DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 27 DE NOVIEMBRE

 

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SAN FRANCISCO ANTONIO FASANI . [Murió el 29 de noviembre y la Familia Franciscana celebra su memoria el 27 del mismo mes]. Nació en Lucera (Foggia, Italia) el año 1681 en el seno de una familia humilde y piadosa. Siendo todavía muy joven tomó el hábito de san Francisco entre los Conventuales. Terminados brillantemente los estudios y ordenado de sacerdote en Asís, lo dedicaron los superiores a la enseñanza, la predicación y el ministerio del confesonario. Ejerció con gran provecho cargos en su Orden y las más diversas formas de apostolado sacerdotal. Fue para todos hermano y padre, eminente maestro de vida, incansable misionero popular, consejero iluminado y prudente, guía sabia y segura en los caminos del Espíritu, defensor y sostenedor valiente de los humildes y de los pobres. Llegó a un elevado grado de contemplación, siendo enriquecido por Dios con carismas y dones especiales. Murió en su ciudad natal el 29 de noviembre de 1742. Juan Pablo II lo canonizó en 1986.- Oración: Oh Dios, que en san Francisco Antonio nos has dado un testigo del seguimiento evangélico en el camino franciscano y un ferviente apóstol de tu palabra, concédenos, por su intercesión, permanecer siempre firmes en la fe y solícitos en la caridad, para obtener así la recompensa eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

BEATO BERNARDINO DE FOSSA . Nació en Fossa (Abruzzo) el año 1421. Estudió jurisprudencia en L'Aquila y luego en Perusa, donde la predicación cuaresmal de san Jaime de la Marca lo indujo a vestir el hábito franciscano allí mismo en 1445. Ordenado de sacerdote, lo destinaron a la predicación, para la que estaba bien dotado. Desarrolló un largo y fecundo apostolado por diversas regiones de Italia. Ejerció cargos de autoridad y por dos veces lo eligieron provincial en su Orden. En 1464 fue a poner paz y unión entre los frailes franciscanos de Dalmacia y Bosnia, lo que consiguió uniéndolos en una sola provincia. Escribió, entre otras cosas, una Vida de san Bernardino de Siena y la Crónica de los Franciscanos Observantes. Murió en el convento de San Giuliano, cerca de L'Aquila, el 27 de noviembre de 1503.

BEATO RAMIRO DE SOBRADILLOBEATO RAMIRO DE SOBRADILLO. Nació en Sobradillo, provincia de Salamanca (España), el año 1907. De niño ingresó en el seminario seráfico de El Pardo, donde cursó las humanidades. Hecho el noviciado, emitió la profesión simple en 1923. Estudió filosofía en Montehano y teología en León. Se ordenó de sacerdote en 1630. Tuvo varios destinos: Santander, El Pardo y por último Madrid como vicesecretario provincial. El 20 de julio de 1936, iniciada la persecución religiosa, dejó el convento y se hospedó en casas particulares hasta que, el 15 de octubre, lo detuvieron los milicianos, que lo internaron en la Cárcel Modelo y luego en la prisión de San Antón. El 27 de noviembre de 1936, se llevaron al P. Ramiro y a un grupo de prisioneros al campo de Paracuellos de Jarama (Madrid), y, ante unas zanjas largas y profundas, los fueron fusilando en grupos de diez, dándoles después el tiro de gracia. Tenía 29 años. Beatificado el 13-X-2013. [Más información]

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San Acario. Abrazó la vida monástica en el monasterio de Luxeuil (Francia). Cuando lo eligieron obispo de Noyon y Tournai (Francia y Bélgica) se entregó a la evangelización de los pueblos de aquellas de regiones septentrionales. Murió en Noyon el año 640.

Santa Bililde. Virgen fundadora de un monasterio en Maguncia (Alemania), en el que vivió y murió santamente en la primera mitad del siglo VIII.

