DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 15 DE NOVIEMBRE

 

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SAN ALBERTO MAGNO, doctor de la Iglesia. Nació en Lauingen (Baviera) en 1206. Estudió en Bolonia y en Padua donde vistió el hábito de los dominicos en 1229. Ejerció con éxito el profesorado en varios centros de Alemania y, a partir de 1245, en París, donde tuvo como discípulo predilecto a santo Tomás de Aquino. Armonizó en su persona la sabiduría de los santos y el saber humano y las ciencias de la naturaleza. Desempeñó cargos importantes en su Orden y, junto con san Buenaventura, defendió ante el Papa la causa de los mendicantes contra quienes querían excluirlos de la docencia universitaria. En 1260 fue consagrado obispo de Ratisbona, donde fue un pastor celoso y austero, que puso todo su empeño en pacificar pueblos y ciudades. Dos años después renunció para predicar la cruzada y volver a la docencia. Es autor de muchas e importantes obras de teología, y también de ciencias naturales. Murió en Colonia el 15 de noviembre de 1280.- Oración: Señor, tú que has hecho insigne al obispo san Alberto Magno, porque supo conciliar de modo admirable la ciencia divina con la sabiduría humana, concédenos a nosotros aceptar de tal forma su magisterio que, por medio del progreso de las ciencias, lleguemos a conocerte y a amarte mejor. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

SAN RAFAEL DE SAN JOSÉ, en el siglo José KALINOWSKI. [Murió el 15 de noviembre y su memoria se celebra el 19 del mismo mes]. Nació el año 1835 en Vilna, capital de la actual Lituania, de noble familia polaca. Fue ingeniero y capitán del estado mayor en el ejército del zar. En 1863 dimitió del ejército y tomó parte en la insurrección polaca contra el dominio del Zar en Polonia. Fue hecho prisionero y condenado a la pena capital, que le fue conmutada, primero por trabajos forzados en Siberia y luego por el destierro a Irkutsk. En 1874 regresó a su patria y tres años después vistió el hábito de los carmelitas descalzos en Graz (Austria). Ordenado de sacerdote en 1882, lo nombraron vicemaestro de novicios y prior del convento de Cracovia. Trabajó mucho por la extensión del Carmelo en Polonia -tanto que se le considera como su restaurador- y por la unidad de las Iglesias. Fue confesor y director espiritual muy apreciado. Expiró en Wadowice el 15 de noviembre de 1907. Oración: Oh Dios, que otorgaste a san Rafael, presbítero, espíritu de fortaleza en las adversidades y extraordinario celo de caridad para promover la unidad de la Iglesia; concédenos, por su intercesión, ser fuertes en la fe y amarnos los unos a los otros para colaborar generosamente en la unión de todos los fieles de Cristo. Que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

BEATA MARÍA DE LA PASIÓN. Su nombre de familia era Hélène de Chappotin de Neuville. Nació en Nantes (Francia) en 1839. A los 21 años entró en el monasterio de Clarisas. La espiritualidad de san Francisco que allí recibió, la marcó para toda su vida. Por falta de salud tuvo que dejar el monasterio; ya recuperada, en 1864 entró en la Sociedad de María Reparadora, donde recibió el nombre de María de la Pasión. Pronto fue enviada como misionera a la India donde, poco después, fue elegida responsable de la misión. Durante diez años vivió con intensidad su experiencia misionera, hasta que una serie de acontecimientos y dificultades la llevaron a fundar el Instituto específicamente misionero que, en 1877, aprobó Pío IX y que, en 1882, entró a formar parte de la Familia Franciscana; desde entonces es conocido con el nombre de Franciscanas Misioneras de María. Murió en San Remo, Italia, el 15 de Noviembre de 1904. Fue beatificada por Juan Pablo II en 2002.- Oración: Señor, Dios nuestro, que de manera admirable has conducido a la beata María de la Pasión, virgen, a contemplar el misterio de tu Hijo, concédenos por su intercesión que, siguiendo el camino de tu Evangelio, cooperemos en tu designio salvador. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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San Desiderio (o Didier). Obispo de Cahors en Aquitania (Francia). Construyó muchas iglesias, monasterios y edificios de pública utilidad, sin descuidar nunca la preparación de las almas para su encuentro con el Esposo celestial, haciendo de ellas verdaderos templos de Cristo. Murió el año 655.

