![]() |
|
![]() |
DÍA 29 DE NOVIEMBRE
|
. |
* * * San Filomeno de Ancira. Sufrió el martirio en Ancira de Galacia (hoy Ankara, Turquía) en el siglo III, durante la persecución anticristiana del emperador Aureliano, y siendo prefecto Félix. Después de atarlo y arrojarlo al fuego, le acribillaron manos, pies y cabeza con clavos y así consumó su martirio. Santa Iluminada. Virgen que vivió en Todi (Umbría, Italia) en el siglo IV. San Radbodo. Obispo benedictino de Utrecht, pastor docto y prudente, que murió mientras visitaba a los campesinos, y tal día como hoy, en el año 918, fue trasladado a Daventer, en la actual Holanda. San Santiago de Sarug (o de Osroena). Nació en Qurtam, junto al Eufrates, el año 451. Estudió en la escuela de Edesa y a los 22 años abrazó la vida monástica. Ordenado de sacerdote, fue visitador eclesiástico de Hawra. También fue profesor en la escuala de Edesa. El año 518 lo eligieron obispo de Batnam-Sarug, en la provincia de Osroena (Mesopotamia). Veló con mucho celo por la ortodoxia de la doctrina, que ilustró para sus fieles por medio de discursos, homilías y traducciones. Por sus numerosos escritos es venerado en la Iglesia de Siria como doctor y columna de la Iglesia, junto con san Efrén. Murió el año 521. San Saturnino de Cartago. Según refiere el papa san Dámaso, era natural de Cartago, en el norte de África, cerca de la actual ciudad de Túnez, y por confesar su fe en Cristo fue torturado en el potro, en tiempo del emperador Decio. Después lo desterraron a Roma, donde sufrió atroces suplicios; pero no sólo se mantuvo firme en su fidelidad a Cristo sino que, además, consiguió la conversión del prefecto y tirano Graciano. Finalmente fue decapitado en la persecución de Decio el año 250, y su cuerpo enterrado en Roma, en el cementerio de Trasón, en la Vía Salaria Nueva. San Saturnino de Toulouse. Llegó a Toulouse (Francia) a mediados del siglo III. Nombrado obispo de la ciudad, se dedicó a predicar y evangelizar, pues en aquel tiempo había allí pocas comunidades cristianas y estaban mal organizadas. Los paganos querían obligarlo a ofrecer un toro a los ídolos, a lo que él se negó rotundamente. Entonces la multitud pagana lo ató al cuello del toro y lo precipitó desde lo alto del capitolio. Murió con la cabeza destrozada y el cuerpo lleno de magulladuras. Esto sucedió hacia el año 257, en tiempo del emperador Decio. Beato Alfredo Simón Colomina. Nació en Valencia (España) el año 1877. De joven ingresó en la Compañía de Jesús y estudió en sus centros de formación. En 1913 hizo sus últimos votos y recibió la ordenación sacerdotal. Fue rector en varios colegios de su Compañía y cuando estalló la guerra civil estaba en el de «San José» de Valencia. Estuvo refugiado en casas particulares hasta que, delatado, lo arrestaron. Unos amigos pagaron un rescate y recobró la libertad, pero por poco tiempo. Mientras estuvo escondido, siguió ejerciendo el ministerio sacerdotal en la clandestinidad. En la cárcel, consoló y confortó a los demás presos. Lo fusilaron en el Picadero de Paterna (Valencia) el 29 de noviembre de 1936. Beatos Dionisio de la Natividad Berthelot y Redento de la Cruz Rodríguez. Los dos eran carmelitas descalzos. Fueron enviados por la autoridad portuguesa de Goa, como parte de una legación, al sultán de Achen en la isla de Sumatra. Los recibieron bien, pero muy pronto los apresaron y les exigieron, para salvar la vida, que se hicieron musulmanes, a lo que se negaron. Fueron decapitados el 29 de noviembre de 1638. Dionisio nació en Honfleur (Francia) el año 1600. Se dedicó a la navegación y se hizo un experto cosmógrafo y piloto, que estuvo al servicio de los reyes de Francia y Portugal. En Goa decidió abrazar la vida religiosa y profesó en los carmelitas descalzos en 1636; dos años después recibió la ordenación sacerdotal. Redento nació en Paredes (Portugal) en 1598 y profesó en la Orden de Carmelitas Descalzos en calidad de hermano. Se encontraba en Goa cuando fue enviado junto con el P. Dionisio a Achen. Beato Eduardo Burden. Nació en el condado de Durham (Inglaterra) el año 1544. Después de estudiar e Oxford, optó por el sacerdocio, estudió en el Colegio inglés de Reims (Francia) y se ordenó de sacerdote en 1584. Volvió a su patria dos años después y trabajó en el Yorkshire. Era