DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 3 DE SEPTIEMBRE

 

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SAN GREGORIO I MAGNO, papa del año 590 al año 604, y doctor de la Iglesia. Nació en Roma hacia el año 540 de la familia senatorial de los Anici. Ya de joven desempeñó cargos públicos, y llegó a ser prefecto de la Urbe. Más tarde, distribuyó su patrimonio a los monasterios y se hizo monje en la abadía benedictina de San Andrés, de la que luego fue abad. El papa Pelagio II lo ordenó de diácono y lo nombró legado pontificio en Constantinopla. El 3 de septiembre del año 590 fue elegido papa, cargo que ejerció como verdadero pastor, en su modo de gobernar, en su ayuda a los pobres, en la reforma de la sagrada liturgia, en su actividad misionera y evangelizadora entre los pueblos bárbaros, en la consolidación de la fe del pueblo cristiano, en el fomento de la vida monástica. Elaboró el Sacramentario que lleva su nombre y constituye el núcleo fundamental del Misal Romano. Dejó escritas muchas obras de carácter moral y pastoral, homilético y espiritual. Murió el 12 de marzo del año 604.- Oración: Oh Dios, que cuidas a tu pueblo con misericordia y lo gobiernas con amor, concede el don de sabiduría, por intercesión del papa san Gregorio Magno, a quienes confiaste la misión del gobierno en tu Iglesia, para que el progreso de los fieles sea el gozo eterno de sus pastores. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

BEATOS GABRIEL DE LA MAGDALENA Y JERÓNIMO JO. Gabriel nació en Sonseca (Toledo, España) el año 1567. Estudió y ejerció la medicina hasta que, a los treinta años, ingresó como hermano laico en la Provincia de San José, de los franciscanos alcantarinos. Pidió ir a misiones, y en 1602 llegó a Filipinas, de donde pasó a Japón en 1606. En su actividad unió el cuidado de los cuerpos y de las almas. Cuando en 1613 fueron expulsados los misioneros, él se escondió en Nagasaki y continuó haciendo su trabajo clandestinamente. Adquirió fama de buen médico y de hombre religioso a quien se atribuían curaciones milagrosas y otros prodigios. En 1630 fue detenido y encarcelado en Omura y, para hacerlo apostatar, estuvieron sometiéndolo al tormento de las aguas sulfurosas e hirvientes de Unsen. Ante su firmeza en la fe, lo quemaron vivo a fuego lento el 3 de septiembre de 1632, con otros compañeros. Jerónimo Jo, también llamado "de la Cruz" o "de Torres", era un sacerdote japonés que pertenecía a la tercera o a la primera orden franciscana, y que fue martirizado junto con el beato Gabriel y sus compañeros.

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San Aigulfo. Era abad del monasterio de Lérins (Provenza, Francia) y, según la tradición, sufrió el martirio junto con sus monjes durante una incursión de los musulmanes, el año 675.

San Ausano. Obispo de Milán (Italia). Murió el año 589.

Santa Basilisa. Virgen que sufrió el martirio en Nicomedia de Bitinia (en la actual Turquía), en el siglo IV.

San Crodogango. Obispo y mártir de Sées (Baja Normandía, Francia) en el siglo VIII.

Santa Febes de Corinto. Sierva del Señor entre los fieles de Cencreas (Corinto), que atendió a san Pablo y a otros muchos. El propio apóstol escribe en la Carta a los Romanos: «Os recomiendo a Febe, nuestra hermana, diaconisa de la Iglesia de Cencreas. Recibidla en el Señor de una manera digna de los santos, y asistidla en cualquier cosa que necesite de vosotros, pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo» (Rm 16,1-2).

