![]() |
|
![]() |
DÍA 1 DE SEPTIEMBRE
|
. |
* * * San Constancio. Obispo de Aquino (Lacio, Italia), cuyo don de profecía elogia el papa san Gregorio I Magno. Murió el año 570. San Gil (o Egidio). Fue un santo popular y gozó de culto en buena parte de Europa. Fundó una abadía en la región de Nimes (Francia), de la que fue abad y en la que murió en el siglo VI/VII. En aquel lugar surgió luego la ciudad de Saint-Gilles. San Josué. Caudillo de Israel, fue uno de los grandes patriarcas y uno de los más insignes personajes del Antiguo Testamento. Vivió allá por el siglo XII antes de Cristo. Era hijo de Nun, siervo del Señor. Moisés le impuso las manos y quedó lleno del espíritu de sabiduría; colaboró con él y, después de su muerte, guió al pueblo de Israel y lo introdujo de modo prodigioso en la Tierra Prometida, cruzando el río Jordán (Jos 1,1). A él se atribuyen hechos milagrosos: las murallas de Jericó se derrumbaron, el sol se detuvo hasta que Israel alcanzó la victoria. San Lupo de Sens. Siendo obispo de Sens (Francia), fue exiliado por haber afirmado con valentía ante un notable del lugar que el pueblo debía ser guiado en su vida religiosa por el sacerdote y obedecer a Dios antes que a los príncipes. En su destierro, se dedicó a la evangelización de los pueblos y, vuelto a su sede, prosiguió su labor pastoral. Murió el año 623. San Prisco. Sufrió el martirio en Capua (Campania, Italia), en el siglo IV. San Sixto de Reims. Primer obispo de la ciudad de Reims (Francia), en el siglo III. San Terenciano. Obispo de Todi (Umbría, Italia) en el siglo IV. Santa Verena. Santa virgen que, procedente de Egipto, llegó a Italia, de donde pasó a Coblenza, para terminar en Zarzuch (Suiza). Aquí se dedicó a la oración y la penitencia, y al cuidado de los pobres. Su vida se sitúa en el siglo IV. San Vicente de Dax. Fue obispo de Dax en Aquitania (Francia), donde sufrió el martirio en el siglo IV. San Victorio. Fue elegido obispo de Le Mans (Francia) el año 450. Asistió a los concilios de Angers (453) y de Tours (461). San Gregorio de Tours habla de él con elogio y recuerda su intervención milagrosa para apagar un incendio de su ciudad. Murió el año 490. Beato Alfonso Sebastiá Viñals. Nació en Valencia (España) el año 1910. De pequeño, por su delicada voz, interpretó el papel de ángel en el famoso «Misterio de Elche». En 1920 ingresó en el Seminario diocesano de Orihuela (Alicante). Después continuó los estudios en Valencia y recibió la ordenación sacerdotal en 1933. Estuvo de párroco en Ludiente y en 1935 lo llamaron a Valencia como Director de la Escuela de Formación Social. Era de espíritu desprendido y llevaba una vida muy modesta. En agosto de 1936 lo detuvieron los milicianos y lo encerraron en el penal de San Miguel de los Reyes, donde lo sometieron a malos tratos y vejaciones morales. Lo fusilaron el 1 de septiembre de 1936 en el Picadero de Paterna. Beato Benito Clemente España Ortiz. Nació en Pancorbo (Burgos) en 1889. Entró en el noviciado de los Hermanos de las Escuelas Cristianas en 1905. Ejerció su ministerio en varios colegios. En julio de 1936 tuvo que dejar el convento. Se refugió en diversos lugares de Cataluña. El 31 de agosto lo detuvieron los milicianos y se lo llevaron en un coche de la FAI. Estuvo unos días encarcelado y luego lo martirizaron; parece ser que fue fusilado en los primeros días de septiembre de 1936 en Vallvidriera (Barcelona). Beatos Cristino (Miguel) Roca Huguet y once compañeros mártires. Los doce eran religiosos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, y pertenecían a la comunidad de Carabanchel Alto (Madrid) que atendía la Fundación Instituto San José para enfermos epilépticos. Después de sufrir no pocas molestias y privaciones, el 1 de septiembre de 1936 fueron detenidos por los milicianos que los fusilaron en el llamado «Charco Cabrera» (Madrid) sólo por su condición de religiosos, mientras gritaban: «¡Viva Cristo Rey!». Éstos son sus nombres con indicación del lugar y año de su nacimiento: Cristino Roca Huguet (sacerdote), Molins de Rei (Barcelona) 1899; Proceso Ruiz Cascales, Beniel (Murcia) 1887; Eutimio Aramendia García, Oteiza de la Solana (Navarra) 1878; Canuto Franco Gómez, Ajucer (Murcia) 1871; Dositeo Rubio Alonso, Madrigalejo (Burgos) 1869; Cesáreo Niño Pérez, Torregutiérrez (Segovia) 1878; Benjamín Cobos Celada, Palencia 1887; Carmelo Gil Arano, Tudela (Navarra) 1879; Cosme Brun Arará, Santa Coloma de Farnés (Gerona) 1894; Cecilio López López, Las Alpujarras - Fondón (Almería) 1901; Rufino Lasheras Aizcorbe, Arandigoyen (Navarra) 1900; y Faustino Villanueva Igual, Sarrión (Teruel) 1913. Beatos Hugo Bernabé y Leoncio Joaquín, mártires, Hermanos de las Escuelas Cristianas. El Hno. Hugo nació en Roquetas (Tarragona) en 1895. Profesó en 1919. Ejerció el apostolado en varias escuelas de España y en algunas de Bélgica y Francia. Su último destino fue Cambrils. El Hno Leoncio nació en La Seo de Urgel (Lérida) en 1892. Profesó en 1910. Desde 1925 se vio aquejado de serios problemas de salud. Aún pudo ejercer su apostolado durante algún tiempo. Su último destino fue Cambrils. Cuando estalló la persecución religiosa, el Hno. Bernabé ayudaba al enfermero y se encargaba especialmente del Hno. Leoncio, que estaba impedido por el reumatismo, por lo que se quedaron en la casa. El Hno. Hugo hizo un viaje rápido a Tortosa, pero regresó pronto a Cambrils para cuidar a su enfermo. El 1 de septiembre de 1936, miembros del comité revolucionario metieron a los dos en un coche y al llegar a Viñols los asesinaron.- Beatificados el 13-X-2013. Beato José Prats, Operario Diocesano. Nació en Catí (Castellón) en 1874. Fue ordenado sacerdote en 1898. Ejerció diversos cargos en los seminarios a que lo destinaron. Era muy devoto de la Eucaristía y de la Virgen, siempre se le veía con el rosario en la mano. Cuando estalló la persecución religiosa estaba en Tortosa (Tarragona). Se refugió en casa de familiares, y cuando quiso ir a su pueblo lo detuvieron. En la cárcel se dedicó a confortar y alentar a los demás presos, e incluso a confesarlos. El 1 de septiembre de 1936 lo fusilaron a él y a tres hermanos de las Escuelas Cristianas (Ángel Amado y comp.) en el término de Tortosa. Beatificado el 13-X-2013. Beata Juana Soderini. Nació el Florencia (Italia) el año 1301. Discípula de santa Juliana Falconieri. Vistió el hábito de la Tercera Orden de los Siervos de María (Servitas). Se distinguió por su altísimo espíritu de oración y mortificación, y por sus luchas contra el diablo, de las que salió victoriosa. Murió en Florencia el 1 de septiembre de 1367. Beata Juliana de Collalto. Nació en Collalto, provincia de Treviso (Italia), el año 1186, hija del conde Rambaldo VI y de Juana dei Conti. A los doce años de edad entró en el monasterio benedictino de Santa Margarita de Salarola, del que pasó, en 1222, al de Gemola (Padua) con la beata Beatriz de Este. El año 1226 se le encargó la fundación del monasterio de los santos Blas y Cataldo en la isla Giudecca de Venecia, del que fue abadesa y en el que murió el 1 de septiembre de 1262. Además de cuidar la vida monástica, atendió a los pobres del lugar. Sufrió fuertes dolores de cabeza y la invocan en especial quienes también los sufren. Beato Matías Morín Ramos. Nació en Salvatierra de Tormes (Salamanca) en 1913. Profesó en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios el año 1931 en Calafell (Tarragona), donde continuó después. Allí vivió el 25 de julio de 1936 la incautación del sanatorio y el día 30 el martirio de 15 miembros de la comunidad. Permaneció en el hospital a petición de los milicianos. Llamado a filas, fue incorporado en Madrid como soldado de sanidad. No soportando el ambiente antirreligioso del cuartel, intentó cambiarse de bando, siendo descubierto. Sometido a juicio manifestó su condición de religioso por lo que fue condenado a muerte, muriendo en Guadarrama al grito de ¡Viva Cristo Rey! un día de septiembre de 1937. Beatificado el 13-X-2013. Beato Tomás Cubells, Operario Diocesano. Nació en Palma d'Ebre (Tarragona) en 1867. Fue ordenado sacerdote en 1894. Por dos veces lo enviaron a México, para seminario y templo de Reparación, ilusión de su vida. En España prestó diversos servicios en los seminarios: prefecto de alumnos, director espiritual y confesor, administrador. La persecución religiosa le sorprendió en Tortosa. Se refugió en casa de una familia, pero, para no comprometerla ante graves amenazas, se entregó al comité revolucionario. Lo martirizaron aquel mismo día, 1 de septiembre de 1936, cerca de Campredó (Tarragona). Beatificado el 13-X-2013.
PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: De la Carta a los Romanos: «Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis. Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde. No os tengáis por sabios. A nadie devolváis mal por mal. Procurad lo bueno a toda la gente. En la medida de lo posible y en lo que dependa de vosotros, manteneos en paz con todo el mundo» (Rm 12,14-18). Pensamiento franciscano: Dice san Francisco en su primera Regla: -Los hermanos guárdense de calumniar y de contender de palabra; empéñense, más bien, en guardar silencio. Y no litiguen entre sí ni con otros, sino procuren responder humildemente. No se irriten, porque todo el que se irrite contra su hermano, será reo en el juicio. Y ámense mutuamente, como dice el Señor: Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado (cf. 1 R 11,1-5). Orar con la Iglesia: Alabemos a Dios uno y trino, y presentémosle nuestras peticiones confiados en la intercesión de Jesucristo. -Dios de misericordia, concédenos el espíritu de oración y de penitencia, y danos un verdadero deseo de amarte a ti y de amar a nuestros hermanos. -Concédenos también ser constructores de tu reino, para que abunde la justicia y la paz en la tierra. -Haz que sepamos descubrir la bondad y hermosura de tu creación, para que su belleza se haga alabanza en nuestros labios. -Perdónanos por haber ignorado la presencia de Cristo en los pobres, los sencillos, los marginados. -Perdona igualmente nuestros pecados de omisión por no haber atendido a tu Hijo en esos hermanos nuestros. Oración: Señor, Padre santo, ayúdanos a librarnos de la seducción del pecado, a amarte en nuestros hermanos y a bendecirte por tu creación. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. * * * ALGUNAS IDEAS SOBRE LO QUE
ES LA SANTIDAD (I) Queridos hermanos y hermanas: En las audiencias generales de estos últimos dos años nos han acompañado las figuras de muchos santos y santas: hemos aprendido a conocerlos más de cerca y a comprender que toda la historia de la Iglesia está marcada por estos hombres y mujeres que con su fe, con su caridad, con su vida han sido faros para muchas generaciones, y lo son también para nosotros. Los santos manifiestan de diversos modos la presencia poderosa y transformadora del Resucitado; han dejado que Cristo aferrara tan plenamente su vida que podían afirmar como san Pablo: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20). Seguir su ejemplo, recurrir a su intercesión, entrar en comunión con ellos, «nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del pueblo de Dios» (LG 50). Al final de este ciclo de catequesis, quiero ofrecer alguna idea de lo que es la santidad. ¿Qué quiere decir ser santos? ¿Quién está llamado a ser santo? A menudo se piensa todavía que la santidad es una meta reservada a unos pocos elegidos. San Pablo, en cambio, habla del gran designio de Dios y afirma: «Dios nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor» (Ef 1,4). Y habla de todos nosotros. En el centro del designio divino está Cristo, en el que Dios muestra su rostro: el Misterio escondido en los siglos se reveló en plenitud en el Verbo hecho carne. Y san Pablo dice después: «Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud» (Col 1,19). En Cristo el Dios vivo se hizo cercano, visible, audible, tangible, de manera que todos puedan recibir de su plenitud de gracia y de verdad. Por esto, toda la existencia cristiana conoce una única ley suprema, la que san Pablo expresa en una fórmula que aparece en todos sus escritos: en Cristo Jesús. La santidad, la plenitud de la vida cristiana no consiste en realizar empresas extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en vivir sus misterios, en hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. La santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado en que, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya. Es ser semejantes a Jesús. El concilio Vaticano II habla con claridad de la llamada universal a la santidad, afirmando que nadie está excluido de ella: «En los diversos géneros de vida y ocupación, todos cultivan la misma santidad. En efecto, todos, por la acción del Espíritu de Dios, siguen a Cristo pobre, humilde y con la cruz a cuestas para merecer tener parte en su gloria» (LG 41). Pero permanece la pregunta: ¿cómo podemos recorrer el camino de la santidad, responder a esta llamada? ¿Puedo hacerlo con mis fuerzas? La respuesta es clara: una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces santo, quien nos hace santos; es la acción del Espíritu Santo la que nos anima desde nuestro interior; es la vida misma de Cristo resucitado la que se nos comunica y la que nos transforma. Para decirlo una vez más con el concilio Vaticano II: «Los seguidores de Cristo han sido llamados por Dios y justificados en el Señor Jesús, no por sus propios méritos, sino por su designio de gracia. El bautismo y la fe los ha hecho verdaderamente hijos de Dios, participan de la naturaleza divina y son, por tanto, realmente santos. Por eso deben, con la gracia de Dios, conservar y llevar a plenitud en su vida la santidad que recibieron» (LG 40). La santidad tiene, por tanto, su raíz última en la gracia bautismal, en ser insertados en el Misterio pascual de Cristo, con el que se nos comunica su Espíritu, su vida de Resucitado. San Pablo subraya con mucha fuerza la transformación que lleva a cabo en el hombre la gracia bautismal y llega a acuñar una terminología nueva, forjada con la preposición «con»: con-muertos, con-sepultados, con-resucitados, con-vivificados con Cristo; nuestro destino está unido indisolublemente al suyo. «Por el bautismo -escribe- fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos (...), así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rom 6,4). Pero Dios respeta siempre nuestra libertad y pide que aceptemos este don y vivamos las exigencias que conlleva; pide que nos dejemos transformar por la acción del Espíritu Santo, conformando nuestra voluntad a la voluntad de Dios. * * * LOS CRISTIANOS EN EL
MUNDO Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres. Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble. Habitan en su propia patria, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña es patria para ellos, pero están en toda patria como en tierra extraña. Igual que todos, se casan y engendran hijos, pero no se deshacen de los hijos que conciben. Tienen la mesa en común, pero no el lecho. Viven en la carne, pero no según la carne. Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los condena sin conocerlos. Se les da muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos; carecen de todo, y abundan en todo. Sufren la deshonra, y ello les sirve de gloria; sufren detrimento en su fama, y ello atestigua su justicia. Son maldecidos, y bendicen; son tratados con ignominia, y ellos, a cambio, devuelven honor. Hacen el bien, y son castigados como malhechores; y, al ser castigados a muerte, se alegran como si se les diera la vida. Los judíos los combaten como a extraños y los gentiles los persiguen, y, sin embargo, los mismos que los aborrecen no saben explicar el motivo de su enemistad. Para decirlo en pocas palabras: los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el cuerpo. El alma, en efecto, se halla esparcida por todos los miembros del cuerpo; así también los cristianos se encuentran dispersos por todas las ciudades del mundo. El alma habita en el cuerpo, pero no procede del cuerpo; los cristianos viven en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo visible; los cristianos viven visiblemente en el mundo, pero su religión es invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin haber recibido de ella agravio alguno, sólo porque le impide disfrutar de los placeres; también el mundo aborrece a los cristianos, sin haber recibido agravio de ellos, porque se oponen a sus placeres. El alma ama al cuerpo y a sus miembros, a pesar de que éste la aborrece; también los cristianos aman a los que los odian. El alma está encerrada en el cuerpo, pero es ella la que mantiene unido el cuerpo; también los cristianos se hallan retenidos en el mundo como en una cárcel, pero ellos son los que mantienen la trabazón del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal; también los cristianos viven como peregrinos en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción celestial. El alma se perfecciona con la mortificación en el comer y beber; también los cristianos, constantemente mortificados, se multiplican más y más. Tan importante es el puesto que Dios les ha asignado, del que no les es lícito desertar. * * * EL ESPÍRITU DEL
