|
|
![]() |
| DÍA 19 DE AGOSTO
|
| . |
* * * Santos Andrés el Tribuno y compañeros mártires. Según la tradición, Andrés era un tribuno del ejército que el emperador Diocleciano envió para combatir a los persas. En una situación crítica frente al ejército enemigo, Andrés dijo a sus soldados que invocaran a Cristo, de quien había oído maravillas. Obtuvieron la victoria y la atribuyeron a Cristo. Llegada la noticia a los jefes, para no minar la moral del ejército, los expulsaron de las armas. Se pusieron en contacto con el obispo de Cesarea de Cilicia (Turquía) y se bautizaron. El gobernador envió un ejército para acabar con ellos, que huyeron a la cordillera del Tauro, en cuyos desfiladeros fueron masacrados el 19 de agosto del año 305. San Bartolomé de Simeri. Nació en Calabria (Italia) a mediados del siglo XI. De joven eligió la vida eremítica y marchó a vivir en soledad. Pero, descubierto, su fama de santidad atrajo a muchos admiradores. Decidió entonces construir un monasterio en Ronconiate, llamado Patirion. Presionado por sus monjes, accedió a ser abad y recibir la ordenación sacerdotal. Fomentó el estudio de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres. Marchó a Constantinopla y se trajo para su monasterio el icono mariano llamado «Santa María Odigitria». Murió en Rossano (Calabria) el 19 de agosto de 1130. San Bertulfo. Nació en Metz (Francia) a finales del siglo VI en el seno de una familia todavía pagana. Por influencia de la predicación de un pariente suyo, el obispo san Arnulfo de Metz, abrazó con toda sinceridad el cristianismo y se bautizó. El año 620 se hizo monje en el monasterio de Luxeuil. Después pasó al monasterio de Bobbio (Emilia, Italia), del que fue elegido abad el año 627. Fomentó la observancia de la Regla de San Columbano y defendió los derechos del monasterio frente al obispo; el papa Honorio I le dio la exención, que podría ser el origen de la exención de los religiosos. Se opuso con energía a los arrianos, que negaban la divinidad de Jesucristo. Murió el año 640. San Donato de Sisteron. Sacerdote que llevó muchos años vida eremítica en Sisteron (Alpes de Alta Provenza, Francia) en el siglo VI. San Magín de Tarragona. Según la tradición, fue ermitaño y después evangelizador en territorio de Tarragona, en España, por lo que fue martirizado a principios del siglo IV, durante la persecución del emperador Diocleciano. San Magno. Fue martirizado en Fabrateria Vetus, cerca de Ceccano en el Lacio (Italia), en una fecha desconocida de la antigüedad cristiana. San Sebaldo (o Sinibaldo). Ermitaño y evangelizador de Nüremberg (Alemania) en el siglo IX-X. San Sixto III, papa del año 432 al año 440. Pertenecía al clero romano y destacó por su firme e inteligente oposición al pelagianismo y al nestorianismo. Lo eligieron papa un año después del concilio de Éfeso (431), y el año 433 pudo celebrar la reconciliación entre el Patriarcado de Antioquía y el de Alejandría. Se ocupó de las basílicas de San Pablo y San Lorenzo y de las catacumbas de San Calixto. Pero su obra principal fue la basílica de Santa María la Mayor en el monte Esquilino de Roma, que es un monumento de la piedad papal y romana a la Madre de Dios, dogma entonces recién declarado en Éfeso. Fue sepultado en la Vía Tiburtina, junto a San Lorenzo. San Timoteo de Gaza. Fue quemado a fuego lento en Gaza de Palestina, el año 305, durante la persecución del emperador Diocleciano, después de soportar muchos suplicios por la firmeza de su fe en Cristo. Beatos Ambrosio M. Busquets y 6 compañeros mártires, Benedictinos. Al estallar en España la persecución religiosa de 1936, los monjes de Montserrat dejaron el monasterio y buscaron refugio en casas particulares, pero poco a poco estos siete fueron al piso que la comunidad de Montserrat tenía en Barcelona. El 19 de agosto de 1936 por la