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| DÍA 20 DE AGOSTO
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* * * Santos Leovigildo y Cristóbal. Estos dos monjes cristianos, durante la persecución llevada a cabo por los musulmanes en España, fueron decapitados en Córdoba el 20 de agosto del año 852 por haber proclamado espontáneamente ante el juez su fe en Cristo. San Filiberto. Nació en Gascuña (en la actual Francia) hacia el año 608. Su padre, ya viudo, recibió el sacerdocio y fue elegido obispo de Aire. Filiberto recibió de su padre una esmerada educación, que continuó en la corte del rey Dagoberto. A los veinte años ingresó en el monasterio de Rebais, del que más tarde fue elegido abad. Para profundizar en la identidad de la observancia monacal, visitó varios monasterios, entre ellos el de Luxeuil y el de Bobbio. Después fundó y gobernó el monasterio de Jumières y más tarde el de la isla de Noirmoutier, en el que murió hacia el año 685. San Máximo de Chinon. Las noticias que tenemos de este santo provienen de san Gregorio de Tours. Máximo, discípulo de san Martín, fue primero monje en la Île-Barbe, en el centro del río Saona a su paso por Lyon, y posteriormente fundó un monasterio a orillas del río Vienne, cerca de Chinon, en territorio de Tours, en el que murió en edad muy avanzada en el siglo V. San Samuel, profeta del Antiguo Testamento. Hijo de Elcaná y de Ana, que lo obtuvo de Dios después de parecer estéril. Consagrado al Señor en el santuario de Silo, se crió al lado del sumo sacerdote Helí y, siendo aún niño, lo llamó Dios. Fue después juez en Israel y, por mandato divino, ungió a Saúl como rey de su pueblo. Rechazado éste por su infidelidad al Señor, confirió también la unción real a David, de cuya descendencia había de nacer Cristo. Su historia se desarrolla entre el año 1070 y el 980 antes de Cristo. Beato Celestino Antonio Barrio Marquilla. Nació en Piedrahita de Juarros (Burgos) en 1911. Ingresó en los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1928, y en 1930 comenzó su apostolado en el colegio de la Bonanova en Barcelona. Allí le sorprendió la persecución religiosa. Buscó refugio en casa de un alumno suyo. El 18 de agosto más de 40 milicianos de la FAI rodearon la casa, y se llevaron al H. Celestino, de quien decían que era cura. No se supo más de él. En la ficha del depósito de cadáveres figuraba que había muerto, por disparos, en el torrente del Císter, cerca de Barcelona. Ponía la fecha del 20-VIII-1936. Beato Cristóbal Baqués, Operario Diocesano. Nació en Olesa de Bonesvalls (Barcelona) en 1885. Fue ordenado sacerdote en 1908. Ya de seminarista fue brillante por sus virtudes y talento, a la vez que era sencillo y humilde. En su ministerio actuó siempre de formador de seminaristas en diversas diócesis. La persecución religiosa le sorprendió en Barcelona. El 19-VII-1936 se escondió en casa de unos amigos, donde estuvo celebrando misa y administrando sacramentos hasta que la portera de la casa lo denunció. Miembros de la FAI lo fusilaron el 20 de agosto de 1936. Beatificado el 13-X-2013. Beato Georg Häfner. Nació el año 1900 en Würzburg (Alemania). En 1920 entró en la Orden Tercera de los Carmelitas Descalzos. Recibió la ordenación sacerdotal en 1924 y desempeñó su ministerio en diversas capellanías y parroquias. Vivía modestamente, centrado en la pastoral, la oración y el sacrificio. Fue perseguido por el régimen nazi que, a finales de 1941, lo internó en el campo de concentración de Dachau. Allí fue torturado, puesto en solitario, condenado al hambre. Murió el 20-VIII-1942, víctima del maltrato, la desnutrición, los flemones y otras múltiples enfermedades, en la más absoluta soledad. Beatificado en 2012. Beato Ladislao Maczkowski. Nació en Ociaz (Polonia) el año 1911, estudió en el seminario de Gniezno y se ordenó de sacerdote en 1937. Ejerció el ministerio parroquial hasta que llegó la guerra a su tierra; entonces se fue con sus familiares y continuó desempeñando su ministerio en secreto. En agosto de 1940 lo arrestaron los nazis y lo encerraron en el campo de concentración de Sachsenhausen y después en el Dachau (Alemania). Su salud no soportó las inhumanas condiciones y trato del campo y murió de agotamiento el 20 de agosto de 1942. Era devoto, modesto, diligente en el cumplimiento de sus deberes, y dio un gran ejemplo de paciencia. Beatos Luis Francisco Le Brun y Gervasio Brunel. Estos dos mártires, sacerdotes y monjes franceses, murieron agotados por la enfermedad y los malos tratos en un pontón anclado frente a