![]() |
|
![]() |
DÍA 27 DE ENERO
|
. |
* * * Santa Devota. Fue una joven corsa que consagró su vida al Señor, y que, delatada, fue arrestada, encarcelada y torturada hasta la muerte, a principios del siglo IV, en Mariana, isla de Córcega, de la que es patrona. Sus restos se guardan en el principado de Mónaco. San Gilduino. Siendo de familia noble, rehusó el matrimonio que le proponían y abrazó la vocación eclesiástica, llegando a diácono de Dol en Bretaña. Cuando el obispo fue depuesto, el cabildo lo eligió para ocupar la sede. Él alegó en contra su juventud e inexperiencia y, ante las presiones que recibía, acudió al papa Gregorio VII, quien nombró a otro. De regreso de Roma, peregrinó a Chartres, donde enfermó y murió santamente, a los 25 años de edad, en 1077. San Juan María Muzei. Era doméstico del rey de Uganda. A pesar de su juventud, se le llamaba «muzei», «anciano», por su madurez de ánimo. Impresionado por la piedad de los cristianos, se convirtió y se bautizó. No quiso sustraerse a la persecución, sino que confesó ante el primer ministro del rey Mwanga su fe en Cristo, por lo que fue decapitado en Mengo el año 1887. San Julián. Primer obispo de Le Mans (Francia) en el siglo III. San Julián de Sora. Era de origen dálmata y sufrió el martirio en la ciudad de Sora (Lacio) en el siglo II, durante la persecución del emperador romano Antonino Pío. San Mario o Marino. Abad del monasterio de Bodon, en el territorio de Sisternon (Francia), que murió hacia el año 550. San Teodorico. Obispo de Orleans (Francia), benedictino, que murió en Tonnerre (Borgoña) el año 1022, cuando se dirigía a Roma en visita ad límina. San Vitaliano. Papa, que gobernó la Iglesia del año 657 al 672 en que murió. Intentó, sin conseguirlo, solucionar el conflicto con Constantinopla, y se ocupó con particular empeño en la conversión de los ingleses. Beato Antonio Mascaró. Nació en Albelda (Huesca) en 1913. Hizo su primera profesión en los Hijos de la Sagrada Familia en 1929. El curso 1935-36 estaba haciendo el servicio militar en Barcelona; pasaba los fines de semana en el seminario. Era estudiante de tercer año de teología y había recibido órdenes menores. Cuando el 19 de julio de 1936 volvió al cuartel, su batallón se había ido a luchar. Buscó hospedaje en la ciudad y trabajó en lo que pudo. El 27 de enero de 1937 fue detenido y aquel mismo día ejecutado en Montcada i Reixac (Barcelona). Beatificado el 13-X-2013. Beato Jorge Matulaitis (o Matulewicz). Lituano de nacimiento, gran apóstol de Lituania en tiempos muy difíciles, llevó a cabo una enorme tarea de evangelización con todos los medios a su alcance y con sus fundaciones, entre las que mencionamos la Congregación de Clérigos Marianos y la de las Hermanas Pobres de la Inmaculada Concepción. Fue obispo de Vilna y luego Nuncio Apostólico en Lituania. Murió en Kaunas (Lituania) el año 1927. Beato Juan de Warneton. Era Canónigo Regular, fue obispo de Marienne (Francia), gobernó su diócesis más de 30 años, luchó contra los simoníacos, fundó ocho monasterios de canónigos o de monjes. Murió en Thérouanne (Francia) el año 1130. Beato Manfredo Settala. Era sacerdote y estuvo de párroco en Cuasso, diócesis de Milán; pero dejó la cura pastoral y se retiró al monte San Jorge, cerca del lago de Como, donde se entregó a una vida de oración y penitencia. Murió en Riva San Vitale (Lombardía) el año 1217. Beata Rosalía du Verdier de la Sorinière. Monja del monasterio benedictino de Notre-Dame du Calvaire, en Angers (Francia), que fue condenada a muerte y guillotinada en esta ciudad por odio a la fe, durante la Revolución Francesa, el año 1794. PARA TENER EL ESPÍRITU DE ORACIÓN Y DEVOCIÓN Pensamiento bíblico: San Pablo escribe a los efesios: --Doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, pidiéndole que, de los tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu: robusteceros en lo profundo de vuestro ser; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; y así... lograréis comprender lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano (Ef 3,14-19). Pensamiento franciscano: San Francisco manda en su