noche, los milicianos los detuvieron y se los llevaron en un coche. Al día siguiente aparecieron sus cadáveres cerca de la Cruz de Pedralbes, en medio de un charco de sangre. Ambrosio M. Busquets, sacerdote, nació en Torroella de Montgrí (Gerona) en 1903. Estudió en San Anselmo de Roma. Hizo el servicio militar viviendo en Palestina. Se dedicó a las lenguas clásicas. Eugenio M. Erausquin, hermano profeso, nació en Lazcano (Guipúzcoa) en 1902. Trabajó en la imprenta del monasterio. En la persecución religiosa prodigó servicios a las monjas benedictinas y a los compañeros de piso. Plácido M. Feliu, sacerdote, nació en Sant Mori (Gerona) en 1904. Fue director de la imprenta y prefecto de los hermanos conversos, y en 1934 lo nombraron prefecto de los escolanes. José M. Fontseré, sacerdote, nació en Vinyoles d'Orís (Barcelona) en 1854. Recibió la ordenación sacerdotal en Norcia (Italia); volvió a España en 1885 y fue capellán de un barco; en 1888 fue admitido como novicio en Montserrat. Domingo González, sacerdote, nació en La Losilla (Soria) en 1880. Su monasterio de origen era el de Valvanera (Soria). Era delicado de salud, pero observante, de talento práctico y buen profesor de latín. Emiliano M. Guilá, hermano profeso, nació en Mataró (Barcelona) en 1914. Su precario estado de salud no le permitió seguir los estudios eclesiásticos. Trabajó en la encuadernación de libros y revistas. Juan Roca, sacerdote, nació en Guissona (Lérida) en 1884. En 1917 lo enviaron a la casa dependiente de Montserrat de Nápoles; en 1937 pidió pasar a los benedictinos de Brasil; en 1930 solicitó la readmisión en Montserrat.- Beatificados el 13-X-2013. Beatos Andrés Sergio Pradas y Marciano Pascual Escuin mártires, Hermanos de las Escuelas Cristianas. Pertenecían a la comunidad de Tarragona cuando estalló la persecución religiosa de 1936, y fueron detenidos y encarcelados en Tortosa el 25-VII-1936. Para los demás detenidos fueron modelos de fortaleza y de fe. Con los demás presos, entre los que había sacerdotes, religiosos y católicos fervorosos, formaron como una pequeña comunidad, donde se oraba, se reflexionaba y se cantaba siempre que se podía. Cada día, al anochecer, llegaban los milicianos para sacar a un grupo de presos y matarlos. El 19 de agosto de 1936 fusilaron a nuestros beatos en el término de Tortosa. Andrés Sergio nació en La Hoz de la Vieja (Teruel) en 1908. Profesó en 1926 y tuvo varios destinos hasta llegar en 1935 a Tarragona. Marciano Pascual nació en La Hoz de la Vieja en 1907. Profesó en 1924 y lo enviaron sucesivamente a diversas escuelas; en 1929 su destino fue Tarragona.- Beatificados el 13-X-2013. Beato Ángel de Acquapagana. Ermitaño camaldulense que vivió en el monasterio de Valdecastro, en Acquapagana (Las Marcas, Italia), y murió el año 1313. Beato Antonio Pedró. Nació en Guimerá (Lérida) en 1874. De joven ingresó en el seminario de Tarragona, y fue ordenado sacerdote en 1896. En 1924 lo nombraron párroco de Arbeca, donde se distinguió por su celo en el ornato y restauración del templo, que amenazaba ruina. Pasaba muchas horas ante el sagrario y era sumamente caritativo. Cuando estalló la persecución religiosa, le costó encontrar dónde refugiarse. El 19 de agosto de 1936, los del comité del pueblo, después de cobrar la cantidad convenida para liberarlo, se lo llevaron y lo asesinaron en el término de Belianes (Lérida). Beatificado el 13-X-2013. Beato Damián Gómez Jiménez. Nació en Solana de Rioalmar (Ávila) en 1871. Estudió en el seminario de Ávila y fue ordenado sacerdote en 1895. Recibió sucesivos encargos en parroquias hasta que, en 1911, llegó a la de Mombeltrán (Ávila), en la que permaneció el resto de su vida. Era muy apreciado por sus cualidades humanas y sacerdotales, devoto y estudioso, visitaba a los enfermos, cuidaba la liturgia, organizaba misiones