DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 7 DE OCTUBRE

 

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NUESTRA SEÑORA, LA VIRGEN DEL ROSARIO. Esta conmemoración fue instituida por el papa san Pío V en el día aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la batalla naval de Lepanto (1571), victoria atribuida a la Madre de Dios, invocada por la oración del rosario. La celebración de este día es una invitación para todos a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la encarnación, la pasión y la gloria de la resurrección del Hijo de Dios. «El mes de octubre -dice Juan Pablo II- es el mes de María, mes del rosario. Hubo un tiempo en que esta plegaria sencilla y profunda, rezada en particular y en familia, se hallaba muy difundida en el pueblo cristiano. ¡Cuánto beneficiaría, si también hoy se redescubriera y valorara, especialmente en el seno de los hogares! Ayuda a contemplar la vida de Cristo y los misterios de la salvación; aleja los gérmenes de la disgregación familiar, gracias a la incesante invocación a la Virgen; y es vínculo seguro de comunión y de paz. Exhorto a todos, y de modo especial a las familias cristianas, a encontrar en el santo rosario el consuelo y el apoyo diarios para avanzar por el camino de la fidelidad».- Oración: Derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que, por el anuncio del ángel, hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos, por su pasión y su cruz, y con la intercesión de la Virgen María, a la gloria de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

BEATOS MÁRTIRES DE ARIMA. El 7 de octubre de 1613 fueron quemados vivos en Arima, diócesis de Nagasaki (Japón), ocho seglares japoneses integrados en tres familias de samurais: Adriano con su esposa Juana, León con su esposa Marta y sus dos hijos (Magdalena de 19 años y Diego de 12), León con su hijo Pablo de 24 años. Estas familias fueron siempre fieles a sus «daimyós» (soberanos feudales) en guerra y en paz, pero el odio a la fe provenía de un «daimyó» apóstata. Miles de cristianos, organizados en cofradías, pudieron asistir al martirio con el rosario en la mano y velas encendidas; habían pasado la noche entera velando en oración. Los mártires se habían preparado con oraciones y sacramentos. Cada uno de ellos mostró alguna peculiaridad personal: los tres samurais anunciaron a Cristo sin ambigüedades hasta el último momento. Marta animaba a sus hijos. Magdalena, de diecinueve años, levantó y ofreció al cielo con sus manos las brasas. El niño Diego, en el momento del suplicio, al quemársele las cuerdas, los vestidos y los cabellos, corrió hacia su madre y quedó muerto a sus pies; la madre acogió al niño señalando el cielo. Todos ellos confesaron su fe con toda claridad y con alegría, pronunciando los nombres de Jesús y María. Fueron beatificados con otros mártires el año 2008.

BEATO JOSÉ TONIOLO. Nació en Treviso (Véneto, Italia) en 1845. Estudió derecho en Padua y se especializó en sociología económica. Desde los 27 años fue profesor universitario en las cátedras de Padua, Módena y Pisa. Supo ser, además de maestro, amigo y educador de los jóvenes en la búsqueda de la verdad. Fue cooperador salesiano y muy devoto de santa Teresa. De él dijo Benedicto XVI: «Fue esposo y padre de siete hijos, profesor universitario y educador de los jóvenes, economista y sociólogo, apasionado servidor de la comunión en la Iglesia. Puso en práctica las enseñanzas de la encíclica Rerum novarum del Papa León XIII; promovió la Acción católica, la Universidad del Sagrado Corazón, las Semanas sociales de los católicos italianos y un Instituto de derecho internacional de la paz. Su mensaje es de gran actualidad, especialmente en este tiempo. El beato indica el camino del primado de la persona humana y de la solidaridad». Murió en Pisa el 7 de octubre de 1918. Beatificado en 2012.

BEATO JOSÉ LLOSÁ BALAGUER. Nació el año 1901 en Benaguacil, provincia de Valencia (España). A los doce años ingresó en el seminario de los Terciarios Capuchinos y, hecho el noviciado, emitió los votos temporales en 1919. Concluyó los estudios sacerdotales y fue ordenado de diácono, pero, por no considerarse digno, nunca accedió al presbiterado, ejerciendo su labor educadora en la recuperación de la juventud extraviada, siempre en Madrid, donde le sorprendió la persecución religiosa. Se refugió en Valencia, pero la noche del 1 de octubre de 1936 fue detenido y encarcelado. En la cárcel trató de cosas espirituales con un sacerdote y se confesó, manifestando su aceptación del martirio, su perdón a los enemigos y su devoción a Jesús y a María. Al amanecer del 7 de octubre de 1936 lo ejecutaron cerca del cementerio de su pueblo. Era de temperamento un tanto tímido, bien dotado para la música y el canto. Juan Pablo II lo beatificó en 2001 entre los mártires amigonianos y otros.

