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DÍA 8 DE ENERO
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* * * San Alberto. Obispo de Cashel (Irlanda) en el siglo VIII. San Apolinar. Obispo de Hiérapolis en Frigia (Turquía) en el siglo II. Autor de varias escritos apologéticos. Destacó por su ciencia y santidad en tiempos del emperador Marco Aurelio. San Erardo. De origen escocés, llevado de su ardiente deseo de anunciar el Evangelio se trasladó a Baviera en Alemania, y fue obispo de Ratisbona. Murió el año 707. Santa Gúdula. Patrona de Bruselas. Hija de santa Amalberga. Vivió virgen en su casa, consagrada a la oración y penitencia, y a las obras de caridad. Murió en Brabante, donde había nacido, el año 712. San Jorge. Nacido en Chipre, fue luego monje y ermitaño en el monasterio de Coziba (Palestina). Durante la semana vivía en soledad y los domingos oraba con sus hermanos, dialogaba con ellos sobre temas espirituales y les daba prudentes consejos. Murió el año 614. Santos Luciano, Maximiano y Julián. Misioneros enviados desde Roma por el papa san Clemente I a evangelizar la región de Beauvais (Francia), donde fueron martirizados en el año 290 durante la persecución de Diocleciano. San Máximo. Obispo de Pavía (Italia). Murió el año 514. San Natalano. Obispo de Aberdeen (Escocia), insigne por su caridad para con los pobres. Murió el año 678. San Paciente. Obispo de Metz (Francia) en el siglo IV. San Severino. Nació en Roma de familia noble. Sacerdote y monje, fue primero ermitaño en Oriente. Tras la devastación causada por Atila y los hunos, se trasladó a la provincia romana del Nórico (en la actual Austria), donde organizó la restauración de las poblaciones valiéndose de sus dotes y su prestigio; predicó, reformó costumbres, fundó monasterios. Murió el año 482. Santos Teófilo y Eladio. Fueron martirizados en Libia en el siglo III. Beato Eduardo Waterson. Nacido en Londres de familia anglicana, convertido al catolicismo en Roma, ordenado de sacerdote en Reims, al poco de regresar a su patria fue detenido por ser sacerdote, y luego ahorcado y descuartizado en Newcastle (Inglaterra) el año 1593 bajo el reinado de Isabel I. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Queridos Hermanos: Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor (1 Jn 4,7-8). Pensamiento franciscano: En su Testamento dice santa Clara a sus hermanas: --Amándoos mutuamente con la caridad de Cristo, mostrad exteriormente por las obras el amor que tenéis interiormente, para que, estimuladas por este ejemplo, las hermanas crezcan siempre en el amor de Dios y en la mutua caridad (TestCl 59-60). Orar con la Iglesia: Dirijamos con perseverancia nuestras súplicas humildes al Señor Jesús: -Para que la Iglesia manifieste a todo el mundo el rostro amoroso y compasivo del Padre. -Para que la luz de Cristo llegue a todos los que buscan la verdad. -Para que todos nos hagamos más sensibles a los problemas de los demás. -Para que cada uno de nosotros, en su propia situación, cumpla el mandato de Jesús: «Dadles vosotros de comer». Oración: Dios Padre nuestro, te pedimos que venga a nosotros el reino de tu Hijo, reino de justicia, de amor y de paz. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * HOMILÍA DEL SANTO
PADRE BENEDICTO XVI Queridos hermanos y hermanas: Celebramos con alegría la solemnidad de la Epifanía, «manifestación» de Cristo a los gentiles, representados por los Magos, misteriosos personajes llegados de Oriente. Celebramos a Cristo, meta de la peregrinación de los pueblos en búsqueda de la salvación. (...) «Hemos visto su estrella en oriente y venimos a adorarlo» (cf. Mt 2,2). Lo que nos maravilla siempre, al escuchar estas palabras de los Magos, es que se postraron en adoración ante un simple niño en brazos de su madre, no en el marco de un palacio real, sino en la pobreza de una cabaña en Belén (cf. Mt 2,11). ¿Cómo fue posible? ¿Qué convenció a los Magos de que aquel niño era «el rey de los judíos» y el rey de los pueblos? Ciertamente los persuadió la señal de la estrella, que