Santos Juan Pak Hu-jae y cinco compañeras, mártires. Estos seis cristianos seglares, coreanos, durante la persecución contra los cristianos, y por ser tales, fueron llevados ante el tribunal de lo criminal. Después de sufrir crueles suplicios por su firmeza en la fe, murieron decapitados en Seúl (Corea) el 3 de septiembre de 1839. Juan Pak Hu-jae nació en 1799 en el seno de una familia humilde y muy piadosa. Contrajo matrimonio y, a pesar de las precauciones que tomó, fue detenido, apaleado y torturado. María Pak Kun-agi Hui-sun nació en 1786 y era hermana de la mártir santa Lucía Pak Hui-sun. Bárbara Kowon-hui nació en 1740 y era esposa del mártir san Agustín Yi Kwang-hon. Bárbara Yi Chong-hui nació en 1799, contrajo matrimonio, quedó viuda y vivió en trabajo y pobreza. María Yi Yon-hui, nació en 1804 y era esposa del mártir san Damián Nam. Inés Kim Hyo-im nació en 1816 y era hermana de la mártir santa Columba y de joven consagró su vida al Señor.

San Macanisio. Discípulo de san Patricio y obispo de Connor en Irlanda. Murió el año 514.

San Mansueto. Primer obispo de Toul (Francia) en el siglo IV.

San Marino. Diácono y anacoreta, de quien toma nombre la República de San Marino. Llevó al pueblo todavía pagano a la luz del evangelio y a la libertad de Cristo. Murió en el monte Titano, cerca de Rímini (Italia). Su vida se sitúa en el siglo IV/V.

San Rimágilo (o Remaclo). Fue obispo y abad. Nació en la región de Aquitania (Francia) a finales del siglo VI o principios del VII. De joven ingresó en la abadía de Luxeuil (Vosgos) y el año 632 lo pusieron al frente del monasterio de Solignac. Años más tarde fundó, en la soledad de los bosques de la región de Ardenas, el monasterio de Stavelot en la diócesis de Tongres y el de Malmedy en la diócesis de Colonia. Adoptó la Regla de San Columbano, que luego mitigó inspirándose en la de San Benito. Murió en el monasterio de Stavelot (Brabante) entre el año 671 y el 676.

San Sandalio. Sufrió el martirio en Córdoba (España), a principios del siglo IV, durante la persecución del emperador Diocleciano.

San Vitaliano. Obispo de Montesarchio (Campania, Italia) en el siglo VII/VIII.

Beatos Andrés Abel Alricy y 71 compañeros mártires. Estos 72 beatos mártires franceses, en su mayoría sacerdotes, de la diócesis de París o de otras diócesis o pertenecientes a distintos institutos religiosos, fueron asesinados el 3 de septiembre de 1792 en el seminario lazarista de San Fermín de París, después de la matanza del día anterior, porque se negaron a prestar el juramento impío que había impuesto la Revolución Francesa al clero y que el papa Pío VI había condenado solemnemente en 1790. Fueron beatificados junto con otros mártires franceses por Pío IX el 17 de octubre de 1926.

Beatos Aquilino Baró y 3 compañeros mártires, Maristas. Los cuatro pertenecían al gran convento, enfermería y casa de formación de Les Avellanes (Lérida). A causa de la persecución religiosa de julio de 1936, los religiosos se refugiaron en casas particulares y llevaron a los enfermos al hospital de Balaguer. El 3 de septiembre de 1936, los milicianos apresaron a los cuatro y los fusilaron en el recinto de su convento de Les Avellanes. Aquilino Baró nació en Tiurana (Lérida) en 1903. Ingresó en el seminario de Vich en 1916, pero después vistió el hábito marista, y profesó en 1920. Se entregó sin límites a la formación de sus jóvenes y, en 1933, lo enviaron a Les Avellanes como socio del maestro de novicios. Fabián Pastor nació en Barcelona en 1876. Se formó como marista en Francia y allí comenzó sus actividades, que continuó en España. Fue un educador incansable, bondadoso y entregado. Los superiores le confiaron asuntos delicados. En agosto de 1935, una grave enfermedad le obligó a ir a la enfermería de Les Avellanes. Ligorio Pedro de Santiago nació en Cisneros de Campos (Palencia) en 1912. Hizo la profesión religiosa en 1932 y poco después marchó a hacer por dos años el servicio militar, durante el que contrajo el mal de Pott. De nuevo en el convento, lo enviaron a la enfermería de Les Avellanes el 12-V-1936. Félix Lorenzo Gutiérrez nació en Las Hormazas (Burgos) en 1906. Emitió sus primeros votos en 1923. Comenzó su tarea docente, pero no gozaba de buena salud, era cardíaco con brotes que le llevaban al borde de la muerte. En 1931 lo trasladan a la enfermería de Les Avellanes, en la que recibió tres veces la extremaunción.- Beatificados el 13-X-2013.