BEATA CHIARA BADANO. Nació en Sassello (Liguria, Italia) el 29-X-1971. Fue una muchacha moderna, sencilla, deportista, positiva, que transmitía un mensaje de optimismo y transparencia. A los 9 años descubrió el Movimiento de los Focolares, fundado por Chiara Lubich, y se identificó con él. En el verano de 1988, jugando al tenis, sintió fuertes dolores. Le diagnosticaron un osteosarcoma. Tuvieron que amputarle las piernas. De ella dijo Benedicto XVI que sus pocos años estuvieron "llenos de vida, de amor y de fe. Dos años, los últimos, llenos también de dolor, pero siempre en el amor y en la luz, una luz que irradiaba a su alrededor y que brotaba de dentro: de su corazón lleno de Dios... Evidentemente se trata de una gracia de Dios, pero esta gracia también fue preparada y acompañada por la colaboración humana: la colaboración de la propia Chiara, ciertamente, pero también de sus padres y de sus amigos". Murió el 7-X-1990 en su pueblo. En 2010, sus padres asistieron a su beatificación.

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San Augusto. De joven sufría una grave parálisis, tenía las manos y los pies anquilosados, y, según Gregorio de Tours, se curó milagrosamente por intercesión de san Martín. Entonces abrazó la vida monástica junto con algunos compañeros. Cuando el obispo de Bourges (Aquitania, Francia), Probiano, fundó el monasterio de San Sinforiano cerca de la ciudad, lo nombró abad del mismo, y él lo gobernó con extraordinaria prudencia y sabiduría. Murió en torno al año 560.

Santa Justina de Padua. Fue una virgen que por su fe en Cristo sufrió el martirio en Padua (Italia), probablemente en la persecución del emperador Diocleciano, a finales del siglo III o principios del siglo IV.

San Marcelo. Lo martirizaron en Capua (Italia), en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana (s. III/IV).

San Marcos I, papa de enero del año 336 a octubre del mismo año. Era natural de Roma y sucedió a san Silvestre en la cátedra de san Pedro.

San Paladio. Fue obispo de Saintes en Aquitania (Francia). Participó en varios concilios de su tiempo, levantó una basílica sobre el sepulcro de san Eutropio y fomentó el culto de los santos en su ciudad episcopal. Murió en torno al año 596.

Santos Sergio y Baco. Se dice que eran soldados y que fueron perseguidos por su condición de cristianos al negarse a ofrecer sacrificios a Júpiter. Fueron degradados, hechos objeto de burlas y ejecutados en la región de Rosapha en Siria, cerca del río Éufrates, el año 303.

Beato Juan Hunot. Nació en Brienon (Borgoña, Francia) el año 1742; tuvo un hermano y un primo que fueron como él sacerdotes y mártires. Se incorporó a la colegiata de su pueblo y en 1766 se ordenó de sacerdote. El cabildo lo nombró tesorero y era párroco de la iglesia colegial. Al llegar la Revolución Francesa prestó el juramento constitucional, pero cuando la Santa Sede condenó la Constitución civil del clero, se volvió atrás de su juramento, y empezaron para él los problemas. Lo arrestaron y lo encerraron en uno de los pontones anclados frente a Rochefort, donde murió en 1794.

Beato Martín Cid. Fue sacerdote de la diócesis de Zamora (España) y de él se dice que pertenecía a la familia del Cid Campeador. Se retiró a llevar vida solitaria en una gruta que trasformó en oratorio. Se le unieron algunos compañeros y con ellos fundó un hospicio para pobres en Peleas de Arriba, que estaba en la Ruta de la Plata. En un terreno cercano, donado por la corte, edificó el monasterio de Bellofonte (Zamora), llamado luego de Valparaíso, que afilió a la Orden Cisterciense y del que fue abad hasta su muerte el año 1152.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

El niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Cuando lo encontraron, le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón (cf. Lc 2,41-51).

