DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 8 DE OCTUBRE

 

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SAN HUGO DE GÉNOVA. Nació en Alessandria (Italia) hacia el año 1168, de la noble familia de los Canefri. No parece que recibiera la ordenación sacerdotal. Lo adscribieron a la Orden de los Caballeros Hospitalarios de San Juan de Jerusalén en pleno fervor de las cruzadas. Prestó servicio largo tiempo en Tierra Santa para defender los intereses de la cristiandad. Vuelto a Italia, lo destinaron a regir, en calidad de maestre, preceptor o comendador, la Encomienda de San Juan de Jerusalén en Génova, casa que tenía un hospital anejo. Allí brilló por su bondad y caridad en el ejercicio de los altos oficios de gobierno y de beneficencia que le habían confiado, a favor de los enfermos y menesterosos acogidos en el hospital, así como de los peregrinos que hacían un alto en Génova antes de embarcarse o al regresar de Tierra Santa. Se le atribuyeron muchos milagros, como el de haber hecho brotar agua de una roca para que las lavanderas de un hospital pudiesen lavar la ropa de los enfermos pobres. Murió hacia el año 1233.

Beatos Juan Adams, Roberto Dibdale y Juan Lowe. El 8 de octubre de 1586, en tiempo de Isabel I, estos tres sacerdotes seculares ingleses fueron llevados a la plaza londinense de Tyburn y allí ahorcados, destripados y descuartizados por su fidelidad a Jesucristo y a la Iglesia católica. Habían compartido la cárcel y habían sufrido juntos el inicuo juicio en el que habían sido condenados a muerte por delito de lesa majestad al haberse ordenado de sacerdotes en el extranjero bajo la autoridad del Papa. Juan Adams nació en Martinstawn y estudió en Oxford. Se convirtió al catolicismo y decidió abrazar el sacerdocio. Estudió en el colegio inglés de Reims (Francia) y allí recibió la ordenación sacerdotal en 1580. Volvió a Inglaterra y trabajó apostólicamente hasta que lo arrestaron en 1584 y lo desterraron. Estuvo algún tiempo en Reims, pero regresó a su patria y lo apresaron. Roberto nació de familia católica en el condado de Worcestershire. Estudió en el seminario inglés de Reims y se ordenó de sacerdote en 1584. Poco después regresó a Inglaterra y estuvo ejerciendo su ministerio en Londres y sus alrededores. En el verano de 1586 fue arrestado. Juan Lowe nació en la zona de Londres hacia 1553. A la edad de 28 años comenzó la carrera eclesiástica en Roma y recibió la ordenación sacerdotal en 1582. Continuó estudiando un año en Roma y luego regresó a Inglaterra. Pudo trabajar pastoralmente poco tiempo, hasta que lo detuvieron.