un hombre bondadoso en extremo, de gran clarividencia para dirigir las almas, muy acogedor y prudente en el confesonario. Lo capturaron y lo condenaron a muerte, y lo ahorcaron en York el año 1588 durante el reinado de Isabel I. Beatos Jorge Errington, Guillermo Gibson y Guillermo Knight. Eran tres seglares ingleses que fueron ejecutados en York (Inglaterra) el 29 de noviembre de 1596 por ser católicos y porque, en la cárcel, habían explicado a un ministro protestante, que los delató, la fe católica y su necesidad para la salvación. Esto lo consideraba el tribunal un delito de alta traición. Jorge era natural de Herst en Northumberland y antes de su proceso definitivo había sido arrestado e interrogado varias veces a causa de su fe. Guillermo Gibson era un rico labrador, natural de Ripon, que destacó por su bondad y paciencia en los muchos años que estuvo encarcelado. Guillermo Knight, joven de 23 años, era hijo de un labrador de South Duffield y pasó tres año en la cárcel por ser católico. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: El Señor designó a otros 72 discípulos y los mandó de dos en dos por delante, a todas los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; Y no os detengáis a saludar a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decir primero: "Paz a esta casa"» (Lc 10,1-5). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco: «La regla y vida de los Hermanos Menores es ésta: guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin propio y en castidad». «Ésta es la vida del Evangelio de Jesucristo, que el hermano Francisco pidió al señor papa que se la concediera y confirmara; y él se la concedió y confirmó para sí y para sus hermanos, presentes y futuros... La regla y vida de estos hermanos es ésta: vivir en obediencia, en castidad y sin propio, y seguir la doctrina y las huellas de nuestro Señor Jesucristo» (2 R 1,1; 1 R). Orar con la Iglesia: Oremos a Dios Padre, que nos concede la gracia de esperar la relevación de nuestro Señor Jesucristo. -Santifica, Señor, todo nuestro espíritu, alma y cuerpo, y guárdanos sin reproche hasta el día de la venida de tu Hijo. -Haz que durante este día caminemos en santidad y llevemos una vida sobria, honrada y religiosa. -Ayúdanos a vestirnos de Jesucristo y a llenarnos del Espíritu Santo. -Haz, Señor, que estemos preparados el día de la manifestación gloriosa de tu Hijo. Oración: Señor Dios nuestro, que has enriquecido a tu Iglesia con la santidad de innumerables franciscanos, concédenos seguir sus huellas en la tierra y obtener el premio de la salvación en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * PREPARACIÓN PARA EL
NACIMIENTO DEL SEÑOR Queridos hermanos y hermanas: Este domingo iniciamos, por gracia de Dios, un nuevo Año litúrgico, que se abre naturalmente con el Adviento, tiempo de preparación para el nacimiento del Señor. El concilio Vaticano II, en la constitución sobre la liturgia, afirma que la Iglesia «en el ciclo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor». De esta manera, «al conmemorar los misterios de la Redención, abre la riqueza del poder santificador y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación» (Sacrosanctum Concilium, 102). El Concilio insiste en que el centro de la liturgia es Cristo, como el sol en torno al cual, al estilo de los planetas, giran la santísima Virgen María -la más cercana- y luego los mártires y los demás santos que «cantan la perfecta alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros" (ib., 104). Esta es la realidad del Año litúrgico vista, por decirlo así, «desde la perspectiva de Dios». Y, desde la perspectiva del hombre, de la historia y de la sociedad, ¿qué importancia puede tener? La respuesta nos la sugiere precisamente el camino del Adviento, que hoy emprendemos. El mundo contemporáneo necesita sobre todo esperanza: la necesitan los pueblos en vías de desarrollo, pero también los económicamente desarrollados. Cada vez caemos más en la cuenta de que nos encontramos en una misma barca y debemos salvarnos todos juntos. Sobre todo al ver derrumbarse tantas falsas seguridades, nos damos cuenta de que necesitamos una esperanza fiable, y esta sólo se encuentra en Cristo, quien, como dice la Carta a los Hebreos, «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8). El