San Félix de Nola. Fue obispo de Nola (Campania, Italia) a partir del año 473, y esta ciudad se honra aún hoy de su cuidado pastoral y de su culto. Murió el año 484.

San Fintano. Era originario de Irlanda, pero vivió largo tiempo en un monasterio y, más largo aún, como recluso en una pequeña celda, junto a la iglesia, en Rheinau (Suiza). Murió el año 879.

Santos Guria y Samona. Fueron martirizados en Edesa, en la antigua Siria (en la actualidad Turquía), el año 306, en tiempo del emperador Diocleciano. Después de prolongados y crueles tormentos fueron condenados a muerte por el prefecto Misiano y decapitados.

San José Mkasa Balikuddembé. Protomártir de Uganda. Nació en Kampala el año 1860. De joven entró a servir en la corte real, donde conoció a san Andrés Kaggwa que lo llevó a la fe cristiana. El rey Mwanga lo hizo su mayordomo y así pudo evangelizar a muchos jóvenes y proteger a los niños de los vicios del rey. Por lealtad denunció ante el rey la traición de su primer ministro. Además, recriminó al rey que mandara asesinar a un obispo anglicano, a la vez que desaprobaba la conducta sexual del monarca. Por influencia del ministro, el rey decidió acabar con José. Lo prendieron y lo decapitaron en Mengo (Uganda) el año 1885. José rogó al verdugo que dijera al rey que lo perdonaba y que cambiara de conducta teniendo en cuenta el juicio de Dios.

San José Pignatelli. Nació en Zaragoza de familia noble el año 1737. De joven entró en la Compañía de Jesús y en 1762 recibió la ordenación sacerdotal. Lo destinaron a la enseñanza, la predicación, la visita a las cárceles y la dirección de conciencias. En 1767 fue suprimida la Compañía en España y expulsados los jesuitas; él marchó a Italia. Por su parte el papa Clemente XIV la suprimió en 1733. Él trató de mantener unidos a los jesuitas dispersos y fue dando pasos, también ante los papas, para que renaciera la Compañía. Destacó por su caridad e integridad de costumbres, con las miras puestas siempre en la mayor gloria de Dios. Murió en Roma el año 1811, cuando la Compañía había empezado a resurgir, pero sin llegar todavía a su restauración universal.

San Leopoldo III el Piadoso. Nació en Melk (Austria) el año 1073 de la noble familia de los Babenberger. Se educó con el obispo san Altmann de Passau, y en 1095 sucedió a su padre como margrave de Austria. Se distinguió por su honestidad, amor a la justicia, celo por el bien público y sincera piedad. Fundó iglesias y monasterios, entre ellos el de Melk y el de Klosterneuburg, e inició el de Mariazell. Favoreció las primeras cruzadas y en la lucha de las investiduras estuvo de parte de la reforma y del Papa. Contrajo matrimonio y tuvo 18 hijos. Aún en vida se le llamó el «Piadoso» y «Padre de los pobres». Fue promotor de la paz, amigo de los pobres y del clero. Murió en un accidente de caza y fue sepultado en el monasterio de Klosterneuburg (Austria) el año 1136.

San Maclovio (o Macuto). Era oriundo de Gales. Fue obispo de Aleth en Bretaña (Francia) y evangelizó aquella región. Murió en Saintes el año 640.

Santos Marino y Aniano. Probablemente eran oriundos de Irlanda. Llegados a Baviera, Marino ejerció su ministerio de obispo misionero y sufrió el martirio siendo quemado vivo por los vándalos sobre un monte de Irschenberg en Baviera (Alemania). Aniano llevó vida eremítica y padeció el martirio por el mismo tiempo y en el mismo lugar. Su vida se sitúa en los siglos VII-VIII.

