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DÍA 9 DE ENERO
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* * * San Adrián. De origen africano, era abad del monasterio de Nérida (Nápoles) cuando el papa lo envió a Cantorbery como ayuda de san Teodoro, nuevo arzobispo de aquella sede primada inglesa. Teodoro nombró abad a Adrián, que convirtió su monasterio en un centro de estudios sobresaliente en las ciencias eclesiásticas y profanas. Murió el año 710. Santa Águeda Yi, virgen, y santa Teresa Kim, viuda. Seglares coreanas en cuyas familias hubo varios mártires. Por su fe cristiana fueron encarceladas, torturadas y, finalmente, decapitadas el año 1840 en Seúl. San Eustracio Taumaturgo. Abad del monasterio de Abgar en el siglo IX. Murió en el Monte Olimpo, Bitinia (hoy Turquía). San Felano. Abad del monasterio escocés de San Andrés. Destacó por la austeridad de la disciplina. Pasó gran parte de su vida en soledad. Murió en Escocia el año 710. San Honorato de Buzançais. Cristiano seglar, mercader de ganado, que llevaba una vida de intensa piedad y distribuía generosamente a los pobres sus ganancias. Fue asesinado en Thenezay (Alsacia, Francia) el año 1250 por unos ladrones a los que había reprochado su mala vida. San Marcelino. Obispo de Ancona (Italia) en el siglo VI. Beato Antonio Fatati. Obispo de Ancona (Italia), donde murió en 1484. Austero consigo mismo y generoso con los pobres. Se mostró prudente y ecuánime en las importantes misiones que le confiaron los Romanos Pontífices. Beatos José Pawlowski y Casimiro Grelewski. Sacerdotes polacos, que fueron deportados al campo de concentración de Auschwitz y luego al de Dachau (Alemania). Ambos trabajaban en los respectivos seminarios de sus diócesis. Tras sufrir indecibles penalidades, fueron ahorcados en 1942. Beata Julia de la Rena. Cuando era empleada del hogar en una familia de Florencia, ingresó en la Tercera Orden de San Agustín. Volvió a su pueblo y se encerró en una celdita aneja a la iglesia, donde pasó el resto de sus días en austeridad y oración. Murió en Certaldo (Toscana) el año 1367. Beata María Teresa de Jesús Le Clerc (de pila, Alexia). De joven se consagró a Dios, y junto con san Pedro Fourier fundó la congregación de Canonesas Regulares de Nuestra Señora, bajo la Regla de san Agustín, para la educación de las jóvenes. Murió en Nancy (Francia) el año 1622. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros (1 Jn 4,9-11). Pensamiento franciscano: San Francisco escribe a todos los fieles: --Hagamos frutos dignos de penitencia. Y amemos al prójimo como a nosotros mismos. Y si alguno no quiere o no puede amarlo como a sí mismo, al menos no le cause mal, sino que le haga bien (2CtaF 25-27). Orar con la Iglesia: El Verbo eterno del Padre se nos manifestó hecho niño en Belén. Pidámosle con cariño y confianza: -que se nos reconozca a cuantos nos llamamos cristianos por la vida de hijos de Dios que llevamos. -que nuestro amor a todos los hombres tenga preferencia por los niños y los abandonados, los pobres y los atribulados, los enfermos y los ancianos. -que sepamos reconocer en el mundo y en las personas los muchos signos de la presencia de Dios entre nosotros. -que, como María, ofrezcamos a todos los que lo buscan el rostro sonriente y acogedor de su Hijo. Oración: Señor Jesús, escucha nuestras plegarias y haz que la tierra entera pueda contemplar tus maravillas. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. * * * DE LA HOMILÍA DEL