Rochefort, el 20 agosto de 1794, durante la Revolución Francesa. Luis Francisco era monje de la Congregación Benedictina de San Mauro. Nació en Rouen el año 1744. A los 18 años ingresó en el monasterio de Saint-Martin de Sées, del que pasó a otros varios monasterios. Era pintor, matemático, literato, de carácter dulce y bondadoso. Gervasio era prior de la abadía de la Trapa de Montagne. Nació en Magnières el año 1744 y emitió la profesión religiosa en 1768. Por no prestar el juramento de libertad-igualdad fue condenado a la deportación. Era un religioso fervoroso, de gran piedad y virtud. Beato Magín Albaigés. Nació en Albí (Lérida) en 1889. Ingresó de niño en el seminario tarraconense. Lo enviaron a estudiar al Colegio Español de Roma. Ordenado sacerdote en 1913, el cardenal Vidal y Barraquer lo tomó como familiar suyo en Solsona y luego en Tarragona, donde lo nombró mayordomo del palacio arzobispal, canónigo arcipreste de la catedral y vicario general. Era prudente, discreto, ecuánime, amante de la pobreza y caritativo. Desatada la persecución religiosa, el 23-VII-1936 fue detenido y trasladado al barco-prisión "Río Segre". El 20 de agosto de 1936 lo fusilaron cerca del cementerio de Tarragona. Beatificado el 13-X-2013. Beata María Climent Mateu. Nació en Játiva, provincia de Valencia en España, el año 1887. Desde joven se afianzó en una piedad robusta y decidió ser apóstol seglar, viviendo con intensidad su condición de miembro de la Acción Católica y haciendo todo el bien que pudiera. Era Terciaria Franciscana y miembro de varias asociaciones. La vivencia de la Eucaristía era el centro de su vida espiritual, y profesaba una gran devoción a la Virgen. Su vida interior la volcaba en obras sociales. El 20 de agosto de 1936, los milicianos fueron a detenerla, y como su madre se negó a dejarla sola, se las llevaron a las dos y las fusilaron en las cercanías del cementerio. Beato Matías Cardona Meseguer. Nació en Vallibona, provincia de Castellón en España, el año 1902. Empezó los estudios para ingresar en los Escolapios, pero la pobreza de su familia lo obligó a trabajar para el sustento de los suyos. Después del servicio militar, hizo el noviciado escolapio, estudió y se ordenó de sacerdote en Calahorra el 11 de abril de 1936. Lo destinaron al colegio de San Antón, de Barcelona. Cuando se desató la persecución religiosa de julio del 36, tuvo que dejar la casa religiosa y se refugió en su pueblo. Pronto lo arrestaron los milicianos. El 20 de agosto de 1936, a los cuatro meses de recibir la ordenación sacerdotal, lo fusilaron, junto con otros dos sacerdotes, en el término municipal de Vallibona. Beatos Silverio de San Luis, Francisco de la Asunción y Pablo Segalá. Durante la persecución religiosa desatada en España, los tres fueron fusilados, dentro de un grupo numeroso, en el cementerio de Lérida el 20 de agosto de 1936. Silverio nació en el actual municipio de Pont de Suert (Lérida) en 1864. Profesó en los carmelitas en 1883. Fue ordenado sacerdote en 1888. Tuvo sucesivos destinos, en los que dedicó mucho tiempo al confesonario y a la catequesis de jóvenes y adultos; era de carácter humilde y sencillo, y de expresión profunda y comprensiva. En julio de 1936, huyendo de la persecución, fue a parar a Lérida, donde lo detuvieron y asesinaron. Francisco, hermano de Pablo, nació en Montgai (Lérida) en 1912. Profesó en los carmelitas en 1929, y fue ordenado sacerdote el 11 de abril de 1936. Pocos meses después, asaltado el convento de Barcelona, se refugió en la casa paterna de Montgai, donde encontró a su hermano Pablo. A mediados de agosto los dos fueron detenidos y fusilados. Pablo, hermano de Francisco, nació en Montgai el año 1903. Ingresó en el seminario de la diócesis de Seo de Urgel (Lérida) y fue ordenado sacerdote en 1928. Ejerció su ministerio en sucesivas parroquias. Cuando estalló la persecución religiosa, se refugió junto a su familia en Montgai, adonde llegó también su hermano Francisco, y juntos fueron martirizados.