Beatos Laurentino Alonso Fuente y 45 compañeros mártires, Hermanos Maristas. En la persecución religiosa desatada en España, el H. Laurentino y otros 106 Hermanos cayeron en una trampa tendida por los perseguidores: el 7-X-1936 fueron hechos prisioneros en el puerto de Barcelona en el buque "Cabo San Agustín", que tendría que haberles llevado a Francia, según lo acordado con la FAI (Federación Anarquista Ibérica). En la noche del 8-X-1936, fueron asesinados 46 de ellos en los cementerios de Barcelona. Indicamos los nombres, con el lugar y año de nacimiento (algunos eran jóvenes o muy jóvenes): Laurentino Alonso, Castrecías (Burgos) 1881; desempeñó cargos de gran responsabilidad; durante la persecución pudo trasladarse a Italia, pero prefirió quedarse aquí con sus hermanos; logró hacer pasar a Francia a 117 jóvenes formandos. Virgilio Lacunza, Ciriza (Navarra) 1891; excelente colaborador del H. Laurentino; ante las amenazas gubernamentales de 1933, supo adaptar sus obras e instituciones. Alberto María Vivar, Estépar (Burgos) 1910. Ángel Andrés Izquierdo, Dueñas (Palencia) 1899. Anselmo Falgueras, Salt (Gerona) 1879. Antolín Roig, Igualada (Barcelona) 1891. Baudilio Ciordia, Cárcar (Navarra) 1888. Bernabé Riba, Rubí (Barcelona) 1877. Carlos Rafael Brengaret, Sant Jordi Desvalls (Gerona) 1917. Dionisio Martín Cesari, Puigreig (Barcelona) 1903. Epifanio Suñer, Taiala (Gerona) 1874. Felipe José Latienda, Iruñela (Navarra) 1891. Félix León Ayúcar, Estella (Navarra) 1911. Fortunato Andrés Ruiz, La Piedra (Burgos) 1898. Frumencio García, Medina de Pomar (Burgos) 1909. Gabriel Eduardo Hidalgo, Tobes y Rahedo (Burgos) 1913. Gaudencio Tubau, Igualada (Barcelona) 1894. Gil Felipe Ruiz, Cilleruelo de Bezana (Burgos) 1907. Hermógenes Badía, Bellcaire de Urgell (Lérida) 1908. Isaías María Martínez, Villalbilla de Villadiego (Burgos) 1899. Ismael Ran, Cirauqui (Navarra) 1909. Jaime Ramón Morella, Osor (Sant Pere d'Osor, Gerona) 1898. José Carmelo Faci, La Codoñera (Teruel) 1908. José Federico Pereda, Villanueva la Blanca (Burgos) 1916. Juan Crisóstomo Pelfort, Ódena-Espelt (Barcelona) 1913. Juan de Mata Menchón, Puente Tocinos (Murcia) 1898. Laureano Carlos Sitjes, Parlavá (Gerona) 1889. Leónidas Messegué, Castelló de Farfanya (Lérida) 1884. Leopoldo José Redondo, Cárcar (Navarra) 1885. Lino Fernando Gutiérrez, Villegas (Burgos) 1899. Licarión Roba, Sasamón (Burgos) 1895. Martiniano Serrano, La Cañada de Verich (Teruel) 1901. Miguel Ireneo Rodríguez, Calahorra de Boedo (Palencia) 1899. Porfirio Pérez, Masa (Burgos) 1899. Prisciliano Mir, Igualada (Barcelona) 1889. Ramón Alberto Ayúcar, Estella (Navarra) 1914. Salvio Gómez, Villamorón (Burgos) 1884. Santiago Zugaldía, Echálaz, Valle de Egüés (Navarra) 1894. Santiago María Sáiz, Castañares (Burgos) 1912. Santos Escudero, Medinilla (Burgos) 1907. Teódulo Zudaire, Echávarri (Navarra) 1890. Victor Conrado Ambrós, Tragó de Noguera (Lérida) 1898. Victorino José Blanch, Torregrossa (Lérida) 1908. Vito José Elola, Régil (Guipúzcoa) 1893. Vivencio Núñez, Covarrubias (Burgos) 1908. Vulfrano Mill, Castellserá (Lérida) 1909.

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San Evodio. Fue obispo de Rouen (Francia) en el siglo V.

San Félix de Como. Fue el primer obispo de Como (Italia) y recibió la ordenación episcopal de manos de san Ambrosio el año 386. Por una carta de san Ambrosio sabemos que a Félix le faltaban los oportunos colaboradores en la evangelización de la Iglesia que se le había encomendado, y que eran pocos los que habían abrazado el evangelio. El santo obispo de Milán lo anima a confiar en la ayuda de Dios. Murió el 8 de octubre de uno de los últimos años del siglo IV.

Santa Pelagia de Antioquía. Virgen y mártir en Antioquía de Siria, a la que san Juan Crisóstomo dedicó grandes elogios.

Santa Ragenfreda (o Ragenfrida). Con sus bienes fundó el monasterio de Denain, en la diócesis de Cambrai (Francia), que adoptó la Regla de San Benito, del que fue la primera abadesa. Lo gobernó santamente y murió en una fecha desconocida del siglo VIII.

Santa Reparata de Cesarea de Palestina. Es venerada en muchos lugares como virgen y mártir. Vivió por el siglo III/IV.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

«Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo. Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3,15-17).

Pensamiento franciscano:

Del Cántico del Hermano Sol: «Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición. A ti solo, Altísimo, corresponden, y ningún hombre es digno de hacer de ti mención.
Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas... Load y bendecid a mi Señor, y dadle gracias y servidle con gran humildad» (Cánt 1-3.14).

