![]() |
|
![]() |
DÍA 27 DE AGOSTO
|
. |
* * * San Amadeo de Lausana. Nació en el castillo de Chatte (Delfinado, Francia) el año 1110, en el seno de una familia noble. Se educó en varios monasterios famosos y estuvo en la corte del emperador Enrique V. Abrazó la vida monástica en la abadía de Claraval. San Bernardo lo eligió abad del monasterio de Hautecombe, y en 1144 el papa Lucio II lo nombró obispo de Lausana (Suiza). Cuidó con solicitud la formación religiosa de los jóvenes, formó un clero piadoso y casto, celebró en su predicación las grandezas de la bienaventurada Virgen María. Fue canciller imperial de Federico Barbarroja y tuvo que intervenir en asuntos políticos, en los que siempre procuró la paz y el bien común. Murió en Lausana el año 1159. San Cesáreo de Arlés. Nació en Chalon-sur-Saone (Francia) el año 470. A los veinte años entró en el monasterio de la isla de Lérins, donde se ordenó de sacerdote. En el 503 fue elegido obispo de Arlés, capital de la Galia romana, que estaba bajo el dominio de los Visigodos arrianos. Logró mantener a sus fieles en la fe católica y convocó sínodos en los que se desarrolló una amplia labor litúrgica y disciplinar para clérigos y laicos. Fundó asilos y hospitales para pobres, deportados, prófugos. Era un gran predicador y escribió sermones para la catequesis del pueblo en las fiestas. Escribió también reglas para la vida monástica de hombres y mujeres. Dejó una extensa obra literaria. Murió en Arlés el año 543. San David Lewis. Nació en el condado de Monmouth (Inglaterra) el año 1616, de padre protestante y madre católica. Como tutor del conde de Savage viajó al extranjero, y en París abrazó el catolicismo. Después marchó a Roma, estudió y se ordenó de sacerdote en 1642. Continuó sus estudios y en 1644 ingresó en la Compañía de Jesús. Volvió a su patria y estuvo más de treinta años administrando los sacramentos en la clandestinidad y afrontando muchos riesgos, fortaleciendo en la fe a los católicos y atrayendo a los que la habían abandonado. Bien se mereció el sobrenombre de «padre de los pobres». A raíz de la conspiración papista inventada por Titus Oates, fue detenido y ahorcado en Usk (Gales) el 27 de agosto de 1679. San Gebhardo. Hijo del conde Ulrico de Bregenz, se educó en la escuala catedralicia de Constanza (Suiza), ciudad de la que fue elegido obispo el año 979. Cuatro años después fundó el monasterio de Peterhausen, para el que trajo monjes benedictinos de Einsiedeln, y en cuya iglesia fue sepultado cuando murió el 27 de agosto del 995. San Guarino de Aulps (o de Sion). Nació hacia el año 1065 y fue monje del monasterio de Molesmes en tiempo de san Roberto. Se le encomendó que fundara la abadía de Aulps, en Saboya, de la que fue abad. La gobernó santamente y procuró con gran celo el fomento de la vida espiritual de los monjes y el cumplimiento de la Regla. Agregó su monasterio a la naciente Orden del Císter. En 1138 fue elegido obispo de Sion en Suiza, y trabajó por la reforma del clero y del pueblo. Allí murió el 27 de agosto de 1150. San Juan de Pavía. Fue obispo de Pavía, en la región de Lombardía (Italia), y murió el año 825. San Licerio. Nació en España, seguramente en Lérida, y fue discípulo del obispo san Fausto de Riez, con quien marchó al exilio. Lo ordenó de sacerdote san Quinciano, y algún tiempo después fue elegido obispo de Couserans, ciudad después llamada Sant-Lizier, en la región Mediodía-Pirineos de Francia. Se dice que con sus oraciones libró a la ciudad de ser asaltada por los visigodos. Murió hacia el año 540. Santos Marcelino y compañeros mártires. Mártires de Tomis de Escitia (actual Constanza en Rumanía), inmolados en el siglo IV: Marcelino, tribuno, Mannea, su esposa, Juan, el hijo de ambos, Serapión, clérigo, y Pedro, soldado. San Narno. Es considerado como el primer obispo de Bérgamo (Italia), y su vida se sitúa en el siglo IV. San Poemeno. Célebre padre del desierto de la Tebaida