Señor Jesús vino en el pasado, viene en el presente y vendrá en el futuro. Abraza todas las dimensiones del tiempo, porque ha muerto y resucitado, es «el Viviente» y, compartiendo nuestra precariedad humana, permanece para siempre y nos ofrece la estabilidad misma de Dios. Es «carne» como nosotros y es «roca» como Dios. Quien anhela la libertad, la justicia y la paz puede cobrar ánimo y levantar la cabeza, porque se acerca la liberación en Cristo (cf. Lc 21,28), como leemos en el Evangelio de hoy. Así pues, podemos afirmar que Jesucristo no sólo atañe a los cristianos, o sólo a los creyentes, sino a todos los hombres, porque él, que es el centro de la fe, es también el fundamento de la esperanza. Y todo ser humano necesita constantemente la esperanza. Queridos hermanos y hermanas, la Virgen María encarna plenamente la humanidad que vive en la esperanza basada en la fe en el Dios vivo. Ella es la Virgen del Adviento: está bien arraigada en el presente, en el «hoy» de la salvación; en su corazón recoge todas las promesas pasadas y se proyecta al cumplimiento futuro. Sigamos su ejemplo, para entrar de verdad en este tiempo de gracia y acoger, con alegría y responsabilidad, la venida de Dios a nuestra historia personal y social. * * * NUESTRA FIDELIDAD A LA
REGLA Fidelidad a nuestra Regla y Vida de hermanos menores, la que nuestro Padre san Francisco compuso para nosotros con afecto y sufrimiento, la Iglesia nos confirmó y autenticó, y nosotros prometimos al Señor guardar durante toda nuestra vida. ¿Pero es realmente la Regla nuestro punto de referencia? Sin duda, no permanecemos indiferentes ante ella ni mucho menos; al contario, nos gusta escucharla, citarla, comentarla, e incluso empeñarnos en vivir algunos pasajes suyos. Al menos aquellos que más nos gustan o con los que nos sentimos más en sintonía. ¿Pero podemos afirmar lo mismo de la Regla en su conjunto? ¿Es a ella a quien nos referimos concreta y habitualmente como guía de nuestro caminar personal o comunitario? Sin duda alguna, todo hermano menor puede responder, y con razón, que es san Francisco su punto de referencia. Pues quien le estimula y anima a seguir a Cristo y le guía en su manera de estar en el mundo es Francisco, su persona creíble y atractiva, más que la Regla quizá. Más aún cuando su mentalidad antijurídica y su convicción -confirmada por la misma Regla- de que el Evangelio nos basta como norma de vida, no nos invitan al culto a la Regla. Sin contar lo que yo llamaría una cierta devaluación de ésta, originada en el contexto del descubrimiento y estudio de otros escritos de nuestro Fundador, lo que ha traído como consecuencia que se la considere como un texto más. Pero, precisamente, la Regla no es un texto como los demás. Ella es, de todos los escritos de Francisco, el único que, aprobado por el Sucesor de Pedro, nos ha sido dado por el Espíritu para adquirir y verificar nuestra identidad de hermanos menores. Ella es el texto que, tras muchos intentos felices o aciagos, se ha convertido en el sello y garantía de nuestra existencia. Sin ella, es posible que la historia mencionara todavía hoy a un cierto Francisco de Asís y los primeros pasos del generoso pero efímero movimiento que él suscitara al igual que otros profetas de su tiempo; también es probable que un hombre de una pureza como la de Francisco tuviera su nombre inscrito en el catálogo de los santos. Pero lo cierto es, en todo caso, que nosotros no estaríamos aquí esta tarde, que jamás habríamos tenido la gracia de conocer a Francisco, y que nunca habrían existido ni las numerosas familias nacidas de él ni la gran gesta franciscana escrita, y no acabada, en la Iglesia y para la Iglesia. La Regla, la de 1223, no la de 1221, constituye, pues, nuestra referencia auténtica y última de Francisco. Con ella en su totalidad y no con algunos de sus fragmentos es con lo que debemos confrontar nuestra vida, la vida de la Orden, la de nuestras Provincias y comunidades. Ella, con nuestras Constituciones Generales, es la garantía que nos permite verificar nuestra imagen de Francisco, evitando que caigamos en esa tentación que a veces nos acecha de fabricarnos un Francisco a la medida de nuestros deseos o conforme a «las fábulas profanas» (cf. 1 Tim 4,7). Hermanos, esta tarde