Orar con la Iglesia:

El Señor Jesús instituyó el sacramento de su entrega e inmolación en el momento en que uno de los suyos se preparaba para traicionarle. Elevemos al Padre nuestra oración, agradecidos por el don de su amor.

-Por la Iglesia, que sufre en su cuerpo la deserción, la injuria, la mediocridad y manipulación.

-Por los pobres, los que no cuentan, los marginados, los totalmente ausentes incluso en las decisiones que más les afectan.

-Por los que están siempre dispuestos a decir al abatido una palabra de aliento, y a socorrer por amor y con amor al necesitado.

-Por todos los que estamos invitados siempre a participar en el banquete del sacrificio pascual de Cristo Jesús.

Oración: Señor Dios y Padre nuestro, acoge benigno nuestras súplicas y concédenos permanecer siempre fieles discípulos de tu Hijo, con sus mismos sentimientos y actitudes. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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DONDE LLEGA EL EVANGELIO FLORECE LA VIDA
Benedicto XVI, Regina caeli del día 29 de mayo de 2011

Queridos hermanos y hermanas:

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que, tras una primera violenta persecución, la comunidad cristiana de Jerusalén, a excepción de los Apóstoles, se dispersó en las regiones circundantes y Felipe, uno de los diáconos, llegó a una ciudad de Samaría. Allí predicó a Cristo resucitado y numerosas curaciones acompañaron su anuncio, de forma que la conclusión del episodio es muy significativa: «La ciudad se llenó de alegría» (Hch 8,8). Cada vez nos impresiona esta expresión, que esencialmente nos comunica un sentido de esperanza; como si dijera: ¡es posible! Es posible que la humanidad conozca la verdadera alegría, porque donde llega el Evangelio, florece la vida; como un terreno árido que, regado por la lluvia, inmediatamente reverdece. Felipe y los demás discípulos, con la fuerza del Espíritu Santo, hicieron en los pueblos de Palestina lo que había hecho Jesús: predicaron la Buena Nueva y realizaron signos prodigiosos. Era el Señor quien actuaba por medio de ellos. Como Jesús anunciaba la venida del reino de Dios, así los discípulos anunciaron a Jesús resucitado, profesando que él es Cristo, el Hijo de Dios, bautizando en su nombre y expulsando toda enfermedad del cuerpo y del espíritu.

«La ciudad se llenó de alegría». Leyendo este pasaje, espontáneamente se piensa en la fuerza sanadora del Evangelio, que a lo largo de los siglos ha «regado», como río benéfico, a tantas poblaciones. Algunos grandes santos y santas han llevado esperanza y paz a ciudades enteras: pensemos en san Carlos Borromeo en Milán, en el tiempo de la peste; en la beata madre Teresa de Calcuta; y en tantos misioneros, cuyos nombres Dios conoce, que han dado la vida por llevar el anuncio de Cristo y hacer que florezca entre los hombres la alegría profunda. Mientras los poderosos de este mundo buscaban conquistar nuevos territorios por intereses políticos y económicos, los mensajeros de Cristo iban por todas partes con el objetivo de llevar a Cristo a los hombres y a los hombres a Cristo, sabiendo que sólo él puede dar la verdadera libertad y la vida eterna. También hoy la vocación de la Iglesia es la evangelización: tanto de las poblaciones que todavía no han sido «regadas» por el agua viva del Evangelio; como de aquellas que, aun teniendo antiguas raíces cristianas, necesitan linfa nueva para dar nuevos frutos, y redescubrir la belleza y la alegría de la fe.

Queridos amigos, el beato Juan Pablo II fue un gran misionero, como lo documenta también una muestra preparada estos días en Roma. Él relanzó la misión ad gentes y, al mismo tiempo, promovió la nueva evangelización. Confiamos una y otra a la intercesión de María santísima. Que la Madre de Cristo acompañe siempre y en todas partes el anuncio del Evangelio, para que se multipliquen y se amplíen en el mundo los espacios en los que los hombres reencuentren la alegría de vivir como hijos de Dios.

[Después del Regina Caeli] Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. La liturgia de hoy nos invita a no sentirnos huérfanos de Dios en el mundo, porque Cristo vive y, por su Espíritu, el Espíritu de la verdad, sigue siendo nuestro consuelo, nuestra defensa y nuestra guía. Invito a todos a renovar con gozo la esperanza cristiana que nace del misterio pascual, para afrontar las dificultades, ahuyentar el desánimo y vigorizar los esfuerzos por construir un mundo más digno del hombre, según los deseos de Dios. Que la Santísima Virgen María nos acompañe en este camino.

