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DÍA 7 DE ENERO
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BEATO MATEO GUIMERÁ DE AGRIGENTO. Nació en Agrigento (Sicilia) hacia el año 1377. De joven ingresó en los franciscanos Conventuales, que lo enviaron a estudiar a España. En 1418, se pasó a los franciscanos Observantes atraído por el movimiento de reforma que impulsaba san Bernardino de Siena, de quien fue compañero en la implantación de la Observancia y en la predicación, propagando la devoción al Santísimo Nombre de Jesús, a la que el Beato unía la que profesaba a la Virgen, por lo que a muchos de los conventos que fundó en Italia y España les puso el nombre de Santa María de Jesús. Elegido obispo de su ciudad natal en 1442, se empeñó en renovar la vida de la diócesis y ayudar a los pobres, por lo que tuvo que sufrir hasta calumnias. Probada su inocencia, renunció a su cargo y se retiró a un convento de Palermo, donde murió el 7 de enero de 1450. * * * San Alderico. Obispo de Le Mans (Francia), que murió el año 856. San Canuto Lavard. Noble danés, sobrino de san Canuto IV de Dinamarca. Gobernó su ducado con prudencia y justicia. Sus enemigos lo asesinaron en 1137 por su apoyo a la labor evangelizadora de la Iglesia. San Ciro. Monje primero y luego obispo de Constantinopla, que murió en el destierro el año 714. San Crispín. Obispo de Pavía (Italia), muerto el año 467. San José Tuan. Japonés, padre de familia y campesino, que fue decapitado en Tonkín el año 1862 por ser cristiano y por rezar ante la cruz que le mandaron pisotear. San Luciano. Sacerdote de la Iglesia de Antioquía, famoso por su doctrina y elocuencia. Ante el tribual y en medio de las torturas, confesaba con firmeza su fe y repetía intrépido "yo soy cristiano". Sufrió el martirio el año 312 en Nicomedia (Bitinia, hoy Turquía). San Polieucto. Siendo soldado en tiempos del emperador Decio, se negó a sacrificar a los dioses, por lo que fue decapitado en Melitene (Armenia) el año 250. San Tilón. Nacido en Westfalia y vendido como esclavo, fue liberado por san Eloy, que le enseñó el oficio de orfebre. Fue misionero entre los sajones, y más tarde ingresó en el monasterio de Solignac (Francia), donde murió el año 702. San Valentín. Obispo y misionero de la región de Recia. Murió en Passau (Baviera) el año 450. San Valentiniano. Obispo de Chur en Suiza. Destacó por su especial bondad para con los pobres y necesitados. Murió en Einsiedeln el año 548. Beato Ambrosio Fernandes. Nacido en Portugal, emigró a Oriente en busca de fortuna. Los peligros extremos de la travesía le inspiraron el propósito de hacerse religioso si salvaba la vida. Llegado a Japón vistió el hábito de los jesuitas como hermano profeso. Arrestado y tras años de cruel cárcel, murió mártir en Suzuta el año 1620. Beata Lindalva Justo de Oliveira. Virgen y mártir. Nació en Brasil el año 1953. En 1989 vistió el hábito de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. La destinaron a Salvador (Bahía) a atender un pabellón de ancianos, en el que, por excepción, admitieron a un hombre de 46 años, de carácter difícil, que se enamoró de ella. Ante su rechazo, la acuchilló el 9 de abril de 1993, Viernes Santo. Fue beatificada el año 2007. Su memoria se celebra el 7 de enero. Beata María Teresa Haze. Fundadora de la congregación de las Hijas de la Santa Cruz de Lieja, para prestar múltiples servicios de caridad y asistencia a los pobres y necesitados. Murió en Lieja, casi centenaria, el año 1876. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Señor, mi corazón no es
ambicioso, ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superan mi
capacidad; sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos
de su madre. Espere Israel en el Señor Pensamiento franciscano: Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, porque todos nosotros no somos dignos de nombrarte, imploramos suplicantes que nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo amado, en quien bien te complaciste, junto con el Espíritu Santo Paráclito, te dé gracias por todos como a ti y a él os place, él que te basta siempre para todo y por quien tantas cosas nos hiciste (1 R 23,5). Orar con la Iglesia: Señor Jesús, a ti que en Belén te revelaste como Dios y como hombre a todo el que te busca con sincero y limpio corazón, te suplicamos: -Que suscites y vivifiques también hoy en tu Iglesia la fuerza de salvación que nos prometiste. -Que nos libres de los obstáculos que nos impiden reconocerte entre nosotros y obedecerte en nuestra vida. -Que nos concedas vivir libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, para servirte con santidad y libertad todos nuestros días. -Que ilumines nuestra mente y muevas nuestro corazón para que también nosotros, pequeñas estrellas de Belén, preparemos tus caminos y anunciemos tu salvación a nuestros hermanos. -Que llevado de tu entrañable misericordia ilumines a los que viven en tinieblas y guíes sus pasos por el camino de tu paz. Oración: Señor Jesús, te pedimos que la luz de tu Espíritu guíe nuestros pasos para que, en medio de las vicisitudes de la vida, lleguemos hasta ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. * * * HOMILÍA DEL SANTO