San Eusicio. Ermitaño que llevó vida solitaria en la región de Blois (Francia). Se construyó una pequeña celda a orillas del río Cher, en la que vivió dedicado a la oración y la penitencia y en la que murió el año 542.

Santos Facundo y Primitivo. Sufrieron el martirio en el siglo IV junto al río Cea (España). Su culto se extendió ya en la época visigoda. El año 878, Alfonso III de León construyó en su memoria una basílica, en la que se instaló una comunidad monacal, y a la sombra de la misma surgió Sahagún. El monasterio fue más tarde, con Alfonso VI, el foco principal de la reforma cluniacense en España.

San Fergusto. Obispo irlandés que predicó el Evangelio en varias regiones de Escocia y fundó varias iglesias. Murió poco después del año 721.

San Gulstano. En su juventud lo capturaron los piratas en Gran Bretaña, su patria, y después de varios años de esclavitud lo dejaron en la isla de Ouessant (Bretaña, Francia). Lo acogió el entonces ermitaño san Félix y luego ingresó en el monasterio de St. Gildas en Rhuys, cuya reconstrucción llevaba a cabo san Félix. Allí destacó porque, no obstante ser analfabeto, recitaba de memoria el salterio y atendía a los navegantes. Durante un viaje, por asuntos de su monasterio, murió en Beauvoir-sur-Mer (La Vendée) el año 1040.

San Laverio. Fue martirizado en Grumento (Basilicata, Italia) en el siglo IV.

San Máximo. Abad del monasterio de Lérins después de san Honorato, y más tarde obispo de la Iglesia de Riez (Provenza, Francia). Murió en torno al año 455.

San Santiago, llamado el «Interciso». Nació en la región de Huzistán (Persia) en el seno de una familia cristiana, y tenía un cargo importante en la corte real. En tiempo del emperador Teodosio el Joven renegó de Cristo para congraciarse con el rey Yezdigerd y no perder su puesto. Enteradas su madre y su esposa, le escribieron reprochándole su debilidad y haciéndole ver el valor de la fe. Se arrepintió y confesó con valentía su fe cristiana ante Vahram, hijo y sucesor de Yezdigerd, a consecuencia de lo cual, el rey, airado, dio contra él sentencia de muerte y mandó que le amputaran los miembros uno tras otro (de ahí el nombre de Interciso o descuartizado) y que por último lo decapitaran. Esto sucedió hacia el año 420.

San Sifrido. Obispo de Carpentras (Provenza, Francia) en el siglo V/VI.

San Valeriano. Obispo de Aquileya (Friuli, Italia). Defendió la recta fe católica contra los arrianos en las tierras de la antigua provincia de Iliria. Reunió a clérigos y laicos y los invitó a vivir en comunidad. Murió el año 388.

San Virgilio de Salzburgo. Nació en Irlanda a comienzos del siglo VIII. Se hizo monje y fue abad del monasterio de Aghaboe. Pasó como misionero a Francia y se encontró con Pipino el Breve que lo envió el año 745 a evangelizar Baviera. Era un hombre de gran cultura y, con el apoyo del rey Pipino, fue primero abad del monasterio de San Pedro de Salzburgo (Austria) y luego obispo de la ciudad. Construyó la catedral en honor de San Ruperto, organizó la diócesis y extendió la tarea evangelizadora a las regiones vecinas. Murió en Salzburgo el año 784.

Beato Bronislao Kostowski. Nació en Slupsk (Polonia) el año 1915. Ingresó en el seminario diocesano de Wloclawek deseoso de llegar al sacerdocio. En noviembre de 1939 los nazis la arrestaron junto con los profesores del seminario y lo enviaron al campo de concentración de Dachau, cerca de Munich (Alemania). Allí se dedicó a hacer el bien que podía a sus compañeros de prisión. Contrajo la tuberculosis debido a los malos tratos y a las pésimas condiciones del campo y murió el 27 de noviembre de 1942.