Beatos Bartolomé Gutiérrez y 5 compañeros mártires. Estos beatos fueron apresados en una de las persecuciones japonesas contra los cristianos. Quisieron hacerles apostatar, pero ellos permanecieron firmes en la confesión de Cristo. Los estuvieron sometiendo al tormento de las aguas sulfurosas e hirvientes de Unsen, y finalmente, ante su firmeza en la fe, los quemaron vivos a fuego lento el 3 de septiembre de 1632 en Nagasaki. Bartolomé Gutiérrez era presbítero de la Orden de Ermitaños de San Agustín. Nació en la ciudad de México el año 1580 de padres españoles. En su ciudad natal vistió el hábito religioso, estudió y se ordenó de sacerdote. Estuvo seis años en Manila y llegó a Japón en 1612. Fue expulsado, pero regresó clandestinamente en 1618. Vicente Carvalho pertenecía a la misma Orden y era natural de Lisboa. Ordenado de sacerdote, llegó a Japón en 1622 y estuvo ejerciendo el apostolado clandestinamente en Omura y Nagasaki. Francisco Terrero era también Agustino y había nacido en Villamediana (Palencia, España) el año 1590. Ya sacerdote, trabajó en Filipinas y en 1623 lo enviaron a Japón como vicario provincial. Antonio Ishida era japonés, nacido en Arima el año 1589. A los 19 años de edad ingresó en la Compañía de Jesús. Después de ordenarse de sacerdote, ejerció su ministerio en medio de peligros y con muchas cautelas, hasta que lo descubrieron y lo encarcelaron. Gabriel de la Magdalena y Jerónimo Jo eran franciscanos y ya los hemos recordado más arriba.

Beata Brígida de Jesús Morello. Nació en San Michele di Pagana (Génova, Italia) el año 1610. Desde joven sintió la vocación religiosa, pero se avino a contraer matrimonio en 1633. Cuatro años después quedó viuda. Se consagró entonces a la oración y a las obras de apostolado y de misericordia. El año 1649 fundó la Congregación de Hermanas Ursulinas de María Inmaculada para la educación cristiana de la juventud femenina. Gozó de carismas místicos y sufrió muchas enfermedades. Murió en Piacenza (Italia) el 3 de septiembre de 1679.

Beatas Dolores Úrsula Caro, Concepción Pérez y Andrea Calle, Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. En 1936 atendían la Casa de Misericordia de Albacete. El 25 de julio, amenazadas de muerte, marcharon a Madrid y se hospedaron en casa de un familiar de sor Dolores. El 3 de septiembre de 1936, en Vallecas, reconocidas como monjas, fueron apresadas, vejadas, sometidas a todo tipo de tormentos y finalmente fusiladas. Murieron perdonando y diciendo "¡Viva Cristo Rey!". Dolores Úrsula nació en Granátula de Calatrava (Ciudad Real) en 1893. Cuando ejercía el magisterio y estaba comprometida en matrimonio, conoció a las Hijas de la Caridad, cuyo ejemplo le cautivó, y abrazó su vida. Concepción nació en Madrid el año 1887. Visitando la casa de beneficencia de Valladolid, se sintió atraída por la labor que las Hermanas de la Caridad realizaban, y decidió ingresar en la Compañía. Andrea nació en Plasencia (Cáceres) en 1904. Fue alumna de las Hijas de la Caridad y en sus visitas al hospital psiquiátrico percibió la llamada de Dios. En 1930 ingresó en su Compañía.- Beatificadas el 13-X-2013.