- Beatificados el 13-X-2013. Beatos Tomás Campo, Francisco Llagostera y Serapio Sanz, Mercedarios. Formaban parte de su comunidad de Lérida cuando estalló en España la persecución religiosa. Abandonaron el convento y se alojaron en una casa particular. El 22-VII-1936 ingresaron en la prisión de Lérida, donde, a pesar de los malos tratos y pésimas condiciones, mantuvieron la serenidad, siguieron haciendo sus oraciones y se convirtieron en amparo y consuelo de los compañeros de celda. El 20 de agosto de 1936, junto con otros sacerdotes y religiosos, fueron asesinados en el cementerio de Lérida. Tomás Campo nació en Mahamud (Burgos) en 1879. Profesó en 1896 y fue ordenado sacerdote en 1902. Fue maestro de novicios y de estudiantes, y excelente superior en varias casas. Estaba dotado de una personalidad ardiente, alegre y leal. Sobresalió por su devoción a la Eucaristía y a la Virgen. Francisco Llagostera nació en Valls (Tarragona) en 1883. Ingresó en el seminario de Tarragona y fue ordenado sacerdote en 1911. Después de ejercer el ministerio en varias parroquias como vicario, en 1923 vistió el hábito de la Orden de la Merced. Fue un humilde y sencillo servidor de Dios y de los hombres. Serapio Sanz nació en Muniesa (Teruel) en 1879. Profesó como hermano laico en 1902 y pasó casi toda su vida religiosa en Lérida. Daba catequesis a los niños, a los que acompañaba a sus casas, y desempeñaba con solicitud los cargos de sacristán y portero.- Beatificados el 13-X-2013. * * *
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Queridos Hermanos: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor (1 Jn 4,7-8). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco: -Bienaventurado el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo, que no puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle. Bienaventurado el siervo que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos de él, como cuando está con él, y no dice nada detrás de él, que no pueda decir con caridad delante de él (Adm 24-25). Orar con la Iglesia: Dirijamos nuestra oración al Señor Jesús, que nos ha revelado el amor gratuito y universal del Padre. -Para que la Iglesia, nacida del corazón de Cristo, manifieste a todos la grandeza del amor de Dios. -Para que cuantos han elegido el camino de los consejos evangélicos sean imitadores de Cristo, manso y humilde de corazón. -Para que el hombre contemporáneo, en su esfuerzo de renovación socio-cultural, no se olvide del mandato evangélico de la caridad. -Para que los cristianos divididos vuelvan a encontrar el camino de la unidad en la conversión del corazón. -Para que todos los creyentes sepamos descubrir al Señor en los hermanos que sufren. Oración: Señor Jesús, que en la sangre y en el agua derramados en la cruz nos has hecho el don de tu Espíritu, líbranos de la esclavitud del egoísmo y de todo pecado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. * * * SAN BERNARDO DE
CLARAVAL Queridos hermanos y hermanas: El calendario cita hoy, entre los santos del día, a san Bernardo de Claraval, gran doctor de la Iglesia, que vivió entre los siglos XI y XII (1091-1153). Su ejemplo y sus enseñanzas resultan muy útiles también en nuestro tiempo. Habiéndose retirado del mundo tras un período de intensa agitación interior, fue elegido abad del monasterio cisterciense de Claraval a la edad de 25 años, y lo dirigió durante 38 años, hasta su muerte. La vida de silencio y contemplación no le impidió realizar una intensa actividad apostólica. También fue ejemplar por el gran empeño con que luchó por dominar su temperamento impetuoso, así como por la humildad con la que supo reconocer sus límites y sus fallos. La riqueza y el valor de su teología no se deben tanto al hecho de que abrió nuevos caminos, sino más bien a que logró presentar las verdades de la fe con un estilo tan claro e incisivo que fascinaba a quienes lo escuchaban y disponía el espíritu al recogimiento y a la oración. En cada uno de sus escritos se percibe el eco de una rica experiencia interior, que lograba comunicar a los demás con una sorprendente capacidad de persuasión. Para él la fuerza más grande de la vida espiritual es el amor. Dios, que es Amor, crea al hombre por amor y por amor lo rescata; la salvación de todos los seres humanos, heridos mortalmente por la culpa original y abrumados por los pecados personales, consiste en adherirse firmemente a la caridad divina, que se nos reveló plenamente en Cristo crucificado y resucitado. En su amor Dios sana nuestra voluntad y nuestra inteligencia enfermas, elevándolas al grado más alto de unión con él, es decir, a la santidad y a la unión mística. San Bernardo habla de esto, entre otras cosas, en su breve pero denso «Liber de diligendo Deo». Tiene también otro escrito que quisiera señalar, el «De consideratione», dirigido al Papa Eugenio III. El tema dominante de este libro, muy personal, es la importancia del recogimiento interior -y lo dice al Papa-, elemento esencial de la piedad. El santo afirma que es necesario evitar los peligros de una actividad excesiva, independientemente de la condición y el