Santos Mártires de Hipona. Conmemoración de los veinte santos que sufrieron el martirio en Hipona de Numidia (en la actual Argelia) allá por el siglo III/IV. San Agustín celebró su fe y su victoria. Solamente nos han llegado los nombres de Fidenciano, obispo, Valeriana y Victoria.

San Rafael de San José Kalinowski. Nació en Vilna (Lituania) el año 1835. Era ingeniero militar y capitán del estado mayor. Participó en la insurrección polaca contra el dominio zarista. Fue hecho prisionero y deportado a Siberia. Recuperada la libertad, vistió el hábito de los carmelitas descalzos y recibió la ordenación sacerdotal en 1882. Trabajó sin descanso por extender su Orden y se dedicó asiduamente al ministerio del sacramento de la confesión. Murió en Wadowice (Polonia) el año 1907.

Santos Roque González de Santa Cruz y Alonso (o Alfonso) Rodríguez. Roque nació en Asunción (Paraguay) el año 1576, se ordenó de sacerdote en 1599 y se dedicó a la catequización de los indios que vivían junto al río Paraguay. En 1609 ingresó en la Compañía de Jesús y lo destinaron a la evangelización de los nativos. Alonso nació en Zamora (España) el año 1598 y de joven ingresó en la Compañía de Jesús. Terminado el noviciado lo enviaron a las misiones de América. Allí hizo sus estudios y, ordenado de sacerdote, lo destinaron a las reducciones de Paraguay, donde se encontró con san Roque. Trabajaron juntos en las reducciones, en las que se compaginaban las artes y la vida social con la práctica cristiana. Entre un cacique y un hechicero tramaron el asesinato de los misioneros a las puertas de su iglesia de Caaró (Paraguay) el año 1628.

San Sidonio. Nació en Irlanda, pasó a Francia y abrazó la vida monástica en el monasterio de Jumièges hacia el año 664; pasó diez años después al de Herio en la isla de Noirmoutier, que estaba bajo la dirección de san Filiberto; también estuvo algún tiempo en el monasterio de Qincay; y por último fundó un monasterio en los bosques de Rouen (Normandía, Francia), del que fue abad y en el que murió poco después del año 684.

Beato Cayo de Corea. Nació en Corea y en su juventud, preocupado por el sentido de la vida, llevó vida solitaria. Los japoneses que invadieron Corea se lo llevaron a Meaco. Ingresó en un monasterio budista, en el que no encontró la paz interior. Escuchó a los jesuitas la explicación de cristianismo e, impresionado, se inscribió en el catecumenado. Después del bautismo se quedó a vivir con los jesuitas. Daba catecismo y atendía a los enfermos de lepra. Llegada la persecución contra los cristianos, estuvo un tiempo en Filipinas, pero regresó y continuó trabajando en la clandestinidad. Lo arrestaron y le prohibieron difundir el evangelio, cosa que él no aceptó. Condenado a muerte, lo quemaron vivo en Nagasaki el año 1627.

Beato Juan Duarte Martín. Nació en Yunquera (Málaga) en 1912. Entró en el seminario de Málaga en 1924. Pasaba las vacaciones con sus padres, ayudando en las tareas del campo y en la catequesis. Fue ordenado diácono el 6-III-1936. Cuando estalló la persecución religiosa se escondió en casa de su familia. Una vecina lo delató y los milicianos se lo llevaron a la cárcel de Álora, donde fue torturado con corrientes eléctricas, clavándole agujas en el cuerpo... Quisieron hacerle blasfemar y renegar de la fe, pero no lo consiguieron. El 15-XI-1936 lo martirizaron en Álora (Málaga): lo rociaron con gasolina y le prendieron fuego.

Beata Lucía Broccadelli. Nació en Narni (Italia) el año 1476. Contrajo matrimonio, que no fue feliz. Con permiso de su esposo, que más tarde se hizo franciscano, vistió el hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo. Estando en Viterbo, el año 1496 recibió el carisma de la estigmatización. El duque de Ferrara edificó en esta ciudad un monasterio al que fue destinada Lucía. La eligieron priora, pero fue depuesta por incapacidad y tratada con dureza; ella lo aceptó con humildad y serenidad. Murió el año 1544.