Beato Guala. Nació en Bérgamo (Italia) hacia el año 1180 en el seno de una familia distinguida. Recibió una buena formación, y era ya sacerdote y canónigo cuando oyó predicar a santo Domingo, quien lo admitió en su Orden y lo envió a fundar el convento de Brescia. Era un religioso sabio, prudente y discreto, de profunda vida de oración y solícito en socorrer a los pobres. Los papas le encomendaron importantes misiones para promover una cruzada y para pacificar el norte de Italia. En 1230 fue elegido obispo de Brescia y en 1239 se retiró al monasterio de Astino, de la Orden de Valleumbrosa, donde murió el 3 de septiembre de 1244.

Beatos Juan Bautista Bottex, Miguel María Francisco de la Gardettte y Francisco Jacinto le Livec de Trésurin. Los tres fueron martirizados el 3 de septiembre de 1792 en la cárcel llamada «La Force», de París, por negarse a jurar la constitución civil del clero impuesta por Revolución Francesa. Juan Bautista nació en Neuville-sur-Ain el año 1749, de joven ingresó en el seminario de Lyon y se ordenó de sacerdote en 1774. Ejerció el ministerio parroquial hasta que sus compañeros sacerdotes lo eligieron para representarlos en las instancias civiles, por lo que marchó a París. Miguel María Francisco nació en Billom (Auvernia), estudió en los jesuitas de su ciudad, continuó los estudios en París y se ordenó de sacerdote en 1773. Era presbítero de Clemont-Ferrand, adscrito a la diócesis de París en la que ejerció el ministerio parroquial hasta que lo arrestaron. Francisco Jacinto nació en Quimper el año 1726. En su juventud ingresó en la Compañía de Jesús, en la que profesó y en la que recibió la ordenación sacerdotal. Suprimida la Compañía, se quedó en París como capellán de las Hijas del Calvario, ministerio en el que mostró gran celo y piedad.

Beato Pío Salvans. Nació en La Guardia-Lada (Lérida) en 1878. Ingresó en el seminario de la diócesis de Solsona (Lérida), y fue ordenado sacerdote en 1902. Ejerció su ministerio en Mollerusa como capellán del noviciado menor de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, a la vez que colaboraba en la parroquia. Era un confesor muy buscado. Iniciada la persecución religiosa, un grupo de milicianos lo detuvo en su casa el 3 de septiembre de 1936. Se vistió de sotana y siguió a sus verdugos, que lo fusilaron y quemaron parte de su cuerpo a la entrada del cementerio de Mollerusa (Lérida). Beatificado el 13-X-2013.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

Después de la Última Cena, «Jesús salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: "Orad, para no caer en tentación". Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo: "Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya"» (Lc 22,39-42).

Pensamiento franciscano:

Del Testamento de san Francisco: «El Señor me dio el comenzar a hacer penitencia... Y el Señor mismo me condujo entre los leprosos... Y el Señor me dio una tal fe en las iglesias, que así sencillamente oraba y decía: Te adoramos, Señor Jesucristo... Después, el Señor me dio y me da tanta fe en los sacerdotes que viven según la forma de la santa Iglesia Romana... Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me ensañaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio... El Señor me reveló que dijésemos el saludo: El Señor te dé la paz».

Orar con la Iglesia:

Oremos a Cristo, nuestro Redentor, que viene cada día a dar la Buena Nueva a los pobres y a los humildes, a los pecadores y a los hombres de buena voluntad.

-Manifiéstate, Señor Jesús, a todos los que no te conocen para que también ellos lleguen a gozar de tu salvación.

-Que tu nombre, Señor, se manifieste hasta el confín de la tierra y que todos los hombres descubran el camino que conduce a ti.

-Tú que viniste por primera vez para salvar al mundo, ven de nuevo para salvar a los que en ti creen y atraer a ti a los que todavía no creen.

-Conserva, Señor, y defiende siempre aquella libertad de espíritu que tu venida trajo a los redimidos.