Pensamiento franciscano:

En su Oficio de la Pasión, san Francisco salmodiaba así: «Gritad de gozo a Dios, nuestra ayuda; aclamad al Señor Dios vivo y verdadero con gritos de júbilo. Porque el santísimo Padre del cielo, Rey nuestro antes de los siglos, envió a su amado Hijo de lo alto, y nació de la bienaventurada Virgen santa María» (OfP 15,1.3).

Orar con la Iglesia:

Al celebrar las maravillas que Dios realizó en santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, presentémosle a Él, por intercesión de ella, nuestras humildes súplicas.

-Por la Iglesia: para que acierte a proclamar cada vez con mayor claridad el Evangelio a los enfermos, los débiles, los pequeños, los pobres.

-Por los que tienen autoridad y poder en nuestra sociedad: para que faciliten la venida del reino de Dios prometido a los pobres de espíritu.

-Por los que sufren en su cuerpo o en su espíritu: para que sientan la presencia maternal de María, consuelo de los afligidos.

-Por todos los cristianos: para que alcancemos por mediación de María la plenitud de vida, la salud, la alegría y la paz.

Oración: Dios todopoderoso, que constituiste a María Madre de Jesucristo y Madre nuestra, concédenos experimentar el poder de tan excelsa intercesora. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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LA VIRGEN MARÍA DEL ROSARIO Y LAS MISIONES
Benedicto XVI, Ángelus del día 7 de octubre de 2007

Queridos hermanos y hermanas:

Este primer domingo de octubre nos ofrece dos motivos de oración y de reflexión: la memoria de la Bienaventurada Virgen María del Rosario, que se celebra precisamente hoy, y el compromiso misionero, al que está dedicado este mes de modo especial. La imagen tradicional de la Virgen del Rosario representa a María que con un brazo sostiene al Niño Jesús y con el otro presenta el rosario a santo Domingo. Esta significativa iconografía muestra que el rosario es un medio que nos ofrece la Virgen para contemplar a Jesús y, meditando su vida, amarlo y seguirlo cada vez con más fidelidad.

Es la consigna que la Virgen dejó también en diversas apariciones. Pienso, de modo particular, en la de Fátima, acontecida hace 90 años. A los tres pastorcillos Lucía, Jacinta y Francisco, presentándose como «la Virgen del Rosario», les recomendó con insistencia rezar el rosario todos los días, para obtener el fin de la guerra. También nosotros queremos acoger la petición materna de la Virgen, comprometiéndonos a rezar con fe el rosario por la paz en las familias, en las naciones y en el mundo entero.

Sin embargo, sabemos que la verdadera paz se difunde donde los hombres y las instituciones se abren al Evangelio. El mes de octubre nos ayuda a recordar esta verdad fundamental mediante una especial animación que tiende a mantener vivo el espíritu misionero en todas las comunidades y a sostener el trabajo de todos aquellos -sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos- que trabajan en las fronteras de la misión de la Iglesia.

Con especial esmero nos preparamos para celebrar la Jornada mundial de las misiones, que tendrá como tema: «Todas las Iglesias para todo el mundo». El anuncio del Evangelio sigue siendo el primer servicio que la Iglesia debe a la humanidad, para ofrecer la salvación de Cristo al hombre de nuestro tiempo, humillado y oprimido de tantas maneras, y para orientar en sentido cristiano las transformaciones culturales, sociales y éticas que se están produciendo en el mundo.

Este año, un motivo ulterior nos impulsa a un renovado compromiso misionero: el 50º aniversario de la encíclica Fidei donum, del siervo de Dios Pío XII, que promovió y animó la cooperación entre las Iglesias para la misión ad gentes. Me complace recordar también que hace 150 años partieron hacia África, precisamente hacia el actual Sudán, cinco sacerdotes y un laico del instituto de don Mazza, de Verona. Entre ellos estaba san Daniel Comboni, futuro obispo de África central y patrono de aquellas poblaciones, cuya memoria litúrgica se celebra el próximo 10 de octubre.

A la intercesión de este pionero del Evangelio y de los demás numerosos santos y beatos misioneros, particularmente a la protección materna de la Reina del Santo Rosario, encomendamos a todos los misioneros y misioneras. Que María nos ayude a recordar que todo cristiano está llamado a anunciar el Evangelio con su palabra y con su vida.

