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DÍA 29 DE AGOSTO
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* * * San Adelfo. Obispo de Metz (Francia) en el siglo V. Santa Basila. Vivió en Sirmio de Panonia (Srijem, en la actual Croacia) en el siglo III/IV. Santa Eufrasia del Sagrado Corazón de Jesús Eluvathingal. Nació en la India el año 1877 en el seno de una familia de rito siro-malabar. En 1897 ingresó en la Congregación de las Hermanas de Santa María del Monte Carmelo. Vivió 48 años en la casa de Santa María, de Ollur, en la que fue muchos años maestra de novicias y superiora. De su profunda vida espiritual dan testimonio las 94 cartas que dirigió al Vicario Apostólico, a petición de éste. Su unión con Dios la alimentaba en la oración, el ayuno y la mortificación. Fue una religiosa sencilla y humilde, siempre atenta a las necesidades de sus hermanas, que se santificó en la vida ordinaria. Murió en Ollur el 29 de agosto de 1952 y fue canonizada el 23-XI-2014. San Mederico. Nació en Autun (Borgoña, Francia) en el primer tercio del siglo VII. Siendo joven ingresó en el monasterio de San Martín, de su ciudad natal. Lo eligieron abad y se ordenó de sacerdote. Para huir de la popularidad que le dio su fama de santidad, se retiró a vivir con un compañero, san Produlfo, en una celda de los alrededores de París, y allí murió hacia el año 700. Santa Sabina de Roma. Es la titular de una iglesia construida en el Aventino de Roma entre los años 422 y 432. San Sebbi (o Sebbe o Sabbó). Fue rey de la Sajonia Oriental, muy devoto del Señor. Tuvo un pacífico reinado de treinta años, al cabo de los cuales abdicó y vistió en Londres el hábito monástico que había deseado largo tiempo. Murió hacia el año 693. San Víctor. Llevó vida de ermitaño, recluido en un pequeño oratorio construido por él mismo, en el territorio de Nantes (Francia). Su vida se sitúa en el siglo VII. Beata Bronislava. Nació en Kamien hacia el año 1200 y era parienta de san Jacinto, por consejo del cual, a los 16 años, ingresó en el monasterio premonstratense de Zwierzyniec, junto a Cracovia (Polonia), para llevar una vida humilde y escondida. Fue una religiosa piadosa y ejemplar que se retiraba con frecuencia a un monte vecino para meditar la pasión del Señor. Cuando los tártaros destruyeron su monasterio, vivió a solas con Dios en una choza. Murió el 29 de agosto de 1259. Beato Constantino Fernández Álvarez. Nació en La Vecilla de Curueño, provincia de León en España, el año 1907. Ingresó de joven en los Dominicos y, hecha la profesión, pasó a Valencia a estudiar; ya entonces demostró su clara inteligencia y su amor al estudio. Ordenado de sacerdote en 1929, lo enviaron al Angelicum de Roma, donde se doctoró en teología. De regreso en Valencia, se dedicó al ministerio sacerdotal, a la docencia y al apostolado de la pluma. Cuando estalló la persecución religiosa, se refugió en casa de unos amigos y continuó ejerciendo el sagrado ministerio en la clandestinidad hasta que lo detuvieron. El 29 de agosto de 1936 lo sacaron de la cárcel y asesinaron en Cuart de Poblet (Valencia). Beato Domingo Jedrzejewski. Nació en Kowal (Polonia) el año 1886. Después de estudiar algunos cursos de magisterio, ingresó en el seminario diocesano de Wloclawek y se ordenó de sacerdote en 1911. Se dedicó al ministerio parroquial y pasó, por algún tiempo, a trabajos de tipo social, caritativo y educacional. Lo arrestaron los nazis en agosto de 1940 y fue a parar al campo de concentración de Dachau (Alemania). Allí demostró su gran equilibrio espiritual y su extraordinaria serenidad. Llevó adelante con enorme humildad y paciencia el deterioro de su salud hasta que, mientras realizaba los trabajos forzados, cayó muerto. Era el 29 de agosto de 1942. Beato Edmundo Ignacio Rice. Nació en Westcourt (Irlanda) el año 1762. Se