DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 28 DE OCTUBRE

 

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SAN SIMÓN Y SAN JUDAS, apóstoles. Simón, nacido en Caná y apodado el Cananeo o el Zelotes, figura en la lista de los doce apóstoles elegidos por Jesús. Poco más se sabe de él. Judas, por sobrenombre Tadeo, también uno de los elegidos por Jesús, es el apóstol que en la Última Cena preguntó al Señor por qué se manifestaba sólo a sus discípulos y no al mundo (Jn 14,22). La tradición le atribuye una carta, recogida en el canon del Nuevo Testamento, en la que se trata de prevenir a los cristianos contra los falsos doctores y sus doctrinas sectarias. Según san Fortunato (s. VI), estos dos apóstoles predicaron en distintas regiones de Oriente Medio y murieron mártires en Persia.- Oración: Señor, Dios nuestro, que nos llevaste al conocimiento de tu nombre por la predicación de los apóstoles, te rogamos que, por intercesión de san Simón y san Judas, tu Iglesia siga siempre creciendo con la conversión incesante de los pueblos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

SANTOS FRANCISCO SERRANO Y COMPAÑEROS MÁRTIRES. A partir de 1735, al subir al trono imperial Kien-Lung, fue arreciando en China una nueva persecución contra los cristianos. Los misioneros tenían que salir por la noche a ejercer su ministerio, disfrazarse con trajes y oficios humildes, guarecerse en los montes. Pero poco a poco los mandarines fueron arrestando a muchos de ellos. Y después de sufrir tormentos refinados y reiterados en las cárceles, el 28 de octubre de 1748 fueron degollados en sus respectivos calabozos, en Fujian (China), los santos mártires Francisco Serrano, obispo, y los sacerdotes Joaquín Royo Pérez, Juan Alcover y Francisco Díaz del Rincón, todos ellos eran españoles y de la Orden de Predicadores. Francisco Serrano nació en Huéneja (Granada) en 1695 y entró en China en 1738. Joaquín Royo nació en Hinojosa (Teruel) en 1691 y llegó a China cuando tenía 23 años. Juan Alcover nació en Granada en 1694, y salió de Manila para China en 1728. Francisco Díaz del Rincón, nació en Écija (Sevilla) y arribó a su misión en China en 1739. Junto con otros 120 mártires de China, encabezados por san Agustín Zhao Rong, fueron canonizados por Juan Pablo II el año 2000.

SAN RODRIGO AGUILAR ALEMÁN. Nació en Sayula (Jalisco, México) el año 1875. Cursó de manera brillante la carrera eclesiástica en el seminario auxiliar de Ciudad Guzmán, y en 1905 recibió la ordenación sacerdotal. Durante años fue coadjutor en varias parroquias. En 1923 lo nombraron párroco de Sayula, y en 1925 pasó a Unión de Tula. En 1917 se promulgó en México una Constitución, de carácter anticlerical, firmada por el presidente Carranza, que dio origen a la persecución religiosa. En 1926, siendo presidente Calles, la persecución se hizo mucho más violenta. En enero de 1927, el P. Rodrigo Aguilar tuvo que huir de su parroquia y refugiarse en el Colegio de San Ignacio, en Ejutla. Allí pudo llevar su vida religiosa y ejercer clandestinamente el ministerio. El 28 de octubre de 1927, los militares callistas se apoderaron de la ciudad, mataron a muchos cristianos y apresaron al P. Rodrigo. Aquel mismo día lo llevaron a la plaza pública de Ejutla y lo colgaron de un árbol mientras él repetía: «Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe». Lo canonizó Juan Pablo II el año 2000.