Beatos Tomás Koteda Kiuni y compañeros mártires. El 27 de noviembre de 1619 fueron decapitados en la «Colina de los Mártires» de Nagasaki (Japón) once cristianos seglares, japoneses, de familias distinguidas y los más de ellos miembros de la familia real de Firando. Los habían arrestado varios años antes como sospechosos de haber hospedado a misioneros, no haberlos denunciado y, sobre todo, por ser cristianos. Les confiscaron los bienes, los torturaron y les prometieron recobrar los bienes y la libertad si apostataban, pero ellos permanecieron fieles a Cristo. Estos son sus nombres: Tomás Koteda Kiuni, Bartolomé Seki, Antonio Kimura, Juan Iwanaga, Alejo Nakamura, León Nakanishi, Miguel Takeshita, Matías Kozaka, Román Matsuoka Miota, Matías Nakano Miota y Juan Motoyama.

Beato Valentín Gil Arribas. Nació en Rábanos (Valladolid, España) el año 1897. Para hacerse salesiano ingresó en el noviciado de Carabanchel Alto (Madrid) y emitió los votos religiosos como hermano coadjutor en 1916. Se dedicó a los trabajos de cocina, y demostró siempre una gran piedad, espíritu de sacrificio y generosidad. A partir de la persecución religiosa en julio de 1936, fue detenido y puesto en libertad varias veces, hasta que, apresado como religioso, lo fusilaron en Madrid el 27 de noviembre de 1936. Fue beatificado el año 2007.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

De la carta de san Pablo a los Romanos: «Ya hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad» (Rom 13,11-13).

Pensamiento franciscano:

«Nuestro Señor Jesucristo -escribe Francisco a todos los fieles- puso su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad; no como yo quiero, sino como quieras tú. Y la voluntad del Padre fue que su Hijo bendito y glorioso, que él nos dio y que nació por nosotros, se ofreciera a sí mismo por su propia sangre como sacrificio y hostia en el ara de la cruz; no por sí mismo, por quien fueron hechas todas las cosas, sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo, para que sigamos sus huellas» (2CtaF 10-13).

Orar con la Iglesia:

Dios Padre, a quien pertenece el honor y la gloria por siempre, concédenos la fuerza del Espíritu Santo para que desbordemos de esperanza y de alegría.

-Padre todopoderoso, envíanos tu Espíritu que interceda por nosotros, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene.

-Envíanos tu Espíritu, luz esplendorosa, y haz que penetre hasta lo más hondo de nuestro ser.

-No nos abandones, Señor, en el abismo en que nos sumerge nuestro pecado, pues somos obra de tus manos.

-Concédenos compresión para acoger a los débiles y frágiles en la fe, no con impaciencia y de mala gana, sino con auténtica caridad fraterna.

Oración: Oh Dios, que por la resurrección de Jesucristo y la venida del Espíritu Santo nos has abierto las puertas de tu reino, haz que dones tan grandes nos muevan a dedicarnos con mayor empeño a tu servicio y a vivir más plenamente la fe. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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EL ADVIENTO, TIEMPO DE ESPERA
Benedicto XVI, Ángelus del 28-XI-2010

Queridos hermanos y hermanas:

El primer domingo de Adviento la Iglesia inicia un nuevo Año litúrgico, un nuevo camino de fe que, por una parte, conmemora el acontecimiento de Jesucristo, y por otra, se abre a su cumplimiento final. Precisamente de esta doble perspectiva vive el tiempo de Adviento, mirando tanto a la primera venida del Hijo de Dios, cuando nació de la Virgen María, como a su vuelta gloriosa, cuando vendrá a «juzgar a vivos y muertos», como decimos en el Credo. Sobre este sugestivo tema de la «espera» quiero detenerme ahora brevemente, porque se trata de un aspecto profundamente humano, en el que la fe se convierte, por decirlo así, en un todo con nuestra carne y nuestro corazón.

La espera, el esperar, es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; en la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del resultado de un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la aceptación de un perdón... Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se lo reconoce por sus esperas: nuestra «estatura» moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos.

Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este tiempo que nos prepara a la Navidad, puede preguntarse: ¿yo qué espero? En este momento de mi vida, ¿a qué tiende mi corazón? Y esta misma pregunta se puede formular en el ámbito de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos juntos? ¿Qué une nuestras aspiraciones? ¿Qué tienen en común? En el tiempo anterior al nacimiento de Jesús, era muy fuerte en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que finalmente liberaría al pueblo de toda esclavitud moral y política e instauraría el reino de Dios.

Pero nadie habría imaginado nunca que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría pensado nunca, pero en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes, que él pudo encontrar en ella una madre digna. Por lo demás, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos. Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura «llena de gracia», totalmente transparente al designio de amor del Altísimo. Aprendamos de ella, Mujer del Adviento, a vivir los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que sólo la venida de Dios puede colmar.

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EN MARÍA, NATURALEZA Y GRACIA
SE ARMONIZARON DE MODO ADMIRABLE

De las Meditaciones de San Francisco Antonio Fasani

Un modelo sublime de santidad se nos ofrece en la Virgen Inmaculada, quien desde el primer instante de su concepción fue para el mundo como un océano ilimitado de perfección y de virtud. Primogénita entre todas las criaturas, fue siempre purísima y perfectísima; sus pensamientos, afectos y deseos, y sus obras estuvieron adornadas siempre de admirables virtudes, de las cuales emanaba un perfume suave, como de flores muy fragantes, sin que hálito profano alguno empañase dicha belleza. Durante toda su vida fue una criatura muy diligente, en la cual la naturaleza y la gracia alcanzaron siempre un admirable acuerdo, y el espíritu y la carne, los poderes superiores e inferiores se armonizaron perfectamente con la justicia original.

Tú, en cambio, en tu vida, te has manchado de muchas culpas. ¡Cuánta negligencia en el cumplimiento de la ley divina, cuántos preceptos infringidos, cuántos deberes descuidados! Mira qué furiosa batalla se libra en ti, cómo los sentidos se rebelan contra la razón, y la carne contra el espíritu. Cuántas veces has hecho vano el maravilloso don de la gracia. Desde hace mucho tiempo el Señor te muestra insistentemente sus deseos ardientes de salvarte, y tú contrarías su voluntad, rechazas sus inspiraciones, te resistes a su gracia. Y si a veces aceptas su invitación, no sabes corresponder a los fines altísimos de su Providencia.

La causa de todo ello es la falta de espíritu de oración. Por parte de los eclesiásticos, se estudia a Dios, se predica a Dios, se explica a Dios, se discute de Dios; en los Evangelios, en la Escritura, se lee acerca de Dios; y, sin embargo, el espíritu sigue siendo árido, sin devoción. Mucha ciencia y ninguna oración; todo el alimento es para la inteligencia, nada para la voluntad.

Piensa que tu dependencia del Señor es esencial, absoluta, continua. ¿Por qué, pues, no levantas tu mirada al cielo para alabar, bendecir y glorificar a la divina Bondad? Si orientases todo hacia Dios y a Dios, llegarías a ser santo. Rectifica, pues, tus intenciones, haz el bien, ama el bien, pero únicamente por Dios, sólo por Él. Intenta imitar a la perfectísima e Inmaculada Virgen María, aspirando siempre a los carismas mejores.

Aunque hablases las lenguas de los ángeles, aunque conocieses los secretos de la mente de Dios, aunque los muertos resucitasen tras una señal tuya, todo esto no te resultaría más provechoso que un solo grado de gracia santificante. Son útiles las virtudes cardinales, pero más aún lo son las virtudes teologales. Es valiosa la fe, valiosa la esperanza, pero aún mayor que ellas es la caridad, que conlleva los dones del Espíritu Santo.

