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DÍA 12 DE ENERO
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* * * San Aelredo (o Elredo) de Rievaulx. Nacido de familia noble, fue educado en la corte del rey de Escocia. Entró en la Orden Cisterciense en el monasterio de Rievaulx, del que fue abad. Fue un insigne maestro de la vida monástica, y con su ejemplo y sus escritos fomentó con asiduidad y amabilidad la vida espiritual y la amistad con Cristo. Murió el año 1167. San Antonio María Pucci. Sacerdote de la Orden de los Siervos de María o servitas. Párroco durante casi cincuenta años de Viareggio (Toscana), donde murió en 1892. Se dedicó de modo especial a las actividades formativas y catequísticas y a las obras de caridad. Fundó un hospital para los pobres. San Arcadio. Durante la última persecución romana, Arcadio huyó de su ciudad, Cesarea de Mauritania, en la actual Argelia; pero cuando arrestaron por eso a un familiar suyo, él se presentó al juez y se negó a ofrecer sacrificios a los dioses, por lo que fue condenado a morir en medio de grandes tormentos, hacia el año 304. San Benito Biscop. Abad benedictino inglés que peregrinó cinco veces a Roma, de donde se llevó a su monasterio maestros y muchos libros para la formación de sus monjes y, en definitiva, beneficio de la Iglesia. Murió en Wearmouth (Inglaterra) el año 690. Santa Cesárea. Hermana de san Cesáreo, obispo de Arlés (Francia). Fue primero monja en un monasterio de Marsella. El hermano fundó un monasterio en su ciudad episcopal, para el que escribió una Regla sabia, y llamó a su hermana para abadesa del mismo, en el que murió hacia el año 529. San Ferreolo. Obispo de Grenoble (Francia), muerto a garrotazos mientras predicaba al pueblo el año 659. San Martín de la Santa Cruz. Nació en León (España), donde murió el año 1203. Después de mucho peregrinar, se ordenó de sacerdote y poco después ingresó en los Canónigos Regulares de San Isidoro. Fue experto sobre todo en las sagradas Escrituras y dejó muchos escritos. San Tigrio, sacerdote, y san Eutropio, lector. Pertenecían al clero de Constantinopla y eran seguidores de san Juan Crisóstomo. Cuando a éste lo desterraron, los culparon del incendio de la catedral y del palacio senatorial, y los encarcelaron. Se negaron, además, a sacrificar a los dioses, por lo que fueron torturados y desterrados por el prefecto Optato, en tiempo del emperador Arcadio, el año 406. Beato Antonio Fournier. Laico, casado y padre de familia, artesano, fue fusilado cerca de Angers (Francia), el año 1794, durante la Revolución Francesa, por su fidelidad a la Iglesia. Beato Nicolás Bunkerd Kitbamrung. Sacerdote tailandés, mártir, insigne predicador del Evangelio a sus conciudadanos. Fue detenido mientras ayudaba a los enfermos. En la cárcel contrajo la tuberculosis y, abandonado, murió en Tomhom cerca de Bangkok el año 1944. Beato Pedro Francisco Jamet. Sacerdote diocesano que se dedicó con entrega total a la dirección de las religiosas Hijas del Buen Salvador, hasta ser considerado como su segundo fundador. Fue encarcelado y condenado a muerte durante la Revolución Francesa, pero quedó libre y pudo reorganizar y revitalizar a sus religiosas. Murió en Caen el año 1845. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Hermanos: A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el «no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás», y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera (Rm 13,8-10). Pensamiento franciscano: Decía Francisco a sus hermanos: --Ninguna otra cosa deseemos, ninguna otra queramos, ninguna otra nos plazca y deleite, sino nuestro Creador y Redentor y Salvador, el solo verdadero Dios, que es pleno bien, todo bien, total bien, verdadero y sumo bien, que es el solo bueno, piadoso, manso, suave y dulce, que es el solo santo, justo, verdadero, santo y recto, que es el solo benigno, inocente, puro, de quien y por quien y en quien es todo el perdón, toda la gracia, toda la gloria (1 R 23,9). Orar con la Iglesia: Hechos hijos de Dios por el bautismo, dirijamos al Padre nuestra oración con filial confianza: -Para que todos los bautizados sintamos la fuerza de la fe recibida y la proclamemos con humildad y valentía. -Para que el Papa, los obispos y los demás ministros sagrados prediquen con fidelidad la palabra de Dios. -Para que todos los renacidos por el agua y el Espíritu Santo cumplamos los deberes inherentes a nuestra condición de hijos de Dios. -Para que todos cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu descubran en Jesucristo la luz y la fuerza que sostenga y dirija su vida. Oración: Padre de bondad, concédenos a cuantos participamos de tu vida divina, caminar siempre como hijos de la luz por las sendas de tu verdad. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * EL BAUTISMO DEL