en Egipto, muy apreciado entre los anacoretas y del que se refieren muchas máximas llenas de sabiduría. Su vida se sitúa a caballo entre los siglos III y IV. San Rufo. Sufrió el martirio en Capua (Campania, Italia) en el siglo III/IV. Beato Ángel Conti de Foligno. Nació en Foligno (Umbría, Italia) el año 1226, de la noble familia Conti. Tras una juventud ejemplar, ingresó en la Orden de los Ermitaños de San Agustín y se ordenó de sacerdote. Fundó varios conventos de su Orden. Destacó por sus penitencias, humildad y suma paciencia al recibir ofensas. Murió en su ciudad natal el año 1312. Beato Crisanto González. Nació en Torrelaguna (Madrid) en 1897. Profesó en los Hermanos Maristas el año 1916. Pasó por varios destinos hasta que, en 1935, lo nombraron director del seminario menor de Les Avellanes (Lérida). Cuando arreció la persecución religiosa en 1936, los estudiantes fueron distribuidos por las familias del pueblecito vecino, Tartareu. El Hno. Crisanto se reunía con frecuencia con ellos y los confortaba. Su gran preocupación era salvar a sus seminaristas. El 27 de agosto de 1936, los milicianos lo detuvieron y lo acribillaron a balazos en el término de Tartareu (Lérida). Beatificado el 13-X-2013. Beato Domingo de la Madre de Dios Barberi. Nació en Viterbo (Italia) el año 1792. A los 22 años ingresó en los Pasionistas, y se ordenó de sacerdote en Roma en 1818. Lo destinaron a la formación de los jóvenes de su Congregación. Fue un hombre de vasta erudición como muestran su muchas obras filosóficas, teológicas y ascéticas. Se dedicó también a la predicación en Italia y sobre todo en Inglaterra, donde se entregó al restablecimiento de la unidad de los cristianos, y atrajo a la Iglesia católica a muchos fieles y ministros, entre ellos el mismo Newman. Murió en Reading (Inglaterra) el 27 de agosto de 1849. Beato Fernando González Añón. Nació en Turís (Valencia, España) el año 1886. Acabados los estudios de Perito Mercantil, ingresó en el seminario diocesano y fue ordenado de sacerdote en 1913. Ejerció el ministerio pastoral en sucesivos destinos. Se distinguió como apóstol del Corazón de Jesús y de los obreros, impulsó el culto al Santísimo Sacramento y a la Virgen de los Dolores, cuidó de modo especial la catequesis y la atención a pobres y enfermos. El 27 de agosto de 1936, unos pistoleros lo sacaron de la casa rectoral y lo fusilaron en el término municipal de Picassent (Valencia), mientras los perdonaba y daba vivas a Cristo Rey. Beatos José María López y Pedro Ibáñez, dominicos. Estaban ocasionalmente en Madrid cuando estalló la persecución religiosa. Buscaron refugio en varios lugares hasta que el 26-VIII-1936 los descubrieron en una pensión. Los detuvieron y los llevaron a la checa de Fomento. Al día siguiente, 27-VIII-1936, los fusilaron en el Barrio de la China de Madrid, distrito de Vallecas. José María López nació en Alcalá la Real (Jaén) en 1892, profesó en 1911, pasó por Estados Unidos y terminó los estudios en Manila (Filipinas), donde fue ordenado sacerdote en 1919. Destinado a las misiones de China, desplegó gran celo de 1919 a 1935, año en que tuvo que volver a España gravemente enfermo; le asignaron el convento de Ocaña. Pedro Ibáñez nació en Fuentes de Nava (Palencia) en 1892, profesó en 1909 y, después de pasar por Estados Unidos, terminó los estudios en Manila y allí recibió la ordenación sacerdotal en 1917. Fue misionero en China por 5 años y después trabajó por 18 años en diversos ministerios en Filipinas. Volvió a España en 1934 y continuó dedicado a la enseñanza en Segovia. Beatos Juan Bautista de Souzy y Uldarico (Juan Bautista) Guillaume. Murieron el 27 de agosto de 1794 en uno de los pontones anclados frente a Rochefort (Francia), a consecuencia del hambre y la enfermedad, las condiciones inhumanas del encierro y los malos tratos. Los detuvieron y condenaron por no avenirse a las exigencias de la Revolución Francesa incompatibles con la