habían visto «al salir», y que se había parado precisamente encima de donde estaba el Niño (cf. Mt 2,9). Pero tampoco habría bastado la estrella, si los Magos no hubieran sido personas íntimamente abiertas a la verdad. A diferencia del rey Herodes, obsesionado por sus deseos de poder y riqueza, los Magos se pusieron en camino hacia la meta de su búsqueda, y cuando la encontraron, aunque eran hombres cultos, se comportaron como los pastores de Belén: reconocieron la señal y adoraron al Niño, ofreciéndole los dones preciosos y simbólicos que habían llevado consigo. Queridos hermanos y hermanas, también nosotros detengámonos idealmente ante el icono de la adoración de los Magos. Encierra un mensaje exigente y siempre actual. Exigente y siempre actual ante todo para la Iglesia que, reflejándose en María, está llamada a mostrar a los hombres a Jesús, nada más que a Jesús, pues él lo es Todo y la Iglesia sólo existe para permanecer unida a él y para darlo a conocer al mundo. Que la Madre del Verbo encarnado nos ayude a ser dóciles discípulos de su Hijo, Luz de los pueblos. El ejemplo de los Magos de entonces es una invitación también para los Magos de hoy a abrir su mente y su corazón a Cristo y ofrecerle los dones de su búsqueda. A ellos, a todos los hombres de nuestro tiempo, quisiera repetirles hoy: no tengáis miedo de la luz de Cristo. Su luz es el esplendor de la verdad. Dejaos iluminar por él, pueblos todos de la tierra; dejaos envolver por su amor y encontraréis el camino de la paz. Así sea. * * * EL AGUA Y EL
ESPÍRITU Jesús fue a donde Juan y recibió de él el bautismo. Cosa realmente admirable. La corriente inextinguible que alegra la ciudad de Dios es lavada con un poco de agua. La fuente inalcanzable, que hace germinar la vida para todos los hombres y que nunca se agota, se sumerge en unas aguas pequeñas y temporales. El que se halla presente en todas partes y jamás se ausenta, el que es incomprensible para los ángeles y está lejos de las miradas de los hombres, se acercó al bautismo cuando él quiso. Se abrió el cielo, y vino una voz del cielo que decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto». El amado produce amor, y la luz inmaterial genera una luz inaccesible: «Éste es el que se llamó hijo de José, es mi Unigénito según la esencia divina». Éste es mi Hijo, el amado: aquel que pasó hambre, y dio de comer a innumerables multitudes; que trabajaba, y confortaba a los que trabajaban; que no tenía dónde reclinar su cabeza, y lo había creado todo con su mano; que padeció, y curaba todos los padecimientos; que recibió bofetadas, y dio al mundo la libertad; que fue herido en el costado, y curó el costado de Adán. Pero prestadme cuidadosamente atención: quiero acudir a la fuente de la vida, quiero contemplar esa fuente medicinal. El Padre de la inmortalidad envió al mundo a su Hijo, Palabra inmortal, que vino a los hombres para lavarlos con el agua y el Espíritu: y, para regenerarnos con la incorruptibilidad del alma y del cuerpo, insufló en nosotros el espíritu de vida y nos vistió con una armadura incorruptible. Si, pues, el hombre ha sido hecho inmortal, también será dios. Y si se ve hecho dios por la regeneración del baño del bautismo, en virtud del agua y del Espíritu Santo, resulta también que después de la resurrección de entre los muertos será coheredero de Cristo. Por lo cual, grito con voz de pregonero: Venid, las tribus todas de las gentes, al bautismo de la inmortalidad. Ésta es el agua unida con el Espíritu, con la que se riega el paraíso, se fecunda la tierra, las plantas crecen, los animales se multiplican; y, en definitiva, el agua por la que el hombre regenerado se vivifica, con la que Cristo fue bautizado, sobre la que descendió el Espíritu Santo en forma de paloma. Y el que desciende con fe a este baño de regeneración renuncia al diablo y se entrega a Cristo, reniega del enemigo y confiesa que Cristo es Dios, se libra de la esclavitud y se reviste de la adopción, y vuelve del bautismo tan espléndido como el sol, fulgurante de rayos de justicia; y, lo que es el máximo don, se convierte en hijo de Dios y coheredero de Cristo. A él la gloria y el poder, junto con el Espíritu Santo, bueno y vivificante, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén. * * * CRISTO ES