BEATA ASUMPTA GONZÁLEZBEATA ASUMPTA GONZÁLEZ. Nació en El Barco de Ávila (Ávila, España) el año 1881. En su pueblo conoció a las Franciscanas Misioneras de la Madre del Divino Pastor, en cuya Congregación hizo su profesión temporal en 1905. Al inicio del noviciado tomó el nombre de María Asumpta. Estuvo tres años en Arenas de San Pedro como profesora de labores y luego la enviaron a la Casa General, en Madrid, donde desempeñó el oficio de sacristana. Destacó por la exactitud en el cumplimiento del deber y por su capacidad de sacrificio. En la persecución religiosa de 1936, se refugió en una casa particular junto con la entonces Superiora general. De allí salió por encargo de dicha Madre para llevar los depósitos de las dotes y el escaso capital de la Congregación a una embajada, pero fue detenida por los milicianos y encerrada en la checa de Fomento. Su detención ocurrió sobre el 20 de octubre de 1936, y su martirio, quizá, no mucho tiempo después; no sabemos dónde ni cómo. Beatificada el 13-X-2013. [Más información]

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San Farón de Meaux. Nació en Borgoña (Francia) en el seno de una familia noble, y era hermano de san Cainoaldo y de santa Burgandófora. Pasó la juventud en la corte del rey Teodoberto II y contrajo matrimonio. Convencido por su hermana, dejó la corte para entregarse a Dios. Su mujer tomó el velo religioso y él entró en la vida clerical. Hacia el año 628 fue elegido obispo de Meaux, en la región de Isla de Francia. A su vez, el nuevo rey, Dagoberto, le hizo su canciller. Se dedicó a la conversión de los paganos, creó parroquias y fundó monasterios, protegió a los pobres, se puso siempre del lado de la justicia. Murió el año 670.

San Ferrucio. Militaba en el ejército imperial romano estacionado en Maguncia (Alemania). Se convirtió al cristianismo y depuso las armas, por lo que fue arrestado, torturado y dejado morir lentamente de hambre. Es probable que el martirio tuviera lugar en torno al año 300, durante la persecución del emperador Diocleciano.

San Fidel de Como. Sufrió el martirio en las cercanías de Como (Lombardía, Italia) en el siglo IV.

San Germán de Talloires. Nació en Monfort hacia el año 906. Estudió en París, se ordenó de sacerdote e ingresó en la abadía de Savigny. Lo enviaron como abad al priorato de Talloires, en Annecy (Francia), y destacó por su amor a la soledad. Murió en torno al año 1000.

San Ginés. Mártir de Thiers en Aquitania (Francia) en el siglo IV. Según dice san Gregorio de Tours, pasó de este mundo al cielo por el martirio mientras aún llevaba la vestidura blanca del bautismo.

San Juan Dat. Nació en Dong-Chuoi (Vietnam) el año 1765. Se crió en la misión de su pueblo, trabajó como catequista y en 1798 se ordenó de sacerdote. Sólo durante cuatro meses pudo ejercer su ministerio. En agosto de 1798 lo detuvieron; él había huido a la montaña, pero creyó su deber estar con sus fieles; estando escondido en su casa, los soldados empezaron a maltratar a su familia, por lo que salió de su escondite. Lo torturaron como solían hacer, para que apostatara de su fe. El jefe de los soldados, que era cristiano, le permitía salir por la noche para atender a los feligreses. Fue decapitado el 28 de octubre de 1798 en Trinh-Ha, territorio de Cho-Ra.

San Salvio. Fue obispo de Amiens, al norte de Francia. Desde joven se entregó a los estudios teológicos y brilló por la integridad de costumbres. Murió el año 625.

Santos Vicente, Sabina y Cristeta. Procedentes de Talavera de la Reina (Toledo, España), llegaron a Ávila huyendo de la persecución, pero fueron descubiertos y martirizados en esta ciudad el año 305.