fe cristiana. Juan Bautista nació en La Rochelle el año 1732. Ordenado de sacerdote, ejerció su ministerio en su ciudad natal, en la que adquirió un gran prestigio como sacerdote y como hombre de letras. Le confiaron distintos cargos en el ámbito civil. En la Revolución, pasó a la clandestinidad y administró los sacramentos cuanto le fue posible, hasta que lo detuvieron. Uldarico nació en Fraisans el año 1755. Ingresó en la Congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1785. Cuando estalló la Revolución, llevaba ocho años en Nancy, entregado por completo a la formación de los niños. Beatos Mauricio Íñiguez de Heredia y Luis Beltrán Solá. Eran religiosos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, y pertenecían a su comunidad de Manresa cuando arreció la persecución religiosa. El 5 de agosto de 1936, la alcandía se incautó del hospital y los hermanos se diseminaron. Mauricio y Luis se refugiaron en una pensión de Barcelona, en la que fueron detenidos y luego fusilados el 27 de agosto de 1936. Mauricio nació en Dallo (Álava) en 1877. Hizo su profesión religiosa en 1895. Vivía perfectamente identificado con la vocación hospitalaria. Un hermano suyo, beato Gaudencio, fue martirizado el 1 de agosto. También su padre vistió el hábito hospitalario. Luis Beltrán nació Arnunarizqueta (Navarra) en 1899. Después de pasar por las pruebas religiosas adecuadas, profesó en 1919. La mayor parte de su vida religiosa la pasó en Cataluña, dedicado a la limosna y al acompañamiento de los enfermos en servicio nocturno.- Beatificados el 13-X-2013. Beato Pelayo-José Granado. Nació en Santa María de los Llanos (Cuenca) en 1895. De niño se educó en la Casa de Beneficencia atendida por las Hijas de la Caridad. Profesó en los Paúles en 1916 y fue ordenado sacerdote en 1923. Se dio de lleno a la predicación tanto en las misiones populares como en las fiestas litúrgicas. Su último destino fue Gijón. Cuando estalló la persecución religiosa había ido a predicar a La Corrada, donde lo detuvieron los milicianos. Lo torturaron y mutilaron con saña, a consecuencia de lo cual expiró el 27 de agosto de 1936 en el término de Soto del Barco (Asturias). Beatificado el 13-X-2013. Beato Ramón Martí Soriano. Nació en Burjasot, provincia de Valencia en España, el año 1902. A los doce años ingresó en el seminario conciliar de Valencia. Desde niño vivió el espíritu de sacrificio y pobreza. Recibió la ordenación sacerdotal en 1926. Lo nombraron coadjutor de Vallada y trató con gran caridad al párroco enfermo y en crítico estado psíquico. Era afable y bondadoso, vivía con suma estrechez y nunca se avergonzó de su origen humilde. En la persecución religiosa tuvo que dejar la parroquia y refugiarse en su pueblo. El 27 de agosto de 1936 lo detuvieron unos milicianos que, por la noche, lo ametrallaron en el término municipal de Bétera (Valencia). Beato Rogerio (o Roger) Cadwallador. Nació en Stretton (Inglaterra), hijo de un hacendado labrador. Desde joven quiso seguir la vocación sacerdotal y para ello se trasladó a Reims (Francia) y luego a Valladolid (España), donde recibió la ordenación sacerdotal. Volvió a su patria en 1594 y ejerció su ministerio 16 años con tranquilidad; después empezaron los problemas. Se mostró dispuesto a colaborar con la reina Isabel I, pero reconociendo como cabeza de la Iglesia al obispo de Roma. Se negó a prestar los juramentos que se le exigían, y fue ahorcado y descuartizado en Leonminster el 27 de agosto de 1610, en tiempo de Jacobo I. Beatos Teógenes Valls, Luciano Álvarez y Pedro Jerónimo Serret, Maristas. Formaban parte de su comunidad y colegio de Málaga. El 19-VII-1936, fue asaltado el colegio y estos religiosos se dispersaron, yendo a parar a una misma casa de la ciudad, donde sufrieron muchos sobresaltos por los registros continuos de los milicianos. El 27 de agosto de 1936, fueron detenidos y aquel mismo día asesinados en el cementerio de San