Regla: --Dondequiera que estén o se encuentren los hermanos, muéstrense familiares mutuamente entre sí. Y confiadamente manifieste el uno al otro su necesidad, porque, si la madre cuida y ama a su hijo carnal, ¿cuánto más amorosamente debe cada uno amar y cuidar a su hermano espiritual? (2 R 6,7-8). Orar con la Iglesia: Alentados por la palabra de Dios, oremos a nuestro Padre por nosotros y por todos los hombres: -Para que la Iglesia, también en nosotros sus miembros, anuncie siempre la Buena Nueva y la testimonie con su vida. -Para que las comunidades cristianas sean portadoras de esperanza en el mundo, sobre todo en su servicio a los más necesitados. -Para que los jóvenes que han perdido el sentido de la vida, encuentren en su camino jóvenes y adultos que les sean testigos fiables del amor de Cristo. -Para que la participación en la eucaristía renueve nuestra juventud y nos impulse a poner nuestra vitalidad al servicio de los demás. Oración: Escúchanos, Dios de ternura y de bondad, y haz que Cristo tu Hijo esté siempre vivo en nosotros, para bien nuestro y de los demás. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. * * * «DIOS ES AMOR»
Queridos hermanos y hermanas: En la encíclica Deus cáritas est, publicada el miércoles pasado, refiriéndome a la primacía de la caridad en la vida del cristiano y de la Iglesia, quise recordar que los testigos privilegiados de esta primacía son los santos, que han hecho de su existencia un himno a Dios Amor, con mil tonalidades diversas. La liturgia nos invita a celebrarlos cada día del año. Pienso, por ejemplo, en los que hemos conmemorado estos días: el apóstol san Pablo, con sus discípulos Timoteo y Tito, santa Ángela de Mérici, santo Tomás de Aquino y san Juan Bosco. Son santos muy diferentes entre sí: los primeros pertenecen a los comienzos de la Iglesia, y son misioneros de la primera evangelización; en la Edad Media, santo Tomás de Aquino es el modelo del teólogo católico, que encuentra en Cristo la suprema síntesis de la verdad y del amor; en el Renacimiento, santa Ángela de Mérici propone un camino de santidad también para quien vive en un ámbito laico; en la época moderna, don Bosco, inflamado por la caridad de Jesús buen Pastor, se preocupa de los niños más necesitados, y se convierte en su padre y maestro. En realidad, toda la historia de la Iglesia es historia de santidad, animada por el único amor que tiene su fuente en Dios. En efecto, sólo la caridad sobrenatural, como la que brota siempre nueva del corazón de Cristo, puede explicar el prodigioso florecimiento, a lo largo de los siglos, de órdenes, institutos religiosos masculinos y femeninos y de otras formas de vida consagrada. En la encíclica cité, entre los santos más conocidos por su caridad, a Juan de Dios, Camilo de Lelis, Vicente de Paúl, Luisa de Marillac, José Cottolengo, Luis Orione y Teresa de Calcuta (cf. n. 40). Esta muchedumbre de hombres y mujeres, que el Espíritu Santo ha forjado, transformándolos en modelos de entrega evangélica, nos lleva a considerar la importancia de la vida consagrada como expresión y escuela de caridad. El concilio Vaticano II puso de relieve que la imitación de Cristo en la castidad, en la pobreza y en la obediencia está totalmente orientada a alcanzar la caridad perfecta (cf. Perfectae caritatis, 1). Precisamente para destacar la importancia y el valor de la vida consagrada, la Iglesia celebra el próximo 2 de febrero, fiesta de la Presentación del Señor en el templo, la Jornada de la vida consagrada. [En la audiencia general del miércoles 18 de enero de 2006, el Papa, refiriéndose a su encíclica "Deus cáritas est", decía:] En esta encíclica quiero mostrar el concepto de amor en sus diversas dimensiones. Hoy, en la terminología que se conoce, «amor» aparece a menudo muy lejano de lo que piensa un cristiano al hablar de caridad. Por mi parte, quiero mostrar que se trata de un único movimiento con varias dimensiones. El «eros», don del amor entre un hombre y una mujer, viene de la misma fuente, la bondad del Creador, así como la posibilidad de un amor que renuncia a sí mismo en favor del otro. El «eros» se transforma en «agape» en la medida en que los dos se aman realmente y uno ya no se busca a sí mismo, su alegría, su placer, sino que busca sobre todo el bien del otro. Y así este amor, que es «eros», se transforma en caridad, en un camino de purificación, de profundización. A partir de la propia familia se abre hacia la familia más grande: hacia la familia de la sociedad, hacia la familia de la Iglesia, hacia la familia del mundo. También trato de demostrar que el acto personalísimo que nos viene de Dios es un único acto de amor. Este acto debe expresarse también como acto eclesial, organizativo. Si realmente es verdad que la Iglesia es expresión del amor de Dios, del amor que Dios tiene por su criatura humana, debe ser también verdad que el acto fundamental de la fe que crea y une a la Iglesia y nos da la esperanza de la vida eterna y de la presencia de Dios en el mundo, engendra un acto eclesial. En la práctica, la Iglesia, también como Iglesia, como comunidad, de modo institucional, debe amar. Y esta «caritas» no es pura organización, como otras organizaciones filantrópicas, sino expresión necesaria del acto más profundo del amor personal con que Dios nos ha creado, suscitando en nuestro corazón el impulso hacia el amor, reflejo del Dios Amor, que nos hace a su imagen. * * * «LO DISPUSO TODO CON
SUAVIDAD» Queridísimas madres y hermanas en Cristo Jesús: En primer lugar, poned todo vuestro empeño, con la ayuda de Dios, en concebir el propósito de no aceptar el cuidado y dirección de los demás, si no es movidas únicamente por el amor de Dios y el celo de las almas. Sólo si se apoya en esta doble caridad, podrá producir buenos y saludables frutos vuestro cuidado y dirección, ya que, como afirma nuestro Salvador: Un árbol sano no puede dar frutos malos. El árbol sano, dice, esto es, el corazón bueno y el ánimo encendido en caridad, no puede sino producir obras buenas y santas; por esto, decía san Agustín: «Ama, y haz lo que quieras»; es decir, con tal de que tengas amor y caridad, haz lo que quieras, que es como si dijera: «La caridad no puede pecar». Os ruego también que tengáis un conocimiento personal de cada una de vuestras hijas, y que llevéis grabado en vuestros corazones no sólo el nombre de cada una, sino también su peculiar estado y condición. Ello no os será difícil si las amáis de verdad. Las madres en el orden natural, aunque tuvieran mil hijos, llevarían siempre grabados en el corazón a cada uno de ellos, y jamás se olvidarían de ninguno, porque su amor es sobremanera auténtico. Incluso parece que, cuantos más hijos tienen, más aumenta su amor y el cuidado de cada uno de ellos. Con más motivo, las madres espirituales pueden y deben comportarse de este modo, ya que el amor espiritual es más poderoso que el amor que procede del parentesco de sangre. Por lo cual, queridísimas madres, si amáis a estas vuestras hijas con una caridad viva y sincera, por fuerza las llevaréis a todas y cada una de ellas grabadas en vuestra memoria y en vuestro corazón. También os ruego que procuréis atraerlas con amor, mesura y caridad, no con soberbia ni aspereza, teniendo con ellas la amabilidad conveniente, según aquellas palabras de nuestro Señor: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, imitando a Dios, del cual leemos: Lo dispuso todo con suavidad. Y también dice Jesús: Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. Del mismo modo, vosotras tratadlas siempre a todas con suavidad, evitando principalmente el imponer con violencia vuestra autoridad: Dios, en efecto, nos ha dado a todos la libertad y, por esto, no obliga a nadie, sino que se limita a señalar, llamar, persuadir. Algunas veces, no obstante, será necesario actuar con autoridad y severidad, cuando razonablemente lo exijan las circunstancias y necesidades personales; pero, aun en este caso, lo único que debe movernos es la caridad y el celo de las almas. * * * EL DIOS DE SAN
