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DÍA 19 DE NOVIEMBRE
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* * * San Abdías. Es el cuarto de los profetas menores del Antiguo Testamento. Vivió probablemente después de la conquista de Jerusalén acaecida en torno al año 587-586 antes de Cristo. En el libro más breve del Antiguo Testamento, del que es autor, trata de consolar a Jerusalén con la esperanza de una restauración rápida. Al igual que los demás profetas de Israel, también él afirma la existencia de un solo Dios bueno y justo, que castiga a los pecadores y venga las injusticias cometidas contra su pueblo. Por su visión tan positiva respecto a Israel, los exégetas lo consideran como anunciador del Mesías. San Barlaam. Era un cristiano fervoroso de Antioquía de Siria, campesino y analfabeto, pero fuerte en la sabiduría de Cristo. En la persecución contra los cristianos del año 303, lo obligaron a dar culto a los dioses, a lo que se negó con firmeza. Entonces le pusieron carbones encendidos con incienso en la mano sobre el altar de los sacrificios, de forma que si los soltaba se tendría la apariencia de que se los ofrecía; Barlaam aguantó y prefirió que se le quemara la mano. Después lo sacrificaron. San Eudón (o Eudes). Fue abad en la región del Velay (Francia) en el siglo VIII. Santas Mártires de Heraclea. El Martirologio Romano recuerda hoy a un grupo de cuarenta santas mujeres, vírgenes o viudas, martirizadas hacia el año 312 en Heraclea de Tracia (Turquía). San Máximo. Corepíscopo y mártir en Cesarea de Capadocia (Turquía), en el siglo III. Santos Severino, Exuperio y Feliciano. Fueron martirizados en Braine-sur-la-Vesle, cerca de Vienne (Francia), en el siglo II/III. San Simón. Llevó vida eremítica, en el siglo X, en el monte Mercurio (Calabria, Italia). Beatos Eliseo García García y Alejandro Planas Saurí. El 19 de noviembre de 1936, el comité revolucionario de Sant Viçens dels Horts, junto a Barcelona, detuvo en la casa de los salesianos al hermano coadjutor profeso Eliseo García y al colaborador seglar del seminario salesiano Alejandro Planas. Aquel mismo día los fusilaron en las costas de Garraf (Barcelona). Eliseo nació en El Manzano (Salamanca) en 1907 de una familia de agricultores. Profesó en los salesianos en 1932 y pasó al seminario de su Congregación en Sant Viçens dels Horts. Alejandro nació en Mataró (Barcelona) el año 1878. Era muy sordo y eso le impidió hacer la profesión religiosa, pero se quedó como empleado del seminario salesiano de Sant Viçens dels Horts. Cuando los religiosos tuvieron que dejar la casa, Alejandro se quedó en ella como vigilante. Eliseo lo visitaba de vez en cuando, y en una de las visitas los detuvieron a los dos. Beato Santiago Benfatti. Nació en Mantua (Italia) de familia noble en la segunda mitad del siglo XIII. De joven entró en la Orden de Predicadores y en el noviciado tuvo de maestro al futuro papa Benedicto XI. Estudió en París y allí recibió la ordenación sacerdotal y ejerció la docencia. En 1304 su antiguo maestro, ya papa, lo nombró obispo de Mantua. Fue un verdadero pastor de su diócesis: evitó entrar en los problemas políticos de su tiempo, se dedicó a la predicación y a la administración de sacramentos, llevó vida austera y piadosa, socorrió al pueblo asolado por la peste y el hambre. Murió en 1332. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: Dijo Jesús a los discípulos: «El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?» (Mt 16,24-26). Pensamiento franciscano: De las Admoniciones de san Francisco: «No he venido a ser servido, sino a servir, dice el Señor. Aquellos que han sido constituidos sobre los otros, gloríense de esa prelacía tanto, cuanto si hubiesen sido destinados al oficio de lavar los pies a los hermanos. Y cuanto más se turban por la pérdida de la prelacía que por la pérdida del oficio de lavar los pies, tanto más acumulan en la bolsa para peligro de su alma (cf. Jn 12,6)» (Adm 4). Orar con la Iglesia: Oremos al Señor, nuestro Dios. Él es la roca de nuestro refugio y el fundamento de nuestra vida. -Para que la Iglesia se edifique siempre sobre la roca, que es la palabra de Cristo. -Para que la paz y la prosperidad de las naciones se fundamenten sobre la base de la justicia y la libertad. -Para que los hombres de todas las religiones que se esfuerzan por agradar a Dios con sus buenas obras, lleguen a la fe en Jesucristo. -Para que los cristianos sepamos escuchar las palabras de Jesús y las pongamos en práctica. Oración: Inclina, Dios Padre, tu oído a nuestras súplicas y concédenos que tu Espíritu nos enseñe a escuchar y a vivir el mensaje del Evangelio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * COMO AMIGOS DE CRISTO ¿Cómo puede un joven ser fiel a la fe cristiana y seguir aspirando a grandes ideales en la sociedad actual? En el evangelio que hemos escuchado, Jesús nos da una respuesta a esta importante cuestión: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15,9). Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios. Si permanecéis en el amor de Cristo, arraigados en la fe, encontraréis, aun en medio de contrariedades y sufrimientos, la raíz del gozo y la alegría. La fe no se opone a vuestros ideales más altos, al contrario, los exalta y perfecciona. Queridos jóvenes, no os conforméis con menos que la Verdad y el Amor, no os conforméis con menos que Cristo. Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida. Él, que tomó sobre sí nuestras aflicciones, conoce bien el misterio del dolor humano y muestra su presencia amorosa en todos los que sufren. Estos, a su vez, unidos a la pasión de Cristo, participan muy de cerca en su obra de redención. Además, nuestra atención desinteresada a los enfermos y postergados, siempre será un testimonio humilde y callado del rostro compasivo de Dios. Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra. En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga. A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne (cf. Gn 2,24), se realizan en una profunda vida de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio significa ser conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial. A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: «¡Sígueme!». Queridos jóvenes, para descubrir y seguir fielmente la forma de vida a la que el Señor os llame a cada uno, es indispensable permanecer en su amor como amigos. Y, ¿cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente, la conversación, el estar juntos y el compartir ilusiones o pesares? Santa Teresa de Jesús decía que la oración es «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama». [Saludos a los jóvenes de diversas lenguas] Estad orgullosos por haber recibido el don de la fe, que iluminará vuestra vida en todo momento. Apoyaos en la fe de aquellos que están cerca de vosotros, en la fe de la Iglesia. Gracias a la fe estamos cimentados en Cristo. Encontraros con otros para profundizar en ella, participad en la Eucaristía, misterio de la fe por excelencia. Solamente Cristo puede responder a vuestras aspiraciones. Dejaros conquistar por Dios para que vuestra presencia dé a la Iglesia un impulso nuevo. En el fondo, lo que nuestro corazón desea es lo bueno y bello de la vida. No permitáis que vuestros deseos y anhelos caigan en el vacío, antes bien haced que cobren fuerza en Cristo. Él es el cimiento firme, el punto de referencia seguro para una vida plena. Esta Vigilia quedará como una experiencia inolvidable en vuestra vida. Conservad la llama que Dios ha encendido en vuestros corazones en esta noche: procurad que no se apague, alimentadla cada día, compartidla con vuestros coetáneos que viven en la oscuridad y buscan una luz para su camino. * * * CARTA DE
SANTA INÉS