SEÑOR Queridos hermanos y hermanas: Se celebra hoy la fiesta del Bautismo del Señor, con la que concluye el tiempo de Navidad. La liturgia nos propone el relato del bautismo de Jesús en el Jordán según la redacción de san Lucas (cf. Lc 3,15-16.21-22). El evangelista narra que, mientras Jesús estaba en oración, después de recibir el bautismo entre las numerosas personas atraídas por la predicación del Precursor, se abrió el cielo y, en forma de paloma, bajó sobre él el Espíritu Santo. En ese momento resonó una voz de lo alto: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto» (Lc 3,22). Todos los evangelistas, aunque con matices diversos, recuerdan y ponen de relieve el bautismo de Jesús en el Jordán. En efecto, formaba parte de la predicación apostólica, ya que constituía el punto de partida de todo el arco de los hechos y de las palabras de que los Apóstoles debían dar testimonio (cf. Hch 1,21-22; 10,37-41). La comunidad apostólica lo consideraba muy importante, no sólo porque en aquella circunstancia, por primera vez en la historia, se había producido la manifestación del misterio trinitario de manera clara y completa, sino también porque desde aquel acontecimiento se había iniciado el ministerio público de Jesús por los caminos de Palestina. El bautismo de Jesús en el Jordán es anticipación de su bautismo de sangre en la cruz, y también es símbolo de toda la actividad sacramental con la que el Redentor llevará a cabo la salvación de la humanidad. Por eso la tradición patrística se interesó mucho por esta fiesta, la más antigua después de la Pascua. «Cristo es bautizado -canta la liturgia de hoy- y el universo entero se purifica; el Señor nos obtiene el perdón de los pecados: limpiémonos todos por el agua y el Espíritu» (Antífona del Benedictus, oficio de Laudes). Hay una íntima correlación entre el bautismo de Cristo y nuestro bautismo. En el Jordán se abrió el cielo (cf. Lc 3,21) para indicar que el Salvador nos ha abierto el camino de la salvación, y nosotros podemos recorrerlo precisamente gracias al nuevo nacimiento «de agua y de Espíritu» (Jn 3,5), que se realiza en el bautismo. En él somos incorporados al Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, morimos y resucitamos con él, nos revestimos de él, como subraya repetidamente el apóstol san Pablo (cf. 1 Co 12,13; Rm 6,3-5; Ga 3,27). Por tanto, del bautismo brota el compromiso de «escuchar» a Jesús, es decir, de creer en él y seguirlo dócilmente, cumpliendo su voluntad. De este modo cada uno puede tender a la santidad, una meta que, como recordó el concilio Vaticano II, constituye la vocación de todos los bautizados. Que María, la Madre del Hijo predilecto de Dios, nos ayude a ser siempre fieles a nuestro bautismo. * * * EL QUE POR NOSOTROS QUISO
NACER Aunque en el mismo misterio del nacimiento del Señor se dieron insignes testimonios de su divinidad, sin embargo, la solemnidad que celebramos [la Epifanía] manifiesta y revela de diversas formas que Dios ha asumido un cuerpo humano, para que nuestra inteligencia, ofuscada por tantas obscuridades, no pierda por su ignorancia lo que por gracia ha merecido recibir y poseer. Pues el que por nosotros quiso nacer no quiso ser ignorado por nosotros; y por esto se manifestó de tal forma que el gran misterio de su bondad no fuera ocasión de un gran error. Hoy el mago encuentra llorando en la cuna a aquel que, resplandeciente, buscaba en las estrellas. Hoy el mago contempla claramente entre pañales a aquel que, encubierto, buscaba pacientemente en los astros. Hoy el mago discierne con profundo asombro lo que allí contempla: el cielo en la tierra, la tierra en el cielo; el hombre en Dios, y Dios en el hombre; y a aquel que no puede ser encerrado en todo el universo incluido en un cuerpo de niño. Y, viendo, cree y no duda; y lo proclama con sus dones místicos: el incienso para Dios, el oro para el Rey, y la mirra para el que morirá. Hoy el gentil, que era el último, ha pasado a ser el primero, pues entonces la fe de los magos consagró la creencia de las naciones. Hoy Cristo ha entrado en el cauce del Jordán para lavar el pecado del mundo. El mismo Juan atestigua que Cristo ha venido para esto: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Hoy el siervo recibe al Señor, el hombre a Dios, Juan a Cristo; el que no puede dar el perdón recibe a quien se lo concederá. Hoy, como afirma el profeta, la voz del Señor sobre las aguas. ¿Qué voz? Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Hoy el Espíritu Santo se cierne sobre las aguas en forma de paloma, para que, así como la paloma de Noé anunció el fin del diluvio, de la misma forma ésta fuera signo de que ha terminado el perpetuo naufragio del mundo. Pero a diferencia de aquélla, que sólo llevaba un ramo de olivo caduco, ésta derramará la enjundia completa del nuevo crisma en la cabeza del Autor de la nueva progenie, para que se cumpliera aquello que predijo el profeta: Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus compañeros. Hoy Cristo, al convertir el agua en vino, comienza los signos celestes. Pero el agua había de convertirse en el misterio de la sangre, para que Cristo ofreciese a los que tienen sed la pura bebida del vaso de su cuerpo, y se cumpliese lo que dice el profeta: Y mi copa rebosa. * * * LA MIRADA DE SAN FRANCISCO,