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DEL VERDADERO AMOR FRATERNO
ADMONICIÓN 25ª DE SAN FRANCISCO

por Kajetan Esser, OFM

«Bienaventurado el siervo que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos de él, como cuando está con él, y no dice nada detrás de él, que no pueda decir con caridad delante de él» (Adm 25).

El genuino amor fraterno, si es verdaderamente cristiano, es un amor respetuoso. El respeto es la esencia, el secreto más profundo del amor cristiano. El amor cristiano crece y se apoya en el respeto a Cristo, que vive por la gracia en nuestros hermanos. El hombre tiene respeto a lo santo, a Dios. Por eso, debemos respetar todo lo que se relaciona con Dios. Por desgracia, esto se olvida con frecuencia. Ésta es la razón por la cual nuestro amor mutuo debe ser siempre respetuoso: debe basarse en el respeto a Dios y no ser algo meramente externo. Y este amor respetuoso hay que practicarlo y cultivarlo no sólo cuando el hermano está presente, sino también, lo cual es generalmente mucho más difícil, en su ausencia.

Y es que, como nos deja entrever aquí Francisco, cuando no está presente el hermano se vulnera muchas veces este amor respetuoso con duras murmuraciones o con rigurosos juicios y condenas; los cristianos, las comunidades franciscanas, no somos una excepción en ese modo de actuar. Tal vez por eso nos advierte aquí Francisco expresamente sobre este punto. En todo caso, y no obstante su sobriedad de expresión, esta palabra de amonestación es una maravillosa indicación del camino que conduce a un amor fraterno auténtico, hecho vida y realidad: «Que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13,34).

Y este mandamiento está vigente de modo especial cuando hablamos de los demás, sobre todo en su ausencia. Así es como se abate y remueve uno de los principales obstáculos para amar a Cristo en nuestros hermanos. Así puede desplegarse en nuestras comunidades, con libertad y sin obstáculos, el amor de Cristo que habita en nosotros. Un amor cultivado y desarrollado de este modo, actualiza en medio de nosotros, de manera real y eficaz, un fragmento del Reino de Dios. Y éste existe sólo cuando hay una actitud correcta de unos hombres con otros. Más todavía: el Reino de Dios existe precisamente donde se da esa actitud en los encuentros y relaciones de cada día, en los que muchas veces no caemos en la cuenta de que son lugar de la actualización y presencia del Reino de Dios.

Consecuencia práctica: hemos de tratarnos unos a otros «con amor respetuoso», tal como se merece Cristo, que sale a nuestro encuentro en todo hombre, sobre todo en el «menor», en el pequeño, con quien debemos comportarnos como hermanos. En los más pequeños nos encontramos con el Señor, y Él quiere que le manifestemos y demostremos la autenticidad del amor con que le amamos a Él en el amor a los «menores», a los pequeños (cf. Mt 25,40.45). Francisco nos indica aquí muy claramente que este amor respetuoso debemos cultivarlo sobre todo en nuestro hablar sobre los demás. Y precisamente en la ausencia de los otros es cuando demostramos los cristianos que amamos de verdad al prójimo. El modo como hablamos del prójimo revela el amor y respeto que de verdad le profesamos. Sin duda, si cultiváramos en todo nuestro hablar y siempre que hablamos de los demás un amor respetuoso, se mostraría también cómo el Espíritu Santo puede edificar su reino de amor en nosotros y a través de nosotros.

Aun cuando las Admoniciones 24 y 25 parecen hablar sólo de pequeñas cosas de nuestra convivencia de cada día, nos muestran a su manera un camino directo para vivir el Reino de Dios. Precisamente esas pequeñas cosas, de las que habla aquí san Francisco, no hay que darlas por supuestas en la vida y convivencia humanas. Al contrario, merecen una especial atención. El rostro de nuestras comunidades cambiaría si las lleváramos a la práctica con seriedad. Entonces se haría visible y palpable aquí y ahora algo de la bienaventuranza de los siervos de Dios; en ellos el Espíritu del amor puede actuar sin trabas.

[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 60 (1991) 420-426]

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