populares. Al estallar la persecución religiosa, los milicianos lo sometieron a sufrimientos crueles y refinados. El 19 de agosto de 1936, después de atormentarlo vilmente, lo fusilaron en el término municipal de Villarejo del Valle (Ávila). Beatificación el 13-X-2013. Beatas Elvira de la Natividad de Nuestra Señora Torrentallé Paraire y 8 compañeras mártires. Durante la persecución religiosa en España, el día 19 de agosto de 1936 fueron fusiladas por los milicianos en El Saler, término municipal de Valencia, 8 de las 9 religiosas, Hermanas Carmelitas de la Caridad, que formaban la comunidad de Cullera; la otra murió camino del martirio. Estos son sus nombres, con indicación del lugar y año de su nacimiento: Elvira de la Natividad de Nuestra Señora, Balsareny (Barcelona) 1883; María de Nuestra Señora de la Providencia Calaf Miracle, Bonastre (Tarragona) 1871; Francisca de Santa Teresa de Amezúa Ibaibarriaga, Abadiano (Vizcaya) 1881; María de los Desamparados del Santísimo Sacramento Giner Líster, Grao (Valencia) 1877; Teresa de la Madre del Divino Pastor Chambó Palet, Valencia 1881; Águeda de Nuestra Señora de las Virtudes Hernández Amorós, Villena (Alicante) 1893; María de los Dolores de San Francisco Javier Vidal Cervera, Valencia 1895; María de las Nieves de la Santísima Trinidad Crespo López, Ciudad Rodrigo (Salamanca) 1897; y Rosa de Nuestra Señora del Buen Consejo Pedret Rull, Falset (Tarragona) 1864. Beato Francisco Ibáñez Ibáñez. Nació en Penáguila (Alicante, España) el año 1876. Estudió en el seminario de Valencia y se ordenó de sacerdote en 1900. Cursó con brillantez los estudios superiores de Teología, Derecho Canónico y Filosofía. Hombre de excelentes cualidades intelectuales, era a la vez humilde y sencillo, con especial afabilidad y amor hacia los pobres. Estuvo dedicado al ministerio parroquial y luego lo nombraron Abad de la Colegiata de Játiva (Valencia). Al arreciar la persecución religiosa en julio de 1936, lo expulsaron de la ciudad. Cuando se dirigía en tren de Valencia a su pueblo, lo reconocieron y detuvieron en Játiva. Los milicianos lo fusilaron en el término municipal de Llosa de Ranes (Valencia) el 19 de agosto de 1936. Beato Guerrico. Nació en Tournai (Bélgica) entre 1170 y 1180, se formó con Odón de Tournai y, después de ser canónigo y profesor de la escuela catedralicia, ingresó el año 1125 en la abadía cisterciense de Claraval, regida entonces por san Bernardo. Pronto destacó por su entrega generosa a la vida religiosa. En 1138 lo eligieron abad del monasterio de Igny (diócesis de Reims), filial de Claraval. Por su parte, fundó en 1150 la abadía de Rethel. No podía dar ejemplo en el trabajo a sus hermanos por la debilidad de su cuerpo, pero los fortalecía con exhortaciones espirituales llenas de humildad y caridad. Dejó escritos importantes en especial sobre la teología de la luz. Murió en Igny el año 1155. Beato Hugo Green. Nació en Londres hacia 1584 en el seno de una familia protestante. Estudió en Cambridge y a raíz de un viaje por el Continente se convirtió al catolicismo. Estudió en el seminario inglés de Douai (Francia) y se ordenó de sacerdote en 1612. Quiso hacerse capuchino, pero su salud no lo aconsejaba. De regreso en Inglaterra, estuvo haciendo apostolado en la clandestinidad a lo largo de 30 años, haciendo muchísimo bien. Durante el reinado de Carlos I fue arrestado y en la cárcel siguió haciendo apostolado y consiguió incluso la conversión de algunas mujeres. Condenado por su religión y su sacerdocio, lo ahorcaron y destriparon aún vivo en Dorchester el 19 de agosto de 1642. Beato Jordán de Pisa. Nació en Rivalto (Italia) el año 1255, estudió en París e ingresó en los Dominicos de Pisa en 1280. Completó los estudios en París y se ordenó de sacerdote. Estaba dotado de una memoria extraordinaria (sabía de memoria el