DIRECTORIO FRANCISCANO
Año Cristiano Franciscano

DÍA 22 DE OCTUBRE

 

.

SAN JUAN PABLO II, papa de 1978 a 2005. Karol Józef Wojtyla nació en Wadowice (Polonia) el año 1920. Durante la ocupación nazi tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química. Estudió en las universidades de Cracovia, Roma y Lublin. Se ordenó de sacerdote en 1946 y en 1964 fue nombrado Arzobispo de Cracovia. Participó en el Concilio Vaticano II. Elegido papa el 16 de octubre de 1978, tomó el nombre de Juan Pablo II. Ejerció su ministerio petrino con incansable espíritu misionero. Realizó muchos viajes apostólicos. Celebró innumerables encuentros con el pueblo de Dios y con los responsables de las naciones. Su amor a los jóvenes le impulsó a iniciar en 1985 las Jornadas Mundiales de la Juventud. Su atención hacia la familia se puso de manifiesto con los encuentros mundiales de las familias, inaugurados por él en 1994. Promovió el diálogo con los judíos y con los representantes de las demás religiones. Para mostrar al pueblo ejemplos de santidad de hoy, declaró 1338 beatos y 482 santos. Publicó incontables documentos, reformó el Código de Derecho Canónico. Falleció el 2 de abril de 2005 y fue canonizado el 27-IV-2014. Su memoria se celebra el 22 de octubre.- Oración: Oh Dios, rico en misericordia, que has querido que el beato Juan Pablo II, papa, guiara toda tu Iglesia, te pedimos que, instruidos por sus enseñanzas, nos concedas abrir confiadamente nuestros corazones a la gracia salvadora de Cristo, único redentor del hombre. Él que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

SANTA NUNILO Y SANTA ALODIA. La historia de estas dos hermanas nos la refiere, sobre todo, san Eulogio de Córdoba. Nacieron en Adahuesca, provincia de Huesca en España, entre los años 824 y 827. Su padre era musulmán y su madre cristiana. El padre murió pronto y la madre las educó en el cristianismo. También la madre murió prematuramente y las hijas fueron a vivir con un pariente musulmán. Este comenzó a instigarlas para que abandonaran la fe de Cristo y abrazaran la religión paterna. Las jóvenes estaban sólidamente educadas por su madre y se mantuvieron firmes en su fe. El pariente las acusó ante el juez local, el cual encargó a dos mujeres musulmanas que las indujeran a apostatar, cosa que no consiguieron. Los musulmanes entonces eran bastante tolerantes con los cristianos si se respetaban las leyes del Islam. Descontento el pariente, las acusó ante el reyezuelo árabe de Huesca. Tras muchos interrogatorios, amenazas y promesas, ante la firmeza inquebrantable de las dos cristianas, el juez las condenó a muerte. Fueron decapitadas en Huesca el año 846.

BEATA JOSEFINA LEROUX. [Murió el 23 de octubre y la Familia franciscana celebra su memoria el 22 del mismo mes]. Nació en Cambrai (Francia) el año 1747. A los 22 años de edad ingresó en las clarisas urbanistas de Valenciennes, mientras su hermana Escolástica ingresaba en las Ursulinas de la misma ciudad. Cerrado su monasterio por la Revolución Francesa, se fue con su hermana a la vecina Mons, en territorio belga. Cuando Valenciennes fue ocupada por el ejército austríaco, pudieron regresar a esta ciudad y, como a las clarisas no les habían devuelto su monasterio, se quedó con las ursulinas, en las que se integró. Pronto volvieron las tropas francesas y las religiosas tuvieron que buscar refugio. El 3 de septiembre de 1794 fueron detenidas y encarceladas, y el 23 de octubre siguiente fueron guillotinadas en la plaza mayor de Valenciennes, acusadas de ser emigradas vueltas al país y enemigas de la Revolución.- Oración: Padre nuestro del cielo, que nos alegras con la fiesta de la beata Josefina, virgen y mártir, concédenos la ayuda de sus méritos a los que hemos sido iluminados con el ejemplo de su virginidad y de su fortaleza. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

* * *

San Abercio. En 1886 se descubrió un magnífico epitafio compuesto por él mismo, que se conserva en el Museo Lateranense de Roma, y que constituye un documento precioso sobre la historia del cristianismo por los datos dogmáticos y litúrgicos que recoge de los primeros siglos cristianos. Abercio fue obispo de Hierápolis en Frigia (Turquía), sede en la que sucedió al famoso Papías. Viajó a Roma por razones de fe y después marchó a Siria y Mesopotamia llevando consigo la doctrina de san Pablo. Murió en Hierápolis y el epitafio es seguramente de principios del siglo III.

