DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 26 DE OCTUBRE

 

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BEATO BUENAVENTURA DE POTENZA. Nació en Potenza, región de Basilicata en Italia, el año 1651. Vistió el hábito de los franciscanos conventuales a los 15 años de edad. Recibida la ordenación sacerdotal, se consagró al apostolado de la predicación y del confesonario, con gran provecho de los fieles. No era una persona docta, pero impresionaba por la sabiduría y profundidad teológica de sus sermones. Los superiores le confiaron la formación de sus religiosos jóvenes y la dirección espiritual de dos monasterios de clarisas. Fue un religioso austero, obediente y carismático, del que Dios se valió para obrar cosas extraordinarias y milagros. Profesaba una especial devoción a la Pasión de Cristo y a la Virgen Inmaculada. Tenía un carácter fuerte, pero supo dominarlo. Murió en Ravello (Nápoles) el 26 de octubre de 1711.

BEATA CELINA CHLUDZINSKA BORZECKA, fundadora de la Congregación de las Religiosas de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Nació en Antowil (entonces Polonia, hoy Bielorrusia), el año 1833. Contrajo matrimonio en 1853, y fue esposa ejemplar y madre de cuatro hijos. En 1863 fue arrestada por haber ayudado a los insurgentes contra el régimen zarista. En 1869 se trasladó a Viena para cuidar a su marido, paralítico. Enviudó y en 1875 se trasladó a Roma, donde conoció la espiritualidad resurreccionista. La fecha oficial del nacimiento de su Congregación es el año 1891, y se extendió rápidamente por Europa y llegó a América. Como esposa, madre y religiosa consideró siempre a Cristo resucitado el centro de su vida. Murió en Cracovia el 26 de octubre de 1913. El fundamento de la espiritualidad de sus religiosas es el misterio pascual; y la finalidad apostólica, la educación cristiana, la asistencia a los enfermos, la pastoral parroquial y cualquier otro ministerio que pueda contribuir a la resurrección espiritual y moral de la sociedad. Fue beatificada el año 2007.

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San Amando. Es considerado como el primer obispo de Estrasburgo (Francia), en el siglo IV. Defendió la fe católica contra el arrianismo que negaba la divinidad de Jesucristo.

San Aptonio. Obispo de Angulema (Aquitania, Francia). Fue elegido hacia el año 541, participó en el concilio de Orleans del 549 y murió hacia el año 567.

San Beano. Obispo de Mortlach en Escocia. Murió en la primera mitad del siglo XI.

San Cedda. Nació en Northumbria (Inglaterra) y fue educado en la fe cristiana por misioneros irlandeses. Ordenado de sacerdote, evangelizó varias regiones inglesas. El año 654 fue consagrado obispo de los Sajones Orientales (reino de Essex). Fundó iglesias y monasterios, en los que introdujo un tenor de vida muy austero. Más tarde volvió a Northumbria y fundó el monasterio de Lastingham, del que fue abad sin dejar por ello sus obligaciones como obispo. Participó en el concilio de Whitby y, en la polémica sobre la fecha de la pascua, se decantó a favor del cómputo romano. Murió en su monasterio el año 664.

San Eata de Hexham. Fue un hombre de gran mansedumbre y simplicidad, que gobernó varios monasterios y ocupó sucesivas sedes episcopales hasta llegar a la de Hexham en Northumbria (Inglaterra). Cosa no rara en aquel tiempo y circunstancias, era a la vez abad y obispo, sin dejar nunca de llevar una vida ascética. Murió el año 686.

San Fulco Scotti. Nació en Piacenza (Italia) el año 1164 en una familia de origen irlandés. De joven vistió el hábito de los Canónigos Regulares de San Agustín. Estudió en París y después se ordenó de sacerdote. Ocupó cargos de autoridad en su comunidad y en la diócesis de Piacenza, para la que fue elegido obispo en 1210. En 1216 pasó a regir la de Pavía. Fue un excelente pastor: se preocupó de la formación religiosa y cultural de niños y jóvenes, para los que abrió escualas, se ocupó del socorro de los pobres y creó para ellos comedores gratuitos, promovió la observancia en los monasterios y las reformas necesarias, defendió los derechos de la Iglesia, fomentó la paz entre los ciudadanos. Murió en Pavía el año 1229.