FRANCISCO Quisiéramos sugerir y señalar aquí la trascendencia y el eco que pudo tener en el tiempo y en la Iglesia que le tocó vivir a Francisco su visión, vivencia y praxis sobre el Dios revelado en y por Jesucristo. Me parece que podemos afirmar lo siguiente: Francisco sensibilizó a su tiempo al recordarle, más con el ejemplo que con la palabra, que el Dios cuyo nombre nos ha manifestado nuestro hermano Jesucristo: 1. es la suficiencia del hombre. Que Dios satisface, llena y hace feliz. Dios es la fiesta del hombre. A una Iglesia que había olvidado la mística, distraída y entretenida en negocios de reyes y de reinos, y que había olvidado que la sed del hombre no la sacia ni el tener, ni el poder, ni la ciencia, ni el prestigio, Francisco le recordó dónde estaba la fuente que mana y corre. Recordó al hombre y a la Iglesia de su tiempo que antes de nada y sobre todo es de Dios y para Dios. Y que, además, su primera y fundamental tarea en favor del hombre es poner en sus labios el «gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo». 2. es un Dios entregado por el mundo que exige la misma entrega por él en contra de la visión intimista privada y subjetiva frecuente en la Iglesia de su tiempo. No es en la celda, que ni se nombra en sus escritos, sino en el ir por el mundo y en medio de los hombres, trabajando los hermanos en el oficio que conocen junto a ellos, donde se realiza la salvación de aquellos por quienes Cristo se entregó a la muerte. 3. no es contrincante ni rival del hombre, sino, al contrario, quien lo viste de la hermosura y majestad de la imagen de su Hijo. Esa es su gran excelencia. Por eso, para Francisco todo hombre es señor y hermano. Frente a un mundo en el que la dignidad de la persona estaba condicionada por la escala social, por la religión, por su dolor y pobreza, Francisco optaría por el más absoluto respeto y veneración al hombre, aun el más marginado, el leproso. 4. obliga a la comunión y a la fraternidad y, por lo tanto, a la igualdad y unidad en la diversidad, ya que Él es comunión. En un tiempo en el que los diversos órdenes de la sociedad y, por lo tanto, la jerarquía lo presidía y acaparaba todo, y en el que no era igual ser señor o clérigo que siervo, él va a optar por la horizontalidad y por la «des-clasificación». Todos hermanos y todos menores. Nadie con autoridad sobre los otros. Todos con la toalla en las manos para lavar los pies a todos. Ser Hermano Menor no era ser aparte y por encima de los demás, sino servidor y esclavo de todos. 5. es el Dios de los pobres y de los últimos, Dios que conduce a los leprosos y hace tener misericordia con ellos, frente a una sociedad en la que el pobre y el leproso eran alejados de las ciudades y del trato con los hombres. 6. ha creado todas las cosas espirituales y corporales y se las ha dado a los hombres como don y limosna para su bien y disfrute, frente a la visión pesimista de la creación de los cátaros. 7. frente a la crítica y desvío respecto a la Iglesia y a las demás mediaciones eclesiales por parte de los cátaros y otros movimientos de su tiempo, ha condicionado su revelación y presencia a la humanidad de Jesucristo y a todo lo que la prolonga corporalmente en el tiempo y en el espacio. Pero recordando también, al mismo tiempo, su relatividad, pues Dios es incondicional e imprevisible y obra como a Él le place. 8. frente a una Iglesia que subrayaba unilateralmente lo espiritual, es un Dios encarnado. Por eso, la pobreza y demás actitudes evangélicas, además de espirituales, debían ser materiales, concretas, existenciales. Cuadro y marco al mismo tiempo. 9. se revela y se da en la pobreza, en el servicio y en la sencillez, a pesar de que la práctica de la Iglesia en muchos de sus miembros hiciese pensar lo contrario. Pero avisando también a los «puros» y «perfectos» tanto de los cátaros como de los movimientos evangélicos populares, que no son las obras las que justifican y salvan. Dios no se consigue ni se conquista. Dios ni pone condiciones ni exige tarifas. Se da, sencillamente. 10. no está por la alternativa de la tierra o el cielo, la naturaleza o la gracia, ni siquiera por su paralelismo, sino por la unidad sin confusión, en un tiempo en el que la Iglesia se inclinaba más bien, en unos u otros de sus miembros, por la alternativa. |
. |
|