dedicó al comercio, contrajo matrimonio, tuvo una hija minusválida y quedó viudo a los dos años de casarse. Se dedicó entonces a la atención de su hija, intensificó su vida religiosa meditando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, y se comprometió en obras de caridad para con los pobres. Viendo la necesidad de instrucción cristiana de los niños, fundó una escuela y, para su mejor servicio, la Congregación de los Hermanos Cristianos, en la que él mismo profesó. También fundó la Congregación de los Hermanos de la Presentación. Murió en Waterford el 29 de agosto de 1844. Beatas Fidela Oller y Josefa Monrabal. Religiosas de la congregación de San José de Girona, que atienden por la noche a los enfermos en su casa o en el hospital. Fidela nació en Bañolas (Girona, España) en 1889. Hizo la primera profesión en 1894. Fue superiora de varias casas. Se distinguió por su amor y servicio desinteresado, cuidando con amor de madre a todas las personas, tanto enfermos como religiosas, que le fueron confiadas. Cuando estalló la guerra civil española, se encontraba en Gandía (Valencia), y pasó por varias casas particulares antes de unirse a sor Josefa. Josefa nació en Gandía (Valencia) en 1901. Hizo la profesión temporal en 1931. Es recordada especialmente por su humildad y elegancia en el trato a los enfermos. Al desatarse la persecución religiosa, dejó su convento de Villarreal y marchó a casa de su madre; poco después se unió a la madre Fidela. No tardaron en detenerlas los milicianos, que en principio sólo querían llevarse a la superiora, pero sor Josefa no quiso apartarse de ella y prefirió correr su misma suerte. Las mataron a tiros en Xeresa el 29 de agosto de 1936. Beatificadas el 5-IX-2015. Beato Flaviano Miguel Melki. Obispo siro-católico, que fue martirizado durante el así llamado "genocidio armenio". En el contexto de una tremenda presecución contra los cristianos, él fue defensor incansable de los derechos de su pueblo, exhortando a todos a que permanecieran firmes en la fe. Nació en Kalaat Mara (Turquía) en 1858. Fue ordenado obispo de Cizre (Turquía) en 1913. Vivía en pobreza extrema llegando incluso a vender sus vestiduras para ayudar a los pobres. En el verano de 1915, se encontraba fuera de su diócesis, y tuvo que regresar rápidamente al enterarse de que la violencia pronto habría recaído también sobre sus feligreses. Fue detenido por las autoridades otomanas que, por negarse a renunciar a su fe y convertirse al Islam, lo torturaron y lo asesinaron el 29 de agosto de 1915 en Cizre. Beatificado el 29-VIII-2015. Beato Francisco Monzón Romeo. Nació en Híjar, provincia de Teruel en España, el año 1912. Ingresó en los Dominicos en 1928 y se ordenó de sacerdote en Salamanca el 13 de mayo de 1936. Cuando estalló la guerra civil española, se encontraba con su familia. Estuvo escondido en el campo, pero finalmente lo detuvieron y el 29 de agosto de 1936 lo mataron de un tiro en la cabeza, en el término municipal de Híjar. Era un joven piadoso, que vivía entregado a Dios desde el comienzo de su vida religiosa, de temperamento tranquilo, humilde y sencillo, que se hacía amar de todos. Mientras estuvo escondido se dedicó a meditar y rezar, ayudado por el libro de san Alfonso María de Ligorio Las glorias de María. Beato Luis Vulfilacio Huppy. Nació en Rue (Francia) el año 1767. Recibió las órdenes sagradas, hasta el diaconado, en la diócesis de Amiens, y se ordenó de sacerdote en la de Limoges. Llegada la Revolución Francesa, fue arrestado en 1793. Se negó a prestar el juramento constitucional de libertad-igualdad y lo recluyeron en uno de los sórdidos pontones anclados frente a Rochefort. A pesar de ser un joven de 28 años, su organismo no tuvo defensas frente a la enfermedad epidémica que circulaba entre los detenidos, y murió el 29 de agosto de 