[En su Testamento Francisco recuerda que el Señor lo condujo entre los leprosos, que él los trató con misericordia y que, al separarse de ellos, lo que antes le parecía amargo se le convirtió en dulzura]. Los tres Compañeros mencionan el «beso al leproso», el beso que le devolvió el leproso a Francisco y las espléndidas limosnas que éste hizo a todos los leprosos, días después, en su hospital. Y concluyen: «Al salir del hospital, lo que antes era para él repugnante, es decir, ver y palpar a los leprosos, se le convirtió en dulzura» (TC 11). ¿Qué dulzura es esa de la que Francisco es el primero en hablar? Los relatos del «beso al leproso» incluyen en general un elemento que nos permite captarlo: al ósculo de paz recibido del leproso según los tres Compañeros, corresponde en Celano (2 Cel 9) y en san Buenaventura (LM 1, 5) la misteriosa desaparición del leproso. El sentido de estas puntualizaciones es claro: en los leprosos acogidos, servidos, favorecidos con su generosidad, Francisco se ha encontrado con su Señor. Ahora bien, para Francisco, el Señor manifiesta su presencia activa a través de la «dulzura», la ternura, el amor gratuito que sale al encuentro de lo que se había perdido (TC 7; 2CtaF 56). Este encuentro con el Señor en el servicio a los leprosos, pobres entre los pobres, fue una experiencia tan fuerte, que Francisco ya no pudo continuar por mucho tiempo en la sociedad que los rechazaba: «Y, después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo» (Test 3). Tal es, por tanto, según la confesión misma de Francisco, la etapa decisiva de su vida: el comienzo de su vida nueva, de su vida en «penitencia». Un largo caminar, sin embargo, precedió a ese verdadero punto de partida de su existencia de convertido. Describiendo esa evolución previa, la Leyenda de los tres Compañeros aporta, en dos ocasiones, un rasgo significativo. La Leyenda habla de la cortesía de Francisco, virtud que impulsa al joven a la decisión de ser «por amor de Dios... generoso y afable con los pobres». Y el relato prosigue: «Desde entonces veía con satisfacción a los pobres y les daba limosna abundantemente» (TC 3). Más adelante, al enumerar los efectos de la transformación iniciada en el joven por la célebre experiencia de la dulzura, de la ternura de Dios, experiencia que vivió Francisco una noche de fiesta (TC 7), el autor de la Leyenda escribe: «Así como antes le gustaba salir con los amigos cuando lo llamaban y tanto le atraía su compañía que muchas veces se levantaba de la mesa a medio comer, causando gran pena a sus padres por estas intempestivas salidas, así ahora tenía todo su corazón pendiente de ver u oír a algún pobre para darle limosna» (TC 9). De este modo, si damos crédito a la Leyenda de los tres Compañeros, las etapas preparatorias del viraje decisivo de la vida de Francisco estuvieron marcadas, entre otras cosas, por una mirada totalmente nueva hacia los pobres, y esa mirada estuvo vinculada en cada ocasión a una experiencia de Dios: a causa del sentido que Francisco tenía de la liberalidad de Dios (TC 3: «... que es generosísimo en dar la recompensa»), «veía con satisfacción a los pobres»; después de haber sido invadido por la dulzura de Dios (TC 7), «tenía todo su corazón pendiente de ver u oír a algún pobre» (TC 9), con la misma intensidad con que antes buscaba la compañía de sus amigos y camaradas de fiesta y diversión. La mirada expresa la orientación profunda del ser. Francisco, nacido de la clase mercader entonces en plena ascensión social, no tenía ojos al principio más que para los de su propio mundillo. En éstos encontraba las mismas aspiraciones que lo habitaban a él: deseo de libertad, de promoción social por el éxito, de igualdad también. En su mundo mercantil, esta última -así empezaba él a comprobarlo- se revelaba irrealizable: el rey-dinero lo pervertía todo y transformaba el común, el nuevo municipio, en campo cerrado de luchas por el poder y la riqueza. Y Francisco mismo, en su punto de partida, había sido como todos los ricos: ¡ni tan siquiera «veía» a los pobres! Su mirada podía muy bien encontrarlos fortuitamente, pero resbalaba por la superficie de sus apariencias. Todavía no revelaba un corazón que penetrara en el drama de los demás, es decir, un corazón que comulgara con la mirada de Dios. Dios, en efecto, se revela en la historia de su Pueblo primeramente como Quien ve la desgracia del pobre y oye el clamor de su indigencia (cf. Ex 3,7; etc.). En adelante, también Francisco verá al pobre. En estrecha relación con la experiencia del Dios vivo, Francisco se va desprendiendo progresivamente de su propio mundo para volverse cada vez más resueltamente hacia los excluidos del banquete de la vida. Finalmente se abre a los leprosos, los últimos de los pobres a quienes él no veía, no quería ver. Se solidariza con ellos, prolongando así la andadura de Dios que no se contentó con ver la indigencia del pobre, sino que quiso hacerse su hermano en la Encarnación. |
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