Beato Miguel Díaz Sánchez. Nació en Caudete (Albacete) en 1879. De joven ingresó en el seminario de Orihuela, en el que fue modelo de comportamiento y piedad. Ordenado sacerdote en 1903, ejerció su ministerio en Caudete, Tabarca, Elda y de nuevo Caudete. En su apostolado supo captarse las simpatías del mundo obrero. La persecución religiosa de 1936 le sorprendió en plena actividad pastoral. Tuvo que ocultarse, pero no interrumpió el servicio a sus feligreses desde la clandestinidad, hasta que el 14-X-1936 fue detenido y encarcelado en Almansa, donde soportó grandes suplicios. Martirizado el 15-XI-1936.

Beatos Ricardo Whiting, Rogerio James e Juan Thorne. Ricardo nació en Somerset (Inglaterra) hacia 1460. Frecuentó la Universidad de Cambridge siendo ya monje. Recibió la ordenación sacerdotal en 1501 y en 1525 fue elegido abad del monasterio benedictino de Glastonbury. Rogerio y Juan eran sacerdotes y monjes de ese mismo monasterio, el primero era sacristán y el segundo tesorero o guardián de las reliquias de la abadía. Fueron acusados falsamente de traición por conspirar contra el rey o de sacrilegio por haber simulado acerca de las riquezas del monasterio. Los ahorcaron, destriparon y descuartizaron en Glastonbury, frente a su monasterio, el año 1539, en tiempo del rey Enrique VIII.

Beatos Hugo Faringdon (o Cook), Juan Eynon y Juan Rugg. El primero era monje del monasterio benedictino de Reading en Inglaterra, y su abad desde 1520; los otros dos eran sacerdotes. Cuando en 1539 fueron suprimidas las abadías en Inglaterra y sus bienes pasaron al erario real, Hugo se rebeló contra tal medida y proclamó que no reconocía la supremacía religiosa del rey Enrique VIII. Fue procesado como traidor y encerrado en la Torre de Londres. Juan Eynon y Juan Rugg, que vivían en el monasterio de Reading, fueron arrestados con el abad Hugo y al igual que éste se negaron a reconocer la supremacía religiosa del Rey decretada por el Parlamento. Los tres fueron ahorcados, destripados y descuartizados enfrente del monasterio de Reading el 15 de noviembre de 1539.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

Escribe el apóstol san Pedro: «Hermanos, sed sobrios, velad. Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidle, firmes en la fe, sabiendo que vuestra comunidad fraternal en el mundo entero está pasando por los mismos sufrimientos» (1 Pe 5,8-9).

Pensamiento franciscano:

De las Admoniciones de san Francisco: «Bienaventurado el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y exaltado por los hombres, que cuando es tenido por vil, simple y despreciado, porque cuanto es el hombre delante de Dios, tanto es y no más» (Adm 19,1-2).

Orar con la Iglesia:

Dirijamos nuestra oración a Cristo, la verdadera vid, de la que somos sarmientos, y pidámosle que, en medio de las vicisitudes de la vida, nos mantenga muy unidos a él.

-Para que nuestra vida esté escondida con Cristo en Dios, y dé fruto abundante para la Iglesia y para la sociedad.

-Para que los trabajadores manuales no menos que los intelectuales vean debidamente reconocido su esfuerzo y contribución a la vida de la familia humana.

-Para que todos los cristianos sepamos ofrecer a Dios los sufrimientos e inconvenientes de nuestra profesión, en la que hemos de santificarnos.

-Para que el ejemplo de san Alberto, que supo unir el estudio y la devoción, nos ayude a lograr un mayor desarrollo sin renunciar por ello al tesoro de la fe.