oficio que se desempeña, pues -así dice al Papa de ese tiempo, a todos los Papas, y a todos nosotros- las muchas ocupaciones llevan con frecuencia a la «dureza del corazón», «no son más que sufrimiento para el espíritu, pérdida de la inteligencia, dispersión de la gracia» (II, 3). Esta advertencia vale para todo tipo de ocupaciones, incluidas las inherentes al gobierno de la Iglesia. El mensaje que, en este sentido, san Bernardo dirige al Pontífice, que había sido su discípulo en Claraval, es provocador: «Mira -escribe- a dónde te pueden arrastrar estas malditas ocupaciones, si sigues perdiéndote en ellas..., sin dejar nada de ti para ti mismo» (ib.). ¡Cuán útil es también para nosotros esta advertencia sobre la primacía de la oración y de la contemplación! Que san Bernardo, quien supo armonizar la aspiración del monje a la soledad y a la tranquilidad del claustro con la urgencia de misiones importantes y complejas al servicio de la Iglesia, nos ayude a hacerla realidad en nuestra existencia. Encomendemos este difícil deseo de encontrar el equilibrio entre la interioridad y el trabajo necesario a la intercesión de la Virgen, a quien desde niño amó con tierna y filial devoción, hasta el punto de que mereció el título de «doctor mariano». Invoquémosla para que alcance el don de la paz auténtica y duradera para el mundo entero. San Bernardo, en un famoso discurso, compara a María con la estrella a la que los navegantes miran para no perder la ruta: «En el oleaje de las vicisitudes de este mundo, cuando en vez de caminar por tierra tienes la impresión de ser zarandeado entre las marolas y las tempestades, no quites los ojos del resplandor de esta estrella, si no quieres que te traguen las olas... Mira a la estrella, invoca a María... Si la sigues a ella, no te equivocarás de camino. Si ella te protege, no tendrás miedo; si ella te guía, no te cansarás; si ella te es propicia, llegarás a la meta» (Homilia super Missus est, II, 17). * * * AMO PORQUE AMO, AMO POR
AMAR El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar. Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí. El amor del Esposo, mejor dicho, el Esposo que es amor, sólo quiere a cambio amor y fidelidad. No se resista, pues, la amada en corresponder a su amor. ¿Puede la esposa dejar de amar, tratándose además de la esposa del Amor en persona? ¿Puede no ser amado el que es el Amor por esencia? Con razón renuncia a cualquier otro afecto y se entrega de un modo total y exclusivo al amor el alma consciente de que la manera de responder al amor es amar ella a su vez. Porque, aunque se vuelque toda ella en el amor, ¿qué es ello en comparación con el manantial perenne de este amor? No manan con la misma abundancia el que ama y el que es el Amor por esencia, el alma y el Verbo, la esposa y el Esposo, el Creador y la criatura; hay la misma disparidad entre ellos que entre el sediento y la fuente. Según esto, ¿no tendrá ningún valor ni eficacia el deseo nupcial, el anhelo del que suspira, el ardor del que ama, la seguridad del que confía, por el hecho de que no puede correr a la par con un gigante, de que no puede competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en blancura con el lirio, en claridad con el sol, en amor con aquel que es el amor mismo? De ninguna manera. Porque, aunque la criatura, por ser inferior, ama menos, con todo, si ama con todo su ser, nada falta a su amor, porque pone en juego toda su facultad de amar. Por ello, este amor total equivale a las bodas místicas, porque es imposible que el que así ama sea poco amado, y en esta doble correspondencia de amor consiste el auténtico y perfecto matrimonio. Siempre en el caso de que se tenga por cierto que el Verbo es el primero en amar al alma, y que la ama con mayor intensidad. * * * LA DEVOCIÓN MARIANA
DE SAN FRANCISCO Las reflexiones precedentes han demostrado que en toda su vida interior y exterior Francisco se sentía particularmente ligado a la Madre de Dios. El santo expresó esta vinculación en la forma propia del tiempo y según le nacía de su personalidad. San Buenaventura cuenta que en los primeros años después de su conversión, Francisco vivía a gusto en la Porciúncula, la iglesita de la Virgen Madre de Dios, y le pedía en sus fervorosas oraciones que fuera para él una «abogada» llena de misericordia (LM 3,1). Poniendo en ella toda su confianza, «la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos» (LM 9,3). Tomás de Celano refiere lo mismo al hablar de los últimos años del santo: «Pero lo que más alegra es que la constituyó abogada