SEÑOR San Francisco, hombre del Espíritu Una atmósfera de amor es la propia de la condición de los hijos de Dios. Y son hijos de Dios cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios (Rom 8,14). Estamos ante uno de los elementos más originales y más profundamente bíblicos de la espiritualidad del Poverello. No se trata de meras expresiones piadosas, salidas como al descuido, sino de una verdadera doctrina, coherente y bien perfilada. Una doctrina no aprendida de memoria, sino fruto de la propia vivencia sobrenatural y de la limpidez de su alma. Francisco vivió, desde su conversión, maravillado y confundido bajo la experiencia de lo que el Señor había hecho y seguía haciendo en él. Esta persuasión le hacía conducirse con humilde docilidad ante cualquier signo de la voluntad divina y le sostenía en la firmeza del ideal evangélico. A esta presencia de Dios en la vida del hombre, que se hace luz, seguridad, amor, prontitud e impulso de testimonio y de mensaje, sin dejar de ser vida de pura fe, llama el santo espíritu del Señor. San Pablo le da el mismo nombre. En realidad es el Espíritu Santo que mora en nosotros dándonos testimonio íntimo de que somos hijos de Dios, ayudando nuestra flaqueza, intercediendo por nosotros y enderezando las aspiraciones de la mejor parte de nuestro ser. Celano hace notar, relatando la conversión, cómo Francisco cifraba su única preocupación en conocer el querer de Dios, su designio sobre él. A medida que éste se iba manifestando, se sentía fuerte para esperar otra ulterior manifestación. La seguridad definitiva de parte del espíritu del Señor la recibió en la Porciúncula por la acción de la Palabra evangélica. Desde entonces miró como vehículo primario de la manifestación divina las «palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida». Y adquirió la costumbre de «no dejar pasar, por falta de atención, ninguna visitación del Espíritu; apenas la recibía, aceptábala al instante y gozábase en aquella dulcedumbre cuanto tiempo le permitía el Señor...; si ocurría yendo de camino, dejaba adelantarse a sus compañeros, detenía su paso y, fijos todos sus sentidos en la nueva inspiración, no recibía inútilmente la gracia divina» (2 Cel 95). Antes de tomar una determinación, grande o pequeña, y antes de emprender un viaje recurría a la oración «a fin de que el Señor dirigiera su corazón para marchar allá donde fuera del agrado de Dios» (LP 108). Pero sabía que el medio normal con que Dios manifiesta su designio es la vida misma, mirada con los ojos de la fe; y trataba de descubrirlo en los acontecimientos, de modo especial en los hombres. Esta fue siempre su filosofía superior, su cuidado mientras vivió: averiguar, preguntando a sencillos y a sabios, a perfectos y a imperfectos, la manera de dar con el camino de la verdad y llegar a la cima de sus aspiraciones. En posesión del espíritu de Dios, estaba dispuesto a tolerar cualquier angustia del alma y cualquier tormento del cuerpo con tal de conseguir que se cumpliera en él la voluntad del Padre del cielo (1 Cel 91-92). «Lleno del espíritu de Dios», «ebrio del espíritu de Dios», son expresiones que el primer biógrafo aplica muchas veces al santo. En esa compenetración con la acción del Espíritu con que salía de la oración, sus palabras, sus gestos, sus decisiones, no le parecían de su invención, sino efecto del impulso divino. Pero donde más se sentía dirigido por esa acción profética del Espíritu era en la predicación al pueblo, aquella predicación penitencial, sencilla y directa, que brotaba de un interior repleto de fervor y gozo contagioso. Francisco no preparaba sus sermones, lo cual no quiere decir que improvisara. No hay preparación más eficaz que la contemplación, hecha vida, de los grandes misterios de la salvación. Fiaba la elocuencia y el resultado al «espíritu del Señor». Y no era propiamente el contenido, sino la sensación de hallarse ante un puro instrumento de la Palabra, lo que obraba sobre los oyentes. Seguro, no de sí, sino del Espíritu que lo movía, no perdía el aplomo ni en las coyunturas más comprometidas, como fue aquella del discurso que le había preparado Hugolino para que lo pronunciase ante Honorio III. En la espontaneidad y seguridad que da la pureza de corazón, es decir, la pobreza interior, hemos de ver el éxito de la predicación de Francisco y de los suyos: era más un testimonio de la propia experiencia evangélica que una enseñanza. «Id en el nombre del Señor, hermanos -les había dicho Inocencio III-, y predicad al mundo la penitencia según se sirva el Señor inspiraros» (1 Cel 33). Como el Espíritu de Dios es el que obra por medio del predicador y el que mueve a los oyentes, nadie tiene por qué gloriarse de los resultados obtenidos; sería una apropiación abusiva. [Cf. el texto completo en http://www.franciscanos.org/temas/iriarte07.htm]
|
. |