Oración: Dios todopoderoso, te pedimos que tu Hijo, que se encarnó en las entrañas de santa María Virgen, nos haga partícipes de su abundante misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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SAN GREGORIO MAGNO
Benedicto XVI, Ángelus del día 3-IX-2006

Queridos hermanos y hermanas:

El calendario romano recuerda hoy, 3 de septiembre, a san Gregorio Magno, Papa y doctor de la Iglesia (540-604). Su figura singular, diría casi única, es un ejemplo tanto para los pastores de la Iglesia como para los administradores públicos: en efecto, fue primero prefecto y después Obispo de Roma. Como funcionario imperial se distinguió por su capacidad administrativa y su integridad moral, de modo que cuando tenía sólo treinta años desempeñó el cargo civil más alto: praefectus urbis. En su interior, sin embargo, maduraba la vocación a la vida monástica, que abrazó en el año 574, a la muerte de su padre. Desde entonces, la Regla benedictina se transformó en un elemento fundamental de su existencia. También cuando el Papa lo envió como representante suyo al emperador de Oriente, en Constantinopla, conservó un estilo de vida monástico, sencillo y pobre.

Llamado a Roma, aunque vivía en un monasterio, fue estrecho colaborador del Papa Pelagio II y, cuando este murió, víctima de una epidemia de peste, Gregorio fue aclamado por todos como su sucesor. Por todos los medios trató de rechazar ese nombramiento, pero al final tuvo que rendirse y, dejando muy a su pesar el claustro, se dedicó a la comunidad, consciente de cumplir un deber y de ser un simple «siervo de los siervos de Dios». «No es realmente humilde -escribe- quien comprende que por voluntad divina debe estar al frente de los demás y a pesar de ello rechaza el nombramiento. En cambio, si acepta la voluntad de Dios, evitando el vicio de la obstinación, y está dotado de los dones con los que puede ayudar a los demás, cuando le viene impuesta la máxima dignidad del gobierno de las almas, en su corazón debe huir de ella, pero muy a su pesar debe obedecer» (Regla pastoral I, 6). Es como un diálogo que entabla el Papa consigo mismo en ese momento.

Con profética clarividencia, san Gregorio intuyó que estaba naciendo una nueva civilización del encuentro entre la herencia romana y los pueblos llamados «bárbaros», gracias a la fuerza de cohesión y de elevación moral del cristianismo. El monaquismo se revelaba una riqueza no sólo para la Iglesia sino para toda la sociedad.

De salud débil pero de fuerte temple moral, san Gregorio Magno llevó a cabo una intensa acción pastoral y civil. Dejó un vasto epistolario, admirables homilías, un célebre comentario al libro de Job y los escritos sobre la vida de san Benito, además de numerosos textos litúrgicos, famosos por la reforma del canto, que por su nombre se llama «gregoriano». Pero la obra más celebre es, sin duda alguna, la Regla pastoral, que ha tenido para el clero la misma importancia que tuvo la Regla de san Benito para los monjes de la Edad Media. La vida del pastor de almas debe ser una síntesis equilibrada de contemplación y acción, animada por el amor que «alcanza cimas altísimas cuando se inclina misericordiosamente ante los males profundos de los demás. La capacidad de inclinarse ante la miseria ajena es la medida de la fuerza que impulsa hacia lo alto» (Regla pastoral II, 5). En esta enseñanza, siempre actual, se inspiraron los padres del concilio Vaticano II para delinear la imagen del pastor de nuestros tiempos.

Oremos a la Virgen María para que los pastores de la Iglesia y también los responsables de las instituciones civiles sigan el ejemplo y la enseñanza de san Gregorio Magno.

[Después del Ángelus] Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española... Pidamos a la Virgen María que nos ayude a descubrir siempre la sabiduría y la bondad contenidas en los mandamientos divinos, para cumplir como ella en todo momento la amorosa voluntad de Dios.

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POR AMOR A CRISTO, CUANDO HABLO DE ÉL,
NI A MÍ MISMO ME PERDONO

De las homilías de san Gregorio Magno
sobre el libro del profeta Ezequiel (Libro 1, 11, 4-6)

Hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel. Fijémonos cómo el Señor compara sus predicadores a un atalaya. El atalaya está siempre en un lugar alto para ver desde lejos todo lo que se acerca. Y todo aquel que es puesto como atalaya del pueblo de Dios debe, por su conducta, estar siempre en alto, a fin de preverlo todo y ayudar así a los que tiene bajo su custodia.