San Benito ermitaño. Llevó vida eremítica en Massérac, territorio de Nantes (Bretaña, Francia), y murió el año 845.

San Donato Escoto. Nació en Irlanda a finales del siglo VIII. Hizo estudios literarios e ingresó en un monasterio. A partir del año 816 estuvo peregrinando por diversos santuarios hasta que por último llegó a Roma. El año 829, cuando regresaba a su tierra, pasó por Fiésole en Toscana (Italia) y lo eligieron obispo de la ciudad. Procuró la formación del clero, la educación de la juventud, la defensa de los bienes y derechos de la Iglesia, y mantuvo buenas relaciones con los soberanos de su tiempo. Murió en Fiésole hacia el año 877.

Santos Felipe y Hermes. Felipe era obispo de Heraclea o Marmara Eregli (Turquía), y Hermes era diácono suyo. En la persecución del emperador Diocleciano ambos fueron arrestados. El gobernador le exigió a Felipe que cerrara la iglesia y le entregara los libros litúrgicos y los vasos sagrados. El obispo respondió que ni él podía dar lo que se le pedía ni el gobernador tenía por qué tenerlo. Su resistencia a seguir las órdenes imperiales y su negativa a renegar de su fe, provocó que ambos fueran llevados a Adrianópolis (hoy Edirne) de Tracia y allí quemados vivos. Era el año 303.

San Leotadio de Auch. Fue abad del monasterio de Fontanelle a partir del año 670 en que sucedió en el cargo a san Ansberto. Era de familia noble y consiguió ayudas para reformar y ampliar el monasterio. Además, durante el reinado de Teodorico III recibió para su abadía una donación de 18 pueblos. El año 691 fue elegido obispo de Auch (Aquitania, Francia). A finales del siglo VII, cuando estaba de viaje formando parte de una legación a Carlos Martel, murió en Borgoña. Sus restos fueron trasladados y sepultados en la catedral de Auch.

San Lupencio. Era abad de la basílica de Saint-Privat-de-Javols. Acusado injustamente de criticar a la reina Brunequilda, recibió muchas vejaciones de parte de Inocencio, conde de la Ciudad. Tuvo que ir a justificar su conducta ante el conde, que se encontraba en Metz, y lo hizo de manera conveniente. Pero durante el viaje de regreso, el conde lo alcanzó en Ponthion, cerca de Vitry-le-François (Marne), y, después de torturarlo, lo decapitó. Era el año 684.

San Malón. Obispo de Rouen (Francia). Fue evangelizador de esta ciudad y el que estableció en ella la sede episcopal, en el siglo IV.

San Marcos de Jerusalén. Obispo de Jerusalén después del asedio del emperador Adriano (año 136), según refiere Eusebio de Cesarea. Fue el primer obispo procedente de los gentiles que ocupó la sede de la Iglesia de la Ciudad Santa. Comenzó a reagrupar con fe y celo a sus fieles disgregados por miedo a las persecuciones.

San Moderano de Rennes. Fue elegido obispo de Rennes (Francia) el año 703. Hombre profundamente religioso, después de gobernar años su diócesis, quiso visitar en Roma las tumbas de los apóstoles. Durante la peregrinación decidió dejar la actividad pastoral y dedicarse por completo a la vida contemplativa. De nuevo en Rennes, presentó la renuncia a su sede e ingresó en el monasterio de Berceto en Lombardía (Italia), donde vivió santamente y del que llegó a ser abad. Allí murió hacia el año 730.

San Valerio. Era diácono de la iglesia de Langres, región de Champaña-Ardenas, y fue martirizado por unos paganos en el territorio de Besançon (Francia) a finales del siglo IV o principios del siglo V.