1794. Era un sacerdote piadoso y amable. Beato Pedro de Asúa y Mendía. Nació en Balmaseda (Vizcaya) en 1890. Hizo la carrera de arquitectura y la ejerció hasta que, a los 29 años, decidió entrar en el seminario de Vitoria. Recibió la ordenación sacerdotal en 1924. Fue un sacerdote humilde y austero que predicó el evangelio con la santidad de vida, la catequesis y la dedicación a los pobres y necesitados. Además, como arquitecto diocesano, recorrió las provincias vascas para arreglar templos, casas y locales pastorales; dirigió la construcción de Seminario de Vitoria. En la persecución religiosa desatada en España, unos milicianos lo arrestaron, torturaron y asesinaron en Liendo (Cantabria) el 29 de agosto de 1936. Beatificado el 1-XI-2014. Beato Ricardo Herst. Nació en Inglaterra. Contrajo matrimonio, tuvo seis hijos y dejó a su esposa embarazada cuando lo asesinaron. Era un labrador católico que cuidaba de sus tierras. El obispo anglicano de Chester, fiel al rey, envió a tres hombres para que lo arrestaran. Uno de éstos tuvo un accidente, a resultas del cual falleció. Lo acusaron falsamente de homicidio y lo detuvieron. Le ofrecieron la vida y la libertad si juraba la supremacía religiosa del rey Jacobo I y participaba en el culto de un templo protestante. Ricardo afirmó en todo momento su fe y su fidelidad a la Iglesia católica, por lo que lo ahorcaron en Lancaster el 29 de agosto de 1628. Beata Sancha (Juanina) Szymkowiak. Nació en Polonia el año 1910 en el seno de una familia acomodada y religiosa. Estudió lengua y literatura en la Universidad de Poznan y tomó parte activa en el Sodalicio Mariano. Durante una peregrinación a Lourdes decidió hacerse religiosa. En 1936 ingresó en la Congregación de la Bienaventurada Virgen María Dolorosa y, a partir de entonces, se dedicó al cumplimiento de su Regla y a vivir con intensidad la vida de unión con Dios. Durante la ocupación alemana las monjas fueron sometidas a duros trabajos. Sancha atendió llena de caridad a los prisioneros y sirvió de traductora a los franceses e ingleses. Una tuberculosis en la laringe acabó con su vida en Poznan el 29 de agosto de 1942. Beata Teresa Bracco. Nació en Santa Giulia, diócesis de Acqui (Piamonte, Italia), el año 1924, en seno de una familia campesina. Desde jovencita tomó para sí el lema de santo Domingo Savio: «Antes morir que pecar». Bajo la guía del párroco alcanzó una buena madurez espiritual. Ayudaba en su casa con su trabajo como pastora y era modesta, alegre y sencilla. Cuando las tropas alemanas ocuparon su aldea en agosto de 1944, un oficial nazi la secuestró y le hizo propuestas deshonestas, a las que la joven se opuso rotundamente. Ante su resistencia, el oficial la estranguló y después le disparó varios tiros. Era el 29 de agosto de 1944. * * * PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Éste es aquel que anunció el profeta Isaías diciendo: «Una voz grita en el desierto: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos"» (Mt 3,1-3). Pensamiento franciscano: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder y la divinidad y la sabiduría y la fortaleza y el honor y la gloria y la bendición. Y alabémoslo y ensalcémoslo por los siglos (AlHor 3). Orar con la Iglesia: Acudamos confiadamente a Cristo, que envió a su precursor delante de él a preparar sus caminos. -Tú que hiciste que Juan saltara de gozo en el vientre de Isabel, haz que nos alegremos siempre de tu presencia en este mundo. -Tú que, por las palabras y las obras del Bautista, nos has señalado el camino de la penitencia, convierte nuestros corazones a la observancia de los mandamientos de tu reino. -Tú que quisiste ser anunciado por boca de hombre, envía al mundo entero heraldos de tu Evangelio. -Tú que quisiste ser bautizado por Juan en el Jordán para que se cumpliera todo lo que Dios quería, haz que nos esforcemos en el cumplimiento de tu voluntad. -Tú que, con el martirio de Juan, quisiste reivindicar la justicia, haz que demos, sin cansarnos, testimonio de tu verdad. Oración: Señor Jesús, concédenos, por intercesión de san Juan Bautista, que, así como él murió mártir de la verdad y la justicia, luchemos nosotros por la confesión de nuestra fe. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. * * * «¿TAMBIÉN
VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?» Queridos hermanos y hermanas: Desde hace algunos domingos, la liturgia propone a nuestra reflexión el capítulo VI del evangelio de san Juan, en el que Jesús se presenta como el «pan de la vida bajado del cielo» y añade: «Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». A los judíos que discuten ásperamente entre sí preguntándose: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?» -y el mundo sigue discutiendo-, Jesús recalca en todo tiempo: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,51-53); motivo también para que reflexionemos si hemos entendido realmente este mensaje. Hoy, XXI domingo del tiempo ordinario [Ciclo B], meditamos la parte conclusiva de este capítulo, en el que el cuarto evangelista refiere la reacción de la gente y de los discípulos mismos, escandalizados por las palabras del Señor, hasta el punto de que muchos, después de haberlo seguido hasta entonces, exclaman: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?» (Jn 6,60). Desde ese momento «muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él» (Jn 6,66), y lo mismo sucede continuamente en distintos períodos de la historia. Se podría esperar que Jesús buscara arreglos para hacerse comprender mejor, pero no atenúa sus afirmaciones; es más, se vuelve directamente a los Doce diciendo: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6,67). Esta provocadora pregunta no se dirige sólo a los interlocutores de entonces, sino que llega a los creyentes y a los hombres de toda época. También hoy no pocos se «escandalizan» ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece «dura», demasiado difícil de acoger y poner en práctica. Hay entonces quien la rechaza y abandona a Cristo; hay quien intenta «adaptar» su palabra a las modas de los tiempos desnaturalizando su sentido y valor. «¿También vosotros queréis marcharos?». Esta inquietante provocación resuena en nuestro corazón y espera de cada uno una respuesta personal; es una pregunta dirigida a cada uno de nosotros. Jesús no se conforma con una pertenencia superficial y formal, no le basta con una primera adhesión entusiasta; al contrario, es necesario tomar parte durante toda la vida «en su pensar y en su querer». Seguirlo llena el corazón de alegría y da pleno sentido a nuestra existencia, pero implica dificultades y renuncias porque con mucha frecuencia se debe ir a contracorriente. «¿También vosotros queréis marcharos?». A la pregunta de Jesús, Pedro responde en nombre de los Apóstoles, de los creyentes de todos los siglos: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6,68-69). Queridos hermanos y hermanas, también nosotros podemos y queremos repetir en este momento la respuesta de Pedro, ciertamente conscientes de nuestra fragilidad humana, de nuestros problemas y dificultades, pero confiando en la fuerza del Espíritu Santo, que se expresa y se manifiesta en la comunión con Jesús. La fe es don de Dios al hombre y es, al mismo tiempo, confianza libre y total del hombre en Dios; la fe es escucha dócil de la palabra del Señor, que es «lámpara» para nuestros pasos y «luz» en nuestro camino (cf. Sal 119,105). Si abrimos con confianza el corazón a Cristo, si nos dejamos conquistar por él, podemos experimentar también nosotros, como por ejemplo el santo cura de Ars, que «nuestra única felicidad en esta tierra es amar a Dios y saber que él nos ama». Pidamos a la Virgen María que mantenga siempre viva en nosotros esta fe impregnada de amor, que hizo de ella, humilde muchacha de Nazaret, la Madre de Dios y madre y modelo de todos los creyentes. * * * PRECURSOR DEL