Rafael. Teógenes nació en Vilamacolum (Gerona) en 1885. Hizo la primera profesión en 1902. Ejerció de profesor de matemáticas en varios colegios; su último destino fue Málaga en 1929. También era buen catequista. Luciano nació en Albacastro (Burgos) en 1892. Profesó en 1908. Primero fue cocinero, como era costumbre entre los maristas, y después recorrió muchas comunidades de España dedicado siempre a la enseñanza. Fue a Málaga en 1935. Pedro Jerónimo nació en Ráfales (Teruel) en 1904. Pronunció sus votos temporales en 1922. Desempeñó su labor docente en varios colegios de España y Marruecos. Se distinguió por su celo apostólico y por su dedicación a los alumnos. Llegó a Málaga en 1935.- Beatificados el 13-X-2013. * * * PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Camino del Calvario, seguía a Jesús una gran multitud del pueblo y unas mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos» (Lc 23,27-28). Pensamiento franciscano: De la segunda carta de santa Clara a santa Inés: -Si sufres con Cristo pobre, reinarás con Él; si lloras con Él, gozarás con Él; si mueres con Él en la cruz de la tribulación, poseerás con Él las mansiones celestes y tu nombre será inscrito en el libro de la vida. Por lo cual, participarás para siempre de la gloria del reino celestial a cambio de las cosas terrenas y transitorias, de los bienes eternos a cambio de los perecederos (2CtaCl 21-23). Orar con la Iglesia: Invoquemos humilde y confiadamente la bondad de Dios todopoderoso, por la intercesión de santa Mónica. -Por la santa Iglesia de Dios: para que sus hijos logren la perfección en todos los estados de vida. -Por todos los pueblos del mundo: para que se abran al Evangelio y se enriquezcan con su luz. -Por las madres de familia: para que vivan la plenitud del amor y se consagren sin desfallecer a la educación de sus hijos. -Por las viudas que viven en soledad: para que Dios las sostenga y las asista con su providencia. -Por las familias que sufren y se ven amenazadas de múltiples maneras: para que se vean libres de sus angustias y recuperen la paz y la seguridad. Oración: Dios todopoderoso, consuelo de los afligidos y fuerza de los débiles: escucha nuestras súplicas y, por la intercesión de santa Mónica, concédenos la alegría de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * SANTA MÓNICA, MADRE
DE SAN AGUSTÍN Queridos hermanos y hermanas: Hoy, 27 de agosto, recordamos a santa Mónica y mañana recordaremos a su hijo, san Agustín: sus testimonios pueden ser de gran consuelo y ayuda también para muchas familias de nuestro tiempo. Mónica, nacida en Tagaste, actual Souk-Aharás, Argelia, en una familia cristiana, vivió de manera ejemplar su misión de esposa y madre, ayudando a su marido Patricio a descubrir la belleza de la fe en Cristo y la fuerza del amor evangélico, capaz de vencer el mal con el bien. Tras la muerte de él, ocurrida precozmente, Mónica se dedicó con valentía al cuidado de sus tres hijos, entre ellos san Agustín, el cual al principio la hizo sufrir con su temperamento más bien rebelde. Como dirá después san Agustín, su madre lo engendró dos veces; la segunda requirió largos dolores espirituales, con oraciones y lágrimas, pero que al final culminaron con la alegría no sólo de verle abrazar la fe y recibir el bautismo, sino también de dedicarse enteramente al servicio de Cristo. ¡Cuántas dificultades existen también hoy en las relaciones familiares y cuántas madres están angustiadas porque sus hijos se encaminan por senderos equivocados! Mónica, mujer sabia y firme en la fe, las invita a no desalentarse, sino a perseverar en la misión de esposas y madres, manteniendo firme la confianza en Dios y aferrándose con perseverancia a la oración. En cuanto a Agustín, toda su existencia fue una búsqueda apasionada de la verdad. Al final, no sin un largo tormento interior, descubrió en Cristo el sentido último y pleno de su vida y de toda la historia humana. En la