Beatos Germán Caballero, José Menéndez y Victoriano Ibáñez, dominicos. Formaban parte de la comunidad dominica del santuario de Montesclaros (Santander) cuando en julio de 1936 estalló en España la persecución religiosa. La comunidad tuvo que dispersarse el 16-VIII-1936. Los religiosos buscaron refugio donde pudieron, pero no tardaron en ser detenidos por los milicianos, que martirizaron a estos tres entre el 21 y el 22 de agosto en los Montes de Saja (Cantabria). Germán Caballero nació en Castromocho (Palencia) en 1880, profesó en 1898 y fue ordenado sacerdote en 1906. De 1913 a 1935 estuvo en México, Costa Rica, El Salvador y Nicaragua. Llegó a Montesclaros a principios de 1936. José Menéndez nació en Genestosa, Tineo (Asturias) en 1888, profesó en 1904 y fue ordenado sacerdote en 1912. Perteneció primero a la provincia de España, pasó luego a la recién restaurada de Aragón y más tarde volvió a la de España. Trabajó con celo y eficacia; era organista y cantor. Victoriano Ibáñez nació en Santibáñez de Resoba (Palencia) en 1864. De joven sirvió en casas de labradores de los pueblos vecinos; era caritativo con los pobres. En 1888 ingresó como criado en la comunidad de Montesclaros. Profesó como hermano cooperador en 1893. Fue limosnero, sacristán y encargado de las cuadras.

Beato Luis María de la Virgen de la Merced. Nació en Pola de Gordón (León) en 1902. Ingresó en el noviciado de los Carmelitas Descalzos en 1917. Se ordenó sacerdote en 1924. Residió el resto de su vida en el convento de la Diagonal de Barcelona, en el que se ocupó de la escolanía y del colegio. El 20-VII-1936, al estallar la persecución religiosa, buscó sucesivos refugios, para no comprometer a los que lo acogían. El 26 de septiembre lo detuvieron en casa de un hermano suyo y lo encerraron en la cárcel de San Elías. No se tuvieron noticias suyas hasta que, un año después, un testigo refirió que el 22-X-1936 lo habían sacado de la prisión para matarlo.

PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN

Pensamiento bíblico:

Preguntó Jesús a sus discípulos: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Jesús le respondió: «¡Bienaventurado, tú, Simón!, porque eso te lo ha revelado mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (cf. Mt 16,15-19).

Pensamiento franciscano:

Dice san Francisco en la Regla: «Atiendan los hermanos a que sobre todas las cosas deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación, orar siempre a él con puro corazón y tener humildad, paciencia en la persecución y en la enfermedad, y amar a los que nos persiguen y reprenden y acusan, porque dice el Señor: Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen y os calumnian» (2 R 10,8-10).

Orar con la Iglesia:

Por Jesucristo, el Señor, hemos renacido del agua y del Espíritu Santo. Como hombres nuevos, presentemos confiados nuestras súplicas al Padre.

-Por la Iglesia: para que, impulsada por la fuerza del Espíritu, anuncie a todo el mundo la Palabra de la salvación.

-Por cuantos tienen autoridad y responsabilidades en la vida pública: para que procuren la solidaridad, la paz y la justicia, y busquen el bien común.

-Por los enfermos, los pobres y todos cuantos sufren: para que experimenten la bondad del Padre y la amabilidad de los hermanos.

-Por los cristianos: para que reavivemos cada día los dones recibidos en el bautismo y los hagamos fructificar.

Oración: Escúchanos, Padre todopoderoso, aumenta en nosotros el espíritu filial y haz que aflore en nuestro comportamiento. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

* * *

LA CARIDAD, ALMA DE LA MISIÓN
Benedicto XVI, Ángelus del 22 de octubre de 2006

Queridos hermanos y hermanas:

Celebramos hoy la LXXX Jornada mundial de las misiones, instituida por el Papa Pío XI, que dio un fuerte impulso a las misiones ad gentes y en el jubileo de 1925 promovió una grandiosa exposición, que se transformó después en la actual Colección etnológico-misionera de los Museos vaticanos.

Este año, en el tradicional Mensaje para dicha celebración, propuse como tema: «La caridad, alma de la misión». En efecto, la misión, si no está animada por el amor, se reduce a actividad filantrópica y social. A los cristianos, en cambio, se aplican las palabras del apóstol san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Cor 5,14). La misma caridad que movió al Padre a mandar a su Hijo al mundo, y al Hijo a entregarse por nosotros hasta la muerte de cruz, fue derramada por el Espíritu Santo en el corazón de los creyentes. Así, todo bautizado, como sarmiento unido a la vid, puede cooperar a la misión de Jesús, que se resume en llevar a toda persona la buena nueva de que «Dios es amor» y, precisamente por esto, quiere salvar el mundo.