Beatos Claudio Julián García San Román y Leoncio Lope García. Estos dos Agustinos, cuando comenzó la persecución religiosa en España, se dedicaban a la enseñanza en Santander, en las escuelas gratuitas para niños de las familias de pescadores. A principios de agosto de 1936 tuvieron que dejar el convento y refugiarse en una fonda. El 28-X-1936 fueron detenidos, llevados a la checa de Neila, en Santander, y martirizados pocas horas después. Claudio Julián nació en Puebla de Sanabria (Zamora) en 1904, hizo la profesión religiosa en 1920 y fue ordenado sacerdote en 1927. Estuvo destinado en Salamanca y luego en Santander. Leoncio Lope nació en Tordómar (Burgos) en 1902. Muy joven ingresó en la congregación de San Vicente de Paúl, en la que permaneció hasta casi terminar la carrera eclesiástica. Luego ingresó en el noviciado agustino de Uclés, donde profesó en 1931. Antes de recibir la ordenación sacerdotal, lo enviaron a enseñar en las escuelas gratuitas de Santander.

Beato José María Tarín, Operario Diocesano. Nació en Santa Bárbara (Tarragona) en 1892. Fue ordenado sacerdote en 1917. Dedicó su vida a la formación de los futuros sacerdotes en los seminarios a que lo destinaron. El curso 1935-36 estuvo en Zaragoza, y a finales de junio marchó a su pueblo a descansar. Al desencadenarse la persecución religiosa se escondió en casa de su familia, donde estaba también un tío suyo sacerdote. Cuando los detuvieron, se despidió de su madre y demás familiares bendiciéndolos y diciéndoles: "¡Hasta el cielo!". Lo martirizaron el 28 de octubre de 1936 en el término de Tortosa. Beatificado el 13-X-2013.

Beato José Ruiz Bruixola. Nació en Foyos (Valencia, España) el año 1857. Ingresó en el seminario diocesano y se ordenó de sacerdote en 1882. Ejerció su ministerio de manera ejemplar en diversas parroquias e instituciones. Se adhirió a la Congregación Sacerdotal que misionaba por los pueblos. Se centró en la catequesis y promovió el apostolado seglar. Llegada la persecución religiosa, se refugió en su pueblo y continuó ejerciendo clandestinamente el ministerio. El 28 de octubre de 1936, se lo llevaron de su casa los milicianos, lo trasladaron junto con otras personas al cementerio de Gilet (Valencia) y lo fusilaron, no sin antes perdonar él a los verdugos, a los que había pedido, y se lo concedieron, ser el último ejecutado para exhortar y animar a los demás.

Beato Salvador Damián Enguix Garés. Nació en Alcira (Valencia) el año 1862. Era veterinario oficial de su pueblo natal. Contrajo matrimonio, tuvo cinco hijos y pronto quedó viudo. Era un católico fervoroso y comprometido, fundó y perteneció a varias instituciones religiosas como la Adoración Nocturna, las Conferencias de San Vicente de Paúl, la Acción Católica, la Tercera Orden Franciscana. Ejerció generosamente la caridad ayudando a los necesitados, visitando a los enfermos del hospital, atendiendo a los ancianos acogidos por las Hermanitas de los Desamparados. Lo detuvieron los milicianos y, el 27 de octubre de 1936, lo fusilaron en la tapia del cementerio de Alcira. No murió allí y buscó refugio. Al día siguiente lo encontraron y lo remataron.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

En la Última Cena con sus discípulos, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró diciendo: «Padre santo, como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. No sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,18.20-21).

Pensamiento franciscano:

En su Testamento de Siena, Francisco hizo escribir: «Puesto que, a causa de la debilidad y dolores de la enfermedad, no tengo fuerzas para hablar, brevemente declaro a mis hermanos mi voluntad en estas tres palabras: que, en señal del recuerdo de mi bendición y de mi testamento, siempre se amen mutuamente, siempre amen y guarden la santa pobreza, nuestra señora, y que siempre se muestren fieles y sumisos a los prelados y a todos los clérigos de la santa madre Iglesia» (TestS).

Orar con la Iglesia:

El Señor Jesús, resucitado, vive para siempre e intercede por nosotros ante el Padre, a quien, llenos de confianza, dirigimos nuestra oración.