[Después del Ángelus] Me alegra saludar ahora a los jóvenes que durante los días pasados animaron la cuarta edición de la Misión de Roma, denominada «Jesús en el centro». Os felicito, queridos amigos, porque habéis llevado el anuncio del amor de Dios por las calles, a algunos hospitales y escuelas de la ciudad. La experiencia misionera es parte de la formación cristiana, y es importante que los adolescentes y los jóvenes puedan vivirla personalmente. Seguid testimoniando cada día el Evangelio y comprometeos generosamente en las próximas iniciativas misioneras de la diócesis de Roma.

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Beato Juan Pablo II
ROSARIUM VIRGINIS MARIAE
Carta apostólica sobre el Santo Rosario (16-X-2002)

María modelo de contemplación

10. La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2,7).

Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Lc 2,48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf. Jn 2,5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo al pie de la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la «parturienta», ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a ella (cf. Jn 19,26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf. Hch 1,14).

Los recuerdos de María

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: «Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc 2,19; cf. 2,51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la acompañan en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el «rosario» que ella rezó constantemente en los días de su vida terrena.

Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su solicitud materna hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su «papel» de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los «misterios» de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan desplegar toda su fuerza salvadora. Cuando reza el Rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.

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CONVIENE MEDITAR LOS MISTERIOS DE SALVACIÓN
San Bernardo de Claraval, Sermón sobre el acueducto

El Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. ¡La fuente de la sabiduría, la Palabra del Padre en las alturas! Esta Palabra, por tu mediación, Virgen santa, se hará carne, de manera que el mismo que afirma: Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí podrá afirmar igualmente: Yo salí de Dios, y aquí estoy.

En el principio-dice el Evangelio- ya existía la Palabra. Manaba ya la fuente, pero hasta entonces sólo dentro de sí misma. Y continúa el texto sagrado: Y la Palabra estaba junto a Dios, es decir, morando en la luz inaccesible; y el Señor decía desde el principio: Mis designios son de paz y no de aflicción. Pero tus designios están escondidos en ti, y nosotros no los conocemos; porque, ¿quién había penetrado la mente del Señor?, o ¿quién había sido su consejero?

Pero llegó el momento en que estos designios de paz se convirtieron en obra de paz: La Palabra se hizo carne y ha acampado ya entre nosotros; ha acampado, ciertamente, por la fe en nuestros corazones, ha acampado en nuestra memoria, ha acampado en nuestro pensamiento y desciende hasta la misma imaginación. En efecto, ¿qué idea de Dios hubiera podido antes formarse el hombre, que no fuese un ídolo fabricado por su corazón? Era incomprensible e inaccesible, invisible y superior a todo pensamiento humano; pero ahora ha querido ser comprendido, visto, accesible a nuestra inteligencia.

¿De qué modo?, te preguntarás. Pues yaciendo en un pesebre, reposando en el regazo virginal, predicando en la montaña, pasando la noche en oración; o bien pendiente de la cruz, en la lividez de la muerte, libre entre los muertos y dominando sobre el poder de la muerte, como también resucitando al tercer día y mostrando a los apóstoles la marca de los clavos, como signo de victoria, y subiendo finalmente, ante la mirada de ellos, hasta lo más íntimo de los cielos.

¿Hay algo de esto que no sea objeto de una verdadera, piadosa y santa meditación? Cuando medito en cualquiera de estas cosas, mi pensamiento va hasta Dios y, a través de todas ellas, llego hasta mi Dios. A esta meditación la llamo sabiduría, y para mí la prudencia consiste en ir saboreando en la memoria la dulzura que la vara sacerdotal infundió tan abundantemente en estos frutos, dulzura de la que María disfruta con toda plenitud en el cielo y la derrama abundantemente sobre nosotros.

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SAN FRANCISCO DE ASÍS
Carta S. S. Juan Pablo II en el VIII centenario
del nacimiento de san Francisco (15-VIII-1982)

Libertad, paz y fraternidad, ecumenismo y ecología

Aunque Francisco no usó casi nunca la palabra libertad, fue su misma vida una expresión verdaderamente singular de la libertad evangélica. En su estilo de vida y en su proyecto interior se transparentaba la libertad de espíritu y la espontaneidad de quien ha hecho del amor la ley suprema y está completamente unido a Dios. Una de las manifestaciones de esto es la libertad que dio, de acuerdo con el Evangelio, a sus hermanos para que comieran de todos los alimentos que les ofrecieran.

