana; la esperanza teologal, que describe como sed de agua viva. Sin olvidar las virtudes humanas: afabilidad, veracidad, modestia, amabilidad, alegría, cultura. En segundo lugar, santa Teresa propone una profunda sintonía con los grandes personajes bíblicos y la escucha viva de la Palabra de Dios. Ella se siente en consonancia sobre todo con la esposa del Cantar de los cantares y con el apóstol san Pablo, además del Cristo de la Pasión y del Jesús eucarístico.

Asimismo, la santa subraya cuán esencial es la oración; rezar, dice, significa «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8,5). La oración es vida y se desarrolla gradualmente a la vez que crece la vida cristiana: comienza con la oración vocal, pasa por la interiorización a través de la meditación y el recogimiento, hasta alcanzar la unión de amor con Cristo y con la santísima Trinidad.

Otro tema importante para la santa es la centralidad de la humanidad de Cristo. Para Teresa, de hecho, la vida cristiana es relación personal con Jesús, que culmina en la unión con él por gracia, por amor y por imitación. De aquí la importancia que ella atribuye a la meditación de la Pasión y a la Eucaristía, como presencia de Cristo, en la Iglesia, para la vida de cada creyente y como corazón de la liturgia. Santa Teresa vive un amor incondicional a la Iglesia: manifiesta un vivo « sensus Ecclesiae» frente a los episodios de división y conflicto en la Iglesia de su tiempo.

Queridos hermanos y hermanas, santa Teresa de Jesús es verdadera maestra de vida cristiana para los fieles de todos los tiempos. En nuestra sociedad, a menudo carente de valores espirituales, santa Teresa nos enseña a ser testigos incansables de Dios, de su presencia y de su acción; nos enseña a sentir realmente esta sed de Dios que existe en lo más hondo de nuestro corazón, este deseo de ver a Dios, de buscar a Dios, de estar en diálogo con él y de ser sus amigos. Esta es la amistad que todos necesitamos y que debemos buscar de nuevo, día tras día. Que el ejemplo de esta santa, profundamente contemplativa y eficazmente activa, nos impulse también a nosotros a dedicar cada día el tiempo adecuado a la oración, a esta apertura hacia Dios, a este camino para buscar a Dios, para verlo, para encontrar su amistad y así la verdadera vida; porque realmente muchos de nosotros deberían decir: «no vivo, no vivo realmente, porque no vivo la esencia de mi vida». Por esto, el tiempo de la oración no es tiempo perdido; es tiempo en el que se abre el camino de la vida, se abre el camino para aprender de Dios un amor ardiente a él, a su Iglesia, y una caridad concreta para con nuestros hermanos.

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ACORDÉMONOS DEL AMOR DE CRISTO
Santa Teresa de Jesús, Libro de su vida (Cap 22,6-7.12.14)

Con tan buen amigo presente -nuestro Señor Jesucristo-, con tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Él ayuda y da esfuerzo, nunca falta, es amigo verdadero. Y veo yo claro, y he visto después, que para contentar a Dios y que nos haga grandes mercedes quiere que sea por manos de esta Humanidad sacratísima, en quien dijo su Majestad se deleita.

Muy muchas veces lo he visto por experiencia; hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana Majestad grandes secretos. Así que no queramos otro camino, aunque estemos en la cumbre de contemplación; por aquí vamos seguros. Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes. Él lo enseñará; mirando su vida, es el mejor dechado.

¿Qué más queremos que un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones, como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe de sí. Miremos al glorioso san Pablo, que no parece se le caía de la boca siempre Jesús, como quien le tenía bien en el corazón. Yo he mirado con cuidado, después que esto he entendido, de algunos santos, grandes contemplativos, y no iban por otro camino: san Francisco, san Antonio de Padua, san Bernardo, santa Catalina de Siena.

Con libertad se ha de andar en este camino, puestos en las manos de Dios; si su Majestad nos quisiere subir a ser de los de su cámara y secreto, ir de buena gana.

Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene: que amor saca amor. Procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar, porque, si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil, y obraremos muy en breve y muy sin trabajo.

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NECESIDAD DE LA ORACIÓN
Santa Teresa de Jesús, del "Libro de la vida" (Cap. 8,1-4)

No sin causa he ponderado tanto este tiempo de mi vida, que bien veo no dará a nadie gusto ver cosa tan ruin, que cierto querría me aborreciesen los que esto leyesen de ver un alma tan pertinaz e ingrata con quien tantas mercedes le ha hecho; y quisiera tener licencia para decir las muchas veces que en este tiempo falté a Dios.

Por no estar arrimada a esta fuerte columna de la oración, pasé este mar tempestuoso casi veinte años con estas caídas. Y con levantarme y mal -pues tornaba a caer- y en vida tan baja de perfección, que ningún caso casi hacía de pecados veniales, y los mortales, aunque los temía, no como había de ser, pues no me apartaba de los peligros, sé decir que es una de las vidas penosas que me parece se puede imaginar; porque ni yo gozaba de Dios, ni traía contento en el mundo. Cuando estaba en los contentos del mundo, en acordarme de lo que debía a Dios era con pena; cuando estaba con Dios, las aficiones del mundo me desosegaban. Ello es una guerra tan penosa que no sé cómo un mes la pude sufrir, cuanto más tantos años.

Con todo, veo claro la gran misericordia que el Señor hizo conmigo, ya que había de tratar en el mundo, que tuviese ánimo para tener oración; digo ánimo, porque no sé yo para qué cosa, de cuantas hay en él, es menester mayor que tratar traición al rey, y saber que lo sabe, y nunca se le quitar de delante; porque, puesto que siempre estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los demás podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve Dios.