SANTO PADRE BENEDICTO XVI Queridos hermanos y hermanas: Celebramos hoy a Cristo, luz del mundo, y su manifestación a las naciones. En el día de Navidad el mensaje de la liturgia era: «Hoy desciende una gran luz a la tierra» (Misal romano). En Belén, esta «gran luz» se presentó a un pequeño grupo de personas, a un minúsculo «resto de Israel»: a la Virgen María, a su esposo José, y a algunos pastores. Una luz humilde, según el estilo del verdadero Dios. Una llamita encendida en la noche: un frágil niño recién nacido, que da vagidos en el silencio del mundo... Pero en torno a ese nacimiento oculto y desconocido resonaba el himno de alabanza de los coros celestiales, que cantaban gloria y paz (cf. Lc 2,13-14). Así, aquella luz, aun siendo pequeña cuando apareció en la tierra, se proyectaba con fuerza en los cielos. El nacimiento del Rey de los judíos había sido anunciado por una estrella que se podía ver desde muy lejos. Este fue el testimonio de «algunos Magos» que llegaron desde Oriente a Jerusalén poco después del nacimiento de Jesús, en tiempos del rey Herodes (cf. Mt 2,1-2). Una vez más, se comunican y se responden el cielo y la tierra, el cosmos y la historia. Las antiguas profecías se cumplen con el lenguaje de los astros. «De Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel» (Nm 24,17), había anunciado el vidente pagano Balaam, llamado a maldecir al pueblo de Israel y que, al contrario, lo bendijo porque, como Dios le reveló, «ese pueblo es bendito» (Nm 22,12). Cromacio de Aquileya, en su Comentario al evangelio de san Mateo, relacionando a Balaam con los Magos, escribe: «Aquel profetizó que Cristo vendría; estos lo vieron con los ojos de la fe». Y añade una observación importante: «Todos vieron la estrella, pero no todos comprendieron su sentido. Del mismo modo, nuestro Señor y Salvador nació para todos, pero no todos lo acogieron» (ib., 4,1-2). Este es, en la perspectiva histórica, el significado del símbolo de la luz aplicado al nacimiento de Cristo: expresa la bendición especial de Dios en favor de la descendencia de Abraham, destinada a extenderse a todos los pueblos de la tierra. De este modo, el acontecimiento evangélico que recordamos en la Epifanía, la visita de los Magos al Niño Jesús en Belén, nos remite a los orígenes de la historia del pueblo de Dios, es decir, a la llamada de Abraham, que encontramos en el capítulo 12 del libro del Génesis. (...) En este punto se inicia la historia de la bendición, con la llamada de Abraham: comienza el gran plan de Dios para hacer de la humanidad una familia, mediante la alianza con un pueblo nuevo, elegido por él para que sea una bendición en medio de todas las naciones (cf. Gn 12,1-3). Este plan divino se sigue realizando todavía y tuvo su momento culminante en el misterio de Cristo. Desde entonces se iniciaron «los últimos tiempos», en el sentido de que el plan fue plenamente revelado y realizado en Cristo, pero debe ser acogido por la historia humana, que sigue siendo siempre historia de fidelidad por parte de Dios y, lamentablemente, también de infidelidad por parte de nosotros los hombres. La Iglesia misma, depositaria de la bendición, es santa y a la vez está compuesta de pecadores; está marcada por la tensión entre el «ya» y el «todavía no». En la plenitud de los tiempos Jesucristo vino a establecer la alianza: él mismo, verdadero Dios y verdadero hombre, es el Sacramento de la fidelidad de Dios a su plan de salvación para la humanidad entera, para todos nosotros. * * * EL SEÑOR NOS AYUDA
EN LA TRIBULACIÓN El malestar en que vivía la Iglesia cordobesa por causa de su situación religiosa y social hizo crisis en el año 851. Aunque tolerada, se sentía amenazada de extinción, si no reaccionaba contra el ambiente musulmán que la envolvía. La represión fue violenta, y llevó a la jerarquía y a muchos cristianos a la cárcel y, a no pocos, al martirio. San Eulogio fue siempre alivio y estímulo, luz y esperanza para la comunidad cristiana. Como testimonio de su honda espiritualidad, he aquí la bellísima oración que él mismo compuso para las santas vírgenes Flora y María, de la que son estos párrafos: «Señor, Dios omnipotente, verdadero