«SEÑOR Y DIOS» Francisco nunca designa a Cristo con el título de Jesús o Jesucristo o Cristo sólo, sino siempre con el de «Señor» Jesu(Cristo), o «Nuestro Señor Jesucristo», que es el título más frecuente. Tiene, pues, como sus contemporáneos, una viva conciencia del «Señorío divino» de Cristo y de su universalidad. Si bien la palabra Dios (Deus) designa la mayoría de las veces a Dios Trinidad o a Dios Padre, designa también en numerosos pasajes a Cristo mismo: «Como a hijos se nos brinda el Señor Dios» (CtaO 11); aquí el contexto eucarístico nos dice que se trata de Cristo. «Y todas las criaturas que están bajo el cielo sirven, conocen y obedecen, a su modo, a su Creador mejor que tú. Y aun los mismos demonios no fueron los que lo crucificaron, sino fuiste tú el que con ellos lo crucificaste, y todavía lo crucificas...» (Adm 5,2-3). ¡Cristo creador! Este es un título que parece poco apropiado teológicamente hablando. Pero, para Francisco, Cristo es de tal modo Hombre y Dios que no separa nunca lo humano y lo divino. Él ve siempre una persona viva, el Hombre-Dios, en quien y con quien el Padre y el Espíritu Santo obran siempre juntos. Destaquemos, de pasada, que su cristología jamás se separa del misterio trinitario. Para Francisco, el misterio de la Salvación es obra del amor trinitario: «Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey de cielo y tierra, te damos gracias por ti mismo, pues por tu santa voluntad, y por medio de tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales...» (1 R 23,1). Para él, la Trinidad viva es la creadora y redentora. Ella es un acto de creación y de redención permanentes: cada una de las personas divinas trabaja en la salvación del hombre y de la humanidad. Por otra parte, refiriéndose a Cristo eucarístico, Francisco escribe: «Siendo único en todas partes, obra según le place con el Señor Dios Padre y el Espíritu Santo Paráclito por los siglos de los siglos» (CtaO 33). Este Jesucristo es realmente el «Dios vivo y verdadero» (CtaCus 8). El día de la Ascensión, Él es «el Dios que asciende sobre el cielo de los cielos hacia el oriente» (OfP 9,10). Francisco tiene, pues, una viva conciencia de la divinidad de Cristo y de su igualdad con el Padre y el Espíritu Santo. Imposible resulta confundir en sus escritos a este Cristo Transcendente y Juez con un gran profeta cualquiera, con un reformador genial o incluso con un simple compañero de camino particularmente inspirado. ¡Él es Dios... Es el Señor! «Que todas las tardes, por medio de pregonero u otra señal, se anuncie que el pueblo entero rinda alabanzas y acciones de gracias al Señor Dios omnipotente. Y sabed que, si no hacéis esto, tendréis que rendir cuenta en el día del juicio, ante vuestro Señor Dios Jesucristo» (CtaA 7-8). Esta visión inspira su actitud de adoración y de veneración ante la gloria y santidad de Cristo Dios, «quien ya no ha de morir, sino que vive eternamente y está glorificado» (CtaO 22); y, especialmente, ante su presencia eucarística. Por eso, Francisco expresa su fe, su temor reverencial y agradecido, por medio del homenaje y de la prosternación: «El hermano Francisco os saluda en Aquel a quien habéis de adorar con temor y reverencia postrados en tierra al escuchar su nombre; el Señor Jesucristo, cuyo nombre es Hijo del Altísimo, el cual es bendito por los siglos» (CtaO 3-4). En esta materia, pues, Francisco es muy de su época. Pero, en él, esta imagen de Cristo Señor jamás es abrumadora o temible. Porque el Señor nunca es contemplado únicamente en su esplendor divino, sino que lo es también en su existencia humana humilde, pobre y sufriente. En esto se acercaba a la visión de la corriente cisterciense. Francisco proclamará con la misma fuerza que Cristo Señor es verdadero Hombre. |
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