Verdad es que, en estos años, hubo muchos meses -y creo alguna vez año- que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a la oración, y hacía algunas y hartas diligencias para no le venir a ofender. Porque va todo lo que escribo dicho con toda verdad, trato ahora esto.

Mas acuérdaseme poco de estos días buenos, y ansí debían ser pocos y muchos de los ruines. Ratos grandes de oración pocos días se pasaban sin tenerlos, si no era estar muy mala y muy ocupada. Cuando estaba mala, estaba mejor con Dios; procuraba que las personas que trataban conmigo lo estuviesen, y suplicábalo al Señor; hablaba muchas veces en él.

Ansí que, si no fue el año que tengo dicho, en veintiocho años que ha que comencé oración, más de los dieciocho pasé esta batalla y contienda de tratar con Dios y con el mundo. Los demás, que ahora me quedan por decir, mudose la causa de la guerra, aunque no ha sido pequeña; mas, con estar, a lo que pienso, en servicio de Dios y con conocimiento de la vanidad que es el mundo, todo ha sido suave, como diré después.

Pues para lo que he tanto contado esto es, como he ya dicho, para que se vea la misericordia de Dios y mi ingratitud; lo otro para que se entienda el gran bien que hace Dios a un alma que la dispone para tener oración con voluntad, aunque no esté tan dispuesta como es menester, y cómo, si en ella persevera, por pecados y tentaciones y caídas de mil maneras que ponga el demonio, en fin tengo por cierto la saca el Señor a puerto de salvación, como, a lo que ahora parece, me ha sacado a mí.

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ACCIÓN Y CONTEMPLACIÓN
SEGÚN LOS ESCRITOS DE SAN FRANCISCO

por Martin Steiner, OFM

2) El consentimiento a la acción de Dios (I)

No hay vida franciscana que no sea un compromiso enérgico de seguir a Cristo con las obras. Pero en San Francisco esta afirmación es inseparable de otra más fundamental: sólo Dios es el autor de esas obras, el autor de toda acción buena llevada a cabo por nosotros. Esto es como un «leit-motiv» que se repite constantemente en sus escritos. Porque, en cuanto a nosotros, «tengamos la firme convicción de que a nosotros no nos pertenecen sino los vicios y pecados» (1 R 17,7). Así, nuestra acción evangélica pertenece a Dios solo. Sólo Él nos concede el poder realizarla. Reivindicarla para nosotros, equivaldría a reiterar la rebelión original de la humanidad que quiso realizarse y divinizarse por sí misma, y caer en la trampa del Adversario, inspirador de esta rebelión de auto-suficiencia: «Come, en efecto, del árbol de la ciencia del bien el que se apropia para sí su voluntad y se enaltece de lo bueno que el Señor dice o hace en él; y de esta manera, por la sugestión del diablo y por la transgresión del mandamiento, lo que comió se convirtió en fruto de la ciencia del mal. Por eso, es preciso que cargue con el castigo» (Adm 2,3-5).

En realidad, todo lo que hay de bueno en nosotros -pensamientos, intenciones, deseos, obras, y ante todo el reconocimiento en la fe de que Jesús es el Señor y la voluntad que de ello se deriva de someternos activamente a su señorío-, todo esto procede de la acción del Espíritu en nosotros: «Dice el Apóstol: "Nadie puede decir: Jesús es el Señor, sino en el Espíritu Santo"; y: "No hay quien haga el bien, no hay uno solo"»; entendámoslo: sin la acción del Espíritu (Adm 8,1-2). Nuestra acción propia es, por consiguiente, respuesta provocada por la acción divina, don de Dios puesto en obra por nosotros. Por eso, nuestro único deseo debe ser el abrirnos a esta acción del Espíritu y corresponder a ella: «Aplíquense los hermanos a lo que por encima de todo deben anhelar: tener el espíritu del Señor y su santa operación» (2 R 10,9). El criterio de esta apertura a la acción del Espíritu, ¿no es precisamente que no nos gloriemos del bien que Dios obra en nosotros o por nosotros?

Para Francisco esta humildad, digamos, esta actitud de verdad, es capital. No sabe cómo inculcarla eficazmente. Entonces, nos conjura en nombre de lo que hay de más grande: el amor mismo que es Dios. «Por lo que, en la caridad que es Dios, ruego a todos mis hermanos, predicadores, orantes, trabajadores, tanto clérigos como laicos, que procuren humillarse en todo, no gloriarse ni gozarse en sí mismos, ni exaltarse interiormente de las palabras y obras buenas; más aún, de ningún bien que Dios hace o dice y obra alguna vez en ellos y por ellos, según lo que dice el Señor: Pero no os alegréis de que los espíritus os estén sometidos» (1 R 17,5-6). Convencidos de deberlo todo a la acción del Espíritu en nosotros, deberíamos, desde lo mismo que Él nos permite realizar, tomar una conciencia más viva de nuestra propia incapacidad nativa para el bien: «Así puede conocerse si el siervo de Dios tiene el espíritu del Señor: si, cuando el Señor obra por medio de él algo bueno, no por ello se enaltece su carne, pues siempre es opuesta a todo lo bueno, sino más bien, se considera a sus ojos más vil y se estima menor que todos los otros hombres» (Adm 12).

Aquí, la «carne» no es el cuerpo, sino que, como en la Biblia, tal palabra designa al hombre en su condición de flaqueza original y también en su tendencia al mal: bajo este doble título es «opuesta a todo bien».

[Cf. el texto completo en Selecciones de Franciscanismo, núm. 22 (1979) 117-131]

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