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Beato Juan Pablo II
ROSARIUM VIRGINIS MARIAE
Carta apostólica sobre el Santo Rosario (16-X-2002)

El Rosario, oración contemplativa

12. El Rosario, precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI: «Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6,7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza».

Comprender a Cristo desde María

14. Cristo es el Maestro por excelencia, el revelador y la revelación. No se trata sólo de comprender las cosas que Él ha enseñado, sino de «comprenderlo a Él». Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo, entre las criaturas nadie mejor que ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio.

El primero de los «signos» llevado a cabo por Jesús -la transformación del agua en vino en las bodas de Caná- nos muestra a María precisamente como maestra, mientras exhorta a los criados a ejecutar las disposiciones de Cristo (cf. Jn 2,5). Y podemos imaginar que ha desempeñado esta función con los discípulos después de la Ascensión de Jesús, cuando se quedó con ellos esperando el Espíritu Santo y los confortó en la primera misión. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la «escuela» de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.

Una escuela, la de María, mucho más eficaz, si se piensa que ella la ejerce consiguiéndonos abundantes dones del Espíritu Santo y proponiéndonos, al mismo tiempo, el ejemplo de aquella «peregrinación de la fe», en la cual es maestra incomparable. Ante cada misterio del Hijo, ella nos invita, como en su Anunciación, a presentar con humildad los interrogantes que conducen a la luz, para concluir siempre con la obediencia de la fe: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).

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NO ES MAYOR EL SIERVO QUE SU SEÑOR
San Juan Crisóstomo, Homilía 84, 3, sobre el evangelio de san Juan

Más que recorrer con la vista, meditemos: corona de espinas, manto, caña, bofetadas, venda en los ojos, salivazos, burlas. La meditación frecuente sobre estas cosas apacigua el alma; aun suponiendo que se burlen de nosotros, que suframos injusticias, repitamos una y otra vez: No es mayor el siervo que su señor.

No olvidemos a los judíos que, enfurecidos, dijeron: Estás endemoniado; tú eres samaritano; en nombre de Beelzebub arroja los demonios. Porque él sufrió estos insultos para que nosotros imitáramos su ejemplo, y toleráramos los sarcasmos que nos irritan grandemente. Pero él no sólo lo padeció, sino que consiguió con ello librar del riesgo de la eterna condenación a los que maquinaron su muerte; en efecto, envió a los apóstoles con el encargo de salvarlos. Escucha lo que les anunciaban: Sabemos que lo hicisteis por ignorancia; y así los invitaban a la conversión. También nosotros debemos imitarles. No hay cosa que más agrade a Dios que amar a los enemigos, y hacer bien a los que nos injurian.

Cuando alguien te ocasiona pesar, no le culpes, piensa que le empuja el tentador, y vuelca contra éste todo tu enfado: al tentado por el diablo, tenle compasión. Pues si el diablo es padre de la mentira, mucho más lo será de la ira irrazonable. Si ves que otro se ríe de ti, piensa igualmente que lo mueve el demonio, ya que tal proceder no es de cristianos. Y porque aquellos de quienes se dijo que llegará un día en que llorarán - Ay de vosotros, que ahora reís...- son ya más dignos de lágrimas que de oprobios cuando nos insultan, ridiculizan o incordian. Cristo mismo se conmovió pensando en Judas. Pongamos en práctica esas enseñanzas. De lo contrario, habremos venido al mundo en vano, peor aún, para nuestra desgracia.

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SAN FRANCISCO DE ASÍS
Carta S. S. Juan Pablo II en el VIII centenario
del nacimiento de san Francisco (15-VIII-1982)

Raíces de la vitalidad de san Francisco

Hasta ahora hemos tratado de aquellas cosas por las que la humanidad se gloría con razón de Francisco de Asís y no cesa de admirarlo: la alegría, la libertad, la paz, la fraternidad universal. Pero, si nos quedáramos aquí, se trataría de una admiración vana, con escasa o nula fuerza para enseñar a los hombres de hoy la manera de alcanzar los bienes antes mencionados; sería como pretender recoger los frutos, sin cuidar el tronco y las raíces del árbol.