Oración: Instruidos por el testimonio de san Alberto, te pedimos, Señor, que nos ayudes a dar frutos de vida eterna en la oración y en el trabajo de cada día. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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SAN ALBERTO MAGNO
De la catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del miércoles 24 de marzo de 2010

Uno de los maestros más grandes de la teología medieval es san Alberto Magno. El título de «grande» (magnus), con el que pasó a la historia, indica la vastedad y la profundidad de su doctrina, que unió a la santidad de vida.

Nació en Alemania a principios del siglo XIII, y todavía muy joven se dirigió a Italia, a Padua, sede de una de las universidades más famosas del Medioevo. Se dedicó al estudio de las llamadas «artes liberales»: gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, astronomía y música, es decir, de la cultura general, manifestando el típico interés por las ciencias naturales que muy pronto se convertiría en el campo predilecto de su especialización.

Durante su estancia en Padua, frecuentó la iglesia de los dominicos, a los cuales después se unió con la profesión de los votos religiosos. Las fuentes hagiográficas dan a entender que Alberto maduró esta decisión gradualmente. La intensa relación con Dios, el ejemplo de santidad de los frailes dominicos, la escucha de los sermones del beato Jordán de Sajonia, sucesor de santo Domingo en el gobierno de la Orden de Predicadores, fueron los factores decisivos que lo ayudaron a superar toda duda, venciendo también resistencias familiares.

Con frecuencia, en los años de la juventud, Dios nos habla y nos indica el proyecto de nuestra vida. Como para Alberto, también para todos nosotros la oración personal alimentada por la Palabra del Señor, la participación frecuente en los sacramentos y la dirección espiritual de hombres iluminados son medios para descubrir y seguir la voz de Dios.

Después de la ordenación sacerdotal, sus superiores lo destinaron a la enseñanza en varios centros de estudios teológicos anexos a los conventos de los dominicos. Sus brillantes cualidades intelectuales le permitieron perfeccionar el estudio de la teología en la universidad más célebre de la época, la de París. Desde entonces san Alberto emprendió la extraordinaria actividad de escritor que prosiguió durante toda su vida.

Se le asignaron tareas prestigiosas. En 1248 recibió el encargo de abrir un estudio teológico en Colonia, una de las capitales más importantes de Alemania, donde vivió en varios períodos de su vida, y que se convirtió en su ciudad de adopción. De París llevó consigo a Colonia a un alumno excepcional, Tomás de Aquino. Bastaría sólo el mérito de haber sido maestro de santo Tomás, para sentir una profunda admiración por san Alberto. Entre estos dos grandes teólogos, se instauró una relación de recíproca estima y amistad, actitudes humanas que ayudan mucho al desarrollo de la ciencia. En 1254 Alberto fue elegido provincial.

Sus dotes no escaparon a la atención del papa de aquella época, Alejandro IV, que quiso que Alberto estuviera durante un tiempo a su lado en Anagni -adonde los papas iban con frecuencia-, en Roma y en Viterbo, para servirse de su asesoramiento teológico. El mismo Sumo Pontífice lo nombró obispo de Ratisbona, una diócesis grande y famosa, pero que atravesaba un momento difícil. De 1260 a 1262 Alberto desempeñó este ministerio con infatigable dedicación, y logró traer paz y concordia a la ciudad, reorganizar parroquias y conventos, y dar un nuevo impulso a las actividades caritativas.

En los años 1263 y 1264 Alberto predicó en Alemania y en Bohemia, por voluntad del papa Urbano IV y regresó después a Colonia, donde retomó su misión de docente, estudioso y escritor. Al ser un hombre de oración, de ciencia y de caridad, gozaba de gran autoridad en sus intervenciones, en varias vicisitudes de la Iglesia y de la sociedad de la época: fue sobre todo un hombre de reconciliación y de paz en Colonia, donde el arzobispo había entrado en dura contraposición con las instituciones ciudadanas; se prodigó durante los trabajos del II concilio de Lyon, en 1274, convocado por el papa Gregorio X para favorecer la unión entre la Iglesia latina y la griega, después de la separación del gran cisma de Oriente de 1054.