NACIMIENTO El santo Precursor del nacimiento, de la predicación y de la muerte del Señor mostró en el momento de la lucha suprema una fortaleza digna de atraer la mirada de Dios, ya que, como dice la Escritura, la gente pensaba que cumplía una pena, pero él esperaba de lleno la inmortalidad. Con razón celebramos su día natalicio, que él ha solemnizado con su martirio y adornado con el fulgor purpúreo de su sangre; con razón veneramos con gozo espiritual la memoria de aquel que selló con su martirio el testimonio que había dado del Señor. No debemos poner en duda que san Juan sufrió la cárcel y las cadenas y dio su vida en testimonio de nuestro Redentor, de quien fue precursor, ya que, si bien su perseguidor no lo forzó a que negara a Cristo, sí trató de obligarlo a que callara la verdad; ello es suficiente para afirmar que murió por Cristo. Cristo, en efecto, dice: Yo soy la verdad; por consiguiente, si Juan derramó su sangre por la verdad, la derramó por Cristo; y él, que precedió a Cristo en su nacimiento, en su predicación y en su bautismo, anunció también con su martirio, anterior al de Cristo, la pasión futura del Señor. Este hombre tan eximio terminó, pues, su vida derramando su sangre, después de un largo y penoso cautiverio. Él, que había evangelizado la libertad de una paz que viene de arriba, fue encarcelado por unos hombres malvados; fue encerrado en la oscuridad de un calabozo aquel que vino a dar testimonio de la luz y a quien Cristo, la luz en persona, dio el título de «lámpara que arde y brilla»; fue bautizado en su propia sangre aquel a quien fue dado bautizar al Redentor del mundo, oír la voz del Padre que resonaba sobre Cristo y ver la gracia del Espíritu Santo que descendía sobre él. Mas, a él, todos aquellos tormentos temporales no le resultaban penosos, sino más bien leves y agradables, ya que los sufría por causa de la verdad y sabía que habían de merecerle un premio y un gozo sin fin. La muerte -que de todas maneras había de acaecerle por ley natural- era para él algo apetecible, teniendo en cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que con ella alcanzaría la palma de la vida eterna. Bien lo dice el Apóstol: A vosotros se os ha concedido la gracia de estar del lado de Cristo, no sólo creyendo en él, sino sufriendo por él. El mismo Apóstol explica, en otro lugar, por qué sea un don el hecho de sufrir por Cristo: Los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá. * * * FRANCISCO, HOMBRE DE
FE PUESTA EN MARCHA DE LA FE Un acontecimiento importante, aunque banal y corriente en aquella época, ayudará a Francisco a realizar la conversión del enfoque de su vida, a preferir «la amargura a la dulzura». Al encontrar un día a un leproso, desciende del caballo y lo abraza (2 Cel 9). Esta victoria sobre sí mismo está repleta de consecuencias. Hasta entonces Francisco evitaba a los leprosos, cuya vista no le procuraba más que repugnancia y horror. Al aceptar mirar al mundo de frente, tal cual es, con sus más indignantes miserias, su fe quedó sometida a una cruel prueba. ¿Qué quedaba de ese Dios todopoderoso que se había comprometido a procurarle lo que él deseaba desde lo más profundo de su corazón, qué le quedaba ante el semblante del leproso? Este hombre desfigurado que moría lentamente, segregado de la sociedad. ¿No siente también éste un profundo deseo de vivir y de ser feliz? ¿Quién es este Dios que reserva su salvación a algunos? ¿Cómo resolver este dilema sin recurrir a la Revelación en la que Dios afirma que ama al mundo hasta el punto de entregarle a su Hijo único? En ella da a