Por consiguiente, para que la celebración del VIII centenario del nacimiento de san Francisco remueva verdaderamente las conciencias y deje en ellas huellas profundas, es preciso conocer y examinar las raíces desde las que la vida de este seráfico hombre produjo frutos tan admirables.

La paz, la alegría, la libertad y el amor no adornaron el espíritu de Francisco como dones fortuitos, heredados o naturales, sino que son fruto de una toma de postura y del camino duro que él compendió en estas palabras: «hacer penitencia», como escribió al principio de su Testamento: «El Señor me dio de esta manera a mí, hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia; en efecto, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver a los leprosos. Y el Señor mismo me condujo entre ellos, y yo practiqué con ellos la misericordia...».

«Hacer penitencia» o «vivir en penitencia»: estas expresiones son muy frecuentes en los escritos de san Francisco, resumiendo la totalidad de su vida y de su predicación. En el momento de orientar de forma nueva su vida -momento de especial importancia-, él, pidiendo consejo a Cristo, abrió el Evangelio y allí encontró esta respuesta del Señor, a la que se conformó hasta la muerte: «El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24). La abnegación fue el camino por el que Francisco encontró su «alma», su vida. Alcanzó la alegría sufriendo; la libertad, obedeciendo y negándose a sí mismo; el amor a todas las criaturas, odiándose a sí mismo, es decir, venciendo el amor a sí mismo, como enseña el Evangelio. Caminando un día con el hermano León, le enseñó que la verdadera alegría consiste en la paciencia, por amor a Cristo, ante cualquier amargura y tribulación.

«Vivir en penitencia», según san Francisco, equivale a reconocer el pecado en toda su gravedad; a estar ante Dios en constante actitud penitencial; a traducir en el estilo de vida este sentido de compunción y dolor mediante una austera actitud ascética. En este camino él avanzó de tal modo que, antes de morir, como pidiendo perdón, confesó «que había pecado mucho contra el hermano cuerpo» (TC 14), al haberlo sometido en vida a una penitencia tan grande.

Este camino que Francisco recorrió, en lenguaje cristiano se llama simplemente cruz. Él fue y continúa siendo pregonero y anuncio por el que la Iglesia es invitada firmemente a considerar la importancia de la predicación de la cruz, como si Dios quisiera, mediante su pobre siervo Francisco, volver a plantar el árbol de la vida «en medio de la ciudad», es decir, en medio de la Iglesia. Por esto, cuando en este año dedicado a la memoria de este Santo celestial peregrinamos a su sepulcro, le dirigimos la siguiente súplica: «El secreto de tu riqueza espiritual se escondía en la cruz de Cristo... Enséñanos, como el Apóstol Pablo te lo enseñó a ti, a no gloriarnos jamás, "si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo"».

Cristo crucificado fue el guía del camino de Francisco desde el comienzo de su nueva vida hasta el final; Él, en el monte Alverna, le imprimió externamente sus llagas sagradas para que ante los ojos de todos los hombres él fuera «una reproducción de la cruz y pasión del Cordero inmaculado». Francisco se realizó totalmente en conformidad con el Crucificado; y la razón principal de su extrema pobreza fue el seguimiento del Crucificado. Cuando ya se acercaba a la muerte, resumió toda su singular experiencia espiritual en estas sencillas pero sublimes palabras: «Conozco a Cristo pobre y crucificado» (2 Cel 105). Efectivamente, desde que se convirtió a Dios, vivió constantemente como quien había sido sellado por las llagas de Cristo.

Volvamos ahora a la pregunta del principio: «¿Por qué todo el mundo va detrás de ti?». Es ya evidente la respuesta, contenida en estas palabras de Jesucristo: «Yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí». Muchos hombres, en efecto, son atraídos hacia Francisco de Asís porque él, a ejemplo de su divino Maestro, quiso en cierto modo «ser elevado de la tierra», es decir, crucificado, de modo que ya no viviera él, sino Cristo en él, si se nos permite aplicarle las palabras del Apóstol (cf. Gál 2,20).

[Cf. el texto completo en Selecciones de Franciscanismo, núm. 33 (1982) 343-352]

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