Santos Luciano y Marciano. Por ser cristianos y mantenerse firmes en su fe, fueron quemados vivos en Nicomedia de Bitinia (Turquía), en tiempo del emperador Decio, por orden del prefecto Sabino, el año 250. Según una tradición que viene del siglo XIII, estos santos habrían sufrido el martirio en Vic (Barcelona, España).

Santos Rogaciano y Felicísimo. Rogaciano era sacerdote de la Iglesia de Cartago (en la actualidad Túnez), y san Cipriano le encomendaba el gobierno de la diócesis durante sus ausencias. En el siglo III, durante la persecución del emperador Decio, sufrió, junto con Felicísimo, torturas y cárceles por el nombre de Cristo.

San Rústico de Narbona. Estudió en Roma y a su vuelta a las Galias se hizo monje. El año 427 fue elegido obispo de Narbona (Francia), cuando la diócesis estaba dividida en facciones y la herejía arriana, traída por los godos, amenazaba la integridad de la fe. Afrontó con total entrega los problemas, sin conseguir del todo lo que se proponía. Escribió al papa san León Magno exponiéndole las dificultades e insinuándole la posibilidad de que otro asumiera el gobierno de su Iglesia. El Papa no aceptó la dimisión y lo animó en su tarea pastoral. Murió en Narbona el año 461.

San Sigebaldo. Fue obispo de Metz (Francia), fundó muchos monasterios y murió el año 741.

San Witta (o Albino). Fue uno de los monjes ingleses que colaboraron con san Bonifacio en la evangelización de Alemania. En el Continente se le llamó Albino. El año 741 san Bonifacio lo consagró obispo y le confió la nueva sede episcopal de Burgberg. Murió el año 786 y fue sepultado en el monasterio de Hersfeld (Alemania).

Beato Damián Furcheri. Nació en Finale (Liguria, Italia) hacia el año 1405 de familia noble. Siendo aún adolescente y venciendo la resistencia de sus padres, entró en la Orden de Predicadores en Génova. Profundizó en el estudio de la Sagrada Escritura y se ordenó de sacerdote. Fue un predicador incansable por las regiones de Liguria, Lombardía y Emilia. Ejerció cargos de autoridad en su Orden y formó parte de la corriente reformadora de los dominicos. Su intensa actividad apostólica estaba acompañada de una profunda vida de oración y penitencia. Murió en Reggio Emilia el año 1484.

Beato Vidal Ernesto Frías. Nació en Villajimena (Palencia) en 1906. Profesó en los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1923. Inició su apostolado en los noviciados de Bujedo y de Griñón. En 1929 lo destinaron al colegio Maravillas, de Madrid, incendiado en 1931 y luego reconstruido. Hizo una notable colección de entomología, y después otras de minerales y de plantas. Al estallar la persecución religiosa, tuvo que errar de pensión en pensión hasta que lo detuvieron los milicianos y lo llevaron a la checa de Fomento. Lo fusilaron el 26 de octubre de 1936 junto al cementerio de Vicálvaro (Madrid). Beatificado el 13-X-2013.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

«El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo: tu vara y tu cayado me sosiegan. Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor por años sin término» (Salmo 22).

Pensamiento franciscano:

Admonición 18 de san Francisco: «Bienaventurado el hombre que soporta a su prójimo según su fragilidad en aquello en que querría ser soportado por él, si estuviera en un caso semejante. Bienaventurado el siervo que devuelve todos los bienes al Señor Dios, porque quien retiene algo para sí, esconde en sí el dinero de su Señor Dios (Mt 25,18), y lo que creía tener se le quitará (Lc 8,18)».