consuelo de los que en ti esperan, remedio seguro de los que te temen y alegría perpetua de los que te aman: Inflama, con el fuego de tu amor, nuestro corazón y, con la llama de tu caridad, abrasa hasta el hondón de nuestro pecho, para que podamos consumar el comenzado martirio; y así, vivo en nosotras el incendio de tu amor, desaparezca la atracción del pecado y se destruyan los falaces halagos de los vicios; para que, iluminadas por tu gracia, tengamos el valor de despreciar los deleites del mundo; y amarte, temerte, desearte y buscarte en todo momento, con pureza de intención y con deseo sincero. Danos, Señor, tu ayuda en la tribulación, porque el auxilio humano es ineficaz. Danos fortaleza para luchar en los combates, y míranos propicio desde Sión, de modo que, siguiendo las huellas de tu pasión, podamos beber alegres el cáliz del martirio. Porque tú, Señor, libraste con mano poderosa a tu pueblo, cuando gemía bajo el pesado yugo de Egipto, y deshiciste al Faraón y a su ejército en el mar Rojo, para gloria de tu nombre. Ayuda, pues, eficazmente a nuestra fragilidad en esta hora de la prueba. Sé nuestro auxilio poderoso contra las huestes del demonio y de nuestros enemigos. Para nuestra defensa, embraza el escudo de tu divinidad y manténnos en la resolución de seguir luchando virilmente por ti hasta la muerte. Así, con nuestra sangre, podremos pagarte la deuda que contrajimos con tu pasión, para que, como tú te dignaste morir por nosotras, también a nosotras nos hagas dignas del martirio. Y, a través de la espada terrena, consigamos evitar los tormentos eternos; y, aligeradas del fardo de la carne, merezcamos llegar felices hasta ti. No le falte tampoco, Señor, al pueblo católico, tu piadoso vigor en las dificultades. Defiende a tu Iglesia de la hostigación del perseguidor. Y haz que esa corona, tejida de santidad y castidad, que forman todos tus sacerdotes, tras haber ejercitado limpiamente su ministerio, llegue a la patria celestial. Y, entre ellos, te pedimos especialmente por tu siervo Eulogio, a quien, después de ti, debemos nuestra instrucción; es nuestro maestro; nos conforta y nos anima. Concédele que, borrado todo pecado y limpio de toda iniquidad, llegue a ser tu siervo fiel, siempre a tu servicio; y que, mostrándose siempre en esta vida tu voluntario servidor, se haga merecedor de los premios de tu gracia en la otra, de modo que consiga un lugar de descanso, aunque sea el último, en la región de los vivos. Por Cristo Señor nuestro, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos. Amén». San Eulogio, que alentó a todos sus hijos en la hora del martirio, hubo de morir a su vez, reo de haber ocultado y catequizado a una joven conversa, llamada Leocricia. * * * CRISTO ES EL
«SIERVO» Repetidas veces Francisco da gracias al Padre y lo glorifica porque quiso que su Hijo, «verdadero Dios y verdadero Hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María» (1 R 23,3); y el Verbo del Padre recibió, en el seno de la Virgen, «la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad» (2CtaF 4). Por esto, Francisco saluda a María con términos muy concretos que, en definitiva, no expresan sino su maternidad; a través de ella, Francisco canta la encarnación de Cristo en su seno (CtaO 21; SalVM). Así, pues, al contrario que las herejías de su tiempo (como los cátaros que hablaban de apariencia de humanidad), Francisco llamó mucho la atención de sus hermanos sobre esta maravilla que lo arrobaba: Dios tomó un cuerpo de hombre. Su mirada de fe equilibrada no separa nunca la condición divina y la condición humana de Cristo, su rostro glorioso y su rostro sufriente y frágil. En ese Cristo Señor veía siempre a «Aquel que tanto ha sufrido por nosotros». Desde su conversión, Francisco adoptó la oración litúrgica del «Adoramus te» (Test 