breviario, el misal, la Biblia, la segunda parte de la Suma) y de una gran inteligencia, dones que puso al servicio de Dios en su oratoria sabia y persuasiva. Fue incansable en el ministerio de la palabra evangélica, a veces predicaba hasta cinco sermones al día, dirigidos a multitudes y al aire libre. Explicaba al pueblo la más alta doctrina con la máxima sencillez y en el lenguaje popular. Murió en Piacenza en 1311. Beato León II. Abad del célebre monasterio de Cava dei Tirreni en Campania (Italia). Murió el año 1295. Beatos Luis Flores, Pedro de Zúñiga y 13 compañeros mártires. En Nagasaki (Japón), el 13 de agosto de 1622, fueron sacrificados 15 mártires, dos sacerdotes y trece seglares, que se negaron a apostatar. Luis Flores nació en Amberes hacia 1565, emigró con sus padres a España y después a México, donde vistió el hábito de los Dominicos. Ordenado de sacerdote, lo enviaron en 1602 a Filipinas, donde desarrolló un intenso apostolado. Enterado de la escasez de sacerdotes en Japón a consecuencia de la persecución, pidió y obtuvo licencia para ir allí. Pedro de Zúñiga nació en Sevilla (España) el año 1580, hijo de un futuro virrey de México. A los 23 años ingresó en la Orden de Ermitaños de San Agustín y, terminados los estudios, recibió la ordenación sacerdotal. Destinado a las misiones de Japón, llegó a Manila en 1610, y allí ejerció el apostolado entre los japoneses a la vez que aprendía su lengua. En 1618 entró en Japón, pero pronto lo expulsaron. Después, Luis y Pedro decidieron marchar a Japón de incógnito, para lo que contaron con un capitán de barco, Joaquín Hirayama, que contrató a doce marineros, todos japoneses y cristianos. En la travesía los asaltaron unos piratas holandeses que los entregaron a las autoridades japonesas. Los marineros fueron degollados, los misioneros y el capitán quemados vivos. Beato Tomás Sitjar Fortiá. Nació en Gerona (España) el año 1866. En 1880 inició el noviciado en la Compañía de Jesús. Lo enviaron a Uruguay en 1890 como profesor de filosofía en el Colegio Seminario de Montevideo. Por motivos de salud volvió a España en 1897 y se ordenó de sacerdote el año 1900. Estuvo años dedicado a la enseñanza, en la que se mostró buen catequista y pedagogo. En 1929 lo nombraron Rector del Colegio Noviciado de Gandía (Valencia). Tuvo que dejarlo en 1932 al ser suprimidas las comunidades de la Compañía. Se refugió en Gandía sin dejar nunca de ejercer el ministerio sacerdotal. De manera cruel y vejatoria lo detuvieron y, después de sufrir muchos suplicios, fue fusilado en Palma de Gandía (Valencia) el 19 de agosto de 1936. * * *
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre desamparado; protege mi vida, que soy un fiel tuyo; salva a tu siervo, que confía en ti. Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti; porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica (Salmo 85,1-6). Pensamiento franciscano: San Buenaventura dice de san Francisco: -No se consideraba amigo de Cristo si no trataba de ayudar a las almas que por Él han sido redimidas. Y afirmaba que nada debe preferirse a la salvación de las almas, aduciendo como prueba suprema el hecho de que el Unigénito de Dios se dignó morir por ellas colgado en el leño de la cruz. De ahí su esfuerzo en la oración, de ahí sus correrías apostólicas y su celo por dar buen ejemplo (LM 9,4b). Orar con la Iglesia: Oremos con la confianza puesta en Cristo, por quien tenemos libre acceso a Dios Padre. -Por la Iglesia, nacida del corazón de Cristo, para que sea cálido hogar de todos los hombres. -Por los que tienen que soportar el yugo pesado de la injusticia, la soledad, la incomprensión. -Por los que se sienten cansados y agobiados por tantos trabajos y sufrimientos. -Por todos los creyentes que conocemos y podemos celebrar el amor de Cristo. Oración: Dios, Padre nuestro, que nos has manifestado tu amor en el Corazón de tu Hijo, escucha nuestras súplicas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * SAN JUAN EUDES Y LA