DE ASÍS 1. A su venerable madre y señora en Cristo, distinguida y amadísima señora, a madonna Clara y a toda su comunidad: Inés, humilde y mínima sierva de Cristo, postrada a sus pies con total entrega y devoción, les desea cuanto de más dulce y precioso en el sumo altísimo Rey se puede desear. 2. De tal modo está establecida la condición de todos, que nunca se puede permanecer en el mismo estado; y, cuando alguno cree haber alcanzado la felicidad, entonces se ve sumergido en la desgracia. Por eso has de saber, madre, que mi carne y mi espíritu sufren grandísima tribulación e inmensa tristeza; que me siento sobremanera agobiada y afligida, hasta tal punto que casi no soy capaz de hablar, porque estoy corporalmente separada de vos y de las otras hermanas mías con las que esperaba vivir siempre en este mundo y morir. Ya comenzó esta tribulación, mas no se sabe cuándo terminará; en lugar de disminuir, crece cada día; me ha nacido hace poco, pero no parece acercarse al ocaso; la tengo siempre pegada a mí, y no tiene trazas de querer dejarme. Creía que la vida y la muerte deberían unir en la tierra a quienes tendrán una misma vida en el cielo, y que el mismo sepulcro debería encerrar a quienes tuvieron una misma cuna. Pero, a lo que veo, me había engañado, y ahora vivo angustiada, sola, atribulada por todas partes. 3. ¡Oh mis buenísimas hermanas! Condoleos y llorad conmigo. Y Dios quiera que nunca os toque sufrir otro tanto, pues en verdad os digo que no hay dolor semejante a mi dolor. Este dolor me aflige siempre, esta tristeza me atormenta de continuo, este ardor me abrasa sin descanso. Porque de todas partes me asedian angustias y no sé hacia dónde volverme. Os pido que me ayudéis con vuestras piadosas oraciones, para que esta tribulación se me vaya haciendo tolerable y ligera. ¡Oh dulcísima madre y señora!, ¿qué diré, si no tengo la esperanza de volveros a ver con los ojos corporales a vos ni a mis hermanas? 4. ¡Oh, si pudiese expresar mis pensamientos como lo deseo! ¡Oh, si pudiese poneros de manifiesto en estas páginas el prolongado dolor que preveo, que tengo siempre ante mí! El alma me arde por dentro y se siente atormentada por el fuego de infinitos dolores; gime íntimamente el corazón; y los ojos no cesan de derramar ríos de lágrimas. Estoy llena de tristeza y me voy consumiendo toda interiormente. No hallo consuelo por más que lo busco; voy sintiendo dolor sobre dolor, cuando pienso en mi interior que ya no me queda esperanza alguna de volver a veros jamás ni a mis hermanas ni a vos. 5. Por una parte no hay quien pueda consolarme de entre mis seres queridos; mas por otra encuentro un gran consuelo y también vos podéis alegraros conmigo por lo mismo, pues he hallado mucha unión, nada de disensiones, muy por encima de cuanto hubiera podido creerse. Todas me han recibido con gran cordialidad y gozo y me han prometido obediencia con devotísima reverencia. Todas ellas se confían a Dios, a vos y a vuestra comunidad, y también yo con ellas me encomiendo a vos en todo y por todo, para que os preocupéis solícitamente de mí y de ellas como de hermanas e hijas vuestras. Quiero que sepáis que tanto yo como ellas queremos observar inviolablemente vuestros consejos y preceptos durante toda nuestra vida. * * * SAN FRANCISCO, UN HOMBRE
COMUNIÓN A LA PAZ DESDE LA GUERRA: EN LA IGLESIA Desde siempre la Iglesia le debió resultar difícil a Francisco. Era aquella una Iglesia dura y poderosa. Había ido conquistando poder y poderes que se veía obligada a defender. De ahí que Francisco, desde pequeño, había conocido a la Iglesia metida en guerras. Inocencio III señala el momento de más alto poder y prestigio político-religioso del pontificado, sostenido por la fuerza del derecho o de las armas. Era la Iglesia Señora que, en carta a los Obispos alemanes, proclamaba Gregorio VII: «La Iglesia no está sujeta como sierva, sino que manda como señora». Esto era una realidad. Pero los humildes y pequeños encontrarían dificultades a la hora de identificarla evangélicamente. Desde aquí se explican las críticas de los