Orar con la Iglesia:

Jesucristo es el pan vivo bajado del cielo e intercede por nosotros ante el Padre, a quien oramos llenos de amor y confianza.

-Por la Iglesia: para que sus miembros demos en todo momento y circunstancia testimonio de su fe y amor.

-Por los ministros de la Iglesia: para que sean colmados de la sabiduría y de la gracia del Espíritu Santo en su servicio a los hombres.

-Por los predicadores y los catequistas: para que no desfallezcan ante las dificultades y permanezcan firmes en el anuncio del Evangelio a toda criatura.

-Por los que ponen en práctica las obras de misericordia: para que el Señor los conforte y dé eficacia a sus esfuerzos.

Oración: Concédenos, Padre santo, descubrir y valorar cada día más el don de tu Hijo en la Eucaristía, fuente de luz y amor para todo apostolado. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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«VENID A MÍ TODOS LOS CANSADOS Y AGOBIADOS»
Benedicto XVI, Ángelus del día 3-VII-2011

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy (Domingo XIV-A) en el Evangelio el Señor Jesús nos repite unas palabras que conocemos muy bien, pero que siempre nos conmueven: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera» (Mt 11,28-30). Cuando Jesús recorría los caminos de Galilea anunciando el reino de Dios y curando a muchos enfermos, sentía compasión de las muchedumbres, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor (cf. Mt 9,35-36).

Esa mirada de Jesús parece extenderse hasta hoy, hasta nuestro mundo. También hoy se posa sobre tanta gente oprimida por condiciones de vida difíciles y también desprovista de válidos puntos de referencia para encontrar un sentido y una meta a la existencia. Multitudes extenuadas se encuentran en los países más pobres, probadas por la indigencia; y también en los países más ricos son numerosos los hombres y las mujeres insatisfechos, incluso enfermos de depresión. Pensemos en los innumerables desplazados y refugiados, en cuantos emigran arriesgando su propia vida. La mirada de Cristo se posa sobre toda esta gente, más aún, sobre cada uno de estos hijos del Padre que está en los cielos, y repite: «Venid a mí todos…».

Jesús promete que dará a todos «descanso», pero pone una condición: «Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón». ¿En qué consiste este «yugo», que en lugar de pesar aligera, y en lugar de aplastar alivia? El «yugo» de Cristo es la ley del amor, es su mandamiento, que ha dejado a sus discípulos (cf. Jn 13,34; 15,12). El verdadero remedio para las heridas de la humanidad -sea las materiales, como el hambre y las injusticias, sea las psicológicas y morales, causadas por un falso bienestar- es una regla de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el amor de Dios. Por esto es necesario abandonar el camino de la arrogancia, de la violencia utilizada para ganar posiciones de poder cada vez mayor, para asegurarse el éxito a toda costa. También por respeto al medio ambiente es necesario renunciar al estilo agresivo que ha dominado en los últimos siglos y adoptar una razonable «mansedumbre». Pero sobre todo en las relaciones humanas, interpersonales, sociales, la norma del respeto y de la no violencia, es decir, la fuerza de la verdad contra todo abuso, es la que puede asegurar un futuro digno del hombre.

Queridos amigos, ayer celebramos una particular memoria litúrgica de María santísima, alabando a Dios por su Corazón Inmaculado. Que la Virgen nos ayude a «aprender» de Jesús la humildad verdadera, a tomar con decisión su yugo ligero, para experimentar la paz interior y ser, a nuestra vez, capaces de consolar a otros hermanos y hermanas que recorren con fatiga el camino de la vida.

[Después del Ángelus] Saludo con afecto a los grupos de lengua española... «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados», nos dice hoy Cristo en el Evangelio. Que esta palabra resuene con claridad en el corazón de todos, de modo que, presentando al Señor nuestros afanes y sufrimientos, encontremos en Él la fuerza para afrontar la vida con alegría y serenidad de espíritu, siendo testigos de su amor y fuente de esperanza para los necesitados.