-Por la Iglesia: para que, fiel a la herencia recibida de los Apóstoles, sepa llevar al mundo la Buena Noticia de la salvación.

-Por los enfermos, los impedidos, los marginados y cuantos sufren: para que encuentren en su camino a hombres que con su fe y caridad los alivien.

-Por los abatidos y los desesperanzados: para que la resurrección de Jesús los confirme en la seguridad de la victoria final del bien sobre el mal.

-Por todos los cristianos, que celebramos con alegría la fiesta de los santos Apóstoles: para que también nosotros en nuestra vida y obras demos testimonio de Cristo.

Oración: Escucha, Padre, la oración que te presentamos por medio de tu Hijo, que, sentado a tu derecha, vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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SIMÓN EL CANANEO Y JUDAS TADEO, APÓSTOLES
De la catequesis de S. S. Benedicto XVI
en la audiencia general del miércoles 11 de octubre de 2006

Hoy contemplamos a dos de los doce Apóstoles: Simón el Cananeo y Judas Tadeo. Las noticias que se refieren a ellos no son muchas.

Es muy posible que este Simón, a quien Lucas llama «Zelote», si no pertenecía propiamente al movimiento nacionalista de los zelotas, al menos se distinguiera por un celo ardiente por la identidad judía y, consiguientemente, por Dios, por su pueblo y por la Ley divina. Si es así, Simón está en los antípodas de Mateo que, por el contrario, como publicano procedía de una actividad considerada totalmente impura. Es un signo evidente de que Jesús llama a sus discípulos y colaboradores de los más diversos estratos sociales y religiosos, sin exclusiones. A él le interesan las personas, no las categorías sociales o las etiquetas.

Y es hermoso que en el grupo de sus seguidores, todos, a pesar de ser diferentes, convivían juntos, superando las imaginables dificultades: de hecho, Jesús mismo es el motivo de cohesión, en el que todos se encuentran unidos. Esto constituye claramente una lección para nosotros, que con frecuencia tendemos a poner de relieve las diferencias y quizá las contraposiciones, olvidando que en Jesucristo se nos da la fuerza para superar nuestros conflictos.

Por lo que se refiere a Judas Tadeo, se sabe poco de él. Sólo san Juan señala una petición que hizo a Jesús durante la última Cena. Tadeo le dice al Señor: «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?». Es una cuestión de gran actualidad; también nosotros preguntamos al Señor: ¿por qué el Resucitado no se ha manifestado en toda su gloria a sus adversarios para mostrar que el vencedor es Dios? ¿Por qué sólo se manifestó a sus discípulos? La respuesta de Jesús es misteriosa y profunda. El Señor dice: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14,22-23). Esto quiere decir que al Resucitado hay que verlo y percibirlo también con el corazón, de manera que Dios pueda poner su morada en nosotros. El Señor no se presenta como una cosa. Él quiere entrar en nuestra vida y por eso su manifestación implica y presupone un corazón abierto. Sólo así vemos al Resucitado.

A Judas Tadeo se le ha atribuido la paternidad de una de las cartas del Nuevo Testamento. Se dirige «a los que han sido llamados, amados de Dios Padre y guardados para Jesucristo» (v. 1). Esta carta tiene como preocupación central alertar a los cristianos ante todos los que toman como excusa la gracia de Dios para disculpar sus costumbres depravadas y para desviar a otros hermanos con enseñanzas inaceptables, introduciendo divisiones dentro de la Iglesia «alucinados en sus delirios» (v. 8), así define Judas esas doctrinas e ideas particulares. Los compara incluso con los ángeles caídos y, utilizando palabras fuertes, dice que «se han ido por el camino de Caín» (v. 11). Además, sin reticencias los tacha de «nubes sin agua zarandeadas por el viento, árboles de otoño sin frutos, dos veces muertos, arrancados de raíz; son olas salvajes del mar, que echan la espuma de su propia vergüenza, estrellas errantes a quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas para siempre» (vv. 12-13).