FORMACIÓN DEL CLERO Queridos hermanos y hermanas: Se celebra hoy la memoria litúrgica de san Juan Eudes, apóstol incansable de la devoción a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, quien vivió en Francia en el siglo XVII, un siglo marcado por fenómenos religiosos contrapuestos y también por graves problemas políticos. Es el tiempo de la guerra de los Treinta Años, que devastó no sólo gran parte de Europa central, sino también las almas. Mientras se difundía el desprecio hacia la fe cristiana por parte de algunas corrientes de pensamiento entonces dominantes, el Espíritu Santo suscitaba una renovación espiritual llena de fervor, con personalidades de alto nivel como De Bérulle, san Vicente de Paúl, san Luis María Grignon de Montfort y san Juan Eudes. Esta gran «escuela francesa» de santidad tuvo también entre sus frutos a san Juan María Vianney. En el contexto del Año sacerdotal, quiero subrayar el celo apostólico de san Juan Eudes, dirigido especialmente a la formación del clero diocesano. Los santos son la verdadera interpretación de la Sagrada Escritura. Los santos han verificado, en la experiencia de la vida, la verdad del Evangelio; así nos introducen en el conocimiento y en la comprensión del Evangelio. El concilio de Trento, en 1563, había emanado normas para la erección de los seminarios diocesanos y para la formación de los sacerdotes, pues el Concilio era consciente de que toda la crisis de la reforma estaba condicionada también por una formación insuficiente de los sacerdotes, que no estaban preparados para el sacerdocio de modo adecuado, intelectual y espiritualmente, en el corazón y en el alma. Esto sucedía en 1563; pero, dado que la aplicación y la realización de las normas se dilataban tanto en Alemania como en Francia, san Juan Eudes vio las consecuencias de esta carencia. Movido por la clara conciencia de la gran necesidad de ayuda espiritual que experimentaban las almas precisamente a causa de la falta de preparación de gran parte del clero, el santo, que era párroco, instituyó una congregación dedicada de manera específica a la formación de los sacerdotes. En la ciudad universitaria de Caen (Francia), fundó su primer seminario, experiencia sumamente apreciada, que muy pronto se extendió a otras diócesis. El camino de santidad que recorrió y propuso a sus discípulos tenía como fundamento una sólida confianza en el amor que Dios reveló a la humanidad en el Corazón sacerdotal de Cristo y en el Corazón maternal de María. En aquel tiempo de crueldad, de pérdida de interioridad, se dirigió al corazón en la línea de la palabra profética (Is 46,8): Redite, praevaricatores, ad cor, muchas veces comentada por san Agustín. Quería hacer volver a las personas, a los hombres, y sobre todo a los futuros sacerdotes, al corazón, mostrando el Corazón sacerdotal de Cristo y el Corazón maternal de María. Todo sacerdote debe ser testigo y apóstol de este amor del Corazón de Cristo y del Corazón de María. También hoy se experimenta la necesidad de que los sacerdotes den testimonio de la misericordia infinita de Dios con una vida totalmente «conquistada» por Cristo, y aprendan esto desde los años de su formación en los seminarios. El Papa Juan Pablo II, después del Sínodo de 1990, publicó la exhortación apostólica Pastores dabo vobis, en la que retoma y actualiza las normas del concilio de Trento y subraya sobre todo la necesaria continuidad entre el momento inicial y el permanente de la formación; para él, como para nosotros, es un verdadero punto de partida para una auténtica reforma de la vida y del apostolado de los sacerdotes, e igualmente es el punto fundamental para que la «nueva evangelización» no sea sólo un eslogan atractivo, sino que se traduzca en realidad. Concluyo dirigiendo a todos la exhortación de san Juan Eudes, que dice así a los sacerdotes: «Entregaos a Jesús para entrar en la inmensidad de su gran Corazón, que contiene el Corazón de su santa Madre y de todos los santos, y para perderos en este abismo de amor, de caridad, de misericordia, de humildad, de pureza, de paciencia, de sumisión y de santidad». * * * FUENTE DE SALVACIÓN