Estas palabras que os dirijo resultan muy duras para mí, ya que con ellas me ataco a mí mismo, puesto que ni mis palabras ni mi conducta están a la altura de mi misión.

Me confieso culpable, reconozco mi tibieza y mi negligencia. Quizá esta confesión de mi culpabilidad me alcance el perdón del Juez piadoso. Porque, cuando estaba en el monasterio, podía guardar mi lengua de conversaciones ociosas y estar dedicado casi continuamente a la oración. Pero, desde que he cargado sobre mis hombros la responsabilidad pastoral, me es imposible guardar el recogimiento que yo querría, solicitado como estoy por tantos asuntos.

Me veo, en efecto, obligado a dirimir las causas, ora de las diversas Iglesias, ora de los monasterios, y a juzgar con frecuencia de la vida y actuación de los individuos en particular; otras veces tengo que ocuparme de asuntos de orden civil, otras, de lamentarme de los estragos causados por las tropas de los bárbaros y de temer por causa de los lobos que acechan al rebaño que me ha sido confiado. Otras veces debo preocuparme de que no falte la ayuda necesaria a los que viven sometidos a una disciplina regular, a veces tengo que soportar con paciencia a algunos que usan de la violencia, otras, en atención a la misma caridad que les debo, he de salirles al encuentro.

Estando mi espíritu disperso y desgarrado con tan diversas preocupaciones, ¿cómo voy a poder reconcentrarme para dedicarme por entero a la predicación y al ministerio de la palabra? Además, muchas veces, obligado por las circunstancias, tengo que tratar con las personas del mundo, lo que hace que alguna vez se relaje la disciplina impuesta a mi lengua. Porque, si mantengo en esta materia una disciplina rigurosa, sé que ello me aparta de los más débiles, y así nunca podré atraerlos adonde yo quiero. Y esto hace que, con frecuencia, escuche pacientemente sus palabras, aunque sean ociosas. Pero, como yo también soy débil, poco a poco me voy sintiendo atraído por aquellas palabras ociosas, y empiezo a hablar con gusto de aquello que había empezado a escuchar con paciencia, y resulta que me encuentro a gusto postrado allí mismo donde antes sentía repugnancia de caer.

¿Qué soy yo, por tanto, o qué clase de atalaya soy, que no estoy situado, por mis obras, en lo alto de la montaña, sino que estoy postrado aún en la llanura de mi debilidad? Pero el Creador y Redentor del género humano es bastante poderoso para darme a mí, indigno, la necesaria altura de vida y eficacia de palabra, ya que por su amor, cuando hablo de él, ni a mí mismo me perdono.

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EL ESPÍRITU DEL SEÑOR
Y SU SANTA OPERACIÓN

por Lázaro Iriarte, OFMCap

Como discernir el Espíritu de Dios

Francisco está persuadido de que no es sólo él quien experimenta la presencia y la acción del Espíritu, sino que la sienten igualmente todos cuantos se han unido a él en virtud de una vocación que él llama inspiración divina, como también la llamará santa Clara. Y dentro de la común vocación evangélica, cada hermano puede sentirse movido por inspiración divina para una realización especial, como en el caso de la vocación misionera.

Más aún, la fraternidad como tal goza de la presencia unificante y vitalizante del Espíritu Santo, al que él proclama el ministro general de la Orden: reposa igualmente sobre todos los hermanos, sin aceptación de personas; y le deben dar acogida y escucharle todos sin distinción, el hermano que manda y el que obedece, el docto y el indocto.

Cada hermano posee su gracia particular. Francisco incluye en este concepto, no sólo los impulsos sobrenaturales, sino aun las cualidades y la propensión de cada uno, que para él son manifestaciones del espíritu del Señor. De ahí el profundo miramiento hacia la individualidad personal, aun con el riesgo de dar margen a la indisciplina. Así, habla de la «gracia de la asistencia fraterna», de la «gracia de trabajar», de la «gracia de guardar silencio». Todas esas «gracias» deben estar al servicio del «espíritu de oración y de devoción» (2 R 10,9). Nada más hermoso, decía, que «una familia tan feliz, adornada de dones multiformes, y, por lo mismo, sumamente grata al Padre de familia».