adolescencia, atraído por la belleza terrena, «se lanzó» a ella -como dice él mismo (cf. Confesiones X, 27-38)- de manera egoísta y posesiva con comportamientos que produjeron no poco dolor a su piadosa madre. Pero a través de un fatigoso itinerario, también gracias a las oraciones de ella, Agustín se abrió cada vez más a la plenitud de la verdad y del amor, hasta la conversión, ocurrida en Milán, bajo la guía del obispo san Ambrosio. Así permanecerá como modelo del camino hacia Dios, suprema Verdad y sumo Bien. «Tarde te amé -escribe en su célebre libro de las Confesiones-, hermosura tan antigua y siempre nueva, tarde te amé. He aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba... Estabas conmigo y yo no estaba contigo... Me llamabas, me gritabas, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera» (ib.). Que san Agustín obtenga también el don de un sincero y profundo encuentro con Cristo para todos los jóvenes que, sedientos de felicidad, la buscan recorriendo caminos equivocados y se pierden en callejones sin salida. * * * El 27 de agosto celebramos la memoria litúrgica de santa Mónica, madre de san Agustín, considerada modelo y patrona de las madres cristianas. Muchas noticias sobre ella nos proporciona su hijo en el libro autobiográfico Las confesiones, obra maestra entre las más leídas de todos los tiempos. Aquí conocemos que san Agustín bebió el nombre de Jesús con la leche materna y fue educado por su madre en la religión cristiana, cuyos principios quedaron en él impresos incluso en los años de desviación espiritual y moral. Mónica jamás dejó de orar por él y por su conversión, y tuvo el consuelo de verle regresar a la fe y recibir el bautismo. Dios oyó las plegarias de esta santa mamá, a quien el obispo de Tagaste había dicho: «Es imposible que se pierda un hijo de tantas lágrimas». En verdad, san Agustín no sólo se convirtió, sino que decidió abrazar la vida monástica y, al volver a África, fundó él mismo una comunidad de monjes. Conmovedores y edificantes son los últimos coloquios espirituales entre él y su madre en la quietud de una casa de Ostia, a la espera de embarcarse rumbo a África. Santa Mónica ya había llegado a ser, para este hijo suyo, «más que madre, la fuente de su cristianismo». Su único deseo durante años había sido la conversión de Agustín, a quien ahora veía orientado incluso a una vida de consagración al servicio de Dios. Por lo tanto podía morir contenta, y efectivamente falleció el 27 de agosto del año 387, a los 56 años, después de haber pedido a sus hijos que no se preocuparan por su sepultura, sino que se acordaran de ella, allí donde estuvieran, en el altar del Señor. San Agustín repetía que su madre lo había «engendrado dos veces». * * * ALCANCEMOS LA
SABIDURÍA ETERNA Cuando ya se acercaba el día de su muerte -día por ti conocido, y que nosotros ignorábamos-, sucedió, por tus ocultos designios, como lo creo firmemente, que nos encontramos ella y yo solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa donde nos hospedábamos, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de la multitud, nos rehacíamos de la fatiga del largo viaje, próximos a embarcarnos. Hablábamos, pues, los dos solos, muy dulcemente y, olvidando lo que queda atrás y lanzándonos hacia lo que veíamos por delante, nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres tú, cómo sería la vida eterna de los santos, aquella que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar. Y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida que hay en ti. Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas mismas palabras; sin embargo, tú sabes, Señor, que, cuando hablábamos aquel día de estas cosas -y mientras hablábamos íbamos encontrando despreciable este mundo con todos sus placeres-, ella dijo: «Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por un tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?» No recuerdo muy bien lo que le respondí, pero, al cabo de cinco días o poco más, cayó en cama con fiebre. Y, estando así enferma, un día sufrió un colapso y perdió el sentido por un tiempo. Nosotros acudimos corriendo, mas pronto recobró el conocimiento, nos miró, a mí y a mi hermano allí presentes, y nos dijo en tono de interrogación: «¿Dónde estaba?» Después, viendo que estábamos aturdidos por la tristeza, nos dijo: «Enterrad aquí a vuestra madre». Yo callaba y contenía mis lágrimas. Mi hermano dijo algo referente a que él hubiera deseado que fuera enterrada en su patria y no en país lejano. Ella lo oyó y, con cara angustiada, lo reprendió con la mirada por pensar así, y, mirándome a mí, dijo: «Mira lo que dice». Luego, dirigiéndose a ambos, añadió: «Sepultad este cuerpo en cualquier lugar: esto no os ha de preocupar en absoluto; lo único que os pido es que os acordéis de mí ante el altar del Señor, en cualquier lugar donde estéis». Habiendo manifestado, con las palabras que pudo, este pensamiento suyo, guardó silencio, e iba luchando con la enfermedad que se agravaba. Nueve días después, a la edad de cincuenta y seis años, cuando yo tenía treinta y tres, salió de este mundo aquella alma piadosa y bendita. * * * FRANCISCO, HOMBRE DE
FE Con frecuencia hablamos y pensamos en el Francisco ya convertido, santo, en el que la gracia se ha posesionado de toda su persona y el Espíritu del Señor aflora a su antojo produciendo esos efectos que cautivan a cuantos contemplan al Poverello. Con menor frecuencia solemos reflexionar en el largo camino de conversión que Francisco recorrió y en su marcha por los senderos de la fe, no siempre luminosos. Revisiones, progresos, cambios... Tales han sido, tales son todavía las palabras clave a través de las cuales la conciencia cristiana ha expresado la gran esperanza y la renovación de la Iglesia-en-Concilio. Si bien la esperanza permanece y la renovación se afianza, aparece hoy un malestar en el plano de la fe. No se sabe ya lo que es verdadero y lo que no lo es o lo es menos. Surge la pregunta: ¿En su metamorfosis conciliar, habrá perdido la fe sus cimientos? ¡De ninguna manera!, responden publicaciones cuyo número y títulos acusan la extensión del malestar más que suprimirlo: ¿Qué es necesario creer? Esperar de Francisco la respuesta a semejante pregunta, ¿no es refugiarse en un pasado encantador y anticuado, y esquivar finalmente de forma cómoda la actual revisión? Este sería el caso, sin duda, si la fe no fuese más que una armonización de fórmulas y de dogmas a los que se prestaría su asentimiento de una vez por todas con ocasión, por ejemplo, del bautismo. De hecho, «credo» significa «yo creo», es decir, expresa un acto. Creer es reconocer, encontrar a Alguien, y amarlo. Si hacemos oposiciones al título de creyente al recibir el bautismo, ello no quiere decir que nos convirtamos en propietarios de la fe que se nos da. La fe no se posee jamás, no se adquiere jamás definitivamente. Su objeto no es un dogma o una idea sino una Persona, y nunca se acaba de escrutar el misterio que es toda persona, humana o divina. San Francisco es considerado como el hombre que más se ha identificado con Cristo. Así se comprende que su acto de fe pueda, a pesar de los siglos que nos separan, proyectar alguna luz sobre el nuestro, a semejanza de esas estrellas, hace tiempo apagadas, que iluminan aún nuestra noche. Además, no vamos a examinar el contenido nocional de la fe del Poverello, sino sólo algunas experiencias mayores de su vida, a través de las cuales se trasparenta la andadura de una fe vivida. Como la mayoría de nosotros, Francisco recibió muy pronto el bautismo (1 Cel 1). Bien temprano acumuló el conjunto más o menos coherente de nociones teológicas y morales que constituía el bagaje normal del buen cristiano de su época. Mas para que esta fe recibida se tornara fe vivida, Francisco tuvo que pasar tales nociones por la criba de la vida y de sus experiencias.
|
. |