Hoy no se suele utilizar un lenguaje tan polémico, que sin embargo nos dice algo importante. En medio de todas las tentaciones, con todas las corrientes de la vida moderna, debemos conservar la identidad de nuestra fe. Ciertamente, es necesario seguir con firme constancia el camino de la indulgencia y el diálogo, que emprendió felizmente el concilio Vaticano II. Pero este camino del diálogo, tan necesario, no debe hacernos olvidar el deber de tener siempre presentes y subrayar con la misma fuerza las líneas fundamentales e irrenunciables de nuestra identidad cristiana. Por otra parte, es preciso tener muy presente que nuestra identidad exige fuerza, claridad y valentía ante las contradicciones del mundo en que vivimos.

Ojalá que tanto Simón el Cananeo como Judas Tadeo nos ayuden a redescubrir siempre y a vivir incansablemente la belleza de la fe cristiana, sabiendo testimoniarla con valentía y al mismo tiempo con serenidad.

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COMO EL PADRE ME HA ENVIADO,
ASÍ TAMBIÉN OS ENVÍO YO

San Cirilo de Alejandría, Comentario
sobre el evangelio de san Juan (Libro 12, cap. 1)

Nuestro Señor Jesucristo instituyó a aquellos que habían de ser guías y maestros de todo el mundo y administradores de sus divinos misterios, y les mandó que fueran como astros que iluminaran con su luz no sólo el país de los judíos, sino también a todos los países que hay bajo el sol, a todos los hombres que habitan la tierra entera. Es verdad lo que afirma la Escritura: Nadie puede arrogarse este honor: Dios es quien llama. Fue, en efecto, nuestro Señor Jesucristo el que llamó a sus discípulos a la gloria del apostolado, con preferencia a todos los demás.

Aquellos bienaventurados discípulos fueron columnas y fundamento de la verdad; de ellos afirma el Señor que los envía como el Padre lo ha enviado a él, palabras con las que, al mismo tiempo que muestra la dignidad del apostolado y la gloria incomparable de la potestad que les ha sido conferida, insinúa también, según parece, cuál ha de ser su estilo de obrar.

En efecto, si el Señor tenía la convicción de que había de enviar a sus discípulos como el Padre lo había enviado a él, era necesario que ellos, que habían de ser imitadores de uno y otro, supieran con qué finalidad el Padre había enviado al Hijo. Por esto, Cristo, exponiendo en diversas ocasiones las características de su propia misión, decía: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan. Y también: He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

De este modo, resume en pocas palabras la regla de conducta de los apóstoles, ya que, al afirmar que los envía como el Padre lo ha enviado a él, les da a entender que su misión consiste en invitar a los pecadores a que se arrepientan y curar a los enfermos de cuerpo y de alma, y que en el ejercicio de su ministerio no han de buscar su voluntad, sino la de aquel que los ha enviado, y que han de salvar al mundo con la doctrina que de él han recibido. Leyendo los Hechos de los apóstoles o los escritos de san Pablo, nos damos cuenta fácilmente del empeño que pusieron los apóstoles en obrar según estas consignas recibidas.

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LA CONVERSIÓN-VOCACIÓN DE SAN FRANCISCO
por Lázaro Iriarte, OFMCap

Dentro de la común vocación cristiana hay una espléndida variedad de vocaciones, de funciones y de servicios que la especifican y la enriquecen. Es el mismo Cristo quien distribuye esa pluralidad de tareas para llevar a cabo el plan unitario del Padre, con el fin de que la comunidad de los llamados llegue, en la unidad de la misma fe, a la plenitud del crecimiento del Cristo místico (Ef 4,1-13).

Con Francisco de Asís se abrió una nueva etapa en la historia de la vida consagrada. Pero el Poverello no fue un innovador: no denunció nada, no reformó nada. Todo comenzó a partir de una conversión, recurso del que Dios suele echar mano cuando elige a alguien para hacerlo instrumento de sus planes.