El grupo inicial de Rivotorto, libre de los afanes terrenos y bajo el entusiasmo del primer fervor, experimentaba visiblemente «el ardor del Espíritu Santo»; y los hermanos tenían la certeza de que el joven fundador conocía, «por revelación del Espíritu», lo más recóndito de sus hechos y pensamientos, aun estando ausente.

Pero tenía el don de intuir cuándo un hermano se dejaba guiar del espíritu de Dios o más bien de «la carne y de la sangre». El criterio seguro para esta suerte de discernimiento de espíritus lo hallamos en la admonición titulada: Cómo conocer el espíritu del Señor: «Así se puede conocer si el siervo de Dios tiene el espíritu del Señor: si, cuando el Señor obra por medio de él algún bien, no por eso su carne se exalta, porque siempre es contraria a todo lo bueno, sino que, más bien, se tiene por más vil ante sus propios ojos y se estima menor que todos los otros hombres» (Adm 12).

La contraposición entre espíritu y carne, frecuentísima en la terminología de san Francisco, guarda estrecha dependencia de la doctrina de san Pablo sobre este tema. La carne no comprende sólo ni principalmente el cuerpo con sus inclinaciones desordenadas, sino todo el conjunto de elementos que, en la actual situación del hombre, ofrecen resistencia a la invasión del espíritu: es el hombre viejo, que debe ir muriendo para que tenga vida pujante el hombre nuevo en Cristo. En concreto, se trata del propio yo, con su propensión insaciable a «apropiarse» el bien y la gloria que a sólo Dios pertenece. El egoísmo, en cualquiera de sus manifestaciones, es el «espíritu de la carne».

Por el contrario, el espíritu del Señor designa el plan divino sobre cada hombre, la acción salvífica de Cristo por el Espíritu Santo, la gracia, la caridad hecha santidad y servicio al prójimo. «El espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho en tener palabras, pero poco en las obras; y no busca la religión y santidad en el espíritu interior, sino que quiere y desea tener una religión y santidad que aparezca exteriormente a los hombres. Y éstos son aquellos de quienes dice el Señor: En verdad os digo, recibieron su recompensa. Por el contrario, el espíritu del Señor quiere que la carne sea mortificada y despreciada, vil y abyecta. Y se aplica con empeño a la humildad y la paciencia y a la pura y simple y verdadera paz del espíritu. Y siempre desea, sobre todas las cosas, el temor divino y la sabiduría divina y el amor divino del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (1 R 17,11-16).

Francisco tiene presente el texto de san Juan: «El espíritu es el que da vida, la carne no sirve de nada». Vivir espiritualmente, vivir carnalmente, dice relación al predominio que en cada uno logra el espíritu o la carne, y, por consiguiente, al grado que alcanza el desapropio del yo, la pobreza interior.

En la fraternidad todos son hermanos espirituales, porque es el espíritu del Señor el que los ha congregado y el que dirige sus mutuas relaciones. Si hubiere hermanos, aunque sean los superiores, que «viven carnalmente y no espiritualmente, conforme a la rectitud de nuestra vida», deben ser amonestados; y si algún hermano llega a cometer pecado, ha de ser «ayudado espiritualmente». Dar testimonio ante los hombres es «conducirse espiritualmente entre ellos». Los bienhechores de la fraternidad son «amigos espirituales».

Así, pues, la suprema aspiración del hermano menor ha de ser llegar a «poseer el espíritu del Señor y su santa operación». Es decir, la plena docilidad bajo la luz y la llamada de Dios. Es lo que expresa de manera insuperable la oración con que se cierra la Carta a la Orden: «Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, danos a nosotros, miserables, hacer por ti mismo lo que sabemos que tú quieres, y siempre querer lo que te place, para que, interiormente purificados, interiormente iluminados y abrasados por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y por sola tu gracia llegar a ti, Altísimo, que, en Trinidad perfecta y en simple Unidad, vives y reinas y eres glorificado, Dios omnipotente, por todos los siglos de los siglos. Amén» (CtaO).

[Cf. el texto completo en http://www.franciscanos.org/temas/iriarte07.htm]

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