La misión brota del corazón: quien se detiene a rezar ante el Crucifijo, con la mirada puesta en el costado traspasado, no puede menos de experimentar en su interior la alegría de saberse amado y el deseo de amar y de ser instrumento de misericordia y reconciliación. Así le sucedió, hace exactamente 800 años, al joven Francisco de Asís, en la iglesita de San Damián, que entonces se hallaba destruida. Francisco oyó que Jesús, desde lo alto de la cruz, conservada ahora en la basílica de Santa Clara, le decía: «Ve y repara mi casa que, como ves, está en ruinas». Aquella «casa» era ante todo su misma vida, que debía «reparar» mediante una verdadera conversión; era la Iglesia, no la compuesta de ladrillos, sino de personas vivas, que siempre necesita purificación; era también la humanidad entera, en la que Dios quiere habitar. La misión brota siempre de un corazón transformado por el amor de Dios, como testimonian innumerables historias de santos y mártires, que de modos diferentes han consagrado su vida al servicio del Evangelio.

La misión es, por tanto, una obra en la que hay lugar para todos: para quien se compromete a realizar en su propia familia el reino de Dios; para quien vive con espíritu cristiano su trabajo profesional; para quien se consagra totalmente al Señor; para quien sigue a Jesús, buen Pastor, en el ministerio ordenado al pueblo de Dios; para quien, de modo específico, parte para anunciar a Cristo a cuantos aún no lo conocen.

Que María santísima nos ayude a vivir con renovado impulso, cada uno en la situación en la que la Providencia lo ha puesto, la alegría y la valentía de la misión.

[Después del Ángelus] Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española... Que la intercesión de la Virgen María y el ejemplo de los apóstoles Pedro y Pablo os ayuden a dejaros conquistar por el amor de Cristo, para vivir, como él, totalmente entregados al servicio de los demás.

* * *

¡NO TENGÁIS MIEDO! ¡ABRID LAS PUERTAS A CRISTO!
De la Homilía del beato Juan Pablo II
en el inicio de su pontificado (22 de octubre de 1978)

¡Pedro vino a Roma! ¿Qué fue lo que le guió y condujo a esta Urbe, corazón del Imperio Romano, sino la obediencia a la inspiración recibida del Señor? Es posible que este pescador de Galilea no hubiera querido venir hasta aquí; que hubiera preferido quedarse allá, a orillas del lago de Genesaret, con su barca, con sus redes. Pero guiado por el Señor, obediente a su inspiración, llegó hasta aquí.

Según una antigua tradición durante la persecución de Nerón, Pedro quería abandonar Roma. Pero el Señor intervino, le salió al encuentro. Pedro se dirigió a Él preguntándole: « Quo vadis, Domine?: ¿Dónde vas, Señor?». Y el Señor le respondió enseguida: «Voy a Roma para ser crucificado por segunda vez». Pedro volvió a Roma y permaneció aquí hasta su crucifixión.

Nuestro tiempo nos invita, nos impulsa y nos obliga a mirar al Señor y a sumergirnos en una meditación humilde y devota sobre el misterio de la suprema potestad del mismo Cristo.

El que nació de María Virgen, el Hijo del carpintero -como se le consideraba-, el Hijo del Dios vivo, como confesó Pedro, vino para hacer de todos nosotros «un reino de sacerdotes».

El Concilio Vaticano II nos ha recordado el misterio de esta potestad y el hecho de que la misión de Cristo -Sacerdote, Profeta-Maestro, Rey- continúa en la Iglesia. Todos, todo el Pueblo de Dios participa de esta triple misión. Y quizás en el pasado se colocaba sobre la cabeza del Papa la tiara, esa triple corona, para expresar, por medio de tal símbolo, el designio del Señor sobre su Iglesia, es decir, que todo el orden jerárquico de la Iglesia de Cristo, toda su «sagrada potestad» ejercitada en ella no es otra cosa que el servicio, servicio que tiene un objetivo único: que todo el Pueblo de Dios participe en esta triple misión de Cristo y permanezca siempre bajo la potestad del Señor, la cual tiene su origen no en los poderes de este mundo, sino en el Padre celestial y en el misterio de la cruz y de la resurrección.

La potestad absoluta y también dulce y suave del Señor responde a lo más profundo del hombre, a sus más elevadas aspiraciones de la inteligencia, de la voluntad y del corazón. Esta potestad no habla con un lenguaje de fuerza, sino que se expresa en la caridad y en la verdad.

El nuevo Sucesor de Pedro en la Sede de Roma eleva hoy una oración fervorosa, humilde y confiada: ¡Oh Cristo! ¡Haz que yo me convierta en servidor, y lo sea, de tu única potestad! ¡Servidor de tu dulce potestad! ¡Servidor de tu potestad que no conoce ocaso! ¡Haz que yo sea un siervo! Más aún, siervo de tus siervos.

¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad!

¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera!

¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce!

Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid, pues, -os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza- permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!