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SI SOMOS OVEJAS, VENCEMOS;
SI NOS CONVERTIMOS EN LOBOS, SOMOS VENCIDOS

San Juan Crisóstomo, Homilía 33,1.2
sobre el evangelio de san Mateo

Mientras somos ovejas, vencemos y superamos a los lobos, aunque nos rodeen en gran número; pero, si nos convertimos en lobos, entonces somos vencidos, porque nos vemos privados de la protección del Pastor. Éste, en efecto, no pastorea lobos, sino ovejas, y, por esto, te abandona y se aparta entonces de ti, porque no le dejas mostrar su poder.

Es como si dijera: «No os alteréis por el hecho de que os envío en medio de lobos y, al mismo tiempo, os mando que seáis como ovejas y como palomas. Hubiera podido hacer que fuera al revés y enviaros de modo que no tuvierais que sufrir mal alguno ni enfrentaros como ovejas ante lobos, podía haberos hecho más temibles que leones; pero eso no era lo conveniente, porque así vosotros hubierais perdido prestigio y yo la ocasión de manifestar mi poder. Es lo mismo que decía a Pablo: Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así es como yo he determinado que fuera». Al decir: Os mando como ovejas, dice implícitamente: «No desmayéis: yo sé muy bien que de este modo sois invencibles».

Pero, además, para que pusieran también ellos algo de su parte y no pensaran que todo había de ser pura gracia y que habían de ser coronados sin mérito propio, añade: Por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas. «Mas, ¿de qué servirá nuestra sagacidad -es como si dijesen- en medio de tantos peligros? ¿Cómo podremos ser sagaces en medio de tantos embates? Por mucha que sea la sagacidad de la oveja, ¿de qué le aprovechará cuando se halle en medio de los lobos, y en tan gran número? Por mucha que sea la sencillez de la paloma, ¿de qué le servirá, acosada por tantos gavilanes?». Ciertamente, la sagacidad y la sencillez no sirven para nada a estos animales irracionales, pero a vosotros os sirven de mucho.

Pero veamos cuál es la sagacidad que exige aquí el Señor. «Como serpientes -dice-. Así como a la serpiente no le importa perderlo todo, aunque sea seccionado su cuerpo, con tal que conserve la cabeza, así también tú -dice- debes estar dispuesto a perderlo todo, tu dinero, tu cuerpo y aun la misma vida, con tal que conserves la fe. La fe es la cabeza y la raíz; si la conservas, aunque pierdas todo lo demás, lo recuperarás luego con creces». Así, pues, no te manda que seas sólo sencillo ni sólo sagaz, sino ambas cosas a la vez, porque en ello consiste la verdadera virtud. La sagacidad de la serpiente te hará invulnerable a los golpes mortales; la sencillez de la paloma frenará tus impulsos de venganza contra los que te dañan o te ponen asechanzas, pues, sin esto, en nada aprovecha la sagacidad.

Nadie piense que estos mandatos son imposibles de cumplir. El Señor conoce más que nadie la naturaleza de las cosas: él sabe que la violencia no se vence con la violencia, sino con la mansedumbre.

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APRENDER A ORAR
CON FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS

por Michel Hubaut, OFM

Cuando el deseo se torna plegaria y actúa el Espíritu

Sin duda, el hombre creado para la vida de Dios no podrá jamás, aquí abajo, en los límites de su condición terrestre, abrazar totalmente la dicha tan ansiada. Francisco y Clara tuvieron algunos días viva conciencia dolorosa de ello. Pero sus vidas testimonian la grandeza del hombre, de este ser inacabado que aspira al absoluto del amor para el que ha sido concebido. Como los ríos que, por largos e innumerables meandros, prosiguen incansables su curso al océano, así mismo manifiestan sus vidas la hondura y la finalidad de nuestros deseos: el amor del Creador. Francisco y Clara son de los que esclarecen el enigma de nuestros deseos humanos, insaciables, invisibles, impregnados de Dios que ha querido hacer de sus criaturas seres de deseo, con el fin de tener el gozo de colmarlos. El hombre es un deseo de plenitud.