Hubo en el joven hijo del mercader un proceso de desengaños humanos y de reclamos divinos que fue preparando su clima interior; pero el momento fuerte, que él recuerda en su Testamento, fue cuando el Señor lo condujo entre los leprosos y él usó de misericordia con ellos. Fue pura gracia de Dios, iniciativa de Dios. Sabemos, por las fuentes biográficas, cómo fue el abrazo con el leproso y los efectos que se siguieron de aquella victoria sobre sí mismo. Cayó en la cuenta de que, si hasta ese momento no había descubierto en cada pobre o doliente un hermano, era porque «se hallaba en los pecados»; pero todo cambió cuando, por haber usado de misericordia con los leprosos, vino sobre él la misericordia divina y «se alejó de los pecados». Experimentó como una trasposición de valores y de tendencias: «Lo que antes se me hacía amargo -afirma- me fue cambiado en dulcedumbre de alma y de cuerpo». Los leprosos seguían siendo tan repugnantes como antes; era él quien había cambiado.

Pocas veces, como en el caso de Francisco, se ha traducido mejor en realidad experimentada la enseñanza de Jesús de que lo que hacemos por un necesitado lo recibe como hecho a él mismo (Mt 25,31-46). Habiendo descubierto en cada leproso un hermano, estaba preparado para el encuentro con el Cristo hermano, que sucedió mientras oraba ante el crucifijo de San Damián.

Francisco termina el relato del primer tiempo de su conversión con esta extraña afirmación: «Poco tiempo después salí del mundo». No se encerró en un monasterio, no huyó al desierto; sencillamente se halló diferente. Estaba en el mundo, pero no era del mundo (cf Jn 17,11-16).

Era un convertido. Conversión significa inversión de rumbo, purificación. El convertido ve con claridad qué es lo que debe quedar atrás en su vida, lo que no tiene espacio en la nueva escala de valores, según el módulo divino; pero todavía no vislumbra el futuro, no acierta a percibir qué es lo que Dios se propone. Entonces la plegaria espontánea es la del gran convertido del camino de Damasco: Señor, ¿qué quieres que yo haga? (Hch 11,10). Desde ese día Pablo pondrá en el centro de sus aspiraciones y ganancias la experiencia de Cristo, todo lo demás lo tendrá por pérdida, basura, cosas sin valor (cf. Fil 3,7-14).

Francisco quiso afrontar esa espera angustiosa sin ayuda humana, solo ante Dios: no tuvo un guía, no se asoció a ninguno de los grupos de penitentes, que eran numerosos. «Nadie me enseñaba lo que yo debía hacer» (Test 14). Intuía que Dios le quería en esa soledad, en desnudez interior y oscuridad. Y suplicaba ante el Crucifijo: «Altísimo y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón». Entre tanto, cada día más libre de todo impedimento, experimentaba progresivamente la victoria del amor:

«Sólo a Dios confiaba sus aspiraciones. Le suplicaba devotamente que le manifestase su camino, que le enseñara a realizar su voluntad. Se agitaba en su interior una lucha tremenda; no podía darse paz hasta no ver realizado cuanto anhelaba. Mil pensamientos lo asaltaban sin tregua, con tal insistencia que le llenaban de turbación y de sufrimiento. Ardía interiormente de fuego divino... Las vanidades del pasado y del presente habían perdido para él toda atracción, pero todavía no se sentía completamente seguro de poder superarlas en el futuro» (1 Cel 6).

Todo se le aclaró el día en que, en la Porciúncula, escuchó el evangelio de la misión (cf. Lc 10,1-12). Finalmente tenía un ideal de vida que realizar y que compartir con otros, y un mensaje profético que llevar al mundo. Apareció ante la gente «totalmente diverso de como era antes», «un hombre nuevo» (1 Cel 23, 36, 82).

[L. Iriarte, Ejercicios espirituales, Valencia 1998, pp. 33-36]

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