conocer también su voluntad universal de salvación a través de la muerte de su Hijo, signo de unión de sus hijos dispersos y garantía del don de la vida en abundancia. Confrontar así su vida con la Palabra de Dios, es para Francisco ocasión de una doble profundización en su fe. Por una parte, su experiencia espiritual, que hasta entonces le había interpelado a él sólo, le enfrenta con el aspecto colectivo de la salvación: la alianza concierne a todos los hombres. Francisco deberá relativizar progresivamente su posición personal para reconocerse miembro de un inmenso pueblo afectado por el designio de Dios; deberá encontrar su lugar personal y particular en ese amplio conjunto. Por otra parte, el espectáculo de un mundo en el que se desencadenan las injusticias y los sufrimientos parece denunciar la debilidad e impotencia de Dios frente a la inmensidad del mal. ¿Sería Dios incapaz de instaurar su Reino y habría que deducir el fracaso de Dios? ¿O más bien, en lugar de desesperar, no valdría más profundizar la débil inteligencia que tenemos de Dios y de sus formas de proceder? Ante la elección que se impone a todo hombre, como se le impuso a Francisco, ¿no es preferible tratar de comprender mejor el designio de salvación de Dios, antes que rechazarlo? La libertad humana encuentra aquí una de sus más elevadas expresiones. Además, el Evangelio es ese grito que Dios lanza en Jesucristo contra el sufrimiento, el pecado y la muerte. El significado último de los milagros es hacer comprender que el Reino está ya entre nosotros y no es sólo un mundo por venir: los milagros se realizaron en nuestro tiempo. Para sujetar el poder de la muerte, Dios se ha hecho hombre en su Hijo, pobre con los pobres, «pecado» por nosotros, como dice San Pablo (2 Cor 5,21). La vida y los escritos de Francisco muestran que él realizó esta profundización en su fe. A su vez, se hizo pobre para responder al proyecto de Dios. Se puso al servicio de los leprosos para luchar junto a ellos, sin milagros, simplemente con sus fuerzas humanas. De esta manera expresó Francisco su fe en la impotencia y en la pobreza, al estilo evangélico. La omnipotencia de Dios se ejerce en el mundo a través de la Cruz: la Cruz, signo de la impotencia voluntaria de Dios, es el signo de su amor, de su respeto a la libertad humana. Más tarde, la aparición de Cristo en San Damián, confirmación de las visiones precedentes, marca otro paso en esta profundización. Ya no es el Cristo de sus sueños juveniles quien habla a Francisco, sino Cristo en su pasión prolongada hasta nosotros, el Cristo que prolonga su resurrección hasta la nuestra. Dios no puede ser conocido más que en su encuentro con el hombre. Una nueva revelación, un nuevo punto de partida se le propone a Francisco: la vida de fe es un perpetuo comienzo y revelación. En las palabras «Francisco, ve y repara mi casa que amenaza ruina» (2 Cel 10), Francisco toma conciencia de una nueva modalidad del Designio de Dios sobre él: la misión de reunir alrededor de Cristo a los hombres dispersos. La interpretación de su misión, demasiado literal al principio, será una vez más corregida el 24 de febrero de 1209, por el Evangelio de la misión de los Doce, que le revela el sentido real de esta construcción de la iglesia, familia y casa de Dios. El sueño de juventud se ha tornado llamada apremiante y concreta, al tiempo que la fe del joven se ha purificado y enriquecido. A tal llamada, Francisco responde ahora marchando por los caminos con una sola túnica, descalzo, sin bastón ni zurrón. Va al encuentro de los hombres para reunirlos en torno a Jesucristo. Como su Señor, en quien él tiene fe, se convierte en artesano de la paz y de la justicia: enseña a los hombres a amarse y se transforma para todos en el «hombre-hermano». |
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