de la orden y puso bajo sus alas, para que los nutriese y protegiese hasta el fin, los hijos que estaba a punto de abandonar» (2 Cel 198). En el lenguaje medieval la palabra «advocata» tenía el sentido de protectora. El protector representaba en el tribunal secular al monasterio a él confiado. Debía protegerlo y, en caso de necesidad, defenderlo de las violencias y usurpaciones exteriores. Sin embargo, con el tiempo hubo abusos e inconvenientes. Por eso los Cistercienses renunciaron sistemáticamente, no siempre con fortuna, a dichos protectores. Y eligieron a la Virgen como protectora de su orden. Es verdad que este título, aplicado a María, aparecía en la antífona que comienza «Salve, Regina misericordiae» (en la que más tarde se intercaló la palabra «mater») y que es anterior a este hecho. No obstante, parece que tiene su importancia recordar que los Cistercienses en su capítulo general de 1218 determinaron cantar diariamente esta antífona. San Francisco la conocía y la tenía en alta estima, como nos demuestra el relato de Celano (3 Cel 106). Para Francisco y para los hermanos menores, que habían renunciado a toda propiedad terrena, este término podía tener desde luego sólo una significación espiritual. María debía representar a los hermanos menores ante el Señor; debía cuidar de los mismos y protegerlos en todas las circunstancias difíciles y problemas de su vida. Debía intervenir en su favor, cuando ellos no pudieran valerse. Francisco se dirige a la «gloriosa madre y beatísima Virgen María» para pedirle que junto con todos los ángeles y santos le ayuden a él y a todos los hermanos menores a dar gracias al sumo Dios verdadero, eterno y vivo, como a Él le agrada (1 R 23,6), por el beneficio de la redención y salvación; que ella, en la cumbre de toda la Iglesia triunfante, presente en lugar nuestro este agradecimiento a la eterna Trinidad. Después que a Dios, trino y único Señor, y antes que a todos los santos confiesa él «a la bienaventurada María, perpetua virgen» todos sus pecados, particularmente las faltas cometidas contra la vida según el evangelio tal como lo exige la regla, y en lo referente a la alabanza de Dios por no haber dicho el oficio, según manda la regla, por negligencia, o por enfermedad, o por ser ignorante e indocto (CtaO 38-39). Por estas faltas contra Dios, lleno de confianza se dirige a su «abogada», para que interceda ella en su favor. Esta petición aparece también en la Paráfrasis del Padrenuestro, que, aunque con seguridad no es obra original de san Francisco, sin embargo la ha rezado el santo muy a placer y con mucha frecuencia: «Y perdónanos nuestras deudas: por tu inefable misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y, por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos» (ParPN 7). Suplica insistentemente a ella, la criatura elegida y colmada de gracia con preferencia a toda otra, que interceda en su favor ante el «santísimo Hijo amado, Señor y maestro» (OfP Ant 2). La única vez que Francisco alude a Cristo como a «Señor y maestro» en el Oficio de la pasión, que recitaba a diario (OfP introducción), es en la antífona de dicho oficio; ciertamente la razón es que, en la oración que hace mediante este oficio, no busca él sino la imitación de Cristo, cuya fiel realización pide por intercesión de María, ya que la identificación que se dio entre María y Cristo era para Francisco la meta última de su vida evangélica. Estos pensamientos tomados de los escritos del santo coinciden en cuanto al contenido con lo que en rimas artísticas cantó el poeta de Francisco, Enrique de Avranches, pocos decenios después de la muerte del santo. Cuando los hermanos piden a Francisco que les enseñe a orar, él les responde: «Al estar todos envueltos en pecados, no puede vuestra oración elevarse al cielo por méritos vuestros. Tendrá ella que apoyarse en el patrocinio de los santos. Ante todo sea la bienaventurada Virgen la mediadora ante Cristo, y sea Cristo el mediador ante el Padre». Sin duda ha quedado aquí formulado lo que Francisco intentó expresar en aquel lenguaje rudo que era con frecuencia el suyo. Este segundo aspecto de la piedad práctica de Francisco revela también que en toda su piedad hay una ordenación verdadera y viva: María, la «abogada», es para él la que maternalmente conduce a Cristo, el Dios-hombre, y Cristo es para él el mediador único en todas las cosas ante el Padre. ¿Puede haber una fórmula más exacta y precisa: María «mediatrix ad Christum» y Cristo «mediator ad Patrem»?
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