Y DE VIDA VERDADERA Te pido que pienses que nuestro Señor Jesucristo es realmente tu cabeza y que tú eres uno de sus miembros. Él es para ti como la cabeza para con los miembros; todo lo suyo es tuyo: el espíritu, el corazón, el cuerpo, el alma y todas sus facultades, y tú debes usar de todo ello como de algo propio, para que, sirviéndolo, lo alabes, lo ames y lo glorifiques. En cuanto a ti, eres para él como el miembro para con la cabeza, por lo cual él desea intensamente usar de todas tus facultades como propias, para servir y glorificar al Padre. Y él no es para ti sólo eso que hemos dicho, sino que además quiere estar en ti, viviendo y dominando en ti a la manera que la cabeza vive en sus miembros y los gobierna. Quiere que todo lo que hay en él viva y domine en ti: su espíritu en tu espíritu, su corazón en el tuyo, todas las facultades de su alma en las tuyas, de modo que en ti se realicen aquellas palabras: Glorificad a Dios con vuestro cuerpo, y que la vida de Jesús se manifieste en vosotros. Igualmente, tú no sólo eres para el Hijo de Dios, sino que debes estar en él como los miembros están en la cabeza. Todo lo que hay en ti debe ser injertado en él, y de él debes recibir la vida y ser gobernado por él. Fuera de él no hallarás la vida verdadera, ya que él es la única fuente de vida verdadera; fuera de él no hallarás sino muerte y destrucción. Él ha de ser el único principio de toda tu actividad y de todas tus energías; debes vivir de él y por él, para que en ti se cumplan aquellas palabras: Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos. Eres, por tanto, una sola cosa con Jesús, del mismo modo que los miembros son una sola cosa con la cabeza, y, por eso, debes tener con él un solo espíritu, una sola alma, una sola vida, una sola voluntad, un solo sentir, un solo corazón. Y él debe ser tu espíritu, tu corazón, tu amor, tu vida y todo lo tuyo. Todas estas grandezas del cristiano tienen su origen en el bautismo, son aumentadas y corroboradas por el sacramento de la confirmación y por el buen empleo de las demás gracias comunicadas por Dios, que en la sagrada eucaristía encuentran su mejor complemento. * * * FUE DADO AL MUNDO PARA
SALVACIÓN Dispuso el Señor en su sabiduría llevarse con él en temprana edad al bienaventurado Luis, quien vivió para ser luz de los pueblos, librándole de la seducción del mal y de las tentaciones de este mundo, asociándole al coro de los ángeles, pero queriendo al mismo tiempo que sus cortos años fueran ejemplo acabado de perfección para consuelo de todo el pueblo fiel. Luis fue aquella luz colocada por el mismo Dios sobre el candelabro para iluminar con su esplendor a los que moran en la casa del Señor, que es la Iglesia, para atractivo de tantos corazones que se dejarían llevar del amor divino por su ejemplo. Fue elegido también como el arca mística de salvación del mundo, para confundir la infidelidad, abatir el error, para fortalecimiento de la Iglesia católica y como modelo de la verdadera fe. Este angelical joven, de rostro celestial, era admirable en sus obras, espejo de buenas costumbres. Toda clase de personas, de cualquier condición y edad, acudían a él en tropel, corriendo peligro en ocasiones su integridad física ante el acoso multitudinario que le rodeaba. Los fieles quedaban extasiados contemplándole en las celebraciones litúrgicas, escuchando su palabra