Pero la libertad que siguió y exaltó Francisco no se opone a la obediencia a la Iglesia, más aún, «a todos los hombres que hay en el mundo»; por el contrario, de ella procede. El estado primigenio y perfecto del hombre, libre y señor del universo, resplandece en él con luz particular. Así se explica también aquella singular familiaridad y docilidad que todas las criaturas mostraban a este Pobre de Cristo. Así sucedió que las aves lo escucharan cuando predicaba, que el lobo -según la conocida narración- se amansara, que el mismo fuego, suavizando sus ardores, se tornara «cortés», es decir, amable. Y así, como afirma el primer biógrafo de Francisco, «caminando en la vía de la obediencia y en la absoluta sumisión a la divina voluntad, consiguió de Dios la alta dignidad de hacerse obedecer de las criaturas» (1 Cel 61). Pero, sobre todo, la libertad de Francisco nacía de su pobreza voluntaria, por lo que se liberó de toda ambición y solicitud terrena, de modo que llegó a ser uno de aquellos hombres que, según las palabras del Apóstol, «nada tienen y todo lo poseen».

Francisco, además de hombre insigne por la perfecta alegría y libertad, es constantemente venerado como amante dulcísimo de la paz y fraternidad universal. La paz de que Francisco gozaba y que difundía, tenía su fuente en Dios, a quien, en la oración, se dirigió con estas palabras: «Tú eres la mansedumbre, tú eres la seguridad, tú eres la quietud». Esta paz toma forma humana y fuerza en Cristo Jesús, que es «nuestra paz»; en Él -escribió Francisco siguiendo a san Pablo-, «todas las cosas que hay en el cielo y en la tierra han sido pacificadas y reconciliadas con el Dios omnipotente».

«El Señor te dé la paz»: con estas palabras, aleccionado por la divina revelación, saludaba Francisco a todos los hombres. Fue, en verdad, «pacífico», es decir, autor y mediador de paz -el tipo de hombre que es proclamado dichoso en el Evangelio-, ya que «todo el contenido de sus palabras iba encaminado a extinguir las enemistades entre los ciudadanos y a restablecer entre ellos los convenios de paz». Restableció la paz y la concordia entre las clases sociales de su misma ciudad, opuestas entre sí con violencia cruenta, expulsando con su oración a los demonios, causantes de las discordias. Estableció la paz entre ciudades divididas por la discordia, entre el clero y el pueblo, y, según se dice, también entre los hombres y las fieras. Pero la paz, según la persuasión de Francisco, se construye otorgando el perdón; por lo que, para inducir a hacer las paces al gobernador de la ciudad de Asís y al obispo de aquella sede, que estaban reñidos, añadió cuidadosamente al Cántico del hermano sol estas palabras tan conocidas: «Loado seas, mi Señor, por aquellos que perdonan por tu amor».

Francisco a nadie tenía por enemigo, a todos los consideraba hermanos. Por lo que, superando todas las barreras con las que los hombres de aquel tiempo creaban divisiones, anunció el amor de Cristo incluso a los Sarracenos, sembrando en los ánimos las bases para el diálogo y el ecumenismo entre los hombres de diferente cultura, raza y religión: uno de los más altos ideales a los que se encamina nuestro tiempo. Además, extendió este sentido de fraternidad universal a todas las cosas creadas, incluso a las inanimadas: el sol, la luna, el agua, el viento, el fuego y la tierra, a las que llamó hermanos y hermanas y a las que honró con delicada reverencia. A este respecto se ha escrito de él: «Abraza todas las cosas con indecible afectuosa devoción y les habla del Señor y las exhorta a alabarlo» (2 Cel 165).

Tomando en consideración todo esto e intentando satisfacer los deseos de quienes hoy se preocupan meritoriamente del ambiente natural en que los hombres viven, proclamamos a san Francisco de Asís celestial Patrono de todos los amantes de la ecología, el 29 de noviembre de 1979, mediante las Letras Apostólicas selladas con el Anillo del Pescador, Inter Sanctos. Pero, por lo que a esto se refiere, es de notar que Francisco impedía la injusta y dañosa violencia contra las criaturas y los elementos porque, a la luz bíblica de la creación y la revelación, las veía como criaturas ante las que el hombre se siente obligado, no como criaturas dejadas a su capricho; criaturas que juntamente con él esperan y anhelan «ser liberadas de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rom 8,21).

[Cf. el texto completo en Selecciones de Franciscanismo, núm. 33 (1982) 343-352]

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