* * *

APRENDER A ORAR
CON FRANCISCO Y CLARA DE ASÍS

por Michel Hubaut, OFM

La conversión de nuestros deseos en deseo del Espíritu (I)

San Francisco se conciencia en la soledad de que su plegaria es mucho más que un simple fenómeno psicológico. Es ante todo una manifestación del Espíritu en él. ¿Orar no es finalmente, más allá de los «ejercicios de oración», liberar en mí esa fuente que mana del deseo del Espíritu? «El Espíritu se une a nuestro espíritu».

Pero el descubrimiento del camino del corazón no es un simple paseo a la luz de la luna. Porque este camino, por múltiples razones, está muy atascado de obstáculos, de brozas, y cruzado de senderos. Hombre, ¿qué deseas tú realmente? La respuesta no es evidente. Sin el Espíritu, semejante búsqueda está con frecuencia expuesta a deslizamientos en ciénagas de ilusiones. ¡Qué aventura! Porque es un hacer «pasar» al hombre, espontáneamente un narciso, de sus deseos enroscados sobre sí mismo al deseo del Espíritu. Pues bien, si el amor del Creador es gratuito, la respuesta del hombre no puede ser sino una respuesta de amor gratuito.

¿No es toda la historia bíblica la de la purificación de los deseos del pueblo de la Alianza? Muchos siglos fueron necesarios para abrir su corazón al significado del llamamiento de Dios y al verdadero contenido de las promesas. ¡Cuántas estancias en el desierto, cuántas ruinas y exilios para vislumbrar poco a poco que la dicha de la Tierra prometida no se reduce a vacas rollizas y a tierras feraces, y que consiste sencillamente en la acogida incondicional del amor de Dios!

¿Qué deseas tú realmente? No habrá que extrañarse, pues, de que la conversión de nuestros deseos, para Francisco como para nosotros, sea la labor de toda una vida. La oración es un lugar privilegiado de esta conversión del deseo. Francisco lo experimenta desde el principio de su aventura espiritual. En el silencio de la soledad está solicitado por mil pensamientos contrarios que se disputan su corazón. El se bate. Y llora.

Pero desentenderme de todo cuidado de mí, renunciar a mis proyectos demasiado cortos, despojarme de ajetreos fútiles que me impiden acoger, «amar, servir, adorar al Señor con puro corazón y espíritu puro», no es quehacer inútil. Hacen falta horas y horas de silencio en las tinieblas de mi caverna para no enfocar mis deseos sobre mí mismo y poder decir libremente a Dios: «¿Qué deseas de mí?». Francisco presiente ya que, para acoger el tesoro, el soberano bien del amor de Dios, necesita liberar su corazón de múltiples brozas, de pseudo-bienes en que su deseo se descarría. Su plegaria es ya el cara a cara con el llamamiento esencial. Esta conversión de los deseos irrisorios, mezquinos, en deseo de Dios es una lucha dolorosa, desoxidante, pero liberadora.

Porque en la situación actual del hombre no existe ya en estado puro el deseo de Dios, fruto del Espíritu en nosotros, dinamismo de toda vida espiritual. El impulso inicial, original, del hombre al amor creador, su fuente, su crecimiento y su colmo, está como enroscado en sí mismo o descarriado por callejones sin salida. ¿No es éste el drama de lo que la tradición judeo-cristiana llama «pecado»?

El hombre se hace centro absoluto, único objeto de su deseo, o se lanza sobre dichos espejismos. De hecho, estamos todos tirados por deseos disparados en múltiples direcciones. Estamos divididos por numerosos deseos que se sobreponen, ocultando en nosotros el deseo del Espíritu. El hombre del siglo XX está incluso tan solicitado por deseos siempre nuevos, mantenidos por la publicidad, que se ve a menudo forzado a vivir en la superficie de sí mismo, para tratar de satisfacer todos ellos. Pero sin encontrar la dicha de que está sediento. El deseo de Dios está como sofocado en su corazón. Y aunque adopte una «religión», sigue todavía tentado a inventarse un Dios a su medida, útil, al servicio de sus necesidades inmediatas. Esto desemboca a veces en la paradoja de una religión en que la búsqueda amorosa de Dios ha sido eliminada. Ahora bien, en el Evangelio, en cuanto el hombre desea seguir a Jesús, se plantea la cuestión esencial: «¿Qué es lo que buscas?».

[Cf. M. Hubaut, Cristo nuestra dicha. Aprender a orar con Francisco y Clara de Asís. Aránzazu, 1990, pp. 9-26]

.