San Agustín, tras una búsqueda tan tumultuosa de la dicha, decía: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». El Espíritu viene a habitar el deseo del hombre para hacerlo deseo de Dios, búsqueda de lo infinito, plegaria.

Finalmente, ¿es la plegaria otra cosa que el encuentro de dos deseos: el de Dios, que desea colmar a su criatura, y el del hombre que desea encontrar la dicha? «Tu plegaria es el deseo. Y en Dios, el deseo de dar es todavía mayor que nuestro deseo de recibir», escribía san Agustín.

Por eso, nada comprenderíamos de la vida de Francisco y de Clara, menos todavía su vida interior, si olvidáramos la acogida incondicional del Espíritu. Su seguimiento radical de Jesucristo, su fidelidad a veces heroica, su intimidad con el Bien Amado y el Esposo, la irradiación contagiosa de su vida, son una manifestación de lo que el poder del Espíritu es capaz de realizar cuando el hombre y la mujer, unas frágiles criaturas, se dejan moldear.

Nosotros, infatigables buscadores de la dicha, creemos llamar a la puerta del Señor, cuando somos nosotros, en realidad, los que le abrimos la puerta por nuestra plegaria. Porque Dios no tiene más que un deseo: colmar el nuestro de vivir y de ser dichosos. «Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20).

Quisiera concluir con una de las más bellas plegarias de Francisco y probablemente una de las obras maestras de los escritos espirituales del siglo XIII. Encontramos en ella una síntesis admirable de toda su vida interior:

«Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, danos a nosotros, miserables, hacer por ti mismo lo que sabemos que tú quieres, y siempre querer lo que te place, para que, interiormente purificados, interiormente iluminados y abrasados por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y por sola tu gracia llegar a ti, Altísimo, que, en Trinidad perfecta y en simple Unidad, vives y reinas y eres glorificado, Dios omnipotente, por todos los siglos de los siglos. Amén» (CtaO 50-52).

Prosternado ante la omnipotencia eterna de Dios, Francisco tiene una conciencia aguda de los límites del hombre. Aunque establecido en el culmen de la creación, el hombre sigue siendo un ser marcado por la finitud, incapaz de entrar por sí en relación con el infinito, con la realidad invisible.

Dios solo, por su misericordia, puede colmar este abismo infranqueable, tomar la iniciativa de este encuentro, permitir este diálogo entre él, el Creador, y su criatura. Todo es gracia. Por lo demás, Francisco nada pide para sí mismo. No pide sino una cosa: estar siempre de acuerdo con el deseo de Dios, con su santa voluntad de amor y poder cumplirla siempre. Su plegaria no es sino un deseo de conformidad en el amor. Y esto no puede ser sino un don de su gracia.

La escucha misma de esta plegaria será también la obra de Dios, actuando por las tres personas de la Santísima Trinidad. Notemos con qué profundidad describe Francisco la estructura trinitaria de la vida cristiana. El Espíritu Santo es su fuente dinámica. Es el fuego interior que purifica, ilumina e inflama el corazón del hombre.

Espléndida plegaria que, en su brevedad, resume toda la espiritualidad franciscana: acoger al Espíritu del Señor a fin de poder seguir los pasos de Jesucristo y llegar así al reino del Padre. El Espíritu es el soplo interior, fe-luz y amor-fuego de esta aventura. Cristo es el itinerario obligado. Y el Padre es la meta última. ¿No está aquí toda la santidad cristiana? Recalquemos cómo Francisco insiste sobre la gracia acogida en la plegaria y sin la que el «retorno» a Dios es imposible para el hombre.

[Cf. M. Hubaut, Cristo nuestra dicha. Aprender a orar con Francisco y Clara de Asís. Aránzazu, 1990, pp. 9-26]

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