PADRE BENEDICTO XVI Queridos hermanos y hermanas: La luz que brilló en Navidad durante la noche, iluminando la cueva de Belén, donde permanecen en silenciosa adoración María, José y los pastores, hoy resplandece y se manifiesta a todos. La Epifanía es misterio de luz, simbólicamente indicada por la estrella que guió a los Magos en su viaje. Pero el verdadero manantial luminoso, el «sol que nace de lo alto» (Lc 1,78), es Cristo. En el misterio de la Navidad, la luz de Cristo se irradia sobre la tierra, difundiéndose como en círculos concéntricos. Ante todo, sobre la Sagrada Familia de Nazaret: la Virgen María y José son iluminados por la presencia divina del Niño Jesús. La luz del Redentor se manifiesta luego a los pastores de Belén, que, advertidos por el ángel, acuden enseguida a la cueva y encuentran allí la «señal» que se les había anunciado: un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (cf. Lc 2,12). Los pastores, junto con María y José, representan al «resto de Israel», a los pobres, los anawin, a quienes se anuncia la buena nueva. Por último, el resplandor de Cristo alcanza a los Magos, que constituyen las primicias de los pueblos paganos. Quedan en la sombra los palacios del poder de Jerusalén, adonde, de forma paradójica, precisamente los Magos llevan la noticia del nacimiento del Mesías, y no suscita alegría, sino temor y reacciones hostiles. Misterioso designio divino: «La luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas» (Jn 3,19). Pero ¿qué es esta luz? ¿Es sólo una metáfora sugestiva, o a la imagen corresponde una realidad? El apóstol san Juan escribe en su primera carta: «Dios es luz, en él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1,5); y, más adelante, añade: «Dios es amor». Estas dos afirmaciones, juntas, nos ayudan a comprender mejor: la luz que apareció en Navidad y hoy se manifiesta a las naciones es el amor de Dios, revelado en la Persona del Verbo encarnado. Atraídos por esta luz, llegan los Magos de Oriente. Por tanto, en el misterio de la Epifanía, junto a un movimiento de irradiación hacia el exterior, se manifiesta un movimiento de atracción hacia el centro, con el que llega a plenitud el movimiento ya inscrito en la antigua alianza. El manantial de este dinamismo es Dios, uno en la sustancia y trino en las Personas, que atrae a todos y todo a sí. De este modo, la Persona encarnada del Verbo se presenta como principio de reconciliación y de recapitulación universal (cf. Ef 1,9-10). Él es la meta final de la historia, el punto de llegada de un «éxodo», de un providencial camino de redención, que culmina en su muerte y resurrección. Por eso, en la solemnidad de la Epifanía, la liturgia prevé el así llamado «Anuncio de la Pascua»: en efecto, el Año litúrgico resume toda la parábola de la historia de la salvación, en cuyo centro está «el Triduo del Señor crucificado, sepultado y resucitado». (...) La Iglesia está llamada a hacer que en el mundo resplandezca la luz de Cristo, reflejándola en sí misma como la luna refleja la luz del sol. En la Iglesia se han cumplido las antiguas profecías referidas a la ciudad santa de Jerusalén, como la estupenda profecía de Isaías: «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz. (...) Caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora» (Is 60,1-3). Esto lo deberán realizar los discípulos de Cristo: después de aprender de él a vivir según el estilo de las Bienaventuranzas, deberán atraer a todos los hombres hacia Dios mediante el testimonio del amor: «Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo» (Mt 5,16). * * * DIOS SE HIZO HOMBRE Nuestro Señor Jesucristo, queridos hermanos, que ha creado todas las cosas desde la eternidad, se ha convertido hoy en nuestro salvador, al nacer de una madre. Quiso nacer hoy en el tiempo para conducirnos hasta la eternidad del Padre. Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios; hoy se hace hombre el Señor de los ángeles para que el hombre pueda comer el pan de los ángeles. Hoy se cumple aquella profecía que dice: Cielos, destilad el rocío; nubes, derramad al Justo; ábrase la tierra y brote el Salvador. El Creador ha sido creado para que fuera encontrado el que se había perdido. Esto es lo que el hombre reconoce en los salmos: Antes de ser humillado, pequé. El hombre pecó y se convirtió en reo; Dios nació como hombre para que fuera liberado el reo. El hombre cayó, pero Dios descendió. Cayó el hombre miserablemente, bajó Dios misericordiosamente; cayó el hombre por la soberbia, bajó Dios con su gracia. Hermanos míos, ¡qué milagros y prodigios! Las leyes naturales se cambian en el hombre: Dios nace, una virgen concibe sin la intervención del hombre; la sola palabra de Dios fecunda a aquella que no conoce varón. Es al mismo tiempo virgen y madre. Es madre, pero intacta; la virgen tiene un hijo sin intervención del hombre; es siempre inmaculada, pero no infecunda. Sólo nació sin pecado aquel que fue concebido por la obediencia del espíritu, y no por el amor humano o por la concupiscencia de la carne. * * * FRANCISCO Y CLARA DE
ASÍS Francisco enraíza su vida apostólica, y Clara su vida monástica, en la contemplación del despojamiento y de la simplicidad de la vida de Cristo Jesús y de su Madre. ¡Ser pobres de todo y ricos de Dios! ¡Ahí radica su alegría! Puede, pues, afirmarse sin exageración que la pobreza de Cristo y de su madre ocupa un lugar muy importante en la contemplación franciscana. Esta pobreza asombra y fascina al Pobre de Asís. Relata uno de sus biógrafos: «Con preferencia a las demás solemnidades, celebra con inefable alegría la del nacimiento del niño Jesús; la llamaba fiesta de las fiestas, en la que Dios, hecho niño pequeñuelo, se crió a los pechos de madre humana... Quería que en ese día los ricos den de comer en abundancia a los pobres y hambrientos y que los bueyes y los asnos tengan más pienso y hierba de lo acostumbrado... No recordaba sin lágrimas la penuria que rodeó aquel día a la Virgen pobrecilla. Así, sucedió una vez que, al sentarse para comer, un hermano recuerda la pobreza de la bienaventurada Virgen y hace consideraciones sobre la falta de todo lo necesario en Cristo, su Hijo. Se levanta al momento de la mesa, no cesan los sollozos doloridos, y, bañado en lágrimas, termina de comer el pan sentado sobre la desnuda tierra. De ahí que afirmase que esta virtud es virtud regia, pues ha brillado con tales resplandores en el Rey y en la Reina» (2 Cel 199-200). Su predilección por los pobres brota también de esta contemplación: «Hermano, cuando ves a un pobre, ves un espejo del Señor y de su madre pobre. Y mira igualmente en los enfermos las enfermedades que tomó Él sobre sí por nosotros» (2 Cel 85). En la Regla de Clara oímos como un eco de esta idea: «Y por amor del santísimo y amadísimo Niño, envuelto en pobrísimos pañales y reclinado en el pesebre, y de su santísima Madre, amonesto, ruego y exhorto a mis hermanas que se vistan siempre de vestiduras viles» (RCl 2,6b; cf. TestCl 7). Por último, Clara no olvida que, poco antes de morir, Francisco les escribió a ella y sus hermanas un último mensaje que empezaba con estas palabras: «Ya que, por divina inspiración, os habéis hecho hijas y siervas del altísimo sumo Rey Padre celestial y os habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio...» (RCl 6,17b). Hijas y siervas del Padre, esposas del Espíritu Santo, son, como vimos antes, los títulos que Francisco daba a la Virgen María en su oración cotidiana. No podía expresarse mejor la semejanza entre la vida de María y la de Clara y sus hermanas. Para estos dos místicos, la piedad mariana no es en absoluto una devocioncilla suplementaria; al contrario, está vitalmente integrada en su contemplación del misterio de la salvación, en su vida cristiana y en su misión. Sí, María tiene su propio lugar en la espiritualidad franciscana, puesto que, «después de Cristo, Francisco depositaba principalmente en la misma su confianza; por eso la constituyó abogada suya y de todos sus hermanos» (LM 9,3). De ahí que sus hermanos y hermanas celebren las fiestas marianas con particular devoción. Por lo demás, conociendo la austeridad de Clara, Francisco le pedirá que las Damas Pobres no ayunen «en las festividades de santa María» (Carta III, 5). Se comprende que teólogos, músicos y poetas de la gran familia franciscana pongan su talento al servicio de la madre de Cristo. San Buenaventura y Duns Escoto serán los primeros en defender, cuatro siglos antes de la proclamación oficial por parte de la Iglesia, la Inmaculada Concepción. San Bernardino, san Lorenzo de Brindis y san Leonardo de Porto Mauricio serán predicadores convencidos de la fecundidad pastoral de una buena mariología. Fray Jacopone de Todi escribirá el Stabat Mater. Los hermanos introducirán y harán populares la fiesta de la Visitación, el rezo del Ángelus, la petición del Avemaría «Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte», haciendo de María la compañera materna de nuestro camino en seguimiento de las huellas de su Hijo, hasta el umbral del Reino. |
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