Murió en la celda de su convento de la Santa Cruz en Colonia en 1280. El papa Pío XI lo proclamó Doctor de la Iglesia. Se trataba de un reconocimiento indudablemente apropiado a este gran hombre de Dios e insigne estudioso no sólo de las verdades de la fe, sino de muchísimos otros sectores del saber; en efecto, echando una ojeada a los títulos de sus numerosísimas obras, nos damos cuenta de que su cultura es prodigiosa y de que sus intereses enciclopédicos lo llevaron a ocuparse no sólo de filosofía y teología, como otros contemporáneos, sino también de cualquier otra disciplina conocida entonces.

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¡AMOR ES EL SER DE DIOS!
De las Notas espirituales de María de la Pasión

Dios es mi Padre. Él está siempre conmigo y todo lo que Él posee es mío. Si quiero, estaré siempre con Él y todo lo que poseo será suyo.

Veo en mí, de un modo que me resulta imposible explicar, la libertad del amor: es Dios mismo. Veo la perfección, lo bello, el amor que me hace partícipe de Dios en la medida en que soy amor. ¡En la tierra y en el cielo! Veo muy bien cómo estoy en el Padre por su conocimiento, que es el Verbo, y por el Espíritu Santo, que es su manifestación. Veo en mí esta Trinidad viviente que me ha dado la existencia y me la conserva. Y de una manera más sensible aún, la veo en mí por la Eucaristía.

El Verbo encarnado, el conocimiento del Ser del amor, manifestado al mundo y encarnado por él. Todo esto tiene el esplendor de una sencillez y de una belleza que seduce y fascina mi alma, pero explicar esta paternidad de Dios engendrando en mí el amor, que deseo siempre creciente, me resulta imposible.

La verdad es que estamos llamados al amor, que Él está siempre con nosotros y que todo lo que Él posee nos pertenece. Esta es la gran verdad.

Veo a Dios en mí de una forma irresistible. ¡Cuánto desearía que esta presencia creciera siempre más, esto depende de mí!

Procuraré que también mis hijas participen copiosamente en esta herencia paterna y, para ello, yo seré madre de las que mi Padre Celestial es el Padre Celestial. Haré todo lo posible para que, incluso las más miserables, lleguen a comprenderlo y correspondan al amor de su Padre, tendré presente que el amor únicamente se hace comprensible por el amor.

Alma mía, si tú comprendieras, ¡cual no sería tu abandono! Entonces podrías repetir como Francisco: mi Padre y mi Todo. El alma en pecado ¡qué desgracia!, en el infierno y sin Dios. En cambio, un grado más de gracia, ¡qué esplendor!

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SAN FRANCISCO, UN HOMBRE COMUNIÓN
por Sebastián López, OFM

LA PAZ CON DIOS, CON LOS HOMBRES Y CON TODO LO CREADO

Un buen día Francisco se desnudó de todo lo que pudiera atarlo a la tierra y se acogió a la Paternidad de Dios. Y desde entonces la vida fue sellando una alianza que una frase -«el amor de Dios»- o un nombre -Jesús- bastaban para delatar. La tradición bíblico-cristiana le prestó un término para expresarla: «No quisiera ser sino su siervo» (2 Cel 159). Por eso la paz con Dios, su reconciliación con La como respuesta a la gracia que lo llamó a la penitencia, la llamó Francisco pobreza, dar a Dios lo suyo. Devolverle lo que de Él había recibido en préstamo. Esta fue su manera de ser justo, de ser honesto con Dios. Además, y esta era su más delicada fidelidad de amigo, el respeto, el dejar hacer a Dios «que dice y hace todo bien».