fervorosa y penetrante, cargada de profunda humildad y de afectuosa caridad; siendo, además, su conversación honesta y su comportamiento edificante en todo momento. ¿Quién podía quedar indiferente ante un joven, hijo de un rey, con cualidades humanas eminentes, humilde y sin jactancia en el ejercicio episcopal, mortificado, sabio, y elocuente, virtuoso, afable y simplicísimo? Cuantos le contemplaban, veían un ángel vestido de hombre. Después de quince días de grave enfermedad, la mañana misma de su muerte, oró así al Señor: «Dios todopoderoso, que me hiciste llegar a disfrutar del día de hoy...». Y pronunció otras súplicas que durante las fechas anteriores no pudo hacer por el estado agónico en que se hallaba. Hacia las tres de la tarde, pidió que le sentaran en el lecho, elevó sus ojos al cielo, manteniendo en sus manos el crucifijo, o haciendo que se lo presentaran, porque su debilidad, a veces, ni esto le permitía, y, hasta la caída de la noche, recitaba sin interrupción: «Te adoramos, oh Cristo... No tengas en cuenta, Señor, los delitos de mi juventud...». Recitaba también otras fervientes súplicas a la Virgen María, persignándose frecuentemente con la señal de la cruz. Alguno de los presentes le sugirió que no se fatigara repitiendo tantas veces el Ave María; a lo que contestó: «Muy pronto me he de morir, y la Virgen María me salvará». El bienaventurado Luis, amado de Dios y de los hombres, habiéndose cumplido en él todos los planes amorosos de la divina providencia, entregó su alma al Señor para disfrutar eternamente las delicias de la plenitud de la gracia y de la luz. * * * LA DEVOCIÓN MARIANA
DE SAN FRANCISCO Las formas prácticas de la piedad mariana de san Francisco se inspiran en lo que de concreto conocemos de la vida histórica de María. También en esto deja de lado todo lo abstracto y genérico. Su piedad se inflama y aviva en la contemplación de los hechos históricos de la vida de María unida a la de Cristo y del puesto concreto que ella ocupa en los planes salvíficos de Dios. Francisco no se limita a contemplar las relaciones íntimas de la vida cristiana con la vida de María; quiere asemejársele también en la vida externa. Por eso destaca en primer lugar su maternidad divina, y, como consecuencia de ella, subraya fuertemente otro título de gloria de María: es para él «la Señora pobre» (cf. 2 Cel 83). Tampoco este título tiene para él un valor independiente; la pobreza de María es una concretización de la pobreza de Cristo. Y señal de que ella, como madre, ha compartido el destino de su Hijo y ha participado plenamente en él. En la Carta a los fieles, después de describir el misterio de la encarnación, inmediatamente prosigue el Santo: «Y, siendo Él sobremanera rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza». Este texto revela en Francisco una plena conciencia de la función redentora de la pobreza, como aparece en este versículo de san Pablo que cita tan a menudo: «Conocéis la obra de gracia de nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8,9). María y los discípulos participan de esta pobreza redentora de Cristo; también Francisco quiere compartirla, como la deberán compartir todos los que quieran seguirle. Cuando, en consecuencia, exige de sus hermanos una vida en pobreza mendicante, les pone delante el ejemplo de Cristo, que «vivió de limosna tanto Él como la Virgen bienaventurada y sus discípulos» (1 R 9,5). Y en la Última voluntad a santa Clara y sus hermanas reafirma expresamente: «Yo el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza de nuestro altísimo Señor Jesucristo y de su santísima Madre y perseverar en ella hasta el fin»; y las hermanas deben atenerse a ella a pesar de todas las dificultades (UltVol). Por eso, llamaba a la pobreza reina de las virtudes, «pues con tal prestancia había resplandecido en el Rey