5), porque expresaba bien lo que él creía y lo que él vivía. Hay que adorar a este Cristo y bendecirlo porque es el Redentor del mundo por su cruz. Para él, como para san Juan, la Gloria de Cristo Señor brota de su anonadamiento, de su humanidad crucificada, donde se manifiesta la Gloria de Dios, es decir, su secreto íntimo. Y Francisco utilizará otra serie de imágenes que expresan para él ese misterio de anonadamiento: 1. Cristo SIERVO. Cristo es aquel que lavó los pies de sus discípulos; ésta es una de las imágenes cristológicas más fuertes que haya impresionado el espíritu de Francisco. La tarde del Jueves Santo constituye un elemento esencial de la espiritualidad del «hermano menor»; y cuando Francisco querrá que sus hermanos se llamen «menores» (es decir, los más pequeños, los últimos, los siervos de la casa), les impondrá ese nombre refiriéndose evidentemente al gesto de Jesús que lavó, Él mismo, los pies a sus discípulos. 2. El Siervo SUFRIENTE. Es una imagen muy fuerte, que se desprende sobre todo de su «Salterio» (llamado incluso Oficio de la Pasión), donde Francisco se identifica con la voz del Hijo ultrajado que expresa a su Padre su soledad en el sufrimiento a la vez que su confianza filial. 3. Cristo MENDIGO y PEREGRINO. Esta imagen es más original de Francisco, quien, con frecuencia, tiene esta visión insistente y extraña de un Cristo tirado por los caminos del hombre, y que, con su madre, vivió de limosna como todos los mendigos: «Y cuando sea necesario -dice Francisco a sus frailes-, vayan por limosna. Y no se avergüencen, sino más bien recuerden que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios vivo omnipotente, puso su faz como roca durísima, y no se avergonzó. Y fue pobre y huésped y vivió de limosna él y la bienaventurada Virgen y sus discípulos» (1 R 9,3-5). Esta imagen, que no tiene apoyo concreto en los textos evangélicos, le fue sugerida, tal vez, por palabras como «las raposas tienen cuevas y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20). (...) Cristo es también el Mendigo. Todas las limosnas del mundo le son debidas a Él, y a aquellos que son pobres como Él ante el Padre. «La limosna es la herencia y justicia que se debe a los pobres, adquirida para nosotros por nuestro Señor Jesucristo» (1 R 9,8). 4. Cristo es el GUSANO. Imagen cristológica que también evoca en Francisco la encarnación de Cristo rechazado y despreciado, que asumió nuestra condición de «gusanos despreciables y pecadores» (2CtaF 46). (...) 5. Cristo es el CORDERO. En el misterio eucarístico, Francisco discierne a la vez la presencia del Señor resucitado, y también la imagen del Cordero cuya sangre, libremente derramada, es la de la Nueva Alianza. Por lo demás, esta imagen polivalente no evoca simplemente el don y el abandono de Cristo, sino también el Señorío glorioso del Cordero que reina en los cielos, según la visión del Apocalipsis. 6. Cristo es el BUEN PASTOR. Imagen muy querida por Francisco, que la evoca repetidas veces en sus Escritos. Cristo es a la vez el que da su vida por sus ovejas y el que las conduce hacia la vida en plenitud. (...) Sí, Cristo es ciertamente el Dios creador, el Dios de Israel, el Dios vivo y verdadero, el Juez supremo; pero es también el Siervo que lavó los pies de sus discípulos, el Mendigo, el Peregrino, el Siervo sufriente, el Gusano, el Cordero, el Buen Pastor que dio su vida... Francisco había captado que las riquezas de Cristo no pueden encerrarse ni expresarse en un solo título o en una sola imagen. ¿Cómo «decir» ese misterio del Altísimo que se hace cercano al hombre? Siempre balbuceando. Ayer como hoy. Sin jamás sistematizar un título o una imagen, ni siquiera una definición dogmática. Admiración y asombro fueron las principales claves de Francisco. |
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