«Según Dios», «según la gracia que el Señor les diere», «con la bendición de Dios», etc., son expresiones que, además de otros datos, ponen al descubierto lo cerradamente que Francisco estaba de parte de Dios, su incondicional actitud de servicio. Descubren su radical pobreza y su lanzada y ardorosa fe a quien la pobreza abría el paso. Pobre para Dios, sólo espacio para su paz, porque la fe le había desvelado su misterio: «¡Dios mío y todas las cosas!». O también: «¡Oh cuán glorioso y santo y grande, tener un Padre en los cielos! ¡Oh cuán santo, consolador, bello y admirable, tener un Esposo! ¡Oh cuán santo y cuán amado, placentero, humilde, pacífico, dulce, amable y sobre todas las cosas deseable, tener un tal Hermano y un tal Hijo, que dio su vida por sus ovejas!» (2CtaF 54-56).

Y a esa luz se había descubierto pecador, ausente y lejano de Dios, única forma de buscar su abrazo y cercanía, la reconciliación. Y su vida fue empezar siempre de nuevo a servir a Dios. Y de cara a Dios se había encontrado a sí mismo: «Porque cuanto es el hombre delante de Dios, tanto es y no más» (Adm 19).

Francisco supo ser gozosamente el hermano de todos y de todo. Hay una larga lista en sus Escritos y en sus biógrafos de personas y cosas etiquetadas expresamente con el nombre de hermano o hermana. Hermandad que Francisco sabía que sólo era posible desde la comunicación por el Padre de su propia generosidad, el Hijo amado que a todos nos hermanó en su Encarnación y el Espíritu que nos hace hijos del Padre y hermanos de Jesucristo. Es decir, que el amor, al igual que los hermanos, es don y gracia constante. Espirituales, llamará él a los hermanos que siguen la forma de vida según el Evangelio, señalando el origen y el cómo de los mismos. Pero lo importante es que él abrió velas al soplo del Espíritu y se hizo a la mar ancha y universal, convocando a los hombres y a las cosas, a la enfermedad y a la muerte, a la fraternidad y a la comunión. Francisco es desde todo su ser, para todos y para siempre, total y agotadoramente, el hermano Francisco. No insistimos por ser tema de sobra conocido.

Pero sí quisiéramos notar que desde aquí, desde esta opción suya por la paz con Dios y con todo lo creado, le brotaron impetuosas, ardientes, radicales tantas actitudes, primeras y fundamentales, de su forma de vida evangélica.

Por ejemplo, la pobreza. En Francisco todo es muy unitario y por lo mismo muy total. La pobreza está en toda actitud suya y la encontramos justificada desde muchos puntos de vista. Uno de ellos, el amor, la paz, la fraternidad. Ya en los primeros días de la joven Fraternidad dirá al obispo de Asís que ponía reparos a su pobreza absoluta de bienes: «Señor, si tuviéramos posesiones, necesitaríamos armas para defendernos. Y de ahí nacen las disputas y los pleitos, que suelen impedir de múltiples formas el amor de Dios y del prójimo; por eso no queremos tener cosa alguna temporal en este mundo» (TC 35). Pero es que ya antes la pobreza había sido despojo para los demás. Y así sería siempre. El amor, el darse, los hacía pobres. Y la pobreza los hacía acogedores, espacios libres para amar, para servirse unos a otros y servir a los demás.

Y la obediencia también. Porque al estar al servicio unos de otros, nos hacemos obedientes. De ahí que, en profundidad, no se da en la Fraternidad de Francisco la jerarquía. No hay más cargo y autoridad que el mayor servicio. A ejemplo del Maestro, lavar los pies.

Y por último, sin que estén todas, la paciencia. No hay fraternidad ni reconciliación que dure sin ella. Y sin embargo, no es virtud o actitud evangélica que se haya subrayado en Francisco, aunque él la subraye y destaque frecuentemente. Se lo enseñó el Evangelio: el camino hacia los brazos reconciliadores de la cruz, pasa por la paciencia. Por eso, también para él no hay otra paz sino la que arranque de la paciencia, la que ella sostenga. Y la paciencia le hizo victoriosamente manso y humilde, reconciliador. Ella le enseñó a contar más con Dios, con su revelación, que con su prisa y ardor. Por ella acertó a ser tenaz y, sobre todo, a ser alegre.

[Cf. Selecciones de Franciscanismo, n. 11 (1975) 154-166]

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