nos hemos animado a ser fieles a nuestra Regla. A remitirnos a ella con frecuencia, para que inspire nuestro ser y nuestro obrar. Estamos invitados a establecer con ella una relación incesante. Una relación que no sea extremista ni reduccionista, sino una relación exacta de sintonía. La Regla es un todo, una sola hostia, confeccionada con las migajas de Evangelio recogidas por las manos de Francisco (cf. 2 Cel 209). Cada migaja, tomada en sí misma, es incapaz de formar un hermano menor. No introduzcamos glosas, diciendo: «Así deben entenderse» (Test 38). Comamos la hostia entera: rumiemos la palabra. Si nos alimentamos de ella con amor, ella nos dará nuestra belleza, nuestra «forma» de hermanos menores. Si despreciamos el don que se nos ha hecho, quedaremos, por el contrario, desfigurados, como leprosos, leemos en el hermoso texto de Tomás de Celano. * * * FRANCISCO CAMINA HACIA LA
CONVERSIÓN Queridos jóvenes: Un aspecto que impresionaba a los contemporáneos del joven Francisco era también su ambición, su sed de gloria y de aventura. Esto fue lo que lo llevó al campo de batalla, acabando prisionero durante un año en Perusa. Una vez libre, esa misma sed de gloria lo habría llevado a Pulla, en una nueva expedición militar, pero precisamente en esa circunstancia, en Espoleto, el Señor se hizo presente en su corazón, lo indujo a volver sobre sus pasos, y a ponerse seriamente a la escucha de su Palabra. Es interesante observar cómo el Señor conquistó a Francisco cogiéndole las vueltas, su deseo de afirmación, para señalarle el camino de una santa ambición, proyectada hacia el infinito: «¿Quién puede serte más útil, el señor o el siervo?» (TC 6), fue la pregunta que sintió resonar en su corazón. Equivale a decir: ¿por qué contentarse con depender de los hombres, cuando hay un Dios dispuesto a acogerte en su casa, a su servicio regio? Queridos jóvenes, me habéis hablado de algunos problemas de la condición juvenil, de lo difícil que os resulta construiros un futuro, y sobre todo de la dificultad que encontráis para discernir la verdad. En el relato de la pasión de Cristo encontramos la pregunta de Pilato: «¿Qué es la verdad?» (Jn 18,38). Es la pregunta de un escéptico, que dice: «Tú afirmas que eres la verdad, pero ¿qué es la verdad?». Así, suponiendo que la verdad no se puede reconocer, Pilato da a entender: «hagamos lo que sea más práctico, lo que tenga más éxito, en vez de buscar la verdad». Luego condena a muerte a Jesús, porque actúa con pragmatismo, buscando el éxito, su propia fortuna. También hoy muchos dicen: «¿Qué es la verdad? Podemos encontrar sus fragmentos, pero ¿cómo podemos encontrar la verdad?». Resulta realmente arduo creer que Jesucristo es la verdad, la verdadera Vida, la brújula de nuestra vida. Y, sin embargo, si caemos en la gran tentación de comenzar a vivir únicamente según las posibilidades del momento, sin la verdad, realmente perdemos el criterio y también el fundamento de la paz común, que sólo puede ser la verdad. Y esta verdad es Cristo. La verdad de Cristo se ha verificado en la vida de los santos de todos los siglos. Los santos son la gran estela de luz que en la historia atestigua: ésta es la vida, éste es el camino, ésta es la verdad. Por eso, tengamos el valor de decir sí a Jesucristo: «Tu verdad se ha verificado en la vida de tantos santos. Te seguimos». San Francisco escuchó la voz de Cristo en su corazón. Y ¿qué sucede? Sucede que comprende que debe ponerse al servicio de los hermanos, sobre todo de los que más sufren. Ésta es la consecuencia de su primer encuentro con la voz de Cristo. Francisco sentía una repugnancia irresistible hacia los leprosos. Tocado por la gracia, les abrió su corazón. Y no sólo lo hizo con un gesto piadoso de limosna, pues hubiera sido demasiado poco, sino también besándolos y sirviéndolos. Él mismo confiesa que lo que antes le resultaba amargo, se transformó para él en «dulzura de alma y de cuerpo» (Test 3). Así pues, la gracia comienza a modelar a Francisco. Se fue haciendo cada vez más capaz de fijar su mirada en el rostro de Cristo y de escuchar su voz. Fue entonces cuando el Crucifijo de San Damián le dirigió la palabra, invitándolo a una valiente misión: «Ve, Francisco, repara mi casa, que, como ves, está totalmente en ruinas» (2 Cel 10). |
. |