movimientos evangélicos, ortodoxos o no, de aquel tiempo. Y se explica también la decidida opción de Francisco por la pobreza-minoridad. Los escritos y biografías de Francisco, aun sin querer, dejan traslucir la no fácil comunión en la Iglesia del siglo XIII, apuntando principalmente dos causas: el pecado del clero y la excesiva centralización. Frente a ambas, la postura de Francisco estará en la línea de la minoridad señalada. El pecado del clero. Francisco es muy lúcido frente al hecho. De las cuatro veces que en sus escritos habla expresamente de la veneración a los sacerdotes, tres de ellas hacen alusión a sus pecados. No se le puede negar una despierta conciencia sobre ello. Como tampoco, y de ahí las amonestaciones a que nos acabamos de referir, que el hecho suponía una prueba para la fe y, en definitiva, para la comunión eclesial. La actitud de Francisco, sin embargo, es terminante y clara. Porque había optado por Cristo («Discierno en ellos al Hijo de Dios, y son mis señores»), escogió el respeto, la comunión con ellos: «Los quiero temer, amar y honrar como a mis señores. Y no quiero en ellos considerar pecado», dice en su Testamento. Y en medio de una cristiandad alborotada de rebeldías, como todo tiempo de transición, zaherida por la crítica de toda clase, que podía alcanzar los excesos de la Pataria milanesa, Francisco escoge con el Evangelio «no juzgar», sino «juzgarse a sí mismo», pero optando, al mismo tiempo, por un proyecto de vida -mejor con el ejemplo que con la palabra- explosivamente crítico del pecado en el que sus ojos no querían fijarse. El Testamento de Francisco señala otro de los posibles puntos conflictivos con la jerarquía de entonces: «Y si tuviera tanta sabiduría cuanta Salomón tuvo, y hallara a los pobrecillos sacerdotes de este siglo en las parroquias en que moran, no quiero predicar más allá de su voluntad». No es fácil señalar la eficacia real que tenía la política de refuerzo de la autoridad de cada Obispo en su diócesis iniciada por Inocencio III; nos parece sin embargo indudable que más de una vez a ella se deba el hecho a que alude Francisco en su Testamento y que se convierte en denuncia en los biógrafos. Según ellos, Francisco debió ser acosado repetidamente por la queja de sus hermanos de que «los obispos no nos permiten a veces predicar, y nos obligan así a estar largos días ociosos antes de poder dirigirnos al pueblo» (LP 20). Pero Francisco ha escogido la comunión y la paz también en este terreno. Pero entendámosle. No es que no quiera problemas. No es que renuncie a una intervención para no molestar. Celano nos ha dejado una narración en la que Francisco aparece precisamente enfrentado con la negativa del obispo de Imola, que no accede a su petición de predicar en su iglesia catedral. Francisco no cede a la primera. Vuelve e insiste, y sus palabras humildes ganan al obispo (2 Cel 147). Su actitud de hermano menor en esta circunstancia nos da la clave para entender la calidad de la paz que quería mantener a toda costa con la jerarquía. Francisco, creemos, había vislumbrado el problema fundamental de aquella Iglesia segura de sí misma gracias al poder de que disfrutaba. Con la mejor buena intención y sin querer, diríamos, el Evangelio había quedado marginado en su más central exigencia, la minoridad que diría Francisco dando nombre a la actitud de servicio que proclamaban las palabras del Maestro: «No vine a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28). Servir. No buscar logros, ni siquiera aquellos que se arropan de razones espirituales como podría ser la salvación de las almas, era la mejor manera de hacer comprender el valor absoluto de la libertad evangélica centrada sobre lo de verdad importante, el Señor, el Altísimo, Dios en Cristo, celoso de la libertad del hombre frente a su gracia. [Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 11 (1975) 154-166] |
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