de los reyes y en la Reina, su madre» (LM 7,1). Siempre le impresionaba profundamente la pobreza compartida por María con Cristo en su vida terrena, y lo estimulaba a una participación total en la misma: «Frecuentemente evocaba -no sin lágrimas- la pobreza de Cristo Jesús y de su madre» (LM 7,1). En navidad no podía menos de llorar recordando a la Virgen pobre, que en aquel día sufrió las más amargas privaciones: «Sucedió una vez que, al sentarse a la mesa para comer, un hermano recuerda la pobreza de la bienaventurada Virgen y hace consideraciones sobre la falta de todo lo necesario en Cristo, su Hijo. Se levanta al momento de la mesa, no cesan los sollozos doloridos, y, bañado en lágrimas, termina de comer sentado sobre la desnuda tierra» (2 Cel 200). Tampoco aquí se trataba simplemente de sentimientos de compasión, sino de crudeza y de realismo en una responsabilidad cristiana que afloraba en él cuando consideraba tales sufrimientos. La pobreza de Cristo y de su madre no eran para él sólo hechos históricos dignos de compasión; eran realidad presente en la Iglesia. En una interacción mutua, la realidad presente sirve para evocar la pobreza de Cristo y de su madre, y ésta a su vez evoca al pobre de nuestros días. «El alma de Francisco desfallecía a la vista de los pobres; y a los que no podía echar una mano, les mostraba el afecto. Toda indigencia, toda penuria que veía, lo arrebataba hacia Cristo, centrándolo plenamente en Él. En todos los pobres veía al Hijo de la Señora pobre llevando desnudo en el corazón a quien ella llevaba desnudo en los brazos» (2 Cel 83). A los ojos de Francisco, el pobre tiene la misión de reflejar la pobreza de Cristo y de su madre. Cuando alguno de sus hermanos era descortés con algún pobre, le castigaba severamente y después le amonestaba: «Hermano, cuando ves a un pobre, ves un espejo del Señor y de su madre pobre» (2 Cel 85). Así, pues, cuando la contemplación de la vida pobre de Cristo y de su madre nos estimula al amor, ese amor debe volcarse en los pobres que son «los hijos de la Señora pobre». Francisco ve en María a la enamorada de la vida evangélica de pobreza. Según él la Virgen estima más una vida en pobreza que cualquier otro culto exterior que se le rinda: «El hermano Pedro Cattani, vicario del santo, venía observando que eran muchísimos los hermanos que llegaban a Santa María de la Porciúncula y que no bastaban las limosnas para atenderlos en lo indispensable. Un día le dijo a san Francisco: "Hermano, no sé qué hacer cuando no alcanzo a atender como conviene a los muchos hermanos que se concentran aquí de todas partes en tanto número. Te pido que tengas a bien que se reserven algunas cosas de los novicios que entran como recurso para poder distribuirlas en ocasiones semejantes". "Lejos de nosotros esa piedad, carísimo hermano -respondió el santo-, que, por favorecer a los hombres, actuemos impíamente contra la regla". "Y ¿qué hacer?", replicó el vicario. "Si no puedes atender de otro modo a los que vienen -le respondió-, quita los atavíos y las variadas galas a la Virgen. Créeme: la Virgen verá más a gusto observado el evangelio de su Hijo y despojado su altar, que adornado su altar y despreciado su Hijo. El Señor enviará quien restituya a la Madre lo que ella nos ha prestado"» (2 Cel 67). Estas palabras, que revelan una profunda confianza, muestran también con claridad meridiana la seriedad con que Francisco tomaba la imitación de la pobreza de María y la importancia que la pobreza tenía para él en el conjunto de la vida según el evangelio. Se ha de reconocer también que la piedad mariana de san Francisco no era un elemento extraño y aislado en su vida. Ella estaba fundida en una sólida unidad con el ideal de imitación exterior e interior de la vida de Cristo, a través sobre todo de su amor a la altísima pobreza.
|
. |